Capítulo 65.
Reconstrucción.
El ministerio impone beso del dementor a algunos mortifagos.
Tras seis meses arduos de restauración, el ministerio ha tomado cartas en el asunto, en cuanto a los cómplices del señor tenebroso se refiere. Fue una decisión que se discutió de manera acalorada durante varias horas en el wizengamot, y parecía no haber un acuerdo entre los honorables magos del consejo.
Finalmente, el ministro de magia interino, Kingsley Shacklebolt, puso fin a toda duda, cuando en la votación número cinco, fue él quien desempató a los magos, decidiendo que a todo aquel que participó sería sometido al beso de forma directa, o tendría un juicio pequeño dependiendo de la actividad que haya desempeñado.
A sí mismo, ésta mañana han comenzado con las primeras sentencias, y se han enviado a los dementores a:
A. Avery.
D. Mulciber.
R. Lestrange.
A. Rookwood.
Z. Sharkey.
M. Travers.
—Pa...Pa...
Remus interrumpió su lectura al darse cuenta de que Evan había lanzado la cazuela con puré de patata al suelo.
— ¿Pero qué...? —dejó el periódico, y con un movimiento de varita la elevó por cuarta vez a la sillita del pequeño—. No, Evan. Debes de comerlo. No lo tires —el niño hizo un puchero, y el castaño negó—. No puedes quedarte sin comer, necesitas comer —Tomó la cuchara adecuada, y tratando de calmar su nerviosismo, compuso una sonrisa—. ¡Muy bien! Abre la boca, va a entrar una saeta... ¡Una estrella! Mira que rápido va.
Mientras movía la mano, los ojos amielados y brillantes de Evan seguían el movimiento embobado. Una sonrisa inocente se traslució en su rostro, y Remus aprovechó cuando soltó una carcajada, para meter la cuchara en su boca.
El bebé arrugó la frente, frunciendo los labios.
—No, no. Cometelo, vamos, cómelo es puré. Está rico...
Evan escupió el puré, rebelandose ante su padre. Remus suspiró, dejando la cuchara en la cazuela. ¡Se rendía! Sí tan sólo Charlotte estuviera, ella sabría como hacerlo comer.
—De acuerdo, tú ganas, toma —sacó la tetera de leche con chocolate y la dejó ante él. Al instante con pequeñas manitas, Evan la tomó y se la llevó a la boca—. Espero que te nutra un poco —susurró al ver como el pequeño de un año y pocos meses se bebía la leche con ansiedad.
Remus volvió la mirada al reloj. Faltaban cinco minutos para las seis de la tarde. En su rostro cansino, se adivinaba la ansiedad que demostraba con cada segundo que el minutero marcaba. Y no era para menos; había esperado y luchado años enteros para aquel momento, preciado y valioso.
El momento en que por fin tendría a su familia completa.
Con el adelanto de su sueldo compró un traje nuevo para la ocasión; también hizo una limpieza exhaustiva en la casa de los Lupin, y la había dejado tan habitable como algunos años atrás. Se sentía bien, porque a pesar de lo borrascoso que era el futuro, por lo menos tenía algo seguro y que nunca creyó contar con él; un trabajo. Y no uno cualquiera, sino su antiguo trabajo; profesor de Defensa contra las artes oscuras.
Cuando la profesora McGonagall le comunicó aquello, denegó la propuesta dos veces. Hubo una tercera, y el castaño se sintió mal además de que sería poco galante denegarla también. Por lo qué, para suerte del colegio de magia más enorme del mundo, Remus se convirtió en el profesor de Defensa contra las artes oscuras designado para el año que entraba.
La mirada del castaño volvió al pequeño Evan que cabeceaba con un hilillo de leche con chocolate cayendo de la boca a su barbilla. Tenía una enorme mata de pelo castaño, y facciones bonitas, no toscas, como las suyas. Remus sonrió un instante, admirándolo, antes de levantarse con algo de dificultad y tomarlo de la silla.
Justo cuando comenzaba a mecer al pequeño, varios golpes sonaron en la puerta. Remus murmuró un "adelante" para no despertar a Evan que ya roncaba sobre sus brazos.
Matt apareció detrás; llevaba una túnica negra, en señal de luto. Ojos rojizos, y rostro alargado. Por supuesto que la sonrisa no podía faltar en aquel extraño contraste. No obstante, el castaño notó que Matt iba un poco más animado que otros días. Y creía adivinar la respuesta.
—Perdón por la tardanza —susurró, acercándose a paso rápido—. La oficina me absorbe.
