Capítulo N° 34

Estaban recostados uno junto al otro mirándose con una sonrisa, Leo le hacía caricias en el rostro a Nora en esa fría mañana de invierno. La noche anterior habían acudido al cumpleaños de Pablo, se quedaron hasta la medianoche y luego regresaron a casa porque, como las noches anteriores, el calor volvía a invadirlos.

—Si vamos a hacer esto hay que hacerlo bien —dijo Nora con una sonrisa—. Decime qué cosas te gusta hacer o que te hagan, así somos más eficientes.

—Me gusta mucho, mucho, mucho —dijo en un susurro y le dio un beso en el cuello—, el sexo oral. Me encanta hacerlo, y me encanta, por sobre todo, hacértelo a vos.

—Uhm, parece que nos complementamos porque a mí también me gusta mucho, mucho, mucho hacerlo.

—¿Y qué más le gusta, señorita, además de estrangular a este buen hombre hasta el orgasmo? —dijo con una sonrisa pícara.

—Me gusta que sea rudo, aunque no me quejo de la suavidad —sonrió y corrió un mechón de cabello tras su oreja—. Me gusta que me besen el cuello, y también que me tomen del pelo.

—¿Posición favorita?

—En cuatro. ¿La tuya?

—Vaquera invertida —dijo con una sonrisa pícara—. Y en cuatro, por supuesto.

Ambos se rieron porque aún les era muy extraño tener sexo entre ellos, y más aún hablar de sus gustos. Lo disfrutaban mucho, pero lo tomaban como un simple favor que se estaban haciendo.

Ambos seguían siendo solo amigos.

Leo se levantó para preparar el desayuno y comenzó a vestirse. Nora se dio el gusto de apreciar su cuerpo desnudo mientras se colocaba un boxer y el resto de su vestimenta abrigada.

Para Nora, más allá de ser extraño estar con Leo, era extraño también pasarla tan bien junto a un hombre. Pues sus mejores relaciones sexuales siempre habían sido con mujeres, no había tenido buenas experiencias con varones.

Se limpió muy bien y comenzó a vestirse. Aunque le gustaba el frío necesitaba abrigarse bien para evitar resfriarse, por eso se colocó una larga falda negra y un sweater gris oscuro. Se puso sus muñequeras y zapatillas cómodas. Ponerse las zapatillas siempre era la parte más difícil de vestirse, ya que su panza le dificultaba muchos movimientos.

Pese a que a Leo no le gustaba la televisión, la había encendido para poner el canal de música que a Nora le gustaba. Allí sonaba diversa música, desde rock a pop, y él se entretenía con los sonidos mientras pasaba el agua caliente a un termo. Acomodó todo en la mesa, incluso la torta que Esther les había dado para que Nora no se quedara con las ganas.

A Nora le gustaba mucho las cosas dulces, especialmente en el embarazo.

Cuando Nora llegó se ubicó frente a él para tomar mate, la música pop sonaba allí. Ella no era muy fan de ese género, exceptuando a Madonna –que le había empezado a gustar por Virginia–, pero esa canción que sonaba la escuchaba todos los días. Ya había empezado a gustarle, por lo que la tarareaba por lo bajo.

—Alejandro… —murmuró Nora al mirar hacia la televisión, donde se veía un videoclip—. Es un lindo nombre, me gusta.

—¿Alejandro Sanz? —preguntó Leo al ver el videoclip—. ¿Querés ponerle ese nombre al bebé?

—No por Alejandro Sanz, o sí, no sé. Me gusta esa canción, «Amiga mía» —dijo con una sonrisa—. Es un bonito nombre, ¿no? Voy a buscar qué significa.

Para evitar que ella se pusiera de pie, Leo fue en busca del libro de nombres que habían comprado y se lo pasó con una sonrisa, porque hasta el momento ningún nombre le convencía.

Nora pasó una página para poder buscar el nombre «Alejandro», y entonces sonrió más al leer.

—«El defensor, el protector» —leyó y levantó la mirada para ver a Leo—. Me gusta, ¿qué te parece?

—«El protector», me gusta también. Va a ser entonces Carlos Alejandro, pero vamos a decirle simplemente Ale —dijo él con entusiasmo y posó su mano sobre la panza de Nora—. Alejandro… ¿Vas a proteger a mami, eh, hijo?

