Capítulo N° 21
| ADVERTENCIA DE CONTENIDO |
Gordofobia, violencia verbal y transtornos alimenticios.
Si esto te hace daño, no dudes en frenar la lectura o saltear las escenas necesarias.
Tu bienestar es siempre más importante.
~ • ~
Habían pasado ya un par de meses, Guille cumplió sus dieciocho años y obtuvo su licencia de conducir. Además Tito le estaba intentando conseguir un auto, que sería su regalo para él.
Se había mudado junto a Andrea en su casa ya en perfecto estado, la cual amueblaron poco a poco. Algunas cosas fueron traídas del departamento de Andrea, como la cama, la televisión, el lavarropas y heladera, y algún que otro mueble. El resto debió ser comprado nuevo. Habían hecho una pequeña reunión de inauguración, con Leo, Nora, Pablo, Clap y las amigas de Andrea. Sin embargo ella no soportaba a la punk de pelo verde, no había una sola vez donde no la mirara con desprecio.
Estaban haciendo la ecografía en el sexto mes de embarazo, con la esperanza de que por fin el bebé se dejara mostrar, pues ya no les quedaba tanto tiempo para su nacimiento y querían tener las cosas con sus colores.
—¿Se puede ver el sexo? —preguntó Guille.
La ecografista movió un poco la abultada panza de Andrea para intentar que el bebé se dejara ver, porque se tapaba con sus piernas. Luego de dos movimientos por fin se pudo ver.
—Es una nena.
Guille chilló por un instante y tuvo que cubrirse la boca, mientras que la ecografista sonreía ante su emoción. Sus ojos se habían llenado de lágrimas y comenzó a llorar al cubrirse el rostro.
—Una nenita —dijo y tomó del rostro a Andrea para besarla en los labios, con mucha alegría—. Una nenita.
Andrea se rió y se levantó despacio para poder limpiarse el gel de la panza. Tuvieron que esperar afuera hasta que estuvieran las imágenes, pero Guille estaba muy inquieto y mucho más cariñoso por la alegría.
—A comprar cosas rositas —dijo ella mientras guardaba la ecografía en su carpeta con estudios.
Guille la abrazó de atrás para poder acariciarle la abultada panza, que ya no era nada disimulada. Le dio un beso en el cuello con mucho cariño.
—Hay que pensar nombres también —dijo.
—No se va a llamar Estela —replicó Andrea con una risita.
—Ay, pero es un lindo nombre, así se llamaba mi mamá.
—No voy a permitir que se llame Estela —dijo y se detuvo para ver un kiosco.
—¿Qué querés? ¿Un jugo, chocolate?
—Ambas.
Guille compró ambas cosas, y otros más para la casa, para cuando tuviera antojos de chocolates.
—¿Qué te parece Micaela? —propuso ella.
—La mitad de las nenas se van a llamar Micaela, la otra mitad van a ser María Belén —resopló Guille—. No me gusta, todavía tenemos tiempo.
—No va a ser Estela.
Guille se rió al encogerse de hombros. Aprovecharon para comprar ropa de bebé en tonos rosados, y algunas decoraciones para la habitación, ahora que ya sabían el sexo.
Tomaron un remís para llegar más rápido a la casa, donde ella se sentó en el sillón para descansar un rato mientras que Guille preparaba las cosas del mate. Estaba muy feliz porque tendría una niña como él tanto había deseado, y supo desde el primer momento que la amaría más que a nada en el mundo. Sin embargo, pese a su alegría, necesitaba hablar con Andrea sobre un tema que ella venía esquivando.
Cebó un mate y lo tomó con tranquilidad junto a ella en el sillón, mientras miraban la televisión. Luego preparó uno para ella.
—Andy, quería hablarte de algo —comenzó a decir con una sonrisa—. Estuve averiguando para entrar en la universidad, quiero estudiar para poder darles un buen futuro a las dos. Todavía tengo tiempo para hacer el papelerío y anotarme.
—Ya te dije, Guille, que yo no voy a dejar de trabajar porque gano bien —suspiró—. Alguien tiene que quedarse con la bebé, yo voy a llegar todo el tiempo cerca de la noche.
—Pero si trabajo es lo mismo, tampoco voy a estar —dijo Guille con el rostro serio—. Estoy yendo a trabajar con tu familia como me pediste, aunque no sea muy buen albañil, pero quiero estudiar también. Puedo hacer las dos cosas, podemos contratar una niñera. Clap es niñera, estoy seguro de que puede ayudarnos.
—Ni en pedo dejo a mi hija con ella —dijo entre dientes.
—¿Por qué no? Es buena, tiene buen trato con los niños y varios clientes —resopló Guille al rodar los ojos—. No entiendo cuál es tu problema con ella, es mi amiga.
—El problema es que te quiere para ella.
—¡No es así! —chilló Guille—. Solo somos amigos. Pero el punto no es pelear por mis amigas, es que quiero estudiar.
—No sé, Guille, esperemos a que nazca la bebé y vemos.
Guille dio un largo suspiro y continuó preparando mate en silencio. Sabía que tener un bebé no iba a ser fácil, y justo por eso deseaba tanto estudiar para poder tener un título y un buen trabajo. No ganaba mal siendo albañil, pero no le gustaba y terminaba siempre muy cansado.
Se puso de pie con un suspiro para ir hacia la habitación que sería de la bebé. Encendió la luz allí y se sentó en el suelo para admirar el lugar. Habían pintado tres paredes de gris claro, y una sería rosa. Tenía pensado pintarla al siguiente día, si es que Andrea no tenía problema con eso.
