Capítulo N° 35

Ambos ya estaban hartos, no conseguían dormir ni una sola noche. El bebé lloraba todo el tiempo y ellos lloraban junto a él porque no entendían lo que necesitaba.

La primera semana siendo padres fue horrible, pese al esfuerzo que hacía Leo por ayudar a Nora. Sin embargo habían comenzado también a discutir entre sí por el mismo cansancio de sus cuerpos.

Leo y Nora, en esos momentos, se llevaban peor que nunca.

Una madrugada Nora se despertó por ese fuerte llanto y lo tomó en sus brazos para darle de amamantar, y a su lado Leo se cubría el rostro con las manos en un grito silencioso porque ya no recordaba lo que era dormir.

—Leo… —dijo ella al moverlo.

—¿Qué pasó ahora? —gruñó, entredormido.

—No me siento bien…

Él abrió un ojo para verla, Nora tenía su rostro lleno de lágrimas y sudor, se tocaba un pecho con un gesto adolorido.

—¿Qué pasa, qué sentís? —preguntó al sentarse, aunque primero se aseguró de que el bebé estuviera bien.

—Me duele mucho, está dura y duele mucho —sollozó al tocarse un seno.

Leo le corrió la mano para ver, estaba muy inflamado y con zonas rojizas, pero le preocupó mucho más que la piel de ella estaba ardiendo. Se puso de pie en un instante para tomar el termómetro del botiquín y poder tomarle la temperatura.

—¡Nora, tenés cuarenta grados de fiebre!

Diciendo eso tomó el bolso del bebé y puso algunos pañales, ropita e hizo que Nora se levantara de la cama. Irían a la clínica sin dudar, pero tenían que ir también con el bebé.

No hablaron durante el trayecto, llevaban unos días sin hablarse de forma sana porque, por cualquier motivo, terminaban discutiendo.

Nora tenía una mastitis, debido a un mal agarre del bebé al mamar. Allí en la clínica le dieron unos antibióticos y también le enseñaron la correcta forma de amamantar, para evitarse más mastitis en el futuro.

El viaje de regreso fue igual de cansador, porque el bebé, nuevamente, había comenzado a llorar y con él Nora también.

No habían aceptado visitas en su casa esos días, querían esperar más, pese al entusiasmo de toda la familia y amigos. Sin embargo esa tarde les llegó una visita de imprevisto, Clap junto a su madre.

—Clau, no estamos en el mejor momento para visitas —dijo Leo, con marcadas ojeras bajo sus ojos.

—No vinimos a verte a vos, sino a cuidar de Nora —dijo Mari y lo hizo a un lado para pasar por ese pasillo—. Es al fondo, ¿verdad?

Leo comenzó a mascullar insultos por ese improperio, pero Clap posó su mano en el brazo de él, con cariño.

—Ambos están cansados, dejen que los ayudemos. Vamos a cuidar al bebé para que puedan darse un baño y dormir.

—Ya ni recuerdo lo que es dormir —gruñó Leo.

Siguió a esas dos locas punks que caminaban hacia la casa, Clap con su largo y alborotado cabello verde, y su madre con el cabello rapado y violeta. Ya no lo llevaba fucsia.

Cuando entró en la casa vio a Mari con Ale en los brazos, le hablaba con mucho cariño.

—Andá a bañarte, Nora. Estoy segura de que llevás días sin poder hacerlo. Luego acostate.

Nora obedeció de forma sumisa, aunque Leo aún tenía quejas al respecto. Mari, con su voz suave, logró en poco tiempo convencerlo de acostarse a dormir. Y ambos, no bien tocaron la cama, quedaron dormidos al instante, exhaustos.

La casa era un completo desastre, había polvo y tierra en el suelo, platos acumulados en la bacha y comida llenándose de moho en la heladera, además de cúmulos de ropa a lavar y los tachos de basura a punto de explotar.

Mientras que Mari se encargaba del bebé, a quien mecía en sus brazos cantándole canciones allí en el sillón, Clap se encargó de limpiar toda la casa. Tiró la comida fea y sacó la basura, lavó los platos y puso la ropa sucia en el lavarropas, y se dedicó a barrer y pasar el trapo por toda la casa.

Para cuando Leo y Nora despertaron, horas más tarde, la casa estaba reluciente, la ropa limpia se secaba en el patio, y un delicioso aroma a limpio y a comida se sentía en el ambiente.

—Gracias —dijo Nora con sus ojos empañados en lágrimas.

