Capítulo N° 36

El cumpleaños número veinte de Nora fue algo muy íntimo, debido a su reciente maternidad. Ese día había asistido solo Clap con Pablo, Nacho y Guille junto a Andrea y Melanie. Ninguno se quedó mucho tiempo, solo cenaron con ella por ser martes, cortaron una torta y cada uno regresó a su casa, para dejarla descansar con su bebé.

Guille le había regalado el libro de Persuasión, de Jane Austen, que Nora llevaba mucho tiempo queriendo.

Ahora Guille se encontraba trabajando muy duro para poder juntar dinero para las fiestas, que estaban próximas. Quería comprarle un buen regalo a su hija y también a su precioso ahijado.

A veces en el trabajo pensaba quedarse hasta más tarde, como su suegro, pero lo retenía la idea de estar alejado tanto tiempo de Melanie. Sin embargo, aunque odiaba su trabajo, era un momento de paz que no tenía en su casa. Podía tomar cerveza con sus cuñados y distraerse, a sabiendas de que al llegar a casa vería luego a Andrea, y comenzarían las peleas.

Otras veces ese pensamiento lo entristecía, porque le parecía horrible querer estar más tiempo lejos de su esposa que cerca. La amaba, estaba seguro de eso, pero sus celos constantes eran agotadores. El único motivo por el que seguía amándola era porque los fines de semana pasaban un hermoso momento como pareja, y también como familia.

Guille se había acostumbrado, luego de dos años con ella, a vivir de migajas de amor.

Cuando llegó a la casa lo primero que hizo fue darse un baño, abrió una lata de cerveza y la tomó con tranquilidad, porque estaba comenzando a hacer mucho calor. Solo luego de acabar su lata es que fue a buscar a Melanie a lo de sus tíos. Fue con el auto para poder llevarla al parque.

Le gustaba sentarse en la hamaca con ella y balancearse juntos, Melanie siempre se reía al hacerlo. Luego se subían juntos al tobogán, porque aún le daba miedo bajar sola.

—¡Mia-miau! —dijo Melanie con una sonrisa al señalar un gatito.

—¿Viste qué lindo gatito?

Guille se quedó pensando que no tenían mascotas, y que tal vez a Melanie le haría bien algún perrito o gatito. Ella solo jugaba con su papá, porque no había niños con quien jugar y Alejandro apenas tenía dos meses y un par de días.

Iba a hablarle al respecto a Andrea, aunque no estaba seguro de si estaría de acuerdo. En especial porque llevaban dos meses sin tener relaciones sexuales, y eso a ella la ponía mucho más celosa y toda conversación se convertía en una pelea.

Luego de jugar en la plaza volvieron a su hogar para poder merendar. Guille la bajó al suelo para que pudiera corretear con cuidado, ya que había cubierto todas las puntas peligrosas y atornillado los muebles a la pared, en caso de que ella quisiera treparlos. Con un año y medio estaba mucho más inquieta.

Le preparó magdalenas de zanahoria, eran sus preferidas, y también le dio leche en un vaso con piquito, pues ya no usaba mamadera. Él se preparó un café para acompañarla con una taza, ya que a Melanie le gustaba chocar los vasos en un brindis. Miraron dibujitos animados juntos, mientras que ella abrazaba su peluche sonajero de conejo, que le había regalado Pablo y era su favorito.

A veces la miraba con una sonrisa, sin poder creer que pudiera amar tanto a un ser tan pequeño. Y cada vez que ella lo llamaba «papá», su corazón se iluminaba mucho más.

—Te amo tanto, hija —le dijo y le dio un beso en la cabeza.

Como se había ensuciado mucho en la plaza y también con su merienda, fue a darle un baño. Melanie tenía una bañadera rosada que era solo de ella. Allí, luego de que él le lavaba el cuerpo y el cabello, ella chapoteaba entre risas.

Oyó la puerta de entrada, lo cual era extraño porque era demasiado temprano para que Andrea regresara del trabajo. Envolvió entonces a Melanie en una toalla y salió con ella para ir a ver.

—¿Amor? ¿Pasó algo?

—¿Qué, te sorprende verme, querías ocultar algo? —siseó ella.

—Solo preguntaba, estaba bañando a Mela…

Andrea se sacó los zapatos con molestia y los dejó acomodados a un lado, para luego sacarse su escotada blusa y su mini falda, y así quedar en ropa interior con su cuerpo bello de curvas abundantes.

Guille tragó en seco al verla, porque ella le gustaba mucho, el problema era la forma en que comenzaba a seducirlo. Pese a que él siempre le pedía ser quien iniciara todo.

