Capítulo 58.
Un regalo de Navidad.
¿Existía algún sentimiento más cruel y difícil de asimilar que el de perder a los seres que amas? Para mí, la respuesta seguía siendo no.
Era la Navidad más desolada que yo había vivido, desde siempre. No estaban mis padres, ni mi hermano. No había árbol, ni obsequios que esperaban manos ansiosas para ser desenvueltos. La magia de la época se encontraba en aquellos momentos, ofuscada por el dolor en el que estaba envuelto mi corazón, y la oscuridad en la que estaba sumida el mundo mágico.
Sentada en la ventana de mi nuevo apartamento, con una taza de té frío en las manos, contemplaba por la ventana las calles repletas de muggles. Ni por las festividades o por los peligros que se corrían en aquellos tiempos dejaban de aparecer. A veces envidiaba sus vidas tan rutinales, y sencillas. Sabía que no eran felices de aquella forma, pero por lo menos no vivían con cargas extras, como una guerra.
Di un sorbo al té. Apreté los ojos ante el amargo sabor, y al hacerlo acudió a mi memoria el recuerdo de algo parecido que bebí alguna vez, en la sala común de Hufflepuff, cuando valientemente decidí pasar la navidad alejada de mi familia con mi mejor amiga, Elizabeth. Todo era más sencillo en aquella época, donde ser joven era nuestra única preocupación.
El reloj marcó las ocho de la noche. ¡Qué rápido pasaba el tiempo! Pero debía admitir que desde aquella noche en el hospital, sentía que nada podía hacer algún efecto en mí; el tiempo era tan poco trascendente, como las necesidades básicas. Y es que sí algo había perdido casi por completo era la noción, así como todo anhelo de seguir adelante con mi vida. No había futuro a pesar de apenas comenzar mi segunda década de existencia. En mi mente sólo había una constante interrogante que palpitaba en mis sienes: ¿Dónde? ¿Dónde estaría Evan?
Una lágrima cayó, y tuve que poner todo de mi parte para no volver la mirada hacía el sofá raído que no me abandonaba. Ese sillón color rojo, en el cual residía ahora el pequeño regalo con un moño azul en la cabeza, que había decidido darle a Evan. Pensé que debía ser algo importante y a la vez, útil. Escogí un panda. Un mejor amigo que no lo abandonara en su infancia, y que le infundiera valor, pero... ¿Cuándo se lo daría?
¿Siquiera se lo daría?
Ahogué un sollozo, justo cuando algunos toquidos sonaron en la puerta. Pasé mi mano con rapidez para secar el llanto espontáneo, y con otra tomé la varita. La alcé, y apunté a la puerta.
— ¿Quién es? —Pregunté con voz aguda.
—Yo, Matt —se escuchó tras unos instantes. Sorbí mi nariz.
— ¿Ah, sí? —me levanté y me acerqué con lentitud a la puerta. Precavida—. ¿Cuál es tú canción favorita?
—Un... —escuché un suspiro tras la puerta—. Robaste mi caldero pero no puedes tener mi corazón.
— ¿En qué versión?
—La de Celestina Warbeck.
Después de un momento, me decidí por abrirle. Sabía que Matt el de verdad, le gustaba esa canción y que, además, se sentía apenado cada vez que lo admitía. Al abrir la puerta, me topé con un hombre rubio; alto, y esbelto. Ya no era más un niño, porque desde que la guerra había iniciado se había incluido en los combatientes más fuertes y fieros. Una barba espesa se acomodaba debajo de su barbilla. Le sonreí, y él a mí.
—Feliz Navidad, Charlie —me dio un suave abrazo, y cerró la puerta tras de sí. En estos tiempos estar mucho tiempo fuera de casa era el sinónimo de morir.
—Gracias, rubio —tendió en mi dirección una caja, algo grande y pesada. La dejé sobre el sofá, ya la abriría en la noche cuando la tristeza era más fuerte—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso la genial Celestina y su especial en la radio no es suficiente para tenerte en casa.
—Es nuestra décima Navidad juntos, es una fecha especial —dijo, sentándose junto al panda. Traté de no ver en su dirección, sin embargo, todo fue en vano—. ¿A ti es al único que te deja verla, señor Panda?
—Es en serio, Matt —no pude evitar hablar con tono ciertamente agresivo—. ¿Qué haces aquí?
