Capítulo N° 27 | parte 2


La espera fue realmente insoportable. Leo sintió que se volvería loco allí en la sala de espera. Estuvo dos horas allí, sin noticia alguna de Nora. Sus ojos incluso se habían llenado de lágrimas varias veces durante ese tiempo.

Luego las puertas de guardia se abrieron y salió Nora con un yeso en el brazo y una férula para sostenerlo. Le habían curado todas las heridas, pero aún le costaba caminar. Leo acudió a ella para ayudarla a andar, hasta llegar al auto.

No se dijeron una sola palabra por largo rato, porque cualquier palabra podía alterar al otro justo cuando habían logrado estar más tranquilos.

—Tengo el hombro fisurado —dijo Nora en un susurro—, además del brazo quebrado.

—¿Te recetaron algo para el dolor?

Nora asintió de forma sumisa, así que fueron directo a la farmacia que estuviera de turno para poder comprar esos analgésicos. Leo compró lo recetado y volvió junto a ella al auto, algo más tranquilo pero igual de preocupado que siempre.

—¿Comiste algo, tenés hambre?

—No comí nada, igual vomito casi todo.

—Algo liviano entonces, una ensalada al menos.

No volvieron a hablar sino hasta llegar a la casa de Leo, porque ambos tenían mucho en qué pensar, y nuevas preocupaciones que ocupaban sus pensamientos.

Cuando llegaron a la casa, Leo le ayudó a caminar hacia el interior del departamento y la instó a sentarse con cuidado en una silla. Luego le sirvió un vaso de agua fría para que pudiera tomar su analgésico para el dolor, mientras él preparaba algo para comer.

La casa estaba en silencio, porque ninguno de los dos sabía bien qué decir. Nora no podía dejar de pensar en su madre que la había echado de casa, sin nada, sin ropa, sin dinero. Sin nada.

—¿Qué voy a hacer? —dijo en un susurro.

—Hablé con mi papá —dijo Leo de repente, mientras condimentaba la ensalada para Nora—. Voy a entrar a la fábrica a trabajar. No ahora, pero pronto.

—¡¿Qué?! ¡Pero no querías trabajar en la fábrica!

—Sea si querés tener el bebé, como si querés abortar, voy a necesitar plata, Nora. ¡Y no puedo hacerlo tocando el maldito bandoneón en la calle por monedas!

—Pero… tus sueños…

Leo la miró con tristeza.

—Ya no importa. Tengo veintisiete años, no puedo seguir siendo un tiro al aire por siempre. Tengo que pisar la realidad alguna vez, Norita.

Los ojos de Nora volvieron a llenarse de lágrimas y una a una comenzaron a caer por su rostro, y eso le hacía doler más todas sus heridas.

—Perdón —sollozó—. Perdón, Leo. Perdón, te arruiné la vida.

Él sonrió con tristeza.

—Creo que es exactamente al revés —dijo con pena—. Yo arruiné la tuya.

—No, no es así, yo… —Se quedó en silencio por un instante y llevó sus manos hacia el vientre—. Yo quiero tenerlo, quiero ser mamá. Quiero darle… darle todo el amor que nunca recibí de nadie a mi bebé. No quería… No quería decírtelo porque sabía que ibas a hacer esto.

Leo se acercó a ella para poder sentarse a su lado, tomó su mano sana con cariño.

—Tarde o temprano me iba a enterar, Nora. Iba a atar cabos, iba a calcular el tiempo, e iba a saber que ese bebé era mío.

—Yo no quiero —sollozó con más fuerza—. No quiero arruinarte la vida, no quiero que me odies por arruinarte los sueños.

—Nunca podría odiarte, Norita. Nunca —dijo con suavidad y comenzó a secarle las lágrimas con los pulgares—. Todo va a estar bien, yo estoy con vos. No estás sola en esto, somos dos. ¿Sí? Somos dos, lo hicimos de a dos y lo vamos a resolver de a dos.

—Perdón, Leo, perdón —gimoteó con tanta tristeza, que él la abrazó en ese momento.

—Está bien, Nora. Perdoname vos, si no fuera tan tonto, nada de esto habría pasado.

Nora se mantuvo aferrada al pecho de Leo, su corazón no estaba tan tranquilo como siempre, pero era de esperarse por toda esa situación nueva. Aún así comenzó a sentirse más tranquila mientras él le acariciaba el cabello y le decía que no estaba sola.

