Capítulo N° 13
| ADVERTENCIA DE CONTENIDO |
Este capítulo contiene escenas de violencia intrafamiliar, humillación y gordofobia. Se dará especial atención al peso, medidas corporales y a los trastornos alimenticios.
Leer con precaución.
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Se había despertado por los gritos y quejas de su madre. Nora se cubrió la cabeza con la almohada, mascullando cientos de insultos. Solo quitó la almohada cuando su madre dejó de quejarse, entonces dio un largo suspiro agotado. Estaba segura de haber dormido bien, había cenado y se había acostado temprano, sin embargo seguía muy cansada y sin energía alguna.
Poco a poco fue estirando sus músculos para tomar fuerza y coraje de levantarse. Se quitó el pijama, que consistía de una remera de Iggy Pop y un short azul, para poder comenzar a vestirse. Era día de tomar medidas y pesarse, así que se puso ropa sencilla y ligera, una falda negra y una musculosa con la cara de Johnny Rotten.
Primero fue a higienizarse al baño, porque sabía que si iba directo al comedor su madre la pesaría sin más, y con un largo suspiro fue hacia donde se oía la voz de su madre junto con el sonido de la radio.
—Arriba —dijo al señalar la báscula.
Nora resopló y se subió encima, con el miedo de que esa flecha indicara un número más alto que dos semanas atrás. Apretó los labios mientras veía la flecha moverse y sintió su corazón latir muy rápido.
—Cincuenta y nueve kilos y cuatrocientos gramos —dijo Raquel con el ceño fruncido y colocó las manos en su cadera—. Aumentaste cuatrocientos gramos, Nora.
—Pero no es un kilo, puedo bajarlo rápido si salgo a correr —dijo Nora muy rápido—. Debe ser por la tortilla de Santiago, era lo que había allá, mamá, te lo juro.
—¡Hubiese sido mejor que no te metieras toda esa grasa, pero como pensar no te sale...!
—Tenía hambre...
—Hubieses comido un cuarto de tomate o un trozo de manzana, pero te gusta meterte todas esas porquerías y engordar hasta dar asco —gruñó Raquel y tomó el centímetro—. Ya sabés qué hacer.
Nora bajó de la báscula y se paró firme con sus brazos abiertos, para permitir que su madre le tomara las medidas de pecho, cintura y cadera.
—¿Es necesario? Ya me pesé —se quejó ella con un resoplido.
—Noventa y cinco, sesenta y cuatro, noventa y ocho —dijo Raquel y quitó el centímetro para acomodarlo en la mesa—. Es increíble que sigas aumentando el busto y el culo grasoso.
—Voy a salir a correr.
—Eso espero —escupió Raquel—. Lo que me faltaba, tener que alimentar al cerdo.
Nora apretó los labios y respiró despacio, sus manos temblaban siempre que era pesada. A veces pensaba que su madre estaba loca, que su peso era el correcto para su altura y contextura física, y a veces creía que era cierto, que solo era una bola de grasa como tantas veces se lo había dicho a gritos.
Decidió no desayunar más que mate, así que puso la pava al fuego mientras iba preparando todo lo necesario.
—¿Nacho llamó? —le preguntó a su madre que iba y venía por la cocina.
—No viene hoy, está ayudando a esa trola con la mudanza —dijo con un chasquido de lengua.
—Pero es la novia de Nacho, él la eligió para ser su compañera de vida —se quejó Nora con molestia, porque no soportaba que dijera algo respecto a la felicidad de su hermano.
—¡Es solo una trepadora más!
Colocó el agua caliente en el termo y se sentó frente a su madre a desayunar. La veía prepararse una rodaja de pan con mermelada light, mientras sentía su propio estómago gruñir. Su madre jamás comía más de una rodaja, e incluso sus porciones de almuerzo y cena eran pequeños. Pero a diferencia de su madre, tan delgada, todo lo que Nora comía iba a sus caderas o senos. No tenía la suerte de Raquel de ser esbelta y con pocas curvas.
Su madre se lamió los dedos con mermelada y cerró el pote, porque comer dos porciones ya era una abominación. Y al verla lamerse los dedos más le gruñía el estómago a Nora, que se concentró en tomar mate sola.
—¿Papá envió la plata? —se animó a preguntar.
—Sí, una basura como siempre, pero qué se puede esperar de ese hijo de puta.
Raquel tomó su cartera que estaba colgada en la silla y de adentro tomó su billetera, sacó unos billetes que contó entre sus dedos, pero a Nora le dio un par de billetes de menor categoría y monedas.
