Capítulo 64.
3 de Mayo de 1998.
Vestíbulo de Hogwarts - 5:30 a.m.
La batalla se había reanudado.
Durante toda la noche, con bastante suerte, Remus había sabido sortear los peligros que se le presentaron; fue larga, y difícil en extremo. Hacía mucho que no utilizaba una varita para pelear tan arduo, exactamente, diecisiete años. Y a causa de ello, se había ganado varios desgarres en el cuerpo; una pierna inflamada como un globo, y un ojo cerrado casi por completo.
En aquel momento, no pensaba con claridad; el sueño adormecía sus sentidos, y lo hacían más torpe de lo usual. Todo había ocurrido en un instante; Harry desapareciendo, las flechas de los centauros dispersando a los mortifagos y un chillido de histeria. Entonces, el mundo quieto prorrumpió en gritos y temblores de gigantes. El castaño había sido de los primeros en alzar la varita, en pelear por la causa hasta la muerte, ya que sin Harry no habría esperanza alguna y unirse a Voldemort no era una opción viable.
Todos entraron de manera forzada al castillo: Mortifagos, profesores, buenos y malos por igual. Remus fue arrastrado por el mar de gente, mientras su mente trataba de coordinar lo que ocurría. Aferrándose con fuerza a la varita, con los pies trató de disminuir la fuerza que lo impulsaba, de manera inútil.
Al final, logró hacerse a un lado, cerca de las puertas del gran comedor. Dentro, la batalla reiniciaba con los combatientes restantes, jugándose el todo por el todo en un desesperado intento por la victoria rápida en algún bando.
El castaño vislumbró los haces de luz verde, roja y blanca. Inspiró hondo, y a pesar de su reducido y herido campo visual, se internó en el océano de personas que peleaban por un mundo mejor, siguiendo cada uno una ideología distinta.
Al entrar el caos lo desorientó; Voldemort peleaba al fondo, contra Kingsley, McGonagall, y Flitwick. Bellatrix a su lado hacía lo mismo con Ginny, Hermione y Luna. Remus, renqueando, trató de abrirse paso hacía alguno de los dos, con el fin de ayudar. En el camino, con el ojo izquierdo trataba de visualizar a los que necesitaran ayuda, y abría un campo protector cuando podía. Se sentía débil, y a punto de caer en su intento de ayudar, al no haber tenido tiempo de descansar las heridas.
Y cayó. Pero no por que no pudiera seguir adelante por pie propio. Sintió un golpe fuerte por el lado derecho que lo mandó a volar por los aires. El castaño se estrelló contra la pared de manera estrepitosa, y perdió la consciencia varios segundos. Sin embargo, su organismo ya acostumbrado a faenas más terribles, reaccionó de inmediato; la boca le sabía oxidada, como la sangre. La cabeza parecía a punto de estallarle, y un dolor agudo se extendía desde su nuca hasta la rodilla.
Tirado en el suelo, sintió algunos pisotones de combatientes apurados machacando más su cuerpo. Remus se apuró a abrir su ojo sano, y al hacerlo, distinguió a lo lejos una figura negra, y un rostro sin máscara; Antonin Dolohov se acercaba con paso rápido en su dirección. Palpando el suelo, tomó la varita a tientas, y aunque todo le daba vueltas, se apuró a ponerse en pie.
Una grotesca carcajada resonó en los oídos de Remus. Él había esperado aquel encuentro desde que la batalla fue inminente. Y aunque ahora estaba menos preparado que en aquel momento, se enfrentaría dando lo mejor de sí.
Se vengaría, aunque no fuese de su estilo la venganza.
El mortifago, negó con la cabeza con una sonrisa felina al ver al desfallecido licantropo. Se veía fuerte, como sí asesinar le diera más vitalidad.
— ¿Ahora no te sientes tan valiente, verdad, Lupin? —Remus no respondió, sino que se irguió cual alto era, y se puso en posición de combate—. No tengo tiempo de juegos, ¡Avada Kedavra!
Remus dio un paso a la izquierda, antes de que Dolohov bramara el hechizo. En su mente ardía con ferviente clamor la imagen de su esposa. Recordaba todas las noches de insomnio, tratando de consolarla de las cosas atroces que aquel sujeto le había provocado. No había nada que impulsara a Remus para mantenerse en pie, a excepción de una sola cosa.
