Capítulo N° 22
| ADVERTENCIA DE CONTENIDO |
ESTE CAPÍTULO ES FUERTE.
Contiene contenido sensible que puede producir ansiedad o empeorar los síntomas de las mismas.
Hay una escena de abuso sexual y se relatará un hecho de A.S. infantil.
Leer con precaución, en caso de ser demasiado para ustedes, por favor abandonen la lectura. No salteen escenas, salteen el capítulo COMPLETO.
Dejaré un capítulo más para aminorar las sensaciones que este capítulo pueda dejar.
Recuerden que su bienestar es mucho más importante.
~ • ~
—Muy bien, Guille, me gusta que estés tan organizado —había dicho su tía Esther con una sonrisa al ver la habitación de la bebé.
—Quiero comprar otras cosas más, pero Andy dice que esperemos. Es que estoy entusiasmado —dijo él con una sonrisa y apagó la luz de la habitación.
Caminaron juntos hacia la cocina, donde Guille puso la pava para tomar mate con su tía. Había colocado galletas caseras en una bandeja también, y Esther sonrió al saborearlas, porque sabía lo mucho que él amaba cocinar.
—¿Qué te falta, Guille?
—Uhm... tenemos que comprar ropita, pañales y el bolso.
—¿Ya tienen juego de cama? Me gustaría regalarle unas sabanitas y acolchado bonito —dijo ella con una sonrisa.
—No te pongas en gastos, tía.
Le pasó un mate con una sonrisa y Esther posó su mano sobre la de Guille, con cariño.
—Es mi primera nieta, tengo un nieto varoncito pero es la primera nenita, quiero consentirla.
Guille sonrió ampliamente y tuvo que parpadear porque le emocionaba que considerara a su hija como una nieta de verdad.
Tomaron mates mientras conversaban del trabajo de Guille como albañil, junto al padre y hermanos de Andrea. A él no le gustaba ese trabajo, no era muy bueno en ello y sus cuñados hacían bromas al respecto, se cansaba demasiado y eso lo ponía de mal humor. Sin embargo ocultó todas esas molestias de su tía y solo dijo estar bien y contento, aunque admitió su deseo de querer ir a la universidad.
—Tenés que ser bueno con ella, el embarazo es complicado y nos pone muy sensibles, así que tenés que entenderla cuando se pone mal y tener mucha paciencia —dijo Esther con una sonrisa—. Y cuando nazca la bebita tenés que ser un buen apoyo, tener un buen apoyo hace la diferencia entre caer en la locura y seguir adelante.
Guille asintió con una sonrisa. Siempre tomaba todos los consejos de su tía, pues ella había tenido seis hijos y estaba casada hacía veintiséis años. Conversaron un rato más allí, hasta que fue hora de que su tía regresara a casa para preparar la cena, y Guille entonces comenzó también a preparar la cena para Andrea.
Era usual que ella llegara tarde de trabajar, a veces llegaba ya de noche justo para la cena, y otras veces llegaba un poco antes si es que el local cerraba a tiempo y lograba tomar todos los colectivos. A veces se sentía solo en la casa porque a las tres de la tarde Guille ya estaba libre, pero en otras ocasiones aprovechaba esas horas libres para arreglar algunas cosas en la casa, hacer pesas y ejercicio, o solo visitar a sus amigos. Estaba seguro de que al nacer la bebé ese tiempo libre lo disfrutaría solo con ella.
Cuando la puerta de entrada se azotó con fuerza, Guille se asomó para recibir a Andrea con una sonrisa, sin embargo la vio arrojar su bolso de mal humor sobre el sillón y arrojar los zapatos.
—¿Estás bien, pasó algo? —le preguntó al acercarse a ella.
—¡Estoy cansada! —gritó con molestia y se dejó caer en el sillón—. ¿Por qué me embaracé de un pendejo y no de Leo que al menos tiene auto? —masculló.
Guille apretó los labios con tristeza por eso, porque él no había elegido deliberadamente embarazarla, pues ni siquiera había querido acostarse con ella. No dijo nada al respecto pero regresó a la cocina para poder servirle un vaso de agua, pues entendía que las hormonas del embarazo le cambiaban seguido el humor, además que viajar con ese abultado vientre debía ser agotador.
Le extendió el vaso y le dio un beso en la cabeza con cariño, mientras le refregaba suavemente los hombros en un masaje.
