Capítulo 60.
Eterno.
Cuando desperté, noté una frialdad inusual en mi espalda. Alcé el rostro, confundida y somnolienta. Durante algo de tiempo no recordé donde estaba; todo me era completamente inusual, desde la cama, hasta los colores de la pared. Desconcertada, tomé asiento en la mullida cama y miré a todos lados. Un miedo creciente comenzó a crecer en mi pecho, y de pronto reaccioné.
—Evan...—murmuré, levantándome de un salto de la cama.
El corazón me latía con furia. Me sentía como sí hubiera bebido demasiado y el único efecto de la resaca era una memoria bastante mala. ¿Qué había ocurrido anoche? Me toqué el bolsillo trasero de los vaqueros y me di cuenta que tenía la varita. Sacándola, me acerqué con lentitud a la puerta. Tomé el pomo, preparándome para lo que fuera que encontraría detrás. La abrí y recorrí un pequeño pasillo, que seguro daba a una sala.
Caminé con el miedo arrasando mis sentidos. No obstante, todo comenzó a desvanecerse cuando la luz del Sol, radiante, iluminaba ante mí una imagen que parecía más que algo poco posible, un sueño.
En el sofá de la sala pequeña, estaba Remus sentado. En sus brazos llevaba un envoltorio de sábanas y mantas, y con la mano izquierda sostenía un biberón. Su mirada estaba concentrada en su regazo, donde unas pequeñas manitas salían y se movían de forma lenta. Suspiré suavemente, tratando de no arruinar la escena. Era, de forma segura, el primer encuentro del tipo padre-hijo entre Remus y Evan Lupin.
—Cómo me gustaría que pudieras hablar —escuché la voz de Remus. Aterciopelada, y algo dolida—. ¿Te hicieron daño cuando no estuviste con tú madre? —Sonrió un poco, y noté las arrugas que se contraían en su rostro, junto con las cicatrices—. Eres muy lindo, ¿lo sabías?
Sonreí enternecida. Desde un principio todo pudo haber sido así. Un Remus paternal, dispuesto a todo junto a mí. Bien sabe Merlín y todo el mundo que siempre busqué que estuviéramos bien. Sí me hubieran pedido que diera mi vida por él, no lo habría considerado y me habría lanzado al ruedo. Porque lo amaba.
Ahora, después del rescate a nuestro hijo, y su presencia anoche, seguía dudando, porque había algo que no me permitía volver a creer en él.
Alzó la mirada, y nuestros ojos chocaron. Sentí mis mejillas enrojecer, como sí hubiera hecho algo mal y Remus me descubriera. Demonios.
La media y tranquila sonrisa del licántropo me calmaron un poco más.
—Se ha dormido —susurró, y dejó el biberón en el piso—. El desayuno está en la mesa. Ve, mientras lo dejo en su cuna.
Tras decirme eso, se puso en pie jadeando con ligereza. Todavía tenía secuelas del enfrentamiento mortifago, y lograba verlo a pesar de que por todos los medios, intentaba mantener el semblante tranquilo. No me gustaba que estuviera sufriendo; debía estar en reposo todavía.
Y se levantó por mí.
—Dámelo —Lo intercepté con toda suavidad que me fue capaz tener—. Yo lo dejaré —él me miró, con cierta reticencia—. Tú no sabes que peluches colocarle para que no se asuste cuando despierte.
Remus sonrió entre divertido y agradecido.
—De acuerdo. Te espero para desayunar.
Con mucho cuidado, Evan pasó de sus brazos fuertes y nervudos, a los míos. Lo mecí un momento y tras echarle una última mirada a Remus, me alejé con el pequeño. Una dicha impropia de la época me abordó. Ver a Remus con mi hijo, y sentirlo suyo, era uno de los propósitos de mi vida, y no creí que lo conseguiría después de haber visto su terquedad ante el asunto de la paternidad.
— ¿Ves? —murmuré, mientras entraba a la recamara. No había reparado en la cuna que había frente a la cama; era de madera oscura, muy linda—. Te quiere. Y para él, y para mí eres muy lindo —seguía susurrando, depositando con cuidado a mi príncipe. Suspiró un poco y después volvió al mundo de las fantasías. Ahora que lo pensaba, se parecía más a Remus de lo que creía.
