Capítulo N° 31

Estaban en el registro civil muy bien arreglados, Leo llevaba un traje blanco que le había dado su padre, con una camisa celeste que le sentaba muy bien. Su cabello estaba recogido en un prolijo rodete para que no le estorbara en ningún momento. Nora, por su parte, llevaba un bonito vestido blanco sin tirantes, porque así podía colocárselo por debajo sin afectar al yeso. Se había maquillado muy bien, aunque odiaba cómo se veía su cabello prácticamente verde, porque el azul se había lavado.

Firmaron frente a la jueza, al igual que Majo y Cuca, quienes eran los testigos. Con los flashes de cámara, porque la familia de Leo, el hermano de Nora y Clap estaban tomando muchas fotos.

Se besaron con cariño y con una sonrisa para las cámaras, pues debían fingir lo mucho que se amaban.

Cuando salieron con libreta en mano, ya casados legalmente, afuera del registro civil les arrojaron arroz entre risas y continuaron tomándoles fotos. Ambos debieron sacarse fotos junto a la familia de Leo, el hermano de Nora con su novia, y también con el resto de los amigos que estaban allí.

Luego todos fueron hacia la casa de los padres de Leo, donde ellos habían preparado una comida para festejar la boda de su hijo. Era algo sencillo y para poca gente, ni siquiera invitaron al resto de la gran familia de Leo para que fuera algo íntimo.

Guille, debido al trabajo, no llegó a tiempo para verlos en el civil, pero pensó que de haberlo estado no habría podido soportarlo. Llegó más tarde junto a Melanie y Andrea, quien había salido más temprano del trabajo para poder asistir a la recepción, con el permiso de su jefe.

Había empanadas, sándwiches de miga, canapés y brochetas de carne con verduras. Nora comió un montón de sándwiches de miga de tomate, otros de huevo y especialmente los de aceitunas negras.

Mónica y su padre habían comenzado a tocar chamamé para festejar, querían que Leo y Nora bailaran, pero ella no sabía bailar chamamé y le daba mucha vergüenza hacer el ridículo justo en su boda.

—No tenés que hacerlo si no querés, solo están felices —dijo él con suavidad, sentado a su lado.

Como ambos se negaron, bajo la excusa de que Nora estaba mareada, Leo reemplazó a su padre en el bandoneón para que él pudiera bailar con su madre.

Guille miraba a los padres de Leo con una sonrisa, pensando en lo bello que debía ser tener tantos años de casados y seguir amándose como el primer día. Porque Don Carlos y Doña Eva se miraban como si no existiera nadie más en el mundo, y se divertían al bailar chamamé juntos.

Quería bailar con Andrea, pero a ella no le gustaba el folclore y mucho menos el chamamé, por lo que solo se quedó sentado a su lado con Melanie en sus piernas, que comía un puré de manzanas que le había preparado Doña Eva.

—¡Señor! —dijo Clap con una sonrisa al acercarse al padre de Leo, que tomaba un trago de vino para recuperar energías—. ¿Me enseña a bailar?

—¡Oh, gurisa! Me puedo dar por divorciado si bailo con otra chica —dijo él con una risita—. Pero puedo mostrarles, pué.

Clap tironeó a Pablo para bailar, quien solo se reía para seguirla en sus locuras. Los padres de Leo les mostraron la posición en que debían ponerse y el baile, por lo que ambos muchachos los imitaron entre risas.

De lejos Guille los miraba con envidia, porque Clap era punk, Pablo escuchaba rock nacional, y aún así bailaban chamamé sin saber nada de folclore solo para divertirse.

—¿Qué pasa, amor? —le preguntó Andrea.

—Solo pensaba en lo bonito que se ven juntos, ¿no te parece?

—¿Leo y Nora o tu primo y esa estúpida?

Guille apretó los labios, para evitar discusiones.

—Mi primo y Clap.

—No entiendo su relación, pero bueno. Tampoco entiendo la de Leo y Nora. No siento que tengan nada en común.