—Él no tiene que protegerme a mí, yo tengo que protegerlo a él.

—Es verdad, y aún así yo defiendo y protejo a mi mamá, es lo que hace un hijo cuando ama a su madre. Y él, Norita, nuestro pequeño Alejandro, va a amarte mucho.

Nora sonrió con alegría al ver a Leo hablarle con tanto amor al bebé en la panza, porque estaba segura de que con el mismo amor lo trataría día a día.

Continuaron tomando mate mientras conversaban del bebé. Y Nora se reía al notar que cada vez que comía una cucharada de esa torta de chocolate, el bebé se movía muy gustoso allí en su panza.

—Tenemos que hablar de los padrinos, nos quedan solo dos meses hasta que nazca, pué —dijo Leo y sorbió la bombilla del mate, para poder preparar más para Nora—. ¿Pensaste en alguien? Sé que no sos muy religiosa pero para mí es importante.

—Tengo un padrino en mente.

—Genial, porque yo tengo la madrina —dijo él con una sonrisa—. Me costó mucho decidirme, pero me gustaría que fuera Moni.

Nora sonrió, porque le encantaba la relación tan unida que tenía con su hermana mayor.

—Me parece bien, ¿te molestaría si elijo a Guille? —preguntó con las mejillas rosadas—. No tengo muchos amigos, y él estuvo siempre para mí.

—¿Cómo me va a molestar, Norita? Es tu mejor amigo, y es también el hombre que amás —dijo con una voz cariñosa—. Además estoy seguro de que el gurisito va a querer mucho a nuestro Ale.

—¡Sí! —dijo con mejor ánimo y una sonrisa enorme—. Me lo imagino haciéndole tortas y comidas saludables, o jugando con él y Melanie.

—Me encanta, Norita. Entonces está decidido, Moni y Guille van a ser los padrinos —la tomó de las manos con cariño para agregar—: Hoy tengo que ir a buscar la cuna que ella le regaló a Ale, voy a aprovechar a decírselo. ¿Querés venir conmigo?

Ella negó con un movimiento de cabeza que sacudió sus rizos verdosos algo más largos.

—No, es tu momento con ella. Yo voy a ir a ver a Guille para tomar unos mates.

—Está bien, Norita. Te dejo en lo de Guille y de ahí voy a lo de Moni.

Un rato después Leo levantó las cosas de la mesa para poner algo de orden, mientras que Nora acomodaba la ropita que habían comprado para el bebé en los cajones. Ya habían hecho espacio junto a la cama, del lado que dormía Nora, para poder colocar la cuna. Pues ella quería darle el pecho y de esa forma sería mucho más cómodo.

Luego de almorzar y de dormir la siesta juntos, ambos se subieron al auto y, pese a que la casa de Guille estaba ahí a dos cuadras, Leo la dejó exactamente en la puerta. No se fue sino hasta que vio que Guille la hacía pasar, y tocó la bocina para despedirlo.

—¿Cómo estás, Nori? Justo saqué del horno unas magdalenas de zanahoria que hice para Mela, ¿querés probarlos conmigo? —dijo Guille y la ayudó a acomodarse a la mesa.

—¡Hola, mi amor! —le dijo ella a Melanie, que estaba sentada en su sillita lista para merendar, y se rió con ánimo al ver a su madrina—. Cada día más hermosa estás.

Guille puso la pava al fuego para tomar mate con ella. Le contó las novedades sobre Melanie, que ya caminaba por toda la casa explorando lo desconocido, y por eso mismo Andrea y Guille le estaban tanto tiempo detrás para evitar golpes y accidentes.

—¿Y Andrea? —preguntó Nora al ver que no estaba por ninguna parte, siendo domingo su día libre.

—Fue a ver a sus padres, en unas horitas tengo que ir a buscarla. No me gusta ir porque son una gente de mierda, aprovecho a decirlo porque no está —dijo Guille con una sonrisa torcida.

—Ay, no. Yo tengo suerte en ese sentido, la familia de Leo es un amor. La verdad es que los quiero mucho, supongo que va a doler cuando nos divorciemos.

—¿Todavía piensan divorciarse?

