Capítulo N° 29
Habían tenido la primera cita con la obstetra, que hizo un cálculo de fecha probable de parto. Sin embargo debían hacer una ecografía para estar más seguros de esto, aunque era claro que el bebé nacería en septiembre.
Leo ya había sacado fecha para el civil, aunque no se casarían por iglesia. Eso ya sería demasiado para ambos, en especial para él que era católico.
Nora seguía con náuseas, y aunque sus moretones estaban mejorando, aún llevaba el yeso. Estaba allí tomando una limonada mientras que Leo tomaba mate solo, pues hacían planes juntos.
—Lo mejor va a ser matar tres pájaros de un tiro —dijo Leo—. Voy a invitar a Moni, Cuca y Majo para darles la noticia. A Caro se lo voy a decir por teléfono para evitar recibir un cachetazo.
—Está bien, yo llamé a mi hermano —dijo Nora con un suspiro—. Sigue enojado pero logré que se tranquilice un poco. Quiere hablar con vos, pero tienen que estar tranquilos los dos.
—Hay que apurarnos, primero tu hermano, después mis amigos, y por último le doy la noticia a mis viejos.
Nora asintió. En una agenda anotaron las fechas importantes, desde el casamiento por civil hasta el posible nacimiento del bebé. Y organizaron también hablar con sus seres queridos para el fin de semana. Por eso el viernes iría Nacho a cenar, el sábado Leo llamaría por teléfono a Caro en la tarde, y a la noche irían Majo, Cuca y Moni. El domingo, para almorzar con ellos, irían a ver a los padres de Leo. No había suficiente tiempo, pues solo eran quince días más hasta el casamiento, y debían reparar pronto la casa antes de que se venciera el contrato de alquiler.
El viernes por la noche Nora trató de vestirse bonito, con ayuda de Leo porque por su yeso le costaba un poco. Él también lo hizo, se puso una camisa prolija, un jean bonito y se peinó muy bien con un rodete, para no parecer «un vago sin futuro». Y por pedido de ella, Leo había preparado carne al horno con ensalada de lechuga y tomate, a sabiendas de que eso le gustaba a su hermano.
Cuando el timbre sonó, Nora se puso tensa, porque tenía miedo de que Nacho golpeara a Leo, y de que este se viera obligado a defenderse. Sin embargo, cuando Leo abrió la puerta la primera en ingresar fue Romina, la novia de su hermano.
—Un gusto, soy Romi —le dijo a Leo y le dio un beso en la mejilla—. No se preocupen por Nachito, hice que tome un poco de clona para que esté más tranquilo.
—Era eso o ir preso —gruñó Nacho al entrar, y miró con odio a Leo, a quien le extendió la mano—. El que le arruinó la vida a mi hermana.
—El que la dejó sola en ese infierno —respondió Leo pero aceptó la mano.
Romina hablaba con Nora, le hacía caricias en el rostro porque aún tenía zonas con moretones amarillos, y otros amarronados.
—¿Qué te pasó, te caíste? —preguntó Nacho al verla.
Como Nora vio que la mirada de Leo cambiaba, llena de ira, tomó la palabra.
—Mamá me molió a golpes, me rompió el brazo y me fisuró el hombro con, literalmente, el bajo que me regalaste, luego me echó de la casa —dijo con el rostro serio y señaló a Leo con su dedo índice—. Él me llevó al hospital, y desde entonces vivo acá.
Nacho se acercó a ella para acunar su rostro con las manos, y entonces la abrazó.
—No lo sabía —susurró al aferrarla—. ¿Por qué hizo eso? No tenés la culpa de que ese tipo no se pusiera un puto preservativo.
—En realidad sí, prácticamente lo obligué a apurarse —respondió ella con la barbilla en alto.
—Tu madre la golpeaba todo el tiempo, ¿cómo puede ser que no lo supieras? Ni siquiera le daba de comer —dijo Leo con molestia.
Nacho frunció el ceño, pero su novia lo tomó de un brazo y lo hizo sentarse.
—Es verdad, Nacho. No es la primera vez que me veo así.
