Epílogo.


24 de diciembre del 2017.

One last wish.

La tarde había caído ya sobre Hogsmeade; las ventiscas combinadas con nieve, se paseaban por la aldea de manera libre, ya que casi no había gente transitando; los alumnos de Hogwarts habían partido desde hacía algunos días a sus hogares, o se quedaron en el castillo resguardados del frío y a la espera de la Navidad.

Por ello, fue bastante peculiar encontrar a dos personas caminando por el pueblo; un joven y una señorita. Ambos reían alegremente, como sí se hubieran contado un chiste tan bueno, que el aire era insuficiente para inflar sus pulmones hinchados. Iban tomados de la mano, con ternura. De lejos parecían ser dueños del mundo.

—Basta —murmuró ella entre jadeos. Tenía el cabello rubio, largo y lacio; sus facciones eran pequeñas y delicadas.

— ¿Qué? Sólo digo la verdad —el joven era más alto que ella. De cabello castaño corto, y sonrisa contagiosa—. La profesora Sprout muerde rábano cuando nadie la ve. ¿Por qué es motivo de risa? —y contradiciéndose a sí mismo, soltó una ligera carcajada.

—Eres un idiota —susurró, reiniciando de nuevo la caminata. Su piel blanca tenía un suave color rojo debido a la risa—. Por cierto, ¿ahora sí me puedes decir a dónde vamos?

—Yo tampoco lo sé muy bien —suspiró él—. Se supone que ya deberíamos haber llegado. Hogsmeade casi termina aquí.

— ¿Quién dices que te envió?

—Mi padre.

— ¿Y por qué no vino él?

—Ya sabes, tuvo una... Noche ajetreada —el chico hizo una mueca.

—Oh, cierto, pardonne —susurró Victoire, apenada—. A veces lo olvido.

—No te preocupes —Evan le sonrió con ternura—. Además, dijo que tenía que arreglarse.

— ¡Así es! Hoy hay cena con mis abuelos. Y deben de ir.

—Dame una razón para salir de mi cueva —Victoire sonrió. Sabía que el chico era bastante escéptico para fiestas y reuniones. Muy asocial al contrario de ella.

—Porque, bebé... Todo lo que quiero para navidad egues tú —canturreó, abrazándolo por la cintura.

—Me lo pensaré —dijo amable, aunque algo agitado por la pesada caminata. Se detuvo instantes después, analizando cada local que quedaba en Hogsmeade; ninguno parecía tener las características que su padre le había proporcionado.

— ¿Ves alguna tienda de antigüedades? —le preguntó Evan.

—Todo lo que veo es nieve, nieve, ah, y neige.

El chico entrecerró los ojos tratando de visualizar algún letrero o algo que le indicara que iba por buen camino. La mayoría de esos locales parecían cerrados hacía mucho tiempo. No obstante, no quería volver a casa sin haber cumplido su objetivo.

—Creo que tendré que echar un vistazo —murmuró, volviendo su vista a su novia—. Puedes ir a casa a cambiarte para que no se te haga tarde.

— ¿Qué clase de novia sería sí te dejo solo en esto que es tan sencillo, Evgan Lupin? —el chico sonrió, le encantaba cuando el acento francés se le mezclaba sin querer al hablar—. Vamos a ver donde están esas antigüedades aunque tengamos que recibir Navidad aquí.

Y tras decir eso, tiró con fuerza de la mano de Evan, abriendo ella misma la caminata. El castaño la adoraba, era tan decidida, valiente y divertida. A veces se preguntaba como había logrado conquistar el corazón que miles se habían propuesto. Otras simplemente, lo disfrutaba.

La luz del sol casi era inexistente cuando llegaron a la penúltima tienda; Victoire se asomó al escaparate que estaba cubierto por una fina capa de polvo por dentro. Aguzó la vista, y con una sonrisa, se volvió a Evan.

—Eureka —anunció.

—Eres un genio —dijo, para después plantar un casto beso en su mejilla.

—Lo sé, señog Lupin.