—Ahora dale su tetita que este bello bebé tiene hambre —dijo Mari con una sonrisa al ubicar al bebé en los brazos de Nora, observó cómo lo hacía—. Muy bien, yo sé que duele pero dale de mamar de la teta afectada, va a ayudar.

—Duele mucho —sollozó Nora al poner a Ale para que mame de ese seno.

—Lo sé, preciosa, pero va a ayudar. En poco tiempo vas a estar mejor —dijo ella con una sonrisa.

Se puso de pie para acercarse a Leo que hablaba con Clap, parecía pedirle disculpas por el mal trato que les dió. Clap solo sonreía al darle palmaditas amistosas en la espalda.

—Vos —dijo Mari al ver a Leo—. Les dejamos distintas comidas en tuppers en la heladera, solo tienen que calentarlo. También les trajimos frutas y carne, porque sé que no tuvieron tiempo de hacer las compras.

—Gracias —dijo él y parpadeó para eliminar ese empañe en sus ojos.

—No puedo venir todos los días, pero van a necesitar ayuda o van a volverse locos y a matarse entre sí. Traten de que al menos una vez a la semana venga alguien a ayudarles.

Leo solo asintió, aún le dolía mucho la cabeza y aún estaba cansado, pero se sentía mejor que antes. Invitó a las dos mujeres a tomar mate, sin embargo ellas se fueron para dejarlos tranquilos.

Un rato después él comenzó a preparar mate para Nora, que observaba con una sonrisa feliz a su hijo dormido en los brazos.

—¿Estás mejor?

—Sigo sintiéndome mal pero estoy mejor —respondió ella con un suspiro.

—Elegí, mi mamá o Virgi, porque Moni trabaja y no va a poder —dijo Leo con un suspiro agotado—. ¿Quién preferís que venga a ayudarte algunos días cuando empiece a trabajar la próxima semana?

Nora se quedó en silencio muy pensativa, Doña Eva tenía experiencia con los niños pero ya estaba grande y debía descansar, Virginia no tenía experiencia pero era joven y con energía, y ambas se llevaban muy bien.

—Virgi.

—Le voy a decir —asintió.

No volvieron a hablar, pues su relación amistosa estaba muy tensa esos días y preferían no dirigirse la palabra antes de herirse mutuamente.

~ • ~

Desde que Leo había comenzado a trabajar, Nora se ocupaba sola del bebé, especialmente en las madrugadas. Cada vez que Alejandro lloraba, ella se levantaba y caminaba por la casa hasta que se tranquilizara, para que Leo pudiera dormir lo suficiente y trabajar con energía después. Sin embargo, cada día él regresaba a casa sin una pizca de energía, muy agotado y con sus ojeras bajo los ojos, porque se despertaba varias veces por la noche pese a los esfuerzos de Nora.

Habían vuelto a hablar entre sí sin atacarse, pero todas sus conversaciones se basaban en el bebé y el trabajo de Leo. Él llegaba, se daba un baño y tomaban mate juntos, mientras le contaba sobre su día en la fábrica. Nora siempre lo oía con buen ánimo.

—Leo, ¿por qué no salís con Cuca mañana o el sábado? —dijo Nora al tomarlo de la mano—. Te ves muy mal.

—¿Y vos? Tampoco te ves bien.

—Yo tengo que darle la teta, no puedo salir. Tiene apenas un mes —suspiró.

—No, Nora. No voy a salir teniendo un bebé en casa. Además estoy cansado.

Nora no insistió para evitar discusiones, porque en verdad Leo no se veía para nada bien. Tenía marcadas ojeras al igual que ella, y estaba con muchos dolores de cabeza desde que Alejandro había nacido.

Luego de colocar al bebé en la cunita, ya dormido, Nora comenzó a preparar la cena mientras se refregaba los ojos. Leo se había quedado dormido en el sillón.

—Carajo, le puse azúcar —bufó al refregarse los ojos y comenzó a enjuagar la carne que acababa de poner en la plancha—. Ya ni sé lo que hago…

Un rato después Leo se despertó y comenzó a ayudarle a acomodar la mesa para la cena, mientras que Nora amamantaba nuevamente al bebé.

—Nora —dijo Leo y dejó ir un largo suspiro—. ¿Podrías hacerme un favor mañana?

—Sí, Leo, decime.

—Me lastiman mucho los zapatos de seguridad, y quiero estar cómodo mañana cuando llegue a casa, y el sábado y domingo que tengo libre —dijo y volvió a suspirar—. ¿Podrías lavar temprano las zapatillas así puedo estar cómodo en casa?

