Capítulo N° 5
A la salida de la escuela, a solo una cuadra de allí, Nora se peleaba en el medio de la calle con una chica. Golpes iban y venían, sangre resbalaba de la nariz de Nora y de la muchacha bajo ella.
—¡Nora, basta! —gritó Guille al tomarla del brazo.
—¡¿Qué decías, pelotuda?! —gritó Nora y volvió a darle un puñetazo a la chica bajo ella—. ¡Decilo de nuevo, ¿a ver?!
—¡Gorda puta! —le escupió sangre en la cara—. ¡Lo único bueno que tenés son tetas, nada más! ¡Prostituta barata que se cogió a la mitad de la escuela! ¡Das asco, lesbiana asquerosa!
Guille intentó separarlas pero fue empujado por otra persona, su primo Pablo que lo sujetó del brazo.
—Es una pelea de chicas, no te metas.
—¡Pero no está bien! —se quejó Guille.
—Si la otra no quería problemas no debió meterse con Nora —siseó Pablo—. Todo el mundo lo sabe.
Guille se metió de todas formas y levantó en sus brazos a Nora, sobre su hombro, mientras que ella pataleaba para liberarse de sus fuertes brazos.
—¡Bajame, Gui, bajame que la hago mierda! ¡Hija de mil puta, ya vas a ver el lunes cuando te agarre! —gritó Nora, que se sacudía sobre Guille.
—¡Basta, Nori, están viniendo los profesores y llamaron a la policía!
—¡Que me chupen bien la concha todos esos hijos de puta!
El sonido de la sirena de policía comenzó a oírse, por lo que el lugar se despejó más rápido de lo esperado. Pablo le arrojó a Guille la mochila de Nora, negra y llena de parches de bandas musicales. Al igual que el resto Guille corrió para alejarse de allí antes de que la policía llegara. Nora era bastante pesada, pero él no levantaba pesas en vano y podía soportar la carga.
Un par de cuadras después, algo jadeante, bajó a Nora al suelo, quien le dio un empujón con furia.
—¡¿Por qué te metiste?!
—¡Ibas a matarla!
—Me chupa un ovario —gruñó Nora con molestia y comenzó a caminar más rápido—. Cagón de mierda.
Fue mascullando insultos todo el camino, con Guille que la seguía por detrás dando largos suspiros. Él entendía que para ella fuera tan personal el ataque, pues había tocado el peso, pero no estaba de acuerdo con su forma de actuar y no dudó en reclamárselo todo el trayecto.
—Ah, ¡lo que me faltaba! —gruñó Nora—. Tu amigo el hippie.
Guille miró hacia adelante, Leo estaba allí en la vereda de la casa, hablaba con una mujer de baja estatura. Estaban rodeados de cajas y bolsas, por lo que ambos supusieron que sería una mudanza.
Debian pasar por allí para llegar hasta su casa, Nora los pasó de largo de muy mal humor, sin embargo Guille se detuvo a saludar a su amigo.
—¡Eh, mi gurisito! —dijo con una sonrisa—. Cómo va eso.
—Tranqui, po. ¿Necesitan ayuda? —sonrió y dirigió su mirada hacia la mujer de largo cabello castaño oscuro lleno de ondas y grandes ojos miel de mirada seductora.
—Ella es Andrea, es mi nueva vecina, le estoy ayudando con la mudanza —explicó Leo con una sonrisa, y dirigió la mirada hacia la muchacha punk que estaba a lo lejos cruzada de brazos—. ¡Gurisa! ¿Norita, verdad?
—¡Norita tu puta madre!
—¡Ooatatá! Qué enojada, me llegaron las llamas hasta acá —se rió Leo—. Vení, acercate.
Guille comenzó a llamar a su mejor amiga, quien con un suspiro, y muchos murmullos cargados de insultos, se acercó cruzada de brazos. Con molestia asintió con respeto para saludar a la mujer, que solo se reía por la extraña situación, sin embargo evitó saludar a Leo porque no le caía bien.
—¿Estás bien? —preguntó Leo con preocupación y la tomó del rostro con suavidad.
—¡No me toques!
—Perdón, lo hice sin pensar —se disculpó al alejar sus manos de ella—. Estás llena de sangre, vení que tengo un botiquín, vamos a atender eso.
—¿No estabas ayudando a esta chica? —preguntó Guille al ver las cajas y bolsas, y luego a la mujer que se encontraba encogida de hombros.
—Perdón, iban a ayudarme mis hermanos pero no vinieron... —dijo ella retorciendo un mechón de cabello en su dedo.
—Eso puede esperar, mil disculpas, Andrea —Leo la miró con pena y llamó a Nora con una seña—. Vení, Norita, vamos a atender eso.
—¡Que no me digas Norita!
Guille miró el rostro furioso de Nora, su ojo derecho y su pómulo habían comenzado a inflamarse, al igual que su labio y nariz cubiertos de sangre. Luego miró a la pequeña mujer allí, de bonitos ojos miel, su nariz era algo ganchuda pero le daba gracia a su rostro delgado y anguloso. Tenía un cuerpo bellísimo, y tuvo que hacer un gran esfuerzo por verla a los ojos y no bajar la mirada hacia su escote.
—Yo puedo ayudarte, soy bastante fuerte —ofreció Guille con una sonrisa amable.
—¡Gui! ¡¿Me vas a dejar sola con este hippie?! —chilló Nora.
—No vamos a estar a solas, voy a sacar una silla y te voy a curar la cara acá en la vereda —dijo Leo con amabilidad.
—Dejate de joder, culeada, encima que estás lastimada por caprichosa no dejás que te ayuden —se quejó Guille—. Vos te lo buscaste, aguantate ahora.
—Andate a re cagar —escupió Nora y comenzó a caminar hacia Leo—. ¡Voy a ir con vos, pero ni se te ocurra tocarme, que la otra quedó peor que yo!
Leo solo se rió por la situación y con un ademán educado invitó a Nora a entrar en la casa. Guille dejó ir un largo suspiro agotado, porque amaba con toda su alma a Nora, pero también era agotador lidiar con ella cuando estaba de mal humor.
