Capítulo N° 39
Durante la cena, Pablo miró a sus dos hermanos mayores que discutían entre sí. Miró a Lolo que tomaba la mano de su novia bajo la mesa para entrelazar los dedos. Miró a Ana, que resoplaba porque sus hermanos mayores no se comportaban en presencia de su cuñada. Y miró, especialmente, a sus padres cansados.
—Voy a mudarme solo —dijo de repente, dejando los cubiertos en la mesa.
—¿Qué dijiste, hijo? —preguntó Esther.
—Que me voy a mudar solo —resopló—. Tengo veintidós años y quiero tener mi privacidad.
—Entiendo, es difícil vivir solo, pagar el alquiler y las cuentas —agregó Tito, algo pensativo—. ¿Ya viste algún lugar?
—Sí, mañana voy a ir a ver el departamento, no es cerca de acá pero se llega fácil. Además para ustedes es una boca menos que alimentar.
—Ay, hijo, eso es lo de menos —suspiró Esther—. ¿Va a ir Claudia con vos?
—No creo que quiera, me parece que es pronto.
—Están hace tres años, eso no es poco —se burló Lolo.
Pablo no dijo nada más, pero en la mesa comenzaron nuevas charlas y planes a partir de lo que él dijo. Ana incluso comenzó a pensar en la posibilidad de mudarse sola también, eso le dejaría a Lolo la habitación para él solo y podría tener más comodidad cuando su novia se quedara a dormir.
Él había estado buscando departamento hacía semanas, no quería irse tan lejos porque quería estar cerca de su familia. Estaba entusiasmado por ir a ver el departamento al día siguiente, y conciliar el sueño esa noche fue todo un reto.
Por la tarde, luego de trabajar, visitó el lugar en compañía del personal de inmobiliaria. Era un departamento sencillo, con una cocina pequeña con living-comedor que tenía vista al balcón, que sí era amplio y espacioso, donde ya había planeado colocar una mesa y sillas. Solo tenía una habitación, pero para él eso era más que suficiente.
Guille y su padre fueron los garantes para que pudiera firmar el contrato. Aún no se lo había contado a Clap, quería que fuera una sorpresa, porque aunque ella jamás decía nada él sabía bien que a veces se sentía incómoda en la casa de sus padres. Para tener relaciones sexuales siempre iban a hoteles, y las veces que ella se quedaba a dormir con él debían compartir habitación con Ana y Lolo.
—Supongo que le va a gustar la idea —murmuró con la llave del departamento en la mano.
Tenía auto propio, se lo había comprado a su hermano mayor que cambió de auto. Casi todos sus muebles debían ser comprados desde cero, pues él no tenía ninguno. Algunos objetos le serían regalados por sus padres, pero quería comprar otros en compañía de Clap.
Acababa de salir del edificio con el auto cuando vio a dos cuadras, donde trabajaba Andrea, a ella abrazada a otro hombre en la vereda del local. Abrió los ojos con sorpresa y frenó de golpe, lo que trajo consigo el sonido de bocinas de otros autos y muchos insultos. El hombre parecía hacerle cosquillas y ella se reía, aferrada a él.
—Ay, Guille —murmuró.
Reanudó el viaje con la mandíbula trabada, pensando que él merecía mucho más. Guille se rompía la espalda trabajando para darle una buena vida a su esposa e hija, era amable y compañero.
Tenía que ir a buscar a Clap a la estación de trenes, pero ya estaba de mal humor. Trató de relajarse en el camino para no arruinar la sorpresa a su novia.
Todo su mal humor desapareció al ver la enorme sonrisa de Clap, que sacudía su brazo en el aire con efusión. Su cabello, teñido de rojo brillante, danzaba en el aire ante el viento de invierno. La sonrisa en ella aumentó incluso más cuando se subió al asiento del acompañante y él la recibió con un profundo beso.
—Te tengo una sorpresa —le dijo él y le acarició el pómulo con el pulgar.
—¿Una sorpresa? ¡Decime, decime!
—Si te digo no es sorpresa —se rió.
Encendió el auto para poder regresar al edificio, aunque esquivó la calle donde estaba el local de ropa donde Andrea trabajaba. Durante el camino oyó a Clap hablar sobre sus clases, las quejas sobre sus profesores o lo difícil que eran algunas materias. Sin embargo, pese a sus quejas, Clap disfrutaba mucho su carrera y a Pablo le encantaba ver sus ojos iluminados cada vez que hablaba de todo ello.