Tomados de la tienda, penetraron en el pequeño recinto; el olor a encerrado y viejo golpeó las narices de ambos. Victoire en lo particular estornudó varias veces en su camino al mostrador, el cual estaba vacío.

—Eh, ¿buen día? —murmuró el castaño, temeroso.

—Aquí no hay nadie...—Victoire volvió la vista a todos lados, algo asustada—. Déjalo por ahí y vayámonos.

—Se equivocan, jovencitos —del mostrador emergió una figura rechoncha; de rostro y piel arrugada. La cabeza de aquel hombre estaba calva, y unos anteojos de medialuna se perfilaban sobre su nariz—. Aquí estoy yo.

Victoire y Evan se miraron durante largo tiempo sin saber que hacer. Hasta que, la veela tomó al joven del hombro y lo adelantó al mostrador.

—B-buen día...—repitió Evan, tratando de no mirar fijamente al señor—. Me ha enviado mi padre. Dijo que tenía que darle...—y sacando debajo de su abrigo, le mostró un libro enorme con las tapas color ocre—...Esto.

Los ojos del anciano tras el mostrador se abrieron mucho. Sin decir una palabra, arrebató el libro de las manos de Evan. El castaño dio un paso hacia atrás, respetando lo que el señor fuera a hacer.

Tras haber hojeado por lo menos tres veces el libro con ansiedad, el hombre volvió la mirada al castaño. Era aguda y penetrante.

— ¿Tú padre es rubio? —dijo al fin.

—No —negó furtivamente.

—Entonces... ¿Tú madre es castaña?

Evan se despeinó el cabello, algo incómodo por oír hablar de su madre.

—Sí, la he visto en algunas fotos.

—Ah. ¡Lo sabía! —con una enorme sonrisa, colocó el libro sobre el mostrador—. Sí... la recuerdo. Vino hace poco más de veinte años. Tenía un brillo amoroso en sus ojos. Acompañada de un joven rubio. Sí... Entonces, ¿con quien se casó tú madre?

—Con... Remus Lupin —cada vez más incómodo, Evan respondía algo forzado. Victoire se daba cuenta, y en señal de apoyo apretaba su mano.

—Él vino cuarenta años atrás, interesado también en el libro, pero sin tener con quien escribirlo —con una sonrisa que le disminuía el aire tenebroso, el anciano suspiró complacido—. Diles que les agradezco haber pagado su deuda. Salúdame a tú madre. Dile que esperaba que viniera ella.

—Sí, se lo diré...—notablemente menos alegre, Evan volvió sus pasos a la puerta—. Buen día —se despidió. Su mano se había soltado de la de Victoire, como sí se hubiera enclaustrado en un mundo que sólo él conocía.

Apurada, la chica veela corrió hasta alcanzarlo. Parecía sumido en sus pensamientos de forma profunda. Ella lo tomó del hombro.

—No vienes solo, Evgan Lupin.

— ¿Eh? ¡Ah! —Apenado, rodeó del brazo por los hombros a Victoire—. Lo siento, Vic. Me distraje.

—Qué bueno que tengo piernas, o me hubieras dejado de reliqguia con ese señog.

—En serio, discúlpame —dejó un beso en su frente, con una sonrisa melancólica.

—No debes de ponerte así —ella lo tomó del rostro con ambas manos; suaves, delicadas como toda ella—. Tú madre muguió, como mi tío Fred, como muchos otros tratando de salvar éste mundo para nosotros. Debes de estar orgulloso; es una heroína.

—Lo estoy —replicó el joven, con una sonrisa a medias—. Pero me hubiera gustado conocerla. Veo las fotos que tengo con ella de pequeño y siento que me amó mucho...

—Lo hizo, Evan... Pero mira el lado bueno, tienes a tu padre. Muchos ni eso.

—No necesito a nadie más, tienes razón...—la chica frunció el ceño—. Bueno a ti, no te enojes, Vic.

—Eres un idiota —negó con la cabeza, torciendo los ojos—. Bueno, debo marchar a casa. Mamá debe estag esperándome.