Andrea no sabía que la relación era falsa, Guille no se lo había dicho para evitar problemas, por si –al igual que con el embarazo– a ella se le ocurría hablar de más.

Clap y Pablo se divertían al bailar chamamé, junto a Cuca y Majo que bailaban allí con alegría. Cuca, al igual que Pablo, era rockero pero escuchaba folclore por su adorada esposa.

Nora vio de reojo a Leo con un gesto triste y la mirada baja, entonces lo tomó de la mano con cariño.

—¿Qué pasa, Leo? ¿Te arrepentiste?

—No, solo pensaba —dijo en un susurro, aún con la mirada baja—. Caro no vino, sigue enojada conmigo y eso… me duele mucho. Yo sé que esto es falso pero aún así quería que estuviera.

—Dale tiempo, ella te quiere y se preocupa por vos —dijo con voz suave mientras entrelazaba los dedos con él—. Ya se le va a pasar y todo va a volver a la normalidad.

—Yo sé que cometí un error al estar con vos, y que no estuvo bien porque nos llevamos un par de años, pero… es mi mejor amiga, Norita. Quería que estuviera acá.

Lo pronunció con tanta tristeza, con sus ojos empañados, que Nora entonces le besó una mejilla y lo tomó con suavidad del mentón para que la mirara a los ojos.

—Si no hubiéramos cometido ese error, no tendría este bebé en mi panza —dijo con una sonrisa—. No habríamos escuchado su corazón, ni yo sería libre. Cortaste mis cadenas, Leo. ¿Vos entendés eso?

—¿Y si te estoy poniendo unas cadenas distintas? No podría perdonármelo jamás.

—Leo, te cortarías las manos antes de ponerme una cadena, de obligarme a hacer algo, o de prohibirme cosas —sonrió y con eso sus hoyuelos se marcaron.

Leo apoyó su cabeza en el hombro de ella, quien le hacía caricias en el cabello con su mano sana, hasta que vieron un flash y descubrieron que Cuca les había tomado una foto con una risita.

Todos allí estaban felices, incluso los que sabían que no era algo real, y eso logró animar un poco a Leo, que no podía dejar de pensar en su mejor amiga.

Su madre había preparado una gran torta, e hizo que ambos la cortaran para poder repartir las porciones. Nora comió dos porciones de esa torta con frutas, pero Leo, como no gustaba de las cosas dulces, prefirió no comer.

Luego de que bailaran cumbia y cuarteto allí, los padres de Leo los separaron porque querían hablar con cada uno. Nora estaba sentada allí en el patio en un banco, bajo un bonito árbol que daba sombra.

—Querida, aún sos pequeña así que dejá que esta señora te dé un par de consejos. No sé si tu mamá ya lo habrá hecho.

—Perdone, señora, pero a mi mamá no le importo así que jamás me diría ningún consejo —suspiró—. La escucho con atención, cualquier consejo es bienvenido.

—Oh, linda —dijo doña Eva con una mano en su pecho al oír lo de su madre, y entonces tomó la mano de Nora entre la suya, con cariño—. Ahora tenés una nueva madre, cielito.

Nora sonrió al oírla, porque los padres de Leo eran tan amables que podía entender por qué él era así.

—Vayamos con lo importante. Cuando nazca el bebé vas a estar muy cansada, y eso es probable que produzca peleas y discusiones entre ambos. Tienen que recordar que están juntos en esta etapa, y que no son enemigos —dijo con voz suave, con su bonito acento correntino—. Y vos aprovecha cada vez que duerma el bebé para dormir, pues. Y ahora en el embarazo permitite disfrutar de los mimos, del cariño y las atenciones, y también de las noches —sonrió al decirlo—. Vas a tener mucho calor y esa sed hay que bajarla, no tengas miedo de disfrutar. El bebé está a salvo y protegido en tu panza.

Nora sonrió y comenzó a reírse por el cambio en la conversación, aunque podía entender que doña Eva le hablara de sexo, pues se suponía que ella y Leo eran un matrimonio real.

—Muchas gracias.