—Date un baño y recostate un rato, puedo llevarte la cena a la cama, ¿sí? —le dijo con una sonrisa.
Ella dejó ir un suspiro satisfactorio al sentir esos masajes.
—Perdón, Guille, me agota el viaje y estar tanto tiempo parada.
—Está bien, lo entiendo. Pronto voy a tener auto y ya no vas a tener que viajar —dijo y le dio otro beso en la cabeza—. Ahora aprovechá a descansar, yo me encargo de todo.
Andrea sorbió un trago de agua y Guille le ayudó a ponerse de pie para que pudiera ir a darse una ducha. Él regresó a la cocina y comenzó a aplastar las papás que había hervido para poder hacer un puré, que era el acompañamiento de unos bifes a la criolla.
Cuando todo estuvo listo acomodó en la mesada una bandeja de desayuno, que le había regalado su tía, para poder colocar el plato de comida de Andrea, junto a un vaso con jugo exprimido de naranja. Andrea tomaba mucho jugo exprimido las últimas semanas, así que Guille trataba de que no faltara nunca en la casa.
Oyó el sonido de la puerta del baño y esperó unos minutos para darle tiempo a cambiarse antes de ir hacia la habitación. Al entrar la vio recostada de costado mientras acariciaba su abultado vientre con una sonrisa.
—Está pateando un montón, me hace doler —dijo Andrea con una risita—. Es muy inquieta.
Guille acomodó la bandeja en la cama, junto a ella, con las patas abiertas para que se quedara firme, y entonces posó su mano en la panza hasta sentir esas patadas. Sonrió ampliamente y lleno de felicidad al sentir lo inquieta que era su hija, y le dio un tierno beso lleno de cariño.
—Me gustó un nombre —dijo Guille con una sonrisa—. Lo vi en un cartel y me pareció bonito.
—¿Cuál? —preguntó Andrea y se sentó para poder comenzar a cenar—. A mí me gusta Florencia.
—Florencia no —torció los labios—. ¿Qué te parece Melanie?
—¿Melanie? —repitió algo pensativa—. Podríamos decirle Mely, ¿no? Me gusta, se escucha lindo. Suena a que va a ser una nena tierna.
Guille sonrió, porque era el nombre que más le gustaba. Volvió a pasar su mano sobre el vientre inquieto que no dejaba de moverse, y sintió que ese era el nombre correcto.
—Sí, Melanie Barbero. Me gusta —dijo Guille.
—¿Sin segundo nombre?
—Yo no tengo segundo nombre tampoco.
Se puso de pie para poder ir en busca de su plato, y así hacerle compañía al cenar. Guille estaba acostumbrado a comer con muchas personas en una gran familia, por ello era incapaz de cenar solo y prefería hacerlo junto a ella, sin importar la hora.
Le preguntó por su día y la oyó quejarse del trabajo. Había días donde Andrea era encantadora y muy positiva, y otros donde solo era una bola de mal humor y quejas constantes, pero Guille se lo adjudicaba al embarazo y trataba de apoyarla con una sonrisa en cada momento.
Más tarde, luego de lavar los platos y limpiar la cocina, fue a acostarse a dormir junto a ella. Al día siguiente él no trabajaba, pero Andrea sí debía hacerlo. La abrazó y le dio un beso en la mejilla con cariño, sin embargo ella volteó al instante y se colocó sobre él para besarlo en los labios de forma apasionada. Recorrió con sus manos todo el pecho duro de Guille y su abdomen marcado, pero él comenzó a marearse por ello.
—Andy, no, hoy no —dijo con sus ojos abiertos de par en par.
—Hace más de un mes que no hacemos nada, Guille —se quejó, pero bajó aún más con su mano hasta posarla sobre sus genitales.
La respiración de Guille se aceleró más, al igual que el ritmo de sus latidos.
—Por favor, hoy no...
Andrea se bajó de mal humor.
—Si no querés hacerlo al menos tocame o bajá, no me dejes como una estúpida siempre.
Guille parpadeó varias veces para eliminar esas lágrimas que se habían acumulado en sus ojos, y apretó los labios cuando la abrazó de atrás. Estaba mareado y asustado, pero tampoco quería hacerla sentir mal.
—Perdón...
—¿Por qué nunca querés? ¿No te gusto?
