Capítulo N° 24


El viento era frío, pero incluso así Guille estaba cubierto de sudor y con mucho calor, por su trabajo. Preparaba el pastón junto a uno de sus cuñados, con la mandíbula apretada por la ira que le producía oír las bromas sobre Andrea. Guille solía ser una persona tranquila que odiaba la violencia, pero a veces tenía el impulso de lanzarse sobre ellos y destrozarles el rostro a golpes.

Pensó que ser amigo de Nora y Clap claramente estaba influyendo en su carácter.

Se secó el sudor del rostro con el dorso del brazo, y se quitó también la remera para poder estar más cómodo. Los silbidos y bromas aumentaron ante eso, y tuvo que oír a su suegro y sus cuñados hacer comentarios de su buen físico.

—Con razón esa tarada le abrió las patas tan rápido —dijo uno de ellos—. Hasta se dejó embarazar al toque.

Guille cerró los ojos e inhaló profundamente para no partirles la pala en la espalda como había imaginado varias veces ese día.

De repente llegó una mujer corriendo, con bonitos zapatos y un vestido delicado. Era Vanessa, la hermana menor de Andrea y quien era la preferida en su familia.

—¡Guillermo! ¡Andá a la clínica, Andy está internada, empezó el trabajo de parto! —gritó Vanessa.

Al instante Guille arrojó al suelo la pala, mientras que su suegro le decía que se diera una ducha en su casa ahí cerca.

Guille ya tenía un auto, era un Renault 6 viejito pero que mantenía bien cuidado, pues era un obsequio de su tío. Primero pasó por la casa de sus suegros a darse una ducha rápida y cambiar de ropa, luego manejó rápidamente hacia la clínica donde estaba Andrea. Estaba muy nervioso, aún cuando se había preparado mentalmente para ese momento. Habían ido a clases de preparto, porque él quería estar dentro de la sala con ella.

Cuando llegó a la clínica se apresuró a ir con Andrea. Estaba en una habitación hasta que terminase el proceso de dilatación, la vio llena de sudor y con el rostro adolorido, además de muy enfadada.

—¡Carajo, es tu maldita culpa! —gritó ella y le lanzó un golpe.

—Tranquila, Andy, respirá.

—¡VENÍ A RESPIRAR VOS CON UN BEBÉ SALIENDO DE LA CONCHA, HIJO DE PUTA!

Él se mantuvo a su lado y secaba su sudor. A veces Andrea lloraba por el dolor, otras veces gritaba y lo insultaba, y en otros momentos se aferraba a él porque lo necesitaba allí.

Cuando el momento llegó, Guille debió colocarse una bata, gorro y un barbijo para estar en la sala de parto. Estaba tras ella y la sostenía del torso mientras la guiaba para la correcta respiración, tal y como habían aprendido en las clases de preparto. Y cuando Andrea lanzó un desgarrador alarido de dolor, se oyó el llanto de un bebé y Guille abrió los ojos con sorpresa al oír la voz de su hija.

Colocaron a Melanie en el pecho de su madre, quien estaba tan agotada que apenas tenía fuerza para poder ver a su hija. Guille apenas llegó a darle un beso, porque al instante se llevaron a la bebé los neonatólogos para revisarla, limpiarla y vestirla.

Más tarde, unas horas después, los dos pudieron estar a solas en la habitación con la bebé. Guille la sostenía en sus brazos con una sonrisa enorme y su rostro cubierto de lágrimas. La tomaba de la pequeña manito y le daba besos en la cabecita.

—Mi hija —dijo con toda su felicidad y la aferró contra su pecho—. Mi nenita.

Andrea estaba descansando, el parto había sido largo y agotador, por lo que él se encargaba de cuidar a la pequeña. Melanie ya estaba vestida con su ropita rosada y su gorrito con un osito, bordado a mano por Esther.

—Yo te voy a cuidar, hija —dijo y volvió a besarla—. Nada te va a faltar nunca, Melanie.

Luego, cuando comenzó a sentirse cansado, la recostó en la pequeña cunita de hospital junto a Andrea, y él se acomodó en el sillón de un cuerpo a un costado, cubierto por una manta.

La primera noche fue tranquila, Melanie dormía plácidamente, sin embargo a partir del segundo día fue un caos. Tenía cólicos, hambre y lloraba todo el día. Ambos estaban muy cansados pero se turnaban para tranquilizarla, y como Andrea no quería darle el pecho tardaban más en alimentarla, pues debían preparar la mamadera.

Al tercer día les dieron el alta de la clínica, y pudieron regresar a casa en el auto. Andrea odiaba ese auto, pero estaba tan cansada que no tenía deseos de pelear.

En la casa los recibieron Esther y Ana, quienes habían hecho un bonito cartel de bienvenida para recibirlos. Esther incluso tomó a la pequeña en sus brazos, con lágrimas en los ojos.

—Es tan hermosa, mi nietita —dijo con alegría y dirigió su mirada hacia Andrea y Guille, con ojeras bajo los ojos y el cansancio muy notorio—. Vayan a darse un baño y duerman unas horas, nosotras la cuidamos mientras descansan.

