Capítulo N° 26
Melanie ya había cumplido los seis meses, por lo que su pediatra autorizó que comenzara con sus primeras papillas. Guille tardó un poco más en volver a trabajar, porque quería disfrutar de darle de comer a su hija. Se divertía mucho con ella, que siempre se reía de cada monería que él hacía para entretenerla.
Pero como las fiestas se acercaban, Guille debió volver a trabajar para aportar más dinero en la casa. Discutía mucho menos con Andrea y se llevaban cada vez mejor, aunque cuando sí discutían, esos momentos eran muy fuertes e intensos.
Había logrado convencerla de contratar a Clap como niñera, y los días que ella no podía por la universidad se encargaba Esther.
Guille odiaba ser albañil, y no soportaba para nada a sus cuñados y sus suegros. Menos aún al ver las diferencias que hacían entre Andrea y Vanessa. La segunda no solo era la menor, sino considerada por ellos «más bella» por no tener la nariz ganchuda como Andrea, y también considerada más exitosa por ir a la universidad. No era una mala persona, pero Guille no la soportaba porque siempre hacía comentarios ácidos sobre su hermana, y a veces incluso le coqueteaba.
Cada día luego del trabajo se daba una ducha rápida y si eran los días de Clap tomaba unos mates con ella. Los días donde Esther cuidaba de Melanie la pasaba a buscar por la casa y tomaba unos mates con su tía. Luego regresaba a su casa con la pequeña y se sentaba sobre la alfombra de la habitación a jugar con ella.
Melanie ya era capaz de sentarse sola, el único problema era que estaba mucho más curiosa y se introducía en la boca todo lo que encontraba en el suelo. Guille se pasaba todo el tiempo asegurándose de que no hubiera nada pequeño o peligroso cerca de ella.
Por la noche la sentó en su sillita para poder cocinar, haría unos churrascos de pollo y puré de papa y zapallo, para poder comer lo mismo que su hija. Le desmenuzó muy bien unos trocitos de pollo que mezcló con el puré, para poder alimentarla con una sonrisa.
Andrea llegó justo a tiempo para la cena, y aunque entró refunfuñando y de muy mal humor, todo ese malhumor desapareció al oír reír a Melanie.
—Sentate, amor, ahí te sirvo la cena. ¿Qué tal te fue? —dijo Guille con una sonrisa y se puso de pie para poder servir en dos platos—. Hoy tu papá me hizo revocar una pared entera solo, me salió bien.
—Qué bueno, Guille —dijo ella con una sonrisa y comenzó a alimentar a Melanie—. ¿Viste que ibas a aprender?
—No es un trabajo que me guste, pero supongo que estoy aprendiendo, po.
—El día estuvo tremendo, muy agotador. Siempre en las fechas de fiestas es un caos —suspiró—. Voy a volver más tarde a casa, nos aumentaron las horas por todo esto de las fiestas.
—Voy a ir a buscarte entonces, no quiero que andes viajando tan tarde.
Ella asintió y comenzó a comer la cena, pues estaba realmente hambrienta. No había podido detenerse a comer en el local debido a que estaba constantemente lleno.
—Mis papás nos invitaron a pasar año nuevo con ellos. Van a estar mis hermanos y también mis tíos y primos, ¿querés ir o preferís pasarlo con tu familia?
—Vamos a pasar navidad con mi familia, corresponde que pasemos año nuevo con la tuya —dijo Guille y mordisqueó un trozo de pollo.
—Nos van a preparar un colchón para que nos quedemos con ellos, así no manejás tan tarde.
—Está bien.
Luego de cenar Andrea lavó los platos y se sentó a jugar con Melanie. Guille a veces las sorprendía con una foto, y otras veces se sentaba junto a ellas a jugar.
Esos días eran tan tranquilos y libres de peleas o discusiones, que Guille cada vez se enamoraba más de ella. Le gustaba la forma en que sus ojos brillaban al reír, la voz dulce con la que le hablaba a Melanie, y le gustaba mucho lo cariñosa y atenta que era con él luego de alguna pelea. Esos momentos le comprobaban lo mucho que él le importaba a Andrea, y eso hacía que la quisiera incluso más.