—¿Estás bien? —le preguntó Andrea.
—Sí, ¿te ayudo a entrar las cosas, quieres?
Ella asintió con una sonrisa, por lo que Guille buscó con la mirada las cajas más pesadas que ella no podría levantar. Las tomó con cuidado en sus brazos y una a una fue metiéndolas dentro de la casa, aún con mochila puesta. Andrea entraba las bolsas que eran más livianas, las acomodaba poco a poco en el centro.
Guille, luego de meter todas las cajas, miró a su alrededor algo jadeante y con el sudor recorriéndole en rostro, pues había entrado algunos muebles pesados. El departamento era exactamente igual al de Leo, solo que no estaba dividido por ningún mueble. Era solo un gran ambiente compartido de cocina, comedor y habitación. Lo único aparte era el baño y el patio que era como un ancho pasillo de cemento, si es que se parecía al de Leo.
Andrea rebuscó en una de las cajas para poder tomar unos vasos, y entonces sirvió para Guille agua de una botella que había comprado. Él la miró de reojo, algo nervioso, porque ella llevaba una minifalda ajustada que hacía notar su trasero redondeado. Tragó saliva y miró la pared blanca.
—Muchas gracias —dijo él y sorbió un largo trago.
—Gracias a vos, Leonardo se ofreció a ayudarme cuando el flete me dejó sola —explicó con un suspiro—, me ayudó con algunos muebles pero no pudimos entrar todo. Es bueno tener un vecino tan amable.
—Soy Guille —dijo con una sonrisa, aún algo jadeante—. Soy amigo de Leo, así que es probable que me veas seguido por aquí.
Andrea lo observó fijo a los ojos café algo rasgados. Observó su piel trigueña, levemente bronceada y sus grandes músculos que acompañaban a ese bello rostro viril.
—Es un placer conocerte, Guille —susurró y bateó sus pestañas de forma seductora, con un tono de voz igual de seductor.
Apoyó su mano en el ancho hombro de él, sin dejar de mirarlo fijo. Guille, sin embargo, solo sonrió como respuesta, sin siquiera percatarse del coqueteo.
—Si necesitás algo más decime, quiero ver si Leo aún sigue vivo.
—Tu novia es algo iracunda, ¿no?
—Oh, no, no es mi novia —dijo Guille con una risita—, esa culeada es mi mejor amiga.
—¿Y a tu novia no le molesta que tengas amigas o entres en la casa de una mujer? —bateó nuevamente sus pestañas con una sonrisa de costado.
—No tengo novia.
Esa respuesta hizo brillar los ojos de Andrea, que sonrió ampliamente, para luego abrir la puerta de entrada y permitir que él pudiera ir hacia el departamento de al lado. Guille asintió con respeto hacia ella y le dedicó una sonrisa llena de amabilidad, para luego golpear la puerta de Leo.
~ • ~
Nora se había sentado a la mesa cruzada de brazos pero a la defensiva, mientras que Leo tomó de arriba de la heladera su botiquín de emergencias. Se lo enseñó para que ella pudiera relajarse un poco, y luego se sentó junto a ella en la mesa redonda. Con una gasa comenzó a desinfectar los cortes, con pequeños y suaves toques.
Nora lo miró fijo al rostro, Leo tenía rasgos finos y muy bonitos, aunque ella se negara a admitirlo. Tenía una nariz larga y de bonito perfil, un mentón cuadrado y mirada amable. Concentrado en ayudarle, más no en intentar seducirla como ella creyó que haría.
—¿No vas a preguntarme qué pasó? —susurró Nora.
—No creí que me lo dirías justo a mí —respondió él y se puso de pie para poder tomar una bolsa de gel frío de la heladera, la cual le extendió para que pudiera colocarse en el ojo—. Y creo que de haber querido decirme, lo habrías hecho.
Nora solo hizo un sonido cargado de ironía, para luego quejarse del dolor cuando se colocó el gel frío en el ojo.
—Debés pensar que soy una salvaje, Guille lo piensa —siseó ella.
—Nopué, cada uno lidia con los problemas de la manera en que sabe o puede.
—Bueno, la mayoría piensa que lo soy, y no se equivocan.
Leo alzó la mirada para verla a los ojos grises, se veían enojados pero también, más allá de la furia, veía dolor. Mucho dolor.
—Yo prefiero resolver las cosas hablando, porque no me gusta gritar ni pelear —explicó Leo con suavidad y comenzó a servir jugo en un vaso para ella—, pero a veces la adrenalina es más fuerte y controlarse cuesta un poco más. No juzgo la manera en que actúan los otros porque yo no estuve en ese momento exacto, y no sé cómo habría actuado.
—Esa infeliz me llamó gorda puta —dijo Nora entre dientes—, me dijo lesbiana y se rió de mi cuerpo, y dijo que lo único bueno que tengo son tetas grandes, y que por eso todos me usan. Porque saben que soy fácil, que por eso me cogió toda la escuela.
—¿Y cuál sería el problema de que fueras lesbiana o te cogieras a toda la escuela? Es tu vida, tu cuerpo y tu sexualidad —dijo Leo con suavidad y volvió a sentarse junto a ella.
—¡No sé, pero para todos soy una puta! ¡Los odio! —chilló Nora con los ojos cristalizados en lágrimas.
Leo se mantuvo en silencio por un instante, pensaba muy bien qué decir.
—Supongo que yo debo ser un puto, bien puto entonces porque me gusta mucho el sexo y no tengo cuenta exacta de con cuántas mujeres he estado —dijo con un gesto torcido—. ¿Tenés novio?
—Novia.
—¿Y ella acepta que estés con otras personas o está al tanto de eso?
—No estoy con otras personas, solo con ella —gruñó Nora, muy ofendida—. Si me pongo a salir con alguien es porque me gustó por sobre todas las demás.
—Entiendo —suspiró Leo—. Entonces no importa lo que digan, si no lastimaste a nadie en el proceso no dejes que lo que digan un par de giles te afecte. Incluso si lo hubieses hecho tampoco deberían meterse, después de todo es tu vida y tenés derecho a disfrutarla.