—Eso no es todo, hija. Tienen que aprender a ser compañeros, no solo pareja. Compañeros. Porque un matrimonio no sirve si no hay compañerismo.

Mientras que Nora hablaba con doña Eva, Leo se encontraba junto a su padre, más alejado de esas dos mujeres. Don Carlos le palmeaba la espalda con cariño a su hijo mientras hablaban de la fiesta, del bebé y también del futuro. Allí bajo el cielo al atardecer, que se tornaba anaranjado poco a poco.

Luego de una pequeña charla casual, su padre posó la mano en el hombro de Leo para hablar de lo verdaderamente importante.

—Escuchame, hijo. Te voy a dar el secreto para tener un matrimonio feliz e hijos felices.

Leo lo miró con atención y también algo de sorpresa, porque pensó que era una broma, sin embargo su padre lo miraba con seriedad.

—Aunque trabajes y mantengas a la familia, la base de toda la casa será tu esposa, no vos.

—No me parece bien, no creo que...

—Ella será quien lleve en su vientre a los niños, quien los dé a luz, los críe y quien cuide y mantenga la casa. Mucho trabajo para una pequeña guainita ¿verdad? —sonrió al palmearle la espalda—. Va a cansarse, se va a estresar, se va a enojar, y aún así te esperará con una sonrisa y un mate, lista para escucharte quejar de lo horrible que fue tu día, pero a ella ¿quién la escucha, pué?

—Yo la escucho, pá, siempre lo hago.

—Escuchame y no interrumpas —lo regañó, y Leo dejó ir un suspiro al asentir—. Para tener hijos felices tenés que concentrarte en que la madre sea feliz. Madres felices crían hijos felices, y una esposa será siempre el reflejo de cómo la trate su esposo. No importa qué tan cansado estés, qué tan estresado, siempre tenés que tratarla bien.

Leo asintió lentamente al oírlo.

—Tal vez un día la veas despeinada, sucia, con ropa manchada y grandes ojeras, incluso puede que con el cuerpo cambiado y más lleno, y tal vez veas en la calle una mujer que te parezca más hermosa que la que te espera en casa y te preguntes «por qué sigo con ella si puedo tener alguien mejor».

—Nunca diría eso.

—Lo sé, pero a veces mirar es inevitable y los pensamientos no se pueden controlar —explicó su padre con mucha paz—, y cuando ese momento llegue, si es que llega, pué, tendrás que recordar algo muy importante: El cuerpo de tu esposa cambió para poder traer a la vida a tu hijo. Ella sacrificará todo lo que es para que puedan tener en sus brazos a un lindo bebé. Y por sobre todas las cosas, hijo, ella será el reflejo de su felicidad, y eso será el reflejo de cómo vos la trates.

Leo dudó por un instante, algo pensativo. Se mantuvo en silencio observando el pasto bajo sus zapatos elegantes. Miró su pantalón blanco del traje que su padre le había dado para la boda, y luego miró a lo lejos a Nora conversando con su madre, con una sonrisa en el rostro de ambas.

—¿Y mamá qué opina? —se animó a preguntar.

Su padre miró hacia donde ella estaba sentada junto a Nora, de quien sostenía una mano con cariño mientras hablaban muy sonrientes.

—Tu madre y yo tuvimos nuestros problemas luego de que nació Mónica, pero me di cuenta a tiempo de mis propios errores —dijo con una sonrisa—. Cuando comencé a llegar con flores, cuando le empecé a hacer masajes y demostrarle más afecto, ella renació como una estrella que estuvo escondida tras una tormenta. Y brilló y brilló, y mírala, hijo. ¿No es acaso la estrella más hermosa y brillante en todo el universo?

Leo observó la sonrisa feliz y llena de devoción en el rostro de su padre, aún luego de más de treinta años de matrimonio. Entonces miró a su madre, que había dado a luz a cuatro niños con una infancia feliz y llena de amor. Su bella madre que se veía siempre radiante.