Guille siempre se había sentido solo, de no ser porque tenía a Nora que le ayudaba a sentir lo contrario. Ahora que veía mucho menos a su amiga, por el trabajo, el estudio de ella y las distintas responsabilidades, volvía a sentirse solo. Al que más conseguía ver era a Leo, que iba a visitarlo seguido, pero nunca se quedaba mucho tiempo porque también tenía sus propias ocupaciones.
Acomodó sus brazos como si cargara un bebé, pensando en que se vería tan pequeña allí en sus brazos. La idea de que ese momento llegara lo tenía entusiasmado.
~ • ~
Nuevamente, como cada domingo, Nora estaba de pie sobre la báscula. Y lo peor que le podía pasar había sucedido.
—¡Sesenta kilos doscientos! —chilló Raquel y le dio un fuerte manotazo en la espalda—. ¡¿Cómo puede ser?! ¡Vas a tener que controlarte más, Nora, es una vergüenza! Con razón ahora tus piernas parecen dos cerdos andantes, mirá la celulitis, el culo enorme, tus tetas de gorda. Esto no puede ser, Nora.
Nora apretó los labios, porque había estado yendo a almorzar a lo de Leo, y él le preparaba un tupper para la noche. No siempre, solo las veces en donde su madre no le permitía comer un bocado de nada. Leo le preparaba comidas saludables, o al menos lo intentaba.
—Pero salgo a correr todos los días, debe ser músculo —balbuceó.
—¿Cuánto corrés? Sin mentir.
—Diez kilómetros —dijo Nora y tragó saliva—. ¡Puedo correr más, puedo hacer veinte! Y puedo pedirle a Guille que me ayude a hacer pesas.
—¡Pesas no, vas a parecer un travesti!
—Entonces corro treinta kilómetros, tengo hambre, má, por favor.
—¿Tenés hambre decís? —Raquel comenzó a reírse—. ¿Hambre? Vos lo que estás es aburrida. ¿Te mirás al espejo? ¿No te da vergüenza lo que ves?
Nora comenzó a sentir mucha angustia y tuvo que parpadear varias veces para no llorar frente a ella.
—¿Y si como tres tomates cherry?
—Nada, Nora. Hasta que no bajes de peso no vas a comer nada, es por tu bien —gruñó Raquel—. Yo a tu edad pesaba cuarenta y cinco kilos, es una vergüenza.
—¿Puedo tomar mate al menos? —preguntó con la angustia muy notoria en su voz.
—Ni me voy a poner a tomarte medidas, o vas a tener que cortarte trozos de grasa con una tijera —escupió con asco y le dio otra bofetada—. Solo mate, que no te vea ni siquiera con un tomate, ¿eh? ¡Porque te juro que no salís nunca más de tu mierda de habitación, cerda asquerosa!
Nora asintió y se acercó a la cocina con los hombros encogidos para poder poner la pava al fuego. No había cenado la noche anterior justo por miedo a que la báscula marcara más peso. Parpadeo para eliminar las lágrimas que se acumulaban en sus pestañas, y con su equipo de mate listo fue hasta la habitación para poder tomar sola.
Miró la ventana con rejas de rombos. Antes, varios meses atrás, Guille habría saltado la medianera solo para verla unos minutos, y le habría llevado comida. Ahora estaba sola, y tenía que rogar que su madre le permitiera salir para poder ver a Leo y comer aunque sea un bocado de algo. Ya se había desmayado un par de veces, una justo con Leo y otra en la casa de Guille.
Trataba de no pensar en Guille, porque le hacía mucho daño imaginarlo junto a Andrea en esa casa. A veces los imaginaba teniendo relaciones sexuales y tenía que romper algo por la ira que sentía, otras veces solo lloraba. Y cada vez, gracias a su madre, a sus sentimientos por Guille y a que se sentía muy sola, se peleaba mucho más con cualquier persona que se cruzaba.
Un par de veces se escapó de la casa por la parte de atrás, para salir por esa medianera que Guille saltaba con tanta facilidad. Se iba a ensayar, a ver a sus amigas y alguna que otra vez a encontrarse en un hotel con una chica, lo que sucedía cada vez más seguido porque el sexo le ayudaba a relajarse.
Ni siquiera se animó a encender el bajo, no quería hacer un solo sonido. Sin embargo al mediodía, justo a las doce y media, se puso una calza deportiva, un top y una remera básica azul. Con zapatillas cómodas para correr. Su plan, en realidad, no era salir a correr, sino hacerle creer a su madre que lo haría. Por eso no se llevó una mochila, solo tomó sus llaves, sus cigarrillos y los puso en una riñonera con tachas que ella misma le había puesto.
—Má, salgo a correr —dijo al verla cortar un cuarto de tomate que puso junto a la porción mas pequeña de arroz.
—No te quiero ver temprano acá, si no te desmayás es que lo estás haciendo mal.
Nora asintió y salió rápido de la casa. Comenzó a trotar solo por si a su madre se le ocurría asomarse por la puerta. Dobló en la esquina y fue directo a la casa de Leo. Vio el auto marrón allí en la entrada y sonrió, porque él estaba en la casa. Se habían hecho mucho más unidos, salían a pasear y recorrer distintos paisajes juntos.
Tocó el timbre de la casa y lo saludó con una sonrisa cuando él se asomó por la ventana. Sin embargo Leo abrió los ojos casi con pánico e hizo un gesto muy extraño antes de abrir la puerta.
—Norita —dijo con un gesto torcido en los labios—, no es el mejor momento.
—¿No? Pero después de las diez se supone que estás libre, son doce y media —dijo con sorpresa y vio, colgado de una silla, una cartera—. Uy, mala mía, perdón, Leo. No lo sabía, que la pases bien.
Asintió con respeto hacia él y le dio la espalda para alejarse, sin embargo Leo la tomó de una mano.