Nora no dijo nada, se mantuvo en silencio y sorbió con mucho cuidado el jugo, pues sus labios le dolían.
—¿Y vos no pensás que lo sea? —preguntó Nora casi en un susurro.
—¿Qué cosa?
—Una puta... —murmuró—. Ya sabés, por haber estado con muchos tipos y minas distintos, o por usar medias de red, o por mi escote.
—Cada fin de semana, salvo que vengan mis hermanas, viene una guaina a casa —dijo Leo con seriedad—. A veces el pique es el mismo, a veces son distintos piques. ¿Soy un puto?
—Tal vez —se rió Nora—. ¿Qué es un pique?
—Un toque, algo que no es serio.
—¿Y ellas saben que no va en serio?
—Siempre lo aclaro, soy responsable —dijo con una sonrisa—. ¿Soy un fácil entonces?
—No es lo mismo, vos quedás como un capo, yo quedo como una flor de trola —dijo Nora con un chasquido de lengua.
—O somos dos capos, o somos dos flores de trolas, porque es exactamente lo mismo.
Nora se quedó en silencio mirando el contenido de su vaso. Le dolía el rostro y su mano ya estaba cansada de sostener el gel frío en el ojo. Estaba segura de que una peor paliza le esperaba en la casa si su madre la veía llegar lastimada. Dejó ir un suspiro.
—Igual no me caés bien —siseó.
—Está bien, no tengo que caerte bien, Norita —dijo Leo con una risita—. Siempre que me dejes curarte la cara.
Ella no agregó nada por largos minutos. Fuera se oía la voz de Guille conversar con la nueva vecina mientras le ayudaba con la mudanza. Nora dejó ir un suspiro. Estaba segura de que él no le diría nada, pero estaba enojado con ella. Siempre se enojaba cuando ella peleaba con alguien, y aunque no se lo decía Nora podía darse cuenta.
Sin siquiera planearlo sus ojos se llenaron de lágrimas, parpadeó varias veces para evitar llorar. No supo si Leo lo notó o no, pues él no dijo nada al respecto.
—Tu pelo... —comenzó a decir Leo y Nora levantó la vista para verlo—, usualmente es azul pero se ve verde.
—El color se va con los lavados, tengo que retocarlo —murmuró ella de forma sumisa—. ¿Ya puedo irme?
—Dejame ver tu cara primero —Corrió con suavidad la mano de Nora para ver su ojo—. La hinchazón está bajando, preferiría que tuvieras el hielo un poco más. Podrías ponerte en el labio también, ¿te duele?
—Obvio que duele, qué pregunta boluda —se rió Nora, pero al hacerlo su labio dolió más.
La puerta comenzó a ser golpeada, ambos supusieron que se trataba de Guille así que Leo ni siquiera preguntó al abrir. Nora se retorció la tela de su remera negra de Blink-182, debajo de esta tenía otra mangas largas azul que resaltaba en sus brazos. Estaba nerviosa y algo triste, seguía enojada pero toda esa mezcla de emociones la mantenía confundida, y cuando vio el rostro de su mejor amigo allí, que la miraba con una mezcla de decepción y preocupación, solo pudo apretar los labios aunque eso le hiciera doler.
—¿Ya le ayudaste a la chica? —preguntó con un nudo en la garganta.
—Sí, solo tiene que acomodar sus cosas —suspiró Guille.
—Luego le ayudo con eso, pues —acotó Leo, que se cruzó de brazos apoyado contra la mesada—. Aún no almorcé, ¿ustedes, quieren comer algo?
—¿Con vos? —Nora torció sus labios con desagrado.
—Te prometo que soy un hippie roñoso que sabe cocinar —dijo Leo con una sonrisa torcida que se convirtió en carcajada al ver el rostro rojo de Nora—. Sí, te escuché ese día, Norita.
—No queremos molestarte, Leo —dijo Guille con los hombros encogidos.
—No es molestia, gurisito —le dedicó una sonrisa—. Además ella aún tiene muy inflamado el rostro.
—Por culeada —se quejó Guille—. ¿Tienes que pelear siempre con todos?
—Guille —dijo Leo para llamar su atención—, para vos y para mí tal vez es más fácil lidiar con la ira, pué, pero para otras personas no. Tenés que acompañar, no reclamar.
—Tan hippie —bufó Nora.
—Hice una salsa bolognesa. Solo faltan los fideos, a menos que prefieran arroz —dijo al encender la hornalla para calentar la salsa—. Me gusta comer con otras personas, solo díganme qué prefieren.
Nora pensó qué opción era mejor, y como su madre casi no le permitía consumir harinas optó, entonces, por elegir arroz. Guille apoyó su decisión porque comprendía el motivo de esa elección, y sabía que su madre al verla llegar así con más razón la dejaría sin comer.
Ambos conversaron por lo bajo mientras observaban a Leo cocinar el arroz, tarareaba con ánimo. Siempre solía vestir parecido, con jeans azules, zapatillas o alpargatas y camisetas manga larga de tonos claros. Tenía su cabello recogido en una colita baja y siempre, sin importar qué, se lo veía feliz. Leo era una persona que parecía incluso irradiar luz.
Cuando todo estuvo listo Guille ayudó a poner las cosas en la mesa, para luego sentarse a almorzar con sus dos amigos con entusiasmo. Sabía que Nora no lo soportaba a Leo, y que él era indiferente al respecto, pero le alegraba poder compartir ese momento con ambos.
—Ya te invité un par de veces, Guille, pero el domingo vienen mis hermanas y quieren conocerte —dijo Leo con una sonrisa y se sirvió un vaso de soda—. Nunca venís, ¿te pone nervioso conocer a mis amorcitos?
—No quiero molestar... —murmuró con los hombros encogidos.
—Estoy cien por ciento seguro de que Virgi y May van a quedar encajetadas de vos al verte —se rió Leo y luego comió otro bocado de arroz con salsa—. Estás bien fachero, gurisito, hasta la vecina te miró con ganas.
Guille sintió su rostro arder y a su lado Nora resopló.
—Así grandote como se lo ve es un conejito tierno y suavecito —agregó ella y sorbió un trago de jugo—. Guille es demasiado vergonzoso e inocente como para notar que lo miran.