—Vamos a ir al obstetra para hacer todos los estudios necesarios —dijo Leo con seriedad—. Y te vas a quedar acá conmigo.

—Pero…

—No voy a permitir que regreses a ese infierno, Nora.

—No tengo nada, todo quedó allá. Toda mi ropa, mis cosas —dijo Nora y las lágrimas volvieron a caer por sus mejillas—. Y el bajo, me rompió el bajo. Me rompió el bajo justo cuando íbamos a grabar el demo…

—Mañana voy a ir a tu casa, voy a enfrentar a esa hija de mil puta y voy a traerme tus cosas. ¿Está bien?

—¡No, ella…!

—Ella no puede hacerme nada porque no tiene poder sobre mí.

Nora bajó la mirada con tristeza, porque tenía miedo de que su madre le hiciera daño a Leo. Jamás podría perdonarse si algo malo le pasaba por su culpa.

Cenaron con la suave música de la radio, que ayudaba a que estuvieran tranquilos. Luego Nora se recostó con cuidado en el colchón, porque estaba muy cansada y sus párpados estaban cada vez más pesados.

Leo la abrazó esa noche, para demostrarle que no la dejaría sola, ni en ese momento ni nunca.

~ • ~

Por la mañana Leo se despertó y descubrió que Nora no estaba a su lado, pero la oía vomitar en el baño. Se levantó muy rápido y fue enseguida hasta allí, justo para verla de rodillas en el suelo vomitando en el inodoro.

—¡Añamembuy! Es muy real…

—¿Qué, pensaste que mentía? —se quejó Nora al jalar la cadena.

—No, solo… sigo en shock. Perdón.

Le ayudó a ponerse de pie para que pudiera enjuagarse la boca, mientras le sobaba la espalda con cuidado.

—¿Cómo te sentís?

—Para la mierda, con náuseas, me duele todo el puto cuerpo y me duele mucho la cara —dijo ella con angustia—. ¿Pero qué más me queda? Solo soportar.

Leo le ayudó a llegar a la cocina, donde enseguida puso la pava al fuego para poder prepararle el desayuno.

—No te preocupes, vomito todo. Especialmente a la mañana.

Aún así preparó una taza para poder hacerle un té. Pensó que quizá un jugo de naranja le haría bien, así que comenzó a exprimir un par de naranjas para prepararle jugo.

—Supongo que mi carrera musical está arruinada…

—Tu carrera musical sigue adelante. Vamos a conseguir otro bajo, vas a grabar ese demo, y la vas a romper en la música —dijo Leo y giró para verla—. Y no solo eso, cuando empiecen las clases vas a seguir estudiando.

—No voy a poder estudiar estando embarazada.

—Vas a poder, Norita.

Le extendió el vaso con jugo de naranja y él se preparó unos mates amargos para poder afrontar ese nuevo día. Esa nueva etapa en su vida.

—En un rato voy a ir a buscar tus cosas —dijo y la tomó de la mano con cariño—. No estás sola, yo estoy con vos. Vamos a resolver esto.

—¿Cómo? —preguntó con tristeza.

—Yendo al médico, cuidándote para que ese bebé nazca sano. Cuando mi viejo me llame voy a empezar a trabajar con él, y con eso voy a tener suficiente dinero para mantener al bebé.

Nora no agregó nada, porque seguía sintiendo que le estaba arruinando la vida a su querido amigo. Apretó sus labios lastimados para resistir su deseo de llorar.

Cuando Leo salió del departamento, hizo que Nora se recostara de nuevo para descansar, porque estaba muy mareada.

Leo caminaba por la calle con mucho odio, con sus puños apretados hasta que sus nudillos comenzaron a tronar. Trató de respirar hondo para no ser una bola de fuego cuando tocó el timbre de la casa de Nora. Debía enfrentar a esa mujer y debía conseguir ropa para Nora.

Una mujer delgada abrió la puerta y se asomó con desconfianza, Leo frunció el ceño incluso más.

—¿Qué querés? No te conozco, no compro nada ni me importa oír la biblia —gruñó ella.