~ • ~
Para navidad Nora había ido a visitar a Guille en la casa de enfrente, brindó con él e incluso con Andrea, pero aunque quisiera ir a brindar con Leo sabía que él aún no había regresado de Corrientes, y que regresaría recién en unos días más.
En año nuevo Raquel preparó un gran festín, porque Nacho iría a cenar con ellas junto con su novia. Había preparado una pavita al horno, mientras que Nora se encargó de la ensalada rusa.
En la familia de Nora no era usual arreglarse para las fiestas, a diferencia de la familia de Guille donde se vestían de gala. Por eso solo se puso su remera favorita de los Sex Pistols, sus medias de red y una falda de jean hasta las rodillas, porque debajo tenía la falda azul a cuadros que le había regalado Leo un año atrás, y que era su favorita.
Cuando Nacho llegó la abrazó con tanta fuerza que Nora sintió que se desharía en lágrimas en su pecho.
—Mi hermanita hermosa —dijo él al acunar su rostro, con cariño—. ¿Cómo estás, Nora?
—Bien, aprobé todos mis exámenes así que estoy tranquila —dijo con una sonrisa y saludó a su cuñada con un beso en la mejilla—. Pasá, Romi, ponete cómoda donde quieras.
—Estás muy hermosa, demasiado —dijo Nacho y la amenazó con su dedo índice—. ¿No hay ningún novio, no? ¿Algún loco por ahí que se quiera hacer el vivo con mi hermanita?
—No hay nadie, estoy soltera —se rió.
—Y sí, si es una lesbiana de mierda —gruñó Raquel y se acercó para saludar a Nacho—. ¡Hijo! Tan lindo que estás, vení, Nachito. Sentate, ahí te sirvo la comida.
Nacho solo asintió, pero al instante dirigió su mirada hacia Nora con un gesto asqueado que la hizo reír.
—No cambia más, por eso ya ni vengo —masculló él y abrazó a Nora del cuello—. ¿Cuándo vas a venir a visitarme, eh? Así no tengo que aguantarla.
—¿Vos te quejás? Yo la tengo todos los días.
Se sentaron a la mesa, y a Nora le tocó sentarse junto a su madre, porque Nacho jamás se ubicaba a su lado. Lo miró al rostro con una sonrisa, porque se había dejado crecer un poco la barba, y aunque él era casi un calco de Raquel, con su cabello castaño y su rostro delgado, tenía los ojos grises igual que su padre. Nora, sin embargo, era la viva imagen de su papá, y quizá por eso Raquel la odiaba tanto.
Cenaron juntos como una familia normal, porque Raquel siempre la trataba mejor cuando Nacho estaba presente. Sin embargo todas las conversaciones eran sobre él, por ser el mayor, y todas las atenciones también eran para él. Llegaba un punto en donde Nora ya no soportaba estar ahí, porque la preferencia por su hermano mayor la hacía sentir muy mal.
Por eso, luego del brindis, Nora tomó su mochila, una sidra que había comprado junto a un budín, y luego de abrazar a su hermano y a su cuñada se dirigió a la casa de Guille. Quería brindar con él por un nuevo año, y alzar en sus brazos a su ahijada a la que quería tanto. Pero aunque tocó el timbre varias veces, nadie salió.
—Qué raro, no me avisó que se iría —murmuró con sorpresa.
Miró entonces hacia la casa de Leo, habían tres autos en la entrada. Uno era el de él, otro era el azul de Cuca, y el otro era de Mónica. Con una sonrisa caminó hacia allí, porque el año anterior no había podido brindar con él debido a que estaba en Corrientes.
Tocó el timbre, oyendo la carcajada de Cuca y Leo, junto a los regaños de Carolina y Mónica.
—¡Norita! ¡Feliz año nuevo! —dijo Leo con alegría y la abrazó con cariño.
Nora abrió los ojos con sorpresa al verlo, porque claramente la familia de Leo eran de los que se vestían de gala. Tenía una camisa celeste abierta hasta el tercer botón, lo que mostraba algo de su pecho, y un pantalón de vestir beige claro. Llevaba su cabello suelto en ondas que caían por sus hombros, y su corta barba muy prolija.