—Tenés ropa de ejercicio, ¿comiste?
—No importa, Leo, voy a la plaza a pasear.
—¿Comiste, Norita? —preguntó con el rostro serio, pero como ella no respondió la hizo entrar—. Vení, tengo unos diez minutos.
—Pero...
—Sentate, por favor.
Nora se encogió de hombros y se sentó en una de las sillas mientras que él encendía la cocina para calentar algo que tenía en una olla. Observó a su alrededor, estaba la cartera colgada en la silla de al lado y también un abrigo delicado.
—No quiero molestar, no sabía que estabas con un pique —dijo con vergüenza.
—¡Vero! ¿Cuánto más tenés ahí? —dijo en un grito.
—¡Recién empecé con el pelo! —dijo ella desde el baño—. ¿Quién era? ¿Se te juntaron, Leo? Acepto trío, ¿eh? No soy celosa.
Nora vio cómo se encendía el rostro de Leo hasta ponerse rojo.
—¡Es una amiga, tomate tu tiempo!
Nora se cubrió el rostro con las manos, muy avergonzada pero también muy divertida por la situación, porque luego de tantos meses yendo a comer con él, era la primera vez que sucedía algo así.
—Perdón, Norita, usualmente a las diez estoy libre —dijo él mientras servía comida en un plato.
—¡No, ponelo en un tupper y voy a la plaza!
—No voy a dejar que comas en la tierra, Nora, soy hippie pero soy limpio —se rió él y colocó el plato frente a ella, pero suavizó su voz al agregar—: Comé, Norita. Por favor.
—Ese mañanero estuvo potente, ¿eh? —bromeó ella antes de dar un bocado.
—A veces pasa —se rió él—, pero con Vero... bueno, la conexión es especial.
—Hacela tu novia, está re buena la Pocahontas —dijo y saboreó otro bocado de estofado, para luego hacer un sonido placentero—. Carajo, Leo, no podés cocinar tan bien.
—No quiero tener novia y ella mucho menos, pué —dijo con una sonrisa y se acercó para susurrarle—. Tiene otros también, yo no soy tan especial como creés.
—No sé, dales un plato de comida y te juro que hasta te piden matrimonio.
—Tampoco soy tan especial cocinando, lo decís porque tenés hambre —suspiró—. ¿Cuándo comiste por última vez?
—Ayer al mediodía.
Leo apretó los labios y tuvo que respirar hondo unos segundos antes de agregar:
—¿Por cuánto tiempo va a ser esta vez?
—Hasta que baje mínimo a cincuenta y nueve kilos —explicó Nora y saboreó lo último que quedaba de ese estofado en el plato—. Dios, amo tus comidas.
Leo intentó no sonreír, aunque tenía muchos deseos de hacerlo solo porque le gustaba cuando ella halagaba sus comidas.
—¿Y cuánto te falta para eso?
—No sé, tengo que bajar un kilo doscientos. Tal vez una o dos semanas, no sé. Ojalá baje a cincuenta —dijo y sorbió un trago de agua—. Sería muy feliz si pesara cincuenta kilos.
Él tomó el plato ya vacío de Nora para poder servirle más, sin embargo ella se puso de pie al instante para irse, porque ya lo había molestado lo suficiente.
—Por favor, Norita, comé un poco más —dijo con una mirada preocupada.
—Voy a ir a la plaza, cualquier cosa si andás por ahí capaz nos crucemos —sonrió para él.
Leo la abrazó antes de que saliera, la aferró con fuerza como si quisiera protegerla del mundo entero.
—No vayas a la plaza, andá al kiosco y comprá algo para tomar, lo que vos quieras, luego volvé conmigo —susurró de forma suave—. Volvé conmigo, Norita.
—Leo, tenés a tu pique bañándose, no la pongas en una situación incómoda —resopló Nora pero movió un poco su rostro en el pecho de él, porque le gustaba oír su corazón tranquilo.
—Ya se va, en serio, Norita. Tomá —Se separó de ella solo para poder tomar de su bolsillo la billetera, le dio un billete que colocó en su mano con suavidad—. Andá al kiosco y comprá algo para beber, lo que vos quieras, un jugo, una gaseosa, una cerveza. Lo que vos quieras, yo te voy a estar esperando y vas a comer otro plato más conmigo.
Nora dejó ir un suspiro, porque no quería volver y seguir incomodándolo, pero Leo le hizo una caricia en pómulo con su pulgar.
—Volvé conmigo —dijo de forma suave.
Ella terminó por asentir con una risita, y fue en dirección al kiosco, pero no al más cercano. Iría a otro que estaba mucho más alejado, para darles tiempo a lo que necesiten. Se sentía extraño haber llegado justo cuando él estaba con alguien, y no pensaba perder la oportunidad de hacer bromas al respecto.
Cuando llegó al kiosco compró una gaseosa y un vino, para tener dos opciones, o una sola mucho más divertida. Aprovechó también para encenderse un cigarrillo y comprar un paquete extra, solo por si las dudas.
El clima no estaba especialmente cálido alrededor, poco a poco comenzaba a refrescar por la llegada del otoño, pero como a Nora le gustaba el frío podía disfrutar de esa clima fresco. Las hojas de los árboles comenzaban a llenar las veredas, y ella se dio el gusto de saltar sobre las hojas con una risita.
Regresó hacia lo de Leo cuando sintió que ya había pasado suficiente tiempo, aunque incluso así caminó despacio. Cuando llegó a la esquina de su casa lo vio despedirse con un apasionado beso de esa hermosa mujer, la «Pocahontas», de largo cabello negro y piel aceitunada. La vio subirse a un remis y solo cuando vio el auto lejos es que reanudó su caminata. Leo tenía una sonrisa pícara en el rostro, cruzado de brazos en el marco de la puerta.