—¿Y por qué no me dijiste nada? —Nacho la miró con tristeza—. ¿En serio creíste que no te ayudaría? Sos mi única hermana.
Leo chasqueó la lengua, porque el hermano de Nora no le caía bien, y estaba seguro de que jamás le caería bien. Sacó entonces la carne del horno para poder cortar porciones y servir la cena, mientras que Nora explicaba cómo su madre la pesaba, le tomaba las medidas y la privaba de comer.
—Todas esas veces que no comía, que mamá me encerraba sin comer, o que me decía que solo comiera un tomate cherry —dijo Nora con el rostro serio—. Venía para acá y Leo me daba un plato de comida. Siempre, Nacho. Sin falta. Siempre me daba un plato de comida, y curaba mis heridas. Así que dejá de tratarlo mal, porque Leo es la única persona en el mundo que hizo algo por mí.
Tal vez porque el clonazepam estaba surtiendo efecto, o porque se había conmovido con la historia, Nacho se calmó y dejó de mirar a Leo como si quisiera asesinarlo.
—¿Y te enamoraste de él por eso? Qué bonito —dijo Romi.
Leo y Nora se miraron entre sí.
—No exactamente —dijo Nora con una sonrisa y tomó la mano de Leo—. En mi primer cumpleaños siendo amigos me llevó al río, a ver el atardecer. Me preparó una torta y se aseguró de que tuviera un bonito cumple.
—Nunca… tuviste una fiesta ni nada de eso —dijo Nacho en un susurro—. A mamá le molestaba la gente.
—Bueno, el año pasado Leo me hizo una fiesta. ¡De disfraces! —sonrió—. Fue hermoso. ¿Cómo no iba a enamorarme de él?
Romina sonrió muy enternecida, con sus ojos empañados en lágrimas de emoción, y entonces apoyó su mano sobre la de Nacho.
—Y vos tan preocupado, tan estricto. Dejala tranquila, amor.
—Está muy bonita la historia, es cierto —dijo Nacho en un suspiro—. Pero ¿de qué trabajás? ¿Qué hay del futuro de mi sobrino o sobrina y de Nora? Eso es lo que me importa.
—Soy ingeniero electromecánico —dijo Leo y sorbió un trago de vino—. Y ahora no estoy trabajando porque me quedo a cuidar a Norita, pero estoy en una fábrica.
—¿Sos obrero? No se gana mal como obrero…
—No, me encargo del mantenimiento de máquinas. Se gana bien también, si la plata te preocupa —explicó Leo con un suspiro—. Es probable que sea jefe de mantenimiento.
—¿Y van a vivir en este monoambiente dividido por un mueble?
—No, nos vamos a mudar al departamento que mamá hizo para vos —explicó Nora—. Lo estamos arreglando.
Nacho hacía muchas preguntas, pero ya no atacaba a Leo, porque él respondía todo con altura. Tenía un plan para cada posible suceso, y eso le gustó.
Luego de cenar, Nacho abrazó a Nora antes de irse, prometiendo que estaría allí para el civil. Él le iba a regalar el vestido o ropa que ella escogiera.
—Salió mejor de lo que esperaba —suspiró Nora.
~ • ~
La llamada a Carolina no salió tan bien como la cena con Nacho. Leo tuvo que alejar el teléfono de su oído debido a los gritos e insultos. Lo llamó inconsciente, irresponsable y pervertido corruptor de menores, luego le había colgado la llamada, sin darle tiempo a mayores explicaciones.
Por la tarde tuvieron la primera ecografía, y ambos sonrieron con alegría al oír ese corazón latir tan acelerado.
—¿Ese es mi bebé? —preguntó Nora con los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, once semanas de embarazo.
Leo y ella se miraron con alegría, y cuando salieron con la ecografía en mano no podían dejar de mirarla. Para ambos, esa comprobación era todo lo que necesitaban para sentirse más tranquilos. Y era, por sobre todas las cosas, lo que Leo necesitaba para hacerse a la idea de que en verdad sería padre, y que tenía que hacerlo bien.
Para la noche amasó pizza, a la espera de su hermana y sus dos amigos. Solo rogaba que Carolina no los hubiera llamado para contarles, arruinando así todo el momento.