— ¿Quieres que te acompañe?

—No, tú debes de ponerte guapo. Para que mi mamá crea que me conseguí el mejor partido posible.

—Bien... Te veo en un par de horas.

Se fundieron en un casto besto; puro, de amor. Evan y Victoire habían experimentado desde el primer beso, un sentimiento inexplicable, un palpito en el corazón que los hacía querer más el uno del otro.

Pero Evan quería ser un caballero, y no haría nada indebido. No hasta que fuera su esposa de manera oficial.

—Bien, mejor me voy antes de no querer irme —Vic se separó con las mejillas sonrosadas, y caminó algunos metros lejos del castaño. Él la vio irse, hasta que desapareció ante su mirada.

Soltando un suspiro, Evan convocó una desaparición directo a su casa. Y tras sentir un asfixiante recorrido, cayó justo enfrente de la puerta principal de su pequeño hogar.

Al entrar, le sorprendió bastante encontrarla vacía. Con el ceño fruncido, Evan volvió la mirada a todos lados.

— ¡Papá! —gritó. Subió las escaleras, buscandolo en todos los cuartos. Extrañado, volvió a bajar pensando a donde pudo haber marchado. No obstante, al volver al piso inferior, vio como de la cocina salían un hombre alto, rubio, con barba de pocos días; fornido, una chica parecida a él; ojos azules y cabello rubio rojizo. Y casi al final, una mujer con el cabello color rosa chicle.

Sus padrinos, Matt, Tonks y su prima Elizabeth.

— ¡Padrinos! ¡Lizzie! ¿Qué hacen aquí? ¿Dónde está papá? —Se les quedó viendo con fijeza, notando sus atuendos elegantes, como de fiesta—. ¿A dónde van tan guapos?

—Evan, ¡qué grande estás! —no se veían desde el cumpleaños del castaño. Matt y él se abrazaron con cariño—. Hueles a perfume de mujer —ante el comentario el castaño se sonrojó.

—Déjalo en paz, Bones —Tonks se le echó encima, con fuerza—. ¡El ahijado más precioso!

—Sigo aquí —dijo Lizzie, para hacerse notar. Y tras abrazar con fuerza a su primo, exclamó—: ¡Hueles bastante a perfume!

—Eh, sí bueno... ¿Y papá? —preguntó avergonzado.

—Tuvo que salir no sé a donde, —respondió Tonks con una enorme sonrisa.

—Pero nos dijo que te ayudáramos a vestir para la cena en la madriguera. Él te verá allá —completó Matt, dando un paso en su dirección.

—Acentuó que tienes un gusto pésimo para vestir —acotó Lizzie.

— ¡Eso no es cierto!

— ¿No? ¡Usaste una falda escocesa para el baile de Navidad el año pasado! —exclamó Lizzie, sonrojando al castaño.

—Son...Bonitas.

—Pero ridículas —Matt le guiñó un ojo—. ¡Bien! Tenemos poco tiempo. Lizzie, tú te encargas del vestuario, Tonks, de peinarlo y yo... De dar mi visto bueno.

—Haz algo, papá —le instó Lizzie, con el ceño fruncido.

—Quizá lo aconsejaré ¡Vamos para arriba!

Y seguido de su familia, Evan subió a su habitación, dispuesto a pasarla en grande.

Como siempre lo había hecho en su vida.

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—Puede pasar, señor Lupin —la enfermera que cuidaba de su esposa, salía de la habitación con el rostro algo consternado.

—Gracias, Trixie —susurró Remus, poniéndose en pie ayudado por el bastón.

— ¿Puedo pedirle un favor? —estrujándose las manos, clavó su vista en el castaño.

—Por supuesto.

—Hace un mes que trato de quitarle su almohada, para ponerle fundas nuevas, pero... No me deja tomarla. He tratado de tomarla mientras duerme, pero apenas me acerco abre los ojos. ¿Podría hacer el intento?

— ¿Por qué cree que yo tendré más éxito que usted? —cuestionó el castaño.