—Quería ver sí tendríamos que pasar Navidad aquí, o buscando la manera de sacarte de Azkaban —pasó una mano por el Peluche, y por alguna razón mi irritabilidad subió un poco más—. Se ha avistado a los carroñeros cerca de aquí. Van de víctima en víctima, y tú, no lo dudes, estarás en su lista, sí es que no lo estás en estos momentos.
Me encogí de hombros con total soltura.
—Qué vengan.
Matt suspiró, y se restregó el rostro con las manos. Me exasperaba el tener que mortificarlo. Sabía de antemano que era enviado por Remus para vigilarme, ya que dudaba bastante que la orden se preocupara por mi vida. Ni que fuera Harry. Él debería estar con su familia en Navidad, no conmigo.
—Escucha, Matt —apreté los ojos, tratando de calmarme—. Yo sé que nuevamente me insistirás en que me mude de aquí, pero no hay lugar al cual ir. Este —le sujeté la barbilla y lo obligué a verme—. Éste es mi nuevo hogar. Te guste o no. Y prefiero estar aquí, que incomodar a alguien en la madriguera, o cualquier otro lugar.
—Sabes perfectamente que no te mudarías a la madriguera.
— ¿De nuevo ese tema? —lo solté con brusquedad, y me crucé de brazos, viendo a la nada.
—Charlotte, por favor, escucha. Sí no te vas a un lugar seguro te llevarán a juicio y después directo a Azkaban, y Remus ha expresado...
— ¡Me importa un bledo lo que Remus haya expresado! —exclamé más molesta de lo que quise sonar. Me puse en pie de un salto, y comencé a caminar por la sala. Sentía ese extraño sentimiento tan fuerte y repudiable llenarme de nuevo, y no podía evitar el no sacarlo. Primero, en lágrimas. Después, en gritos.
—Charlotte, por favor —Matt también se puso en pie, tratando de acercarse a mí, aunque no se decidía—. Remus y tú han tenido suficiente dolor por éste año, ¿No crees que es tiempo de... Olvidar?
Lejos de calmarme, aquello encendió aún más mi furia. Lágrimas en torrentes se vacíaban de mis ojos.
Me giré hacía Matt y entorné los ojos en su rostro, seguro denotando todos los sentimientos negativos que irradiaba. Noté como éste daba un paso hacía atrás.
— ¿Olvidar, qué, Matt? —susurré, y algunas de las lágrimas entraron en mi boca. El sabor salado me escaldó la lengua, más no la rabia—. ¿Olvidar que me abandonó cuando más lo necesitaba? ¿Qué no estuvo ahí para mí? —las palabras fluían con odio, y mucho dolor—. ¡¿Qué quieres que olvide?! ¡¿Qué mientras estuve inconsciente en esa maldita cama, él no pudo cuidar de mi hijo, qué también era suyo?! ¡Por Merlín, Matt! —Hablaba a gritos y no podía parar—. ¡Ya no tengo malditos dieciséis años! ¡¿Cómo perdonarlo sí lo único que ha hecho es reducirme a nada?!
Mordí mi lengua para no continuar y me abracé a mi misma. No sollocé, sólo miré el piso, tratando de calmarme y evitar que el pobre del rubio siguiera pagándola. Ya no quería pensar en Remus Lupin, el hombre que había sabido desintegrarme e integrarme en menos de cinco años.
—Quizás no tengas dieciséis años, pero actúas como sí los tuvieras —dijo tras una pausa breve—. Pones en riesgo tú seguridad sólo por... En fin —al ver que no decía nada, continuó—. ¿Puedo usar el radio? Sí dices que sí, me quedaré toda la noche.
Al levantar la mirada, noté como una ceja se alzaba de su parte, y su mirada me hizo sonreír y calmarme un poco. Asentí con la cabeza.
— ¡Perfecto! —Se deshizo del abrigo, y lo colocó sobre el sofá—. Mientras yo busco el especial de Celestina, que tal sí me buscas ingredientes para preparar un chocolate caliente.
— ¿Sabes hacer eso? —pregunté con voz ronca.
—Mamá me enseñó —se encogió de hombros.
—Entonces hazlo, ahí está el radio —señalé la mesa de café que había frente al sofá. Él se acercó y yo fui a la cocina a buscar los ingredientes para el chocolate.