—Gracias, tía —dijo Guille con lágrimas en los ojos, pero con una sonrisa imborrable.

Esther y Ana se encargaron de preparar la comida y se turnaban para alzar a la bebé. Le prepararon también su mamadera cuando lloró por hambre.

Horas después, Guille se levantó refregándose un ojo, aún cansado pero con más energía que antes. Y tomó en sus brazos a su hija para poder llevarla a su cunita en la habitación, y así poder tomar mate con su tía y prima mientras Andrea descansaba.

Esther posó su mano sobre la de Guille, con cariño.

—Ahora empieza la parte difícil, Guille. Decile a Andrea que duerma cuando la bebé duerme, sino no va a dormir nunca. Esos son los momentos que hay que aprovechar.

—Yo me voy a quedar con Mely cuando Andy vuelva a trabajar una vez termine su licencia —bostezó—. Así que voy a tomar tu consejo, po.

—¿No vas a trabajar? —preguntó Esther con sorpresa.

—Decidimos que uno de los dos se quede hasta que cumpla los seis meses, y luego ya empezaría a trabajar de nuevo. Supongo que puedo contratar una niñera, pensé en decirle a Clap, aunque a Andy no le gusta la idea.

—Guille, podés decirle a Claudia algunos días, y los que ella no puede la dejás conmigo —dijo Esther con una sonrisa dulce—. Sin apoyo va a ser difícil salir adelante, y yo voy a poder aprovechar el tiempo con mi nietita.

—Tomá, primo —Ana le pasó un mate calentito—. Yo también puedo ayudarte los fines de semana, por si quieren salir a comer como pareja, o tener un momento a solas.

Guille sonrió con alegría por todo el apoyo que le estaban dando, y asintió, feliz de no estar solo en esa nueva etapa de su vida.

Luego su familia se fue y vio que su tía le había dejado comida preparada, que solo debía calentar. Fue entonces a ver a Melanie, bajó con cuidado los barrotes de la cuna para poder sentarse en la alfombra y hacerle caricias. Era tan pequeña, con mucho cabello oscuro. Dormía con tanta paz que volvió a sentir sus ojos inundarse.

Por la noche, después de cenar y de que Melanie tomara su mamadera, dejaron a la pequeña en su cunita en la habitación con un velador encendido. Sin embargo, Guille estuvo intranquilo esa noche, tener a la bebé en otra habitación lo preocupaba mucho.

—¿Y si llora y no la escuchamos?

—No se va a morir por llorar, le va a hacer bien a los pulmones —bufó Andrea—. Ya dormite, Guille.

—¿No se va a sentir sola allí?

—Es un bebé, Guille. No se siente sola.

El llanto de Melanie llegó hasta ellos, y él se levantó al instante.

—Dejala llorar, la vas a malacostumbrar.

Volvió a sentarse en la cama, pero muy nervioso. Refregaba sus manos contra el pantalón de su pijama, y el llanto agudo de la bebé se volvía cada vez más desesperado. No podía estar en otra habitación mientras su hija lloraba, estaba seguro de que se sentía sola, o que sentía que sus papás la habían abandonado. Por eso, pese a las palabras de Andrea, Guille fue despacio y sin hacer ruido hacia la habitación de Melanie. La tomó en sus brazos para mecerla y cantarle canciones.

—Está bien, hija. Papá está con vos —le dijo con voz suave al mecerla.

Cuando la pequeña volvió a dormirse la acomodó en la cunita nuevamente y estaba a punto de salir de la habitación, pero estar lejos de ella era demasiado duro para los dos. Por eso regresó, bajó los barrotes de la cuna y se recostó a su lado, con la mitad de su cuerpo fuera. Era una posición incómoda, pero no le importaba. No si estaba ahí para protegerla.

Esa noche ambos durmieron mejor, porque cuando Melanie lloraba él podía atenderla al instante.

Con el paso de los días el cansancio aumentó, lo que también empeoraba su relación con Andrea, pues discutían por la más mínima cosa. Andrea estaba también muy sensible y lloraba por todo, por lo que Guille debía ser más cuidadoso al hablarle.

Ambos estaban muy agotados, pero también muy felices con la pequeña bebita en casa. A veces se sentaban en el sillón y la miraban por largos minutos en los brazos del otro, con una enorme sonrisa.

—Es tan hermosa —dijo Andrea al darle un beso en la cabecita.

Y había días donde prácticamente huían del cuidado de la pequeña para poder tener unos minutos de paz. Ya no tenían tiempo para nada, especialmente Guille que siempre era tan activo y lleno de actividades.

Los días en que recibían visitas y regalos eran los peores, en especial si aparecían sin avisar. Siempre estaban sucios, despeinados y ojerosos, y la casa era un desastre. Las visitas solo eran una alegría si les ayudaban con la bebé, como cuando iba Esther, e incluso cuando iba Leo y sostenía a su ahijada para que los padres puedan descansar.

Nora fue muy poco a verlos, pues aunque estaba contenta también la entristecía esa nueva etapa en la vida de Guille.

