Capítulo 55.
En la torre de astronomía.
Remus Lupin llevaba una semana entera, resguardado en su casa.
Se encontraba sucia y llena de polvo; con una mirada, cualquier persona que hubiera conocido a Charlotte Studdert, sabría con exactitud que llevaba dos meses o más fuera del sitio. Y aunque el castaño trataba de no recordarla, y de que su mente no evocara su dulce recuerdo, era imposible no hacerlo. Ella había estado presente durante un tiempo muy corto, como la más bella de las estrellas fugaces. Y ahora, ahora no estaba más.
Durante ocho mañanas, el café se lo bebió con amargura; no hubo beso de buenos días, ni palabras de aliento. Durante ocho noches, la cama estuvo fría sin su presencia; y el único que lo acompañaba era el recuerdo de una chica castaña que gustaba de sentarse frente al tocador para peinarse el cabello, mientras le hacía gestos al licántropo a través del espejo. Remus le mandaba besos, ella los tomaba y se los colocaba en su frente o mejilla. Después, Remus podía abrazarla y besarla de verdad entre sus brazos todo el tiempo que quisiera. Ella reía, y él la observaba embelesado.
Pero no más. Todo cariño por parte de ella, y su próximo hijo, le estaba prohibido. Se lo merecía, de eso no cabía duda, su prometida, ¿o ex prometida? Era una mujer fuerte. Lo había comprobado miles de veces, por ello no se había decidido a buscarla, entendía que sí lo hacía, sólo obtendría indiferencia de su parte. Además de que, no intuía donde demonios estaba.
El noveno día lo pasó exactamente igual. Bebió café en una taza sucia, leyó el diario, mientras su estómago gruñía. No tenía hambre, a pesar de que así lo indicara su fisiología. Al final, agotado, se recostó en su cama, viendo a través de la ventana el cielo azul despejado, propio del verano. Oía risas de niños de su vecindario en la lejanía, y una leve punzada machacaba su corazón un poco más de lo que ya estaba. Cerró los ojos con desgano, y así, arrullándose por la risa y el viento cálido, Remus cayó en los mares de la inconsciencia total.
Soñó con una cuna, y llantos que provenían de ella. Escuchaba la nítida voz de su esposa, también la de Sirius, y de pronto todo el ambiente se tornaba de felicidad cuando instantes atrás se sentía el hombre más miserable del mundo. Animado, el castaño caminó hasta la cuna, dispuesto a conocer al bebé que yacía en el interior.
Sin embargo, de pronto un viento terrible entró en la habitación; rayos iluminaban la estancia, y truenos retumbaban en el interior de su propio cuerpo. Todo se volvió gris, y los llantos del bebé se hicieron más y más fuertes. Remus intentó correr para protegerlo, más todo fue en vano; el viento lo alejaba de él, más y más hasta qué todo se tornó oscuro.
Despertó sobresaltado; afuera el cielo azul pálido se había trastocado en un azul casi negro, sin estrellas; había varias nubes grises rondando el firmamento, sin duda habría lluvia, ya que el viento que se filtraba era frío y húmedo.
—Charlotte, ¿me traerías una manta? —pidió, adormilado.
No se sorprendió cuando la única respuesta fue el leve eco de su voz. Soltó un suspiro fuerte, a la vez que se incorporaba y sentaba en el colchón. Se sentía estúpido. Frotó sus ojos, pensando en que debería volver a dormir, y despertar al día siguiente, o quizás no hacerlo. Bostezó, y tomó la almohada dispuesto a seguir con ese plan cuando, de pronto, por la ventana entró una forma incorpórea plateada. Remus no supo que era un lince, hasta que lo vio frente a él.
—Los mortifagos están por atacar Hogwarts —la voz de Kingsley, pausada y tranquila, transmitió la noticia con su singular naturalidad—. El profesor Dumbledore ha pedido a los miembros vigilar el colegio.
Y sin más, el patronus desapareció ante sus ojos. El licántropo no terminaba de entender que había ocurrido ante él, pero de una cosa estaba seguro; sí la orden lo llamaba, ahí estaría hasta el final.