El recuerdo de Charlotte.
El recuerdo de su hijo.
Dolohov viró la mano en dirección de Remus, pero el castaño le lanzó a un Desmaius no verbal. El mortifago se deshizo del hechizo con un movimiento ligero de la varita, luciendo un rostro despreocupado y aburrido. Remus dio un paso hacia atrás, y logró bloquear el siguiente hechizo de Dolohov. No obstante, el mortifago al parecer, apurado, comenzó a lanzar un bloque de hechizos, logrando el castaño a duras penas esquivarlos y bloquearlos. Antonin Dolohov reía de forma macabra conforme los segundos pasaban, y Remus perdía la noción de lo que hacía. No había esperanza. Remus jadeó, al bloquear el último hechizo y su mano cayó al costado.
Con actitud burlesca, Antonin Dolohov alzó la varita. El castaño, resignado a dejar aquel mundo, depositó toda su venganza en los buenos que luchaban junto a él. Notó la sonrisa del mortifago, y él también sonrió, convocando a su memoria la imagen de su esposa e hijo para que lo acompañasen más allá.
— ¡Avada Ked...—Dolohov se interrumpió de forma abrupta, debido al terrible chillido que retumbó el gran salón.
Fue un instante, precioso, en el cual Antonin Dolohov volvió su cabeza al reconocer en él la voz de Voldemort. Remus elevó la varita, y conjuró un Inmobulus, justo cuando el mortifago volvía el rostro hacía él. La sorpresa se congeló en los ojos de Antonin Dolohov, y Remus Lupin, cansado, pero aliviado, apuntó directo al pecho de él. Dolohov suplicaba con la mirada.
Pero Remus no podía perdonarlo.
Lanzó un bombarda no verbal en su dirección.
Remus se giró antes de ver lo que ocurriría, mientras el cuerpo del mortifago se desintegraba, y Harry y Voldemort danzaban en un círculo perfecto.
Esperaba que todo terminara pronto. Y de la mejor manera.
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El niño que vivió ha vencido.
Remus se encontraba sentado a una de las mesas, sintiéndose ansioso por volver a casa. El gran comedor respiraba un aire alegre y victorioso. Todos estaban maltrechos, pero comían con gran ahínco lo que los elfos les daban para merendar.
A su lado, Matt también comía y más que cualquiera de los que tenían a su alrededor. Tenía el rostro lleno de hollín, pero la sonrisa era gigante en su rostro. Remus también sonreía con ganas. Todo había terminado, y la paz por fin parecía adueñarse del mundo mágico. Por fin habría vidas normales.
Bueno, lo más que se pudiera.
— ¿Haz terminado? —Preguntó de forma amable al rubio, que se había engullido medio sándwich de un mordisco.
Matt asintió con la boca y mejillas infladas. Mascó con prontitud y respondió:
—Lo siento, ¡estoy muy ansioso! —replicó, y dio un sorbo al jugo.
—Sí, a mi también me esperan en casa —murmuró el castaño—. Por ello te pregunto.
—Hay que irnos, ¡es cierto! —el rubio se levantó, demasiado hiperactivo—. ¡Pero antes, hay que llegar a un mercado por flores!
— ¿Así? —El castaño elevó la voz por encima de los murmullos y gritos que inundaban al gran comedor—. Creerán que iremos a asaltar —Remus se sentía de buen humor, a pesar de las magulladuras de su cuerpo.
—Puedo ir por ellas, sólo necesito saber de cuales le gustan a Charlie.
—Hmmm —el castaño se rascó la nuca—. Jamás se lo he preguntado. Aunque creo que cualquier flor le vendrían bien.
— ¡De acuerdo! Iré por ellas —y de un movimiento, el rubio desapareció ante los ojos de Remus.
Éste negó con la cabeza. ¡Vaya que sí el amor le había pegado fuerte al chico! Se alegraba por él, era una buena persona y merecía feliz. Casi tanto como todos los que se encontraban sentados por ahí.