—¡Claro! Es un matrimonio falso.

Guille hizo una mueca extraña con el rostro porque no estaba muy seguro de que fuera algo falso. Ambos eran muy unidos y muy cariñosos entre sí, de una forma distinta a la amistad. Pensó, entonces, que quizá ni ellos mismos se daban cuenta de la clase de relación que tenían.

—Bueno, ya nos decidimos por el nombre. Va a ser Alejandro —dijo Nora con una sonrisa y sorbió el mate, para luego mordisquear una de esas magdalenas de zanahoria—. ¡Uhm, Gui, está riquísimo!

—Gracias, a Melanie le encanta —La miró comer con mucha alegría, y sonrió por eso—. ¿Tuviste más antojos, Nori?

—Frutas, este chiquito se vuelve loco con las frutas. Pero también tuve muchos antojos de sándwiches de miga, los de huevo especialmente. Y también carne, ¡cómo le gusta la carne! —dijo y se rió al acariciarse la panza.

Guille pidió permiso antes de posar su mano en el vientre, porque sabía que a ella no le gustaba que la tocaran porque sí. Cuando Nora aceptó, él acarició la panza con una gran sonrisa justo para sentir una de esas patadas, que le recordaba a cuando Melanie aún no había nacido.

—Gui —dijo Nora para llamar su atención y le dirigió una sonrisa—. ¿Te gustaría ser el padrino de mi bebé?

—¿Qué? ¿En serio? —chilló, y al verla asentir su sonrisa se hizo incluso más radiante y más grande—. ¡Claro que sí, po! Qué lindo, gracias por pensar en mí, Nori. Voy a tener un ahijadito.

Guille se agachó en el suelo entonces para poder hablarle a la panza, con tanta felicidad en su rostro que Nora supo que había sido la mejor decisión.

—Voy a conseguirte todos los sándwiches de miga de huevo que encuentre —le dijo a la panza con mucha felicidad, luego alzó la mirada para ver a Nora—. ¿Qué clase de carne te gusta?

—No es necesario que me cumplas los antojos, Gui —se rió, muy feliz también.

—No importa, a mi ahijado no le va a faltar nada. El padrino le va a hacer un rico asado para que se alimente bien.

Se abrazaron con fuerza, con mucho cariño. Y aunque Nora estaba feliz, también se sentía algo triste porque en su corazón aún lo tenía muy presente. Sin embargo ya no dolía tanto como antes, y se alegró por ello.

—Vas a ser una gran mamá, Nori —dijo Guille con una sonrisa al acunar sus mejillas con las manos—. La mejor mamá del mundo vas a ser.

Volvieron a abrazarse con una gran sonrisa, sintiéndose tranquilos junto al otro. Para Guille, que vivía en una constante batalla diaria con su esposa, ese abrazo de Nora le dio toda la paz y la tranquilidad que necesitaba. Y para Nora, que había aprendido a ser más paciente junto a Leo, podía brindarle esa paz a su amigo, sin siquiera saberlo.

Tomaron mate por un largo rato más, hasta que llegó Andrea refunfuñando, pero su actitud cambió al ver a Nora allí, quien la saludó con una sonrisa.

—¡Voy a ser padrino, amor! —dijo Guille con una gran sonrisa.

Andrea le dio un beso en los labios, cariñoso pero apasionado.

—Felicidades, amor.

—Ya es tarde y estoy un poco cansada, voy a ir yendo a casa —dijo Nora al ponerse de pie lentamente.

Andrea posó una mano en su brazo.

—Nora, estás de siete meses. Tratá de no andar sola y tené el bolso preparado por cualquier cosa, ¿sí? —dijo con suavidad y giró para ver a Guille—. Acompañala.

—No hace falta, son dos cuadras —se rió Nora.

—No importa, te mareás mucho y es peligroso. Además ya debés empezar con contracciones leves. Me quedo más tranquila si sé que llegás bien a casa —Volvió a mirar a Guille—. Acompañala, amor, yo me encargo de Mely.

Él asintió y se puso de pie para ofrecerle su brazo a Nora, lo que a ella la hizo reír. Agradeció a Andrea por eso y la despidió con un beso en la mejilla antes de salir, porque a veces caminar le producía contracciones o dolor en la cintura.