Caminé de regreso, en dirección a la cocina, con los nervios recorriendo mis manos, intranquilos. ¿Qué me esperaba? Un desayuno, eso era seguro. Quizás unas cuantas palabras...
La luz matinal me hizo sentirme un poco mejor. Volví mi mirada a la cocineta, donde una barra separaba la sala de la cocina. Vi a Remus Lupin sirviendo el desayuno de pequeñas sartenes. Huevos y Bacon. Sentí un gruñido en mi estómago, hacía mucho que no probaba algo que no fuera espagueti aguado.
Él me miró.
—Sé que no es mucho...—Comenzó, con una sonrisa mortificada.
—Es más de lo que yo necesito —le corté, acercándome. Vi el desayuno como sí nada, y volví la mirada a él—. Desayunarás conmigo, ¿cierto?
—Sí —su cabeza asintió con levedad. Sus ojos miel, me miraban como si estuvieran examinándome. No podía comprender cuál era el propósito de eso.
—Muy bien —tomé uno de los bancos y lo acerqué a mí, Remus hizo lo mismo. Estábamos frente a frente. Una barra nos separaba—. No había visto la cuna, ¿la compraste? —dije con voz carente de alguna emoción, mientras tomaba mi plato humeante.
—No exactamente.
— ¿Entonces? —arquee una ceja, viéndolo.
—Tonks la obsequió para Evan. Y no pude decirle que no, ya la había comprado... —se le notaba incómodo con el tema. Algo había pasado, más no me interesaba. Di un mordisco al bacon, y babee por dentro.
—Cocinas bien.
—Aprendí de joven, ya que nadie podía cocinarme —aún con la sonrisa sosegada, Remus me veía con intensidad. Su mirada lograba incomodar a cualquiera, y más sí ese cualquiera era yo.
—Siento que tienes algo que decirme...—murmuré sin más rodeos.
—Pues sí —sus parpadeos lentos, y la desaparición de su sonrisa encendieron en mí el estado de alerta—. Anoche accediste a quedarte aquí. Lo cual agradezco, ya que es por tu bien y el del niño... —carraspeó, jugueteando con el tenedor y los huevos—. Pero no colocaste ningún término.
— ¿Término? —di un sorbo a mi taza. El agua apagó la resequedad de mi garganta, y calmó un poco mis pensamientos que comenzaban a desentrañarse sin orden alguno. Él vio la taza, y sus facciones se descompusieron un poco.
—Tonks me lo dio —la nota de dolor en su voz, fue suficiente para dejarme sin apetito—. Y bueno, ya que todo ha terminado para ti —pasó la lengua por sus labios delgados, y clavó su mirada en la mía—. Quiero saber... ¿Cómo deseas que te trate? ¿Amiga? ¿Desconocida? —Ante cada pregunta, Remus habría en mí el hoyo en el pecho que se había formado desde el día que se fue—. ¿Mejor amiga?
¿Qué decirle? Él había comenzado el juego con su abandono, yo le había seguido dejándole el anillo que habrá comprado con quien sabe que tanto sacrificio. No quería pelear, y tampoco estaba de humor para explicaciones. Decidí calmarme, y dejar mis ideas que comenzaran a coordinar, por lo que respondí:
—Los mejores amigos no se besan.
Él asintió, elevando la comisura de sus labios.
—Fue un arranque. Lo siento. Recuerda que hay un ser peludo que habita dentro de mí.
Arrugué los labios, y sin pensarlo, coloqué mi mano sobre la suya. Hacía tanto tiempo que no juntábamos nuestras palmas, que no tenía contacto con él que por poco me derrito en nervios por aquel simple toque. Tragué saliva para deshacer el nudo en mi garganta.
—Hay gente... Qué te ama más que yo —sonreí, un poco tratando de aminorar la amargura de aquellas palabras—. Qué jamás te dejaría o arruinaría la vida como yo lo hice, y... No lo sé, Remus. Sólo quiero que seas feliz —me encogí de hombros—. Con o sin mí. Por eso te lo devolví. Porque sé que hay algo que anhelas y es la libertad. Eres libre de hacer lo que quieras —coloqué mi mano libre en su mejilla, y la acaricié con suavidad, él me miraba incrédulo—. Sí tú eres feliz, y Evan también, ¿por qué detestar la vida?