—Sí, Leo, no hay problema —sonrió mientras cortaba un trozo de carne—. Yo lo hago.

—¿Vas a poder? ¿Segura?

—Sí, no te preocupes.

Él le dedicó una sonrisa y continuaron comiendo en silencio, aunque muy pronto Alejandro volvió a llorar, esta vez porque necesitaba un cambio de pañal. Nora corrió para que Leo pudiera terminar su cena en paz.

La miró mientras ella mecía a Ale en sus brazos, con su rostro agotado, su cabello rizado más largo y descolorido, despeinado y sucio. Miró su ropa manchada en los senos por la leche que se le escapaba y se secaba. Nora no era ni la sombra de la mujer que fue antes de dar a luz.

En la madrugada Nora volvió a caminar largos minutos, incluso horas, por toda la casa con el bebé en brazos, para evitar que despierte a su padre que necesitaba ir descansado a trabajar. A veces se quedaba dormida con el bebé en brazos y se obligaba a sí misma a mantenerse despierta, para evitar que se le cayera al suelo. Por eso se acomodó en el sillón para descansar allí, así si el bebé lloraba Leo no podría despertarse.

Por la mañana se despertó con una manta que la cubría, y Leo ya no estaba en la casa. Le dio de amamantar a Alejandro, cambió su pañal y le puso una ropa bonita de color celeste. Lo dejó acomodado en su cuna para poder limpiar un poco la casa y lavar esas zapatillas de Leo.

Estaba en eso, con las manos sumergidas en agua cuando oyó nuevamente el llanto. Corrió entonces hacia él para tranquilizarlo. A veces ni siquiera comprendía qué necesitaba, porque no era hambre, ni sueño ni un pañal sucio.

Esa tarde Nora se encerró a llorar en el baño, pensando que tal vez morir era una mejor opción. Pero se cacheteaba a sí misma porque sabía que no era un pensamiento real, y que solo estaba exhausta.

No pudo lavar la ropa, ni las zapatillas, ni tampoco limpiar la casa durante el día. Cada vez que intentaba hacer algo, el bebé lloraba como si supiera que ella estaba ocupada justo en ese momento. Por eso, por la tarde cuando Leo llegó y vio aún las zapatillas en agua, ambos explotaron.

—¡Una sola cosa te pedí, Nora! ¡Una maldita cosa te pedí! —gritó Leo, con el rostro rojo de ira.

—¡Quise hacerlo pero no pude, Ale llora todo el día y no voy a dejarlo llorar desesperado para que tengas zapatillas limpias! —gritó ella.

—¡Si no podías hacerlo me lo hubieras dicho y lo hacía esta mañana antes de ir a trabajar!

—Es que… creí que podría —dijo con sus ojos llenos de lágrimas.

—¡Jamás te pido nada, es la única puta cosa que te pedí, Nora! ¡¿Y ni siquiera sos capaz de hacer semejante pelotudez?! ¡Me rompo el lomo laburando para que no les falte nada, llego cansado, mientras vos estás acá todo el puto día sin hacer una mierda!

—¡¿Sin hacer nada?! ¡Estoy cuidando a tu hijo! —gritó y le dio un empujón—. ¡¿Sabés por qué podés ir a trabajar?! ¡Porque yo me quedo con el bebé todo el maldito día! ¡¿Y cansado de qué?! ¡Si podés dormir gracias a que yo me llevo a Ale para que no te despierte! ¡TRES HORAS POR DÍA DUERMO! ¡TRES! ¡Y ni siquiera de corrido, desparramadas por el día!

Nora comenzó a llorar.

—¡Estoy cansada, tengo sueño y tengo hambre! ¡Vos podés dormir, vos podés bañarte, vos podés comer en paz porque soy yo quien hace todo lo importante!

—¡¿Lo importante?! ¡ME ROMPO EL CULO LABURANDO PARA QUE VOS PUEDAS ESTAR EN CASA RASCÁNDOTE LA ARGOLLA!

Nora lo miró con sorpresa y comenzó a llorar con fuerza.

—¡Yo no te dije que hicieras nada de eso, yo iba a hacerme cargo del bebé sola!

—¡¿Con qué, la plata que te manda tu viejo?! ¡Si no sabés hacer una poronga, Nora! ¡Sacrifiqué todos mis sueños por vos!