—Feliz año nuevo —dijo ella aún sorprendida—. Creo que no estoy vestida para la ocasión.
—¡Ay, a quién le importa! Miren quién vino —dijo con alegría hacia sus amigos y su hermana mayor.
El primero en saludarla fue Cuca, con mucho entusiasmo, por lo que Nora supuso que habrían fumado marihuana juntos. Saludó a todos con un beso en la mejilla y se sentó junto a Carolina, quien encendía nuevamente el porro para poder darle una pitada y pasárselo a ella.
Brindaron otra vez para poder incluir a Nora, entre planes para el nuevo año. Cuca y Majo comenzarían la búsqueda de un bebé, Carolina decía que viajaría a un retiro espiritual para volver a conectarse con la tierra. Mónica comentaba sobre su trabajo en la fábrica como ingeniera industrial, pero también su deseo de ser maestra como siempre deseó.
—Mirá que tu viejo es un santo, ¿eh? Pero cuando se pone denso con la fábrica, se pone denso —dijo Cuca en un suspiro.
—¿Es un santo? Yo no lo conozco —agregó Nora y sorbió un trago de daiquiri que había preparado Carolina.
—Si creés que este tiro al aire es un santo, no sabés lo que es su padre —acotó Carolina mientras se trenzaba el largo cabello rubio—. Don Carlos es Buda al lado de este pelotudo.
—Dejá esa fábrica de porquería y ponete a estudiar para ser maestra, pué —dijo Leo con el ceño fruncido—. No le hagas caso al viejo.
—Es que no quiero decepcionarlo, pué —suspiró Mónica.
—Ya estoy yo para decepcionarlo, vos cumplí tus sueños.
Mónica apoyó su cabeza en el hombro de su hermano, con una sonrisa, y Leo le dio un tierno beso en la frente. A Nora le gustaba mucho la relación que él tenía con sus hermanas, porque aunque Nacho era muy cariñoso con ella, y muy sobreprotector, no era como Leo.
Cuando tocó el turno de Nora de hablar de sus deseos para ese año, ella solo dijo querer triunfar en la música. Estaban planeando grabar un demo con las chicas, y les comentó eso con algo de vergüenza. Todos la animaron a hacerlo y se sintió cómoda con ellos.
Un poco más tarde, después de hacer un fuego en el patio y volver a fumar marihuana juntos, Leo y Mónica comenzaron a tocar chamamé, con Cuca y Majo que bailaban juntos. Nora se sentó a verlos con una sonrisa, porque eran una pareja hermosa.
Mónica fue la primera en irse, pues quería ir a visitar a sus amigas. Luego se fueron Cuca junto con Majo y Carolina, quien se quedaría a dormir con ellos. Allí en el departamento solo quedaron Leo y Nora, sentados frente al fuego con un vaso de vino cada uno.
—Qué bonito es el fuego —dijo Leo luego de mirarlo por largo rato, algo perdido por el efecto de la marihuana.
Conversaron un poco más allí, pero luego se miraron fijo a los ojos en silencio. Con la luz de las llamas los ojos de Leo se veían incluso dorados, y él sonrió al ver esa remera de los Sex Pistols. La tocó con su mano, dando una risita.
—Esta remera tenías puesta cuando te conocí —dijo con una sonrisa.
—¿En serio? Yo ni me acuerdo —dijo con una risita al ver la remera.
—Yo sí. Cuando me asomé por el paredón y los vi a los dos en el suelo tenías esta remera, y dije algo sobre los Sex Pistols.
—Seguro te bardeé, ¿verdad?
Leo se rió.
—Sí, pero no importa. Ahora estamos acá, frente a este fueguito comenzando un nuevo año juntos —dijo con una sonrisa dulce.
Nora recostó su cabeza en el regazo de Leo, y lo miró al rostro. A sus rasgos atractivos, su nariz tan delicada y su sonrisa radiante que hacía brillar sus ojos. Porque él siempre brillaba, era como el mismo sol.