—Entraron a robar al local, yo justo estaba en el depósito así que no presencié nada y me salvé de todo —suspiró Andrea y dirigió su mirada hacia él—. Le pegaron a mis compañeras. Como yo no vi nada no tuve que ser testigo, así que acá estoy. El local va a estar cerrado por un tiempo.

—Amor, qué mal —dijo al acercarse a ella y se sentó a su lado, con Melanie que luchaba por escaparse—. ¿Tus compañeras están bien?

—Una está en el hospital, pero está fuera de peligro. Las otras fue algo muy superficial. El problema es que vaciaron la caja y los estantes de ropa, tuve suerte de estar en el depósito —suspiró—. Por una semana voy a estar en casa, así que no necesitamos niñera para Mely.

Guille sonrió, le gustaba la idea de que las dos pasaran tiempo juntas, pero también le arruinaba todos los planes. Estaba acostumbrado a salir a pasear con su hija, o visitar amigos en las horas en que ella no estaba. A veces iba Clap con Pablo, otras veces iba Ana, y algunas que otras iba Lolo a tomar mate con él, que ya tenía diecisiete años. Con Andrea en casa no podría hacer nada de eso, porque era muy celosa y algo posesiva.

Dejó que Andrea cambiara a Melanie, y debido al calor solo estaría en pañal con un pantalón corto. Él aprovechó para comenzar a preparar la cena, mientras pensaba en su primo Lolo. Tenía la edad que él tuvo cuando Andrea quedó embarazada. Su primo más chico siempre se reía cuando Guille le decía que se cuidara, que era chico, que disfrutara de su adolescencia, en especial porque Lolo estaba de novio.

—Amor —dijo Guille mientras pisaba las papas para hacer puré—. ¿Te gustaría tener una mascota?

—No. Son muy sucias y llenan de pelo la casa, y pueden morder a Mely.

—Pero eso es si uno uno los cuida ni cría bien —dijo él con sorpresa.

—No vamos a tener una mascota, Guillermo.

Guille solo resopló, molesto. No podía ver a sus amigas, tampoco salir a jugar al fútbol con sus amigos. No podía entrenar porque le molestaba, y tampoco podía tener una mascota.

—Ya que vas a estar esta semana en casa puedo quedarme más horas con tu familia trabajando, así traigo más plata a casa —dijo, y eligió estratégicamente cada palabra.

—Está bien, yo cuido de esta preciosura.

Guille suspiró con alivio, mientras ponía el aceite a calentar para poder freír unas milanesas.

No tenía deseos de estar toda una semana tantas horas con ella, lleno de escenas de celos, gritos y platos rotos. Prefería quedarse con su suegro y cuñados, que aunque no los soportaba al menos lo trataban bien.

~ • ~

Cubriéndole los ojos con las manos, en medio de risitas, Leo fue guiando a Nora hacia el jardín. Ella le daba pequeños golpes por ser un gran tonto, pero cuando él quitó las manos, ella pudo ver alrededor de toda la casa un bello jardín de flores. Alelíes, dalias y gerberas había allí, con sus bellas formas y colores. También lavanda y verbenas en otro rincón, y un dulce aroma se podía sentir en el ambiente.

—Ahora tenés tu propia casa, tu jardincito y podés hornear pan cada vez que lo desees —dijo Leo y le dio un beso en la mejilla, con cariño.

—Gracias, Leo —Lo abrazó con fuerza—. ¿Cuándo hiciste esto?

—Esta mañana.

Nora le dirigió una sonrisa feliz, con sus ojos iluminados y esos bellos hoyuelos en sus mejillas. Y Leo la observó entera mientras le corría un mechón de cabello azul, porque Nora se veía muy hermosa allí frente a las flores que él había comprado y trasplantado para ella. Se veía deslumbrante con su vestido negro de verano y sus clásicas cadenas.

Entraron en la casa para poder merendar juntos, tomaron tereré y comieron uno de esos panes caseros que Nora amaba hacer. Y cuando el llanto de Alejandro se oyó, fue Leo en su búsqueda.

Desde que habían discutido tiempo atrás, a fines de octubre, no habían vuelto a discutir nunca más. Las veces que tenían desencuentros se tomaban cinco minutos para respirar y poder hablarse con normalidad, y así poder resolver los problemas sin herirse mutuamente.

Leo también solía llegar del trabajo con ramos de rosas, y Nora jamás había recibido ramos antes, por lo que amaba cada vez que él le compraba uno. Solía ponerlos en un jarrón con agua para que perfumara la casa. A veces en vez de rosas le llevaba fresias y claveles, y la sonrisa en ella siempre era la misma. Alegre y llena de vida.