—¡Yo también sacrifiqué mis sueños! ¡Solo quiero dormir, Leo! ¡Nada más! ¡Quiero poder bañarme y dormir, o morirme! ¡¿Sabés cuántas veces pensé en morir hoy?! —chilló Nora con su rostro lleno de lágrimas y su voz quebrada por el llanto.

Leo la miró con sorpresa, como si recién, luego de un mes y medio, notara que Nora estaba ahí. Que era ella.

—Nora, tomémonos unos minutos para pensar —dijo él y quiso tocarla pero Nora le corrió la mano—. Estamos los dos muy cansados y enojados, y nos estamos diciendo cosas que en verdad no sentimos. Tomémonos unos minutos y después hablamos más tranquilos.

Ella no respondió nada, solo le dio la espalda para poder atender a su hijo y lograr que, nuevamente, volviera a dormirse. Leo entonces aprovechó a ir al baño para darse una ducha y limpiarse todo el sudor que había acumulado durante el largo día de trabajo.

Cuando salió del baño no encontró a Nora por ninguna parte, pero pudo verla desde la ventana de la cocina. Estaba sentada en el pasto con sus pies descalzos, con su rostro lleno de lágrimas mientras mordisqueaba con fuerza un chupetín. No solo estaba resistiendo su deseo de fumar, sino que Nora solo ponía sus pies descalzos en la tierra cuando estaba realmente mal.

«Ella sacrificará todo lo que es para que puedan tener en sus brazos a un lindo bebé. Y por sobre todas las cosas, hijo, ella será el reflejo de su felicidad, y eso será el reflejo de cómo vos la trates»

Recordó las palabras de su padre meses atrás, el día en que se casaron. Eso fue un baldazo de agua fría para Leo, y apagó por completo todo el fuego que había sido minutos atrás.

—Ay, Norita… —dijo con tristeza al darse cuenta de sus propios errores.

Fue primero a asegurarse de que Alejandro continuara dormido, luego salió al patio para poder ir a verla. Nora había comenzado a mordisquear un nuevo chupetín, muy nerviosa y con su torso que se movía por el espasmo del llanto.

—Norita… —dijo al agacharse a su lado.

—Perdón, Leo —gimoteó—. Vos estuviste siempre para mí y yo no… no puedo hacer una simple cosa.

—No importa, Nora. No es tu responsabilidad —dijo con suavidad y la tomó del mentón para instarla a mirarlo fijo—. Perdoname, por todo lo que te dije con tanta crueldad.

—No importa, tenés razón. Debería tener tiempo para todo y…

—No, no tengo razón —dijo con tristeza—. Solo estoy cansado y eso me pone malhumorado, pero no me da derecho a tratarte mal.

—Perdón —gimoteó—, en verdad intenté lavar las zapatillas, pero… Ale llora todo el día. Apenas tengo tiempo para respirar, y hasta encerrarme a llorar parece un privilegio.

—No tenés nada por qué disculparte, perdoname vos a mí. Yo elegí esta vida, yo elegí mi camino y te arrastré conmigo —Bajó la mirada y se mordió los labios—. Y lamento mucho no ser el compañero que debería ser. Lamento mucho haberte dejado sola con la responsabilidad. Y por sobre todas las cosas, nada de lo que dije es cierto.

—Sí lo es —lloró con más fuerza y se abrazó a sí misma—. Sí lo es.

—No, no lo es. No lo es, Nora. Perdón —La abrazó con fuerza para besar su cabello—. Perdón, perdoname por haberte arruinado la vida, por dejarte sola, por no ser un buen compañero.

Nora no dijo nada pero respondió el abrazo, para hundirse en el pecho de él y llorar ahí. Se sentía tan mal y tan sola, y también con tanta falta de energía en ella que estaba segura de que caería al suelo al mínimo esfuerzo.

No volvieron a hablar del tema, Leo cocinó esa noche y luego de cenar lavó sus zapatillas para el día siguiente, esperando que lleguen a secarse. Nora no volvió a sonreír en ningún momento, se mantuvo en silencio y muy pensativa, cumpliendo con su deber como madre al atender a su hijo.

Esa noche durmieron incluso más alejados que antes, pero en la madrugada fue él quien se levantó para mecer a su hijo y que ella pudiera descansar.

Por la mañana él salió temprano para hacer un par de compras para ese día, mientras que Nora puso al bebé en la bandolera con anillos de ajuste que le regaló Carolina, para poder hacer las cosas de la casa antes de que Leo regresara. Limpió la casa y luego salió al patio, al lavadero que habían improvisado en un rincón bajo techo. Allí metió la ropa del bebé en el lavarropas, que tanto se ensuciaba.

