Capítulo 63.
2 de Mayo - 1998
10:30 pm.
La noche cubrió con su frío manto la ciudad de londres. Charlotte Lupin había visto muchas veces aquellas noches y varias madrugadas, con la mirada perdida en el infinito de edificios que se elevaban hasta casi tocar el cielo, llena de emociones sin identificar. Le gustaba pensar en como sería saborear una vez más, la libertad y el aire fresco en la cara sin la preocupación de ser atacada por un grupo de magos encapuchados.
Esa vez se encontraba sentada frente a la ventana, igual que muchas otras. Sólo que en lugar de imaginar como sería la libertad, era presa de un mal presentimiento que por más que trataba, no lograba deshacerse de él. Por supuesto, consideraba tonto intentarlo ya qué ese sentir estaba fundamentado en algo real y verdadero; su esposo había ido a la boca de lobo, no sólo a merodear por ahí.
— ¿Estás bien? —Junto a ella, Elizabeth caminaba de un lado a otro. Llevaba al pequeño Evan en brazos. Se mostraba encantada con él.
— ¿Cómo estarlo? —replicó la castaña volviendo la cabeza un momento—. Mi esposo y mejor amigo andan no sé en donde, mientras que tú y yo estamos aquí sin nada que hacer. Además —añadió, alzando una ceja, de manera provocativa—. Tú te has liado con el rubio...
— ¿Lo apruebas? —preguntó la rubia, con una sonrisa ladeada. Evan succionó con fuerza un collar que llevaba Elizabeth en el cuello.
—Sólo sí te arrodillaste y le pediste perdón tres veces.
—Fue una vez —sus labios formaron una mueca, y al ver a Evan se volvieron a elevar—. ¡Éste niño está precioso! —Lo elevó en brazos, y dejó varios besos en su mejilla y cabeza, pero el bebé gruñó por haber sido alejado del collar tan delicioso—. El caso es que, ningún otro chico en mi vida me ha tratado como lo hace Matt. Es... Es tierno, en extremo. Y detallista. La otra vez pasó por un mercado muggle y me compró tulipanes, mis favoritos... —la chica posicionó la mirada en su amiga—. Es... Especial. Me siento tan miserable después de todo lo que le hice.
—Miserable debería ser poco...—murmuró Charlotte, y suspiró un poco—. ¿Y qué? ¿Ahora sí vas en serio?
—Apenas tenemos cuatro meses, bueno, dos así... Veremos como va el asunto —acurrucó al bebé en su regazo con delicadeza—. Pero espero tener una vida así de linda como la tuya.
— ¿Te parece linda? —Charlotte lo preguntó, porque conocía a su amiga; superficial, no era de las personas que eran felices en la sencillez, como ella, y Remus.
—He vivido en toda clase de lujos, confort, y con cada tipo que tú ya sabes. Pero, mientras yo era el juguete de ellos, tú has hecho un pequeño hogar con la persona que más amas, y que te amas. Y ahora que he abierto los ojos, tengo ilusión por algo así.
—Lo harás, Lizzie. Y será con Matthew Bones —Charlotte se abrazó a sí misma, cada vez más inquieta.
—No lo creo —Elizabeth volvió la mirada a la ventana, donde la noche resaltaba las edificaciones.
— ¿Por qué no?
—Porque a pesar de que tú esposo pelee, el mío pelee, en fin, todos peleen, no se podrá hacer nada. El ascenso de Vol...
— ¡NO DIGAS SU NOMBRE!
—...demort.
— ¡Maldición, Elizabeth! —la castaña se levantó como sí hubiera sido impulsada por un resorte; el corazón comenzó a latirle a gran velocidad, mientras su mente se convertía en una telaraña sin conexión entre sí—. ¡Maldición, maldición, maldición! —Charlotte dio una patada en el piso, mientras que con manos temblorosas se buscaba la varita en el bolsillo trasero de los vaqueros, sin éxito.
— ¿Qué pa...? —La rubia se detuvo a media frase, ya que el departamento se había oscurecido.
Asustadas, ambas chicas giraron la cabeza de un lado a otro. Elizabeth sacó su varita, sin entender que ocurría, mientras que Charlotte rogaba a Merlín, pero no podía encontrar a su fiel compañera de hechizos. Entonces, recordó que probablemente se le habría caído mientras rodaba por el piso como loca. La respiración se le incrementó, mientras trataba de pensar con mayor claridad.
Elizabeth conjuró un lumos.
La mirada de Charlotte se clavó con horror en la silueta negra que se presentaba ante ella.
Una risa macabra resonó en el lugar. El mortifago elevó la varita, y apuntó con asombrosa rapidez a Elizabeth.
— ¡Huye! —Gritó Charlotte.
La rubia reaccionó instintivamente, y se movió a tiempo antes de que la maldición asesina le diera de lleno. Todo pasó demasiado rápido; Elizabeth comenzó a correr en dirección de la puerta, pero otro hechizo rozó su oreja. Charlotte, se lanzó contra la espalda del encapuchado, tratando de ahorcarlo con las manos, tomándolo desprevenido.