—Buen día, mi nombre es Leonardo —comenzó a decir, sintiendo su corazón latir a mayor velocidad y la ira acumularse en sus manos—. Quisiera hablar con usted sobre Nora.

—¿Qué me querés decir de esa pendeja de mierda? Ya no es bienvenida en esta casa.

Apretó la mandíbula, y sin pedir autorización pasó sus largas piernas por sobre la pequeña puerta de madera para poder recorrer el camino hacia ella.

—Soy el padre del bebé —dijo entre dientes—, y no me importa si no es bienvenida, mientras más lejos esté de usted, víbora asquerosa, mejor va a ser para ella. Vine a llevarme sus cosas, quiera o no.

—¡Voy a llamar a la policía!

—¡Dale, hágalo! —gritó Leo—. ¡Que venga la policía, y yo les voy a mostrar lo que le hizo a su propia hija! Y le advierto que si Nora pierde el bebé por su culpa, le voy a arruinar la maldita vida.

—¿Me estás amenazando?

—Sí, lo estoy haciendo —gruñó Leo y acercó su rostro al de ella—. ¡Debería estar presa, vieja hija de mil puta! Tiene suerte de que Nora, por algún milagro de Dios, aún la quiere.

—¿Qué mierda querés? ¿Llevarte sus cosas? ¿A dónde, bajo el puente donde debe estar esa gorda amorfa?

Leo apretó los puños con fuerza.

—Me voy a llevar las cosas de Nora, con su permiso o la fuerza con la policía, usted decide.

Raquel no se intimidó ante la mirada de fuego de ese hombre, alzó la barbilla con orgullo para mirarlo con asco.

—Soltera y embarazada no va a regresar a esta casa, decile a esa pendeja prostituta que si quiere volver tendrá que ser casada, como Dios manda.

—¿Dios? —se rió Leo—. Dios se muere de vergüenza de ver cómo trata a su propia hija.

Raquel lo miró de arriba hacia abajo, con desprecio, pero se hizo a un lado para permitir a Leo pasar.

—No parecés un satánico gay como los que ella frecuenta.

—Porque si fuera gay no estaría embarazada, ¿es estúpida de nacimiento o es circunstancial? —gruñó Leo y la siguió hacia la habitación de Nora.

Allí estaban las pruebas de lo que había pasado la noche anterior. Leo sintió su corazón oprimirse y un gran nudo que se formaba en su garganta al ver la habitación destrozada, sangre en el suelo y en las sábanas, y el adorado bajo azul deshecho.

—Tenés quince minutos.

Diciendo eso Raquel se fue, y Leo sintió que las fuerzas de sus piernas se habían esfumado al ver ese desastre. Esa prueba de lo que Nora vivía siempre. Respiró hondo y tomó una mochila de Nora, llena de parches y pines, y comenzó a meter ropa dentro. Abrió un cajón para agarrar ropa interior, sin siquiera mirar. Abrió el siguiente y tomó un par de remeras y camisetas, también pantalones y shorts, junto a algunas faldas.

La mochila no daba más, y le costó cerrarla, pero tomó un pequeño bolso de viaje que había en un rincón, lleno de papeles que vacío sobre la cama. Tomó más ropa, medias, zapatillas, y luego se acercó al escritorio. Pese al desastre que había hecho Raquel, le sorprendía lo prolija y ordenada que era Nora. Encontró su cuaderno de canciones y lo guardó en el bolso, al igual con las fotos que tenía pegadas en la pared.

No estaba seguro de qué más llevar que Nora pudiera llegar a necesitar, por lo que tomó un par de CD's que guardó en el bolso, y también la almohada azul de Nora. Porque sabía que a ella le gustaba abrazar una almohada al dormir.

Con la mochila en la espalda y el bolso en una mano, salió de la habitación a la espera de los gritos de esa mujer, o de que hubiera llamado a la policía. Él prefería esa opción, porque si Raquel llamaba a la policía él podría mostrarles lo que le hizo. Sin embargo cuando salió del cuarto de Nora vio a la mujer fumando un cigarrillo, lo miraba con seriedad.

—Sentate, Leonardo.

Él la miró con desconfianza, pero se acercó porque pensó que tal vez se estaba olvidando de algo importante.

—Estoy muy molesta de que mi hija haya quedado embarazada, especialmente de un vago sin futuro como vos —dijo ella con asco, solo por ver su cabello largo en ondas.