Estaba en eso cuando oyó la voz de su madre.

—¿Estás lavando la ropa de tu hijo en el lavarropas, sos retrasada, pendeja?

—¿Y cómo la voy a lavar?

—¡A mano, pendeja inútil! —gruñó su madre—. ¿Sabías que es peligroso para el bebé lavar la ropa así? ¡Podría darle una infección o algo, y cuando se te cague muriendo porque no sabés hacer una puta cosa básica no quiero verte llorando!

Nora no dijo nada, se aferró a su bebé mientras miraba a su madre con consternación, Raquel la miró de arriba hacia abajo, con un gesto asqueado.

—Estás horrible, ponete una faja o vas a quedarte así de obesa y ese tipo va a terminar abandonándote. Ya le debe dar asco ver el desastre grasiento que sos. ¿Cuánto peso subiste, diez, veinte kilos?

—No te importa… —masculló Nora y luego gritó, con lágrimas en los ojos—. ¡No te importa cuánto subí, subí de peso por mi hijo!

—Subiste de peso porque te gusta ser una cerda obesa, por eso. Dios, no sé cómo pude parir semejante bola amorfa.

Raquel se alejó mascullando insultos, mientras que Nora la seguía con la mirada, con su rostro consternado y su pecho que comenzaba a oprimirse. Sentía que le faltaba el aire, porque respirar era imposible.

Entró en la casa para dejar al bebé en su cuna, y luego regresó a buscar la ropa del lavarropas para seguir a mano, porque no podría perdonarse si algo malo le pasaba a su hijo.

Estaba lavando en la bacha de la cocina, mientras secaba sus lágrimas, cuando Leo regresó con bolsas de compras que apoyó en la mesa.

—¿Norita? ¿Pasa algo? —preguntó con preocupación y posó su mano en la delgada espalda de ella—. ¿Es por lo de anoche? Ya te pedí disculpas por eso…

—Estoy lavando la ropa de Ale.

—Pero ponelo en el lavarropas, mirá si vas a gastarte las manos así —dijo y quiso sacar la ropa de la bacha, pero Nora le dio un manotazo.

—¡No! —chilló—. Dijo mi mamá que es peligroso, que puede hacerle daño, y yo no quiero que le pase nada a mi bebé —sollozó.

—¿Cómo va a ser peligroso, Nora? Es lo mismo, es agua con jabón. No hay diferencia en que sea a mano o en el lavarropas, lo único que cambia es que vas a cansarte más y perder tiempo.

Quiso nuevamente sacar la ropa de la bacha pero Nora, nuevamente, le dio un manotazo para evitarlo.

—¡Dejame hacer algo bien! —gimoteó.

—Norita, no hay diferencia entre una u otra, es lo mismo —dijo él con suavidad.

—Mi mamá dijo que puede hacerle mal y que puede morir por mi culpa —gimoteó—. Y yo no quiero que mi bebé muera porque soy una inútil que no sabe hacer nada. ¡Ni lavar la ropa de mi hijo ni un par de zapatillas!

Leo la miró en silencio, consternado, y sus manos comenzaron a temblar al darse cuenta que esas eran las palabras de Raquel, y que él mismo le había dicho algo similar. Que él la había tratado igual a como la habían tratado toda su vida. Como una inútil que no era capaz de hacer nada bien.

Se dio cuenta del daño que le había hecho, un daño irreparable que no se iba a ir con un simple perdón.

Se alejó, lleno de ira, y cruzó el patio para poder llegar hasta la puerta de Raquel, donde comenzó a golpear con fuerza hasta que ella saliera. No bien esa mujer salió, Leo apoyó su dedo índice en el pecho de ella, con odio.

—¡No la quiero ver cerca de Nora otra vez! ¡No va a dirigirle la puta palabra otra vez!

—¿Ya te fue con sus lágrimas, la inútil esa? Alegrate, estoy intentando ayudarle a tu hijo.

—¡De mi hijo me ocupo yo, usted métase en sus asuntos! —gritó con fuerza—. No quiero volver a verla en mi casa, no cerca de Nora o de mi hijo. Y donde me entere que volvió a decirle una pelotudez así a mi esposa, voy a construir una pared de cinco metros para que jamás vuelva a vernos. ¡Y puedo hacerlo porque todo esto verde es mío!

—Deberían aprender a tomar un consejo.