Caminó lentamente tomada del fuerte brazo de Guille, bajo el cielo estrellado y con el frío viento de invierno que le acariciaba el rostro. Guille la miraba de reojo, con una sonrisa, porque ella se veía tan radiante y hermosa, como si su embarazo la hubiera hecho renacer de las cenizas. Se veía más bella que nunca.

Allí en la entrada Guille miró ese paredón que siempre saltaba para verla, cada vez que la castigaban. Ese pasillo ahora pertenecía a Nora, y ese departamento abandonado al fondo ahora era un hogar. Muchas cosas habían cambiado desde esa época.

La abrazó con cariño y acunó su rostro para verla, con una sonrisa.

—Cualquier cosa que necesites llamame, ¿sí?

Nora solo asintió, para luego abrir la puerta que daba a ese pasillo. Giró para verlo con una sonrisa y luego entró, para que él pudiera regresar junto a su esposa y su bella hija.

Leo aún no había regresado, pero estaba segura de que no tardaría mucho en llegar. Por eso comenzó a preparar la cena, un rico estofado para esos climas fríos. Le gustaba cocinar, aunque no tanto como a Guille, y disfrutaba de atender a sus seres queridos. Por eso trató de tener todo listo para cuando llegara Leo.

Puso un poco de música en el equipo que les había regalado Cuca, decidió escuchar uno de los CD’s de Leo, porque poco a poco comenzaba a acostumbrarse a su música.

Cuando él llegó no pudo disimular la sorpresa en el rostro por escuchar allí una chacarera sonar. Sonrió mientras dejaba las partes de la cuna a armar poco a poco a un costado. Fue entonces hacia la cocina, donde Nora servía el estofado en dos platos y los acomodaba en la mesa redonda.

—Norita, qué sorpresa —dijo con una sonrisa—. Ni en mis mejores sueños imaginé llegar a casa y oírte escuchar folclore.

—Me estoy acostumbrando, por ahora acepto chacarera y zamba, el chamamé aún me cuesta un poco —dijo con una sonrisa y quiso sentarse a la mesa, pero él la tomó de una mano.

—Disculpá que tardé tanto, fui a buscar una sorpresa.

—¿Una sorpresa?

—Esperame un segundo. No mires.

Nora comenzó a reírse, porque le recordaba a la vez que le hizo ñoquis por su cumpleaños. Se cubrió entonces a la espera de su sorpresa, aunque al oír la puerta de entrada quedó algo confundida. Unos instantes después sintió las manos de Leo sobre las suyas, para cubrirle él los ojos mientras la guiaba muy despacio hasta los sillones.

—¿Qué me querés mostrar? ¿La cunita? —preguntó con una risita.

Leo entonces le descubrió los ojos y allí, sobre el sillón, Nora pudo ver un bajo azul oscuro. Era distinto al que le había regalado su hermano, y era simplemente hermoso.

—Es Fender, le pedí ayuda al Cuca porque yo no entiendo mucho de bajos —dijo Leo con una sonrisa al verla estupefacta—. ¿Qué te parece?

—¿Es una Fender? ¿Me compraste una Fender?

—¿Está mal? —preguntó con sorpresa.

Nora lo abrazó de repente y comenzó a llorar en su pecho, porque Leo no solo le había dado un bajo, le había dado uno de los mejores del mercado. Le había traído de nuevo la música a su vida, lo que ella más amaba.

—Tonto —sollozó en su pecho—. Las Fender son muy caras, vas a endeudarte por una tontería…

—No es una tontería —dijo con esa voz suave que lo caracterizaba, y se alejó solo unos centímetros para poder acunar su rostro entre las manos—. La música es tu vida, y cuando te vi tocar aquella vez brillabas como la más hermosa de las estrellas. Quiero volver a verte brillar, Nora.

—Gracias —dijo con auténtica alegría, aún muy emocionada—. Gracias, Leo.

Él volvió a abrazarla con cariño, depositaba besos en la coronilla de su cabeza, pero luego volvieron a la cocina para poder cenar.

Leo la miraba sonreír y reír, con esos hermosos hoyuelos en sus mejillas, con sus ojos grises aún cristalizados por lágrimas de felicidad. Él prefería mil veces ver lágrimas de felicidad en ella, que de tristeza y decepción.