Hubo una pausa. No incómoda, sólo parecía que ambos tratábamos de pensar con claridad nuestras siguientes palabras.
Al final, Remus rompió el silencio.
—Sé que es mucho lo que te pediré, y no debería hacerlo, no lo merezco, pero... Sí te digo que sería feliz a tu lado, ¿lo intentarías de nuevo por mí?
Inhalé profundo y retiré mis manos de su rostro y mano. Bajé la mirada, sintiéndome hundir. Esa pregunta no la esperaba, a decir verdad, esperaba que se fuera a brazos de Nymphadora Tonks o alguna chica linda y más suave que yo.
— ¿Por qué tratar de nuevo? —pregunté, con la voz un poco corta.
— ¿Por qué no? —replicó con aquella voz de terciopelo que envolvía mis sentidos en un hechizo.
Alcé el rostro para encararlo, insegura. Me miraba expectante, con el semblante contraído. ¿Quién iba a decir que el hombre acomplejado me pedía ahora a mí una oportunidad de estar conmigo? Esa inversión de papeles no me gustaba. Para nada. Remus al ver mi indecisión, se puso en pie para colocarse a mi lado. Con un movimiento elegante, tendió una mano fuerte y cálida en mi dirección.
— ¿Por qué no? —insistió una vez más.
Observé su mano y su rostro que con cierta ilusión esperaban que accediese a lo que demandaba. Me puse en pie y en vez de tomar su mano, me abalancé a su cuerpo para abrazarlo. Por alguna razón pensé en mi aspecto desaliñado; cabello despeinado y rostro ojeroso. Cerré los ojos recargando mi mentón en su hombro. Él era tan alto y yo tan pequeña. Sus manos se ciñeron en mi cintura con algo de fuerza. Pero yo lo apreté a mi cuerpo con más que fuerza; con esperanza. Deseaba que el abrazo nos fundiera y jamás nos separara.
—Tengo miedo —susurré en su oído—. Tengo miedo de acceder, y que un día al despertar no estés, o peor; qué estés furioso.
— ¿Por qué estaría furioso? —su voz sonó sorprendida.
—No lo sé; porque tuvimos un hijo, porque me embaracé de nuevo, porque eres pobre y peligroso, porque hicimos el amor —apreté los ojos, tragándome las lágrimas. Me separé de él para ver su rostro; confundido y adorable. Contraído por alguna fuerza que ninguno comprendía—. Siempre que avanzamos un paso, tus complejos y demonios te atacan, y me afecta el no poder quitártelos. ¿Recuerdas la última vez? Caí en un pozo negro sin ti. Y es horrible, Remus John —tomé su rostro entre mis manos—. Es horrible vivir un día bien y que al otro no estés.
El silencio se creó a nuestro alrededor. Poco a poco, Remus bajó la mirada, asintiendo. Como sí en su mente estuviera tratando de asimilar todo lo dicho. Su cálido agarre de la cintura se soltó y dio dos pasos hacia atrás. Volví la mirada a otro lado, tratando de contenerme. Inhalé profundo, y aguardé.
—Iré a patrullar con la orden —dijo al fin. Su voz sonaba neutra, con matices de dureza—. Volveré por la tarde. Siéntete segura, y también con la libertad de hacer lo que quieras.
Después de decir eso, dio media vuelta y caminó a la puerta. Yo volví la mirada para verlo desaparecer tras la puerta, y él sólo se fue.
Quizás, para siempre.
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Irse.
Seguía detestando esa palabra.
La tarde había caído en el pequeño apartamento. Evan se encontraba succionando su chupón en mis brazos, viendo con suma atención cada parte del lugar, como sí tratara de memorizarlo. Era un pequeñín bastante vivo y despierto, lo cual denotaba inteligencia e ingenio. Sonreí, pasando mi mano por su cabello castaño apenas incipiente. Sí alguien hubiera entrado en ese momento, se habría quedado estupefacto de la calma que reinaba en aquel pequeño y derruido departamento; el niño en silencio, y yo observando desde el sofá el cielo templado de londres...