—Si yo tuviera tu cara o tu cuerpo, uff —Leo hizo un gesto divertido con el rostro—. Las de guainas que tendría, ané, no me alcanzarían los días a la semana.
—Pero si tenés tremenda facha, culeao —se rió Guille.
—Pero no tengo tu físico, soy demasiado alto y demasiado flaco.
Nora rodó los ojos con fastidio por esa conversación. Finalizó su almuerzo en silencio mientras los otros dos se reían y bromeaban entre sí.
Luego de unos minutos Leo levantó los platos y los acomodó en la bacha para poder lavarlos. Se oía el sonido de la música en la casa de al lado que por tanto tiempo había estado vacía y silenciosa. Luego de dos meses de puro silencio y sin vecinos pegados a su pared, Leo torció sus labios al percatarse de que la pared era demasiado fina.
—Ahora que tengo vecina voy a tener que ser menos ruidoso —dijo con ese gesto.
—¿Por qué? —preguntó Guille.
—Se refiere a sexo —siseó Nora.
—En realidad me refería al bandoneón —dijo Leo con una sonrisa y se cruzó de brazos—. Pero sí, también. Tendré que ser menos ruidoso en otras situaciones supongo.
Guille se encogió de hombros algo avergonzado, aunque Leo y Nora no parecieron darle especial atención al comentario, pues lo tomaron con normalidad. Una normalidad que incomodaba a Guille, aunque no dijo nada al respecto.
Leo se apoyó contra la mesada mientras secaba sus manos con un repasador de cocina, con una sonrisa entusiasmada que muy pronto se contagió en el rostro de Guille.
—¿Tienen algo que hacer esta noche? —preguntó Leo con buen ánimo.
—Ensayo con la banda —siseó Nora.
—No hago nada, ¿vos, Leo? —preguntó Guille con una sonrisa.
—No sabía que tenías una banda —Leo se mostró sorprendido y algo interesado al respecto, pero luego dirigió su mirada hacia Guille con una sonrisa amistosa—. Hoy vienen unos amigos, vamos a musiquear y comer alguito. Pensé que tal vez te gustaría venir, vamos a estar a puro chacarera y chamamé.
Guille alzó sus cejas con sorpresa y disimular la emoción en su rostro fue imposible. Curvó sus labios en una amplia sonrisa, porque siempre quiso poder disfrutar de la música que le gustaba con varias personas.
—¿Tengo que traer algo? —fue lo único que dijo.
—Solo la guitarra, pué —dijo Leo con una risita—. Vamos a pasarla bien, Guille. Vamos a hacer un fueguito y musiqueada.
—Al menos avisenle a la vecina, que encima que se mudó hoy va a tener que soportar su música aburrida —bufó Nora.
—Claramente la voy a invitar, para que nos conozcamos mejor. Es difícil mudarse a un lugar nuevo y no conocer a nadie —Leo sonrió al mirar hacia Guille—. De no haber sido por tu curiosidad yo estaría solo todo el tiempo.
Nora se puso de pie tomando su mochila de la silla, la colgó en el hombro y dio un largo suspiro.
—Me voy, tengo que ir a casa, tomar el bajo y salir huyendo antes de que mi vieja me vea.
—¿A dónde pingo vas a ir, culeada? —se quejó Guille—. Es temprano para el ensayo.
—Voy a ir a lo de Marce, la extraño y tengo ganas de verla —dijo con una sonrisa y tomó de su mochila el paquete de cigarrillos, para poder colocar uno en su boca, sin embargo antes de encenderlo le hizo una seña a Leo—. Eh, hippie, ¿me abrís o lleno tu casa de humo?
Leo solo se rió y se puso de pie para poder abrirle la puerta. Nora no encendió el cigarrillo sino hasta estar en la vereda.
—No tengo problema de que fumes en mi casa —le dijo él con voz suave—. Andá con cuidado, Norita.
—¿Le avisás a mi tía que estoy acá, porfa? —acotó Guille en lo alto y le lanzó un beso que tiñó las mejillas de Nora en rosado.
Ella solo asintió para rápidamente salir huyendo de allí. Leo la siguió con la mirada hasta que la vio doblar en la esquina, solo luego de eso fue que cerró la puerta y regresó junto a Guille.
—¿Qué dice mi gurí, salen esos amargos?
—¿No te molesta que me quede? —preguntó Guille con los hombros encogidos.
—Nopué, tu compañía es muy agradable. Vamos a tomar unos amarguitos y capaz podemos ayudarle a la vecina.
Guille asintió con ánimo mientras que Leo colocaba la pava al fuego. Pusieron la radio para escuchar música mientras conversaban. A Guille le gustaba conversar con él, pues era muy tranquilo y comprensivo, y tenía buenos temas de conversación. A veces si Guille decía algo equivocado Leo lo corregía con amabilidad, y le daba buenos consejos.
Mucho más tarde Guille regresó a su casa para poder buscar la guitarra. Había ayudado junto con Leo a esa chica con la mudanza, para que no tuviera que preocuparse en nada más que relajarse. Andrea había aceptado ir a esa reunión en lo de Leo solo para poder conocerlo mejor, aunque el folclore no fuera su música predilecta.
Habían hecho un fuego para calentarse alrededor, pues el frío otoño era muy notorio. Sin embargo Andrea, junto a algunas amigas de Leo, se quedaron adentro acomodadas a la mesa mientras tomaban cerveza. Guille ayudó a preparar la carne, y debido a que la casa era pequeña y no había suficientes sillas la carne se serviría en sandwich junto con choripan.
—No me siento cómodo al verte con alcohol, Guille —dijo Leo al verlo beber un trago de cerveza.
—Ay, tengo diecisiete, no cinco años —se rió él.
—Sí, pero sos menor de edad y si te pasa algo el responsable soy yo. No me siento cómodo así —suspiró Leo y se secó el sudor de la frente.
—¡No seas gorra y dejá al pibe divertirse! —acotó uno de los amigos de Leo, dándole una palmada en la espalda a Guille—. Vos a esa edad te tomabas una damajuana entera.