—Eso es para vos.
—¿Y el resto? —dijo Nora con sorpresa al ver más dinero.
—Es para la comida, pendeja desagradecida de mierda —gruñó Raquel.
«Si no me das de comer, hija de puta» quiso decir Nora pero las palabras solo se quedaron en sus pensamientos.
—¿Qué vamos a almorzar? —preguntó con una sonrisa falsa y apretó los labios.
—Ensalada.
—¿Solo ensalada?
—Si tenés hambre te comés un cuarto de manzana.
Nora chasqueó la lengua con molestia y se puso de pie luego de golpear la mesa con la palma con odio, e irse para buscar sus cigarrillos.
—¡¿Qué es esa actitud, Nora?! —gritó y ella le dirigió una mirada furiosa—. ¡A mí me mirás bien! ¡A gruñirle al hijo de puta de tu padre al que le importás una mierda!
—No dije nada —se quejó con más molestia.
—¡¿Y por qué habrías de importarle?! No servís para nada, no sabés hacer una mierda, lo único que sabés es comer como un cerdo asqueroso y engordar cada día, ¿así quién mierda te va a querer? —Raquel se puso de pie y le dio una bofetada que casi la hizo caer—. ¡Inútil de mierda, a ver cuándo hacés algo útil por la vida!
—¡Sé cocinar, lavo mi propia ropa, tengo buenas notas, qué más querés de mí! —gritó Nora con lágrimas en los ojos, con su mano sobre la mejilla golpeada—. ¡Hago deporte y apenas como!
—¡Que dejes de arruinarme la vida! Andate por ahí o te voy a dar de en serio, Nora —dijo y levantó su mano.
Nora sabía que si continuaba su madre tomaría el cinturón, por lo que le dio la espalda, pero esa acción la hizo molestar más. Raquel tomó el cinturón colgado en un estante y le dio un fuerte azote que la hizo gritar. La piel le escocía y la hebilla le dio justo en el rostro.
No supo cuánto estuvo ahí en el suelo soportando los golpes, siempre se perdía en sus propios pensamientos, en la idea de no haber nacido, o lo que habría pasado si su padre se la hubiera llevado con él. Todo el abanico de posibilidades cruzaba sus pensamientos ante cada golpe y cada azote, lleno de insultos y degradaciones de toda clase.
Cuando a Raquel se le cansó el brazo, Nora pudo ponerse de pie y fue directo a la habitación a buscar su libreta. La tomó del escritorio y ahí pudo ver una carta de Guille para ella, la letra desprolija de su mejor amigo se veía ahí. Pensó abrirla, leerla en ese mismo instante, pero prefirió guardarla en la mochila para después. Tomó un abrigo, pues el clima nuevamente estaba cambiando a frío, y con su cuerpo adolorido salió de la casa.
Le temblaban las piernas y las manos, un poco por miedo y otro poco por el dolor de los golpes. Miró la casa de Guille ahí enfrente, pero aún no estaba lista para verlo, seguía triste y enfadada, y no tenía deseos de que él sintiera lástima por verla así.
Tenía dinero gracias a su padre, así que se lavó la cara en la canilla del jardín para quitarse la sangre, y luego fue a comprar. Eran las diez de la mañana y debía comprar algo para comer al mediodía, porque volver a la casa equivalía a morir.
A veces Nora pensaba en morir, en lo bueno que sería que sin darse cuenta un auto la chocara y tuviera una muerte instantánea. Sin darse cuenta, como dormir. Otras veces pensaba en la vida, en casarse algún día y tener hijos luego de cumplir sus sueños en la música. Ella quería tener hijos en el futuro, a veces pensaba en uno solo, a veces en dos y otras en tener tres. Niño o niña, no le importaba, solo quería darle a un pequeño todo el amor que ella jamás recibió de nadie.
Se puso lentes de sol porque los vecinos del barrio la miraban y susurraban por lo bajo. Todos sabían el infierno que vivía en esa casa, pero nadie hacía nada, porque tal y como decía su madre: a nadie le importaba.
Se dio el gusto de comprar pan lactal, podía guardarlo en su ropero y que rindiera un par de días, también un pote de dulce de leche y un jugo. Luego se alejó con su bolsa de compras y en la verdulería eligió dos bananas. Pensaba guardar el pan y el dulce de leche para la semana, y comer una banana en ese momento y la otra cerca del almuerzo, si es que tenía hambre.
No sabía en realidad a dónde ir, podría llamar a Clap e ir a verla, pero sabía que en el caso de ella los domingos eran día de familia. Era un día donde almorzaba con su madre y hermanitos, y a veces salían a pasear juntos.