Pero la verdad era que mi mente se encontraba con miles de pensamientos revoloteando sin dirección fija. Todos tenían como eje principal el nombre y la figura de Remus John Lupin; la primera vez que lo vi; las extrañas sensaciones que me abordaron tras comenzar a conocerlo; su voz, su forma de ser. Era como una película muggle, en cámara lenta, que me ayudaba a sopesar la opción que me había propuesto en la mañana, aunque quizá él ya no quiera nada... Yo no podía dejarlo con tanta facilidad, no a una parte de mí. Sí Remus se iba, sería un equivalente a quedarme sin una mano, un brazo, o el corazón.
Evan hizo un puchero, con ojos brillantes. Parecía próximo al llanto. Sonreí y me puse en pie, meciéndolo con suavidad en mis brazos, y mientras lo hacía, me acerqué a la ventana que tenía una bonita vista de la ciudad. La noche no tardaba, y sólo podía pensar en que debía preparar una cena ínfima para mi...Bueno, ex profesor suena genial en éste punto del camino.
—Espero que tú voz sea igual a la de él —murmuré, sin motivo alguno. Será porque en aquel momento, me deleitaba con su voz en mi mente. De esas veces en las noches que me repetía lo mucho que me quería, después de un arduo día.
Y aunque era mucho, yo lo quería más.
Me alejé de la ventana, con un escalofrío recorriendo mi espalda. A pesar de que Remus insistía en que la seguridad de su pequeño hogar era eficiente, yo tenía miedo. Conocía bien a mis captores, eran mordaces e incansables. Sabía que algún día volvería a ese oscuro lugar donde me tenían, pero ésta vez no dudaría mucho tiempo viva.
Era gracioso, ya que todo apuntaba a que había llegado al final. No sé sí de mi vida, aunque esperase no fuera así; mi pequeño me necesitaba. Y aunque la guerra estuviera latente, y algún día el combate fuera inevitable, lucharía por quedarme en este mundo y no dejar solo a mi hijo.
Mis pensamientos se detuvieron de nuevo, ésta vez por unos toquidos a la puerta. Previsora, tomé a Evan y lo dejé en su cuna, para después volver con la varita alzada. Los toquidos volvieron tras unos instantes, ésta vez acompañados por una voz muy familiar.
—Soy Matt.
Hice la pregunta de seguridad, algo sorprendida por la presencia de mi amigo. La pregunta fue respondida con éxito, así que todavía algo asombrada, abrí la puerta.
—Charlie, estoy pensando seriamente en cambiar la pregunta; es vergonzosa en extremo —comentó, adentrándose en el departamento. Yo sonreí, negando con la cabeza. Era increíble que mantuviera su buen humor siempre.
—Seguro que encontraremos otra más vergonzosa —afirmé, recargándome en la puerta, con los brazos cruzados—. ¿Qué andas haciendo por aquí? Creía que habías pasado de ayudante de auror a auror. Y déjame decirte, Matty, que ese puesto casi no te deja tiempo de visitas amigables.
Sonrió. Una sonrisa que me recordaba a la complicidad, o cuando guardaban un secreto tuyo y era deleitable para esa persona saberlo.
— ¿De qué no me he enterado? —pregunté, arqueando una ceja.
—Quiero que me acompañes al techo del edificio —susurró—. Tú, mi sobrino y yo.
— ¿A qué? —fruncí el ceño, desconcertada en la totalidad.
—A ver las estrellas —se encogió de hombros, metiendo sus manos en la chaqueta de cuero negro—. Hay algo en el cielo que me gustaría que vieras.
—Matt, la hierba que confiscas debes de guardarla, no usarla...
—No he fumado nada —se defendió con una sonrisa a medias—. Vamos. Acompáñenme.
—No quiero exponer a Evan...
—Sólo será un momento. Además, recuerda que soy auror y velo por el bienestar de la gente. No te pediría algo arriesgado, ¡Eres mi mejor amiga!
Arrugué la nariz, sopesando la idea. Matt juntó ambas manos en señal de suplica, y con su labio inferior hizo un puchero de lo más tierno.
— ¡Por favor! —parpadeó con lentitud para darle más dramatismo a la solicitud.