—¿Vago sin futuro? —se rió Leo y se sentó en el horrendo sillón con florecitas rosadas—. Soy ingeniero electromecánico y heredero de una empresa, ¿qué mierda es usted además de una vieja hija de mil puta?

—¿Heredero de una empresa? —repitió Raquel con sorpresa—. La hizo bien la pendeja, tan retrasada no era.

Leo apretó los puños con odio, y rechinó sus dientes.

—¿Qué mierda quiere, además de que la cague a puteadas y le meta la denuncia de su vida?

—Nora no es bienvenida acá de nuevo, eso quedó claro. No sin estar casada —dijo Raquel—. Si se casan voy a olvidar todo este desastre, y puedo dejarles el departamento del fondo para que hagan lo que se les cante ahí. Total ni me importa ese lugar, lo construí para mi hijo y él prefirió irse.

—Qué sorpresa que un hijo suyo prefiera irse antes que estar a su lado —dijo entre dientes—. No quiero nada de usted.

—¿Qué te pensás, que te lo estoy dando a vos? Estoy pensando en esa cosa que va a ser mi nieto —escupió—. El departamento tiene entrada propia por un pasillo, así no me ven la cara.

—Al fin una buena noticia.

—No tiene escritura así que tendrían que hacer la subdivisión y la escritura, poner su propio medidor de luz porque yo no pienso darles luz.

—¿Y nos va a dar un departamento por qué, porque hoy se despertó y se acordó que es madre? —dijo Leo con desconfianza.

—Porque si la inútil de mi hija se muere por ahí la que va a tener problemas soy yo —siseó—. ¿Qué pensás? Parecés más decente y coherente que Nora, pese a tu horrible aspecto.

Leo se mantuvo en silencio por un buen rato, mirándola fijo a los ojos. Pensaba en los pros y los contras de esa oferta, y pensaba en que para poder darle a Nora una casa propia y estable debía casarse con ella.

Él no quería casarse jamás, en realidad.

Pensó en esa opción, porque si se casaba con Nora, solo por apariencia, ella podría ser libre. Dejaría de estar bajo la tutela de su madre, dejaría de tener que obedecerla. Raquel ya no tendría poder en la vida de Nora, porque ya sería una mujer casada e independiente.

—Quiero ver ese departamento primero, a ver si vale la pena tener que estar a metros de su horrible cara.

Raquel asintió y se puso de pie para guiarlo hacia el fondo, mientras le iba explicando que había construido ese departamento para su hijo mayor, que solo le faltaba revoque en algunas partes y algunos arreglos, pero que tenía hecha la conexión de gas y de electricidad.

Leo observó todo para no dejar pasar ningún detalle, observó el gran patio cubierto de pasto y árboles que dividía las dos casas. Era una distancia considerable para no tener que ver a esa mujer, y que Nora no tuviera relación alguna con ella.

Notó que tenía un espacio a un costado, por fuera, que podría convertirse en lavadero ya que estaba bajo techo. Raquel abrió la puerta blanca para permitirle entrar y allí Leo observó todo. Faltaba revoque en algunas paredes, y la instalación de luz era vieja pero eso él podía cambiarlo. Lo primero que se veía al entrar era una gran sala de estar, y aún costado la cocina pequeña que estaba abierta hacia el living-comedor. La cocina tenía la instalación de agua hecha y blancas cerámicas  en las paredes, y tenía sobre el fregadero una ventana que daba directo a la casa de Raquel, cruzando todo el patio.

Recorrió las dos habitaciones, eran amplias aunque una era un poco más grande que la otra. Ambas con buena iluminación. Luego entró en el baño, descubrió que tenía una bañera instalada, pero faltaba la grifería, el lavamanos y el inodoro.

Era un departamento más grande que el que él estaba alquilando, y podría ser de Nora si él aceptaba casarse. Nora podría en verdad tener un hogar propio si solo firmaba unos tontos papeles.

—Está bien —dijo y giró para ver a esa delgada mujer—. Nos vamos a casar, y usted nos va a dar este lugar. Yo voy a pagar la subdivisión y la escritura, pero una vez este lugar sea mío, no va a tener ningún derecho sobre este espacio o sobre Nora.