Vio a lo lejos a Leo en la puerta de su departamento, sostenía del rostro a una mujer de largo cabello negro mientras la besaba.
—Qué mal gusto —dijo con una risita.
No quería molestarlo justo a él, así que caminó más despacio. Lo vio bajar con sus manos por la cintura de la mujer hasta apretar su trasero, y ella con una risita se alejó para subirse en un auto. De lejos se veía bonita, para Nora se asemejaba a Pocahontas con su largo cabello negro y su piel tostada.
Cruzó la calle para ir por la vereda de enfrente, no quería que él la viera, así que fue rogando en su mente que se metiera dentro de la casa de una vez, en vez de quedarse apoyado en el marco de la puerta con una tonta sonrisa en el rostro. Sin embargo, el pelo azul de Nora era brillante y resaltaba con el sol, por lo que Leo enseguida dirigió su mirada hacia ella.
—¡Norita, buen día! —le dijo con una sonrisa alegre y la mano extendida en el aire.
—La re puta que me parió —masculló Nora y levantó una mano para saludarlo mientras continuaba caminando.
Leo pareció notar algo extraño en ella, quizá porque llevaba su mochila a la espalda, o quizá por esas largas marcas rojas en sus brazos y piernas. Cruzó de un rápido trote la calle para llegar hasta ella y apoyó con delicadeza su mano en el hombro de Nora.
—Norita... —dijo con voz suave—. ¿Qué pasó?
Nora apretó los labios sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas, era realmente difícil resistir el fuerte impulso de llorar, en especial ante esa voz tan suave y cálida como el mismo sol.
—Solo estoy haciendo compras —dijo con la voz cargada de angustia, aún cuando intentó disimularlo.
—Vení, Norita, vamos a tomar unos mates, ¿sí?
Llevó la mano hacia la espalda de ella y con suavidad la invitó a cruzar la calle para poder entrar en el departamento. Tenía el mate en la mesa junto a la pava y unas galletas de agua, y al lado había un plato con dulce de membrillo y queso.
Nora se acomodó en una silla a la mesa mientras que Leo levantaba algunos objetos para desocupar el espacio. Al instante también fue a la habitación, de donde sacó las sábanas para dejarlas en el lavarropas.
—Te amargué el día, ¿no? —dijo Nora al verlo entrar nuevamente—. Estabas feliz antes...
Leo se acomodó junto a ella y con la punta de sus dedos rozó la mejilla de Nora, tenía un golpe rojo e inflamado con un pequeño corte, gracias a la hebilla del cinturón.
—No, Norita, no me amargaste el día —dijo con voz suave—. ¿Fue tu mamá?
Ella asintió y se quitó los lentes de sol para guardarlos en la mochila, junto con sus compras. Tenía los párpados inflamados por llorar, por lo que no miró fijo a Leo, se miró las uñas pintadas de negro y las pulseras plateadas en las muñecas.
Él se puso de pie para buscar hielo en el congelador, lo envolvió en un trapo para poder colocarlo en esa mejilla que comenzaba a inflamarse.
—Podés denunciarla, ¿sabías? —dijo con el rostro serio al sostener el hielo en su rostro.
—No me importa.
La miró, aunque ella estaba concentrada en ver sus uñas negras. Leo no estaba seguro de si ella se daba cuenta que esa vida no era normal, porque aunque la veía triste tampoco se notaba alterada o afectada.
—¿Dónde más te duele? —le preguntó con un tono de voz cariñoso.
Nora se levantó la musculosa negra para mostrarle su abdomen, cintura y espalda. Había largas y anchas marcas rojas por todas partes, y por un momento Leo perdió todo el oxígeno en sus pulmones y sintió que su corazón se detenía, incluso una bola de angustia que se atoraba en su garganta.
Lo primero que hizo, dejando el hielo sobre la mesa, fue abrazarla. No dijo nada ni avisó que lo haría, solo la abrazó al sujetarla de la cabeza como si quisiera protegerla por siempre. Presionó la mandíbula con fuerza, sin saber bien qué decir o qué hacer.
—Estoy bien, Leo. Estoy acostumbrada —murmuró Nora.
El cabello ondeado y húmedo de Leo rozaba su nariz, con un delicioso aroma a frescura.
—No deberías estar acostumbrada, Norita —susurró sin dejar de abrazarla.
Ella se alejó un poco solo para extender su mano hacia la pava en la mesa y el mate, pero Leo se levantó casi de un salto para tomarla, diciendo que estaba fría. La puso a calentar en el fuego con una energía que Nora nunca había visto en él.