Leo no conseguía recordar un solo día donde sus padres no se hayan mostrado mutuamente su amor y su respeto. Recordaba la sonrisa en el rostro de su bella madre cuando recibía un ramo de flores, recordaba también la alegría en su padre cuando ella le preparaba su comida favorita.

—Lo entiendo —dijo Leo por fin, con una sonrisa.

—Ahora necesito que lo recuerdes, porque entenderlo lo entenderás recién más adelante, cuando su hijo ya esté en sus brazos. Ahora crees que lo entiendes, pué, pero aún no es el momento —le dedicó una sonrisa al palmearle la espalda con cariño—. Vas a equivocarte muchas veces, hijo, porque nadie es perfecto, pero lo importante es que tengas la suficiente sabiduría para admitir los errores y lograr repararlos.

Leo asintió al sonreír y lo abrazó, tratando de no olvidar ninguna palabra. Sabía que, tal vez, un día serían muy importantes, porque sin importar que su matrimonio fuera falso él quería hacer feliz a Nora, y hacer feliz al hijo o hija que tendrían juntos.

A pesar de que sabía que jamás podría tratar mal a Nora, o pensar mal de ella, memorizó las palabras de su padre por si en algún momento, colapsado por estrés o responsabilidades, llegaba a olvidarse de todo lo que él es. Guardó cada palabra con cariño en su corazón, para el día en que fueran útiles.

~ • ~

Convivir a veces era divertido y algo bonito, pero otras veces era un fastidio para ambos, porque la casa era pequeña y no había suficiente espacio. Porque Nora quería escuchar música de Black Flag, y Leo quería tocar el bandoneón. Porque ella estaba más sensible, o porque él estaba más cansado por trabajar, pues había empezado a trabajar en la fábrica.

Nora pasaba los días sola en la casa, ya le habían quitado el yeso y sus vómitos habían comenzado a desaparecer poco a poco, por lo que estaba con mucha más hambre. El problema era que tenía miedo de comer, porque temía engordar.

Debido a que Leo trabajaba hasta las cinco o seis de la tarde, fue Clap quien acompañó a Nora a sus citas médicas. La primera vez que la subieron a una báscula comenzó a llorar, sin que su obstetra entendiera el problema en ello. Más lloró cuando le dijo que debía subir de peso, porque seguía anémica y no estaba subiendo correctamente para la etapa de su embarazo.

Nora trataba de distraerse al armar los souvenirs de Melanie, porque ya se aproximaba su cumpleaños. Le ayudaba a no pensar en que debía engordar por el bien de su bebé.

Leo llegaba muy cansado del trabajo, pero iba directo al nuevo departamento que ya era legalmente de ellos, con subdivisión, para poder repararlo junto a Cuca o su tío. A veces incluso iba Guille a ayudar, porque ya no les quedaba suficiente tiempo.

Era fines de abril, y solo les quedaba dos semanas antes de que el contrato de alquiler terminara. Leo estaba muy nervioso por eso, porque temía no llegar.

—Voy a concentrarme en la casa y solo una habitación, la otra la haré después, con más tranquilidad —dijo él mientras cenaban lo que Nora había preparado.

Desde que Leo había empezado a trabajar, ella se encargaba de preparar la comida, y aunque no era tan buena como él le gustaba mucho hacerlo.

—Está bien, podemos compartir la habitación. Total llevamos estos meses viviendo juntos —dijo ella con una sonrisa—. Un tiempo más que durmamos juntos no es nada.

—También quería hablarte de algo —suspiró—. Quiero salir de vez en cuando, estoy en la fábrica y trabajando en el departamento, y me siento prisionero. Necesito salir.

—Hacelo, Leo. No necesitás pedirme permiso ni avisarme siquiera —dijo y sonrió de costado al agregar—: No somos un matrimonio real, podés hacer lo que quieras.

—Lo sé, pero tampoco quiero dejarte sola.

—Hagamos algo, vos salí cuando quieras, sea con tus amigos o con tus piques, y yo puedo salir con Clapsi ¿te parece?

—Piques no. No hasta que vos lo hagas.