Nora, poco a poco, iba recuperando su brillo. Ya no se encargaba sola del bebé, porque tenía un compañero al lado que le ayudaba. Recibía un buen trato y podía comprarse ropa a su gusto. Todo ese conjunto lograba que ella pudiera sentirse bonita, pese a que aún le desagradaba su cuerpo.

Luego de merendar, Leo comenzó a tocar un poco de chamamé en el bandoneón, bajo la sombra de los árboles en el patio. A veces salía Raquel con un gesto ofuscado por la música y él simplemente le mostraba el dedo de enmedio.

—Tomá, Leo. Te preparé algo fresquito —le dijo Nora con una sonrisa al extenderle un vaso.

—¡Buena! Un vinito —dijo él con una risita y dejó de tocar para poder darle un sorbo, estaba rebajado con gaseosa de naranja.

Mientras tomaba ese vino observó a Nora descolgar la ropa, con Ale en su bandolera allí en el pecho. Dejó el bandoneón en la silla y el vaso a un lado, para poder descolgar también y entrar la ropa juntos. La doblaron, porque no les gustaba planchar a ninguno de los dos, y las dejaron acomodadas sobre la mesa, para luego salir nuevamente al patio.

Leo volvió a tocar mientras que Nora amamantaba a Alejandro, y la miró con una sonrisa dulce porque ella le cantaba en voz baja y lo mecía con tanto amor.

Luego se sorprendió cuando se puso de pie y comenzó a bailar allí mientras él tocaba, por lo que su sonrisa aumentó mucho más. La falda negra del vestido danzaba en el aire, al igual que algunos cortos mechones de cabello azul. Nora sostenía la cabecita del bebé allí en la bandolera, mientras bailaba con una gran sonrisa.

Canturreaba Leo mientras la miraba bailar con el atardecer como fondo, y le pareció el ser más perfecto en la tierra. Nora se reía por hacer el ridículo por amor a su hijo, y le dirigió a Leo una sonrisa cariñosa.

—Es guaraní, ¿verdad? Se escucha muy bonito. ¿Qué significa?

«Por eso quiero saber
Si existe en tu pensamiento
Aquel puro sentimiento
Que me supiste tener

Olvida mi bien
El enojo aquel
Que así nuestro amor
Irá a renacer
Porque comprendí
Que no sé vivir
Así sin tu querer»

Canturreó nuevamente pero en español.

—Es Kilómetro 11, mi canción favorita —explicó Leo con una sonrisa y se encorvó para poder tomar el vaso de vino en el suelo.

Nora lo miró en silencio con una sonrisa, porque le gustaba mucho ver cómo el viento movía el cabello largo y castaño claro de él.

Al otro día Leo preparó un asado, y Nora le llevaba vino al fuego a él y Guille, para luego regresar al interior y conversar con Andrea. Las conversaciones con ella se basaban en la maternidad, porque de por sí no se llevaban muy bien.

—¡Bebé! —dijo Melanie al ver a Alejandro en los brazos de Nora.

—¿Viste qué lindo el bebé? —dijo Andrea con una sonrisa—. Vos también fuiste así de chiquita.

Melanie se rió y le dio un beso en la frente al bebé, aunque quería jugar con él y tuvieron que explicarle que aún era demasiado pequeño para jugar. La pequeña entonces se sentó en el suelo a jugar con sus bloques, le gustaba apilarlos.

—Lamento mucho lo del local, Andy —dijo Nora mirándolo fijo.

—Sí, un bajón pero bueno. ¿Vos vas a empezar a trabajar ahora cuando Ale crezca más?

—Tal vez cuando termine de estudiar, me quedan dos años más.

Nora comenzó a ponerse de mal humor, porque Andrea le preguntaba por la salida laboral, si a Leo no le molestaba mantener solo la casa, o cómo haría si él la abandonaba. Salió entonces con la excusa de llevarles más vino a los chicos.

Afuera, Leo y Guille conversaban mientras preparaban el asado. Ambos sin su remera debido al calor, y la diferencia física entre ambos era muy notoria, sin embargo Leo no se sentía intimidado por eso.

Cuando Nora les llevó más vino, Guille le dirigió una sonrisa cariñosa que ella devolvió al instante, aunque por alguna razón que desconocía ya no le afectaba verlo ahí, ni tampoco le parecía el ser más perfecto del mundo.

—¿Entonces no están viendo a otras personas como tenían planeado? —preguntó Guille con una ceja alzada.