—No te preocupes —murmuró Remus, tendiéndole con delicadeza a Evan. Matt se había ofrecido como la niñera oficial ese día. A veces, Tonks se ofrecía para serlo—. Subelo a su habitación, no despertará ya, a menos que tenga hambre.
—Está bien. No tarden —el rubio se acomodó al niño en brazos, sonriéndole con suavidad.
Remus dejó un beso sobre la cabeza castaña. Al alzar la mirada, la sonrisa de Matt le animó a seguir, a irse. Aunque muy en el fondo temía hacerlo, debía mostrarse lo más optimista posible.
El castaño se colocó su abrigo, para protegerse del frío de Noviembre. Tomó el pomo de la puerta, y a pesar de las dudas y del quizá que no lo dejaba avanzar, salió del umbral apoyado en su bastón. Decidido a tener en su vida lo único que podía hacerlo feliz.
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San mungo estaba lleno de gente, y le fue un poco difícil moverse entre las masas hasta la cuarta planta del hospital sin que las rosas sufrieran daño alguno.
Mientras Remus atravesaba los pasillos, sintió el sudor resbalar pegajoso por las palmas de sus manos, pensando... En que... Quizás debió de haber mantenido todo en secreto, cuidarla en casa, y no haberla llevado a San Mungo. Sin embargo, se reprendía de inmediato ante ese pensamiento: Charlotte no parecía estar bien; su comportamiento extraño, su miedo inusual... Debía ser revisada por un profesional para detectar y curar aquella anomalía.
Optimista y esperanzado por curarla, Remus llevó a Charlotte a San Mungo; no obstante, la cura se había prolongado de un mes a seis. El sanador designado para ella, en su análisis había descartado el uso de algún obliviate, ya que su comportamiento no era el de una olvidadiza. El castaño lo había rafagueado de preguntas, inquieto, pero el medimago se había limitado a pedirle tiempo para estudiar su comportamiento y tratar de aliviarlo.
Por lo que, Remus Lupin tenía más de seis meses sin verle, sin tocarle. La desesperación estaba en el punto culminante del castaño, así que a pesar del dolor que correr le provocaba, adelantó el último trayecto trotando con urgencia por volver a ver a su esposa.
Su adorada esposa.
Se detuvo ante una habitación insípida. No tenía ventanas, y una puerta lisa era el puente entre ella y el pasillo. Detrás de la puerta se encontraba el amor de su vida, y el sanador. Ante éste pensamiento, los celos del licantropo surgieron un instante; aquel hombre la había tenido más tiempo junto a él que el propio Remus.
"No seas absurdo"Se dijo así mismo; el momento había llegado. El sudor incrementó en las palmas de sus manos. Inhaló con profundidad, cerrando los ojos un instante, tratando de prepararse y de no emocionarse demasiado. Había esperado toda su vida para aquel instante.
El instante en que sería feliz.
Su puño le obsequió suaves golpes a la puerta; concisos y rápidos. Con la otra mano, apretó el ramo de rosas tratando de no romperlo por le deseo de euforia que lo invadía.
Fueron cinco segundos lentos, en los cuales la puerta se abrió de par en par, dando paso a la silueta corpulenta y delgada del sanador Alistair. Al castaño siempre le intimidaba, porque el rostro del hombre pelinegro siempre parecía tener ganas de golpear algo, ya que su ceño por lo general estaba fruncido.
Remus le tendió la mano. Por la pequeña castaña sería capaz de hacer eso y más, mucho más...
—Buenas noches —le saludó Alistair.
—Buenas noches —respondió inquieto. Sus ojos sin querer se perdían detrás de la figura del sanador, donde se suponía su esposa lo aguardaba. Seguramente sonriente, ansiosa, como él estaba.
—El diagnostico está listo.
El castaño apretó los dientes, impaciente. Sólo quería llevarsela a casa, y punto. ¿A él que le importaba lo que le hubieran hecho? Sólo le importaba su bienestar. Impaciente, volvió la mirada nuevamente a la alcoba donde brillaba una luz tenue, preparándose para entrar.
Pero Alistair cerró la puerta con un movimiento suave.
— ¿Qué ocurre? —murmuró Remus, volviendo su vista de manera brusca hacia el sanador.
—Después de bastantes estudios —comenzó Alistair con voz pausada, grave—. Se ha llegado a la conclusión de que Charlotte está... Bueno... —La duda en su voz, provocó que la mitad de la seguridad de Remus se fuera al piso—. Demente. Es la palabra correcta. Sí, demente.