—Perdón, te alteré, ¿verdad? —dijo ella con tristeza.
Leo apoyó sus manos en los bordes de la cocina con la mandíbula y los ojos apretados, dándole la espalda. Su corazón latía muy rápido por la furia que estaba sintiendo, y también por la impotencia.
—¿Se puede odiar a una persona que ni siquiera se conoce? —dijo Leo y apretó más sus dedos al borde de la cocina.
—Dijiste que no te gusta sentir odio.
—No me gusta, pero es lo que siento en este momento.
Nora se puso de pie y tomó su mochila, pues no quería molestarlo. Lo que menos quería justamente era ser una molestia para él, y por eso había intentado esquivarlo.
—Por favor, Norita —Leo dirigió su mirada hacia ella con una sonrisa triste—, quedate a tomar unos mates conmigo.
—No me gusta el mate amargo.
—Compré azúcar solo por vos —dijo con una sonrisa y tomó de la alacena un frasco para mostrarle.
Nora abrió los ojos con sorpresa.
—¿Compraste... algo que no te gusta solo por mí?
—Quedate conmigo, Norita —dijo, pero aunque estaba sonriendo su mirada era triste.
Ella solo pudo mirarlo fijo y asintió lentamente, sin decir ni una sola palabra. Volvió a acomodarse en el asiento, donde colgó la mochila. Lo vio preparar todo lo del mate nuevamente, colocar yerba en el mate y sacudirlo un poco para eliminar el polvillo. Leo parecía concentrado en eso, pero con una mirada perdida y gestos serios y cargados de preocupación.
—¿Puedo intentar bajar la inflamación? —dijo Leo en voz baja.
—Perdón —dijo Nora con angustia en la voz—, en verdad no quiero arruinarte el día.
Leo apagó el fuego y se acercó a ella, sentándose a su lado. Volvió a tomar el hielo envuelto en un trapo y lo posó suavemente en su mejilla herida.
—No me arruinás el día, Norita —dijo con esa voz cálida que lo caracterizaba—. Me arruinaría el día que te fueras y no saber si estás bien.
Nora se mantuvo en silencio por un momento, con la mirada baja. Sabía que Leo venía de una familia amorosa, él mismo lo había dicho, así que para él debía ser más difícil de ver o entender que la familia de ella era muy distinta a la suya.
—¿Te intimida ver a una chica en corpiño? —preguntó ella con una sonrisa pícara.
Él alzó la vista para verla, ella estaba bromeando, pero supuso a qué se refería.
—No, Norita.
La vio quitarse la musculosa negra con el rostro de Johnny Rotten, la cual acomodó sobre la mesa. Leo tuvo una mejor visión de las marcas rojas en su torso, y con los labios apretados posó el hielo en las que se veían más inflamadas. Notó que tenía tatuajes de enredaderas justo bajo los senos, y también rosas con espinas en la costilla.
—¿Qué te gustaría comer? —preguntó con una sonrisa para darle más ánimo a la muchacha—. Hice compras ayer, pero podemos ir a comprar algo, aún es temprano.
—Se supone que solo voy a comer ensalada —dijo ella con un suspiro—. Subí cuatrocientos gramos y aumenté mis medidas en busto y cadera.
Leo alzó la vista para verla.
—Nora, sos muy delgada —dijo y posó su mano en el abdomen prácticamente plano de ella—. Podés comer lo que sea, pedime lo que quieras.
—¿De dónde sacás tanta plata si tocás el bandoneón por monedas? —bromeó con una sonrisa pícara.
—Soy electricista también —explicó él con un suspiro—. De vez en cuando hago algún que otro trabajo para poder pagar el alquiler, aunque a veces me ayuda mi papá.
—Un hippie mantenido, no podía ser menos.
Leo se rió, entendía que Nora no quería hablar de la violencia que sufría, ni pensar en esos golpes. Le dio el gusto de reírse y bromear sobre él, por lo que alimentó cuidadosamente esa idea para que pudiera hacer más bromas.
Fue cambiando la ubicación del hielo por sobre las marcas más hinchadas en su espalda, donde Nora tenía tatuado un dragón con un huevo sobre el omóplato. Lo observó con curiosidad porque era un diseño impecable y estaba bien hecho.
—¿Te gustó el dragón? —preguntó Nora y sintió un escalofrío cuando Leo apoyó el hielo sobre las marcas.
—Está bonito —admitió con una sonrisa.