Buscó a Harry con la mirada, para expresarle su ¿gratitud? ¿su sentimiento de felicidad por haber terminado con una guerra que duró casi veinte años? Sin embargo, no logró divisarlo entre toda la masa de gente, por lo que despidiéndose de Los Weasley, Tonks, Kingsley y demás miembros de la orden, Remus desapareció a las afueras del edificio que compartía con su familia.
Se tambaleó un poco. Estaba demasiado débil, pero debía hacer un último esfuerzo. La luz matinal del sol golpeó sus ojos, los cuales examinaban el edificio que tenía delante de él.
"Es una miseria" Pensó con tristeza, a la vez que ideaba una forma de trasladarse ese mismo día a su casa. La que Sirius había reconstruído para la familia de él.
Estará muy orgulloso, fue lo primero que llegó a su cabeza. Alzó la mirada al cielo, agradeciéndole, pensándole. Esperando en verdad que lo estuviese. Se prometería ver esa noche las estrellas, y buscar la constelación de Sirio. Y a Orión, claro.
Matt apareció unos instantes después. Llevaba tulipanes en una mano, y rosas en el otro. La sonrisa era algo que no faltaba en su rostro, y que lo hacía verse joven y despreocupado, como sí no hubiera arriesgado la vida toda la noche.
—Las rosas nunca fallan —comentó, tendiéndole el ramo al castaño.
—Gracias —agradeció Remus, con una sonrisa afable.
Se dispusieron a entrar, y aunque Matt se ofreció para llevar al castaño por las escaleras, éste se negó de manera rotunda. Podía valerse de sí mismo, no estaba tan grave, y no quería preocupar a su esposa. Quería que se sintiera igual de feliz que él. Qué agradeciera, y se sintiera segura puesto que ya nadie más la dañaría en el mundo, y menos sí él estaba presente.
Sin embargo, parte de aquel sentimiento de júbilo se desvaneció al llegar al pasillo que desembocaba al departamento donde se alojaban. Todas las alertas de Remus se encendieron, y sacando la varita, le indicó en forma silenciosa a Matt que algo no andaba bien. El rubio asintió, imitando al castaño y recorriendo el pasillo. Ambos sabían que cuando una puerta estaba entreabierta es porque algo malo había ocurrido.
"Nada malo" Se dijo a sí mismo Remus, al pararse debajo del umbral; la luz del sol llegaba a cada rincón del departamento. Pero estaba vacío por completo.
Sin atreverse a llamar a nadie, se adentró en él. Con el ojo izquierdo examinó con minuciosidad cada rincón de la casa, tratando de entender que iba mal.
Un grito ahogado de Matt sutrajo su atención. Remus al verlo, notó como la mirada del chico viajaba al piso, junto a la ventana. Bañada con la luz del sol, Elizabeth Dukes yacía inerte en el suelo. Sus preciosos ojos verdes miraban sin ver a la nada, mientras que el rostro estaba congestionado por un miedo inhumano.
—Por merlín...—murmuró Matt, comenzando a temblar violentamente.
—No pierdas la postura, no estamos a salvo...—Pero Matt no escuchó la voz de la experiencia, sino que siguió sus instintos, y cayó de rodillas junto al cuerpo. Conmocionado.
La puerta se cerró detrás de ellos. Remus volvió la cabeza con rapidez, y alcanzó a ver una débil silueta, antes de que un chorro de luz roja golpeara su rostro con fuerza y lo lanzara hacia atrás. Se estrelló contra el piso, y quedó inconsciente.
—Era una puta, Bones —murmuró la voz nerviosa de Sharkey, cuyo cuerpo avanzó hasta la altura del rubio.
Matthew se puso en pie lleno de coraje, viendo a Zack quien le sonreía burlesco.
—Parece que alguien quiere una paliza, ¿extrañabas mis puños cierto? —Matt apretó los propios, tratando de mantener la varita intacta—. ¿Estás enojado, Bones? Te enseñaré a tenerme respeto...Sí, respeto... Eso es lo que necesitas.
El rostro de Matt tenía un odio fuera de lo normal. El color rojo coloreaba cada centímetro de piel, mientras que la fuerza bestial lo convertía en una persona distinta. Zack Sharkey, demasiado nervioso, demasiado perdido, alzó el puño sin notar aquella transformación en Matthew Bones.