—Sí que te tiene loco, ¿eh? —dijo con una risita y le dio un empujoncito—. Ya veo que te enamorás y me voy a reír mucho, tanto «no me interesa el amor».
—Eso no va a pasar, si la situación se complica entonces será hora de decir adiós —se rió él y cerró la puerta una vez Nora entró—. ¿Vas a comer otro plato conmigo?
—Ya estoy llena.
Leo la miró de forma intensa con una sonrisa torcida.
—No te la creés ni vos, Norita. Sentate y te sirvo.
Nora se rió y se acomodó en la silla donde antes estaban las cosas de Vero. Puso la bolsa de compras sobre la mesa para poder sacar la gaseosa de naranja y el vino.
—¡Ooatatá añamembuy! —dijo Leo con entusiasmo al ver el vino—. Vino potente la Norita.
Leo acomodó los platos en la mesa y se sentó frente a ella para poder descorchar ese vino. Sirvió un poco en el vaso de Nora, no mucho porque ella quería ponerle gaseosa de naranja, y él se sirvió el vaso entero porque lo quería puro.
No pusieron la radio porque querían prestarse suma atención. Conversaron de música, de la madre de Nora, del conservatorio donde ya había comenzado sus clases y también de Guille, porque desde que Andrea se había mudado con él, Leo se sentía más solo con una casa vacía a un lado y un terreno baldío en el otro.
Cuando finalizaron de almorzar, Leo permitió que Nora lavara los platos, porque sabía que eso la hacía sentirse útil. Él tomó el bandoneón para tocar un poco, como siempre hacía al tomar vino.
—Ah, carajo —dijo Nora con un resoplido—. ¡Ya hasta empieza a gustarme!
Leo se rió, porque antes a Nora le molestaba el sonido del bandoneón, pero los últimos tiempos se sentaba frente a él para oírlo tocar. Él también había tenido cambios en su música, había empezado a oír punk por ella, y aunque al principio fue difícil terminaron por gustarle algunas canciones.
—Te voy a regalar una televisión, no puede ser que no pueda ver una película con vos como dos amigos normales —resopló ella.
—Puedo leerte un libro, si cerrás los ojos es como una película —dijo con una risita e hizo a un lado el bandoneón—. Me gusta leerle a las demás personas.
Nora se acercó al estante que tenía libros, muchos eran de ingeniería, pero había otros de ficción clásica y otras más modernas. Tomó uno de Adolfo Bioy Casares, «La invención de Morel». Le pareció curioso el título, así que con un gesto interesado se lo extendió.
Leo se acomodó en el piso con las largas piernas estiradas, sonrió cuando vio que Nora se sentó a su lado, pero acercando el vino hacia ellos. Tomó un trago y se dedicó a escucharlo narrar, era muy bueno y su voz tranquila ayudaba a compenetrarse en la historia. Nora sorbió otro trago de vino y se recostó en el suelo con su cabeza apoyada en el regazo de él. Leo solo sonrió al verla y pasó sus dedos por el cabello de ella, para hacerle caricias mientras leía.
—Para no interesarte el amor, tenés extraños libros sobre el amor —le dijo Nora con una sonrisa y se movió para poder verlo, aún recostada sobre su regazo.
—No es sobre el amor, tiene pero no es sobre eso —explicó Leo y bajó el libro para poder verla a los ojos grises—. Y sí me interesa el amor, solo no me interesa vivirlo, pué.
—¿No te sentís vacío a veces de tanto sexo sin sentimiento? —Como Leo alzó una ceja, Nora decidió explicarse—. A veces me siento vacía después, como si lo hubiese hecho y aún así no significara nada. Es extraño.
—Me pasaba mucho al principio, cuando comencé a ser así. Antes era un chico más que quería estar con todas sin responsabilidad, pero curiosamente era cuando peor me sentía —dijo, algo pensativo—. Supongo que dejar las cosas claras ayuda bastante. Aunque a veces no es lo mismo, por eso me gusta Vero, porque sé que no hay sentimientos de por medio y podemos divertirnos sin culpas.
—Puede ser, tal vez no soy tan clara con lo que quiero. Ni siquiera sé qué quiero.
—Querés un fachero gurí de piel bronceada y músculos marcados —se burló Leo.
Nora le dio un golpe.
—Callate, que poco más no flotabas cerca de esa chica, la seguiste con la mirada como si fuera el amor de tu vida.
—¿El amor de mi vida o buen sexo? —dijo con una sonrisa.
Nora se rió y volvió a darle un golpe, aún con su cabeza sobre el regazo de él. Leo continuaba rascándole el cuero cabelludo con cariño, mientras la miraba con esa sonrisa que era como el sol.
Se permitió cerrar los ojos con esas deliciosas sensaciones en su cabeza que le ayudaban a relajarse, mientras pensaba qué quería. Estaba estudiando, algo que siempre quiso hacer, pero aún no estaba segura de qué más. Se imaginó una casa con un bonito patio lleno de flores, con mucho pasto donde andar descalza, como Leo le había enseñado. Imaginó el aroma a pan recién horneado y un viento fresco que le acariciaba el rostro.
—Quiero mi propia casa —dijo luego de largos minutos de silencio—, con un jardincito lleno de flores y hornear pan. Eso es lo que quiero.
—Y lo vas a tener, Norita —dijo con cariño y dejó de rascarla solo porque quería tomar un trago de vino—. ¿Y yo qué quiero? Estar en la naturaleza, recorrer todo el país, cada punta desconocida, sentir todas las texturas, sabores y aromas.