—No, tal vez el próximo año, estuve muy ocupada todo el tiempo —dijo Nora y regresó a la casa, para evitar que el sol pudiera hacerle daño a su hijo.

—¿Y vos? —miró a Leo.

—No. En el embarazo ella tenía miedo y me parecía un abuso de mi parte hacerlo, después ella se estuvo recuperando del posparto.

—¿Y ahora?

—No sé, sinceramente no tengo ganas. Estoy bien.

Guille hizo un largo sonido de duda mientras movía las brasas, porque le parecía muy extraño todo lo referido a esos dos.

—¿Nunca te pusiste a pensar en el porqué?

Leo no respondió, se quedó en silencio tomando su vino, algo pensativo, pues jamás se había detenido a pensar por qué no quería salir. Pensó que quizá se refería a Alejandro, a que no quería dejarlo tanto tiempo cuando ya de por sí trabajaba de lunes a viernes.

Desde que había nacido Alejandro, él y Nora dejaron de tener sexo, porque se suponía que solo era un favor durante el periodo de embarazo. Alejandro iba a cumplir en nochebuena los tres meses, y ninguno de los dos había salido por un pique ni tenían ningún tipo de contacto sexual.

—¿Por qué te interesa tanto saber si estoy cogiendo con otras guainas? —preguntó Leo, con un tono de voz más duro del que esperaba.

—Perdón, Leo, solo tenía curiosidad porque ustedes decían que no son un matrimonio real.

—No lo somos —gruñó.

Leo comenzó a sacar la carne ya lista para poder servir en la mesa, con ayuda de Guille que llevaba las achuras.

Se sentaron todos a la mesa para poder almorzar, y mientras conversaban y bromeaban al comer, Alejandro comenzó a llorar. Leo se puso de pie para tomarlo en sus brazos, sacó una mamadera de la heladera que calentó para él, para que Nora pudiera almorzar tranquila.

—No sabía que habían empezado a usar mamadera —dijo Guille con una sonrisa.

—Sí, Norita se extrae leche y así yo puedo hacer mi trabajo como papá —respondió él con una sonrisa.

—¿Qué tal va esa paternidad, Leito? —preguntó Andrea mirándolo fijo, porque le gustaba mucho ver a Leo con esa actitud paternal.

Nora apretó la mandíbula con fuerza al notar la forma en que lo miraba.

—Fue difícil al principio, pero ya me estoy acostumbrando —dijo él mientras miraba a su hijo con amor—. Soy feliz solo con verlo cada día.

—Aww, qué bonito —Andrea descansó su cabeza en el puño para verlo con una sonrisa.

Esta vez tanto Nora como Guille la miraron con molestia. Si Leo se dio cuenta de cómo lo miraba Andrea con interés, no lo supieron.

Luego de almorzar y tomar vino hasta el atardecer, Guille se fue con su familia. Nora comenzó a limpiar la casa en compañía de Leo, mientras que Alejandro dormía en su cunita.

Nora lo miraba de reojo de vez en cuando, y no entendía por qué le molestaba tanto. Por qué ahora tenía un agujero distinto formándose en su pecho, y por qué el de Guille estaba prácticamente sellado.

—Leo —carraspeó para llamar su atención—. ¿Qué te parece Andrea?

—Es una buena amiga, la quiero mucho —dijo con una sonrisa y su nariz algo enrojecida, porque estaba bastante borracho.

—Pero como mujer, qué te parece como mujer. Física o sexualmente.

—¿Como mujer? —repitió e hizo a un lado la escoba, algo pensativo—. No lo sé, nunca la vi así. Es la esposa de Guille.

—¿Y qué? A mí me parece que tiene un cuerpo muy bonito.

—Eso sí, pero no es mi tipo. Vos tenés el cuerpo más bonito —dijo con una amplia sonrisa—. Y no digas que estás gorda porque no es cierto.

—Lo estoy, mirá esto —se tomó unos rollitos de la panza, con piel sobrante del embarazo.

—Nora, a tu cuerpo le tomó nueve meses hacer un bebé, le va a tomar tiempo que todo vuelva a su lugar. Eso no quiere decir que estés gorda.

Diciendo eso la tomó de las manos para acercarla, con una risita.

—Bailá conmigo, Norita.

—Estás re borracho, andá a dormir que mañana tenés que trabajar —se rió ella, mientras él la hacía girar en el lugar.