—Ya te dije que me da miedo —dijo ella con tristeza y posó una mano en su vientre que ya empezaba a notarse—. Andá, llamá a Vero, salí a divertirte. Llevás tres meses sin ver a un pique, no podés vivir a pajas.

Él se rió por esa última frase y se cubrió el rostro con las manos.

—No hago eso, Norita.

—Leo, dejate de joder.

—No digo que no me masturbe, es solo que estoy tan cansado siempre que no tengo ni tiempo ni ganas —suspiró, aún escondido tras sus manos—. Puedo estar sin sexo, no soy una bestia hambrienta sin control. Puedo estar sin un pique hasta que vos puedas hacerlo.

—Mi excusa es que estoy embarazada y me da miedo estar con cualquiera y me contagien una ETS, vos no tenés excusa. Te estás absteniendo por nada.

—No es por nada, es porque no es justo que yo salga a coger por ahí y vos no puedas por miedo. Se supone que somos iguales, que es un trato igualitario, y yo no quiero gozar de un privilegio que vos no.

Nora estaba apunto de rebatir sus palabras, porque le parecía una estupidez, cuando sino una patada en su vientre. Abrió los ojos con sorpresa y llevó al instante su mano hacia allí, con una gran sonrisa.

—¡Pateó!

—¿Qué? ¿De en serio?

Leo se agachó en el suelo y posó una mano sobre la panza de Nora, y solo unos segundos después volvieron a sentir esa patada. Ambos estaban rebosantes de alegría y los ojos de ambos se llenaron de lágrimas. Leo entonces le dio un beso en la panza, con una sonrisa.

—Hola, bebé. Acá papá se está esforzando mucho en tener todo listo para tu llegada —dijo y volvió a besar la panza.

No volvieron a hablar de los piques, ni de sexo, de nada que no fuera el bebé que ya se hacía notar.

Esa noche Nora no dejó de acariciarse la panza, y Leo incluso se durmió abrazándola, con su rostro apoyado contra la pequeña panza que ya era notoria, para poder oír a su hijo.

~ • ~

Ya habían comenzado la mudanza, porque ya no había suficiente tiempo. Guille y Pablo, junto a Cuca, ayudaron durante el proceso para hacérselo más ligero a Leo, mientras que Clap y Juli ayudaban a Nora a guardar todas sus cosas que estaban en la casa de su madre.

Debido a que Leo de por sí no tenía muchos muebles, habían comprado algunos nuevos, pero otros fueron un obsequio, como la cama matrimonial con colchón nuevo que le habían dado sus padres. Leo había comprado un sillón como siempre deseó tener, y pese a que no le gustaba la televisión, el padre de Nora les había enviado dinero para que pudieran comprar uno.

Aún faltaban varios detalles a la casa, pero ya era habitable. El living comedor había sido pintado de un beige claro y blanco, la parte de la cocina era azul, por ser el color favorito de Nora. Y la habitación con la cama matrimonial y el placard de Leo era verde claro en donde estaba la cama, y gris claro en las otras.

La otra habitación aún no estaba terminada, así que continuaba sin pintar. Además todavía faltaba comprar muebles porque todo se veía muy vacío, pero ya era lo suficiente habitable.

Carolina había ido a visitarlos, no dudó en regañar a Leo por meterse con una chica de diecinueve años, y no dudó tampoco en darle su número a Nora por si él se propasaba o la obligaba a hacer cosas.

—No somos una pareja real —dijo Nora con una risita—. Tranquila.

—Ya sabés, cualquier cosa me llamás y le dejo las pelotas en la garganta a este pelotudo por abusivo —dijo y señaló a Leo—. ¿Escuchaste, Largo?

—Fue un accidente, Caro, y me estoy haciendo cargo —dijo él con tristeza.

—¡No, no, no! ¡A mí con carita de pollito mojado no! Soy tu amiga, y como tu amiga estoy para darte cachetazos cuando te equivocás, no para aplaudirte como el tarado de Cuca.