Luego de cenar Leo lavó los platos, mientras que Nora conectaba el bajo al amplificador para probarlo, aunque lo puso en volumen bajo para evitar hacerle daño al bebé con las fuertes vibraciones. Así que mientras él secaba los platos, la oía con una sonrisa tocar funk. Fue entonces en busca de la cámara, para poder sacarle una foto a esa punk con siete meses de embarazo que tocaba allí en la sala de estar. Sería un recuerdo que atesorarían por siempre.

~ • ~

Los malestares eran cada vez peores, tenía muchas contracciones los últimos días y su cintura dolía una infinidad. A veces, incluso, le dolía la pelvis como si su cuerpo se estuviera preparando para el parto.

Pasaba mucho tiempo en la bañera, y Leo siempre le hacía masajes en la zona lumbar para ayudarle a sentirse mejor. También, por las noches, Nora se encendía como una fogata y debía despertar –como habían acordado– a Leo para poder bajar ese fuego. A veces él estaba demasiado cansado para tener sexo, pero siempre buscaba satisfacerla con las manos o la boca.

Una tarde Leo llegó muy cansado del trabajo, de muy mal humor, pero todo ese mal humor se borró en el instante en que al entrar en la casa vio a Nora cubierta de harina. Ella, con una sonrisa enorme y sus ojos iluminados por la felicidad, le enseñó una bandeja con pan.

—¡Leo! ¡Hice pan! ¡Mi primer pan! —dijo ella con entusiasmo—. ¡Hice pan casero!

Él sonrió al verla tan feliz, con su delantal de cocina que cubría la gran panza, y su cabello, rostro e incluso el delantal cubiertos por harina. Era un pequeño desastre, la cocina era un desastre, pero él no conseguía mirar otra cosa que esa hermosa sonrisa en su rostro.

Se acercó a ella, quien le mostró de cerca su pan casero, con tanta alegría, tanta felicidad, que la primavera pareció llegar antes de tiempo. La primavera, estaba seguro, era Nora.

—Felicidades, Norita —dijo al tomarla del rostro para besarle la frente, como hacía todos los días—. Ya tenés tu propia casa donde hornear pan, solo falta el jardincito.

—¿Querés probarlo? Está calentito.

Él asintió con una sonrisa y la observó cortar una porción de ese pan, y podía imaginarla con las manos sumergidas en harina, amasando con tanto cariño. Mordisqueó esa porción de pan y sonrió aún más porque sabía delicioso.

—Está buenísimo —dijo él aún con la boca llena y mordisqueó otro pedazo.

—Te ves muy cansado, Leo. Andá a darte un baño y acostate.

—Voy a darme un baño, pero poné la pava para los mates.

Volvió a darle un beso en la frente, con cariño, para después ir hacia el baño a darse una ducha. Estaba muy cansado, y eso lo ponía molesto y de mal humor, pero la luz que Nora irradiaba con su felicidad era suficiente para que él pudiera respirar en paz.

Nora pasó el agua caliente a un termo, y acomodó el pan casero en la mesa, junto a una mermelada de naranja que había hecho en la mañana. Colocó un bonito mantel de tela que le había regalado Mari, la madre de Clap, junto con servilletas a juego. Estaba doblando las servilletas cuando sintió las manos de Leo envolver su cintura y luego depositar un beso en su mejilla.

Él se acomodó a la mesa, pero tomó el equipo de mate para ser él quien lo preparase, mientras le contaba a Nora sobre su día en el trabajo, las discusiones de sus compañeros o el tráfico insoportable para regresar. Leo a veces era puras quejas, pero Nora siempre lo oía con atención, con una sonrisa.

Cuando él untó un poco de mermelada en ese pan casero y lo probó, abrió los ojos con sorpresa, con ojos iluminados al ver a Nora.

—Es… la mermelada de mi mamá —dijo Leo aún impactado por esa sorpresa.

—Le pedí la receta porque sé que te gusta mucho, ¿salió bien?

—Sabe igual —dijo y entonces sonrió con alegría—. ¿Le pediste a mi mamá la receta solo por mí?

—Vos te casaste conmigo y dejaste a tus piques solo por mí, ¿qué es una mermelada en comparación?