—Porque sólo con usted es un manso corderito.

Él sonrió.

—Haré el intento —prometió, caminando se acercó a la puerta, pero como sí recordara algo se dio media vuelta—. ¿Cuánto durará la visita ésta vez?

—Sabe muy bien que hasta las nueve es hora de visita.

—A veces me pregunto sí las enfermeras o doctores saben que el amor necesita más de dos horas —Remus la vio por encima de sus gafas. Aquella mirada divirtió a Trixie.

—Y yo en cambio, me pregunto sí el amor es capaz de existir en situaciones como ésta... —Remus apretó la mandíbula con suavidad—. O sólo es que usted es una buena persona.

—Saldré a las ocho y media.

—No hace falta. Puede quedarse hasta las nueve o más. Es nuestro visitante consentido.

—Gracias, Trixie —aunque su semblante había cambiado bastante.

Ella sonrió y se alejó por el pasillo, llevándose las sábanas sucias. Remus inhaló con profundidad, viéndola irse. Trató de recordar a todas las enfermeras que había conocido a lo largo de esos veinte años, y no existía una que le causara el desagrado que Trixie lograba en él. Se encogió de hombros, y dando media vuelta entró en la habitación de su esposa.

Ya se había acostumbrado a ella tanto que la veía como un segundo hogar, después de su propia casa y Hogwarts. A lo largo de aquellos veinte años, había sufrido un cambio radical; las paredes estaban pintadas de un color verde radioactivo, para la alegría de Charlotte; había varios posters de jugadores de Quidditch y fotografías de Remus colgando por todos lados. En algunas estaba él solo, en otras, se encontraba con Evan. Había fotos desde que era un bebé, hasta la última que había sido el día de su graduación.

Junto a la mesa de noche, había colocado otra mesa con un tocadiscos. Según los sanadores de San mungo no había una enferma tan consentida como Charlie. Y a Remus le enorgullecía eso. Porque durante aquellos veinte años había trabajado de manera ardua para lograrlo.

— ¿Hola? —susurró el castaño a su esposa; ésta se encontraba recostada sobre la cama, mirando el techo. Aunque ya rondaba los cuarenta, se veía igual de preciosa que cuando la conoció, y se atrevía a afirmar que ahora lo estaba aún más.

—Remus —susurró ella volviendo la mirada al aludido—. Historia.

Para alegría de Remus, Charlotte había ampliado su vocablo en aquellos veinte años.

—Lo lamento, pero hoy no pude traer algo para leer —frunció la boca, sentándose en un lado de la cama.

—Evan —murmuró ella, señalando una foto donde salía Remus con un Evan de once años.

—Está bien —replicó, volviendo la mirada a la fotografía—. Está enamorado.

Charlotte aplaudió y rió con suavidad. El sanador había dicho que su mente había evolucionado un poco, y comprendía lo que se le decía... En parte. Su actitud en sí se traslucía infantil, y al parecer el miedo que sentía en un principio era casi inexistente.

Remus sonrió, volviendo la mirada en su dirección. Pensando en lo que había dicho Trixie. ¿Amor? Sí, lo era. Porque a sus cincuenta y siete, pudo haberse casado con anterioridad, formar una familia nueva y olvidar a Charlotte. Pero ahí estaba, visitándola porque sentía aquella pequeña necesidad de no separarsele jamás.

— ¿Cómo estás tú? —preguntó Remus, esperando alguna reacción.

Hizo un puchero, y se cruzó de brazos. Como una niña pequeña.

—Canción —miró al tocadiscos, ansiosa—. ¡Canción! Ayuda.

— ¿Quieres una canción, eh? —ella aplaudió, risueña—. Vale. Pero sólo una —con la varita, Remus hizo colocar el disco favorito de Charlotte; un suave vals comenzó a sonar poco después, acompañado de los acordes tristes de un piano. No sabía porque, pero esa era la canción favorita de su esposa.