—Con Guille hacíamos bromas de que él era el huevito y yo la mamá dragona —dijo ella con una risita—, porque él puede ser muy frágil a veces y tengo que cuidarlo.
—¿Y quién te cuida a vos?
—Me cuido sola —dijo con un suspiro y tomó un trozo de queso de la mesa.
—Bueno, pué, tal vez yo empiece a cuidarte entonces.
—Vos no sos un dragón, son un carpincho todo pacífico, lleno de amigos y que nunca pelea con nadie —dijo Nora con una risita divertida.
—Puede ser, pero los carpinchos muerden cuando se sienten amenazados —se rió Leo y pasó con cuidado sus dedos por una de esas marcas en la espalda.
Luego se alejó para permitir que Nora se pusiera la ropa, mientras él le preparaba mate tal y como había prometido. Le puso azúcar para ella y se lo extendió con una sonrisa. Nora solo lo observó, le gustaba que él no le coqueteara, la mayoría de los hombres lo hacía, especialmente si la veían como él acababa de verla en sostén. Sin embargo solo veía en él la genuina amistad y necesidad de ayudarla.
—Tu «pique» estaba muy linda, ¿eh? Tal vez te la robe —le dijo ella al devolverle el mate.
—Ah, la viste irse —se rió él al alzar las cejas.
—Sí, te vi amasarle el pan dulce, pervertido, en la puerta de tu casa en plena mañana —se rió con ánimo.
—Es un pan dulce muy delicioso, pero no soy egoísta, podés probarlo si querés —dijo él con una sonrisa y sorbió la bombilla del mate—. Aunque no creo que le gusten las mujeres.
—Ah, ¿sabés cuántas «solo me gustan los hombres» me comí? Muchas toman un vaso de vino y ya se olvidan que son heteros porque se sienten lo suficiente libres para probar algo más.
Leo puso el rostro serio.
—¿Te aprovechás de la ebriedad de otra persona?
—¡No! ¡¿Qué te pensás, que soy un hombre?! —se quejó ella con el ceño fruncido—. Pero en los conciertos un montón de mujeres supuestamente heteros se me lanzan. Supongo que solo les da miedo admitir que no son heterosexuales.
Por largo rato tomaron mate mientras conversaban de los conciertos de Nora, o del «pique» de Leo, pero ya cerca del almuerzo ella no estaba segura de volver a molestarlo con la comida. Sin embargo Leo solo comenzó a cocinar mientras hablaba con ella, que se había rehusado a elegir un menú.
Lo observó picar verduras mientras tarareaba canciones, a Nora le gustaba su voz suave, era distinta a la voz grave de Guille. Al pensar en él recordó la carta guardada en la mochila y, junto con la libreta, la tomó en sus manos. Observó esa letra desprolija ahí que decía «Para Nori, de Guille». Dudaba si abrirla o no, pues tenía miedo de lo que podría encontrar. Con un suspiro nervioso miró hacia Leo, porque estaba segura de que si algo salía mal él no dudaría en darle su apoyo.
Con nervios abrió la carta y leyó las palabras allí escritas:
«Querida Nori:
No soy muy bueno para escribir, pido disculpas por eso, pero quería decirte que lamento mucho haberte hecho sentir mal, no quería lastimarte, jamás querría lastimarte. Nunca, Nori. Preferiría arrancarme el corazón con la mano y entregártelo como regalo, antes que lastimarte. (...)»
Sintió su corazón latir muy rápido, pensando si acaso habría recordado la noche en Santiago, pero todas sus ilusiones se desvanecieron al continuar leyendo.
«Lo que te dije no es cierto, no sos una bruta ni una bestia salvaje, y no me avergüenzo de vos, sino todo lo contrario. Pienso que sos la mujer más maravillosa en el mundo, la más brillante y talentosa, la más fuerte y astuta, y también mil veces la más hermosa.
Perdón, Nori, solo no sé cómo actuar cuando peleás con alguien, no quiero que nadie te lastime. ¿Qué debería hacer en esos momentos? Decime por favor, decímelo porque no quiero volver a cometer un error con vos y perderte para siempre.
Sos mi mejor amiga, soy tu mejor amigo, y quiero ser parte de tu vida siempre. Quiero verte en primera fila cuando seas famosa, quiero estar ahí cuando tengas éxito. Sos lo más importante en mi vida y lo único que le da sentido a mi existencia.
Perdoname, Nori. Te quiero mucho, mucho, mucho.
Con cariño, el tonto, tonto, tonto y mal amigo, Guille, que te quiere con todo su corazón aunque sea un estúpido».