Estacionó en el espacio que era de él en el edificio, pues ya era oficialmente un inquilino. Clap miraba todo con confusión pero lo tomó de la mano cuando subieron por el ascensor, llenándolo de preguntas al respecto. Más sorprendida y confundida estuvo cuando él abrió la puerta de un departamento y la hizo entrar en ese lugar vacío.
—Pensé que estábamos visitando a algún amigo tuyo —dijo ella al mirar hacia todas partes, y su voz se oyó como un eco.
—No, quería mostrarte mi departamento —dijo Pablo con una sonrisa—. Tengo que comprarme muebles y eso, pero quiero que me ayudes. Quiero que participes en todo eso, porque quiero que te sientas cómoda.
—¿Esto era lo que estabas escondiendo? —Lo miró fijo y le dio un golpe en el pecho al reírse—. ¡Creí que me estabas cagando con otra mina!
—¿Cómo te voy a cagar, tarada? —se rió—. Sos el amor de mi vida. ¿Y, qué te parece?
Clap comenzó a recorrer todo el lugar. La cocina era estrecha pero se compensaba con el living comedor más amplio. La habitación tenía el espacio justo, el baño contaba con una bañera, pero lo que más le gustó fue el balcón. Era grande, como un pequeño patio.
—¡Está hermoso! —dijo con alegría y giró para verlo—. Supongo que ya no más telos ni ronquidos de tu hermano, ¿eh?
—No más telos ni ronquidos de mis hermanos, ni sus peleas, ni nada —asintió y la tomó de la cintura para acercarla más hacia él—. En unos días ya me mudo, mis viejos me van a ayudar con algunos muebles y eso, pero quería preguntarte algo…
—En casa tenemos algunos muebles que no usamos, le voy a preguntar a mamá. Hay una mesa re linda que se vería bien acá.
Pablo sonrió al verla tan entusiasmada.
—Tal vez sea pronto, pero… ¿te gustaría vivir conmigo? —se mordió los labios al encogerse de hombros, con timidez—. ¡Si no querés no hay problema! Podés venir los findes, pero me gustaría mucho que vinieras conmigo.
Clap cambió las expresiones de su rostro de alegría a preocupación. Sus hombros bajaron un poco y corrió la mirada hacia otra parte.
—Yo estoy en la universidad, esa es mi prioridad. Trabajo de vez en cuando si Guille o Nora necesitan niñera. No podría ayudar con los gastos, y no estaría casi nunca por la facu…
—No te pedí plata, te pregunté si querés vivir conmigo —dijo y volvió a acercarla un poco más. Apoyó la mano con delicadeza en el mentón de Clap para instarla a mirarlo—. ¿Querés vivir conmigo, amor?
Ella suspiró.
—Me gustaría mucho, en verdad, bombón, pero… mantener un departamento es mucha plata y yo no pue…
—Podés estudiar —interrumpió—. Ir a la universidad, llegar tarde, salir con tus amigas todo lo que quieras, pero luego volver a casa. A casa, Claudia, nuestra casa. Y yo te esperaría con todo listo.
—Bombón…
—Te amo, Medusita. No te pido que te cases conmigo, sé que no creés en eso, pero me gustaría despertar a tu lado, o ver tu cara en cada cena —sonrió con entusiasmo—. No te estoy pidiendo plata, yo voy a pagar el alquiler igual, vengas conmigo o no. Podemos hacer las compras juntos cada fin de semana, y la plata que ganas va a ser para tus cosas, tu ropa, tus gustos. ¿Sí? Pensalo.
Clap sonrió por lo bajo, pues la idea de vivir con él era hermosa. Solo imaginar despertar a su lado, o tener que dejar de pagar hoteles para tener sexo, le parecía maravilloso. Solo tenía miedo de que él la mantuviera, de que la presión fuera demasiada y eso terminara por romper su relación.
—Lo voy a pensar pero no prometo nada. ¿Está bien? —dijo con una sonrisa.