—Sí me gustás, sos preciosa, solo... solo no puedo —dijo él y tragó saliva.
—¿Estás viendo a otra cuando trabajo?
—¿Qué? No, no estoy viendo a nadie, solo a vos —dijo y la abrazó más.
—¡Entonces tocame, hacé algo, no me dejes siempre como una estúpida!
Apretó los labios con fuerza, sintiendo su corazón latir muy rápido y un fuerte malestar en la boca del estómago cuando pasó su mano por un pecho de ella, y mientras más la acariciaba peor comenzó a sentirse. Trató de ocultar su propia respiración para que ella no pudiera notar lo incómodo y asustado que estaba, pero no quería que ella pensara que la estaba engañando, porque no quería que eso le produjera algún problema con el embarazo.
La estimuló con los dedos mientras oía sus suspiros placenteros y tuvo que parpadear varias veces a la vez que apretaba la mandíbula con fuerza. Sus sensaciones y emociones empeoraron cuando ella lo hizo bajar para practicarle sexo oral. Guille no quería hacerlo, sin embargo Andrea lo sujetó de la cabeza para que no frenara. Solo cuando ella llegó al orgasmo es que lo soltó y Guille se puso de pie al instante para salir de la habitación. Se aferró al inodoro para vomitar, con esa intensa opresión en su pecho y estómago mientras lloraba.
Se abrazó a sí mismo sintiéndose un completo estúpido mientras secaba sus lágrimas. Se decía a sí mismo que era un estúpido y que era, también, poco hombre.
Solo regresó a la habitación cuando se sintió más tranquilo, pero se mojó el cabello para simular que se había dado una ducha y así excusar la tardanza. No quiso abrazarla para dormir, le dio la espalda y se ubicó lo más lejos de ella posible, porque si ella llegaba a tocarlo otra vez no estaba seguro de cómo podría reaccionar.
Al día siguiente se dio el gusto de quedarse en la cama más tiempo, no se levantó para prepararle el desayuno como otras veces. Fingió seguir dormido hasta que Andrea salió de la casa para ir al trabajo, y solo luego de oír el azote de la puerta de entrada es que se levantó de la cama.
Quiso prepararse unos mates, pero descubrió que estaba temblando y eso le dificultaba mucho el trabajo. Tuvo que respirar hondo un par de veces y, luego de lograr desayunar, comenzó a hacer ejercicio porque necesitaba distraerse, pues la sensación de las manos de Andrea al sujetarlo de la cabeza seguían muy presentes y eso le producía náuseas.
Decidió salir de la casa, no podía estar solo y encerrado todo el día. Eran las once de la mañana, así que fue a visitar a Leo esperando que estuviera solo.
—¿Qué pasó, gurisito? —le dijo Leo al verlo tan pálido.
—Nada, estoy bien. ¿Tomamos unos amarguitos?
Leo lo hizo pasar y colocó la pava al fuego mientras que Guille se acomodaba en una de las sillas, sin embargo continuaba muy inquieto y se rascaba con fuerza las muñecas.
—¿Cómo va mi pequeña ahijada, compadre? —preguntó Leo con una sonrisa mientras le quitaba el polvo a la yerba del mate.
—Es muy inquieta, a veces le hace doler —dijo él con una sonrisa—. Seguimos pensando el nombre, por ahora nos gusta Melanie.
—Melanie, me gusta, se oye lindo.
Guille le contó las cosas nuevas que le había comprado a la bebé, los cambios que había hecho en la habitación. Leo ya le había hecho varios obsequios, por lo que Guille le contó también dónde había colocado esos obsequios. Y aunque hablaba y hablaba con una alegre sonrisa, Leo lo observó en silencio mientras preparaba mate, porque estaba mucho más hablador de lo normal. Estaba inquieto y movía sus brazos y manos de forma exagerada, como si quisiera convencerse a sí mismo de que estaba feliz.
—¿Pasó algo con Andy, gurisito? ¿Querés hablarme de eso?
—No, estamos bien —dijo mientras se rascaba las muñecas.
Leo observó con atención la forma en que lo hacía. Guille casi no tenía uñas en las manos porque se las mordía seguido, y aún así conseguía lastimarse las muñecas que siempre tenían cascaritas a medio cicatrizar.
—¿Discutieron? —preguntó con preocupación—. No estás obligado a contarme nada, Guille, pero sabés que si lo necesitás acá estoy.