—Quiero estar con vos…

La abrazó y hundió su nariz en ese cabello azul que olía a cerezas. Tan dulce, tan delicioso. Su piel también olía a cerezas. Apretó sus dedos a la espalda de ella, le gustaba mucho la piel tan suave de Nora. La veía cada noche pasarse crema por el cuerpo y perfumarse por las mañanas.

Se alejó con una disculpa para poder ir a darse una ducha, y quizás así deshacerse de esa borrachera.

~ • ~

En el trabajo solía esperar a que pasaran rápido las horas para poder regresar a casa, y así estar junto a Nora y Alejandro. Siempre trataba de terminar todo a tiempo para poder estar libre antes, sin embargo a veces se distraía pensando en ellos, con una sonrisa.

Era usual que sus compañeros de trabajo lo invitaran a beber algo a la salida, pero siempre rechazaba sus invitaciones porque quería regresar pronto a casa. Sus compañeros incluso lo siguieron hasta el estacionamiento, en busca de convencerlo de salir con ellos solo una vez.

—Perdón, quiero volver rápido a casa con mi esposa y mi hijo.

—Justo por nuestras esposas es que vamos a tomar algo —dijo uno de ellos con una risita—. Vamos, escapate un rato de la bruja.

Leo los miró con confusión.

—¿La bruja? No comprendo.

—Mientras más lejos estemos de esas rompe huevos, mejor —se rió otro—. Dale, Leo. Vamos a tomar algo.

—¿No quieren volver junto a sus esposas? Yo lo que más deseo es llegar a casa rápido —dijo, aún impactado por esa información.

Sus compañeros lo miraron en silencio, luego se miraron entre sí como si, solo con sus miradas, pudieran entenderse. Parecían comunicarse telepáticamente de una forma que él no comprendía.

—¿Hace cuánto estás casado, Leo?

—Uhm… creo que nueve meses —dijo, algo pensativo.

Los compañeros comenzaron a reírse entre sí, dirigiéndose miradas cómplices que solo ellos lograban comprender.

—Primerizo, eso explica mucho —se rieron nuevamente—. En un año vas a pensar distinto, en dos vas a salir a tomar algo con nosotros. En cinco vas a estar divorciandote. 

Ese comentario le molestó mucho a Leo, por eso frunció el ceño al agregar:

—Nos vemos el lunes.

—¡No es para que te enojes tanto, no seas pollera!

Se subió al auto con molestia, ofendido por sus palabras y suposiciones. Aun así no comprendía por qué le molestaba tanto, y mientras esperaba a que ese embotellamiento de autos avanzara, pensó en eso. En las palabras de sus compañeros y también en Nora, a quien imaginó con sus bonitas manos sumergidas en harina para hacer esos deliciosos panes caseros.

Sacudió la cabeza y pensó que, claramente, pasaba demasiado tiempo con Nora y debía salir un poco de la casa.

Cuando llegó lo primero que hizo fue darle un beso en la frente a Nora, como cada día. Luego fue a ver a Ale que dormía en su cunita, con el bello musical hecho a crochet que le había hecho Carolina, con forma de conejos. Lo observó dormir con una gran sonrisa, haciéndole caricias en la manito.

Una vez se dio una ducha y se cambió de ropa, fue hacia la cocina donde Nora preparaba las cosas del mate. La miró desde lejos, con sus medias de red y sus botas, con su short de jean que apretaba sus grandes caderas y trasero voluptuoso. Con una remera de Black Flag con roturas.

Nora era, incluso siendo madre, la misma chica punk que él había conocido desde el primer día. Y sonrió al verla.

—¿Te molesta si salgo hoy? Fue un día complicado y me gustaría distraerme. Ver al Cuca me va a hacer bien —dijo Leo y sorbió su mate.

—No, Leo. ¿Cómo me va a molestar? Andá tranquilo, además yo mañana tengo ensayo.

Tomaron mate juntos mientras conversaban de su vida. Ya no hablaba solo él como tiempo atrás, sino que también la escuchaba con atención y le hacía preguntas.

Antes de la cena Leo se fue, dejando el ambiente el aroma de su colonia que a Nora tanto le gustaba. Fue hacia lo de su amigo mientras pensaba qué decirle, porque estaba muy confundido y necesitaba hablar con él.

Cuca lo recibió con unas cervezas que tomaron en el patio, mientras que Majo daba sus clases de folclore en el garaje. Primero hablaron de trabajo y temas cotidianos, de la economía que cada vez era peor, incluso de la búsqueda del bebé entre Cuca y Majo, aún sin resultados.