Ella aplaudió fuerte. El castaño sólo sonrió, pensando en lo que significaba amar. Matt había hecho algo parecido a él; jamás se volvió a casar, o a enamorarse de alguien y se había dedicado de lleno a su trabajo, además de adoptar a una linda nena. Y era feliz.

—Cama —murmuró ella por encima de la música, alejándose al rincón más alejado y recostándose, para dejar un espacio para Remus—. Cama —palmeó el sitio junto a ella.

— ¿Quieres... Quieres que me acueste?

—Cama —repitió con el rostro inexpresivo.

Un tanto sorprendido, trató de recargarse contra el respaldo. Debía tener cuidado con los movimientos que hacía; a pesar de todo, seguía teniendo esa fragilidad mental y con cualquier cosa podía derrumbarse.

Pero ella se mantuvo imberbe. A la espera, con ojos brillantes. El castaño subió los pies, y con mucho cuidado, quedó medio sentado en la cama. Al volver su vista a Charlotte ella sólo miraba el tocadiscos, abrazándose a sí misma. Su cabello se esparcía sobre la almohada, sedoso y largo.

Durante un instante, Remus cerró los ojos. La música era triste, y no le gustaba sentirse así de nostálgico y menos en Navidad. Porque fue en aquellas épocas donde muchas cosas sucedieron, de las que en parte era culpable y en parte no.

También se sentía un poco feliz; hacía mucho que no compartía la cama con su esposa. La extrañaba de cualquier manera, y la necesitaba a su lado. La necesitó mucho en aquellos diecinueve años donde tuvo que aprender a ser madre y padre a la vez. Aunque también, le debía el éxito de un hijo sano y fuerte, a Matt, y a Tonks que siempre estuvieron para aconsejarlo. Eran sus complices, les debía más que la vida.

Se mordió un labio emocionado. Y su emoción incrementó aún más cuando, en algún punto de aquella triste melodía, Charlotte le tomó la mano. El castaño bajó la mirada, encontrandose con la de ella.

Entonces el mundo se detuvo por un instante. El brillo en sus ojos lo decía todo; Charlotte había vuelto del lugar en donde se había perdido por diecinueve años.

—Remus —susurró ella. Sonaba a Charlotte, a su Charlotte. Él apretó la mano de ella con fuerza, y ahogando un respingo, trató de hablar.

—Sí soy yo, Remus —ella sonrió, con suavidad—. Y tú eres Charlotte, mi amor ¿Verdad?

—A...—ansioso, el castaño esperó a que ella pudiera pronunciar la palabra—. Amor.

—Sí, soy ese. Tú amor —él replicó, conteniendo las lágrimas. El semblante de su esposa parecía tan tranquilo y normal. Él creía en los milagros de Navidad.

—Te...—una lágrima se resbaló del ojo a la mejilla de Charlotte—. Extraño.

—Yo más, mucho más —llevó la mano de su esposa a sus labios, plantando un suave beso. ¡¿Era posible?! ¡Estaba volviendo a él! Debía informar a un médimago, algo, ¡algo!—. Debo de buscar al sanador. Espera, no te vayas.

Pero Charlotte, sujetó su mano con fuerza.

—Ayuda —chilló, y Remus palideció sintiendo el sudor escocer sus ojos—. ¡Ayuda!

—Iré por ayuda —espetó el castaño, intentando ponerse en pie una vez más.

— Adiós —las lágrimas salían en un torrente desesperado de los ojos de Charlotte.

—Quédate conmigo —Pidió Remus, apretando su mano de manera ansiosa.

— ¡Adiós! —Gritó la castaña, cerrando sus parpados con fuerza, y comenzando a gimotear. Como sí hubiera sido golpeada. Asustado, Remus, acarició su mejilla con cuidado.

—Estoy aquí —susurraba, con voz pausada, resignada—. No tengas miedo. Estoy aquí. Y siempre estaré.

Charlotte lloró con fuerza unos minutos más, antes de que el sanador entrara de manera abrupta, y le pidiera a Remus que se alejara. Entonces, el castaño vio con mucho dolor como éste le daba de beber algo que él desconocía, pero que sabía bien para que se utilizaba.