Pablo la tomó del rostro para besarla con cariño, luego la abrazó, hundiendo su nariz en el cuello de Clap. Inspiró su aroma, siempre olía a duraznos por las cremas que usaba, y él amaba ese aroma. Cada vez que veía duraznos o sentía su olor dulce se acordaba de ella.
—Lo único que tengo es esto, así que espero no te moleste tomar unos mates en el piso —dijo él con una risita al mostrarle el equipo de mate ya listo.
—Uff, este piso se ve muy cómodo para tomar unos matecitos.
Tomaron mate allí sentados en el suelo limpio del comedor, con la espalda apoyada en la pared. Clap le decía dónde quedarían mejor los muebles, y ofreció un par de cuadros para las paredes, que había pintado ella.
—Te hice algo —dijo Clap con una sonrisa al tomar de su bolsillo un pequeño paquete—. Una tontería.
Pablo rompió el papel para encontrar un collar y una pulsera hechos con hilo encerado y mostacillas. Con una gran sonrisa se puso al instante la pulsera y el collar, pasando el dedo por el hilo.
—No me lo voy a sacar nunca —susurró contra sus labios.
Hablaron del departamento, de trabajo y también de sus familias, pero luego de unos minutos de conversación él se quedó en silencio mirando el techo blanco. Dio un largo suspiro porque no podía quitarse de la cabeza la imagen de Andrea abrazada a otro hombre.
—¿Pasa algo, bomboncito? —preguntó Clap con preocupación.
—El local donde trabaja Andy está acá cerca —suspiró—. La vi abrazada a un tipo en la vereda del local.
—Bueno, puede ser un amigo, ¿no?
—No lo sé, se veían… algo acaramelados —murmuró y la miró de reojo—. No sé si decirle a Guille, él es ciego y sordo en todo lo que se refiere a ella.
—Bueno, si solo es un abrazo para mí no deberías decirle, pero ya que es acá cerca fijate si vuelve a pasar o si hay algo más, y si lo hay entonces sí, deberías decírselo.
—¿Y si le decís vos?
—Me va a mandar a la mierda, ¿no te acordás cómo se puso hace unos años?
Pablo dejó ir un largo suspiro.
—Me va a partir la cara.
—Guille se cortaría la mano antes de pegarle a alguien, como mucho te va a echar de la casa —se rió Clap y sorbió la bombilla de su mate—. Andrea no me cae nada bien, no siento que sea buena con él. Guille ya no puede salir a jugar al fútbol con sus amigos, así que ya no tiene amigos. Ni siquiera puede hacer ejercicio.
—Tampoco me gusta pero bueno, si él quiere seguir con ella qué le vamos a hacer.
Luego de tomar esos mates juntos salieron a cenar a un restaurante cercano y, como en otras ocasiones, luego terminaron en un hotel. Ambos estaban ansiosos por ya tener el departamento amueblado para poder estar horas abrazados, y no tener que apresurarse por el tiempo del hotel.
Con el paso de los días Pablo fue llevando sus cajas de pertenencias al lugar, junto a algunos muebles que le fueron donados por su hermano mayor y su suegra. Incluso Guille le había dado alguna que otra cosa, como platos y vasos –pues siempre compraba varios–. Junto con Clap visitaron algunas mueblerías para comprar una cama de dos plazas junto al colchón, y también sábanas y mantas para el frío.
Clap había aceptado vivir con él, en gran parte por la insistencia de su madre para que fuera independiente. Ella tenía miedo a la rutina, a los gastos que conllevaba vivir solos, pero confiaba plenamente en Pablo. Sabía que él no permitiría que le faltara nada jamás.
Con la casa más o menos habitable, Pablo fue el primero en mudarse allí, mientras que Clap iba de vez en cuando luego de la universidad. Los días en que ella iba a quedarse él salía a hacer las compras cuando volvía de la fábrica.
Estaba comprando para preparar la cena. No era un cocinero muy bueno pero se esforzaba en recibirla con una comida lista y calentita. Al salir del supermercado con las bolsas en mano balanceó las llaves entre sus dedos, y aunque trataba de evitar la calle donde estaba el local de Andrea para no meterse en problemas, decidió pasar a ver. Faltaba poco para que el local cerrara y ella tuviera que regresar a casa y, como antes, vio a ese hombre muy pegado a ella. Le hacía caricias en el rostro e incluso lo vio besar el cuello de Andrea. Si primer impulso fue cruzar la calle y partirle la cara a puñetazos al tipo, luego insultarla a ella, sin embargo dejó ir un largo suspiro y fue directo hacia el departamento. Tenía que preparar la cena para Clap, que llegaba cansada de la universidad.