—Eh, chamigo —dijo Leo mientras miraba su cerveza en el vaso, con el sonido de las chicharras en los árboles debido al calor—. ¿Vos cuando salís de trabajar sos de los que desea regresar rápido a casa o de los que prefieren hacer tiempo para llegar tarde?

—Qué pregunta tan rara —se rió—. Depende, Leo. Cuando discutimos lo que menos quiero es volver a casa, pero lo hago porque de no hacerlo sería decirle que ella no me importa. El resto del tiempo que estamos bien ansío volver, porque me gusta pasar tiempo con ella.

Cuca giró para verlo, lo vio cabizbajo.

—¿Por qué la pregunta?

—Porque mis compañeros se ríen de que quiera regresar rápido junto a Nora y Ale. No le veo sentido, ¿no es lo normal querer abrazar a tus hijos y sentarte a tomar mate con la madre de estos?

—Eso depende también, amigo. En una casa donde te ofrecen paz, regresar es un alivio. En una casa donde regresar equivale a peleas y malos momentos, y… bueno, es un martirio —Lo miró fijo a los ojos marrones, tan confundidos—. Majo es mi paz, aunque tiene sus días donde puede ser un martirio, como días donde probablemente yo lo sea. ¿Qué es Nora para vos, paz o martirio?

—Paz, obvio. El martirio era yo con sueño —resopló.

Cuca lo miró, asintiendo lentamente. Observó en silencio cómo su amigo miraba ese vaso de cerveza, como si al fondo estuviera la respuesta a todas sus preguntas. Con una mirada preocupada y, también, llena de confusión.

—Leo —dijo para llamar su atención—. ¿Hace cuánto estás enamorado de Nora?

—¿Qué tico? —chilló al alzar la mirada para verlo—. ¿De qué carajo me hablás? Yo no estoy enamorado de nadie, menos de Nora.

—¿Entonces por qué querés regresar junto a tu esposa falsa?

—¡Porque no voy a dejarla sola encargándose de mi hijo! —dijo con molestia.

—¿Y por qué no visitás a Vero, a Maga, o a…?

—Porque no, porque no es justo para Nora —gruñó.

—Durante el embarazo fue por eso, después por el posparto, ¿y ahora cuál es tu excusa? Ya está recuperada y puede salir, tal vez mañana mismo lo haga —dijo Cuca con una sonrisa provocadora.

—Estás diciendo pelotudeces, me vas a hacer enojar.

—¿Y por qué te enojarías? Cuando te pregunté si amabas a Verónica no te enojaste tanto como ahora —se rió al palmearle la espalda—. No tiene nada de malo aceptar que, entre todo lo falso, hay algo de verdad entre ustedes. Y es normal, amigo, viven juntos hace nueve meses y son amigos hace dos años.

—No hay nada entre nosotros.

—¿No? Entonces andá al bar de Vero a verla, llevala a un buen hotel y dale la sacudida de su vida.

—¡No voy a hacer eso!

—¿Por qué? Nora está recuperada y solo son amigos, podés ir ahora mismo a ver a Vero. Siempre me pregunta por vos.

Leo lo miró con frialdad, con la mandíbula apretada.

—¿Y qué le decís de mí?

—Que tu hijo se parece a vos, y que sos un buen padre. ¿Qué voy a decirle, que sos un pelotudo enamorado de su esposa falsa y tan cagón como para no querer admitirlo?

Se puso de pie al instante, rojo de ira, mientras que su amigo se reía a carcajadas de verlo tan enojado.

—Demostrame que no tengo razón, demostrámelo, Leo. Andá al bar de Vero a verla, vamos a ver si te mueve todo el piso como lo hace Nora.

—¡Ndereikua la mecha! —gruñó al alejarse.

—¡Mandale mis saludos a Nora! —agregó con una risotada antes de que su amigo se fuera.

No se despidió de Majo para no molestarla, pues se escuchaba su voz indicando los pasos a hacer a sus alumnos. Se subió al auto, muy molesto y arrepentido de ir a ver a su amigo, mientras pensaba que tal vez debió ir con Carolina. Oír sus regaños era mucho mejor que las burlas de Cuca.

En el camino, mientras manejaba refunfuñando, pensó que le demostraría lo equivocado que estaba. Por eso se detuvo en un kiosco en el camino y compró un paquete de condones, pues hacía ya casi un año que no compraba. Lo guardó en el bolsillo de su jean y comenzó a manejar en dirección al bar donde trabajaba Verónica.

Hacía tanto que no hablaba con ella que no estaba seguro de si ese sería su día, pero estacionó cerca de la entrada e ingresó al bar lleno de rockeros. El lugar tenía una iluminación tenue, se oía música de Guns N’ Roses y se sentía el aroma a cerveza en el aire.