—Es todo, Norita. Es todo.

La tomó de las manos con cariño, mirándola fijo a los ojos. Aún tenía un poco de harina, por lo que él tomó una de esas servilletas para poder limpiarle el rostro, con una sonrisa feliz.

Llevaban ocho meses viviendo juntos, y aunque tenían sus diferencias se llevaban muy bien entre sí. Se entendían y complementaban, se oían mutuamente y se apoyaban.

Ninguno de los dos creyó jamás que vivir juntos podría ser algo tan hermoso. Que tendrían tantas anécdotas, tantos momentos, y que se terminarían acostumbrando a las pequeñas cosas. A Leo leyéndole un libro en la bañera, a Nora oyéndolo hablar de su día, a hacer las compras semanales juntos, y a dormir uno junto al otro.

Unos días después, con la llegada de la primavera, Nora comenzó a sentirse cada vez peor. Caminar era un suplicio, dormir era otro suplicio. Las contracciones y los dolores no le permitían conciliar el sueño, por lo que Leo tampoco estaba durmiendo bien.

Durante la cena Nora apenas consiguió comer, se metió en la bañera que era el único lugar donde se sentía mejor.

—Norita, vamos a la clínica —dijo Leo sentado a su lado, mientras le hacía caricias en el rizado cabello que llevaba meses sin ser azul, y se veía amarillento y verdoso en algunas partes, con raíces muy notorias—. Vamos a la clínica.

—Estoy bien, la fecha es para el veintisiete. Todavía faltan unos días —dijo ella tratando de respirar—. Quiero estar en el cumple de Clapsi también, el veintiséis.

—Claudia va a entender que estás en tus últimos días, que debés reposar y estar tranquila.

Los dedos de Leo rascando su cuero cabelludo le daban un gran confort, también los masajes y fricciones que él hacía en su zona lumbar para ayudarle a sentirse mejor.

Tenían el bolso listo, con los estudios guardados en una carpeta, desde hacía una semana, para cualquier emergencia.

Leo le ayudó a Nora a llegar hasta la cama, porque cada paso era más doloroso que el anterior. Esa noche él se mantuvo en alerta para cualquier cosa, porque Nora no conseguía dormir por esas contracciones y malestares.

En la mañana, antes de que saliera el sol, Leo debió irse a trabajar. Besó la frente de Nora con cariño y, como estaba despierta, le dijo:

—Cualquier cosa llamá a mi papá a la fábrica, ¿sí? Y si en verdad es el momento, no me esperes, llamá a nuestro compadre para que te lleve a la clínica.

—Estoy bien, ya se va a tranquilizar este loquito. Tiene que nacer el veintisiete —dijo con un gesto de dolor.

Leo tenía dudas y no quería irse, pero no había faltado jamás al trabajo para poder usar algunas faltas luego del nacimiento, y así estar unos días con Nora y el bebé.

Unas horas después Nora se levantó para desayunar. Aún hacía frío pese a ser primavera, así que se puso un cárdigan de Leo, verde claro, para poder estar calentita. Tomó un té con tostadas y queso crema, pero el dolor seguía siendo insoportable.

Sintió algo extraño en su ropa interior, y cuando fue al baño vio un extraño y grande moco marrón que le dio mucho asco ver. Era como una gelatina que quitó con papel para arrojar al inodoro.

Los dolores eran cada vez peores, y sentía muchos deseos de defecar. Ya le habían explicado, tanto su suegra como Mari, la madre de Clap, que así se sentía las contracciones de parto y el deseo de pujar. Trató de tranquilizarse y esperar unas horas hasta que llegara Leo del trabajo.

Sintió mucho dolor, con su rostro sudado, y el fuerte deseo de ir al baño.

—No, no, son las tres, aún falta para que llegue Leo —dijo y tuvo que ir al baño para vomitar.

Vomitó dos veces, sin que las contracciones la dejaran en algún momento. Era tanto el malestar que sus ojos estaban llenos de lágrimas, e intentaba respirar mientras caminaba lentamente por la sala de estar.

—Solo faltan dos o tres horas para que llegue —dijo y tuvo que apoyarse en un mueble, con un fuerte dolor que la invadía—. ¡Carajo! ¡No va a llegar!