Llevó una mano hacia la mejilla de él para rozar esa recortada barba, y él le dirigió una sonrisa cariñosa al verla fijo a los ojos grises. Luego tomó un mechón de su cabello, tan suave y brillante, tan sedoso y maleable.
—Me gusta mucho tu pelo.
—A mí me gusta el tuyo —dijo él al pasar sus dedos por el corto y rizado cabello azul.
Volvieron a mirarse fijo a los ojos, con el murmullo de las fiestas vecinales a lo lejos, o los fuegos artificiales que se seguían oyendo. La luz anaranjada de las llamas danzarinas daban otra clase de ambiente, porque aunque lo intentaban no podían dejar de mirarse fijo y con intensidad.
—Leo…
—¿Sí, Norita?
—¿Me enseñarías a bailar zamba?
—Claro, vení.
Se puso de pie y le ayudó a levantarse, pero se alejó unos momentos para poder buscar dos pañuelos y buscar la música correcta para poner en un CD.
—¿Guille te explicó lo que representa la zamba? —preguntó Leo con una sonrisa.
—Un cortejo, me dijo que es la seducción.
—Eso mismo, y la mirada es muy importante —explicó con pañuelo en mano—. En la mirada está la magia de todo, por eso es usual que muchas parejas se conozcan en una zamba.
Antes de poner la música, Leo le mostró los movimientos con una sonrisa entusiasmada de poder enseñarle una danza folclórica, a ella tan punk y tan negada a esa música. Hicieron una pequeña práctica, donde él la guiaba con su mano al hacerle señas para los arrestos, las vueltas enteras o a media. Y al segundo intento a Nora le salió mucho mejor.
Leo entonces puso un CD que le había regalado Mónica, y una bonita canción, «Quiero tu voz» de Horacio Guarany comenzó a sonar. Leo cantaba por lo bajo las estrofas, con su suave y melodiosa voz que para Nora se asemejaba a la de un ángel.
«Quiero tu voz, tu túnica caída
y el lirio rojo de tu amor primero
quiero tus sauces revelando verdes
sobre el verde caliente del enero»
Comenzaron entonces a bailar juntos, esta vez sin que él la guíe. Se miraron fijo a los ojos en todo momento, y Leo sonrió al ver el talento natural para la seducción que tenía Nora con ese pañuelo y sus ojos grises fijos en él. En cada arresto, rodeando al otro en lentos y seductores pasos, se miraban profundamente, con intensidad, hasta ver sus almas desnudas allí.
Les era cada vez más difícil dejar de mirarse, de perderse entre la calidez que expresaban sin pronunciar palabra alguna mientras agitaban sus pañuelos. Y cada acercamiento, cada giro, era una provocación y también un llamado.
En la vuelta final, con Leo coronando a Nora, quedaron rostro con rostro, con sus narices que se rozaban, y ese suave tacto les erizaba la piel. Se miraban fijo y sin poder correr la mirada, y a su alrededor solo se oía la música del CD y el crepitar de ese fuego que los iluminaba, con el murmullo de las lejanas fiestas vecinales. No existía nada más allí que ellos dos, que el fuego y la calidez de su mirar. Y muy pronto ni la música, ni el crepitar, ni el murmullo del año nuevo pudieron oír, pues estaban perdidos en esos ojos.
—¿Lo hice bien? —preguntó Nora en un susurro, sin dejar de mirarlo.
—Lo hiciste perfecto, Nora.
Ella acunó el rostro de Leo en sus manos, porque en ese momento, quizá por el baile, quizá por la música, quizá por el fuego, Nora lo vio más hermoso y sexy que nunca. Tan perfecto y deseable, siempre le había parecido hermoso, pero allí se veía como el hombre más hermoso y perfecto del mundo, por lo que no pudo resistirse a besarlo.
Bajó la mirada, porque se sentía muy extraña con tanto deseo por él.
—Perdón…
—Está bien —dijo él en un susurro que se oyó muy seductor y a Nora le erizó la piel.