—Bueno... Iré por Evan... —accedí con cierta duda en mi voz.
—No te molestes, ¡yo quiero cargar a mi sobrino! —corrió como un gamo a la recamara, y volvió con el pequeño en brazos. Mi hijo no se sentía incómodo ante su presencia, lo que era buena señal.
— ¡Andando! —dijo él, caminando a la puerta. Yo salí detrás de ellos, para cerrar el departamento con seguridad. Debía admitir que encontraba bastante inusual la situación, pero no quería echar por debajo tanto entusiasmo en Matt.
—Y dime —me dijo, cuando me coloqué a la altura de ambos—. ¿Mi sobrino se llamará Evan Matthew, verdad?
—A decir verdad no he pensado en su segundo nombre —me contraje de hombros, pasando una mano por la mejilla de Evan.
—Será Matthew. Se escucha genial.
—Le preguntaré a Remus —le guiñé un ojo, mientras ambos subíamos las escaleras que daban al techo del edificio de veinte departamentos.
Al llegar me sorprendí de que el viento que soplaba fuera cálido y no invernal. El techo estaba hecho de concreto y a excepción de un pequeño cuarto donde se guardaban las cosas sin uso, todo se veía en completa calma; la noche ya era un hecho en londres, y las luces de casas y automóviles iluminaban el horizonte, permitiéndome admirar aquel paisaje creado por el hombre un instante. Me abracé a mi misma, perdiéndome un rato en él.
—Charlie... —Matt tocó mi hombro para llamar mi atención. Giré mi vista hacía él con lentitud, y sin decirme nada, señaló de forma discreta con el dedo índice a mi lado derecho.
Turbada, dirigí mi vista hacía donde apuntaba tan sorprendido. Y lo vi; en el otro extremo del techo, estaba una figura alta, enfundada en una túnica color café con remiendos. A pesar de la oscuridad pude distinguir sin mucha dificultad el brillante color miel de sus ojos. Con las manos juntas metidas en los bolsillos, Remus nos miraba. El aire despeinaba su cabello, y movía su traje, el cual curiosamente me recordaba a él en su época de profesor.
Vi a Matt que con una sonrisa, me instó a ir en aquella dirección. Sin entender del todo la situación, caminé discurriendo en mis pensamientos que en ese momento volvían a formar una mezcolanza de sentimientos y razonamientos que se contradecían. Mi corazón palpitaba de sólo verlo, y mi pecho saltaba en regocijo con cada paso dado.
Al estar a un metro de él, me percaté que no estaba solo; a su lado, un mago bajito y de pelo ralo se encontraba leyendo entretenido un libro bastante grande. Fruncí el ceño confundida, pero mi atención se volvió a las facciones serenas de Remus Lupin.
—Sabes que todo esto es algo tétrico, ¿no? —arquee una ceja, con una sonrisa a medias, más Remus no respondió, sólo me miraba de manera extraña—. ¿Remus? ¿Ocurre algo?
—He pensado toda la tarde en lo que me dijiste —repuso, tras un instante en silencio—. En que por cada paso que avanzábamos, mis complejos nos obligaban a retroceder.
Algo apenada por haberlo dejado preocupado, tosí un poco para quitarme la vergüenza.
—No es para tanto, Remus... Sólo fue un comentario...
—Uno muy acertado —sonrió amplio, y dio un paso en mi dirección—. Tienes razón. Estoy algo cansado de ellos. Cansado de hacerte sufrir, y después de pensar en que me equivoqué, y en tratar de arreglar todo. Estoy cansado, así que he decidido terminar con todo de una vez.
El corazón se me resquebrajó al oírlo. ¡Lo sabía! Él ya no quería nada conmigo, y bueno, lo entendía, estaba cansado. Tragué para deshacer el nudo que se había formado en mi garganta, dispuesto a ser por primera vez una persona madura y tratar de terminar de la mejor manera.
— ¿Cómo ha de terminar? —susurré en un hilo de voz.
—Hay dos maneras —noté como el bigote se elevaba con las comisuras de sus labios—. La primera, es que te vayas por tu lado, yo por el mío, y tengamos a nuestro hijo de forma compartida.
Hice una mueca con los labios. Casi no me gustaba esa opción.
