BESO#1: EN LA FRENTE
Abrí los ojos con lentitud al escuchar la molesta alarma que despertaba a medio mundo. Siempre había comparado ese horripilante ruido con un gallo y un pato ahorcándose entre sí.
Sentí algo en mi mejilla y pude darme cuenta al momento que era el pie de Joy. Ambos nos habíamos dormido en su cama. Ella de un lado, y yo del otro. Lo peor era que sus piernas estaban sobre mí, dejando sus raros pies de gladiador en mi cara.
—Joy... —me quejé. La empujé de un rodillazo y cayó de la cama con un ruido sordo. Sonreí satisfecho al notar que se estaba despertando de a poco en el suelo. Bostecé—. ¿Qué hora es...?
Joy se sentó en el suelo y se estiró. Estaba completamente despeinada y con las ropas fuera de lugar. No me hubiera sorprendido si un pecho se le salía de la musculosa que se había puesto anoche.
Lo sé. Sé que ustedes piensan "¿cómo es que pueden dormir juntos y aún así no tener nada de verguenza el uno con el otro?". La verdad, sencillamente, era que Joy siempre había sido lesbiana. Para sus padres no había sido problema, ya que su madre anteriormente lo era, hasta que conoció a padre de Joy. No me pregunten cómo ocurrió eso, ya que no tengo ni la menor idea.
Salí de mis pensamientos al escuchar el chillido de Joy. Sus ojos estaban abiertos como platos, mirando el reloj. Por suerte la alarma ya se había parado. ¡Por suerte!
Me levanté de golpe al ver lo mismo que Joy: teníamos menos de diez minutos para llegar a clase a tiempo. ¡Menos de diez minutos!
Un dolor punzante en la cabeza me hizo ver negro durante algunos segundos. Parpadeé varias veces y solté un quejido. La resaca me estaba partiendo la cabeza. No era de embriagarme seguido. A decir verdad... ¿bebí alcohol anoche? No podía recordar nada.
Joy imitó mi movimiento brusco y corrió al baño. Maldije por debajo. Me estaba orinando y ahora ni siquiera podía mirarme al espejo o algo para ver si espantaba mosquitos.
—¡Joy, déjame entrar! —exclamé, golpeando la puerta de aquel. Joy no salió hasta cinco minutos después, en donde ya estaba arreglada de pies a cabeza, aunque aún con la ropa de salida de anoche—. Gracias al cielo...
Me tomó del brazo y comenzó a arrastrarme hasta fuera de la casa, sin ni siquiera dejarme tomar un bocadillo o ir a orinar primero.
—¡Llegaremos tarde! —dijo, luego de cerrar la puerta y empezar a correr conmigo a rastras. Le seguí el paso hasta llegar al colegio.
Mientras ella descansaba y tomaba bocanadas de aire, opté por ir a buscar un jugo en las máquinas. Mi garganta estaba seca y parecía abandonada desde hace mucho tiempo. No me sorprendería si tuviera telarañas en aquella.
La máquina tragó mi billete y yo mi jugo. Al menos estaba a mano con la pobre máquina oxidada.
No me había dado cuenta que todas los estudiantes fijaban los ojos en mí hasta que el timbre tocó y giré a ver a mi alrededor. ¿Realmente era tan guapo como para llamar la atención de cada una de las chicas? Bueno, no tenía quejas. Aunque era extraño. Podría apostar cualquier cosa que debajo de mis ojos avellana hay ojeras negras y que mi cabello castaño está tan levantado como bombero con alarma de fuego.
Le sonreí a un grupo de chicas y ellas apartaron la mirada. ¿Eran tímidas...?
—Vamos, espanta chicas. —Joy se había recuperado. Había comenzado a caminar hacia nuestro salón, escaleras arribas. Tuve un poco de envidia del tiempo que ella había tenido para arreglarse.
—¿Disculpa? Creo que la que espanta las chicas de mi lado eres tú, chica rara —comenté, siguiéndola.
Siendo honesto, no sabía la razón de mi soltería. Siempre era atento y normal con las chicas. ¿Qué tenía de malo? Según Joy mi única amiga en esta escuela, opinaba que yo tenía un aura muy extraña. También decía que era un bruto, al igual que mis ex novias cuando me dejaron. Nunca llegué, ni llegaría a entender a lo que se referían.
Al estar en clases, todo había llegado a ser normal. Por un lado, yo aprestaba atención al profesor mientras nadie se fijaba en mí. Por otro, Joy leía uno de sus cómics de Marvel azul. Y no. No sé cómo se llama esa compañía. Siempre olvido el nombre cuando Joy me lo dice, así que opté por decirle "Marvel azul". Es más fácil de recordar.
—Kim, ¿se encuentra bien? —Saqué mis ojos del comic de Joy al escuchar al profesor de Historia decir mi apellido.
—Sí —contesté, confundido.
—Mejor hágame el favor de ir al baño y arreglarse un poco. Parece a punto de desmayarse.
Parpadeé y miré a Joy, tratando de buscar ayuda o de entender algo. Ella apretó los labios, ahogando una carcajada, y se encogió de hombros.
Concluí que era un muerto viviente, y que por eso era un espanta—chicas.
Me puse de pie y salí hacia el baño, tocándome el cabello para ver si aparte de despeinado, estaba quemado o algo. No había ninguna señal de incendio extraño. ¿Tan grave era como para que el profesor mismo me mandara a arreglarme?