Alzó la vista para verlo, porque Leo la estaba mirando con intensidad, y había un fuego suave allí en sus pupilas, controlado y delicado.
Nora volvió a besarlo con los ojos cerrados.
—¿Está bien?
—Está bien —repitió él sin dejar de mirarla y posó su mano en la mejilla de ella—. Está bien, Nora.
Ella volvió a besarlo y Leo apenas abrió los labios para recibirla, pero al instante Nora volvió a alejarse.
—Está bien —repitió.
Esta vez fue él quien la besó de forma suave, saboreando sus labios. Nora lo abrazó del cuello, porque Leo era bastante más alto que ella, y le siguió el beso y esos apasionados movimientos de lengua. Había empezado como un pequeño fuego controlado, pero poco a poco se encendió más.
Se besaban con hambre y necesidad, con tanta necesidad que se aferraron al otro con fuerza. Leo apretó sus dedos a la espalda de Nora para luego bajar por su espalda y levantarla de los glúteos, donde volvió a apretar sus dedos hasta que la oyó suspirar.
Muy pronto terminaron apoyados contra la pared, sin dejar de besarse y sin dejar de explorar el cuerpo del otro. Nora le quitó la camisa rápidamente, con urgencia, para poder acariciarle el pecho, y Leo prácticamente le arrancó esa remera de los Sex Pistols para poder apretar uno de esos grandes senos. Suspiró con placer ante esa sensación suave en su mano, que no llegaba a envolver por completo ese seno redondo.
Nora aferró sus piernas a la cintura de él, quien, sujetándola del trasero, ingresó en la casa sin dejar de besarla en ningún momento. La humedad de sus lenguas y la suavidad de sus labios eran todo lo que querían y necesitaban en ese momento. Ambos estaban sorprendidos pero también gustosos del calor que recorría sus cuerpos a causa del otro, de la habilidad para besar, del placer que les producía.
Leo la recostó en el colchón enseguida, para ubicarse sobre ella cómodamente entre sus piernas, y poder acariciar esas piernas envueltas en red mientras seguía saboreando sus labios y lengua. Era tanto el calor que sentían los dos que no entendían cómo no estaban prendidos fuego, o acaso lo estaban pero no les importaba.
Sin dejar de mirarse a los ojos Leo le desabrochó el sostén con una mano, y sonrió con toda la lujuria en él al ver esos grandes pechos ahora libres, con pezones rosados y deseables que lo llamaban en un grito desesperado. Los besó con auténtica devoción mientras se quitaba los zapatos con los pies, e introducía una mano bajo la falda a cuadros azules para poder correr tras esa red la ropa interior de Nora.
Ella estaba deshecha ahí bajo él, entregada al placer de sus besos y caricias, y deseosa por más. Se deshicieron tan rápido de sus ropas que sería una sorpresa que alguna de esas prendas no se hubiera desgarrado. Luego Leo la tomó de los muslos con tatuajes y los besó lentamente, para poco a poco subir y hundir su rostro entre las piernas de Nora. Ella se aferró a su cabello castaño claro mientras se deshacía incluso más por el placer que le daba, con tanto talento, con tanta habilidad, que en pocos instantes ya había llegado al orgasmo con sus músculos contrayéndose.
Leo, sin embargo, quería mucho más y seguir oyendo esa voz llena de goce, con suspiros y gemidos sinceros. Volvió a besarla al ubicarse sobre ella nuevamente, besó su cuello y suspiró al sentir la mano de Nora sobre su erección palpitante, que lo guiaba hacia donde ella quería. La besó con deseo mientras obedecía a su ruego silencioso, y se introdujo lentamente en ella, ambos dando un suspiro de placer por ese contacto. Comenzó a moverse, sostenido por sus brazos para verla al rostro, a sus gestos placenteros, y poder admirar toda la belleza de su cuerpo.
Nora se sorprendió al ver cómo se le marcaban los músculos en los brazos y abdomen, pese a ser tan delgado y tan alto, y besó entonces esos brazos que rodeaban su cabeza. Aunque no pudo resistir mucho más, porque Leo había llevado su mano hacia su punto máximo de placer para estimularla mientras la embestía, por lo que otro orgasmo la invadió y sus piernas y cuerpo temblaron.