Leo estaba muy nervioso por lo que podría pensar su hermana, si ella llegaba a enfadarse como Carolina, no estaba seguro de cómo podría reaccionar. De lo que sí estaba seguro es de que se sentiría muy solo sin ella.
Cuca y Majo llegaron primero, y solo unos minutos después llegó Mónica en su auto. Leo les sirvió cerveza a los tres mientras sacaba las pizzas del horno, a la vez que Nora explicaba lo que le había sucedido en el brazo.
—¿Entonces tu mamá te echó? Pobrecita —dijo Mónica con un gesto compasivo.
—Me estoy quedando acá con Leo, por el momento —dijo Nora.
Leo respiro hondo antes de soltar la bomba, con miedo a la reacción de las tres personas que más quería.
—Está embarazada —dijo y apretó los labios—. Por eso su madre la golpeó y la echó.
Al instante Majo tomó la mano de Nora.
—Está bien, Nora. No estás sola, tenés nuestro apoyo. ¿Sí?
—Tu casa es demasiado chica, Leo. Moni, ¿vos podés conseguir un depa mejor? —dijo Cuca—. Nora lo va a necesitar.
—Puedo dejarle el mío y volver con mamá, total necesitan ayuda.
—Esperen, esperen, eso no es todo —dijo Leo de repente, para llamar su atención—. Yo soy el padre.
Los rostros de los tres cambiaron al instante, abrieron los ojos de par en par y Mónica se puso de pie cubriéndose la boca, para luego lanzar un fuerte chillido.
—¡VOY A SER TÍA, VOY A SER TÍA! ¡Ooatatá añemembuy, ndesu cajeta! —chilló Mónica al dar pequeños saltos, y entonces soltó un fuerte sapucay en festejo.
—¡Vamos, carajo, que tenía razón! —dijo Cuca al ver a Majo—. ¡Te dije que esta vez no me equivocaba!
Leo y Nora se miraban entre sí, por la alegría desbordante en esos tres que brindaban y festejaban, con los sapucay de Mónica sonando allí.
—Chicos, esperen, no es lo que creen —dijo Nora.
—Cálmense un poco —agregó Leo y miró a Mónica—. Aunque me alegra que lo aceptes tan rápido.
—¡Ané! ¡Voy a ser tía, ndesu cajeta!
—La cosa es que no somos pareja ni nada de eso —dijo Nora—. De verdad. Solo se dió y terminamos así, nada más.
—¿Solo se dió? —preguntó Cuca—. Si siempre viven uno pegado al otro, era obvio que pasaría.
—No, no es así —suspiró Leo—. Solo… se dio así. ¡Es que vino, porro y zamba no es una buena combinación!
—Ahhhh, sí. Zamba —dijeron los tres al mismo tiempo y se miraron—. Eso lo explica.
—Aww, con la zamba empezamos nosotros —dijo Majo al ver a Cuca, por lo que él se rió.
—Es la magia de la zamba, o salís enamorado, o salís bien cogido.
Se rieron todos con ánimo, incluso Nora que estaba feliz de recibir tanto apoyo. Eran los amigos y familia de Leo, y apenas conociéndola ya le habían ofrecido su ayuda, aún sin saber que era el bebé de él. Se sintió muy feliz de que él tuviera gente tan hermosa a su alrededor.
—La cosa es que nos vamos a casar por civil, en dos semanas, solo para que ella pueda tener obra social y para acceder a una casa —explicó Leo—. No va a ser un matrimonio real, porque solo somos amigos. Ambos vamos a seguir viendo a otras personas, pero vamos a ser los papás de este bebé.
—Raro —dijo Cuca y se refregó la barba candado—. Pero contás conmigo, Largo. ¿En qué necesitás ayuda?
—Sí, Leo. ¿Qué necesitan? —dijo Mónica con una sonrisa.
—Que solo ustedes, y Caro, sepan la verdad. Pero delante de mamá, papá, Virgi y May esto tiene que ser una realidad —suspiró Leo—. Tienen que creer que Nora y yo en verdad somos una pareja y en verdad nos amamos. No quiero defraudarlos más.