—Se lo voy a decir a Guille cuando lo vea —murmuró para sí mismo.
En el departamento siguió al pie de la letra la receta que su madre anotó para él. Esther le había preparado un cuaderno lleno de recetas para que su hijo no muriera de hambre ni viviera de delivery. Se sorprendió al comprobar que la salsa le había quedado muy bien, no igual al de su madre pero si bastante sabrosa.
Y cuando apagó el fuego, con todo listo, fue a buscar a Clap a la estación. Se bajó del auto enseguida al ver que ella no sonreía, ni balanceaba su brazo en el aire con alegría. Clap se veía triste y sus mejillas estaban manchadas de negro por el delineador y máscara de pestañas corrido. Clap, al verlo, no dudó en correr hacia él para hundirse en su pecho.
—Está bien, mi amor, está bien —dijo él al aferrarla.
—Me fue horrible, ya sé que desaprobé —sollozó ella aferrada al pecho de Pablo—. Mi mente se puso en blanco, no recordaba nada.
—Vamos a casa a cenar, ya está todo listo —dijo y besó el cabello rojo intenso—. Seguro te fue increíble, y si no fue así va a ir mejor en la próxima. Vas a ver, amor. Si sos un bocho, mi pequeña nerd.
Clap le dio un golpe con una risita y se alejó para poder secarse las lágrimas.
Pablo había planeado contarle lo que vio, pero ella ya estaba lo suficiente preocupada por su examen como para darle más cosas de las qué preocuparse. Por eso al llegar al departamento le sirvió la cena con mucho queso rallado como a ella le gustaba, descorchó un vino y sirvió en dos copas. Luego la oyó por horas, todo el tiempo que fuera necesario hasta que Clap se sintió mejor.
Dormir abrazados era la mejor parte de vivir juntos, y como ella aún estaba sensible la aferró incluso más esa noche.
—Perdón —sollozó ella nuevamente—. No estoy de ánimo para hacerlo hoy.
—Preciosa, no hay problema. No tenía pensado hacer nada —dijo y depositó un beso en su frente—. Quiero que te relajes y descanses bien, te esforzaste mucho. Descansá, mi amor.
Clap se hundió un poco más en el pecho de Pablo, quien la envolvió en sus brazos y le hacía suaves caricias para reconfortarla.
~ • ~
Al siguiente día Pablo dejó a Clap en lo de su madre, pues ella quería ir a visitar a sus hermanos. Él aprovechó para ir a ver a Guille. Estaba nervioso porque no estaba seguro de cómo podría reaccionar su primo cuando le dijera lo de Andrea. Sus manos sudaban un poco, especialmente cuando Guille le abrió la puerta junto con Melanie.
—¡Tío! —chilló ella y se lanzó para abrazarlo.
Pablo la alzó en sus brazos y le llenó de besos las mejillas regordetas.
—¡Hola, mi reina! ¿Cómo te está yendo en el jardín? —le preguntó mientras entraban juntos a la casa.
Melanie tenía tres años, y aunque hablaba a veces se trababa al explicarse o inventaba palabras en el proceso. A Pablo le divertía mucho escucharla contar anécdotas del jardín, mientras adivinaba qué significaba cada cosa.
Se sentó a tomar mate con la pequeña en su regazo, que hacía dibujos para su adorado tío.
—¿Cómo va la convivencia? —preguntó Guille con una sonrisa mientras servía agua caliente en el mate, para poder extenderselo a su primo.
—Maravillosa, pensé que iba a ser mucho más complicado pero la verdad re bien. Nos llevamos bien, hacemos un buen equipo —dijo con una sonrisa y sorbió el mate con cuidado de no quemar a Melanie—. Pensé que iba a ser raro despertar junto a alguien cada día pero la verdad es hermoso.
Guille sonrió con entusiasmo.
—Me alegro mucho, po. ¿No discuten? A veces al vivir en pareja se complica porque cada uno tiene diferentes maneras de ser.