Se levantó y se echó un poco de agua en el rostro. ¿Los Mortifagos en Hogwarts? Era el lugar más seguro del mundo, ¿cómo es que ellos podrían...?
Se vio en el espejo del baño, y apretó su varita con firmeza. Le daba algo de seguridad el saber que la tenía consigo. La única confiable que jamás lo abandonaría. Asintió a su reflejo, y bajó los escalones de su casa con presteza. Salió de ésta, y se colocó frente a ella; algunas gotas de lluvia acariciaron su rostro. Observó su hogar, y al ver que su vecindario estaba vacío, desapareció hacia el colegio de magia y hechicería.
Apareció en el camino hacia Hogsmeade, quedando frente a frente del colegio de Magia y hechicería. Nunca antes pensó que lo volvería a ver, más eso mismo se dijo cuando salió de él, muchos, muchos años atrás. Ahí también había nubes de tormentas, pero el colegio segía igual de alto, fuerte aunque no hablemos de construcción.
—Remus —Bill Weasley salió a su encuentro; tenía el cabello largo y pelirrojo, su rostro era anguloso, pero al fin y al cabo, afable, como sus padres—. Te hemos estado esperando, ¿No te llegaba el mensaje?
—No —avergonzado, Remus omitió la parte donde había estado dormido. Bill le colocó una mano de forma amigable en el hombro, y lo guió hasta adentro del castillo. A un lado, se encontraba Alastor Moody. Su ojo fue el primero en detectar al castaño.
—Llegas tarde —le reprochó, cojeando hasta ponerse a la altura de ambos.
—Lo sé...
—Te mandamos un zoológico plateado a tu casa, ¿Por qué no llegaste antes?
El castaño tragó saliva, observando con fijeza al mago. Éste negó con la cabeza, al parecer un poco exasperado.
—Alerta permanente, Remus. No lo olvides, estamos en...
—...Alerta permanente —interrumpió Remus.
—Hay que seguir patrullando el castillo —repuso, virando el ojo color azul a todos lados—. Dumbledore no está, y esto no me gusta nada —dicho esto, caminó hacia la entrada del castillo. Bill y Remus intercambiaron miradas, el pelirrojo sonrió, relajado. Remus lo imitó, aunque fue en aquel momento en el que entendió a lo que se refería Ojoloco; la noche estaba casi sobre el castillo; no había más ruido que el rozar de las nubes y el viento que movía la hierba.
Al entrar, Remus se encontró con un Hogwarts en completa soledad.
— ¿Y los alumnos? —Preguntó, curioseando cada pintura o azulejo.
—En sus salas comunes, durmiendo o haciendo cualquier actividad que no requiera estar fuera de la sala —murmuró Bill, cauteloso—. La profesora McGonagall mandó a dormir temprano a todo el mundo.
— ¿El Ejército de Dumbledore?
—Sólo Ron, Ginny, Hermione, Neville y Luna respondieron al llamado. El resto encerrados con los demás —dijo Bill, aunque en su voz había algo de rencor. Remus también lo sentía en el interior; uno no se afilia a la orden del fénix sólo para asistir a las reuniones. Uno debe entregar su vida, por el bien común.
Continuaron caminando, subieron a los pisos superiores, donde estaban más integrantes. Remus vio por encima a Horace Slughorn, Minerva McGonagall, y Kingsley Shacklebolt. Todos andaban con la varita en mano. Remus, sintiéndose nuevamente torpe, sacó la suya y dirigió los pasos hacía ellos. Bill murmuró una disculpa y se alejó en busca de Ojoloco.
Todos hablaban en susurros, Remus buscaba alguna charla que entendiera para así unirse, y no tener que pensar más de momento. Iba a interrumpir a Hestia, cuando de pronto vio aparecer por el pasillo a Matt Bones. No le habría parecido extraño, sí a su lado, su gemelo no le iría bromeando acerca de pantys femeninas.