Nora comenzó a reírse primero suave y luego con más fuerza, con ánimo, hasta llamar la atención de Leo. Quizá no era sobre Santiago, no había recordado la noche juntos, aunque aún guardaba esperanzas, pero le había escrito para pedirle disculpas y eso, para ella, valía muchísimo.
—Es un tonto —dijo con una sonrisa alegre.
Leo la observó con curiosidad al verla con una hoja de carpeta en la mano.
—Ah, mi gurisito, un buen alumno por supuesto —dijo él con una sonrisa pícara.
—No es de escuela.
—No hablaba de escuela —se rió él y Nora le arrojó una galleta.
—¡No seas pervertido, solo es una disculpa! —chilló con las mejillas encendidas.
—¿Pervertido yo? Solo dije que era un buen alumno, le hablo mucho de cómo tratar a las gurisas —dijo con una sonrisa pícara—. La pervertida que lo torció para otro lado fuiste vos, pué.
Nora enrojeció por completo y él sonrió, porque las pecas en su nariz y mejillas resaltaban más y se veía adorable.
—Podés darte un baño mientras preparo el almuerzo, si es que querés. Ya sabés dónde hay ropa —dijo con amabilidad.
—Tu hermana tiene mal gusto.
—Ella dice que está a la moda —acentuó con un guiño.
—Pues la moda es de muy mal gusto.
Leo se rió y se apoyó de espaldas en la mesada para poder verla.
—Podés usar mi ropa, aunque tal vez sea demasiado hippie para tu gusto.
—¿Tenés una remera negra? —Al verlo asentir se puso de pie—. Me sirve entonces.
La vio alejarse hacia la habitación, y el sonido de la puerta del ropero chirrió. Leo continuaba con una sonrisa mientras la oía quejarse del mal gusto para vestirse que tenían los demás.
—¡Ah, no jodas! —chilló Nora.
—¿Qué, qué hay?
—¡Tenés un frasco de flores y no convidás!
Leo comenzó a reírse con algo de vergüenza, porque en verdad le avergonzaba admitir que fumaba marihuana ante ella o Guille, que lo tenían tan idealizado como un santo.
—¡Fua! ¡¿Pero cuántos forros gastás?! No sabía que había cajas tan grandes de preservativos.
—Bueno, bueno, ya está de revisarme el ropero —dijo Leo, algo avergonzado.
Nora salió de la habitación con una sonrisa pícara, con una remera negra de Leo en su mano.
—Qué sexópata, Leo, me sorprende.
—¡Andá a bañarte, nde sy cajeta! —gritó Leo, algo nervioso.
Ella entró al baño con una fuerte carcajada, mientras que Leo sentía su rostro prendido fuego, pero suspiró para poder concentrarse en el almuerzo.
Las heridas en su cuerpo dolían, Nora trató de no refregarse con mucha fuerza, pero Leo se había esforzado en intentar desinflamar cada una. Le gustaba el aroma del shampoo y acondicionador de él, olía dulce y fresco, como a frutas. Y allí bajo el agua caliente se permitió relajarse un poco, mover sus hombros y disfrutar de ese momento de paz.
Cuando salió del baño con la remera de él puesta se sentó a la mesa. Leo aún continuaba con el almuerzo, parecía estar preparando arroz.
—¿Te gusta el pescado? —le preguntó él mientras revolvía el arroz.
—¿En qué sentido? —bromeó ella.
Leo movió la cabeza para verla con una sonrisa torcida.
—Y el sexópata soy yo, qué cerda asquerosa —dijo con una risita.
—¡No me digas así! —gritó ella con odio.
La miró algo confundido, porque ella había comenzado con el chiste.
—Está bien, Norita, no sé qué cosa de lo que dije no te gustó, pero lo lamento.
Ella se encogió de hombros con la mirada baja.
—¡No soy un cerdo asqueroso, ni un chancho o lechón, ni nada así!
Leo apretó los labios, porque aunque Nora no dio explicaciones sabía que tenía problemas respecto a su cuerpo, y supuso que decirle así era muy ofensivo. Apagó el fuego y se acercó a ella, donde se agachó en el suelo y tomó de forma suave una de sus manos.
—No sos un cerdo, Nora —dijo con ese tono de voz que se sentía como los rayos del sol—. Lamento mucho haberte dicho así, era una broma, pero no lo voy a decir más. ¿Está bien?
Ella sintió angustia en su garganta y un leve aroma a salado, por las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos y nariz.
—Perdón, mi mamá... —quiso explicar, pero Leo le apretó la mano.
—No necesito explicaciones salvo que en verdad quieras hacerlo —dijo de forma suave—. No lo voy a decir más, Norita.