— ¡Toma a Evan! ¡HUYE, HUYE! —Chilló la castaña, entre jadeos por el esfuerzo que le costaba mantener alejado al encapuchado de su familia.
Elizabeth se levantó. Sólo disponía de unos pocos segundos; dirigiéndole una última mirada a Charlotte que forcejeaba con el enmascarado, abrió la puerta del departamento, y comenzó a correr. Se detuvo al final del pasillo, antes de desaparecer con el pequeño Evan, que se había mantenido en silencio durante toda la escena; valiente y serio, como su padre.
Y madre, pensó Elizabeth desapareciendo.
El mortifago ya había logrado dejar a Charlotte fuera de combate, y con un incarcerous la ataba a una de las sillas del comedor. La castaña había recibido fieros golpes en el rostro, haciéndola sangrar de las mejillas y los labios. Se sentía mal; percibía su cerebro inflamado, y doloroso, así como las uñas de los dedos donde había tratado de encajarselas en el cuello al hombre. La sangre predominaba en sus manos y rostro, pero todo estaba bien, sí así su hijo pudo ser salvado.
Lo único que le parecía extraño era que la había atado, y no asesinado. En aquel momento no se encontraba, se había lanzado en la persecución de Elizabeth. Esperaba se tardase lo suficiente para idear un plan, pero sus esperanzas se fueron al caño, cuando vio que la figura entraba por la puerta, y la cerraba con fuerza. La castaña apretó los labios.
Bien, que así sea.
La figura alta y negra, se deslizó hasta ella con tortuosa lentitud; Charlotte tosió algo de sangre, viéndolo de forma retadora. No se dejaría doblegar.
El desconocido encendió la luz del apartamento de nuevo; la castaña pudo ver que sus facciones se escondían tras una máscara color plateada, y su cabello bajo la capucha negra.
—Eres un cobarde —murmuró con el sabor de la sangre impregnando su boca—. Sí... Sí te gustara ver morir como a tu amo, el imbécil ese... Te quitarías la máscara y lo verías... Me mirarías a los ojos.
El encapuchado por toda contestación deslizó con lentitud la gorra negra, y la máscara cayó al suelo dejando al descubierto un rostro desfigurado; lleno de cicatrices; ojos verdes que titilaban en un borde de oscuridad la miraban sin verla realmente, y una sonrisa carente de varios dientes, le era brindada de forma grotesca.
Pero a pesar de todas esas nuevas desfiguraciones, reconoció al instante el rostro de Zack Sharkey.
Fue un golpe para la castaña que al momento se le vinieron a la mente todas las amenazas, insultos, maltratos que la torturaron por años. El miedo se dibujó en sus ojos, y sus facciones se contrajeron de dolor puro.
Zack rió.
—A mi me gusta verte, tejoncita —dio un paso hacía ella, y Charlotte se sacudió con ansiedad, tratándo de hacerse para atrás, lejos de él, de ese monstruo—. No pareces muy alegre de verme —él hizo un puchero, a la vez que se inclinaba y colocaba su asquerosa mano en su mejilla. Charlotte soltó un gemido de horror, y volteó la mirada a otro lado.
—No, no —dijo él, tomándola con brusquedad del mentón y obligándola a verlo—. Mírame bien, estúpida. ¿No te gustan las cicatrices? ¿No me dejaste por unas? Pues mírame. Las mías son más lindas, ¿no crees? —Susurró en su oído.
—Déjame. No puedes dañarme más de lo que me has hecho.
— ¿Y quien dice que te quiero dañar, tejoncita? —la nariz de Sharkey pasó por el cuello de la castaña, estremeciéndola. Charlotte lo odiaba, lo repudiaba—. Estás más linda que antes... —pasó de manera brusca una mano por sus senos, y estómago. La castaña sintió que las arcadas llenaban su garganta; quería sollozar y pedir ayuda, pero ¿a quién?
—Te odio, Zack Sharkey —apretó los ojos, llenándose de valor—. Te odié desde el momento en que te vi por primera vez. Te odié en cada instante que fuimos novios y esposos. Te odié, odio y odiaré por siempre porque no haces más que despertarme repugnancia.
El silencio se adueñó de la habitación. El rubio alejó lentamente su figura de ella, y sintiéndose valiente, Charlotte abrió los ojos. El rostro de Zack estaba inexpresivo, más una pequeña sonrisa se perfilaba en sus labios resecos.
—Te di la oportunidad, y la haz despreciado... Aunque créeme, no me duele nada...
— ¿De qué hablas? —preguntó la castaña, pero Zack mantuvo el silencio—. ¡Habla, maldita sea! Sí vas a matarme, hazlo, ¡hazlo!