Bajó la mirada para verla, Nora tenía sus brillantes ojos grises que irradiaban alegría fijos en él, con una sonrisa que marcaba sus hoyuelos. Dejó entonces el vaso de vino a un costado y le pellizcó la nariz con cariño.
—Vero creyó que eras mi novia, me dijo que no sale con infieles —dijo con una risita—. Tuve que explicarle que somos amigos y que venís a comer conmigo a veces.
—Uy, no, voy a tener que dejar de venir, o voy a espantar a tu mejor pique.
—Mi mejor pique —repitió Leo en voz baja—. ¿Tuviste un pique que fuera el mejor?
—Sí, con mujeres, por supuesto. Los hombres saben de complacer lo que yo sé del mundo Barbie —dijo Nora con una risita.
—Mis piques no opinan lo mismo —se rió Leo.
—¿Qué pasó con eso de que eras un caballero? —se burló Nora y le picó el abdomen con el dedo.
—Lo soy, pero ya hay confianza, si sos igual de cochina que yo, pué. Qué me voy a andar haciendo el fino con vos.
—Yo soy toda una dama.
Leo comenzó a reírse a carcajadas y Nora entonces le dio un par de golpes, también tentada por la risa. Tuvieron que quedarse quietos por un momento y respirar hondo, pero volvían a reírse no bien se miraban.
—¿Te llegó la invitación de Guille a cenar? —preguntó Nora con una sonrisa, intentando respirar bien.
—Sí, el viernes ¿no? Dijo que van a hacer empanadas.
—Amo las empanadas de Guille, unas empanadas bien santiagueñas.
—Eso es porque no probaste las auténticas empanadas correntinas —dijo Leo con una sonrisa de costado—. Un día te voy a llevar a pescar por mis pagos, pué, vas a ver lo que son empanadas de verdad.
Nora se levantó y estiró sus brazos con pereza, para después salir al patio a ver a Raquelita, que ya no era tan pequeña y ya tenía flores. La observó con cariño, porque era su pequeña bebé. Faltaban un par de semanas para poder cosechar, ya estaba ansiosa por probarla después de los muchos cuidados que le dieron.
~ • ~
Mientras que Andrea descansaba en el sillón, porque el embarazo la agotaba bastante y tenía muchas dolencias, Guille se pasó la tarde cocinando con entusiasmo, con música que sonaba en su reproductor que le había regalado Ana. Ya tenía listos dos rellenos para las empanadas, carne cortada a cuchillo, al estilo santiagueño, y pollo desmechado. Bebió un vaso de vino mientras cantaba su canción favorita por lo bajo.
Colocó cada empanada que preparaba en una bandeja al horno. Había vino, cerveza y gaseosa para Andrea de su sabor favorito. Y mientras que el horno hacía su trabajo de cocción, fue hacia la habitación de la bebé para verla. Lo hacía todos los días, iba y miraba a su alrededor un rato. Buscaba qué más hacer allí, había pintado la pared faltante de rosa claro, colgó unos banderines rosados, grises y amarillo suave sobre la cuna funcional blanca. Quería mandar a hacer en madera el nombre de la bebé cuando lo decidieran, para colocarlo allí como decoración.
Se oyó el timbre de la casa, y el pedido de Andrea de que fuera él porque le dolían las piernas. Guille entonces dio un pequeño trote hasta la puerta y vio, antes de todo, la sonrisa alegre en el rostro de Nora, a quien saludó con un beso en la mejilla. Luego miró a Leo y los hizo pasar, lo saludó también con un beso en la mejilla y acepto el vino que su amigo le ofrecía.
—¿Vinieron juntos? —preguntó Guille con una sonrisa, pero con una fuerte molestia que intentaba controlar.
—No, nos cruzamos en la puerta —explicó Leo y le dio una palmadita para poder acercarse a Andrea en el sillón—. ¡Andy! Qué hermosa estás, cada día más radiante.
La abrazó desde atrás del sillón para darle un cariñoso beso en la mejilla.
—Cada día más embarazada —dijo ella con una risita y lo tomó del rostro para darle un beso cariñoso—. Te extraño, Leito, se extraña tu bandoneón.
—También te extraño, Andy preciosa.
—Solo no extraño a tus chicas gritonas —bromeó y comenzó a ponerse de pie con ayuda de él.
Fueron hacia la cocina, donde Guille sirvió vino para Nora y Leo en unos vasos bonitos, y al ver llegar a Andrea le dedicó una sonrisa al servirle gaseosa.
Guille los invitó a sentarse con un ademán educado, aún faltaba para que la primera tanda de empanadas estuviera lista, por eso puso en la mesa unos platos con snacks.
Leo le hacía muchas preguntas a Andrea sobre su salud, si estaba bien, cómo se sentía, si necesitaba algo. La sujetó de las manos con cariño al ofrecerle el auto si llegaban a necesitarlo, ya que Guille aún no tenía.
—Siempre tan lindo vos —dijo Andrea con una risita y miró hacia Guille, que los miraba con alegría.
Sabía que Guille no era muy celoso con ella, que aceptaba que tuviera amigos y fueran cariñosos, y que las únicas veces que lo había visto celoso fue porque alguien había hecho un comentario sobre su cuerpo. No estaba segura de si eran celos porque la quería, o solo la molestia porque le faltaban el respeto.
Un rato después, mientras oían música y conversaban de diversos temas, aunque el principal era el bebé, Guille sacó del horno las bandejas para poder servir las empanadas. También puso ensalada por si alguien quería acompañar la comida.
Leo se ofreció muchas veces a ayudarle, sin embargo Guille hacía que se mantuviera quieto y solo disfrutara de las atenciones. Sorbió un trago de vino prestando atención a lo que Andrea le estaba contando, y tomó una empanada de la bandeja en el centro para darle un mordisco sin dejar de mirarla.