Cada semana era incluso peor que la anterior, y las discusiones con Andrea eran cada vez más. Por eso cuando ella debió volver a trabajar, semanas después, Guille se sintió aliviado. Aprovechaba el día para pasarlo con su hija, a veces la ponía en el carrito de bebé y hacía ejercicio en el garaje, donde tenía sus pesas. También la llevaba a pasear en el carrito, muy bien abrigada por el invierno, y aprovechaban a hacer compras o visitar a la familia, incluso a Leo y Clap.

Guille la mecía en sus brazos mientras le cantaba canciones al calentarle la mamadera, cuando vio que Melanie le sonreía. Le sonreía de verdad al verlo. No eran gases ni un reflejo en su cuerpo, era una sonrisa real por verlo allí.

—Tu primera sonrisa, mi amor —dijo con mucha emoción y la llenó de besos.

Aunque era agotador cuidar solo de la pequeña, y luego tener todo listo para el regreso de Andrea, se sentía también muy aliviado de ser solo ellos dos. A veces incluso dudaba si casarse con Andrea o no, porque ella constantemente buscaba algo para discutir, siempre gritaba y eso comenzaba a cansarlo. Sin embargo luego volvía a ser una mujer dulce y cariñosa, le preparaba una comida y se acurrucaban juntos, y él volvía a pensar que casarse estaría bien.

Ya habían sacado turno para casarse por civil y por iglesia, Andrea ya estaba recuperando su figura, pues estaba muy delgada otra vez, por lo que también estaba viendo el vestido.

Con Melanie en los brazos Guille armó la lista de invitados, la familia y amigos de Andrea, y también la familia y amigos de él. Invitaría a algunos compañeros del secundario con los que se llevaba bien.

Cuando Andrea regresó del trabajo, muy agotada, Melanie se encontraba durmiendo en su cunita. Guille sirvió la cena para los dos mientras continuaban planificando su boda, desde las comidas y bebidas hasta la música. Él quería que sonase al menos una canción de folclore, aún cuando a ella no le gustaba nada.

Esa noche, luego de planificar toda su boda, se acostaron a dormir juntos y se besaron con cariño, por la emoción de casarse en unas semanas. Estaban acariciando el cuerpo del otro, con timidez porque Guille temía lastimarla, por eso era mucho más suave con ella. Se había colocado un condón para evitar accidentes y acomodado entre las piernas de Andrea, para luego moverse de forma suave y ondeante.

El llanto de Melanie se oyó fuerte, por lo que Guille intentó apresurarse para poder ir a atenderla, sin embargo Andrea enredó sus piernas en la cintura de él para evitar que se aleje.

—Dejala que llore, la vas a hacer caprichosa.

—¿Y si le pasó algo? —jadeó.

Guille quería ir a atender a su hija, por lo que su erección bajó, pero para evitar los gritos de Andrea decidió bajar para complacerla con la lengua y así poder alejarse rápido.

Primero se lavó muy bien las manos y desechó el condón en el tacho del baño, luego fue corriendo hacia la habitación para ver a la bebé. La tomó en sus brazos con cuidado para acunarla y poder mecerla suavemente.

—Tranquila, papá está acá —le susurró con suavidad—. ¿Te sentís solita acá?

Se sentó en una silla que estaba junto a la cuna, para poder mecerla suavemente mientras le tarareaba canciones de cuna. Melanie no parecía tranquilizarse, así que revisó su pañal y lo cambió al ver que se había mojado. Luego fueron juntos a la cocina, donde le calentó su lechita en la mamadera para poder alimentarla nuevamente.

Vio cómo los ojos de la pequeña se cerraban, con párpados pesados, hasta quedarse dormida. Luego de caminar con ella por la casa la volvió a recostar, pero no regresó junto a Andrea. Se quedó allí en la cuna con ella, como hacía todo el tiempo.

~ • ~

Cuando llegó el día de la boda, mientras que Andrea se maquillaba con ayuda de sus amigas, Guille vistió a Melanie con un bonito vestido blanco que tenía un lazo rosado. Le puso medias blancas y unos delicados zapatitos de igual color, además de unas hebillas de flores blancas ideales para bebés.

La dejó recostada en la cama para poder ponerse el traje. Ya se habían casado por civil el día anterior, ahora les tocaba por iglesia.

Ni Andrea ni él habían querido tener una despedida de solteros, pese a los planes de sus amigos.

Viajaron por separado, Guille fue en el auto junto a Melanie y Ana, quien sostendría a la pequeña durante la ceremonia y la fiesta en el salón. Andrea, por su parte, iría con su padre para poder entregarla en el altar.

Guille estaba muy emocionado, y rascaba sus muñecas con nervios allí en el altar mientras la esperaba. Dirigió su mirada hacia Nora, sentada junto a Leo con un hermoso vestido azul. Sintió su pecho oprimirse, pero también exhaló todo el aire de sus pulmones para dejarla ir.

Él ya era un hombre casado, y lo suyo con Nora era simplemente imposible.

Sonrió con amplitud al ver a Andrea entrar en la iglesia junto a su padre, estaba tan hermosa con su vestido blanco y su perfecto maquillaje. Quizá no era Nora, pero era una buena y hermosa mujer que lo hacía feliz a su manera, y sonrió por ello.