Sharkey se abalanzó por completo contra Matt, pero él se mantuvo firme y lo aventó con fuerza lejos de él. Zack se mostró sorprendido. Matthew tenía el avada atravesado en la garganta, dispuesto a lanzarlo. Pero él no era un asesino. Era una buena persona. Y aunque las malas personas lo merecían, él no lo haría.
—Incarcerous —murmuró el rubio, mientras lágrimas de rabia e impotencia caían por su mejilla. Zack rió desquiciado, a la vez que las cuerdas ataban su cuerpo con fuerza y lo orillaban a caer al piso.
El rubio lo vio, y absteniéndose a asesinarlo volvió la mirada al amor de toda su vida. Sabía que ella habría aprobado aquello, a pesar de haber sido una loca. Se arrodilló junto a ella, escuchando a lo lejos las carcajadas desquiciadas de Zack. Estiró dos dedos y con suavidad cerró los parpados de Elizabeth.
Porque ella no estaba muerta, sólo dormida. Para siempre.
Tembloroso, Matt revisó a Remus quien sólo estaba desmayado. Faltaban dos personas más en aquel cuadro, por lo que, sujetando la varita y con al visión emborronada por el torrente de lágrimas, se metió en la habitación que faltaba de inspeccionar.
Vio a Charlotte Studdert recostada sobre la cama. Su rostro apuntaba al cielo, tenía los ojos cerrados, y las manos a los costados. Espantado, Matt se acercó a ella dando traspiés. ¿Cómo era posible, que ellas estando lejos del campo de batalla hubieran terminado en aquella forma?
—Charlie, no...—murmuró el rubio, buscando apurado el pulso de la castaña. Durante unos instantes, su corazón se encogió al no sentir ningún bombeo en aquel cuello tan blanco. Apretó los labios, no podían dejarlo, no las dos a la vez.
Pero entonces, como una revelación mágica, percibió un latido suave y pequeño debajo de su dedo pulgar. Sonrió. ¡Estaba viva!
— ¿Matt? —la voz de Remus le llegó desde la sala.
— ¡Aquí! ¡Pronto! —fue lo único que logró decir, con el nudo atravesado en su garganta. Estaba demasiado emocionado como para poder hablar.
El castaño entró unos segundos después, y al ver el cuerpo de su esposa, se acercó turbado a la cama. El sudor empapaba sus sienes, y el terror llenaba sus ojos. Matt notó su mirada en su figura, y él sonrió a medias.
—Está viva —susurró—. Pero parece... Parece en una especie de sueño... —las cejas de Matt se juntaron, y el castaño asintió, preocupado.
—Revivamosla —replicó Remus, con bastante dificultad—. En... Enervate —la varita del castaño se dirigió hacía la estampa de su amada esposa.
Pareció un siglo antes de que la castaña comenzara a abrir sus pestañas. El corazón de Remus se llenó de un alivio mucho más placentero que cuando derrotó a Antonin Dolohov. De manera impulsiva, tomó la mano de ella y le dejó un beso.
— ¡Estás viva! —Exclamó Remus.
Charlotte volvió sus ojos color avellana hacía Remus. Se veía preciosa, era lo más hermoso que el castaño había visto en mucho, mucho tiempo. No obstante, algo andaba mal en aquellas lindas facciones que parecían confundidas.
— ¿Ocurre algo, Charlotte? —susurró su esposo con labios temblorosos.
La castaña contrajo el semblante en una mueca de dolor. Sus ojos se habían dilatado, Remus conocía aquella mirada. Era de pánico. Abrumado, bajó la mirada, y pudo ver como debajo de la manga, varios moretones se negrecían alrededor de la piel blanca de su esposa. Notó otros al inicio de sus pechos, y sintió como a poco a poco la indignación comenzaba a abordarlo con inquietante rapidez.
Remus quiso decir algo, pero entonces ocurrió lo que ninguno de los dos esperaba: Gritó con fuerza, tratando de alejarse todo lo posible de ellos. Gritó a pesar de los vanos esfuerzos de Remus por calmarla, a pesar de los esfuerzos de su mejor amigo.
Charlotte gritó, y gritó.
Y sólo se calló cuando sus cuerdas vocales no lograron emitir ningún sonido.
Sólo nos queda el capítulo final y el epilogo. Sí, chicos. Ya es la hora sad.
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