Era un sedante.

El sanador se fue, dejándolo solo. Con bastante miedo, Remus se acercó cojeando a la cama, viendo como los ojos adormilados de Charlotte se enfocaban en los suyos. Ya no brillaban con lucidez. Y para desesperación del castaño, Charlotte se había vuelto ir a aquel lugar tan lejano de él.

Esperó a que cayera dormida para apagar el tocadiscos. Dormida se veía tan normal, tan hermosa, que Remus quiso quedarse y dormir a su lado. Pero no quería herirla y que le dieran otro sedante. Era horrible ver al amor de tú vida tener que ser sedado por tú culpa. Con un suspiro resignado, dejó sobre la mesa de noche un chocolate como regalo de Navidad. Le fascinaba más que nada en el mundo.

A punto de marcharse, Remus recordó la petición de Trixie. Así que con cuidado, deslizó la mano hasta la almohada de Charlie. La tomó entre las manos, y decidió quitarle la funda él mismo para entregarsela a Trixie y que la limpiara.

No obstante, al quitarla, vio que algo caía al piso. Frunció el ceño, y se agachó para tomar aquel papel que a simple vista era insignificante.

Pero las lágrimas se agolparon de nuevo en sus ojos al descubrir que al reverso, había una fotografía.

Se encontraba Charlotte viendo a la cámara, articulando un "te amo" con los labios. Él estaba a su lado, apuntando la cámara en dirección de ellos, viendo de reojo a la castaña. Evan sobre su pecho, miraba con ojos grandes sin entender que ocurría.

El licántropo ahogó un sollozo. Y volvió la mirada a la ventanita, por donde podía observar una luna menguante. Apretó los labios, y sonrió sintiendo las lágrimas saladas colarse por su boca.

Sabía que no estaba solo, y que Charlotte estaba observándolo por algún lugar ahí afuera, en el universo.

Muy lejos de él.

Fin.

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¡Qué les puedo decir! ¡Qué dolor! Rara vez concluyo algo, y mucho más un fanfic.

Pero sí este está concluido es gracias a ustedes, mis lectores, que siempre comentaban pidiendo más.

Nadie murió como lo prometí, pero ha quedado agridulce, porque lamentablemente no me gusta lo dulce. (?)

El final alternativo es como un "Hubiera" y el hubiera no existe.

Pienso que a pesar de todo, todos son felices.

Talking to the moon es la canción perfecta para Remus en éste final.

Pero el vals de "Ice dance" es con el que me inspiré en casi todos los capítulos y es el que suena cuando Charlie recobra algo de memoria.

Y bueno quiero darle las gracias a TOOOOOODAS. Las que comentaron desde el inicio hasta el final. A las que murieron en la esperanza de la actualización y las que me siguieron a pesar de las locuras que se me ocurrían. También a aquellas que hicieron la historia divertida con sus comentarios.

Gracias jota cá por estos personajes. Y no le hagas caso a las peleas en twitter(?

¿Segunda temporada? Lamentablemente, no creo poder cumplirla. Pero sí alguien quiere hablar de Evan y Victoire, o de Remus siendo padre, o Matt o whatever adelante tiene mi permiso. Sólo dejenme leer ;-;

Hemos finalizado con 108k lecturas, más de diez mil votos y 68 partes. Además del número 244 en el ranking. Quizás no somos Leyla, pero estoy bastante orgullosa de éste pedazo mío. ¿Por qué mío? Por qué la loca de aquí empezó esto cuando estaba en la secundaria, enamorada de su profesor. Obviamente nada pasó, pero aquí está. Gran parte de lo aquí contado ha sido hazaña mía.

Y nada, declaro inaugurada #LauraSad.

Sí tienen alguna pregunta, o algo sobre un dato no dicho o mencionado puede hacerla.

Y bueno, Evan es Gryffindor, porque león se nac.


E-esto es todo amigos.

Os amo, fueron increíbles.

Hasta otra.

Con mucho cariño,

Xoxoxoxo.

Duck.


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