Nora solo asintió, porque si explicaba comenzaría a llorar y no quería hacerlo, pero Leo era lo suficiente observador como para haber comprendido todo con tan poca información.
—Nunca probé pescado... —dijo en un susurro con los hombros encogidos.
—Bueno, voy a asegurarme de tener para que pruebes. Es rico y saludable.
Le dirigió una sonrisa radiante y cariñosa, pero incluso así Nora se mantuvo con la mirada baja. Leo entonces se puso de pie y limpió la mesa con una rejilla húmeda, para luego servir la comida. Había preparado verduras salteadas con trozos de carne, tenía brócoli, ajo, cebolla, morrón y zanahoria, todo en gajos, y lo acompañó con una porción de arroz blanco graneado. Tomó después una botella de jugo de la heladera y sirvió en dos vasos.
Nora, sin embargo, seguía cabizbaja y pensativa, incluso con el plato de comida delante.
—Norita, está bien —dijo Leo al verla así—. ¿Querés hablar, necesitás hacerlo?
—Perdón, vos sos bueno conmigo y yo solo te grito —susurró ella con angustia.
—Está bien, Norita. Tenés derecho a estar triste, a enojarte y sacar las garras de dragoncito cuando algo te lastima —dijo y bebió un trago de jugo—. Prefiero que te defiendas y no que aceptes lo que te molesta sin rechistar.
—¿No estás enojado?
—Soy un carpincho, ¿te acordás?
Nora sonrió, con esos hoyuelos que se marcaban en sus mejillas. Leo le dirigía una mirada y sonrisa tan cálida que era imposible seguir triste al verlo. Con mejor ánimo comenzó a comer el almuerzo que él había preparado para ella, y aunque no solía comer brócoli lo probó, sabía delicioso como todo lo que estaba en el plato.
Leo la vio saborear todo, con sonidos placenteros ante cada bocado, y sonrió ante eso. Luego de que Nora finalizó su plato volvió a servirle un poco más, hasta que estuvo satisfecha.
Mientras que él lavaba los platos, ya que no le permitió hacerlo a ella, Nora se entretuvo con su libreta de canciones. Trabajaba en una canción que componía junto a Clap, porque la divertida chica de cabello verde era muy buena escribiendo canciones, aunque a veces podía ser demasiado poética como para una canción punk.
—¿Tomamos mate? —preguntó Nora con una sonrisa, aún con su libreta y lápiz en la mano.
Leo estaba afinando su guitarra, pero asintió con una sonrisa mientras afinaba una de las cuerdas.
—Me gustaría hacer música con vos —dijo él mientras hacía unos punteos de chamamé.
—¿Una guitarra criolla y un bajo eléctrico? —se burló Nora con una ceja alzada—. Yo no sé tocar folclore.
—Y yo no sé tocar punk, pero podríamos hacer algo divertido —explicó con una sonrisa alegre.
Nora se mantuvo pensativa por un rato, imaginando una posible fusión musical entre ambos. Con Guille solían hacerlo, pero porque él podía adaptarse a cualquier género, y no estaba segura de si Leo era igual de adaptable.
—Está bien, la próxima traigo el bajo y el amplificador.
Él se puso de pie para poder colocar la pava al fuego, y encendió la radio mientras preparaba todo lo necesario. Estaba colocando las cosas en la mesa cuando sonó el timbre. Se asomó por la ventana para ver quién era, y sonrió al ver a su buen amigo, sin embargo antes de abrir miró a Nora.
—Guille —le dijo en voz baja.
Nora comenzó a peinarse con los dedos al instante, algo nerviosa y se alisó la remera negra de Leo, que en ese momento le quedaba como un vestido corto. Estaba nerviosa porque la última vez que vio a Guille habían discutido.
Cuando el muchacho entró con una sonrisa, esta se borró al instante por la sorpresa. Estaba congelado ahí viendo a Nora sentada a la mesa.
—¿Nori? ¿Qué...? ¿Desde cuándo...? —balbuceó.
—Somos amigos ahora, ¿verdad? —dijo Nora con una sonrisa—. El viaje nos hizo llevarnos mejor.
—Está loca pero es simpática —dijo Leo con una risita, y Nora le dio un golpe al hombro.
Guille apretó los labios, sintiendo su corazón latir a mil por hora. Sentía que el suelo se estaba desmoronando a sus pies, especialmente cuando Nora se puso de pie para saludarlo. Hizo un paneo de ella, estaba descalza y con una remera de hombre puesta, con sus piernas desnudas y sus muslos con tatuajes ahí a la vista.