—Hay de todos tipos —decía el gemelo de Matt, o quizás, ¿Matt?—. Las que parecen de anciana son las mejores. Te ocultan tooodo el panorama.
—Eh —Remus salió al encuentro de ambos, y los miró; iban idénticos, sólo que uno llevaba una camisa color negro, y el otro, una blanca—. ¿Matt?
—Hola —saludó el rubio de camisa blanca. El de camisa negra vio a Remus con desprecio, para después alejarse. El castaño frunció el ceño.
— ¿Tienes un gemelo? —Preguntó yendo al grano.
—Oh, no... Es Sirius Black, quien me ha pedido prestada mi identidad para poder hacer poción multijugos —Explicó el rubio, volviendo la vista a su doble que hablaba con Bill Weasley y Ojoloco. El último parecía furioso.
—Es un idiota. ¡No puede venir! Está exponiéndose demasiado.
—Convencerlo es difícil —Matt se encogió de hombros—. Por suerte, logré que Lottie se quedara en casa.
— ¿La convenciste? —Los ojos de Remus se ampliaron.
—Oh, no. Le di un analgésico y se quedó dormida —Los ojos de Remus chispearon de furia—. No se preocupe. No daña al bebé, es medicina que puede ser consumida en la lactancia y embarazo. Lo leí en la caja.
El rostro del castaño se contrajo, ahora en una mueca de dolor. Recordarla se lo producía, pero también debía decirse a sí mismo que era un hombre fuerte. Que la situación no estaba para sentimentalismos, y que debía concentrarse.
Suspiró y se acercó a la copia de Matt que se había quedado sola. Sirius al verlo, frunció el ceño.
— ¿Qué quieres? —Espetó con brusquedad.
—Somos amigos. Quiero hablar con mi mejor amigo —replicó Remus con tranquilidad.
—Yo no tengo amigos cobardes —murmuró—. Vete.
—Hablé con ella, pero no quiso nada conmigo —explicó Remus, incómodo de tener que hablar de su intimidad en un lugar tan público.
—Esa es mi chica —repuso Sirius, aunque había un asomo de sonrisa—. Te toca contentarla, Lupin. Aunque fue muy amable, yo te habría dado una patada en...
—Por eso, estoy con ella y no contigo.
—Bueno, aún no sé sí volveremos a ser mejores amigos —dijo en tono juguetón, viendo sus uñas.
— ¿Y cuándo sabrás? —Remus debía ser paciente, Sirius era como un niño.
El chico copia de Matt alzó la mirada.
—Invítame una cerveza en las tres escobas después de esto, y convénceme. Después te daré mi veredicto.
—Canuto —gruñó Remus, aunque más divertido que molesto.
—Lunático —replicó él, sonriendo—. Ya sabes que hacer, para contentarme a mí —Sirius le guiñó el ojo, y Remus rio. Después rieron juntos. Era bueno volver a tener a alguien con quien hablar.
—De acuerdo, una cerveza. Sólo una...
Por casualidad, Remus volvió su mirada al final del pasillo. La sonrisa se desvaneció de su rostro; una neblina negra emergió del pasillo. Frunció el ceño y apretó la varita con fuerza; la hora había llegado, y casi sin voz, murmuró:
—Ahí hay algo —fue suficiente para que la mitad de la orden volviera su mirada hacia la neblina color negro. La orden al instante, alzaron las varitas en contra del enigma que se presentaba ante ellos.
El silencio era palpable. Los nervios se pusieron de punta en todos los presentes; Remus escuchó su propia respiración, y a pesar del temor, la varita se quedó firme entre sus dedos, así como su brazo. El pasillo y el resto quedaron a la expectativa de lo que pudiera estar detrás de aquello.
Y lo que hubo, era algo similar a la muerte.
Una voz, socarrona y aguda, gritó:
— ¡Avada Kedavra! —El hechizo salió de la nube, e impactó a una estatua. Después de ese, varias figuras vestidas de negro avanzaron y salieron del anonimato. Remus las vio acercarse con demasiada rapidez, pero no se quedó estático, sino que, caminó hacia ellos, seguido de sus compañeros de la orden. Sirius se había perdido, y de momento esperaba que se hubiera ido a matar más mortifagos.