—Ñe, va a ser re fácil —se rió Cuca—. Si la mayoría creíamos que ya eran pareja. No necesitan hacer nada, solo sean ustedes mismos frente a Don Carlos y Doña Eva.
—¿Ser nosotros mismos? —repitieron Leo y Nora a la vez.
—Sí. Solo sean igual que siempre, va a ser más creíble que si mienten.
Los tres comenzaron a hacer planes, mientras que Mónica le decía a Nora que no se preocupara, pues ella les regalaría la cuna y el carrito, entre otras cosas.
Ambos estaban tan contentos de recibir ese apoyo, que luego de varios días volvieron a tomarse de la mano y entrelazar los dedos.
La emoción aumentó cuando Leo apareció con la ecografía, y Mónica comenzó a llorar al abanicar su rostro por la emoción, pues sería el primer sobrino y el primer nieto en la familia.
Mientras que Nora conversaba con las dos mujeres, que ofrecían cientos de ayudas y opciones, Leo salió al pequeño patio con Cuca, quien quería fumar un cigarrillo.
—Tranquilo, pá —dijo Cuca al palmearle la espalda—. Va a salir todo bien.
—Me sigo sintiendo muy culpable, tiene diecinueve años y mucho por delante.
—Cumple veinte en unos meses, y no te sientas culpable. No cuando la estás sacando de ese infierno en el que vivía —Volvió a palmearle la espalda—. Tranquilo, Leo. Vamos a ayudarlos en todo lo posible. ¿Cuándo vas a empezar a reparar?
—No bien tenga la libreta de matrimonio ya se la pongo en la cara a esa bruja para que me dé la llave.
—Y en ese momento voy con vos con las herramientas y empezamos a trabajar —sonrió—. No estás solo en esto, ella tampoco. Nos tienen a nosotros.
Leo abrazó a su mejor amigo con una sonrisa, quien respondió el abrazo y palmeó su espalda entre risitas.
~ • ~
Nora había comenzado a hiperventilar por los nervios, a veces vomitaba, y otras volvía a hiperventilar. Leo trataba de mantenerla tranquila, para evitar que se desmaye, aunque él también estaba muy nervioso por ir a ver a su familia.
Estaban enterados de que Leo iría a almorzar, para decirles algo, aunque él no especificó qué.
—Debería ponerme algo de color, ¿rosa, tal vez? No tengo nada rosa. Odio el rosa —dijo Nora muy rápido—. Tengo que verme normal. ¿Y si uso la peluca de Xena? No puedo llegar con mi pelo azul verdoso, encima se ve horrible porque ya no puedo teñirlo.
—Norita —dijo Leo al tomar su mano, con cariño—. Ni la peluca, ni rosa. Vas a ponerte tus bonitas medias de red, alguna blusa que te guste, y tus botas. Vas a ir tal cual sos, y te van a adorar así como yo te adoro.
—¡Pero soy punk, no puedo ir así nomás!
—Vamos a mentir diciendo que somos pareja, no quiero que mientas con lo que sos, porque lo que sos está bien. Ponete la ropa que más te guste.
Nora miró toda la ropa allí desparramada sobre el colchón en el suelo, todo era negro y azul. No había más colores, ni más opciones. Dejó ir un suspiro porque Leo también debía cambiarse y ella le estaba quitando el tiempo. Decidió, entonces, vestirse como lo hacía habitualmente.
Con su mano derecha se maquilló los ojos en un suave tono café, y se delineó en negro para resaltar su mirada. Se puso un poco de rubor en los pómulos y en la punta de la nariz, y luego pintó sus labios del borgoña que tanto le gustaba.
Se decidió por un vestido corto negro, con mangas cortas y pequeñas calaveras que la decoraban en cuello y cintura. También medias negras con sus botas a cordones. Sin embargo, para darle un toque más punk, se puso sus pulseras de tachas y una gargantilla negra que era como un pequeño cinturón.
—Te ves muy hermosa, Norita —dijo Leo con una sonrisa y le extendió la mano—. ¿Vamos?
Ella asintió y tomó su mano para poder salir juntos de la casa. En el auto, Nora lo miró de reojo. Se había recogido el cabello largo en una coleta baja, y tenía puesta una camisa blanca y un jean, con mocasines marrones.