Mientras los buscaba me regañaba a mi misma por haber perdido el control. Generalmente no lo haría, pero debía de admitir que desde aquella salida del hospital me había convertido en una persona nueva, más paranoíca, loca, y repulsiva. No sabía como aún tenía personas que me querían tener cerca de ellas.
Justo cuando iba a avisarle a Matt que todo estaba listo, éste entró corriendo. Tenía el rostro contraído, y sudor perlaba su frente.
—Creo que no podré quedarme —musitó.
— ¿A dónde vas? —fruncí el ceño, al ver su cambio tan espontáneo.
No respondió. Me exasperé.
— ¿Ha ocurrido algo grave?
Sin decir nada, Matt me tomó del brazo. Tiró de mi hasta la sala, donde el radio emitía lo que parecía una noticia. No conocía la voz, ni la estación.
— ¿Qué ocurre? —Pregunté, sintiéndome exasperada ante tanto misterio.
—Escucha, encontré a Pottervigilancia.
— ¿Qué?
—La estación de radio que maneja Lee Jordan, la cual informa de los sucesos reales que ocurren en el mundo mágico. ¡Escucha! —Tras decir eso, subió más el volumen con la varita. Yo me crucé de brazos, intentando captar algo del mensaje que en ese momento daba el locutor.
—Como comunicado urgente nos informan que miembros de la orden se han batido a duelo contra carroñeros en las afueras de Whitley bay. Entre estos carroñeros se encontraban Fenrir Greyback, el líder, Scabior, y otros tres más cuya identificación no ha sido revelada. Se presume que hubo heridos de ambos lados, y que los carroñeros lograron escapar. Entre los miembros de la orden que han peleado, están Nymphadora Tonks, Remus Lupin y Charlie Weasley. De momento no hay nada concreto en la situación, pero aquí en Pottervigilancia les deseamos pronta recuperación...
—Lo siento, tengo que dejarte —dijo Matt tomando su abrigo—. Sí sucede algo, no dudes en enviarme un patronus —y cerró la puerta tras de sí.
Aturdida, me quedé viendo la puerta unos instantes. La radio mágica tras algunos informes más, se apagó sola. El silencio reinó así como cierta oscuridad. Un frío irracional me cubrió y sólo acerté a sentarme. Tenía ganas de cerrar los ojos y dormir todo el día como siempre, sin enterarme de lo que ocurría. O salir, así como los miembros de la orden y buscar la manera de ser llevada a Azkaban, o mejor; pelear y morir con gloria. Dejar atrás tanto desastre.
Sopesaba esas posibilidades, cuando mi mano sin querer tocó el paquete azul que Matt me trajo. Era rectangular, no muy grande. Suspiré y me decidí por abrirla, para después irme a dormir o algo parecido. Arranqué con rapidez la envoltura, y la caja blanca quedó al descubierto. La destapé con mucho cuidado, y me sorprendí en serio, al ver en ella el libro.
Aquél que había comprado para Navidad, para Remus. Cuando tenía justo, no dieciséis, sino diecisiete. Me llevé una mano a la boca, y sintiendo los nervios corriendo por mi piel, lo abrí.
Lo hojee, y después de lo que yo había escrito, no había nada. No pude evitar sentir una ligera decepción, más, continué hojeándolo, y justo en la última hoja estaba un texto, que rezaba así:
«Te lo dije. No soy ni seré bueno para ti. Ojalá lo hubieras comprendido en su momento, cuando te supliqué que no sólo pensaras en ti y en lo que sentías por mí. ¿Crees que eres la única con sentimientos?
Me haz roto el corazón.
Gracias por el regalo, pero te lo devuelvo. Sé libre, sé feliz.
Y discúlpame.
Remus J. Lupin»
Cerré el libro y lo lancé al piso.
¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? Me puse en pie, apretando mis mejillas con las palmas. ¿Ahora que hacía? No correría a sus brazos, no después de todas las discusiones posteriores a mi vida en el hospital. No después de haberle gritado que no lo quería volver a ver en mi vida.
¿Qué hacía?
Resignada, tomé un abrigo, y sin poder creerlo, cerré la puerta para salir del edificio. La nieve era espesa, y la noche oscura. Desaparecí apenas llegué al callejón de enseguida. Y tras la sofocante sensación que provocaba una desaparición exitosa, llegué a la puerta del madriguera.