~ • ~

—No puedo hacerlo, no puedo, me voy a morir —decía Nora por lo bajo, muy exaltada y jadeante.

Leo posó su mano sobre la de ella y entrelazó los dedos, para darle confort y hacerla sentir segura. Sabía lo difícil que era para ella ver al amor de su vida casarse con otra mujer. Ya era difícil ser la madrina de su bebé, pero verlo casarse, verlo decir «acepto» y luego besarse, con tantos aplausos, era incluso peor.

—Estoy con vos, Norita.

—No me dejes sola, por favor no me dejes sola hoy —jadeó nuevamente, porque se estaba resistiendo a llorar.

—Jamás. Vamos a ir al salón y me voy a quedar a tu lado en todo momento.

—¿Y si querés bailar?

—Entonces bailamos juntos —dijo Leo con una sonrisa.

Nora lo miró fijo. Leo se había afeitado la barba, se veía mucho más pequeño sin esta, con su rostro liso y suave. Llevaba su cabello recogido en una colita bien peinada, y un bello traje beige. Leo incluso se había puesto una corbata azul para combinar con Nora, porque ya habían hablado de lo que usarían esa noche.

Luego de que Guille y Andrea se fueron primero en el auto, Leo tomó a Nora de la mano con suavidad, para poder guiarla al suyo. Clap llegó corriendo a ellos para saludarlos, había llegado tarde a la ceremonia y solo pudo ver el «acepto».

—¡Uhlalá! Pero qué potro se ve mi señor Jesucristo —dijo Clap con una sonrisa pícara al ver a Leo—. ¿Será que hoy es mi día de suerte y me hacés un milagro?

—También te ves muy hermosa, gurisa —dijo él con una risita, con su mano posada en la cintura de Nora.

Saludaron a la familia de Guille, pero la familia de Andrea las miraba mal a las dos por sus cabellos de colores. Clap no les dio importancia y alzó en sus brazos a Melanie, para que Ana pudiera descansar un poco. La familia y amigas de Andrea les dirigían sonrisas burlonas y gestos asqueados, y Nora estaba tan sensible en ese momento que sintió que se largaría a llorar si le decían algo.

—¡Eu! Nora, ¿vas con Leo? —gritó Pablo al acercarse en un trote.

—Sí, ¿vos vas con tus viejos? —preguntó ella.

—Podés venir con nosotros, si es que no te molesta ir con la gurisa —dijo Leo con una sonrisa amable.

—Papá seguro haga dos viajes, pero igual somos muchos. Me puedo sentar alejado —suspiró Pablo.

Leo guió a Nora con cuidado hacia su auto, pero antes de subir Pablo se acercó a su madre para avisarle que iría con ellos. Vio a Ana alejarse con la bebé en brazos y reírse por el comentario de una persona cerca. Cuando Pablo giró hacia allí vio que justo a su lado estaba Clap, con una sonrisa enorme en su rostro al reírse.

Fue inevitable abrir los ojos con sorpresa, porque Clap tenía un vestido negro al cuerpo que marcaba su figura y enseñaba sus piernas con tatuajes. Su cabello verde estaba recogido en un elegante peinado de fiesta, y llevaba delicada joyería dorada en vez de todas sus cintas y cadenas.

—¿Bruja rara? —murmuró aún con sus ojos abiertos.

—¡Ah, sos vos! —se rió ella al verlo—. Viajás con nosotros, ¿verdad?

Él asintió, aún impactado. Miró el rostro maquillado de forma delicada, sus ojos con una sombra satinada y un delineado negro que realzaba su mirada. Tenía un rubor coral y sus labios pintados de rosado.

—Estás… estás —tartamudeó—. Estás peinada.

Clap se rió con ánimo.

—Gracias, es que me bañé.

Le guiñó un ojo y con un movimiento de cabeza le indicó que fueran hacia el auto.

Pablo la siguió de forma robótica, muy nervioso, porque Clap en verdad se veía muy hermosa esa noche, y no habían discutido ni peleado. Era algo tan extraño que se sintió incómodo al viajar junto a ella en el asiento trasero, por lo que debió mirar la ventanilla. Aunque para él era inevitable mirarla de reojo, la forma en que ella se reía al conversar con Nora, o cómo movía sus manos en el aire de forma efusiva.

Cuando llegaron al salón se apresuró a acercarse a su familia, que tenía dos mesas reservadas. En una estaban sus padres junto a Hugo –el mayor– con su mujer e hijo, y en la de él estaban el resto de sus hermanos.

Todos aplaudieron cuando Guille ingresó al salón tomado del brazo de su esposa, comenzó entonces el vals y luego de que ellos bailaran, Esther tomó a Guille, mientras que el padre de Andrea bailó con ella.

Guille bailó también con Ana y luego con Nora, a quien le sonrió en todo momento porque se veía deslumbrante. Cuando tocó el turno de bailar con Clap, esta no dudó en hacer bromas al respecto, y él se divirtió mucho con ella.

Poco a poco otras personas salieron a bailar el vals en parejas, y un amigo de Guille de la escuela sacó a bailar a Clap.