Sintió algo extraño, una textura distinta y un sabor muy desagradable. Miró la empanada y se dio cuenta de que no era de carne cortada a cuchillo, sino de pollo. Dejó la empanada en la mesa al instante y se cubrió la boca cuando se puso rápidamente de pie.
—¿Leo, estás bien? —preguntó Guille.
Él, sin embargo, corrió hacia el baño enseguida porque resistir las náuseas era imposible.
Nora, que estaba ubicada junto a él, tomó la empanada que había dejado y la miró, no parecía tener nada raro y todos allí quedaron preocupados por él. «Una vez maté un pollo» recordó que le había dicho en algún momento, «me da asco solo verlo».
Se puso de pie y corrió al baño tras Leo. Golpeó la puerta pero no estaba cerrada, por lo que al primer golpe se abrió y pudo verlo allí de rodillas frente al inodoro.
—Leo... —dijo con pena al verlo.
—Estoy bien...
Volvió a vomitar, y Nora se acercó a él para agacharse a su lado y sujetarle el largo cabello ondeado, así evitaba que se ensucie. Se quedó con él hasta que comenzó a sentirse mejor, pero Leo se sujetó la cabeza, aún algo mareado cuando tocó el botón.
—El sueño de mi vida —dijo con voz débil—. Que una chica linda me ayude a vomitar.
—Menos mal que solo soy Norita —dijo ella con una sonrisa cariñosa al sobarle la espalda.
Leo se quedó apoyado ahí unos instantes hasta que se animó a ponerse de pie para enjuagarse la boca. Tomó prestado un poco de pasta dental de Guille para poder hacerlo bien, y solo cuando se sintió en verdad mejor y más tranquilo fue que giró a ver a Nora, algo avergonzado.
—Es solo... No me hace bien —dijo Leo en un balbuceo—. Perdón, Norita.
—Está bien, Leo, para eso son los amigos —dijo ella con una sonrisa y extendió su mano hacia él.
La tomó con cariño y apretó sus dedos en los de ella, y entonces se animó a curvar sus labios en una sonrisa solo de verla. Salieron juntos de allí para poder ir a la mesa, donde Guille y Andrea hablaban entre sí algo preocupados.
—¡Leo! —chilló Guille al verlo llegar tomado de la mano de Nora—. ¿Estás bien? ¿Pasó algo?
—Estoy bien, gurisito, solo tengo un pequeño problema con el pollo, es algo mío, no es tu culpa —explicó con una sonrisa—. Voy a esperar un rato hasta que mi estómago se acomode.
Guille se puso de pie para poder servirle agua en un vaso y se lo extendió, aún muy preocupado por él.
Trataron de aligerar un poco el ambiente entre Leo y Nora, para tranquilizar a la feliz pareja frente a ellos, especialmente a Andrea que no debía tener muchos disgustos durante el embarazo. Nora no comió sino hasta una hora después, cuando Leo ya se sintió cómodo de hacerlo, porque no quería dejarlo comer solo.
—Queríamos contarles algo —dijo Guille con una sonrisa—. A los dos.
—Diga nomá, pué —dijo Leo y sorbió un trago de agua fría.
Guille y Andrea se miraron entre sí con una sonrisa y luego a los dos amigos frente a ellos.
—Es una nena.
Tanto Leo como Nora sonrieron con alegría y felicitaron a ambos, y mientras que Leo abrazó a Andrea, Nora lo hizo con Guille.
—Felicidades, Gui —le dijo y depositó un beso en su mejilla.
—No solo eso, queríamos preguntarles algo —agregó Andrea.
Volvieron a sentarse mucho más entusiasmados y alegres que antes, y nuevamente Guille y Andrea se miraron con una sonrisa antes de decir.
—Nos gustaría que fueran los padrinos —dijeron al mismo tiempo—. ¿Aceptan?
Leo abrió los ojos con sorpresa, porque esperaba cualquier cosa menos eso, pero se puso de pie nuevamente para abrazar a ambos.
—¿Cómo no voy a aceptar semejante honor? —dijo y besó ambas mejillas de Andrea, luego a Guille—. Muchas gracias por pensar en mí.
—¿Nori?
Ella estaba consternada, con los ojos abiertos de par en par y su respiración que comenzaba a acelerarse. Miró a Leo feliz con la idea de ser padrino, a Andrea que lo abrazaba, y a Guille que la miraba esperando una respuesta. Tuvo fuertes deseos de llorar, pero dirigió su mirada nuevamente hacia Leo casi con desesperación.
Él se acercó a ella al instante para poder sentarse a su lado, y tomó disimuladamente su mano bajo la mesa. Entrelazaron los dedos en un fuerte agarre que brindaba seguridad, y Nora trató de no pensar en ese momento en nada más que en la sensación de la piel cálida de Leo, de sus manos suaves y el confort que le daba.
—Si no querés no pasa nada, Nori, sé que no sos muy creyente —dijo Guille con una sonrisa triste—. Cada uno eligió un padrino, Andy eligió a Leo y yo te elegí a vos, pero no estás obligada a aceptar.
Nora respiró hondo y Leo rozó los dedos entrelazados para ayudarle a tomar confianza.
—Sí, Guille, ¿ser la madrina de una bebita? Me encantaría —dijo con una sonrisa—. No me lo esperaba, sigo sorprendida.
Soltó la mano de Leo solo para poder acercarse a su amigo y abrazarlo con fuerza. Sentía ese hueco en su pecho cada vez más grande, y se preguntó si acaso aún era tan pequeño que Guille no conseguía verlo.
Luego, cuando Andrea comenzó a sentirse cansada, Leo y Nora se despidieron de ambos y nuevamente los abrazaron.