—Que yo fuera un irresponsable no quiere decir que quiera que Guille también lo sea, Cuca —se quejó Leo—. Y como soy mayor estoy para guiarlo bien. Que mis experiencias irresponsables sirvan de algo.
—No seas ortiba y dejalo disfrutar, ¿para qué lo invitaste sino? —se quejó Cuca al cruzarse de brazos.
—Está bien —suspiró Leo y amenazó a Guille con el dedo índice—, pero si te veo borracho te voy a llevar a rastras hasta lo de tu tía.
—¿Por qué te dicen Cuca? —le preguntó Guille con una sonrisa.
—Porque estoy en todos lados como una cucaracha, y nunca pueden sacarme ni con Raid —dijo con una risotada—. La de los apodos es Carito. Es su culpa que todos me digan así.
Guille lo observó con diversión, era el mejor amigo de Leo, se habían conocido en la escuela técnica en la adolescencia. Cuca era de estatura baja y cuerpo ancho, de piel aceitunada y abundante cabello negro, y con una risa muy contagiosa que a Guille lo hacía sonreír.
—Voy a ver a mi jermu antes de que se enoje, ¿me acompañás, pibe? —dijo Cuca al palmearle nuevamente la espalda.
Guille asintió, quería ir a ver a Andrea porque Leo estaba ocupado con el fuego y quizás ella se sentiría incómoda al estar con tantos desconocidos. Sin embargo al entrar en la casa la vio reírse a carcajadas con esas mujeres, se la veía cómoda e incluso adaptada. Ella dirigió su mirada hacia Guille con una sonrisa y lo saludó con un movimiento de mano.
Pensó que tenía una sonrisa muy bonita.
Andrea se había maquillado, tenía sombra oscura en sus párpados y los ojos delineados, además de un oscuro labial rojo. Usaba también mucha joyería.
Guille se sintió incómodo cuando notó las miradas de todas esas mujeres –excepto por la esposa de Cuca, que lo miraba solo a él–, incluso una de ellas, de largo cabello rubio, no dudó en silbarle y lanzó un grito para que Leo pudiera escucharla.
—¡Largo! ¡¿Cuándo nos vas a presentar a tu amigo?! —sonrió de costado y clavó su mirada en Guille con interés—. Hola, soy Carolina, muy soltera.
—¡Ni se te ocurra, Caro, que ya te conozco! —gritó Leo desde el patio.
—¡Vos te cogiste a casi todas mis amigas, Largo, de qué te quejás!
—¿Pero la pasaron bien o no? —se rió Leo e ingresó en la casa cruzado de brazos—. ¿Querías que lo presente? Él es Guille, y tiene diecisiete años, sucia.
Carolina se atragantó con su bebida y tuvo que golpearse el pecho un par de veces, luego con el rostro rojo miró a Guille.
—Ay, por Dios, perdón. Pensé que tenías nuestra edad.
—Está bien... —dijo Guille con la mirada baja y encogido de hombros—. Igual todos piensan que soy más grande.
Se acercó a la heladera para rellenar su vaso con cerveza mientras que Leo seguía discutiendo con su amiga. La música folclórica sonaba allí gracias a que algunos tocaban la guitarra y otros el bombo. Guille sonrió al oírlos y apoyó una mano en el respaldo de la silla de Andrea, pues era la única a la que conocía mínimamente y no se sentía tan incómodo con ella.
Cuando la cena estuvo lista los hombres comieron sus choripanes sentados en el suelo, para que las chicas estuvieran cómodas a la mesa. Se reían y bromeaban con ánimo, incluso la nueva vecina que se animó a contar algunas anécdotas divertidas.
—¡Comprate una cama, hijo de puta! —chilló uno de los amigos de Leo, que se había asomado para ver la improvisada habitación.
—No insultes a mi vieja —se quejó Leo, para luego reírse—. ¿Para qué? Así estoy cómodo y encima hace menos ruido.
Guille asomó la cabeza con curiosidad, porque creyó que tal vez Leo ya se habría comprado una cama. Sonrió al ver que solo había un colchón de dos plazas en el suelo y una sencilla mesa de luz a un costado. El resto del espacio lo ocupaba el placard.
—Yo no puedo creer que tengas tanto levante con las minas, si literalmente las atendés en el piso —se rió Carolina.
—Preguntale a tus amigas por qué —bromeó Leo—, pero como soy un caballero no voy a decir nada más.
Carolina miró hacia Andrea con una risita.
—¿Vos irías a la cama de un roñoso que tiene el colchón en el piso?
—Depende —se rió ella—. Si hace bien su trabajo no me importa, si es pésimo entonces no.
Leo se rió con ánimo y miró hacia Guille, estaba encogido de hombros con la mirada baja mientras hacía algunos punteos en la guitarra.
—Perdón, Guille, ¿te hace sentir incómodo esto? —le preguntó en voz baja—. No me di cuenta, solemos bromear así con ellos.
—No, estoy bien. Soy amigo de Nora así que estoy acostumbrado, y tengo primos —dijo Guille e hizo un punteo distinto—. Solo no lo entiendo porque yo no soy muy fan que digamos del sexo...
Leo lo miró en silencio tratando de comprender esa nueva información, no todos los días alguien decía no ser fan del sexo. Se puso de pie con un suspiro y miró hacia sus amigos.
—¿Quieren más? Quedó en la parrilla, voy a buscar.
—¡Yo quiero chori! —dijo Carolina con una sonrisa.
—Ya nos dimos cuenta que querés chori, por poco y no te lanzás sobre el pibe —se rió Cuca, que se escondió tras su esposa para no ser golpeado por su amiga.
—¿Me ayudás, Guille? —preguntó Leo con una sonrisa amable.
Guille hizo la guitarra a un costado y se puso de pie con tanta agilidad que recibió un abucheo por parte de Cuca y otros más. Caminó tras Leo hacia el pequeño patio, era largo y ocupaba todo el tamaño de la casa, pero era también algo angosto con el suelo de cemento. Lo único verde allí eran las plantas que Leo tenía en macetas.