En la pista, mientras que Pablo bailaba con Andrea por educación, notó que no solo sus hermanos miraban con lascivia a Clap, sino que los amigos de Guille también. Apretó la mandíbula y entregó la novia a la siguiente persona, para extender su mano hacia Clap antes de que uno de esos pervertidos lo hiciera.

—Me sorprende que sepas bailar —dijo ella con una sonrisa provocadora.

—Me sorprende que te veas mínimamente decente.

—La magia del jabón, ¿eh? —se rió.

—No sé qué jabón usaste, ¿tiene feromonas? Porque mirá todos los degenerados que te miran.

Clap miró a su alrededor de forma disimulada. Torció sus labios con asco al notar que los hermanos de Pablo la miraban de esa forma, ellos eran seres asquerosos por cómo trataban a Guille. Y a ella no se habían cansado de decirle «negra» en cada ocasión.

Él asintió con respeto para dar por finalizado el baile y regresó a su asiento, mientras que ella se acomodó nuevamente junto a Leo y Nora porque ya comenzaría la cena.

~ • ~

Tal y como prometió, Leo no se separó de Nora en ningún momento. Cenaron junto a Clap y otros amigos de Guille que Nora conocía de la escuela, y a la hora del baile lo hicieron juntos o en grupo con Clap.

Nora se esforzaba en divertirse, porque veía que Guille estaba muy feliz, que reía y sonreía, y besaba con cariño a su esposa o a su bebé en los brazos.

Estaban bailando cumbia entre risas, pero Nora ya estaba cansada y había optado por ir a sentarse, pero como no quería arruinarle la diversión a Leo le dijo que bailara con Clap. Él tenía dudas al respecto, pero se quedó con la bella punk de pelo verde para no dejarla sola en medio de la pista.

Otra persona extendió su mano para bailar con ella, por lo que Leo asintió para poder acercarse nuevamente a Nora y permitir que Pablo bailara con Clap.

De lejos vio a Nora tomar cerveza entre resoplidos, y también la vio mirar disimuladamente hacia Guille varias veces. Pero cuando estaba por llegar a la mesa, pasó junto a la mesa de los primos de Guille y no pudo evitar oír sus comentarios.

—Se casó ese pendejo virgen y nosotros acá —bufó uno de ellos.

—Hay que ver si la bebé es de él, capaz ni lo es.

Leo pensó, simplemente, que eran unos imbéciles. Los pasó de largo, justo para oírlos decir:

—Capaz ella lo violó, si es más virgen este.

—«No, señora, no me toque ahí, qué me hace» —dijo otro con una voz chistosa.

Se rieron a carcajadas, pero Leo estaba con los ojos abiertos de par en par y su respiración comenzó a acelerarse al igual que su pulso. Apretó sus puños con fuerza hasta que sus nudillos crujieron, porque por su mente pasaba el recuerdo de Guille llorando ante él, y sus palabras por el abuso sufrido en la infancia. Se llenó de ira de que esos dos hicieran bromas sobre algo así, y por eso, con la adrenalina a flor de piel, giró hacia ellos.

—¡¿Qué mierda dicen?! —gritó—. Si no van a respetar a Guille se van, hijos de mil puta.

Estos se pararon al instante.

—¡¿Qué mierda te metés vos, colado?! Andá a cogertelo si querés, que bien maricones son los dos.

Sin dudarlo ni un instante, llevado por la ira de oírlos bromear sobre violaciones y abusos, Leo le lanzó un fuerte puñetazo al rostro que lo hizo caer al suelo. No dudó tampoco, enceguecido por el odio, en subirse arriba y lanzar puñetazo tras puñetazo, mientras que el otro primo intentaba quitarlo de encima solo para recibir también golpes.

Leo era delgado, pero también muy fuerte.

La música frenó al instante y se hizo un silencio sepulcral, mientras que Leo se peleaba allí con esos dos. Sangre salpicaba el suelo y el bonito traje beige de él.

—¡Leo! —dijo Nora al acercarse.

Él no paró, tenía en su mente la imagen de Guille llorando y no iba a permitir que esos dos bromearan sobre él con algo tan serio.

—¡Leo! —gritó Guille al acercarse, lleno de sorpresa.

—¡Es tu día! ¡Tu maldito día! —gritó Leo al señalar a los primos—. ¡Y deberías pasarlo con gente que te quiere y te valora, no con basura como ellos! ¡Deberías estar con gente que te respeta!

—Leo… está bien —dijo Nora con voz suave al posar sus manos en el puño ensangrentado de él—. Está bien, Leo. Está bien.

Él la miró fijo a los ojos grises, luego miró su puño entre las pequeñas manos de ella. Y entonces vio la sangre y dio un salto hacia atrás, jadeante y asustado. Su rostro consternado y lleno de horror.

—¡¿Qué mierda hicieron ustedes dos?! —gritó Tito hacia sus hijos—. ¡¿Qué hicieron para que alguien tan tranquilo como Leonardo explote con ustedes?! ¡Se van ahora mismo!

—Pero…

—¡SE VAN DIJE! —gritó Tito con fuerza—. Se van o los saco yo.

Los dos hermanos se levantaron del suelo y salieron de allí apoyándose en el otro, porque ese delgado y alto joven les había dado una paliza.