Leo bajó la mirada, pero Nora lo tomó de la mano con cariño.

—Carolina, entiendo que querés cuidarme y que creés que él pudo haberse aprovechado, pero no es así —dijo Nora con calma, lo que era extraño en ella—. Ninguno de los dos lo buscó, simplemente nos dejamos llevar por el momento, influenciados por el alcohol, la marihuana y la zamba que bailamos. Desde ese día no volvió a pasar nada, porque no fue jamás algo intencional. Leo suficiente culpable se siente, no lo empeores.

Carolina dejó ir un largo suspiro para tranquilizarse, y miró a su mejor amigo que estaba cabizbajo y con un gesto muy triste.

—Largo, sé que sos un buen chico, y sé que sos responsable y respetuoso. Y lo sé porque mis amigas me contaban sobre lo respetuoso que fuiste con ellas —dijo y dio otro largo suspiro—. Y te amo, te amo mucho, pero quiero que entiendas por qué estoy tan enojada.

—Lo entiendo, no te culpo. Yo habría actuado igual si hubiera sido Cuca, o vos —dijo con la mirada baja—. Sé que soy un pelotudo.

—Lo sos, sí. Pero sos un pelotudo honesto —dijo y le dedicó una sonrisa—. Ahora díganme, ¿ya están comprando cosas para el bebé? Porque tengo pensado hacerles un móvil de crochet. ¿Les gustaría?

Leo alzó la mirada para verla, con sus ojos empañados en lágrimas, por lo que Carolina se acercó para abrazarlo.

—Ya, Largo. Ya. No llores, sé que soy una malhumorada de mierda, pero te amo, ¿sí? Perdón por ser tan dura a veces.

—¿A veces? —dijo él con una risita, y sorbió por la nariz.

—Bueno, siempre —se rió y comenzó a secarle esas lágrimas rebeldes—. Voy a tejer ropita, unas mantitas y ese móvil.

Leo volvió a abrazarla, porque en verdad le había dolido mucho la furia de su amiga y el contacto cero que le había puesto por tantas semanas. Saber que ella estaba dispuesta a tejer cosas para el bebé, a pesar de todo, lo reconfortaba bastante.

Varios amigos los habían visitado en esos primeros días, y para ambos las primeras noches allí en la casa fueron muy extrañas, pues se sentían perdidos. Leo se equivocaba de puerta para ir al baño, por la costumbre del anterior departamento, y Nora se sentía muy sola en ese lugar tan grande cuando Leo se iba a trabajar. Sin embargo ambos disfrutaban de la bañera, donde podían relajarse luego de un largo día.

Así estaban, Nora se encontraba sumergida en la bañera para relajar las dolencias de su cuerpo, mientras que Leo se encontraba sentado en un banco a su lado leyéndole un libro. Eso se había convertido en parte de su rutina diaria, y la disfrutaban mucho.

—Te dejo para que puedas vestirte —dijo él con una sonrisa y cerró el libro.

—Ay, la dejaste en la mejor parte.

—Voy a calentar la comida, mañana te sigo leyendo, Norita.

Nora resopló pero luego comenzó a reírse, y solo salió de la bañera cuando Leo se fue, para que no la viera desnuda. Desde ese año nuevo no habían vuelto a verse desnudos otra vez, ni habían tenido ningún contacto entre ellos que no fuera amistoso.

A Nora le afectaba mucho que su ropa comenzara a dejar de entrarle, y comenzó a llorar ahí en el baño mientras intentaba abrochar un pantalón en vano.

—Norita, ¿estás bien?

—¡No me entra la ropa! —chilló entre lágrimas—. ¡Estoy cada día más gorda!

Leo abrió la puerta sin pedir permiso, y la vio allí luchando por abrochar el pantalón sin éxito, con lágrimas que recorrían sus mejillas. Se acercó despacio a ella y la tomó de las manos.

—Norita, no estás gorda, solo estás embarazada —dijo con suavidad—. Vamos a comprar ropa nueva, ¿sí? Que sea bonita y cómoda.