Caminó, esquivando a las personas, hacia la barra para poder ubicarse ahí, como siempre hizo. Se apoyó e hizo un paneo por todo el lugar en busca de esa mujer que le había quitado el pensamiento por tantos años. Como no había señales de ella pidió una cerveza a otro bartender, y se acomodó en un asiento para mirar el contenido de su chop con una mirada perdida.

No se sentía animado por ver a Vero, lo animaba mucho más la idea de ganarle a su amigo. La culpa comenzó a crecer en su pecho como una pequeña bola de nieve que se convierte en avalancha. Pensaba en Nora, sola en la casa cuidando de Alejandro, mientras él estaba ahí en un bar buscando ver a otra mujer. Una bola de angustia comenzó a atormentarlo en la garganta, y debió beber un largo trago para poder ahogarla.

—¿Leo?

Levantó la vista al oír la sensual voz de Verónica, que lo miraba con una blanca sonrisa que rasgaba sus ojos.

—Hola, Vero. Tanto tiempo, ¿cómo estás? —dijo él con una sonrisa.

—¿Querés que lo rellene? —preguntó con una sonrisa al señalar el chop vacío.

Leo solo asintió mientras la observaba. Su piel tostada y suave, pues él sabía que era suave, su largo cabello negro que era como una cascada de oscuridad. Sus ojos rasgados que demostraban ser de familia salteña, y su bella nariz aguileña que le daba tanta gracia a su rostro. Era igual de hermosa que siempre, e igual de sexy con sus curvas y su ropa de cuero negra.

«A Norita le gustaría una minifalda como esa»

Pensó al ver la minifalda de cuero con tachas planas a los costados.

Se tomó la cabeza con la mirada baja, de forma desesperada, porque aunque Verónica le parecía hermosa, ya no sentía el mismo fuego frente ella como antes.

—Carajo —susurró, sintiendo un enorme hueco en su pecho que le producía mucho dolor—, no puede ser…

Vero lo miró en silencio porque Leo, allí, se veía destrozado. Se veía como un caminante en medio de una profunda niebla, sin saber a dónde ir. Sonrió, pues le enternecía verlo de esa forma.

—Voy a salir a fumar un pucho, ¿querés acompañarme? —dijo con esa voz tan sensual que la caracterizaba.

Leo apenas alzó la vista para verla, ella le sonreía de forma amable. Asintió y tomó su chop para poder seguirla hacia el fondo, allí había un pequeño patio de cemento donde los fumadores salían cuando querían aire fresco.

Afuera, bajo la luz de la luna, Verónica encendió un cigarrillo que sopló con mucho placer. Leo la miró con atención, miró sus piernas desnudas bajo esa minifalda, sus botas negras que le sentaban tan bien. Subió la vista poco a poco para ver sus amplias caderas y luego el escote, de senos pequeños pero tan bonitos.

—¿Cómo estás, Vero?

—Bien, estos días se llena mucho más el local por el verano. ¿Qué tal pasaste tu cumpleaños?

—Lo pasé bien, solo hicimos una cena íntima para no molestar al bebé con tanto ruido —respondió con un suspiro.

—¿Y qué tal el bebé? Me dijo el Cucaracha que se parece a vos.

—Va a cumplir tres meses, aún es pequeño para saberlo, aunque todos dicen que se parece a mí —dijo y entonces se rió—. Lamentablemente le heredé mis ojos marrones, en vez de los hermosos ojos grises de su madre.

—Hay algo que quiero preguntarte hace rato, Leito —dijo ella con una sonrisa y apoyó sus dedos en la barbilla de él para que la viera a los ojos—. La madre de tu hijo, tu esposa falsa, ¿es tu amiga a la que hiciste pasar esa vez cuando me estaba bañando?

Leo la miró, algo confundido.

—Sí, es Nora. Pero la concepción fue algo accidental.

—Ya veo —sonrió y comenzó a reírse—. Porque creo que estás acá más por respuestas que por querer ir conmigo al hotel.

—No es que… —bajó la mirada y se mordió los labios—. Me encantaría ir con vos, Vero. Siempre la pasé bien a tu lado, es solo que…

—Leo, nos vimos cada sábado, y a veces en días de semana, durante cuatro años, y ninguno se enamoró del otro. Solo necesitaste unos meses para caer rendido ante ella, ¿lo entendés? —dijo y le dio una pitada a su cigarrillo—. Creo que ella te gustaba desde mucho antes de la concepción, pero te negaste siempre a creer que era cierto.