La noche estaba fría, era la una de la mañana y Nora arrastraba los pies, como si caminar en ese momento fuera el mayor esfuerzo en su vida. Leo la tomó de la mano y con su pulgar le acarició suavemente el dorso.
—¿Qué respuesta dí? —preguntó ella en un susurro—. ¿Acepté ser la madrina?
Leo la miró con pena, pero no soltó su mano.
—Lo hiciste —dijo y vio cómo las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas—. Podés rechazarlo, Norita, aún estás a tiempo. No te obligues a hacer algo que te lastima.
—¿En verdad me pidió, después de que estuvimos juntos en Santiago, que sea la madrina de un hijo de otra mujer? —dijo con mucho dolor y comenzó a llorar con más fuerza.
—Norita, él te quiere, por eso te lo pidió. Porque sos su mejor amiga, su gran sostén. Porque te adora.
—¿No se ve el hueco en mi pecho? —gimoteó—. ¿No se ve ahí mi corazón destrozado cada día más? ¿Nadie lo ve?
—Yo lo veo —dijo con cariño y apretó la mano—. Yo sí lo veo.
Nora se lanzó a su pecho para poder abrazarlo, para oír ese tranquilo corazón que siempre le ayudaba a estar mejor. Sintió el peso de Leo al abrazarla, la aferraba con seguridad, con esa necesidad de protegerla.
—Vení conmigo, Norita —dijo con voz suave—. Quedate conmigo esta noche.
La guió despacio por la siguiente cuadra hasta llegar al departamento, y luego de abrir la puerta y cerrarla con el pie, la hizo sentarse en una silla. Sirvió agua en un vaso para ella y se lo extendió poniéndose de cuclillas frente a ella, con una mano posada en el regazo de Nora.
—Está bien, estás en shock aún —dijo con voz suave—. ¿Qué necesitás que haga?
—Pasto —fue lo único que ella dijo.
Leo entonces la tomó de la mano nuevamente y la guió hacia la vereda, porque él no tenía pasto en su patio, era de cemento. La ayudó a sentarse sobre el pasto con la espalda apoyada en el auto, y ambos comenzaron a sacarse el calzado y las medias para apoyar sus pies en el frío pasto.
Él le había dicho una vez que la llevó a un lugar lleno de árboles que le hacía bien poner los pies descalzos sobre el césped, y sentir la naturaleza con las manos y cuerpo entero. Desde ese momento en adelante, cuando Nora estaba demasiado triste, enojada o preocupada se descalzaba lentamente y ponía sus pies desnudos en la tierra y el verde.
Le gustaba esa fría sensación en la planta de sus pies, la leve y cosquilluda picazón que le producían las hierbas crecidas. Funcionaba mucho mejor para ella si había un árbol, pero Leo no tenía árboles en la vereda.
Para ayudarle más a regular sus emociones, la tomó de la mano con cuidado y pasó con suavidad su dedo índice por la palma, para que su cuerpo se concentrara en esa nueva sensación. Luego rozó todos sus dedos en la palma hasta tomarla, y fue Nora quien entrelazó los dedos con él.
—Soy una pendeja tonta, ¿no? —dijo ella algo más tranquila—. Caprichosa, mala, y una pésima amiga. Cualquiera se alegraría, y estoy feliz porque es una nena, porque él está feliz, porque me eligió a mí, pero me duele mucho, mucho me duele, Leo.
—Lo sé, Norita —dijo con suavidad y acarició el dorso de su mano con el pulgar.
Ella dejó caer su cabeza en el hombro de él, quien le dio un beso en la coronilla de la cabeza con cariño.
—¿Cómo sabés todo esto? ¿Cómo sabés lo que necesito? —preguntó casi en un susurro—. Guille me decía «no llores», o «no te enojes así», mi ex novia me decía «¡pegale, gritá, yo te ayudo!» y terminaba más enojada. Y vos solo estás ahí en silencio, me agarrás la mano y de alguna manera me tranquilizo, ¿cómo puede ser? No tiene sentido.
—Sé que estás cansada de que lo repita una y otra vez, Norita, pero es que tenés derecho a estar enojada, a estar triste, a llorar y gritar —dijo con suavidad—. Son emociones que sentís, no tenés que esconderlas, no importa si incomodan a otros. Luego sino es peor, vas a acumular y acumular hasta que, por algún lado, vas a terminar explotando.
Nora alzó la vista para poder verlo, Leo la miraba fijo y con cariño, y continuó hablando con esa voz suave que le acariciaba el alma.
—A veces se explota en llanto, a veces con ira y violencia queriendo romper cosas o pegarle a alguien.
—Yo voy por la ira... —dijo con vergüenza.
—¿Y cómo no vas a ir por la ira, cómo no vas a querer pegarle al primero que te mire mal? —dijo Leo y exhaló con fuerza—. ¿Cómo, Norita? Si es todo lo que te han enseñado.
—Vos me estás enseñando también.
Leo sonrió y le dio un beso en la frente.
—A mí también me lo enseñaron —dijo con una sonrisa—. Porque yo jugaba al fútbol, corría, bailaba, estaba de acá pa'llá todo el tiempo, lleno de cientos de actividades diarias sin parar. Llegaba a casa y barría, limpiaba, cocinaba, cortaba el pasto. No paraba, porque si paraba entonces empezaba a temblar.
Nora lo miró con pena, pero también con comprensión.
—¿Qué te tenía así? Si querés contarme.
Leo dio un largo suspiro y alzó la mirada para ver el cielo nocturno, las estrellas y la bella luna allí.