La parrilla estaba al fondo, las brasas mantenían caliente el resto de la carne y chorizos. Guille entonces extendió la bandeja hacia Leo para que este pudiera sacarlos poco a poco y acomodarlos allí.
—Guille, disculpá la intromisión o si te hago sentir incómodo —comenzó a decir Leo con su voz más suave mientras traspasaba la carne—, ¿vos ya lo hiciste?
—¿Qué cosa? —preguntó Guille al mirarlo con confusión.
—Estar con una chica. No estás obligado a responder, solo quiero entender.
—Oh... —se mantuvo en silencio por unos segundos solo mirando la carne en la bandeja—, sí, no soy virgen o algo así. Tuve novia el año pasao, y antes de eso ya había estao con otra chica...
Leo lo miró fijo, aunque Guille le esquivaba la mirada con sus hombros encogidos como siempre solía hacer.
—Guille —Apoyó con suavidad su mano en el hombro del muchacho—, no estás obligado a hacer algo que no quieras, no importa si ves que los demás se ríen, bromean o lo disfrutan. Si para vos es incómodo o no es agradable, está perfecto y no tiene nada de malo.
—No lo sé, mis primos dicen que soy marica, que no puede ser que no quiera coger con una mujer —suspiró con tristeza—. Y a veces me pregunto si lo soy, no sé, ¿es realmente normal? Nori me habla de sexo, de orgasmos y todo eso, y yo... no lo sé.
—¿Y las veces que estuviste con chicas fue porque vos querías y sentías deseo, o fue porque tenías que hacerlo? —preguntó Leo, su voz era tan suave que para Guille se sintió incluso como una caricia—. ¿Tal vez porque tus amigos te insistían, o para no quedarte atrás?
—No sé, no estoy seguro —murmuró con tristeza—. No es que no me gusta hacerlo, solo... no me siento cómodo, veo que el resto lo ve normal y yo... no lo entiendo.
—La sociedad a veces nos obliga a hacer cosas para encajar, pero no tenés que hacer lo que no quieras, nunca —Le dio una palmadita cariñosa en la espalda—. No importa si tus amigos están con mil guainas, o si tu novia quiere hacerlo todo el tiempo, si vos no querés estás en tu derecho y nadie debe obligarte.
—Si no lo hago soy un marica o un cagón, o un pelotudo...
—Un par de veces lo hice por presión, porque me sentí obligado a hacerlo para no hacer sentir mal a la otra persona —suspiró Leo—, y no lo disfruté aunque le dije que sí. O sea... sí disfruté obviamente pero no como debería porque no quería en verdad. No hagas nada por presión, nunca. No importa lo que digan los demás.
—¿Vos pensás que soy raro? —lo miró fijo a los ojos marrones de mirada amable y comprensiva.
Leo sonrió y sus ojos se rasgaron levemente, luego negó con un lento movimiento de cabeza.
—No, Guille, no pienso que seas raro.
Él solo sonrió como respuesta, porque el tono de voz de su amigo no era burlesco, era cálido y lleno de comprensión, igual que sus ojos y sonrisa. Descubrir que alguien lo entendía, aunque fuera solo un poco, lo hizo sentirse más animado.
—Podemos quedarnos acá afuera el tiempo que necesites —dijo Leo con esa voz suave que lo caracterizaba.
—Estoy bien, hay que llevarle esto a tu amiga que tenía hambre.
—Como quieras, gurisito —le sobó la espalda con cariño—, pero si necesitás hablar o algo de paz, porque sé que mis amigos pueden ser terribles, podemos salir a tomar aire fresco.
Guille solo asintió con una sonrisa e ingresó en la casa con la bandeja en mano, para poder extenderle a esa ansiosa chica que bailaba en su silla. Carolina se armó un nuevo choripan, con las burlas de Cuca, y Guille se sentó nuevamente en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Tomó su guitarra con cuidado para poder hacer unos punteos, pues tocar siempre le ayudaba a pensar, y en ese momento tenía mucho en qué pensar.
Los bombos, guitarras e incluso el bandoneón sonaron por largas horas, con cantos y el fuerte sapucay lleno de alegría de Leo que animó mucho más el ambiente. Guille se divirtió como siempre había querido hacer en un ambiente folclórico, incluso se animó a bailar con las amigas de Leo.
No mucho después de eso todos comenzaron a irse, Andrea se despidió de ambos con un beso en la mejilla, aunque con una intensa mirada fija en Leo que ninguno de los dos notó.
—¿Te acompaño a casa, gurisito, o preferís quedarte? —preguntó Leo con un bostezo al ver a Guille, el único que se quedó a ayudarle con el orden.
—Son solo tres cuadras —dijo Guille con una risita.
—Tres cuadras en la madrugada en calles oscuras —suspiró y se refregó un ojo—. Puedo alcanzarte en el auto o podés quedarte conmigo, si es que mi roñoso colchón en el piso no te intimida.
—No quiero molestarte, Leo...
Él levantó la vista para ver al muchacho que finalizaba de acomodar las botellas de cerveza en su cajón. Lo miró con atención y en silencio, porque además de tímido y vergonzoso Guille era muy sumiso.
—¿Alguien te dijo que molestás, Guille?
—No es eso, es que...
—Es una pregunta, ¿alguna vez alguien te dijo que tu presencia molestaba? —preguntó Leo con voz suave—. Porque siempre decís lo mismo, «no quiero molestar», y siempre pedís disculpas por todo.
Guille se encogió de hombros.
—Voy a ir a casa.
—Guille, si te quedás, mañana podemos hacer unas tortafritas para el desayuno —lo miró con pena—. Si te vas a ir que sea porque en verdad querés irte y no porque creés que va a molestarme, porque no me molesta.
—Estuve la mitad del día acá, no quiero molestar y que un día te canses —dijo Guille con tristeza.
Leo abrió los ojos con sorpresa.
—Guille, somos amigos, me gusta hablar con vos, tomar mate y hacer música. No me molestás, es más... a veces creo que el molesto soy yo —suspiró—. Cuca se quedaba días conmigo cuando vivía en el otro departamento, por eso Caro le dice Cuca. A ella le molestaba venir a verme y que siempre estuviera él, pero a mí no. Me gusta estar rodeado de amigos y seres queridos, me gusta salir a pasear, divertirme y recorrer aventuras. No sos una molestia, Guille.