Al instante Nora lo hizo recostarse, para poder ser ella quien hiciera el trabajo. Se movía con tanta habilidad allí que Leo sintió que se desharía en pedazos de tanto placer. Se sentó para abrazarla y besarla nuevamente, apretando su hermoso trasero entre las manos.
No sabían cuánto tiempo llevaban así, suspirando y pronunciando el nombre del otro entre susurros, pero Nora, llevada por el intenso placer, se aferró al cuello de él al montarlo. Eso lo sorprendió, porque le costaba respirar. Leo le dió un golpecito en la pierna por ello, algo asustado, pero justo cuando Nora se percató de lo que estaba haciendo, él descubrió que en realidad se sentía bien.
—¡Perdón, perdón, me dejé llevar!
—Está bien… —jadeó, con menos aire que antes—. Hacelo cuando estés por llegar otra vez.
Ella asintió algo avergonzada, pero muy pronto la vergüenza desapareció ante esas deliciosas sensaciones. Por eso cuando sintió que nuevamente llegaría al orgasmo, llevó sus manos hacia el cuello de él y lo apretó mientras se movía.
Ambos dejaron ir un fuerte gemido de placer al llegar juntos, y Nora le dedicó una sonrisa complacida, pero se sorprendió cuando Leo la volteó muy rápido y la hizo ponerse en cuatro. Se aferró a su cadera al embestirla con fuerza, y luego a sus pechos que rebotaban por los movimientos.
Era tanto el placer que Nora sentía en ese momento, que sus gemidos eran cada vez más fuertes y cada vez perdía más fuerza en sus piernas. Eso aumentó incluso más cuando Leo la tomó del cuello con una mano con fuerza, como una bestia embravecida, y la estimuló con la otra. Nora sintió que iba a explotar, y justo cuando Leo dio el último embiste con un nuevo orgasmo y un fuerte gemido, Nora llegó nuevamente pero esta vez con una gran explosión que mojó toda la cama.
Ambos estaban jadeantes, temblorosos, cubiertos de sudor y aún con espasmos por el placer.
—Ah —suspiró Nora cuando lo sintió alejarse—, te mojé toda la cama.
—Está bien, puede pasar —dijo él con una sonrisa, aún jadeante, y tomó del placard un par de toallas.
—Nunca… me pasó…
Leo sonrió mientras acomodaba las toallas sobre el colchón, y se dejó caer a un lado muy agotado. Nora se dejó caer también, cansada pero más satisfecha que nunca.
—Carajo —jadeó Nora y luego comenzó a reírse—. Claramente no todos los hombres.
Él se rió con ánimo.
—Te dije que mis piques no pensaban lo mismo —dijo y pasó sus dedos por el cabello azul de Nora—. Dios… —jadeó, aún con espasmos placenteros—. ¿Por qué no hicimos esto antes?
—Estaba pensando exactamente lo mismo. No era alarde porque sí…
—Vos tampoco alardeabas porque sí…
Leo volvió a pasar sus dedos por el cabello de Nora, mirándola fijo a sus ojos grises que brillaban, con sus mejillas rosadas por el calor.
—¿Querés darte un baño? —preguntó Leo en un susurro suave.
—Estoy demasiado cansada como para moverme.
—Descansá entonces.
Nora se acercó para poder aferrarse a él, y Leo sonrió al envolverla en sus brazos. Le hacía caricias en el cabello y en la espalda desnuda, y como la respiración de Nora era mucho más tranquila y pausada, creyó que ya se había dormido.
—¿Leo…?
—¿Sí, Norita?
—No te olvides mañana, por favor…
Lo pronunció con tanta tristeza que Leo la abrazó con más fuerza, para luego depositar un beso en ese cabello rizado.
—No lo voy a hacer.
~ • ~
Cuando Nora abrió los ojos se dio cuenta de que aún continuaba desnuda, aunque cubierta por una sábana. Tenía el ventilador ahí para refrescarse del intenso calor, pero Leo no estaba a su lado. Oía sonidos en la cocina, por lo que se levantó despacio sintiendo la humedad pegajosa en sus piernas, recuerdo de la intensa noche.