—¡¿Un consejo?! ¡Si quisiera un consejo se lo pediría a mi madre que tiene cuatro hijos que la aman y un esposo que luego de treinta años sigue a su lado! No a una vieja sola y amargada que su esposo e hijo abandonaron, porque no la soporta nadie.

Diciendo eso se dio la vuelta para regresar a su casa, oyendo los insultos de esa mujer por detrás, pero a diferencia de Nora, Raquel no tenía poder sobre él. No había nada en sus palabras que pudiera herirlo.

Ingresó en la casa y fue a atender a Alejandro antes de que Nora lo hiciera, y fue con él en sus brazos a verla. Nora continuaba lavando la ropa, aún con espasmos por el llanto. Se sentó a la mesa y observó el aspecto demacrado en ella, sin tiempo ni ganas de nada. Con su cabello desteñido y despeinado, con su ropa sucia y manchada, y esas ojeras que ahora eran el único maquillaje en su rostro.

—Norita —dijo para llamar su atención—. Andá a visitar a Claudia y Julieta, llevate el bajo y practiquen un par de canciones.

—No puedo, Leo, tengo que…

—Yo me encargo de todo. Yo me encargo de la casa, de Ale, de la comida y la ropa —dijo con voz suave y la miró con tristeza—. Necesitás descansar y necesitás salir de estas cuatro paredes. Por favor, Nora. Andá a ver a tus amigas, o a la peluquería, o a donde vos quieras. Incluso a ver un pique.

—¿Qué piques? Aún sigo sangrando por el postparto, estoy obesa y llena de estrías, ¿qué pique voy a conseguir? —dijo y giró para verlo.

—Hacé lo que quieras hoy, pero salí a despejarte. Lo necesitás.

—¿Y Ale? ¿Quién va a darle el pecho?

—Voy a comprar una lechita y a usar la mamadera que nos dio Guille.

—Yo no quiero que mi hijo tome esas cosas —dijo Nora con tristeza.

—Es solo por hoy, mañana a primera hora consigo un sacaleches para que puedas extraerte, y así yo también puedo encargarme de Ale. Dejame participar, Nora.

No respondió, pero aprovechó que él tenía a Alejandro para poder darse un baño. Ese momento bajo la ducha fue más placentero que cualquier otro momento en su vida, y sintió cómo con el agua se iba también su tristeza.

Leo preparó el almuerzo, y luego de comer Nora decidió llamar un remís e ir con el bajo a ver a sus amigas, porque de quedarse en la casa terminaría por volverse loca.

Él comprobó, en solo esa tarde, todo el duro trabajo que Nora hacía para cuidar al bebé. Ale lloraba todo el tiempo por hambre, por cólicos, por su pañal mojado, por su pañal con caca, o simplemente porque necesitaba estar en brazos. Leo no podía alejarse sin que el bebé llorara, e incluso no podía tampoco sentarse, porque el bebé solo se quedaba tranquilo cuando él estaba de pie.

Aprovechó esas horas para pensar, para replantearse todo lo que estaba haciendo mal. Por eso, por la noche, le dio la mamadera a su hijo y luego de quitarle los gases lo acostó a dormir, para poder preocuparse de preparar la cena. Se esmeró mucho en esa cena, en que todo saliera bien.

Cuando Nora regresó por la noche, mucho más tranquila y relajada, se encontró con la cena servida. Ñoquis, hechos específicamente para ella. Un vino en la mesa e incluso velas.

—¿Leo? —dijo para llamar su atención—. ¿Estás haciendo esto para pedirme perdón? No necesitabas hacerlo.

—Es para hablar con vos, Nora. Y también para disculparme.

Se quedó en silencio solo admirándola, porque había llegado distinta, con su cabello corto y azul intenso otra vez.

—Te ves hermosa.

—Clapsi me cortó el pelo y me lo tiñó —dijo, algo avergonzada—. Ya necesitaba hacerlo.

Él la invitó a sentarse con un ademán educado, por lo que Nora obedeció a su llamado. Miró el plato con ñoquis caseros y la copa de vino que él le había servido.

—No puedo beber alcohol, Leo.

—Hoy sí. Esta noche voy a darle la mamadera a Ale las veces que sea necesario, y mañana vas a poder amamantarlo otra vez —dijo con una sonrisa.

Comieron en silencio, porque ninguno sabía bien qué decir, y tampoco querían volver a discutir. Los únicos comentarios que hicieron mientras comían era sobre lo delicioso que estaba todo, o sobre lo bonito que le quedaba el cabello a Nora.