Guille se rascó las muñecas con más fuerza mientras, a su vez, zapateaba con una pierna de forma nerviosa al esquivarle la mirada.
—No es nada, Leo. Las parejas discuten a veces.
—Es que no parece que fuera nada, no te ves bien, Guille —dijo al ver con pena cómo parecía incluso temblar.
Guille se mantuvo con la mirada esquiva y llevó una mano hasta su boca para morderse las uñas.
—No fue una discusión, solo no coincidimos con... el sexo, nada más.
—¿Vos tenías ganas y ella no? Es normal, Guille, está embarazada.
Él negó con rápidos movimientos de cabeza y el temblar en su pierna aumentó, al igual que la manera en que se mordía los dedos y uñas.
—Al revés —dijo y parpadeó para eliminar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos.
Leo dejó ir un suspiro y preparó otro mate que sorbió con fuerza.
—Bueno, Guille, deben ser las hormonas. Debe ser difícil tener esa bomba hormonal todo el tiempo, no te cuesta nada ayudarle a bajar un poco el fuego —dijo mientras preparaba otro mate—. No hace falta que lo hagas si estás cansado, pero no te cuesta nada estimularla o practicarle sexo oral.
—Odio el sexo oral —dijo Guille entre dientes—. No me gusta, lo odio.
Leo alzó la vista para verlo, con el ceño fruncido.
—A mí me encanta hacerlo, Guille, es parte fundamental del sexo, más te vale hacerlo si te gusta que te lo hagan porque sino me voy a enojar mucho con vos —dijo con molestia—. No podés ser egoísta y solo pensar en tu placer.
—Tampoco me gusta que me lo hagan, lo odio.
Leo abrió los ojos con sorpresa y parpadeo con algo de confusión, porque eso no le parecía algo normal o habitual. Guille parecía incluso más nervioso que antes, su pierna estaba inquieta y parpadeaba varias veces sin siquiera mirarlo, se mordía las uñas o se rascaba el cuello con fuerza.
—¿Cómo que no te gusta? No lo entiendo... —fue lo único que pudo decir Leo.
—Lo odio, no lo soporto, no me gusta y ella me hace hacerlo igual aunque no quiera, no me gusta —dijo Guille muy rápido, sin mirarlo.
—Guille, si en verdad no te gusta y ella te obliga a hacerlo, eso es un...
—¡No lo digas! —chilló Guille y dirigió su mirada hacia él con desesperación—. Ni te atrevas a decirlo, Leo, no es cierto, no es así. No es cierto.
—Guille, si te hacen hacer algo en contra de tu voluntad eso es un abuso.
—¡No lo digas! ¡No digas que es un abuso! ¡No digas que ella lo hizo conmigo, Leo! —gritó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No otra vez! ¡No digas que ella abusó de mí porque no es cierto, no lo es! No puede serlo. ¡Yo acepté hacerlo!
Leo lo observó con confusión y sorpresa, porque Guille había comenzado a llorar con sus gestos llenos de dolor. Leo entonces abrió los ojos de par en par, con consternación.
—Guille...
—Los odio... —masculló y corrió la mirada mientras se rascaba el cuello hasta dejarse marcas rojizas por la fricción—. Los odio...
Leo no dijo nada, no sabía qué decir porque no entendía aún la situación, solo se mantuvo en silencio moviendo los labios sin que saliera palabra alguna.
—Los odio con toda mi alma —dijo Guille entre dientes con las lágrimas que caían como cascada por sus mejillas—, me arruinaron la vida... los odio.
Leo quiso estirar su mano hacia él, sin embargo Guille se alejó muy rápido hasta caer al suelo con el rostro lleno de pánico. Comenzó a llorar con más fuerza al hacerse una bolita en el suelo agarrándose del cabello.
—¡Los odio, espero estén muertos, me arruinaron la puta vida! —gritó con fuerza, con ese llanto imparable.
La mano de Leo que había quedado en el aire comenzó a temblar levemente y su respiración se había acelerado al igual que el ritmo de su corazón, pero apretó los labios y respiró con fuerza.
—¿Querés hablar de eso, Guille? Acá estoy con vos.
—Necesito un trago, necesito un vaso de algo, necesito un trago —dijo sin soltarse el cabello—. ¡Necesito arrancarme el cerebro de a trozos y que esto se vaya para siempre!