— ¡Expulso! —gritó. El hechizo erró a una de las figuras y se perdió en la oscuridad.
Continuó lanzando hechizos aturdidores con suma precaución; ahora los miembros de la orden se habían mezclado con los mortifagos, y aunque era sencillo identificarlos por la vestimenta, era difícil el no aturdir a uno de los del mismo bando.
La batalla comenzó de manera brutal; la loca de Bellatrix había empezado utilizando hechizos crueles que sí bien, distaban de la muerte, dejaban regueros de sangre; Remus la vio, alguien ya estaba herido y no podía pensar en sí era amigo o enemigo, porque las luces de colores rojo y verde inundaban los pasillos; un hechizo rozó a Ginny y él se atravesó con un Protego, justo a tiempo; uno de ellos salió de ahí y se acercó a una ventana. El castaño escuchó con claridad el grito de "Morsmodre" Y una opresión cubrió su pecho. No se dejó amedrentar, y mezclándose como el resto, comenzó a lanzar hechizos a todo aquel que usara vestimenta negra.
Vio a Bill, que se enfrentaba en duelo a Fenrir Greyback; más allá, Hermione peleaba con dureza a Amycus Carrow. Y en una esquina, Thorfin Rowle lanzaba Avadas con tanta rapidez, que costaba trabajo esquivarlos. El mortifago que había colocado la marca tenebrosa en el cielo volvió, y el castaño vio el momento justo en el que una de las maldiciones de Rowle le daba directo en el pecho. Casi rio de nervios, más no tuvo tiempo; Yaxley de rostro burlón y feo, se colocó frente a él.
—Aquí tenemos al lobito —se rio de manera tenebrosa, y lanzó un hechizo que Remus, pudo parar con facilidad. Yaxley, molesto, chilló de enojo, frunció el ceño y la nariz, y comenzó a lanzar hechizos; uno, tras otro, Remus los detenía aunque cada vez más agotado por la rapidez con la que Yaxley lleno de vitalidad y kilos ganados en azkaban, había obtenido en sus años de celibato.
— ¡¿Es todo lo que tienes, anciano?! —Yaxley río, a la vez que siguió empujando cada vez más a Remus con los hechizos. El castaño, herido con sus palabras, infló los pulmones de aire, y decidió jugar a la ofensiva. Se paró con firmeza, y de manera elegante, meneó la varita en dirección de un sorprendido Yaxley. Éste abrió mucho la boca, y fue su sorpresa la culpable de caer aturdido dos movimientos más tarde; el depulso le había dado directo en la cabeza, y había salido despedido hacia atrás.
— ¡Genial, Remusín! —Gritó Sirius a su lado. El castaño le sonrió, y tras unos instantes, ambos volvieron a la batalla. Remus se sintió asustado cuando vio a Fenrir Greyback con la boca llena de sangre. Había atacado a alguien, y al fijarse en ello cometió un grave descuido; un Desmaius le pegó en la cabeza, con tanta fuerza que salió despedido y terminó por estrellarse contra la pared del pasillo.
Mareado, y casi sin fuerzas, Remus abrió los ojos; todo daba vueltas en demasía y su cabeza dolía como la misma mierda. Había una revoltura de pies, cabezas y manos ante sus ojos que no distinguía quien era quien.
— ¡Vámonos! —Gritó una voz masculina, y al instante, las figuras negras comenzaron a correr en dirección opuesta, lejos de él.
—Síganlos, vamos vamos vamos vamos vamos —La voz de mando, la tenía Minerva McGonagall. Remus la vio con el cabello enmarañado, y el sudor perlando su frente. Al instante, toda la orden salió en dirección a la huida de los mortifagos. Remus, qué no quería quedarse atrás, se tomó con fuerza de la pared. El primer paso que dio casi lo puso de rodillas, ya que le era imposible coordinar bien sus movimientos.