Decidió llamar por teléfono. Llamó primero a su suegro en la fábrica para avisar que iría a la clínica, luego llamó a Guille para que le hiciera el favor de llevarla.

Siguió caminando por allí, lentamente, a esperar que el timbre suene para poder salir con el bolso. Sin embargo, unos cortos minutos después oyó la puerta de entrada ser golpeada rápidamente, lo que la tomó por sorpresa. Se acercó a abrir y vio a Guille ahí.

—Tenías que tocar el timbre —dijo con un gesto adolorido.

—Salté la medianera, vamos. Nori, ¿tenés todo?

Guille colgó en su hombro el bolso con todas las cosas del bebé y Nora, y luego la tomó a ella del brazo para poder guiarla. Debían cruzar el patio para llegar a ese pasillo que daba a la salida.

Nora tuvo que detenerse para vomitar nuevamente a un costado, y Guille abrió los ojos, consternado.

—¡Nora, eso significa que estás dilatando!

Abrió el auto enseguida y le ayudó a subirse, para poder manejar rápidamente hacia la clínica, porque el bebé nacería ese mismo día, más rápido de lo esperado.

—Tenía que nacer el veintisiete —dijo ella con mucho dolor.

—Pues va a nacer hoy, jueves veinticuatro de septiembre.

En la clínica les dieron una silla de ruedas para poder llevarla a atender.

Guille caminaba de un lado a otro refregándose el rostro y el cabello. Había dejado a Melanie con su tía para poder llevarla tranquilamente. Estaba muy nervioso y sentía su corazón latir muy rápido, como si él fuera el padre.

Iba a quedarse allí hasta que Leo llegara, por si las dudas. Por eso suspiró con alivio cuando lo vio entrar corriendo.

—Gracias, compadre —le dijo a Guille al palmearle un hombro.

Luego ingresó en el lugar donde estaba Nora, para poder estar con ella durante el parto. Le pusieron una bata, barbijo y un gorro, y se mantuvo allí junto a Nora, quien lloraba por el dolor.

—Lo estás haciendo bien, Norita —le dijo con cariño, tomado de su mano.

Con un fuerte grito gutural Nora pujó por última vez y se dejó caer agotada, cuando se oyó el agudo llanto de un bebé. Al instante tanto ella como Leo comenzaron a llorar, y él se bajó el barbijo para poder besarle la frente cubierta de sudor.

—Somos papás —le dijo con las lágrimas que lo recorrían.

Los neonatólogos acomodaron al bebé en el pecho desnudo de Nora, porque ella quería hacer un primer contacto piel con piel. Lloró al besar la cabecita de su hijo que lloraba allí, en sus brazos y pecho.

Luego se lo llevaron para revisión y Leo pudo acompañarlos para vestirlo él mismo, con sus primeras ropitas verde claro y su gorrito que tenía un patito. Pudo tenerlo en brazos y darle besos en la frente, y pudo ponerlo nuevamente en el pecho de Nora para que le diera de mamar.

Unas horas después ya estaban en la habitación, y mientras que Nora descansaba, porque había quedado muy agotada por el parto, Leo se mantuvo despierto con su bebé en los brazos. Le acariciaba la manito y le daba besos, con sus ojos empañados por la emoción.

Leo siempre había dicho que no quería ser padre, que tal vez en un futuro, y ahí con su hijo recién nacido en los brazos se dio cuenta que no habría un solo día donde no amara a ese pequeño niño. Ni un solo día donde no querría verlo crecer, y que lo mejor que le había pasado en su vida, hasta el momento, era ser el padre de ese pequeño bebé.

—Te amo, hijo —le susurró—. Voy a esforzarme en ser un buen papá.

Volvió a acomodarlo en la cunita de hospital junto a Nora, y se sentó junto a ella para acariciarle el rostro y el cabello mientras dormía. Todo el cansancio se podía ver en sus expresiones.

—Lo hiciste bien, Norita.


Comenzaré a publicar un solo capítulo por semana, miércoles o jueves (aún no estoy segura)

Dejo un dibujo de Nora embarazada que me pidió Monserrat, no olviden dejar sus opiniones<3 son muy importantes para mí.

Sería de Nora en el capítulo anterior, en el cumpleaños de Carolina:

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