Leo ya estaba bastante más tranquilo, pero ella seguía muy nerviosa, en especial cuando luego de largos minutos manejando estacionaron frente a una gran casa con jardín.
—¿Me veo bien? Debí ponerme otra cosa, esto no.
—Estás perfecta, Nora —dijo Leo con una sonrisa.
Ambos bajaron del auto y entonces él la tomó de la mano al tocar el timbre. Nora tuvo que respirar hondo un par de veces, porque aunque era una relación falsa, nunca había conocido a los padres de ningún novio o novia.
Leo sonrió cuando una bella mujer abrió la puerta de entrada y luego cruzó el camino en un trotecito, con una amplia sonrisa.
—¡Má, no corras! —se rió Leo.
Ella abrió la reja y lo abrazó con cariño.
—Oh, mi bebé, te extrañé —dijo y le dio un beso en la mejilla, para luego mirar a Nora—. Hola, no sabía…
—Ella es Nora, mi novia —dijo Leo al enseñar a la punk de pelo azul a su lado—. Es una de las cosas que quería contarles.
—¡Ooatatá! Mucho gusto —sonrió al saludar a Nora con un beso en la mejilla—. Pasen, pasen. Tu papá está en la parrilla haciendo el asado.
Nora sonrió al notar que Leo era idéntico a su madre, tenían los mismos rasgos, la nariz fina y delicada y el cabello castaño claro en ondas. Y, también, la mujer tenía el acento mucho más marcado que Leo y Mónica.
Leo volvió a tomarla de la mano, y como notó que estaba muy nerviosa entrelazó los dedos con ella. Nora estaba sorprendida del tamaño de esa casa, era muy amplia y también muy bonita. Observó todo mientras seguían a la madre de Leo hacia una galería, donde había una larga mesa acomodada.
—¡Siéntense, pué! ¿Qué vas a tomar, linda? —dijo la mujer con una enorme sonrisa.
—Solo agua, muchas gracias.
Aparecieron allí Virginia y Mayra, y ambas se lanzaron sobre su hermano para abrazarlo y besarlo. Nora solo podía sonreír al ver que en verdad eran una familia muy cariñosa, y se tocó el vientre esperando poder crear una familia así.
Las dos chicas se sorprendieron de ver a Nora ahí, pero no hicieron ningún comentario al respecto y la saludaron con alegría, pues ya se conocían y se llevaban muy bien entre sí. Virginia incluso la consideraba una amiga.
No mucho después llegó Don Carlos, el padre de Leo, con la bandeja de carne que dejó en medio de la mesa con una gran sonrisa. Luego se acercó a abrazar a su hijo con cariño, pero miró con confusión a Nora allí.
—¿Amiga tuya, pué?
—¡Tu nuera, negrito! —dijo Doña Eva con una sonrisa.
El rostro del padre de Leo cambió en un instante y no dudó en abrazar a Nora con alegría.
—¡Una nuera! ¡Ooatatá añemembuy! —dijo con entusiasmo—. Un placer conocerte, querida.
—¡¿Están saliendo?! —chillaron Virginia y Mayra al mismo tiempo, luego se miraron entre sí y volvieron a chillar—. ¡Bienvenida a la familia, Nora!
Nora sintió de repente una bola de angustia en su garganta por esa frase, porque jamás había tenido una familia normal, y la de Leo era tan hermosa. El ambiente era tranquilo y acogedor, se notaba el compañerismo y el amor que todos se tenían, por lo que tragó saliva y sonrió.
Sintió la mano de Leo bajo la mesa, la tomaba de la mano para entrelazar los dedos y así hacer que se sintiera cómoda y segura. Con el pulgar le hacía caricias en el dorso, y Nora sonrió por esa cercanía.
Mientras almorzaban tuvieron que responder cientos de preguntas, pues por supuesto todos tenían mucha curiosidad, aunque ninguno hizo un solo comentario respecto al yeso. Preguntaban cómo se conocieron, y todos explotaron en una carcajada ante la anécdota real de cómo se habían conocido. Preguntaban cómo se enamoraron, y esta vez fue Leo en contar lo de las comidas y su fuerte deseo de ayudarla, o cómo pasaban siempre el tiempo juntos.