Leo se puso de pie al instante y tomó un vino tetra brik que tenía en la heladera y lo abrió muy rápido, porque él también necesitaba un trago con urgencia. Sirvió en dos vasos y arrastró con cuidado el vaso por la mesa para dejarlo cerca de Guille, sin tocarlo ni acercarse a él.
Guille sorbió el contenido del vaso tan rápido que el corazón de Leo se oprimió incluso más.
—¡Los odio! —gritó Guille sin dejar de llorar en ningún momento.
—Estoy con vos, Guille, este es un lugar seguro. Solo somos vos y yo, nadie más. Solo vos y yo —dijo Leo con voz suave y llena de calma.
El muchacho alzó la vista empañada en lágrimas para ver a su amigo allí sentado a la mesa, con un vaso de vino en la mano. Leo parecía en calma y lo miraba con cariño y comprensión, y eso hizo que los gestos de Guille se volvieran más torcidos y llenos de dolor.
—Tenía nueve años, Leo, solo nueve años y acababan de morir mis papás —dijo en un gimoteo—. Cuando... cuando el micro se paró y tuvimos que bajar, esa pareja me dijo que... que jugaríamos a las escondidas, no debí seguirlos, ¿qué hice mal? No debí seguirlos, tal vez así... tal vez no querría morirme. Me quiero morir, Leo, ¡me quiero arrancar el cerebro y borrar todo!
Leo respiraba de a pequeñas bocanadas pero intentaba mantenerse en calma, porque sabía que alterarse o cambiar bruscamente sus expresiones faciales podía ser incluso peor para Guille.
—Ellos me hicieron tocarlos, me hicieron... —lloró con más fuerza y escondió la cabeza entre sus rodillas—, me hicieron practicarles sexo oral. Lo odio, me da asco, lo odio y... y siguieron, me hicieron...
Se quedó en silencio porque el llanto no le permitía seguir hablando.
—No debiste pasar por eso, Guille, no hiciste nada para merecerlo.
Lloró con más fuerza, y cada palabra que salía de sus labios era prácticamente inentendible debido al fuerte llanto adolorido.
—No me gusta que me toquen —sollozó—, no lo soporto, me quiero morir, quisiera no existir más y no tener estas imágenes en mi cabeza.
—¿Puedo acercarme? —preguntó Leo con voz suave.
Guille asintió casi con desesperación y Leo se acercó a él muy despacio, para permitirle controlar la distancia y elegir si aceptaba o no el tacto.
—¡Me quiero morir, Leo, no lo soporto! —gimoteó al aferrarse la cabeza—. Las imágenes no se van, no se van...
—Estás a salvo, estás en un lugar seguro. Acá estoy con vos y estás a salvo —insistió Leo con calma y se acercó un poco más.
—Tuve que tirar mi ropa interior —dijo Guille con una expresión asqueada y adolorida—, tuve que tirarla porque... porque tenía sangre y... y otras cosas y... ¿por qué yo, Leo? ¿Qué hice mal?
—No hiciste nada para merecerlo, absolutamente nada —dijo Leo y estiró su mano hacia él para ver si la aceptaba. Guille la apretó con fuerza—. Sos muy valiente al enfrentar esto y animarte a contarlo, Guille, gracias por confiar en mí. Acá estoy con vos.
Guille lo abrazó y Leo respondió el abrazo con fuerza. Lo aferró seguro de que no lo soltaría nunca, de que estaría ahí para él en todo momento. Sin salir de los brazos de Leo, Guille le contó todo, las cosas que le hicieron, las palabras que utilizaron, lo que le susurraban entre risitas, el asco que le producía recordar sus respiraciones. Le contó cada cosa que lo torturaban constantemente, y Leo oyó todo con atención, sin soltarlo en ningún momento. Lo aferraba con fuerza, queriendo protegerlo del mundo entero.
—Está bien, Guille, estoy con vos —susurró al aferrarlo—. Estás a salvo, ya estás a salvo.
—Me da mucho asco que me toquen sexualmente, no lo soporto, quiero vomitar —dijo Guille en un sollozo sintiendo náuseas por todos los recuerdos—. Tengo muchas ganas de vomitar.