Leo lo invitó a sentarse a la mesa con un ademán educado y Guille obedeció con su mirada baja mientras se rascaba las muñecas con nervios. Estaba nervioso, aunque no sabía por qué. Leo había tomado de la heladera una cerveza que había sobrado y la abrió para servirle a su amigo y servirse también él.
—Si no querés contarme no pasa nada, pero quiero que sepas que estoy acá —dijo Leo con suavidad, con su mirada fija en él.
Guille miró el contenido de su vaso por unos instantes, observó esas burbujas y la pequeña capa de espuma por encima. Dio luego un largo sorbo y dejó ir un suspiro.
—Supongo... que solo estoy acostumbrado a pedir perdón —dijo casi en un susurro—, a saber que estoy de más, que sobro. No sé cómo explicarlo.
Leo asintió para demostrarle que estaba prestando atención a sus palabras.
—¿Por tus tíos?
Lo vio asentir con tristeza.
—Eran ocho en la casa y por mi culpa fuimos nueve, una boca más que alimentar —apretó los labios con la mirada baja—, una cama a ocupar, menos plata para mis primos. Siempre... sentí que estaba de más, y mis primos no ayudan a que piense lo contrario, ellos viven diciendo que soy una molestia. Estoy acostumbrado a pedir perdón por existir o estar vivo.
—Quiero corregir algo de lo que dijiste, si no te molesta —dijo Leo con el rostro serio—. No fue tu culpa, «por mi culpa fuimos nueve», nada de eso es tu culpa, Guille. No fue tu culpa lo que le pasó a tus papás, no fue tu culpa que tus tíos decidieran tomarte a su cuidado. No es tu culpa que ellos decidieran tener tantos hijos, ni tampoco que haya más o menos comida en la mesa. Nada de todo eso es tu culpa.
—Igual el próximo año cumplo dieciocho y me iré a mi propia casa —dijo Guille casi en un susurro—. Ya no seré una molestia para nadie, voy a estar en mi propia casa, con mis cosas y mi propio dinero.
—Tener casa propia es algo difícil, Guille, especialmente a los dieciocho.
Guille alzó la vista para verlo.
—No, yo tengo dos casas que heredé de mis papás, ambas están alquiladas así que cuento con esa plata —explicó con tristeza—. Una en Santiago y una a la vuelta de lo de mis tíos, justo en esta calle a dos cuadras. Se ve la casa desde acá, y en unos meses el contrato se acaba y tendré que pintarla y hacer reparaciones para poder mudarme.
—Entiendo —suspiró Leo—. Vas a poder ser independiente, pero incluso así sabés que contás conmigo, pué. No sos una molestia, no para mí.
Guille lo miró en silencio a los ojos café de mirada amable. Leo era la persona más amable que había conocido alguna vez, a pesar de haberse hecho amigos por husmear en su casa. Sabía que cualquier otra persona podría incluso haberlo denunciado, sin embargo dos meses y unas semanas después estaba allí en plena madrugada, tomando un vaso de cerveza con un amigo.
—Ahora quiero que por voluntad propia y sin pensar en las otras personas me digas si querés quedarte o volver a tu casa —dijo Leo con una sonrisa—. Que sea tu decisión. No hay respuesta equivocada, ambas opciones son correctas y con ninguna de las dos me voy a enojar o vas a molestar.
Se quedaron en silencio por un rato, donde aprovecharon para beber el resto de la cerveza que quedó en sus vasos.
Guille pensó qué hacer, pues le gustaba estar con Leo. Sus otros amigos lo consideraban aburrido por no salir a bailar o en busca de chicas como hacían ellos, así que ya no lo invitaban a ningún plan que no fuera jugar a la pelota. Leo era el único que en verdad se comportaba como un amigo con él.
—¿Puedo darme una ducha primero? Tengo olor a humo —dijo Guille con una sonrisa tímida.
—Vaya nomás, gurisito, si necesitás ropa limpia podés usar la mía.
Guille asintió con respeto y se puso de pie para poder ir al baño, aunque primero tomó del ropero la ropa que Leo le prestaría esa noche. Y mientras él se duchaba esperando que el agua caliente relajara sus músculos y, también, se llevara algo de sus tristezas, Leo se quedó quieto en su asiento solo mirando lo que quedaba de cerveza en su vaso.
—Le hicieron mucho daño... —murmuró con algo de tristeza.
Mientras que Guille se bañaba, Leo aprovechó a terminar de poner orden allí en la casa, además de acomodar su ropa para poder darse una ducha. Debido al frío no se lavaría el cabello a esa hora, pero sí en la mañana.
Guille salió de la ducha sintiéndose más tranquilo y relajado, y por pedido de Leo se recostó mientras este ocupaba su lugar en la ducha. En un principio Guille se sintió incómodo allí, en una extraña habitación improvisada, en un colchón sobre el suelo, pero también se sentía menos solo. Pese a que en su casa compartía habitación con Pablo, Ana y Lolo, a veces podía sentirse muy solo por no ser del todo comprendido por ellos, aun con todos los esfuerzos que hacía Ana por ser una agradable compañía.
Cuando Leo salió del baño ya vestido pero con su cabello recogido, sonrió al ver que Guille se había quedado dormido. Con un suspiro se acomodó con cuidado a su lado evitando despertarlo, y le dio la espalda para poder descansar.
En la mañana, cuando Guille abrió los ojos algo desorientado, pues no sabía dónde estaba, suspiró al oír en la cocina el tarareo de Leo. Por un momento había olvidado que se quedó a pasar la noche allí. Se desperezó con un bostezo y luego de meditar qué tan buena opción era levantarse o no, se puso de pie para poder ir primero al baño.
—Buen día —le dijo con un bostezo a Leo.
—¡Eh, mi gurisito! Mirá lo que te estoy preparando —dijo con una sonrisa al enseñarle la masa bajo sus manos—. Unas ricas tortafritas con unos buenos amarguitos.