—¡Ignoren esto, sigan la fiesta! —dijo Tito para que la música volviera a sonar.

Leo seguía en shock ahí en el suelo, con su respiración acelerada y sus manos temblorosas. Con sus ojos que se llenaban de lágrimas y un fuerte malestar en su garganta que le impedía hablar, pues se tragaba todas sus palabras.

Nora alejó a Pablo y Clap cuando se acercaron, porque sabía que solo empeorarían la situación, por más que tuvieran buenas intenciones. Se agachó frente a él y lo tomó suavemente de las manos.

—Leo, está bien. Vamos afuera, hay muchos árboles y pasto. ¿Venís afuera conmigo?

Él asintió de forma robótica y se puso de pie con ayuda de Nora, pero miró, aún con su rostro impactado, hacia Guille.

—Perdón, Guille.

—Está bien, Leo. Hasta a mí me cuesta tranquilizarme con ellos. No te preocupes.

Nora lo aferró del brazo y caminaron juntos, con los murmullos de los invitados tras ellos. Lentamente ayudó a Leo a salir hacia el exterior, pero él no fue hacia los árboles del fondo, dobló en la esquina para entrar en el pasillo cubierto de arbustos a un lado.

Se sentó en el suelo lentamente, porque estaba mareado, y comenzó a temblar más al ver la sangre en sus manos. Nora tomó unos pañuelos descartables de su bolsito y le ayudó a deshacerse de ese rojo en sus manos.

—¿Qué hice? —masculló, jadeante.

—Está bien, Leo. No sucede nada.

—¿Qué hice? —repitió mirando sus manos temblorosas.

Nora le tomó las manos con cariño y las envolvió con las suyas de forma suave, para que él pudiera sentir la textura de su piel.

—Está bien, Leo. Estoy con vos. Acá estoy con vos.

Él la miró a los ojos grises rodeados de delineador negro que lo miraban con cariño y comprensión. Solo necesitó eso para romperse, torció sus gestos a uno adolorido y entonces sus ojos se inundaron en lágrimas que, una a una, comenzaron a resbalar por sus mejillas.

—Lo que decían… La forma en que lo decían —gimoteó—. Guille, por Dios…

Nora apoyó su espalda contra la pared, y entonces envolvió con sus brazos a Leo allí contra su pecho mientras que él se deshacía en lágrimas. Él estaba prácticamente recostado en el suelo para poder ser acunado por ella, quien no dudaba en aferrarlo con cariño y decisión.

Leo podía oír el corazón de Nora. Ese corazón siempre tan inquieto, tan alterado, ahora se oía tranquilo, en compañía de sus suaves caricias. Inspiró el dulce aroma que ella emanaba, como a cerezas, y se hizo incluso más pequeño allí, acurrucado contra el pecho de Nora al llorar con desesperación.

—Está bien, Leo. Estoy con vos.

Siempre era él quien la consolaba, quien la sostenía con fuerza y seguridad para secar sus lágrimas, y ahora era el turno de Nora de ser un buen apoyo. Pasó sus dedos entre el cabello de él, ya despeinado por la pelea, y rascó su cuero cabelludo de forma suave.

Nora bajó la mirada para verlo allí, con su nariz enrojecida y su rostro húmedo por las lágrimas. Los ojos marrones de Leo continuaban inundados por las lágrimas que se negaban a dejar de caer. Tal vez ella no comprendía el motivo de la pelea, pero sí el trauma que se había despertado en él, porque estaba segura de que recordaba esa pelea a la salida de un boliche.

Leo alzó la vista para verla y la punta de sus narices se rozaron. La miró fijo a los ojos, intentando respirar mejor. Se concentró en esos hermosos ojos grises y en las pecas que decoraban su nariz y mejillas. Entonces cerró los ojos para apoyar su frente en la de ella, con sus narices que volvía a rozarse en una caricia.

—Juré que nunca más iba a pegarle a alguien… —dijo en un sollozo, aún con los espasmos del llanto.

—Tal vez parezcas un santo, pero seguís siendo un ser humano, Leo —dijo ella con voz suave, mientras le acariciaba el rostro para secarle las lágrimas—. Y podés explotar a veces, está bien.

—No está bien, no debí…

—No te culpes. Ya está, ya pasó. La música sigue, se oyen los chillidos de Clapsi al bailar. La fiesta sigue —aseguró con una sonrisa al verlo fijo a los ojos—. No arruinaste nada, solo sacaste caretas y ahora Guille puede estar con gente que lo quiere.

Él asintió de forma sumisa, con un gesto triste, pero estaba concentrado en verla directo a los ojos. En observar cada uno de sus rasgos perfectos, en ver su sonrisa dulce que enmarcaban hoyuelos.

Nde porāiterei —susurró.

Nora sonrió más, porque había aprendido que eso significaba que era muy hermosa.

Leo volvió a apoyar su cabeza en el pecho de Nora, para ser acunado nuevamente por ella. Necesitaba de esa cercanía, de sentir la calidez que emanaba su cuerpo, el dulce aroma de su piel, las tiernas caricias y sus rítmicos latidos de corazón.

Y se sintió, en ese pequeño espacio, más comprendido y contenido que nunca.