—No, no es así.

—A cualquier otra persona le habrías cerrado la puerta en la cara conmigo en casa. Te vi por años desconectar el teléfono para que nadie molestara, y un día vas y le abrís la puerta a ella. ¿No es algo obvio?

—No, no es así, ella necesitaba ayuda, éramos amigos. No la veía como mujer en ese momento.

—¿En ese momento no la veías como mujer, ahora sí?

—No es lo que quise decir, Dios —se despeinó a sí mismo, muy confundido.

—Leo, como pique te digo, ella no es un pique.

Leo se dejó arrastrar por la pared hasta quedar sentado en el suelo, donde se tomó la cabeza, muy afligido.

—Es mi amiga, Vero…

—Seguramente, ¿el Cucaracha y su esposa no lo eran también? Me contó la historia veinte millones de veces. Mejores amigos de la secundaria, dormían juntos y hasta se hacían bromas pesadas, ¿y ahora llevan cuántos años siendo esposos?

—Empezaron a salir en la fiesta de egresados, y se casaron… cuando cumplimos todos veintidós —murmuró—. No puede ser, la puta madre. Vero, no puede ser.

Ella, con una sonrisa amable, arrojó su colilla de cigarro al suelo y se agachó junto a él sujetándose de las rodillas.

—¿Por qué no puede ser?

—¡Porque yo no quería enamorarme de nadie!

—Bueno, Leito. Si fuera algo que uno pudiera controlar, la gente no sufriría tanto —sonrió y corrió un mechón de cabello de él tras la oreja—. Sos un buen hombre, un buen amante y una gran persona, no te prohibas sentir algo bonito.

—Es que ni siquiera entiendo nada, no sé qué carajo me pasa. Antes solo verte me volvía loco, antes solo bastaba con un roce tuyo para ya estar duro, y ahora… ahora solo quiero volver a casa.

Verónica se rió al acunar el rostro de Leo con las manos, le dirigió una sonrisa y apoyó con suavidad sus labios en una mejilla.

—La pasamos bien, ¿verdad? Buena suerte en esta nueva etapa, Leito. Y si me entero que le sos infiel voy a ir a robártela.

Leo se rió con ánimo por eso y asintió con una sonrisa.

—Te dije que no soy un infiel asqueroso.

—Más te vale, no quiero verte en este lugar otra vez o te voy a robar a la chica —se rió ella y se puso de pie.

Él la imitó. Regresaron al interior, donde nuevamente le rellenó el chop para que pudiera beber otro trago, antes de regresar a casa. Leo se sintió más cómodo hablando con ella allí en la barra, como una buena amiga y ya no como un pique. Ya no como su mejor y más querido pique.

Volvió en auto despacio, por miedo a que el alcohol le afectara al manejar, atento a cada cosa en el camino. Y cuando regresó, estacionó allí frente a la casa de Raquel para poder abrir la puerta del pasillo.

La casa estaba a oscuras, excepto por la luz del patio que iluminaba el camino, que Nora había dejado encendida para él. Sonrió ante eso y cruzó el patio para entrar en su hogar.

«Hogar». No había tenido un hogar desde que dejó la casa de sus padres, solo casas donde se quedaba por temporadas. Ese departamento se convirtió muy pronto en un verdadero hogar, y no por la edificación, sino por la presencia de Nora y Alejandro.

Cuando abrió la puerta de la habitación vio a Nora recostada junto a Ale en la cama, ambos profundamente dormidos. Se acercó solo para darle un beso a cada uno, deteniéndose en Nora para observarla como si por fin la hubiera descubierto, y entonces sonrió.

Porque Nora, definitivamente, era su sueño y su hogar.

Volvió a la sala de estar para poder sentarse en el sillón y tomar la guitarra. Quería tocar un par de canciones, eso siempre le ayudaba a pensar. Aún estaba confundido respecto a sus sentimientos, pero si Vero ya no le producía nada y Nora sí, no había mucho por pensar. La respuesta estaba allí.

«Son tantos recuerdos que llevo conmigo,
esas viejas tardes que íbamos al río
para mirarnos sin decirnos nada,
para querernos con nuestras miradas.

No hay amor más grande que el que yo te he dado,
ni hombre que te ame como yo te he amado.
Pues soy tan tuyo, como tú eres mía
y ni la muerte habrá de separarnos»

Luego de finalizar la primera canción que vino a su mente, «Mujer, niña y amiga», dejó la guitarra a un lado y se quedó mirando la nada, en silencio.

—Estoy enamorado de ella… —susurró.

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