— ¿D-demente?
—Así es —el sanador dudó al hablar al ver como Remus se quedaba frío, pero recordando su calidad de medimago, continuó—: Al parecer fue torturada con el maleficio cruciatus durante un tiempo largo e indefinido.
— ¿E-está seguro? —Remus se había apoyado en la totalidad sobre el bastón. Las rosas se habían doblado un poco, debido a la fuerza deliberada que Remus aplicaba sobre ellas.
—Completamente —El sanador, apretó la mandíbula—. Hemos comparado su comportamiento con el de otros pacientes, como los Longbottom. Y al ser similar, se ha llegado a la conclusión de que la estabilidad emocional en ella es inexistente.
¿Cómo los Longobottom?
Remus palideció.
—Dígame...—balbuceó tras un largo silencio debatiendo contra su propia mente—. Qué tiene cura —terminó. Sus ojos parecían a punto de salirse de sus órbitas, como sí la locura también lo invadiera a él.
Alistair arrugó los labios.
—Charlotte tenía mucho potencial para pertenecer a nuestro equipo —susurró, cruzándose de brazos, como sí con aquel cumplido pudiera hacer olvidar al castaño de la situación que ocurría.
— ¿Hay cura? —repitió Remus, en tono más fuerte y desesperado.
—Lo siento, pero ella se quedará aquí. Como única cura.
Remus retrocedió varios pasos, sintiéndose próximo a morir.
Y a decir verdad, no faltaba mucho para ello.
— ¿Aquí? No, no puede... No puede —cerró los ojos, tratando de ordenar sus pensamientos y no dejarse llevar por la desesperación—. Por favor, Alistair. Tiene un bebé que la necesita... Yo... Yo la necesito. No puede quedarse aquí.
—Lo lamento, de verdad. Pero no hay alternativas. No se le puede dejar salir —el rostro de Alistair se mantuvo inerte, sin emociones.
Durante varios segundos, Remus valoró la opción de robarla. Secuestrarla, y huir con ella. Empezar una vida, juntos... Pero antes de ello, tendría que verla.
Pasó una mano por su cabello ansioso, tratando de parecer resignado, y volviendo la vista al sanador, murmuró con acento dolido:
—Me gustaría verla.
— ¿Está seguro de ello? —Alistair arqueó una ceja—. Ver a un familiar así, resulta especialmente duro.
—No me importa —el brillo en los ojos del castaño denotaban decisión—. Quiero verla.
—Adelante, entonces. Sólo procure... No exaltarla demasiado. Tiene una psicosis bastante agravada, al igual que el miedo.
Remus asintió con lentitud, mientras se acomodaba la camisa. Observó la puerta de color insípido, y tratando de mostrarse sereno, dio traspiés hasta detenerse frente a ésta. ¿En realidad quería ver lo que había detrás?
Sabía de antemano la respuesta, por lo que la empujó con suavidad, y se internó en el recinto.
Era pequeño. Cabían como máximo dos personas; había una ventana igual de chica, una mesita de noche con una jarra de agua y dos vasos de vidrio encima; y una cama de sabanas blancas. Fue encima de aquella áspera cama donde los ojos del castaño se quedaron posados; sentada, dándole la espalda, Charlotte susurraba de forma apurada.
Eran susurros ininteligibles, y al castaño le llamaba la atención la peculiar aura de misterio que había alrededor de ella. Inhalando de manera silenciosa, caminó sin saber que hacer o que decir. En su corazón martillaba la desesperación y la negación, ¿qué ocurría? Era lo único que su cerebro podía pensar.
Finalmente, quedó a pocos centímetros de la cama. Sus oídos captaron de manera clara lo que susurraba.
—Remus. Ayuda. Remus. Ayuda.
El cuerpo de la castaña temblaba. Él quería hablarle y decirle que estaba a salvo, que no había nada más que temer, pero al abrir la boca solo un suspiro ahogado fue lo que salió.
Ella lo escuchó y se dio la vuelta. Remus observó la manera en que su alborotado cabello castaño enmarcaba su rostro, vacío de expresión. El castaño trató de sonreírle, y de parecer amigable, pero una fuerza invisible lo obligaba a mantenerse estático. La tensión se había acrecentado en el pequeño cuarto, de sólo mantener la mirada fija en ella.
Por un instante, pensó que le gritaría como la otra vez. Que enloquecería. Pero Charlotte esbozó una sonrisa y rió de manera histérica; una risa que heló la sangre del castaño.