~ • ~

Pese a la pelea, la fiesta continuó con normalidad, y aunque Guille estaba preocupado por Leo terminó por disfrutar de su fiesta junto a Andrea.

Clap había bailado un montón, se rió a carcajadas y se turnó con distintos chicos para bailar. A veces cuidaba de Melanie, para que Ana pudiera bailar, y otras veces se la entregaba a Esther para poder volver a la pista a seguir bailando cumbia y cuarteto. La estaba pasando bien, pero tenía muchos deseos de fumar, por lo que salió con su bolsito en mano para poder ir a ese gran fondo lleno de árboles.

Inspiró la frescura de la noche, aunque oyó no muy lejos a Leo y Nora conversar. Decidió darles su espacio para no parecer entrometida, y entonces se acercó más hacia los grandes árboles. Parecía un pequeño bosque, le pareció una imagen preciosa.

Se sorprendió al oír el sonido de un encendedor cerca, y así vio más adelante, apoyado contra un árbol, a Pablo encenderse un cigarrillo con un vaso de fernet en la mano.

Estaba de tan buen humor que no le importó acercarse a él con una sonrisa.

—¿Me prestás tu encendedor? El mío no funciona bien —le dijo al acercarse.

Y no mentía, la piedra del suyo se había gastado y hacía un ruido raro.

Pablo dirigió su mirada hacia ella y sopló el humo de su cigarrillo, para luego extenderle su encendedor.

—¿También te alejaste de Leo y Nora? —preguntó él con curiosidad.

—Sí, siento que era algo íntimo que no debía oír.

Se quedaron en silencio, uno muy incómodo mientras fumaban sus cigarrillos. Pablo estaba concentrado en ver el cielo nocturno, le gustaba mucho admirar la luna y las estrellas. También le gustaba esa brisa primaveral que rozaba su piel.

—Ayer fue tu cumpleaños, ¿verdad? —dijo de repente y la miró de reojo—. Feliz cumpleaños.

Clap lo miró con sorpresa por eso.

—Sí, ¿cómo sabías?

—Porque fui a tu fiesta el año pasado, había sido un día después. O sea, hoy hace un año —dijo y la miró a los ojos marrones rasgados—. Tengo buena memoria.

Ella curvó sus labios en una sonrisa.

—Gracias.

Pablo le dio otra pitada a su cigarrillo y luego lo arrojó al pasto para poder pisarlo. Aclaró su garganta porque se sentía muy raro junto a ella, en especial porque no se estaban peleando como llevaban un año y medio haciendo.

Giró para verla, con ese bonito vestido negro al cuerpo que marcaba su figura. Clap era delgada y de curvas delicadas, pequeñas, pero se lucían muy bien con ese vestido. Miró su tez trigueña con tatuajes en brazos y piernas, y sus ojos rasgados que se veían tan bonitos al mirar las estrellas.

—Claudia —dijo y sintió su rostro arder cuando ella dirigió su mirada hacia él—. Estás… estás…

—Peinada, sí. Me bañé —dijo con una risita.

—Hermosa.

Vio la forma en que ella abrió los ojos y sintió su rostro arder incluso más.

—Estás hermosa.

Ella tragó saliva, muy nerviosa al verlo a los pequeños ojos marrones. Pablo era atractivo, de rasgos alargados y angulosos, de nariz larga y delicada, con labios finos. Lo miró de arriba hacia abajo, porque él llevaba un traje negro con una camisa de igual color, sin corbata y con los primeros botones abiertos.

—Vos… también te ves… decente.

—Nunca un halago de tu parte —se rió Pablo.

—Al menos no dije que te ves horrible —bromeó.

—Estarías mintiendo, si soy un potro.

—Es verdad —se animó a decir Clap al verlo fijo a los ojos—. Sos un potro.

—¿Lo soy?

—Lo sos.

—Vos sos muy hermosa —dijo él y carraspeó al correr la mirada—. No solo ahora, lo sos siempre.

—¿No soy fea?

—No podrías serlo ni aunque intentaras.

Clap comenzó a sentir su pulso más acelerado al ver a ese chico que le esquivaba la mirada.

—¿De verdad? —preguntó, muy nerviosa—. ¿De verdad me veo hermosa así? ¿No tonta, no ridícula con mi pelo verde y un peinado de princesa?

Pablo dirigió su mirada hacia ella para verla de arriba hacia abajo y escrutarla entera.

—Te ves hermosa, Claudia —aseguró—. Como las estrellas y la luna en el cielo, deslumbrante. Y que no te sorprenda que la luna se ponga celosa por no poder verse tan brillante como vos.

Clap perdió todo el oxígeno en sus pulmones por un instante, con su pulso más acelerado y sus manos que habían comenzado a sudar. Se miraron fijo a los ojos por largos instantes, para analizarse mutuamente. Ambos querían asegurarse de que el otro estaba hablando en serio, de que no eran bromas ni burlas.

Esa guerra de miradas, tan intensa, con sus pieles erizadas, se acabó en el mismo instante en que se tomaron mutuamente del rostro para besarse. Pablo arrojó al suelo el vaso sin dudar ni un segundo, para poder besarla y explorar su boca con decisión. El roce de sus labios era suave, y su lengua húmeda se movía en una sensual danza provocativa.