Los pasillos y el baño parecían estar vacíos, ignorando los cestos de basura llenos y los conserjes que se detenían de hacer su trabajo para tomar uno que otro café, pareciendo profesores luego de una guerra contra una escoba y una casa llena de polvo, usando un uniforme color café.
"Café... café", pensé. Unos recuerdos borrosos de anoche me vinieron a la mente. ¿Había visto algo de color café mientras bebía como loco? Mi estómago, aún vacío, se removió haciéndome tener náuseas por tan solo pensarlo. ¿Había besado a un chico o algo así?
Entré en el baño y me olvidé de esa idea, aferrándome a la esperanza de que Joy me hubiera detenido si habría hecho eso. Ahogué un grito cuando me vi en el espejo.
Estaba mucho peor de lo que creía: ojeras negras, pelo despeinado, pálido, labios blancos, y un rastro de saliva seca. Si estuviera en un apocalipsis zombie, nadie podría dudar en dispararme algo en la cabeza.
Suspiré y comencé a lavarme la cara. Al verme al espejo de nuevo, ya un poco mejor, me percaté de que no estaba solo en el baño. Había un chico con pelo rojizo semejante a una chica, observándome como si en verdad fuera un fantasma. Rodeé los ojos. ¿Pensaba sacar un palo y ponerme inconsciente?
—No soy un zombie —comenté.
El chico pareció reaccionar. Asintió y fue a lavarse las manos. Noté que sus mejillas y sus orejas estaban rojas. Tal vez el profesor también lo había sacado por confundirlo con un muerto viviente.
—¿También te mandaron a arreglarte...? —pregunté, curioso. Me sequé la cara con algunos pañuelos que había por allí y me acomodé la camiseta y el pantalón. Esperaba que nadie pensara que era un sucio por traer la misma ropa a la escuela dos días seguidos.
—N…no. Yo pedí para venir —respondió. Levantó la mirada y fijó sus ojos en los míos. Mi corazón pareció acelerarse un poco. Las náuseas parecieron invadirme al ver sus iris color café.
—¿Te conozco de algún lado?
Negó con la cabeza a modo de respuesta. Se giró y caminó hacia la puerta de salida del baño. Ladeé la cabeza, aún curioso. Estaba seguro de que había visto a ese chico en algún lado. Y esperaba, con todas mis fuerzas, que no fuera en ese bar gay.
Respiré hondo y me masajeé la sien. También caminé hacia la puerta, con la idea de salir e irme corriendo hacia mi salón y regañar a Joy.
De todos modos, mi plan fue arruinado por un pequeño mareo y un gran golpe contra la pared.
Me había golpeado la cara contra la pared de al lado de la puerta, solo.
—¿E…estás bien? —preguntó el chico.
Parpadeé, tratando de arreglar mi vista y asentí. Creí estar bien hasta que la nariz comenzó a sangrarme a grandes chorros. Aún cuando me la tapaba, seguía corriendo el gran líquido rojo. Estaba seguro de que ahora, incluso con la cara ya lavada, las personas me matarían por parecerme a un muerto vivo. ¡Mira, tiene sangre en su camiseta! ¡Ha matado a alguien!
—No —contesté. Tiré la cabeza hacia atrás, esperando que la sangre fluyera un poco menos—. ¿Podrías guiarme hasta la enfermería? Temo chocarme con otra pared y pintarla de rojo.
No pude llegar a ver bien el movimiento del pelirrojo, pero supe que me había tomado del brazo tímidamente y que me había arrastrado hasta la enfermería.
¡Y bam! Para el colmo, la enfermera no estaba. Menuda suerte la mía.
—Gracias —murmuré, sentándome en una de las sillas y observando el techo—. Esperaré a la enfermera. Te debo una, amigo.
—Eh... pero parece que no va a venir pronto... —comentó el chico.
Me encogí de hombros.
—Soy paciente.
—¿No quieres que te limpie yo?
—¿Podrías? —pregunté—. En ese caso, te debo dos.
El chico rió. No era una risa agradable como la de las chicas bonitas, pero podría haber sido peor. Escuché como abría el armario de la enfermera y sacaba algunas cosas. Minutos después ya no tenía sangre en mi cara y dentro de mi nariz se encontraban dos bolas gigantes de papel terroristas.
Me puse de pie y me miré al espejo. No podía quejarme. Era el mismo TaeHyung espanta—chicas de siempre.
—Gracias, de nuevo —dije. Miré al chico y le sonreí. Le extendí la mano—. Mi nombre es TaeHyung. ¿El tuyo es...?
—HoSeok. Soy de segundo año, uno menos que el tuyo —se presentó. De nuevo sus mejillas estaban rojas, pero no parecía estar muy tímido.
—¿Estás seguro de que no te conozco?
Negó la cabeza con rapidez. Demasiado rápido para mi gusto.
—De acuerdo... —seguí. Le solté la mano y bufé. Si no iba ahora a clase, el profesor iba a molestarse conmigo por haberme dado un pase y estar tiempo de más—. Muchas gracias.
—No hay de qué.
Asentí. Quise estrecharle la mano de nuevo en modo de agradecimiento, pero el timbre resonó en mis oídos. Tenía menos de un minuto para correr hasta mi salón y dar explicaciones, antes de que el profesor se fuera con los humos encendidos.
Me incliné y le besé la frente. Eso era más rápido que estrechar manos.
Me eché a correr lo más rápido que pude hacia mi aula, subiendo de a tres escalones. Con suerte la nariz no volvería a sangrarme.
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