Se paró muy rápido de forma torpe y entró al baño para poder vomitar allí, mientras que Leo se aferró de la cabeza respirando hondo, porque no sabía qué hacer ni qué decir. Trataba de mantenerse tranquilo para no alterarlo más, y trataba de decir lo justo y necesario para no empeorarlo con algún comentario equivocado.
Leo se sirvió vino otra vez y lo bebió todo de un solo trago, intentando mantenerse estable y tranquilo para poder sostener a su amigo.
Guille regresó unos minutos después algo más tranquilo, se sentó en la silla con los hombros encogidos y evitaba mirar a Leo a los ojos, como si sintiera mucha vergüenza.
—Perdón, no debí... no debí decir todo eso. Olvidalo, por favor.
—Está bien, Guille, todo está bien. Soy tu amigo y estoy acá para lo que necesites.
—Me siento muy avergonzado, no debí... No hablo de esto desde hace años, perdón, Leo —dijo e intentó respirar hondo, aún sin mirarlo—. Por favor, no se lo digas a nadie, ni a Nori ni a Andy, por favor. Solo lo saben mis tíos.
—No se lo diré a nadie.
—Necesito un trago...
Leo volvió a servir vino en los dos vasos y se lo extendió a su amigo. Guille observó el color rojizo del vino en completo silencio, sintiéndose muy avergonzado por haber contado ese horrible hecho de su pasado. Se sentía sucio y también muy estúpido. Tenía la necesidad de bañarse y refregarse el cuerpo hasta quitarse toda esa suciedad que sentía, pero no quería irse tan rápido luego de haber molestado a Leo con sus tonterías.
—Por eso... me cuesta hacerlo —dijo casi en un susurro y sorbió un trago de vino—. No es que no me guste el sexo, pero a veces... a veces recuerdo todo y... y no puedo hacerlo porque quiero vomitar. No tiene sentido, ¿no? No tiene sentido porque Andy no es esa pareja, ella no... no es ellos...
—No, Guille, Andy es tu pareja, va a ser tu esposa y la mamá de tu hija —dijo Leo con voz suave—. Y ella te quiere y te cuida, si no te sentís cómodo está bien. Estás en tu derecho, ¿sí?
—¿Y si... si se enoja? No quiero que ella lo sepa, no quiero que lo sepa nadie.
—Si se enoja respirás hondo, repetís tu deseo de no seguir y te alejás para darle espacio.
Guille asintió despacio y sorbió un trago de vino. Se sentía algo más tranquilo pero igual muy avergonzado, y se sentía también muy culpable aunque no estaba seguro del porqué.
Ambos se mantuvieron en silencio por un rato, Leo quería comenzar a preparar el almuerzo pero no quería hacer ningún movimiento brusco que pudiera asustar al muchacho. Por eso le dirigió una sonrisa para que se sintiera cómodo y tranquilo.
—Voy a cocinar, Guille, ¿me harías el favor de acompañarme a almorzar?
Guille solo asintió de forma sumisa, y muy despacio Leo se puso de pie para preparar la comida. No estaba de ánimo para grandes preparaciones, así que solo puso aceite a calentar para poder freír unas milanesas y lavó muy bien lechuga y tomate para hacer una ensalada.
—¿Cómo va la universidad? —preguntó Guille luego de unos minutos de silencio—. Te falta poco para terminar, ¿no?
Leo se dio cuenta que Guille ya no quería seguir hablando de lo que le pasó, y que por eso había optado por cambiar de tema. Iba a respetar ese deseo, por eso se apoyó en la mesada con una sonrisa y se cruzó de brazos.
—Sí, me está yendo bien. Tengo que terminar mi proyecto final, me pone muy nervioso porque estoy donde estoy de puro milagro, no soy tan inteligente ni tan aplicado como debería.
—Vas a ser ingeniero, culeao, no digas boludeces —dijo Guille con una risita.
—Ni siquiera sé cómo llegué hasta acá, soy un desastre —suspiró.
Se concentró en las milanesas para evitar que se quemen, mientras conversaba con Guille de cualquier cosa que no tuviera que ver con Andrea, ni el sexo, ni el pasado. Por eso Leo habló de música, de su deseo de recorrer el país, de la insistencia de su padre para que vaya a trabajar con él a la fábrica.
—¿Qué trabajo tiene tu papá en la fábrica, es obrero? —preguntó Guille con curiosidad.