—Discutir, lo que decís discutir, no —devolvió el mate y le hizo una caricia a Melanie en la cabeza—. Si tenemos un problema o algo así solemos hacer apuestas. El que está equivocado compra algo para la casa, así que nuestras peleas se convierten en inversiones para la casa.
—¿Y quién va perdiendo más plata? —preguntó Guille con una risita mientras se servía un mate para él.
—Yo —se rió Pablo—. No sé si es que las mujeres siempre tienen razón o qué, pero siempre termino perdiendo yo. Aunque la vez pasada Clau tuvo que comprar las tazas para las visitas, una vez me tenía que tocar ganar a mí.
Como Melanie estaba inquieta Pablo la bajó al suelo, ella quería ir a ver sus dibujos animados al sillón por lo que Guille fue a ponerlo en la televisión. Cuando regresó bajó el volumen de la radio en la cocina para estar atento a los ruidos, por las dudas.
—Me alegra mucho que estés bien —dijo Guille con una sonrisa y sorbió su mate—. A veces la convivencia es complicada, pero me hace feliz que estén bien.
—Bueno, vos estás hace cuatro años conviviendo con Andrea —comenzó a decir y aclaró su garganta—. ¿Qué tal va eso, tuvieron algún problema últimamente?
—¿Problema? —Guille lo miró con confusión y le pasó un mate—. No. Bah, los de siempre, pero algo nuevo no.
«Los de siempre, ¿eh?» pensó Pablo mientras miraba la yerba húmeda en su mate. Lo de siempre eran gritos por parte de Andrea, celos y prohibiciones. Dejó ir un largo suspiro.
—¿No pasó nada más?
Guille dirigió su mirada hacia él y entrecerró los ojos con desconfianza.
—¿Qué pasa, Pablo? Con Andy estamos bien, aunque me gustaría poder estudiar. Ya sabés, lo de siempre.
Pablo apretó los labios y sorbió su mate en silencio, dudando si contarle o no. Dejó ir un largo suspiro cuando devolvió el mate.
—El depa está cerca del trabajo de Andy —comenzó a decir y aclaró su garganta—. La cosa es que a veces cuando paso la veo, y… se veía muy acaramelada con un tipo.
—¿Acaramelada? ¿Acaramelada cómo?
—Abrazada a un tipo…
Guille se rió.
—Un abrazo no es nada, por un momento me asustaste. Sé que en el trabajo son todos muy unidos entre los compañeros, son como una familia —dijo con una sonrisa.
Pablo torció los labios e inspiró fuerte.
—¿Y cuántas familias se besan el cuello? —dijo al exhalar todo el aire en sus pulmones.
—¿Beso en el cuello? —preguntó con sorpresa—. ¿Andy… besaba el cuello de un tipo?
—El tipo a ella.
Guille se quedó en silencio por un instante y se refregó el cabello con nervios, porque hacía un par de semanas que no tenían sexo. No estaban discutiendo por eso hacía bastante tiempo. Comenzó a sentir su corazón latir más rápido, incluso una bola de angustia ante la posibilidad de que su esposa estuviera engañándolo.
—¿Estás seguro? Tal vez viste mal.
—Primo —Pablo alzó una ceja—. Está bien que seas medio chicato, pero tampoco seas tan ciego.
—¡Pudiste haber visto mal! Capaz era una compañera y no ella, o no sé… solo no era ella.
Pablo comenzó a ponerse de mal humor mientras más excusas oía en su primo. Frunció el ceño con molestia.
—¡Por Dios, Guille! ¡No podés ser tan ciego! ¿Por qué no vas un día a buscarla y lo ves vos mismo?
—Estás equivocado.
—¿Sabés qué? Sos un flor de pelotudo. Pensá lo que quieras. Te lo dije porque sos mi hermano y te quiero —dijo con molestia y se puso de pie—. Pero si te gusta sufrir, cosa tuya. Tengo que ir a buscar a Clau, nos vemos.
Ninguno de los dos deseaba discutir, así que ninguno agregó nada más. Pablo se fue luego de despedirse de Melanie y Guille se quedó mirando su mate.
—Ella no puede… —murmuró, observando la yerba húmeda.