—Me pone muy contenta por vos, hijo —dijo Doña Eva con una sonrisa enorme—. Siempre quise verte feliz y enamorado, con una chica linda y buena.
—Bueno, tengo una chica linda y buena —dijo Leo con una risita y Nora posó su cabeza en el hombro de él, con cariño.
—¿No comes más, gurisa? —preguntó Don Carlos al ver que Nora no había terminado su porción de carne—. Estás muy flaquita. No seas tímida, pué, comé con confianza.
Leo tomó la mano de Nora sobre la mesa y miró fijo a su padre, de piel trigueña curtida por el sol, y corto cabello oscuro entrecano.
—No está pudiendo comer bien —dijo él para comenzar a lanzar esa bomba.
—Oh, linda, ¿te sentís mal? —dijo Doña Eva.
—Estoy mejor ahora, a la mañana me siento peor —dijo ella con una sonrisa.
—Mamá, papá —comenzó a decir Leo y entrelazó sus dedos con los de Nora—, hermanitas… Les queríamos decir algo muy importante. Nora y yo vamos a tener un bebé. Vamos a ser padres.
Todos allí abrieron los ojos con sorpresa, su madre se cubrió la boca por el impacto y sus ojos se llenaron de lágrimas, que una a una comenzaron a caer por sus mejillas. No tardó en ponerse de pie para abrazar a su hijo y también a Nora, y llenarlos de besos a los dos.
Virginia y Mayra hasta último momento dudaron que fuera real, por eso no decían nada. Su hermano no solía ser muy bromista con cosas serias, pero igual les parecía extraño. Muy pronto se dieron cuenta que era verdad y también corrieron a abrazarlo y felicitar a los dos.
Don Carlos, por su parte, solo tenía una enorme sonrisa y asentía una y otra vez. Hasta que golpeó la mesa con la palma y gritó.
—¡Ooatatá añemembuy, ndesu cajeta! ¡Voy a ser abuelo, carajo!
Leo se rió con ánimo y se cubrió el rostro con las manos, porque sus ojos se habían llenado de lágrimas por todo el apoyo que estaba recibiendo de sus seres queridos. Estaba tan contento y emocionado que tomó a Nora del rostro para darle un beso en los labios, y ante eso Don Carlos hizo un fuerte sapucay en festejo.
Tuvo que respirar hondo para evitar llorar, y parpadeó varias veces para que esas lágrimas no lo traicionaran. Luego, con una sonrisa, lanzó la segunda bomba.
—Por eso nos vamos a casar, para que ella pueda tener obra social y el bebé nazca en una buena clínica —dijo—. Tenemos fecha para el civil dentro de dos semanas.
—¿Por qué tan pronto? —preguntó Virginia con sorpresa.
—Mi mamá nos va a dar un departamento al fondo, pero cuando ya estemos casados porque es muy religiosa. Y como hay que hacerle arreglos queremos que sea pronto —explicó Nora con una sonrisa.
—¡Listo entonces! Vamos a organizar una gran fiesta y…
Leo interrumpió a su madre.
—Queremos que sea algo muy íntimo, porque solo va a ser el civil. Tal vez más adelante nos casemos por iglesia y ahí sí hagamos una gran fiesta —dijo Leo con una sonrisa, para no destrozar las ilusiones de su madre.
Aún así la felicidad se mantuvo, y todos comenzaron a hacer planes tanto para el bebé como para la boda. Luego, mientras que Nora hablaba con esas mujeres, el padre de Leo lo apartó para poder hablar en privado.
—¿Entonces falta la escritura y la subdivisión? —preguntó.
—Sí, por eso quería empezar lo más pronto posible a trabajar.
—No te preocupes, hijo —sonrió al posar su mano en el hombro de Leo—. Yo te doy la plata para todo ese papelerío, pues. Mi nieto tiene que tener un lugar cómodo donde vivir. Voy a decirle a tu tío que vaya con los gurises esos y te ayude a reparar todo.