Todas las luces estaban encendidas. Podía ver siluetas caminando de un lado a otro. Medité nuevamente el sí debía seguir con aquella locura, total nadie me veía todavía. Más, ya estaba ahí, y era mi obligación ver a mi prometido. Además, sí él... Él estaba empecinado a darnos todo lo que nos hemos dado, yo también tenía algo que devolverle.
Miré el anillo de mi mano derecha, y solté un suspiro.
Abrí la verja del jardín y caminé hasta la puerta. Me paré derecha, y con la mano me decidí a tocar. Primero fueron tímidos, pero al ver que nadie abría, se volvieron más recios e insistentes. Finalmente, la voz (¿Fred o George?) de uno de los gemelos habló desde el otro lado.
— ¿Quién?
—Charlotte Studdert —repliqué.
— ¿Cuál es la mermelada favorita de Charlotte? —preguntó el gemelo.
—Zarzamora, pero también la de durazno, así qué, le gustan las dos por igual.
La puerta se abrió tras unos instantes, y ante mí estaba quizá Fred Weasley. No sonreía, su rostro se veía bastante serio, y es que los años en guerra podían desmoralizar a cualquiera, pero sabía que eso no afectaba demasiado a las personas que son Fred y George Weasley.
Así que, en conclusión no estaba para nada feliz de verme.
— ¿Y Remus? —Pregunté. Al grano, sí no quería verme suponía que no podía esperar nada mejor del resto de los integrantes.
—En el segundo piso, en la habitación de Percy —Murmuró tranquilo, y suspiró—. Está siendo atendido por mamá.
Se hizo a un lado, y me señaló por donde llegar al mencionado lugar. Lo miré, y después atravesé el vestíbulo. Subí las escaleras sintiendo el corazón salirse de mi pecho. ¿Estaba siendo atendido? Le habría ocurrido algo malo, en tal caso. Comencé a sentirme culpable al por mayor. Y con cada escalón esa culpa, de forma inevitable fue agrandándose.
Al pie de la escalera, estaba Matt. Al verme, no sonrió.
— ¿Cómo está? —Pregunté, derrotada y aterrada.
—Bien. La señora Weasley lo cuida de maravilla —sonrió un poco—. No podrá moverse durante algún tiempo. Sus heridas son horribles; quemaduras, cortes profundos... Creo que casi vomita la mitad del intestino grueso y parte del hígado...
— ¿Qué? ¿Eso es posible? —Él se encogió de hombros—. ¡Merlín! ¿Por qué no lo llevamos a San mungo?
—El ministerio vigila. Recuerda.
— ¿Puedo...Puedo verlo? —pregunté, sin mantener muchas esperanzas. Matt asintió con levedad.
—Sólo no provoques enojo, está débil —me advirtió, abriéndome la puerta número dos a la derecha.
—De acuerdo.
Le sonreí un poco, aunque no pude mantener mis nervios acicalados como quería. Tragué saliva y al entrar, primero vi a la señora Weasley que pasaba un trapo por los brazos de Remus. Éste estaba sobre la cama, con los ojos entrecerrados, observando cada movimiento que la señora Weasley hacía. Se veía muy pálido y el rostro encogido de dolor. Mordí mi labio inferior, atreviéndome a dar un paso al frente.
Al instante, la señora Weasley giró su rostro hacía mí. Ella soltó un suspiro y volvió la mirada a Remus. Trató de sonreírle de forma amable.
— ¿Cómo te sientes, Remus? —La voz melosa de Molly se dirigió con especial cariño al aludido.
Remus tardó en responder un suave: "bien"
— ¿Seguro? —Con mucha lentitud, la cabeza de Remus asintió—. En ese caso te dejaré descansar.
La señora Weasley dio media vuelta para salir, pero Remus la detuvo por el brazo con suavidad.
— ¿Podrías... hablarle a Tonks?
—Claro que sí, Remus —Y tras eso, la señora Weasley salió, no sin antes verme de manera acusadora y en forma de reproche. Apreté los labios, y volví a suspirar. Ahora no quería entrar, y menos después de ver a un Remus tan enfermo.