Esa noche Guille se sirvió vino de la damajuana que había comprado, mientras preparaba la cena. No conseguía dejar de pensar en lo que dijo su primo, o en la idea de Andrea engañándolo. Pensó preguntárselo a ella, se quitaría las dudas al preguntarle, porque la sola idea de que le estuviera siendo infiel dolía mucho.
Sirvió la comida en tres platos y sentó a Melanie para cenar, mientras la esperaban. Andrea siempre llegaba para la cena, pero esa noche llegó un poco más tarde y eso no ayudó a disminuir los miedos en él. Guille cenó con Melanie y luego la recostó a dormir, y cuando la puerta de entrada se abrió él ya había tomado otro vaso de vino por los nervios.
—Hola, amor —dijo Andrea al entrar en la cocina con una sonrisa, y le dio un beso en los labios—. ¿Mely?
—Dormida. Es casi medianoche, ¿dónde estabas? —preguntó con el ceño fruncido.
—Me tocó hacer cierre de caja y faltaba plata, tuve que poner de lo mío para que mi jefe no lo descubra —dijo con un suspiro—. ¿Qué hay para cenar?
—Arroz con pollo —La miró fijo y luego hacia el cuello, sin poder olvidar lo que dijo Pablo—. ¿Por qué no me llamaste así iba a buscarte? En vez de viajar tan tarde.
—No quería que salieras con Mely de noche. Estoy bien —dijo con una risita y comenzó a calentar la comida.
La miró con atención y bebió todo el contenido de su vaso. Había bebido ya unos cuantos, pero sintió que necesitaba un vaso más. Se sirvió otro poco porque tenía miedo de hacer la pregunta. Tenía una sensación de vacío en su pecho horrible, mucha angustia, odio y una mezcla de otras emociones que no sabía reconocer. Lo único de lo que estaba seguro es que si no se terminaba ese nuevo vaso de vino, se largaría a llorar frente a ella al preguntarle.
Esperó a que ella finalizara su comida mientras hablaba de su día. Él lavó el plato con miedo de darse la vuelta para verla. Le costaba respirar, y también estaba algo mareado por el alcohol. No estaba seguro de cuántos vasos había bebido.
—Andy… —dijo y se dio la vuelta para verla. Ella se estaba sirviendo un poco de vino—. ¿Me estás engañando?
Andrea alzó la mirada para verlo con sorpresa, luego frunció el ceño.
—¿Por qué preguntás semejante pelotudez? ¿De dónde sacaste esa idea? Ya te dije que tuve que hacer cierre de caja —se quejó—. ¿Ahora si llego un poco más tarde es porque te estoy engañando? ¿Y qué hay de cuando vos tardás? ¿Qué hay de cuando metiste a la otra estúpida cuando yo no estaba? ¿Eh?
—No, solo… —se refregó la sien y dejó ir un suspiro cargado de tristeza—. Te amo, Andy, pero si estás con otro yo… yo no sé si puedo soportarlo. ¿Estás teniendo una aventura?
—¡No soy una puta! ¡¿De qué me estás tratando?!
—No dije que seas una puta, Andy.
—¡¿De dónde sacaste esa idea?! —chilló—. ¡¿No será que tenés el culo sucio y por eso creés que yo lo hago?! ¡¿Qué estás haciendo vos qué creés que yo sí?!
—Alguien te vio con un tipo, solo… decime la verdad, por favor.
—¡¿Y quién fue?! ¡¿Quién carajo te llena la cabeza con pelotudeces?!
—No te voy a decir quién fue —se quejó Guille con el ceño fruncido—. Solo decime si es verdad o no.
—¿Por qué siempre creés que hago algo malo? Siempre buscás una excusa —gruñó Andrea—. ¿Querés dejarme y por eso te inventaste esta pelotudez?
—¿Qué? ¡No! Pero… me dijeron…
—¡Le creés a cualquiera antes que a tu esposa! —gritó—. ¿Estás seguro de que alguien me vio con un tipo? ¿No te mintieron a propósito? ¿Por qué no dudaste primero de eso en vez de mí?
Guille se dejó caer al suelo poco a poco, arrastrando su espalda por el bajo mesada. Se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar. Se sentía tan pequeño en ese momento.
—¡Claro, y ahora llorás, qué conveniente! ¡Nunca se puede hablar con vos porque siempre llorás! ¡Me harta que siempre llores por todo, por Dios, sos un hombre no una minita! —gritó—. ¡Debería ser verdad, debería irme con un tipo de verdad en vez de quedarme con semejante maricón que encima no confía en mí!