Clap lo puso contra el árbol para poder besarlo con mayor comodidad, mientras que él recorría con sus manos toda la delgada espalda desnuda de ella. Clap le desabrochó la camisa negra con urgencia para poder acariciarle el pecho, y se sorprendió al notar con sus manos que él tenía el abdomen duro y marcado, y sus pectorales firmes y deseables.

Él, sin cortar el beso, se animó a bajar con sus manos hasta el trasero, el cual sujetó con fuerza hasta que la oyó suspirar. Luego comenzó a besarle el cuello lleno de deseo y llevó una mano hacia el pecho de ella, para poder apretar su seno. Suspiró al darse cuenta de que Clap tenía piercings en los pezones.

Detuvieron el beso solo para verse a los ojos, porque aún necesitaban la comprobación de que era real, no una broma, y que ambos deseaban lo mismo. Luego Pablo bajó con sus labios para besar uno de esos pechos y lamer ese pezón con piercings hasta hacerla suspirar.

Clap aferró con fuerza sus dedos a la espalda fuerte de él, mientras le besaba el cuello con el mismo deseo y la misma necesidad. Suspiró incluso más cuando sintió la mano de Pablo bajar por su abdomen y meterse suavemente bajo su falda, correr la ropa interior y juguetear allí hasta volverla loca. Clap tuvo que presionar sus labios contra el hombro de él para no gemir con fuerza ante esos dedos mágicos que la atendían con tanto cuidado.

Luego él volvió a besarla en los labios para sentir el sabor de su lengua y esa danza tan ardiente que lo volvía loco. Poco a poco, y sin dejar de mirarla fijo, comenzó a ponerse de rodillas frente a ella y bajó lentamente su ropa interior de encaje negro, para al instante apretar sus muslos e introducir su rostro entre las piernas. Quería saborearla, y así lo hizo. Como si fuera un manjar que se había perdido por tanto tiempo y podía, por fin, probar por primera vez.

Clap se retorcía de placer y ocultar sus gemidos y suspiros era cada vez más difícil, porque Pablo sabía muy bien lo que hacía. La hacía estremecer con la delicada atención de su lengua y sus dedos que lo acompañaban. Sintió incluso que se volvería loca de tanto placer, y tuvo que morderse la mano para evitar gritar.

Solo cuando sus piernas temblaron y todo su cuerpo se retorció por el intenso orgasmo, fue que Pablo dejó de juguetear con sus labios y lengua y le besó los muslos con cariño. Para luego verla directo a los ojos aún en el suelo, con el fuego y la lujuria en ellos.

Clap lo hizo levantarse para poder besarlo y posar su mano sobre la dura erección en sus pantalones, que liberó rápidamente. Abrió los ojos con sorpresa y se mordió los labios incluso con más deseo. Tomó de su bolsito un condón que no dudó en extenderle, y Pablo lo abrió muy rápido para poder colocárselo. Se acomodó allí, con Clap apoyada en el árbol y le levantó las piernas para que se aferrara a su cintura. Luego se introdujo muy despacio y ambos suspiraron por ese primer encuentro.

Si alguien los escuchaba, si Leo y Nora podían oírlos, no les importó. Se sumergieron en esas sensaciones placenteras sin dejar de besarse, mientras Pablo la embestía con la rudeza que ambos deseaban.

Con sus músculos contraídos por el intenso orgasmo, se mantuvieron quietos por unos instantes, pegados el uno al otro. Volvieron a besarse, esta vez de forma suave, y luego comenzaron a reírse. Clap le dio un golpecito cuando lo vio lamerse los dedos con placer.

—Estúpido.

—Te lo dije, ¿o no? —dijo él con una risita—. Que podías decirme cualquier cosa, pero jamás pito corto.

—Oh, sí, lo dijiste —se rió ella y volvió a besarlo—. También dijiste que soy una rara y fea.

—Sos rara —aseguró con una sonrisa divertida y le besó el cuello—, pero no sos fea.

—Vos sos insoportable —dijo Clap con una sonrisa torcida—, pero tampoco sos feo.

—Ni pito corto —dijo con una risita.

Clap se rió con ánimo y él se alejó un poco para poder quitarse el condón, aunque ella disfrutó de esa imagen. De ver su abdomen marcado, porque aunque no era tan musculoso como Guille, tenía un físico excepcional.

Ambos se acomodaron la ropa mientras aclaraban sus gargantas, algo nerviosos, porque se habían dejado llevar.

—Sigo odiándote —dijo ella y corrió la mirada para poder alejarse hacia la fiesta.

—También sigo odiándote.

Él la siguió con la mirada y se sentó en las raíces del árbol para poder encenderse un cigarrillo. Dejó ir un largo suspiro placentero, porque aún tenía muy presente en su piel las sensaciones de estar con ella.

Volvió a mirar hacia donde estaba ella, entrando en el salón con un gesto gracioso de manos cuando vio a Guille. La vio hacer un baile tonto y vio, también, cómo se reían a carcajadas.

—Está re loca —dijo, y fue inevitable curvar sus labios en una sonrisa.

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