—Estoy subiendo de peso —gimoteó—. Me estoy convirtiendo en una cerda asquerosa y grasienta.

—No, no —la tomó del rostro para verla a los ojos—. Nora, repetí después de mí. «Mi madre ya no tiene más poder sobre mí, sus palabras no me hieren».

Nora lo repitió entre lágrimas, pero aún lo consideraba una mentira, porque claro que su madre tenía poder sobre ella, y claro que sus palabras la herían. La herían como filosas dagas envenenadas.

Leo la llevó despacio a la habitación para poder buscar otro pantalón más cómodo, encontró una calza que le quedaba bien y no le ajustaba en los muslos o en la cadera, pero incluso así Nora no conseguía dejar de llorar. Luego la llevó despacio a la cocina para poder cenar, y esa era la parte más difícil para Leo, lograr que ella comiera bien.

—Norita —dijo con suavidad, tomado de su mano allí en la mesa redonda—. Tu madre ya no tiene más poder sobre vos, yo se lo quité. Le arrebaté todo el poder de las manos cuando me casé con vos.

Ella solo asintió y sorbió por la nariz para continuar con su cena. Tenía tanta hambre, pero también sentía tanta culpa por comer.

—Vamos a salir juntos de esto, y poco a poco vas a verte al espejo y vas a ver ahí a la hermosa mujer que sos, y no las mentiras que tu madre te hizo creer.

—Tengo mucho miedo…

—Lo sé, Norita —dijo y apretó sus manos—. Por eso estoy acá con vos. Siempre voy a estar.

Nora asintió y comenzó a secar sus lágrimas, para poder terminar la cena en paz. Tenía miedo de que él se cansara de ella, que se hartara de sus traumas y miedos y decidiera abandonarla. De tener que atravesar el embarazo sola, como su madre le decía que sucedería.

«Él te va a dejar y vas a ser solo una madre soltera y obesa que nadie va a querer, porque te aseguro que se va a ir y te va a dejar sola».

—Norita —dijo Leo para llamar su atención—. Lo que sea que recuerdes, lo que sea que pase por tu cabeza, no es cierto.

—¿Y si es cierto?

—No lo es.

—¿Y cómo sabés? ¿Cómo estás tan seguro?

—Porque si son palabras de tu madre son viles mentiras, Norita. No le creas, no escuches su voz —dijo con calma, con su voz que se oía tan cálida como los rayos del sol.

Luego de cenar, Nora se sentó en el sillón para ver un poco de televisión. Leo jamás le decía algo al respecto, aunque nunca se sentaba con ella porque no le gustaba ver televisión.

Esa noche, sin embargo, Leo se sentó a su lado en el sillón porque notó que ella en verdad estaba mal. Nora dejó caer su cabeza en el hombro de él, quien le hacía caricias y besaba su cabello mientras miraban una película.

—Hace frío, Norita, ¿querés que busque una frazada? —preguntó al verla.

—No, estoy bien. Me gusta el frío, mi época favorita del año es invierno.

—A mí me gusta el otoño —dijo él con una sonrisa—. Cuando era pequeño, solo un gurisito, mi mamá juntaba todas las hojas secas de los árboles y las apilaba, y luego íbamos con Moni y nos lanzábamos sobre la pila. Era una sensación hermosa.

—¿Allá en Corrientes?

—Sipué, acá en Buenos Aires ya no pude. La gente barre y quema todas las hojas, así que nunca más lo hice. Es un lindo recuerdo de mi infancia.

—Bueno, tenemos árboles ahora, capaz puedas volver a lanzarte sobre una montaña de hojas —dijo Nora con una sonrisa.

Leo no dijo nada, solo le hizo más caricias mientras recordaba su infancia. Esperaba que su bebé pudiera tener una infancia tan bonita.

Se quedaron juntos a ver esa película, y cada vez que las palabras de Raquel llegaban a Nora, Leo las espantaba como si fueran un fantasma al que no le tenía miedo alguno.

Y para Nora, solo que él estuviera ahí, era suficiente.

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