Sintió una fuerte presión en su pecho y un nudo que comenzaba a formarse en la boca de su estómago, y que no se fue incluso cuando Nora lo abrazó.
—Te perdono, Guille —le susurró al oído.
Él siguió estático por un momento, pero devolvió el abrazo y dirigió su mirada hacia Leo, que colocaba en la mesa el bizcochuelo que acababa de darle, y que había preparado el día anterior.
—Llegaste justo para los mates —dijo Leo con una sonrisa.
Nora volvió a su lugar y Guille se sentó a su lado, con esas sensaciones que lo torturaban. Tenía fuertes deseos de darle un puñetazo a Leo, pero respiró hondo porque no le gustaba la violencia y menos hacia su amigo.
—¿Qué hacés casi desnuda, culeada? —preguntó Guille con una sonrisa falsa, de forma casual.
—Leo me prestó una remera, su hermana tiene un gusto de mierda, demasiado popstar para mí —dijo ella con una risita y tomó una porción de bizcochuelo.
«De acuerdo, eso lo empeora más» pensó Guille, respirando lento para estar tranquilo.
A Nora no le gustaban los hippies, los odiaba, y tal vez podía llevarse bien con uno como Leo por ser tan amable, pero no saldría con uno ni se acostaría con él, meditó Guille mientras veía a Leo hacer un mate.
Leo se refregó los ojos y dejó ir un bostezo, para luego sorber la bombilla del mate.
—¿Estás cansado? —le preguntó Nora.
—Sí, no dormí bien.
—Y no, qué vas a dormir si estabas muy entretenido con un pique anoche —dijo Guille con una sonrisa torcida y algo de malicia.
Leo alzó la vista hacia él, algo confundido.
—En realidad lo decía por la música.
—Ah, pero cuando la música se apagó...
El rostro de Leo se volvió rojo de repente al ver a Guille a los ojos.
—No me digas que estabas en la fiesta, por favor —dijo con los ojos abiertos de par en par.
—Entonces no te digo que estaba en la fiesta.
—¡Nde sy cajeta! —chilló Leo y se cubrió el rostro con las manos—. Perdón, gurisito, nos confiamos con la música, qué me iba a imaginar que se iba a cortar a la mitad, no debiste haber escuchado eso...
Guille se rió, había hecho el comentario a propósito por los celos que sentía, pero al ver que Leo estaba en verdad muy avergonzado, especialmente cuando Nora comenzó a reírse, apretó los labios sintiéndose mal por eso.
—¿Pero tanto se iba a escuchar, qué truco de magia hiciste? —se rió Nora.
—No voy a hablar de eso, es parte de mi intimidad, por favor —dijo Leo, aún con el rostro escondido tras sus manos.
Dijo un par de cosas en guaraní que ninguno de los dos entendió, pero supusieron que era debido a los nervios que sentía en ese momento. Guille quiso decir algo para disculparse, porque había actuado de forma impulsiva solo por ver a Nora con una remera de él, pero fue ella quien habló primero.
—Está bien, solo era una broma, perdón, Leo. Pasame un mate, ¿ya probaste el bizcochuelo de Gui? Es el mejor haciendo postres —dijo Nora con una sonrisa amable.
Ella extendió la bandeja para que pudiera tomar una porción, y por un momento Leo salió de su escondite con el rostro aún enrojecido para poder tomar una porción de bizcochuelo.
—Perdón, Leo —dijo Guille encogido de hombros.
—Está bien, supongo que es divertido, solo me da vergüenza porque sé que te hace sentir incómodo —dijo Leo y le dio una palmadita en el hombro—. Tomemos unos matecitos y que quede como un mal recuerdo.
Leo le pasó un mate con una sonrisa, y aunque Guille respondió la sonrisa continuó encogido de hombros. Veía que Nora y Leo parecían más cercanos, ella incluso le daba golpes al hombro como siempre había hecho con él desde la infancia. Sintió esa presión en su pecho con más fuerza, porque tenía miedo de perderla. Miedo de que Leo fuera un mejor amigo que él, miedo de que ella comenzara a sentirse atraída por él, y miedo de odiar a su amigo por estar con ella.
Sacudió su cabeza para borrar esos pensamientos, pues solo estaba imaginando cosas. La forma en que Leo la miraba no era distinta a cómo lo miraba a él, y era igual en el caso de Nora. Ella miraba a Leo como si solo fuera un buen amigo.
Y aunque los celos seguían ahí, Guille suspiró, un poco más tranquilo.
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