Se levantó entonces y abrió el placard para tomar una toalla limpia y una remera de Leo.
—Ya estás despierta, ¿querés darte una ducha fresca? —dijo Leo desde la cocina.
—Sí, ¿vas a hacer mate?
—Estoy en eso.
La mitad de su ropa no estaba allí. Ni siquiera recordaba qué hizo con sus prendas, estaba tan caliente en la noche que ni siquiera pensó dónde arrojaba sus cosas. Se cubrió con la toalla para poder pasar hacia el baño sin que Leo la viera desnuda.
No se arrepentía de lo que pasó. La había pasado mejor que nunca, porque jamás había llegado a cuatro orgasmos y un squirt en una sola noche de sexo. Lo único que temía era que eso pudiera cambiar su relación con Leo, y ese pensamiento sí la entristecía.
Cuando salió del baño, limpia y ya vestida, vio a Leo sentado a la mesa mientras preparaba un mate. Lo vio justo ponerle algo de azúcar, aunque sabía que a él le gustaba amargo, y lo hacía así solo por ella.
—Ahora sí, buen día —dijo ella con una sonrisa y se sentó frente a él, que tomaba su mate con tranquilidad.
—Buen día, Norita. Hay budín y pan dulce, pero si preferís otra cosa lo puedo preparar —dijo él con una sonrisa al mostrarle las porciones ya cortadas en la mesa.
Sonaba una suave música en la radio, en esa tranquila mañana del primero de enero. Tomaron mate mientras conversaban de música, como hacían usualmente. Nora incluso habló de su hermano que había ido a cenar con ellas, pero luego de unos minutos todo se sentía tan normal, demasiado normal, que Nora lo miró con tristeza.
—¿Pasa algo? —preguntó Leo con preocupación.
Ella negó con un movimiento de cabeza.
—Te comportás igual que siempre.
Leo suspiró y luego se rió, con una sonrisa cariñosa en el rostro.
—No me olvidé, Nora —aseguró para dejarla tranquila—. Pero sigo siendo Leo, sigo siendo yo, el hippie roñoso.
Nora comenzó a reírse, y sus hoyuelos se marcaron en sus mejillas.
—¿Te arrepentís? —preguntó él, con un gesto triste.
—No, para nada. Solo tengo miedo de que las cosas cambien.
—No van a cambiar, tranquila. Sigo siendo el hippie roñoso y vos seguís siendo Norita —dijo con una sonrisa cariñosa al tomarla de las manos—. Yo no me arrepiento tampoco porque fue algo hermoso, pero sí me siento algo culpable.
—¿Por qué culpable? Las cosas no van a cambiar, ¿verdad?
—Porque no quiero que pienses que hago esto con todas mis amigas, o que te vi siempre de esa forma, porque no es así —dijo al mirarla fijo, y le acarició las manos con los pulgares—. Anoche bebimos, fumamos, y la zamba también influyó, pero no quiero que pienses que era algo que tenía planeado, o que siempre te sexualicé, Nora.
—Lo sé, Leo, tampoco te vi nunca de esa forma. Anoche fue algo… raro, solo se dio —suspiró—. No te sientas culpable, sé muy bien qué clase de persona sos, qué clase de hombre sos.
—Nada va a cambiar —aseguró—. Seguimos siendo amigos. No sos un pique, Nora.
Ella sonrió, algo más aliviada, y luego comenzó a reírse. Él la acompañó con la risa hasta que estallaron en carcajadas por la extraña situación en la que se encontraban.
—Aunque sí tendríamos que haberlo hecho antes —dijo ella con una risita—. ¿Por qué nunca lo hicimos?
—Creo que nunca nos vimos como hombre y mujer, anoche fue muy raro todo —admitió Leo con una sonrisa torcida y le extendió un mate—. Pero nada va a cambiar, Norita.