—No me importa este espacio y tampoco me importa Nora, pero no voy a permitir que termine pariendo en la calle y me haga pasar vergüenza.

—Cuando haga la subdivisión, la mitad del patio es mío.

—Quedátelo todo, si es por mí quitaría todas esas horribles plantas y pondría cemento.

Leo alzó las cejas, sin poder creer lo estúpida que era esa mujer, pero lo utilizaría a su conveniencia.

—De acuerdo, todo lo verde es mío.

—¡Pero esperá, sin vergüenza! —gruñó Raquel y lo amenazó con el dedo índice—. Podés empezar a arreglar este nido de pulgas, pero sin anillo no te lo voy a entregar.

—Es un trato.

Diciendo eso Leo comenzó a caminar hacia la casa de esa mujer, para poder buscar los bolsos y regresar junto a Nora. Necesitaba hablar con ella urgentemente.

Raquel le abrió la puerta, y entonces Leo regresó a su departamento. Era un simple monoambiente alquilado, y su contrato terminaba ese mismo año en mayo. Tenía solo unos meses para asegurarle a Nora y al bebé un lugar seguro y estable.

Abrió la puerta de la casa dando un largo suspiro, y vio la cabeza azul de Nora asomarse tras el placard que hacía de divisor.

—¿Lo lograste? —dijo Nora con sorpresa.

—Tu madre es muy valiente para meterse con vos, pero muy cobarde como para meterse conmigo.

Diciendo eso apoyó los bolsos en el colchón y comenzó a sacar algunas cosas, especialmente su cuaderno de canciones.

—No sabía qué traer, espero… haber agarrado las cosas correctas.

—Gracias, Leo —sonrió.

Él la miró en silencio al rostro. Nora tenía el párpado negro e inflamado, al igual que su pómulo y el labio partido. Su nariz también estaba algo inflamada. Raquel le había destrozado el hermoso rostro, por eso Leo se decidió más que nunca a liberarla. Posó su mano en la mejilla menos golpeada de ella, con cariño.

—Mi pobre Norita, todo lo que tuviste que pasar en esa horrible casa —dijo con tristeza—. Eso ya se acabó.

—En algún momento voy a tener que volver, no me puedo quedar para siempre acá, y tampoco puedo molestar a Clapsi.

—No va a ser necesario, Norita. Hice un trato con tu madre.

Nora abrió los ojos con sorpresa y también algo de miedo.

—¿Qué clase de trato? ¡Es una serpiente traidora!

—¿Sabés cuántas serpientes hay en Corrientes, pué? Me crié entre víboras y yararás. No le temo a las serpientes.

—Decime qué trato hiciste, porque con tal de cagarme la vida ella va…

—Vamos a casarnos —dijo Leo con seriedad—. Y con eso nos va a dar el departamento del fondo.

—¡¿Qué?! ¡¿Casarnos?! ¡Ni siquiera somos novios, no somos nada, ni nos gustamos siquiera! —chilló Nora.

—No va a ser un casamiento real. O sea sí, legalmente sí, con eso cuando trabaje en la fábrica vas a tener una buena obra social. El resto va a ser solo por apariencia —explicó Leo—. Solo apariencia, no vamos a ser un matrimonio real.

—¡No! ¡¿Qué más me va a quitar esa vieja hija de puta?! —comenzó a llorar—. ¡Me quitó la música y ahora la libertad!

—No. No, Norita, escuchame —dijo Leo con suavidad y envolvió su mano sana entre las suyas—. Vas a ser libre. Ya no vas a estar bajo la tutela de tu madre. Ya no va a poder decirte qué hacer, ni darte órdenes. Ya no va a tener poder sobre vos, porque yo le estoy quitando todo su poder al casarme con vos.

—¡¿Qué libertad voy a tener casada con alguien que no amo?! —lloró.

—La que quieras, Nora —dijo con calma—. No va a ser un matrimonio real, no para nosotros. Vas a ser libre de salir con quien quieras, hombre o mujer, con quien vos quieras, al igual que yo. ¿Está bien? Vamos a seguir viendo a nuestros piques porque no somos ni vamos a ser una pareja real. Y vas a estudiar, recibirte y cumplir todos tus sueños.

Comenzó a secar las lágrimas en el rostro de Nora, con cariño y de forma delicada, para no tocar sus heridas.