—La segunda —continuó, apacible—. Es qué comprendas qué —se señaló a sí mismo—, este traje con remiendos es el más elegante que tengo; que el departamento de abajo ni siquiera es mío; que mi cabello tiene más canas, y mi vitalidad no es la misma de antes... —hizo una pequeña pausa, clavando de forma furtiva su mirada—. Quiero que comprendas que en un futuro no muy lejano, tú vas a tener que cuidar de éste viejo, y tratarlo como un niño... Quiero que... —Cerró los ojos, tratando de ordenar sus ideas—. Quiero que entiendas que no soy una garantía de estabilidad, que seré peligroso hasta el último de mis días, y que no hay mucho que hacer por evitarlo —abrió sus enormes ojos amielados y con una sonrisa triste, me preguntó—: ¿Podrías comprender todo eso? ¿Podrías vivir con eso?
Mordí mis mejillas por dentro, algo conmovida. ¿Qué sí podría hacerlo? ¡Merlín! Lo había hecho desde el primer momento que supe que quería una vida junto a él. No obstante, me tomé mi tiempo antes de responder:
—Podría vivir con eso, Remus.
—Bien —él sonrió, algo aliviado. Traté de devolver la sonrisa, pero no podía—. Entonces, toma mi brazo, dime que me quieres. Y casémonos —la firmeza en su voz, no hizo más que aumentar mi sorpresa ante lo que mis oídos habían escuchado.
Remus me prestó su brazo, y lo observé como sí estuviera en cámara lenta. Yo lo vi unos instantes, en shock. No comprendía bien que sucedía, y detestaba que mi mente fuera tan lenta.
— ¿Aún te quieres casar conmigo? —la voz me salió más chillona de lo que pretendía.
—En éste mismo instante —y viró la mirada al mago bajito, que nos observaba expectante.
No, espera. ¿Qué?
— ¡¿Ya mismo?!
—Sí. Yo sé que las chicas sueñan verse vestidas de blanco, pero —hizo una mueca leve con los labios—. Eso es bastante costoso.
Las palabras de Remus cruzaron mi mente sin hacerlo realmente. ¿Quería que nos casáramos? ¿Ya? ¿En serio, Remus John Lupin estaba haciendo aquello? Las lágrimas se detuvieron detrás de mi pupila, y mi pecho comenzó a bombear incredulidad y éxtasis al mismo tiempo. Abrí la boca, sintiendo que me asfixiaría.
— ¿Estás bien? —susurró, algo apurado.
Lo miré. No podía hablar. Así que sólo, con lentitud, me aferré a su brazo fuerte, y armándome de valor para no soltarme a romper en llanto, apreté su brazo.
—Mi sueño... —comencé, sintiéndome mal al sentir el frío contacto de las lágrimas contra la piel de mi mejilla—. Era casarme... Contigo, no ir vestida de blanco —y después de eso planté un beso en su pómulo, que era lo más que alcanzaba. Él sonrió, y asintió.
—Lo siento de cualquier forma.
— ¿Estamos listos? —Matt llegó, cargando a Evan. Sonreía de oreja a oreja. Y asentí, debí suponer que él debería estar presente; después de todo, aquello seguramente estaba planeado por el rubio.
—Muy bien, Magos y bruja... —la voz bajita del mago sustrajo mi atención y volví mi mirada a él; era una noche de luna creciente con varias estrellas titilantes.
El aire ponía mi piel de punta, así como el contacto con mi amado Remus que parecía bastante concentrado en las palabras que decía el mago. Sin poder evitarlo, bajé mi mano a la suya y la apreté con suavidad mientras escuchábamos palabras acerca del amor; lo poderoso que era y su influencia e importancia en los seres humanos. Remus sonrió sin mirarme, y me devolvió el apretón. Él también estaba emocionado, y podía ver que algo incrédulo. Aquello era una reacción instintiva de las que no solía tener.
—Remus John Lupin... ¿Aceptas a Charlotte Diane Studdert como tú legítima esposa?
La pregunta se quedó volando un momento en el aire. Remus concentró su mirada y toda energía en mí. Nuestras miradas destilaban roces eléctricos, y tras unos momentos de lo que parecía estar tomando el valor suficiente, él sonrió, rejuveneciendo unos instantes.