—Bueno, como nada va a cambiar y seguimos siendo amigos puedo hacer bromas al respecto, ¿verdad? Sin que se sienta raro —dijo Nora y sorbió la bombilla del mate—. Con razón tus piques no se saltan ni un día, locas las debés tener, ¿eh?
Leo se rió con ánimo y mordisqueó una porción de budín de limón.
—Cuando se es bueno, se es bueno —dijo él sin una pizca de vergüenza.
—Y viéndote así tan flaco quién pensaría que la tenés tan gor…
—¡Nora! —chilló y se cubrió el rostro con las manos—. No me hagas decir cosas a mí también, que soy un caballero.
—Si sos un pervertido igual que yo —se burló ella.
—Lo soy, pero te respeto —dijo Leo y se descubrió el rostro para poder descansar la cabeza en el puño—. Y como hablaste de mi pene, estoy autorizado para decir que tus tetas son preciosas.
Nora curvó sus labios en una sonrisa, porque aunque todo el mundo siempre le halagaba los senos, por alguna razón le gustaba que él lo dijera.
—Acabaste dos veces, no sabía que los hombres podían hacer eso —dijo Nora con sorpresa.
Leo comenzó a reírse.
—Yo tampoco lo sabía.
No volvieron a hablar del tema, porque rápidamente comenzaron a hablar de los planes para el nuevo año. Leo tenía planeado ir a carnaval de Tilcara en febrero, quería llevarla para que conociera la provincia de Jujuy. Le aseguró que le encantaría los bellos paisajes. Nora estaba segura de que a su madre no le importaría que se fuera, y como ya tenía diecinueve años no necesitaba su permiso.
Aceptó ir con él a ese viaje, junto con Cuca, Majo y Carolina. Aunque le apenaba que Guille, debido a su paternidad, no pudiera ir.
Hablaron mucho sobre Melanie, que era la ahijada de ambos, y aunque estaba por cumplir los siete meses, ambos ya estaban haciendo planes para su primer añito. Tenían pensado pagar juntos un bonito salón para que Guille no tuviera que preocuparse. Nora le compraría el vestido, mientras que Leo los zapatos y souvenirs.
Cuando el sol bajó a la tarde, Nora se fue, aunque no sin antes abrazarlo allí en la puerta.
—Gracias por ser parte de mi vida, Leo. Sé que soy problemática, pero te quiero mucho.
Él la aferró con cariño y besó la coronilla de su cabeza.
—No sos problemática, Norita. Te hicieron creer que lo sos —dijo en un susurro—. Y también te quiero mucho, y me hace muy feliz que seas parte de mi vida. Mandale saludos a la gurisa.
Nora sonrió y se despidió con un alegre movimiento de mano, para poder ir a la casa de Clap para saludarla por el año nuevo. Tomaría el colectivo allí cerca.
Yendo hacia la parada de colectivo vio el Renault 6 de Guille estacionar en la entrada, de color celeste claro. Apuró el paso para poder saludarlos, por lo que vio a Andrea bajar con Melanie en los brazos y entrar en la casa, mientras que Guille colgaba el bolso de la bebé en su hombro y cerraba el auto.
—¡Gui! —dijo Nora al acercarse, con una sonrisa—. ¡Feliz año nuevo!
—Gracias, Nori, feliz año nuevo para vos también —dijo Guille y la abrazó con cariño—. Esta vez empiezo el año siendo papá, se siente raro, pues.
—¡Y yo siendo madrina! Tengo que irme, no quiero llegar muy tarde a lo de Clapsi, pero mañana paso a tomar mate con vos. ¿Sí?
Guille sonrió ampliamente y la despidió con un beso en la mejilla.
Para él, ver a Nora ya no era tan doloroso, porque había empezado a enamorarse de Andrea para olvidarla. Y lo estaba logrando.
Para ella, ver a Guille seguía siendo muy doloroso, pero se alegraba de verlo tan feliz.
Ambos entendían, aunque no se lo dirían, que su momento no era ese. Que su momento había pasado, y que era algo imposible.
La zamba es un subgénero musical del folclore argentino.
Dejo acá la canción que Leo y Nora bailaron:
Y dejo acá un ejemplo de cómo se baila la zamba:
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top