Leo sonrió con alegría por el apoyo que estaba recibiendo, y por la emoción que notaba en todos. Pues sería el primer nieto en la familia.
Luego prepararon mate para tomar, aunque Nora no tomó con ellos debido a que todos tomaban amargo y a ella de por sí le caía mal el mate las últimas semanas. Ella y Leo estaban contentos con todos los planes, porque se sentían menos solos con todo ese apoyo, y sintieron que todo saldría bien.
Se fueron antes de que anocheciera, pero antes de salir de la casa los dos fueron abrazados por todos, con alegría. El viaje de regreso a casa fue mucho más animado, ambos estaban sonrientes y relajados.
Conversaron durante el camino sobre la familia de Leo, y Nora se acarició el vientre que aún no crecía, con el ferviente deseo de darle a ese bebé una familia linda y cariñosa. Donde no hubieran golpes ni gritos constantes, donde no tuviera miedo cada día.
Cuando llegaron a la casa, Leo guardó en la heladera el asado que su padre le obligó a llevar en un tupper.
—Norita —dijo al verla allí sentada a la mesa—. Mi mamá dijo que si le ponemos yuyos a la yerba vas a poder tomar mate, a ella le ayudaba en el embarazo de Virgi.
Nora entonces sonrió con alegría, porque extrañaba tomar mate. También extrañaba fumar, por eso se rascaba tanto y comía muchas golosinas y chupetines, para controlar su necesidad de tabaco.
—Podemos comprar una yerba que ya venga con hierbas digestivas —dijo ella—. ¿Podrías comprarme más chupetines? Se me acabaron y necesito distraer mi boca.
Leo giró para verla, la veía rascarse el cuello con nervios, pero no nervios por haber conocido a su familia, sino por la falta de tabaco en su cuerpo.
—Oh, Norita. Debe ser muy duro —dijo y se acercó a ella—. Lo estás haciendo bien.
—No quiero hacerle daño al bebé —dijo y se mordió las uñas—. Fumo desde los doce, así que cuesta mucho.
—Lo estás haciendo bien —sonrió y posó su mano en la mejilla de ella, para poder acariciarle el pómulo con el pulgar—. Vas a ser una gran mamá.
—No sé… —susurró y bajó la mirada, con sus ojos que se empañaban—. No sé lo que es que me quieran, y si… ¿y si cometo los mismos errores que mi familia? Quisiera que mi bebé tenga una familia bonita, como la tuya. Y no sé si… si yo podría ser una buena madre.
—Vas a ser una estupenda madre, Norita. ¿Sabés por qué? —dijo con suavidad, haciéndole caricias—. Porque sabés lo que es sufrir, sabés lo que es que no te escuchen, sabés lo que es que una madre no te abrace. Y vos vas a evitarle el sufrimiento, lo vas a escuchar y llenar de besos y abrazos.
—Vos vas a ser un buen papá —dijo Nora con una sonrisa.
—No, sé que soy un desastre, pero lo voy a intentar.
—Vas a escucharlo, a tomar su mano cuando tenga miedo, y a hacerlo sentir la persona más especial y maravillosa del mundo —dijo y una lágrima resbaló por su mejilla—. Como hacés conmigo.
Leo abrió los ojos con sorpresa.
—¿Te hago sentir especial y maravillosa?
—Siempre, Leo —sollozó—. En un mundo que me patea siempre, vos me hacés sentir especial y maravillosa.
—Porque sos especial y maravillosa, Norita —dijo y la abrazó con cariño—. Sos hermosa, e inteligente, muy divertida y tan, tan, tan valiente. Tan fuerte sos, Norita, y tan solidaria.
—No soy todo eso —sollozó y él la aferró más.
—Sos todo eso y más.
Se quedaron abrazados por un buen rato, en silencio. Nora oía los rítmicos latidos de su corazón, y él olía el dulce aroma de su cabello, como a cerezas.
—Te quiero mucho, Norita —dijo él en un susurro—. Todo va a mejorar. Voy a hacer que mejore.
—Ya hiciste que mejore, desde el primer momento —susurró ella aún contra su pecho—. Desde el primer momento mejoraste mi vida, Leo.
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