—Soy correntino, Norita, nací en un pequeño pueblo en el campo y vine a Buenos Aires cuando tenía trece años —suspiró nuevamente—. Extrañaba mi casa, mis amigos, a mi abuela, y acá se reían de mí por mi forma de hablar, me decían que volviera a Paraguay, me molestaban todo el tiempo. Y no quería llorar, porque no quería preocupar a mis papás o mis hermanas.
Nora quiso decirle que a Guille también lo molestaban mucho por su acento, y ella siempre había tenido que defenderlo, pero no quiso interrumpirlo. Él nunca lo hacía con ella.
Leo se mantuvo en silencio por unos instantes y bajó la mirada para verla allí, con sus ojos grises atentos a él.
—Empecé a tener temblores de los nervios, pero aún así no paré —dijo, luego bajó más la mirada—. Hasta que un día en verdad exploté.
—¿Querés contarme? —preguntó con voz suave.
—Por lo general no lo cuento porque nadie lo entiende —dijo y apretó la mano de Nora—. Pero sé que vos sí vas a entender.
Ella asintió con una sonrisa dulce, para que continuara con su relato.
—Moni y yo nos llevamos dos años y medio de diferencia, a diferencia de Virgi y May. Con Moni íbamos a todos lados juntos, a fiestas, al parque, a museos —dijo y se detuvo por un momento con los labios apretados—. Había un chico que perseguía a Moni, ella lo rechazó muchas veces, y una vez lo cruzamos en un boliche cuando salimos a bailar. Quiso forzarla, Norita, no solo con un beso, le rompió la ropa.
Nora apretó la mandíbula con fuerza.
—Lo vi y lo saqué a golpes del lugar, le pegué tantas veces en el rostro, tantas veces, que me quedaron los puños con sangre y me arrestaron porque no paraba de pegarle, estaba completamente enceguecido —Tragó saliva por el amargo recuerdo—. Le arruiné la cara para siempre, no lo maté no sé por qué, porque Dios tuvo misericordia de mí, pero le arruiné la cara para siempre. No recuerdo cuántos puntos le dieron.
—Está bien, Leo, lo entiendo —dijo ella con suavidad.
Él la miró con los ojos tristes y cristalizados en lágrimas, parpadeó varias veces para no llorar.
—Cuando me di cuenta, cuando vi lo que había hecho y vi mis manos... —se mordió los labios y volvió a parpadear—. Lloré ahí todo lo que no lloré en todos esos años, y juré que nunca más en la vida iba a volver a pegarle a alguien, nunca más.
Nora se acomodó en el pasto de rodillas para poder abrazarlo, lo acercó hacia sí y lo aferró con fuerza, apretando sus dedos en la espalda de él con una mano y en su cabello con la otra.
—Podés hablar conmigo, Leo, yo te escucho —dijo en un susurro—. Estoy acá.
—Lo sé —susurró y la abrazó más, hundiendo su nariz en el hombro de Nora.
Se mantuvieron abrazados por unos minutos, para luego acomodar los pies nuevamente sobre el pasto.
—Tuve que ir a terapia, Moni también —dijo Leo con un suspiro y movió los dedos del pie para sentir mejor el pasto—. Me ayudó mucho, aprendí a regular mis emociones, a aceptarlas.
Se quedaron en silencio por unos minutos más, hasta que Leo se puso de pie con un suspiro y la ayudó a levantarse. Tomaron en sus manos las medias y zapatillas para poder entrar al departamento, pero aunque Nora se sentó a la mesa para poder beber un poco de agua, Leo fue directo a la habitación.
Solo unos minutos después Nora fue con él, y como tenía ropa cómoda puesta no necesitaba cambiarse. Leo estaba de costado con los ojos fijos en ella, levantó la sábana y la frazada para que Nora pudiera recostarse junto a él, luego la tapó con una sonrisa.
Ella corrió un mechón de cabello del rostro de Leo, para poder verlo bien. Y por alguna razón que no podían explicar, no eran capaces de correr la mirada. Se miraban fijo a los ojos y analizaban cada detalle en el rostro del otro. Él se concentró en ver sus pecas, ella en ver la barba corta y prolija. Se animó incluso a llevar su mano hacia sus mejillas para ver cómo se sentía al tacto.
Leo tenía los ojos marrones, pero no eran como los de Guille. Tenían pequeñas pintas doradas que a veces parecían brillar ante la luz. Nora sonrió ante eso y lo besó, pero se sorprendió cuando él abrió la boca para responder el beso. La tomó del rostro, saboreando su lengua y calidez, pero cuando Leo aferró sus dedos a la delgada espalda de ella, y Nora acarició su pecho, él se alejó.
—No quiero que me uses ni quiero usarte, solo porque estamos vulnerables por la tristeza —dijo, algo asustado.
—Perdón —dijo Nora.
—Está bien —susurró y la miró a los ojos—. Estamos vulnerables y es un momento de emociones confusas, está bien. Puede pasar.
Nora se recostó boca arriba, algo pensativa. Leo era atractivo, pero sabía que no le gustaba, a ella le gustaba Guille, estaba loca de amor por él. Y sabía, también, que a él le gustaba Vero mucho más que las otras chicas, porque a ella la seguía con la mirada. Entonces comenzó a reírse.
—Es verdad, qué confuso todo. Debo estar ovulando.
Leo sonrió y comenzó a reírse también.
—Te quiero, Norita —dijo y la acercó hacia sí para abrazarla.
—También te quiero —dijo y lo abrazó—. Me salvaste de estar con un hippie roñoso por despecho.
Leo apretó los labios intentando retener la carcajada, pero no pudo. Le dio un beso en la frente con cariño, y se mantuvieron así abrazados hasta quedarse dormidos.
Dejo acá una cosita que hice de Leo y Nora <3
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