Guille solo sonrió como respuesta y fue primero a higienizarse antes de ir hacia la mesa de la cocina. Cuando regresó junto a su amigo primero observó en qué podía ayudar, pero no había mucho por hacer allí. Leo ya había hecho la masa, armado las porciones y las fritaba en grasa sorbiendo un mate.
—Perdón, debí levantarme antes para ayudarte —fue lo primero que dijo Guille.
—A partir de hoy te prohíbo pedirme disculpas por todo —dijo Leo con sus cejas alzadas.
—Es que...
—Ch, ch, sin excusas —se rió y sirvió agua caliente en el mate para poder extenderle a su amigo—. Conmigo no tenés que disculparte por existir, acá en esta casa solo somos Guille y Leo.
Guille se encogió de hombros y sorbió el mate con cuidado. Seguía algo cansado, pues no habían dormido suficientes horas, y aún así no podía evitar preguntarse por Nora. Se preguntó si seguiría dormida abrazando a la almohada, como siempre hacía, o tal vez abrazando a su novia Marcela. Pensar en Marcela lo llevó a pensar que habían pasado la noche juntas, y aunque quiso evitarlo la imagen de ambas abrazadas y desnudas atravesó sus pensamientos, y sintió una fuerte presión en el pecho. Apretó los labios al sentir ese malestar que llegaba hasta su garganta, porque sabía muy bien qué era, pero estaba asustado.
—Debe haberlo pasado bien con Marce... —murmuró.
—¿Qué?
Guille sintió su rostro arder al percatarse de que había pensado en voz alta. Abrió sus ojos y gesticuló con sus labios sin que saliera palabra alguna, pues no sabía qué decir.
—Solo... pensaba en Nora, debe estar con su novia —explicó y devolvió el mate—. Marcela vive sola así que Nori siempre es bienvenida ahí.
—Uhm, sí, si está con su novia entonces está bien —dijo Leo con una sonrisa mientras sacaba las tortafritas del fuego para que se escurrieran en una bandeja con papel—. No sabía que estaba en una banda.
—Sí, las «Cerdas gritonas», es una banda punk con solo mujeres, Marce es la guitarrista —explicó Guille con una sonrisa—. Hacen covers pero también tienen sus propias canciones, y tienen un gran público que las sigue a todas partes. Yo creo que si siguen así Nori va a terminar firmando autógrafos muy pronto.
—Qué interesante, me gustaría escucharlas en algún momento —sonrió ampliamente y se sentó a la mesa para continuar cebando mate.
—No sabía que te gustaba el punk.
—Me gusta la música así que soy abierto a escuchar distintos géneros —sorbió el mate y preparó otro para Guille, con una sonrisa—. Cuca está en una banda de rock, es baterista. A veces los voy a ver tocar.
—Capaz oyó hablar de la banda de Nora, sé que son conocidas en el ambiente underground.
—Le voy a preguntar —dijo y tomó una tortafrita para saborearla.
Guille mordisqueó también una de esas tortafritas en completo silencio, con la música que sonaba en la radio. Miró los azulejos color crema con diseños de flores café allí en la pequeña cocina, la mesada de mármol gris que acompañaba a los muebles de cocina marrón oscuro. Le pareció que eran colores tristes, se imaginó en su propia casa cambiando los colores para que fueran alegres y no tan deprimentes.
—¿Alguna vez te enamoraste, Leo? —le preguntó con curiosidad y sorbió su mate con fuerza.
—¡Ooatatá! ¿Se me encajetó el gurisito? ¿Hay una guaina por ahí? —dijo Leo con una sonrisa pícara.
—No, no, solo era curiosidad —se encogió de hombros sintiendo su rostro arder—. Yo aunque tuve novia no estuve enamorao, solo nos gustábamos mucho, po.
Leo preparó un nuevo mate mientras hacía un largo sonido pensativo. Al hacerlo juntaba sus labios en un gesto gracioso que hizo sonreír a Guille.
—Tal vez, no sé —dijo Leo y sorbió su mate—. A tu edad creí enamorarme un par de veces, pero creo que solo eran enamoramientos del momento y no amor real.
—¿No es lo mismo?
—No si tomo como referencia a mis viejos —dijo con una sonrisa—. Llevan casi treinta años de casados y deberías ver cómo se miran, Guille. Se miran como si no existiera otra persona en el mundo, y yo creo que eso es amor real. Lo que yo sentí lo superé tan rápido que no podría serlo jamás. Ni siquiera sé si quiero enamorarme alguna vez.
—Yo sí quiero, pero me da miedo —Guille lo pronunció con tanta tristeza que Leo se percató que había más allí—. ¿Vos por qué no quieres, po?
—No me gusta la idea de estar encadenado a alguien, a una casa, una sola persona. No me imagino despertar cada día con una misma persona, o coger con la misma persona siempre, sería como una prisión —Leo torció sus labios en un gesto asqueado—. A mí me gusta ser libre, viajar, estar en la naturaleza. Quiero recorrer el país y conocer cada punta de mi bella Argentina, quiero recorrer Latinoamérica como mochilero. Tener pareja o enamorarme no está entre mis prioridades ni ahora ni a futuro.
—Yo perdí a mis papás y no tengo hermanos, y aunque mis tíos son buenos no me siento cómodo ahí —suspiró Guille—. Enamorarme y formar mi propia familia es un gran sueño para mí, casarme y tener hijos, un buen trabajo y eso. ¿Soy muy básico, debería soñar más alto?
—No, Guille, si son tus sueños entonces encajale, tal vez en el camino encuentres otras cosas que te gusten.
Guille sonrió con ánimo y Leo respondió la sonrisa. Para él, el muchacho era demasiado bueno e inocente, y esperaba poder ser de ayuda para guiarlo correctamente.
Guillermo tenía un nombre en su cabeza, en los pensamientos, lo había tenido por muchos años y se había obligado a fingir que esos sentimientos no eran reales. Tenía miedo, estaba realmente aterrado, pero se imaginó un futuro en donde ese nombre fuera real y estuviera a su lado. Un futuro juntos.
Sonrió con ternura, aunque aún no quería decirlo en voz alta ni tampoco a su buen amigo.
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