—Sí, acepto.
El mundo se había detenido y sólo existíamos nosotros dos. Noté el sudor y los nervios cruzar nuestras palmas, ¿alguna vez había imaginado que llegaríamos a esto?
—Charlotte Diane Studdert, ¿Aceptas a Remus John Lupin como tu legítimo esposo?
—Sí, lo acepto —dije sin pensarlo, porque no quería que dudase de que a pesar de las diferencias, lo quería sin detenerme a considerarlo sí realmente lo hacía como para casarme con él.
Después, Matt nos entregó los anillos, convirtiéndose en nuestro padrino. Proclamados los votos, colocados los anillos, sólo quedaba una cosa por hacer.
—Por el poder que me confiere el ministerio de magia, los declaro mago y bruja.
Apenas se terminó la frase, Matt lanzó un grito, y con la varita mágica apuntó al cielo sin nubes, donde lanzó fuegos artificiales. Lo escuché bastante lejos, porque Remus me miraba y sonreía nervioso, sin saber que hacer. Al final negué ligeramente con la cabeza, y lo tomé por la nuca para prenderme a sus labios, reclamándolos como míos de manera oficial. Él siguió el beso, lento y suave, como deberían de ser todas las cosas en el mundo. Como era él.
Cuando me separé de Remus, éste respiraba agitado con el cabello despeinado. Matt seguía aplaudiendo y echando vítores. Yo sonreía sobre los labios de mi esposo.
— ¡Qué vivan los novios! ¡Haganme un espacio, que me siento solo! —gritó, abalanzándose contra nosotros. Lanzamos una leve carcajada, admitiéndolo en nuestro círculo. Evan seguía en sus brazos, por lo que el abrazo grupal estuvo completo con las personas que más quería en el mundo.
—Los quiero —murmuré, y soltando a Matt, tomé a Remus de las mejillas viéndolo a los ojos, seguro parecía una loca de lo emocionada que estaba—. ¡Pero a ti te amo, Lupin!
—Yo también la amo, señora Lupin —al escucharlo decir aquello, me derretí por dentro. Quise ronronear de amor, más Matt habló antes de que pudiera hacer algo.
—Antes de que se coman a besos, deberían de dar su primer baile como novios —noté el cuerpo somnoliento de mi pequeño—. Es decir, deberían de aprovechar que me tienen como niñera —nos guiñó un ojo—. Estaré abajo, preparando una cena, y no te preocupes, sé darle de comer y cambiarle el pañal —añadió viéndome—. ¡Felicidades!
Dio media vuelta, y lo vi alejarse. Quería darle las gracias, darle un obsequio, porque gracias a Matthew Bones y por sus ánimos, mis sueños de adolescente se habían vuelto una realidad. Ya vería la forma de agradecerle, no obstante, ahora debía de volver con mi esposo.
Remus, con la varita encendía su viejo tocadiscos, otro testigo de lo mucho que quería a mi ahora esposo. Me acerqué a él, y esperé a que eligiera la canción que quería que bailaramos juntos. Poco a poco una nota en piano emergió de la bocina, y se volvió en mi dirección. No conocía la canción, pero sí Remus la elegía era porque significaba algo para él, y para mí.
— ¿Me concede ésta pieza, señora Lupin? —dijo, tendiéndome la mano.
—Claro que sí, señor Lupin —repliqué, tomando su suave mano.
Con una sonrisa, colocó su mano en mi cintura, y yo en su hombro. La canción iba lenta y no podía evitar perderme en los ojos de mi marido mientras danzábamos. Y habíamos bailado juntos tantas veces que, opté por hacerlo como siempre; me deshice de los zapatos y subí mis pies descalzos a los de Remus, dejando que él me guiara, y esperando que lo hiciera no sólo en los bailes.
Las estrellas refulgían; yo iba vestida de forma casual y algo despeinada; la música preciosa nos envolvía, y Londres tan apacible a pesar de los desechos de la guerra, estaba a nuestros pies.El semblante sereno y feliz de mi marido, sólo hacían aquella felicidad tan improvisada, aún más realista.
En ese momento, sentí que la historia nos estaba convirtiendo en algo eterno.
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