—Ven —la voz de Remus me sustrajo de mis pensamientos. Lo obedecí, caminé hasta quedar junto a él en la cama. Con la mente en blanco ya que no podía ver más allá de lo que mis ojos veían; un desastre en su cuerpo. Heridas en su rostro, aún más. Y en cada expresión de su rostro había dolor y más dolor. Me miró, directo a los ojos. Y no pude desviar la mirada a tiempo.
—Siéntate —dijo como un suspiro, apenas notable. En automático me senté sin quitar mi mirada de él, de su rostro y cuerpo lastimado. Me sentía algo mal—. ¿Cómo... has estado?
—Bien —respondí de inmediato y de manera maquinal—. ¿Por qué fuiste a Whitley bay? ¿No estabas en una misión importante de infiltración? —susurré, ladeando la cabeza.
—Andaba... Buscando... —su mirada se perdió en el piso, y no dijo nada más—. ¿Qué tal tú... Navidad?
— ¿Y la tuya?
—Emocionante —murmuró, tratando de moverse de sitio para cambiar de postura. Quise ayudarlo pero no sabía como. Al fin, se recargó sobre el respaldo de la cama, y me miró de reojo, bufando.
—Igual la mía —traté de sonreír, más me sentí demasiado abajo para hacerlo—. ¡Ay, Remus! Mira como te han dejado esos malditos.
Remus Lupin trató de sonreír, y ésta vez nuestras miradas conectaron. Le devolví la sonrisa algo falsa.
—Qué bueno que viniste, porque sí no lo hacías iba a buscarte por mi cuenta —su voz apenas era audible, y a cada palabra que decía, una mueca se traslucía en su rostro; le costaba el más mínimo movimiento.
— ¿Por qué?
En aquel instante escuché pasos por el pasillo. Viré mi mirada a la puerta, y después a Remus que seguía sonriendo.
—Tengo una sorpresa para ti —Miró la puerta, y seguí su vista. Unos instantes después apareció Nymphadora Tonks.
Pero no iba sola.
En sus manos llevaba una bola de mantas, y de no ser por los leves quejidos que esa bola daba, no habría sabido que llevaba un bebé en manos. De inmediato me levanté y me acerqué a ella. El bebé pasó a mis brazos con rapidez, y lo supe al tenerlo entre mis brazos que era él. Qué era Evan.
¡Evan!
Una felicidad irracional comenzó a borbotear por dentro de mi pecho. Unas cuantas lágrimas se escaparon con aquella felicidad, eran lágrimas de alivio. Alcé mi rostro por inercia para ver a Remus, pero éste ya se había dormido profunda y tranquilamente. En la silla donde estaba sentada, se encontraba Nymphadora Tonks. Quitaba los cabellos del rostro de Remus.
Y mi felicidad disminuyó un poco.
La metamorfomaga se levantó de su asiento y se acercó hacia mí. Su semblante y expresión eran de seriedad absoluta. Abracé a mi hijo contra mí.
— ¿Sabías que Remus hizo todo tipo de cosas para encontrarlo? —Negué con la cabeza, algo aturdida—. Pues deberías de saberlo. —volvió sus ojos hacia él, y suspiró con dramatismo—. Él vale demasiado para cualquier ser humano —me miró de nuevo—. Lo has hecho sufrir más que la luna llena.
—No ha sido mi intención —me defendí con presteza.
—Yo lo sé —sonrió apenas, aunque sentía que no estaba siendo hipócrita o algo así. Sino sincera—. Pero te diré algo, y es... Sí no lo quieres, no le hagas más daño. Ahí está el pequeño Evan. Cuídalo. Ámalo. Y no te preocupes más por Remus. Él está mejor solo.
— ¿A que te refieres? —fruncí el ceño, meciendo a Evan para que se quedase dormido.
—Remus está ahí por rescatar al pequeño. Y no lo culpo, sí fuera mi hijo lo habría rescatado también. Pero, ¿donde estabas tú? —Nymphadora cambió su cara a una de consternación. Y sin dejarme responder la pregunta, salió de la habitación, dejándome con mi familia, y varias cosas en las cuales pensar.
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Hola, chics.
Perdón por la demora, no sabía que seguía lel.
¿Sabían que...?
Leí las reliquias de la muerte 1008-1008 veces y no recuerdo nada.
Y no encuentro el libro.
Shetos.
Bueno, a ver como nos sale la última parte de ésta su historia favorita.
xoxoxo
W.
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