—Vamos —se animó a sí mismo, sintiendo su cerebro punzar, en busca de salirse de su cabeza. El castaño debía ayudar a la orden, debía seguir adelante e impulsado por su coraje, siguió dando traspiés, ayudado por la pared del pasillo. Lo había visto, habían salido corriendo en dirección de la torre de astronomía y hacía allá se encaminó.
Fue cuestión de segundos antes de que pudiera caminar rápido sin la ayuda de la pared; su visión seguía nublada, y sus movimientos límitados pero estaba listo para volver a la batalla. Mientras pudiera mantener la varita en alto, él no dejaría de servir a la orden del fénix. Continuó su camino y antes de doblar el pasillo, se preguntó: "¿Quién demonios había dejado a los mortifagos entrar a Hogwarts?"
La pregunta se esfumó de su cerebro al dar vuelta al pasillo; allí estaba toda la orden, lanzando hechizos. Algunos mortifagos subían, mientras que otros repelaban a la orden del fénix con coraje. Remus intentó correr en su auxilio, pero le fue imposible. Así que caminando lo más rápido, y alzando la varita, intentó ayudar.
No obstante, todos los mortifagos seguían subiendo hasta que sólo quedaron dos en la parte de abajo; Thorfin Rowle y Bellatrix Lestrange. Rowle lanzaba hechizos con esa velocidad inédita que Remus no le conocía, y Bellatrix peleaba con alguien mientras Rowle repelaba a media orden.
Remus siguió acercándose; no lograba divisar quien era el valiente que repelaba a Bellatrix Lestrange. No sabía sí ayudarlo a él/ella o a la orden, pero al final su instinto le dijo que lo ayudara a él, Bellatrix era dura de roer y entre dos era más rápido de repeler, e incluso, aturdir.
Todo sucedió demasiado rápido como para poder comprenderlo: Remus aún no se acercaba lo suficiente, sus piernas no respondían, sin embargo, a tres metros de llegar junto al sujeto que hacía frente a Bellatrix, la pelinegra lanzó un hechizo verdoso, y después rio de manera socarrona. La orden entera detuvo el fuego y volvió la mirada hacia donde Bellatrix había lanzado el último hechizo. Rowle y la pelinegra aprovecharon para huir escaleras arriba, Rowle lanzó un hechizo. Neville salió corriendo tras ellos, y salió rebotado hacia atrás. Pero Remus sólo podía caminar a pasos desiguales hacia el sitio donde la orden entera se había arremolinado.
Y lo vio; tenía el cabello rubio alborotado, y los ojos azules muy abiertos; veían a la nada, directo a la pared. En su mano, la varita continuó aferrada, aún y cuando los dedos ya no tenían vida. No sonreía, no expresaba nada más que algo parecido al temor en los ojos.
"No" Pensó Remus, cojeando e intentando abrirse paso.
Poco a poco, conforme se acercaba, notó como el efecto de la poción multijugos pasaba y en vez de ver a Matt muerto, veía a Sirius Black, con su cabello negro brillante, y ojos grises como todos los de los Black Black, viendo a la nada.
—Merlín —susurró Minerva McGonagall, llevándose una mano al pecho.
— ¡Maldita sea! —Bramó Ojoloco, volviendo la vista a las escaleras.
Remus también las vio, y a pesar de que los mareos seguían presentes, su mirada se tornó roja; todo sentimiento en él había dejado de existir, y tomando impulso, salió corriendo detrás de los Mortifagos. No obstante, la barrera invisible que ellos habían levantado, lo lanzó hacia atrás con fuerza. Remus cayó sentado, lleno de furia. Pero no volvió a intentarlo, sino que vio de reojo a Sirius Black, inerte. Por coincidencia, sus ojos veían al castaño. Esa mirada no era amigable, era de reproche.
"Te fallé" Pensó Remus con enojo, devolviendo la mirada al cuerpo inerte "Confiaste en mí, y te defraudé, Canuto".
Pero Sirius Black no fue la única persona que la orden del fénix no pudo ayudar esa noche.
#DeclaroCerradaLauraSad.
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