— ¡Remus! —Gritó la chica—. ¡Ayuda! —Se retorció de la risa, sobre la cama, mientras sus ojos se clavaban sobre su esposo—. ¡Remus!
El aludido mordió sus mejillas por dentro; a pesar de que Charlie reía, podía notar el dejo de dolor que su voz expedía cuando decía su nombre, cuando pedía ayuda. El castaño quería pedirle que se callara, que no le recordara que le había fallado. Pero Charlotte se reía cada vez más alto, y gritaba tan fuerte que sus tímpanos retumbaban en su interior.
Remus se apoyó en el bastón, con lágrimas resbalando por su rostro. Las rosas cayeron de su regazo, y se estrellaron contra el piso de manera silenciosa, como sí respetaran su dolor. No podía ser fuerte, porque por primera vez en su vida, sentía una impotencia más grande que el de ceder a los deseos de la luna.
Sollozando, bajó la cabeza, dejando fluir su dolor. ¿Qué iba a hacer? Charlotte no podría acompañarlo. No podría secuestrarla como planeó porque sabía que aunque tuviera su cuerpo con él, ella no estaría en serio ahí. Además, sí la secuestraba debería volver a empezar de nuevo. No sería el profesor de Hogwarts, y no tendría manera de mantener a su hijo. Parecía que el mundo una vez más le escupía en la cara cuando todo parecía más brillante y hermoso.
No supo cuanto tiempo estuvo así, hasta que el silencio llamó su atención. Elevó el rostro empapado en lágrimas, y vio frente a él al que siempre fue el amor de su vida. Lo miraba confundido, y al borde también de la tristeza.
— ¿Remus? —la voz le temblaba, así como sus enormes orbes castañas—. ¿Ayuda? —susurró más bajito, tratando de arrodillarse sobre la cama.
Con fuerza, y sintiendo que el suelo se hundía a sus pies, se limpió las lágrimas con fiereza. Apretó el mango de su bastón, y alzó una mano en su dirección. Ella la miró con fijeza, pero una fuerza sobrenatural la hizo mantenerse serena.
—Lo siento tanto, cariño —comenzó, con voz entrecortada—. Te fallé. Desde el momento en que supe que tú me habías enviado las cartas, debí de haber comenzado a amarte —Acarició su mejilla con el pulgar, sintiendo la fría piel de su esposa adherirse a su mano como sí ambos estuvieran hechos para complementarse—. Debí haber aprovechado cada instante contigo. Debí de haber cuidado mejor de ti. Soy un desastre de esposo... —sonrió con tristeza, sintiendo como Charlotte se apegaba más a su mano.
— ¿Remus? —susurró ella. Al castaño le parecía tierno que en su mente llena de dudas, su nombre prevaleciera por encima de cualquier otra cosa—. ¿Ayuda?
—Sí, debí ayudarte, lo siento...—se inclinó y dejó con labios temblorosos un beso sobre su frente, igual de fría que el resto de su cuerpo—. Debí haberme quedado en casa, donde era más de utilidad... —Peinó el cabello largo y ondulado de forma ansiosa, dejando el bastón de lado. Después sujetó ambas mejillas de su esposa, clavando su mirada en sus ojos turbios pero preciosos—. ¡No te voy a olvidar! ¿Me oyes? Aunque tú no me recuerdes, no te voy a olvidar. Te amo. Y lo haré siempre —Charlotte comenzó a reír, lo que impacientó al castaño—. Seré un buen padre, te lo prometo. Mi hijo no sufrirá nada. Y tú serás feliz, tan feliz como puedas serlo... ¡Amaré por los dos sí es necesario! ¿Me oyes? —Ella soltó una carcajada, y Remus, sintiendo su corazón resquebrajarse, la soltó con delicadeza, dando algunos pasos hacia atrás. Viéndola incrédulo.
Roto.
Dio media vuelta, decidido a irse antes de que no pudiera. Antes de que le pidiera al sanador encerrarlo con ella.
—Remus.
Se detuvo al oír su nombre de esa manera tan ferviente.
"Sí miro atrás, estoy perdido" Pensó, apretando el bastón.
—Ayuda —murmuró en forma de súplica.
A la mente del castaño acudió la imagen de Evan durmiendo. Tan pequeño y frágil. Debía ser fuerte por él, por ambos.
—No te olvidaré —aseguró, antes de salir de manera precipitada de la habitación.
Mientras corría, podía escuchar la risa de su esposa acompañarlo todo el trayecto.
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