—Perdón —sollozó al refregarse las lágrimas—, te amo tanto, Andy. Tenemos una hija juntos, tres añitos tiene Melanie —Alzó la mirada para verla, con un gimoteo—. Te amo, no me dejes, no te vayas con otro.
—Dios, sos un inútil y encima un maricón —gruñó.
Andrea se alejó mascullando insultos, y Guille se quedó allí en el suelo aún llorando. Intentaba secarse las lágrimas y respirar mejor, pero cada vez que lo hacía otra lágrima reemplazaba a la anterior y un gimoteo le robaba el aliento. Le tomó mucho tiempo recuperar la compostura y respirar bien. Pensó, nuevamente, que tal vez Pablo se equivocó, que tal vez vio a otra persona.
Decidió darse un baño para poder relajarse un poco más, y luego de colocarse el pijama fue a la habitación, donde Andrea leía una revista de moda en la cama.
—¿Ya se te pasó la locura? —siseó ella y dio vuelta una página—. ¿Ya sos un hombre otra vez? Porque no me gustan maricones.
—Perdón… —susurró Guille al acostarse a su lado bajo las sábanas y frazadas.
—«Perdón, perdón, perdón», es lo único que sabés decir. ¿Sabés qué? Hoy no te perdono. Buenas noches.
Guille se recostó de espaldas a ella y resistió el deseo de llorar. La angustia le desgarraba la garganta y parpadeó varias veces para controlar sus propias emociones.
—¿Ya no me amás? —preguntó en un susurro luego de largos minutos en silencio, donde solo se oía el pasar de hojas de esa revista.
—¡Dios, Guille! —resopló y arrojó la revista lejos—. ¡¿Podés ser un hombre?!
—Te hice una pregunta…
—Me estás hartando, Guille. Estoy empezando a pensar seriamente la idea de irme con un tipo.
Guille apretó los labios y cerró los ojos al hacerse más pequeño bajo las sábanas. Comenzó a sentirse poco atractivo, poco sexy, poco útil.
«Capaz sí está con otro, seguro es más sexy, más lindo. Yo no sirvo para nada, no puedo ni complacerla. ¿Por qué querría estar conmigo?» se dijo muchas veces en la mente.
La luz del velador de Andrea se apagó, y unos instantes después sintió los senos de ella en su espalda, los brazos que lo envolvían al abrazarlo de la cintura, y también su suave aliento en la nuca.
—¿Estás dormido? —susurró ella contra su nuca.
—No. No puedo dormir —dijo con tristeza.
—Guille…
—Está bien, Andy. Sé que no sirvo para nada, que soy un esposo de mierda. Solo… solo no me dejes, ¿sí?
Sintió su suspiro en la nuca y sus dedos que le acariciaban el pecho.
—Sos el tipo más sexy que existe, Guille. ¿En verdad creés que podría haber alguien mejor?
—No lo sé, capaz. Siempre decís que soy un inútil, si alguien es más útil ya me gana en todo.
—Te amo, Guille. Vamos a cumplir cuatro años juntos, cuatro. ¿Podés por favor confiar en mí?
Guille posó su mano sobre la de ella, allí en su pecho, para poder entrelazar los dedos. Inspiró hondo y dejó ir todo el aire hasta relajar la tensión de sus músculos, aunque la angustia aún seguía en su pecho.
—Confío en vos.
—Entonces listo, dejamos esto acá y asunto olvidado. Vamos a dormir, Guille. Mañana podemos salir a pasear a donde vos quieras.
Guille volteó en la cama para verla. La luz de la luna entraba por las rendijas de la persiana, apenas si llegaba a distinguir algunos rasgos de Andrea. Miró sus ojos grandes y miel, tan hermosos, y posó su mano en la mejilla de ella para hacerle una caricia.
—Te amo mucho, Andy.
Aún se sentía triste, aún sentía esa presión en su pecho por la angustia. Se sentía insuficiente, feo y poco sexy, un completo inútil, pero estaba dispuesto a ser mejor para que ella se quedara a su lado. Aunque los miedos, la angustia y la incertidumbre seguían allí, en su pecho.
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