—Oh, no, me avergüenza decirlo... —dijo Leo con un gesto torcido y se sentó a la mesa con los dos platos con comida—. Vas a pensar muy mal de mí.
—Nunca voy a pensar mal de vos, Leo.
—Es el presidente ejecutivo, él heredó la empresa de mi abuelo cuando falleció, por eso tuvimos que venir a Buenos Aires.
—¿Me estás diciendo... que sos rico? —preguntó Guille con sorpresa.
—Si fuera rico no estaría alquilando un monoambiente, pué —se rió Leo con ánimo y cortó un trozo de milanesa—. Mi familia está bien acomodada, pero somos muy humildes igual. Mis papás viven con lo justo y necesario. No es una fábrica muy grande tampoco.
—¿Por qué no querés trabajar ahí? Si vas a ser ingeniero eso te permite trabajar ahí, ¿no?
—Nunca quise ser ingeniero, tampoco trabajar en esa fábrica apestosa —siseó Leo—. Mi papá tampoco quería ser el presidente ejecutivo, pero parece ser una cadena de órdenes. Mi abuelo lo obligó y él me obliga a mí, supongo que me tocará romper el círculo algún día si tengo hijos.
—¿Querés tener hijos?
—No por el momento, tal vez en el futuro, pué —dijo con una risita—. No me veo como padre ni como un buen padre. Siento que sería un desastre, me llevaría el premio al peor padre del mundo. Además siempre me cuido mucho justo para evitar eso.
—Los accidentes pasan, pues —dijo Guille con una sonrisa torcida.
—Espero que no me pase, es muy raro que yo no use preservativo, tengo que estar demasiado estúpido en el momento para no ponerme, drogado, borracho o demasiado caliente, o todas juntas. Y eso me habrá pasado una o dos veces nomás.
Guille mordió un trozo de milanesa porque había caído nuevamente en el tema sexual y se sentía incómodo, Leo se dio cuenta al instante y optó por cambiar de tema.
—Sé que no te gusta ser albañil, si querés puedo hablar con mi papá para que entres en la fábrica, es cansador pero es bien pago y estarías en blanco. ¿Querés?
—No quiero molestarlos.
—No es molestia, es una forma de ayudarte y también de asegurarme que a mi ahijadita no le va a faltar nada, pué —dijo con una sonrisa—. Pensalo, Guille, conversalo con Andy y puedo hablarlo con mi papá.
Guille se quedó pensativo por unos instantes y terminó por asentir, prometiendo pensarlo mejor después y consultarlo con Andrea.
Luego de almorzar Guille decidió irse, pues no quería continuar molestando a Leo, pero antes de salir de la casa lo abrazó con fuerza.
—Gracias por escucharme, Leo.
—Gracias a vos por confiar en mí —dijo Leo y lo aferró más.
Guille se alejó con una sonrisa y se despidió con un alegre movimiento de mano para regresar a su casa, donde tenía cosas que hacer como lavar la ropa, hacer nuevamente ejercicio y cortar el pasto del patio trasero.
Leo lo siguió con la mirada hasta que lo vio entrar en su casa allí a dos cuadras, pues la casa de Guille se veía a la perfección desde allí. Solo cuando lo vio entrar fue que cerró la puerta y se dejó caer al suelo, con la espalda apoyada en la puerta, como si hubiera perdido toda la fuerza de sus piernas. Respiró hondo varias veces, porque su respiración era irregular y sus manos habían comenzado a temblar de forma incontrolable.
Había logrado mantenerse estable y calmado frente a su amigo para poder sostenerlo, para que Guille pudiera hablar en un ambiente seguro donde se sintiera a salvo y acompañado. Leo, ahí en el suelo, llevó las manos temblorosas hacia su cabeza que sujetó con pesar, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas.
—Oh, Guille, por Dios, Guille —masculló al llorar con fuerza—. Por Dios...
A Leo le costó mucho recuperar la compostura, fue difícil dejar de llorar, porque recordaba cada palabra que había dicho su amigo, cada muestra de dolor, y no conseguía comprender cómo alguien podía hacerle tanto daño a un niño pequeño. Lloró con tanta fuerza y desesperación como hacía muchos años que no hacía, Leo ni siquiera recordaba cuándo había llorado por última vez.