Luego, cuando finalizaron de cenar y Leo levantó los platos para poder lavarlos, giró para verla allí. Nora bebía su copa de vino muy despacio, porque su cuerpo se había desacostumbrado al alcohol.

—Norita —dijo y se acercó a ella, se sentó a su lado para poder tomar sus manos—. Quiero hablar con vos, creo entender algo.

Ella solo lo miró fijo a los ojos marrones.

—Estamos en una etapa difícil donde necesitamos estar unidos y ser compañeros —comenzó a decir—. Ambos estamos cansados, pero nos concentramos tanto en ser los papás de Ale que nos olvidamos de lo más importante.

—¿Qué cosa?

—Que solo somos Leo y Nora, que somos amigos. Que somos personas con vida y sentimientos, más allá de nuestro hijo —dijo y sintió la angustia atormentarlo—. Quiero que volvamos a ser solo Leo y Nora. Volver a leerte historias en la bañera, volver a hacer música juntos. Quiero que volvamos a ser nosotros, y para eso tenés que salir, reírte con tus amigas, tocar el bajo y ser, simplemente, Nora. No solo la hermosa mami de Ale.

Leo se mordió los labios, con esa angustia aún más intensa en su garganta y sus ojos que se llenaban de lágrimas.

—Me comporté horrible con vos, fui una basura y te dije… te dije cosas horribles, cosas que no son ciertas.

—Son ciertas —dijo Nora con tristeza y comenzó a llorar—. Son ciertas, porque solo soy una gorda inútil que no sabe hacer nada, que no sirve para nada, y que lo único que sabe es cagarse a trompadas con otras personas. Una violenta de mierda, eso es lo que soy.

—¿Y cómo no vas a serlo, cómo, Nora? —comenzó a llorar, con su voz quebrada—. ¡¿Cómo no vas a querer agarrarte a trompadas con todo el mundo?! Si nadie te ha tratado bien, si solo conocés de dolor, si para colmo tenés al lado a un pelotudo que te abre las heridas solo porque está cansado…

—No quiero que me odies —gimoteó ella, con mucho dolor.

—¿Cómo voy a odiarte? ¿Cómo? Si sos la luz en mi vida y la estrella más brillante, ¿cómo podría odiarte? —sollozó.

—Porque soy violenta, porque no sé hacer nada —dijo con tanto dolor que él la abrazó al instante.

—No sos violenta, te hicieron creer que lo sos —La aferró con fuerza y besó su cabeza—. No sos una inútil, no podrías serlo jamás. El inútil soy yo que no pude cumplir con mis responsabilidades de padre y esposo.

—Arruiné todos tus sueños, vos mismo lo dijiste —gimoteó en los brazos de Leo.

—Mis sueños cambiaron, mi sueño ahora son vos y Ale, Norita. Vos sos mi sueño —comenzó a llorar con más fuerza—. Te saqué de ese infierno solo… solo para meterte en otro, y no quiero… no quiero que un día te arrepientas de haber estado conmigo esa noche de año nuevo, o de tener un hijo conmigo.

—No es un infierno vivir con vos, Leo, y no podría arrepentirme jamás de esa noche o de nuestro hijo.

—Sí lo es, te traté horrible todo este tiempo en el que tenías que disfrutar y estar tranquila con Ale, y te dije… cosas horribles —lloró más fuerte al aferrar sus dedos en la espalda de ella—. Perdoname, Nora. Me duele el alma solo saber que te saqué de un infierno para meterte en otro.

Se mantuvieron abrazados por largos minutos, solo llorando juntos, aferrados, hasta que poco a poco sus respiraciones comenzaron a acomodarse. Aún tenían espasmos por el llanto que les dificultaba hablar, pero estaban más tranquilos.

—Volvamos a ser lo que éramos —dijo Leo con un espasmo de llanto—, volvamos a ser solo Leo y Nora. Cumplamos nuestros sueños juntos.

—¿Cómo?

Él se alejó para poder tomarla de las mejillas y comenzar a secar las lágrimas en el rostro de ella.

—Vamos a ser un equipo. Cada día que trabaje voy a volver, me daré un baño y dormiré aunque sea quince minutos de siesta, así estoy descansado para cubrirte, y luego vos vas a bañarte y relajarte.

—Pero vos llegás cansado del trabajo —dijo Nora con tristeza.

—No importa. Somos un equipo, vamos a dividir la tarea, también nuestro sueldo para que ambos podamos comprar lo que queramos —como vio que ella iba a agregar algo, prosiguió—. Es de ambos el sueldo, porque yo no podría salir a trabajar si vos no te quedaras con el bebé y te hicieras cargo de la casa. Es por tu trabajo que yo puedo hacer el mío.