—Al que van a asesinar es al amor de tu vida, que no te da asco...—Tomando la varita, Zack apuntó hacía Charlotte que, tragó saliva—. ¿Recuerdas a nuestro padrino, Dolohov? Bueno él cree que debería pedirle cuentas personalmente. Y bueno en lo qué él pide cuentas allá, yo pediré aquí.
—Tú me debes a mí —escupió la castaña.
—Lo dudo —Zack borró la sonrisa de su rostro, y con un indescriptible odio, murmuró—: Crucio.
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Clarisse y Abraham Studdert estaban aterrados; hacía varios minutos que la hija de los Dukes había llegado con un bebé en brazos, balbuceando cosas incoherentes, entre ellos el nombre de su hija y la palabra peligro.
Alexander había dejado a la chica en el sofá, tratando de ayudarla a articular bien. En ese momento, los tres integrantes de la familia observaban, asustados, a Elizabeth que respiraba fuertemente.
—Bien, ¿qué pasó? —preguntó Alexander, tras pensar que era oportuno preguntarlo de nuevo.
Elizabeth, lo miró con fijeza, y levantándose murmuró:
—Charlotte está en problemas —las lágrimas salieron, de forma espontánea—. Puede que muera, sí es que no ha muerto ya —extendió al pequeño Evan en dirección de Clarisse, quien hacía pucheros ya que no veía ni a su madre ni padre—. Es su nieto. Se llama Evan Lupin. Es precioso... Cuídelo, yo tengo que volver por Charlotte.
Consternada, la madre de la castaña tomó al pequeño en brazos, con dudas en la mente. Elizabeth tomó con fuerza la varita.
— ¿Podemos ayudar? —preguntó Abraham.
—Sólo irían a que los maten —caminó llena de determinación—. Volveré con ella. No se preocupen, añadió antes de salir corriendo.
Los Studdert la siguieron de cerca, pero cuando salieron al jardín Elizabeth ya no estaba, y en cambio habían dejado en sus manos, al niño más precioso del mundo.
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La rubia apareció en un callejón continuo al edificio. El miedo irradiaba en todo su ser, a la vez que se abría paso dentro del edificio. ¿Cómo pudo ser tan estúpida para pronunciar el nombre de él? ¿Cuándo lo había pronunciado antes? ¿Por qué ese momento, o ese día? Conforme subía las escaleras al último piso, apretaba más la varita contra sí. Nunca había sido buena duelista, sabía que estaba exponiendo incluso la vida misma. Debía dar media vuelta, volver a casa, y fingir que nada sucedía.
Se detuvo en la escalera, antes de llegar al último piso, considerando seriamente el abandonarla.
Pero su subconsciente, esa vocecita que siempre le decía que tenía razón en todo, ésta vez le advirtió que se equivocaba. ¿Por qué abandonar a la única persona que después de todas las estupideces que había hecho, seguía aceptándola tal y como es? Le debía mucho a Charlotte Studdert, y una de esas cosas, era su amistad incondicional.
"En las buenas y en las malas, como un matrimonio" Pensó subiendo el último trayecto de escaleras, con la varita temblando en sus manos.
El pasillo se abrió ante ella. La puerta estaba cerrada, probablemente con magia o sin ella. Armándose de valor inexistente y por primera vez en su vida, Elizabeth Dukes dio un paso en aquella dirección. Después otro, y otro hasta que su caminar se volvió apurado. Pegó el oído a la puerta; no escuchó nada. Tomó el pomo de la puerta, y sí se deslizó; escuchó como la puerta se abría, y supo que debía ser rápida antes de ser detectada.
Apretando los dientes, la rubia irrumpió de manera violenta en la vivienda. No obstante, cuando entró no vio más que a Charlotte Studdert; estaba atada contra una silla. Tenía el rostro contraído de dolor, y los ojos entrecerrados. Elizabeth corrió hasta su lado, apurada.
—No te preocupes, te sacaré de aquí —susurró, apuntando la varita a una parte de las ataduras—. Diffindo —bramó, esperanzada, y alegre, notó como la cuerda aflojaba. Impulsada por esa chispa de buena suerte, lo murmuró de nuevo. Y nuevamente hasta que Charlotte Studdert se vio libre de sus ataduras.
— ¡Vamos! —pero Charlotte no se movió—. ¡Camina! ¿No puedes?
—Cui...—la boca de la castaña apenas se movió—. Cuidado —susurró.
Elizabeth anonada por el comportamiento de su amiga, la tomó de los hombros; el mortifago podría volver con más. No obstante, Charlotte no cooperaba. Haciendo un esfuerzo súpremo, Elizabeth logró levantarla de la silla.
Sin embargo, al alzar la mirada vio la figura oscura nuevamente. Tomada por sorpresa, el conjuro se trabó en la lengua de Elizabeth al elevar la varita. El mortifago, al que reconoció como Zack Sharkey, sonrió, con la mano alzada en su dirección.
—Avada Kedavra —susurró.
El miedo y la figura de Zack se habían cristalizado en los ojos de Elizabeth para siempre.
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