Nora sorbió por la nariz con angustia, porque no le parecía un buen plan y tenía miedo.

—Es más, Norita. Hasta podemos divorciarnos después. Lo importante es tener esos papeles para que puedas atenderte en una buena clínica, y para que puedas tener tu propia casa.

—Pero no va a ser mía, va a ser tuya.

—No, va a ser tuya. Vamos a hacer las escrituras a tu nombre. Va a ser tu casa, no la mía —Le dedicó una sonrisa—. Vas a ser libre, Nora. De verdad. Podés hacer música, podés salir con quien quieras sin que nadie te diga nada.

—¿Entonces… entonces voy a poder acostarme con quien quiera, incluso casada con vos?

—¡Exacto! Ese va a ser nuestro trato. Vamos a estar con quien nosotros queramos porque, aunque legalmente estemos casados, romántica y sexualmente vamos a ser solteros. ¿Sí? —Le hizo una caricia en el rostro, con una sonrisa—. No te voy a quitar la libertad, Nora. Te la estoy ofreciendo. ¿Qué te parece?

Nora se quedó pensativa por un instante, con la mirada baja. Estaba segura de que Leo no le prohibiría nada, y obtendría su propia casa como siempre había soñado. Eso a cambio de casarse con Leo, de firmar unos papeles y vivir un tiempo con él.

—¿Me prometés que después nos vamos a divorciar, y que de verdad voy a poder estar con quien quiera?

—Te lo juro, Nora —dijo Leo y posó una mano en el vientre de ella—. Te lo juro por nuestro hijo que crece acá.

Lo miró fijo a los ojos. Aún tenía miedo de ese plan, pero no haría ese trato con nadie que no fuera él, porque estaba segura de que Leo jamás le defraudaría.

—Está bien. Vamos a casarnos solo para obtener esa casa, nada más. No somos una pareja real, no vamos a besarnos ni tener sexo, ni nos vamos a poner apodos pelotudos de «mi amorcito» ni nada así —dijo y lo amenazó con el dedo índice.

—Está bien, me parece perfecto —sonrió—. Pero voy a aclarar algo. Yo no voy a estar con ninguna mujer si es que vos no podés estar con alguien, porque no sería justo y sería un abuso que solo yo pueda y vos no.

—Me parece bien.

—Entonces está decidido. Nos vamos a casar tan pronto como se pueda, así puedo empezar a arreglar rápido ese lugar —dijo Leo y la tomó de la mano—. Y vamos a vivir juntos todo el tiempo que sea necesario. Mientras arreglo esa casa, vas a quedarte acá conmigo.

—¿Y cuando vengan tus piques, me voy a lo de Clapsi? —preguntó con curiosidad.

—No, Nora. Hasta que vos no puedas hacerlo, no va a haber piques. Ese es el trato —asintió para reafirmarlo—. Es un privilegio que no quiero tener. Va a ser un trato igualitario. Cuando vos quieras y puedas estar con alguien, entonces yo voy a volver a llamar a mis piques.

—Yo no sé… no sé si quiero estar con alguien —dijo Nora en un susurro, con la mirada baja—. ¿Y si le hace mal al bebé? ¿Y si me contagian una enfermedad de transmisión sexual y se la paso al bebé?

—Cuando vos quieras y te sientas segura —aseguró Leo al tomarla de la mano—, embarazada o con el bebé ya nacido, vas a salir con quien quieras, y cuando vos lo hagas yo también lo voy a hacer. No antes, nunca antes de que vos también puedas gozar de ese privilegio.

Nora asintió de forma sumisa y Leo entonces la abrazó, aferrándola con cariño.

—Todo va a estar bien, Norita. Lo estoy resolviendo. Y ya nadie, nunca más, te va a poner un dedo encima.

—Gracias, Leo —sonrió con alegría.

—Y una cosita más —sonrió al picarle la frente con su dedo índice—. Todo el patio, todo lo que sea pasto y plantas, es nuestro. Vas a tener tu casa con jardincito como siempre soñaste.

Nora sonrió aún más y se aferró al pecho de él para oír su corazón, como tanto le gustaba hacer. Para escuchar la música de esos tranquilos latidos que le ofrecían un contrato de libertad. Y Nora estaba segura de que en verdad, junto a Leo, podría ser libre.

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