Nora bajó la mirada con tristeza.

—¿Y tus sueños?

—Vos vas a seguir estudiando, vas a continuar con la banda y grabar ese demo —dijo con una sonrisa—. Y yo voy a ir de viaje por todo el país, con vos y Ale. Vamos a ir los tres juntos a cada rincón, y ambos vamos a cumplir nuestros sueños juntos.

La tomó con suavidad del mentón para verla a los ojos tristes.

—Esto no tiene que ser una cárcel ni un infierno. Somos una familia, y vamos a hacer las cosas como una familia —sonrió—. Y cuando yo te pida un favor, vas a estar en tu derecho de decirme que no.

—¿Y si te digo que sí pero después me doy cuenta que no puedo hacerlo?

—Entonces me vas a mirar fijo a los ojos y me vas a decir: Leo, intenté hacerlo pero no pude, espero puedas entenderlo.

—¿Y si no lo entendés? ¿Y si te enojás? —Hizo un puchero con tristeza y él le hizo una caricia con el pulgar.

—Me decís con tranquilidad: Leo, Ale es mi prioridad, lamento no haber podido cumplir, pero no fue intencional.

—¿Y si te enojás tanto que te olvidás de esto y comenzás a gritarme, o a decirme que soy una inútil? —comenzó a llorar.

—Entonces vas a mirarme fijo y vas a decirme: Leo, no me gusta la forma en que me estás tratando. Por favor, tomate cinco minutos para respirar.

—¿Y si aún así te enojás? —sollozó.

Leo comenzó a secarle cada lágrima en su rostro, con tanto cariño, con tanta devoción, que Nora incluso sintió que le estaba acariciando el alma.

—Entonces vas a usar la artillería pesada. Me vas a mirar con tu cara de dragona más furiosa y vas a decirme: Leo, te estás comportando como mi mamá. Y yo en ese mismo momento voy a saber que me porté realmente mal.

—¿Y si…?

—Ya no hay más «y si», ya no, Nora —dijo con suavidad y le besó la frente con cariño, para luego abrazarla—. Ya no más. No quiero volver a pelear con vos, no quiero insultarte ni que me insultes. No quiero ser el culpable de tu llanto y tu dolor.

—Pero a veces va a pasar, porque es normal, porque somos padres y estamos cansados.

—Cada vez que tengamos algo para decirnos y sea en un tono que puede herir al otro, vamos a tomarnos cinco minutos para pensar y respirar. ¿Sí? —La aferró con fuerza, mientras le hacía caricias en la espalda—. Te quiero, Norita. En verdad te quiero, y lamento haber sido cruel y tonto. Quiero que sepas que te quiero.

Nora se aferró a él, oía los latidos de su corazón y el aroma delicioso que emanaba su piel. Se aferró más, porque se había sentido tan sola desde que Ale nació, y lo había necesitado tanto. No se había dado cuenta sino hasta ese momento de lo mucho que Leo le hacía falta.

—Una última cosa, Norita —dijo él y se alejó un poco para poder verla al rostro—. Me gustaría que salieras con tus amigas, que te arregles como tanto te gustaba, que te pongas tus medias de red y tus piercings. Que vuelvas a ser vos.

—Es que estoy muy cansada para todo eso.

—Lo sé, por eso vamos a ser un equipo —sonrió y se acercó para besarle la frente—. Para que el peso esté equilibrado, para que ambos estemos menos cansados. Y me voy a esforzar, cada día, en hacerte feliz. En que vuelvas a brillar como antes, o incluso más.

—Los viernes salí con tus amigos, o tus piques. Yo ahora que termine con el sangrado voy a volver a ver gente —dijo Nora con una sonrisa—. Salí con tus piques. Usá cada viernes, yo uso los sábados, y el domingo hacemos algo juntos como familia.

Leo sonrió, le hacía caricias mirándola fijo a los ojos grises tan hermosos que Nora tenía.

—No voy a ver piques, por respeto a tu estado. Hasta que te recuperes. ¿Sí? Luego de que estés bien vamos a salir con quien queramos.

Nora no respondió, porque no quería que iniciaran una discusión otra vez, por eso se aferró nuevamente a él para sentir su calor, el aroma de su piel, y las tiernas caricias que le hacía.

—Te extrañé mucho —confesó en un susurro.

—También te extrañé mucho, mi Norita hermosa.

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