No supo cuánto tiempo estuvo ahí en el suelo intentando tranquilizarse. Respiró hondo incontables veces hasta que pudo respirar con más calma, y entonces se puso de pie para abrir otra caja de vino y servirse un vaso. Era algo que necesitaba con urgencia.
Se había decidido a ser un fuerte pilar en la vida de su amigo, en sostenerlo con firmeza, porque ahora entendía por qué Guille era tan frágil, por qué era tan sumiso y sensible. Ahora entendía tantas cosas que sintió nuevamente el fuerte deseo de llorar.
El timbre de la casa sonó así que sin siquiera mirar abrió la puerta, creyendo que tal vez era Guille nuevamente. Se encontró con la sonrisa feliz con hoyuelos que acompañaba a ese cabello azul de Nora.
—Holi, no me voy a quedar, solo pasaba a dejarte esto —dijo ella y le extendió un papel.
—¿Qué es esto? —dijo y carraspeó para acomodar su voz.
Era un volante a color de un evento de rock y punk, con distintos nombres de bandas invitadas, incluyendo las Cerdas gritonas y también la banda de Cuca. Tenía la fecha y el horario allí.
—¿Estás bien, Leo? ¿Estuviste llorando? Tenés los ojos rojos —preguntó Nora con preocupación.
—No, no, solo me fumé uno —mintió y volvió a carraspear para acomodar esa angustia que aún lo molestaba—. Gracias, Norita, voy a estar ahí para verte.
Nora pareció desconfiar de su palabra, pues entrecerró los ojos al observar sus ojos enrojecidos y su fina nariz con la punta roja. Leo, sin embargo, le dirigió una sonrisa alegre para dejarla más tranquila.
—¿Cómo estás, Norita, querés pasar?
—Me gustaría pero tengo que ir a ver a Clapsi, vamos a ensayar unas canciones para el show —dijo con una sonrisa—. ¿Estás seguro de que estás bien?
—Estoy bien, solo sequé en la hornalla un poco de Raquelita para probar la calidad, va bien, ¿eh? La cuidamos con mucho amor según se ve.
Nora le dio un golpe al hombro y se rió.
—¡No te fumes a Raquelita sin mí!
Leo solo sonrió y posó su mano de forma delicada en la mejilla de Nora. Su sonrisa, aunque feliz de verla ahí, era una sonrisa cansada y triste, pero oírla reírse era reconfortante en ese momento para él. La miró a los grandes ojos grises que eran tan brillantes y expresivos, y que se lucían en compañía de esa sonrisa enmarcada por hoyuelos.
—Gracias por invitarme, Norita. Andá con cuidado, si necesitás que vaya a buscarte a lo de la gurisa llamame por teléfono —dijo con una sonrisa cariñosa—. No regreses sola, por favor.
—Me quedo a dormir con Clapsi, pero gracias, Leo. Cuidate vos también, y pasala bien con tu pique hoy.
Nora le guiñó un ojo con complicidad y se alejó de allí con una risita divertida, para luego girar y saludarlo con un movimiento de mano en el aire.
—¿Te puedo acompañar a la parada? —preguntó Leo con un tono de voz cargado de preocupación.
Ella giró para verlo, algo confundida. Era la primera vez que Leo se ofrecía a acompañarla a la parada que estaba tan cerca de allí.
—Como quieras, ¿estás seguro de que estás bien?
Leo tomó las llaves y cerró la puerta para poder caminar junto a ella. Había quedado mal luego de la confesión de Guille, se encontraba sensible y en alerta, y más aún con Nora que ya había sufrido acosos sexuales en la calle. La miró de reojo mientras caminaban, porque Nora tenía medias negras agujereadas por todas partes, una falda corta de jean con alfileres de gancho y pines, sus clásicas botas largas a cordones, y un top negro de mangas largas pese al frío que hacía.
En la parada de colectivo Nora se encendió un cigarrillo y le contó a su amigo sobre sus clases en el conservatorio. Leo la oyó con atención, con una sonrisa, porque la veía feliz y muy entusiasmada. Se quedó junto a ella hasta que vio el colectivo acercarse, y solo se fue cuando se aseguró de que ella había subido.
Leo se llevó una mano al pecho, seguía muy nervioso y afectado, y no estaba seguro de cuándo estaría mejor o más tranquilo. Lo único de lo que sí estaba seguro era de que debía estar bien y ser fuerte para poder ayudar a Guille en todo momento.
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