Capítulo 54.
El corazón de un Lupin.
Matt observó por quinta vez el reloj que llevaba en su muñeca izquierda. Con terrible prontitud, la manecilla pequeña casi llegaba al doce. Pasó con nerviosismo su mano derecha, despeinando su cabello rubio. ¡Era tarde! Y nadie parecía importarle ello.
Era la última oportunidad. Nada podía salir mal.
Lo había prometido, en silencio, como buen amigo. No podía fallarle, no a su mejor amiga que tanto cariño le había profesado desde pequeños. El chico se levantó, decidido e impulsado por el recuerdo de la castaña, y caminó hasta la puerta del comedor de Grimmauld Place. Remus Lupin y Sirius Black, en compañía de Tonks llevaban una hora encerrados, charlando con el hombre lobo. Ya debían de haberlo convencido.
"Deben" Pensó con determinación el rubio, tomando el pomo de la puerta. Sin embargo antes de que pudiera girarlo siquiera, un grito grave y lleno de furia lo obligó a retroceder. Buena elección, ya que instantes después, de la puerta salió volando la silueta desgarbada y frágil del ex–profesor de DCAO. Había caído de espaldas contra la rechinante madera del pasillo en un golpe seco y doloroso. Matt no tuvo tiempo de reaccionar e ir en su ayuda, porque detrás de él salió Sirius Black, varita en mano y ojos chispeantes. Emanaba ira y locura, pero más, mucho más ira...
— ¡Eres un maldito cobarde! —Gritó tan fuerte, que el rubio creyó que lo había oído medio Londres—. ¡Esa pobre chica confió en ti, y le pagas con pavadas! —La respiración del pelinegro era agitada; la varita temblaba en su mano, y no dejaba de apuntar con ella al castaño que lo veía desde el piso, asustado; un hilillo de sangre salía de su nariz, era oscura y espesa.
Matt estaba por sacar su varita, e intervenir, pero un veloz cabello rosa chicle pasó a su lado y la dueña de éste, sujetó a Sirius por los hombros. Parecía desesperada.
— ¡Déjalo, tío! No lo lastimes, más. Por favor —La voz de Tonks era suplicante, más de lo que Matt había escuchado en alguna persona jamás.
—Tiene que entender —replicó Sirius, sin dejar de apuntar a Remus.
—Entenderá, pero no así. Déjalo tío, déjalo...
La tensión se apropió del ambiente durante varios segundos. Matt caminó hasta acercarse al licántropo, y Sirius lo vio de reojo. Tenía la mandíbula tensa, y el cuerpo apretujado. Tonks lo abrazaba con fuerza, con el rostro pegado a la espalda de su tío. El rubio sentía que en cualquier momento, el loco de azkaban terminaría por asesinar a su amigo.
Pero finalmente, Sirius bajó la varita, y volvió la vista a otro lado. Lejos de Remus.
—No te quiero volver a ver, ya no eres bienvenido aquí —Musitó con pesadumbre—. Lárgate.
Matt le tendió la mano a Remus, en plan de ayudarlo. Sin embargo, el castaño clavó la mirada en su mejor amigo, su hermano de toda la vida.
— ¿Lo...Lo dices en serio? —Las primeras palabras que Matt le oyó, sonaron temblorosas y dolidas.
— ¿Qué no escuchas? ¡Largo, Lupin! —Sirius mantuvo su mirada fija en la pared, sin ninguna intención de volverla hacia Remus.
El castaño tras unos instantes de incredulidad y asombro, se levantó sin ayuda del chico. Sus ojos azules no dejaban de ver con verdadera sorpresa la figura esbelta de Sirius Black. Matt lo observó consternado, quizás el exprofesor pensaba en sí decirle adiós, o simplemente marcharse. No sabía cuánto tenían de amigos, pero era el tiempo suficiente como para saber que aquella despedida era de las más dolorosas en las vidas de ambos.
—Bien —Fue todo lo que dijo Remus Lupin antes de salir de Grimmauld Place quizás, para siempre.
El rubio lo vio irse. Se quedó inmóvil, sin saber qué hacer.
—Alcánzalo —dijo Sirius, volviendo su vista a él. Tenía los ojos rojos, y desorbitados—. Termina el trabajo. Quizás te siga. Y sí no, dile a Charlotte que cuenta con mi ayuda incondicional.
—Gracias —susurró Matt. El mayor de los Black Black asintió de forma solemne. Una media sonrisa se formó en su rostro, siendo lo último que vio Matt antes de salir corriendo detrás del licántropo.
Al salir de la mansión, el sol golpeó su cara. Junio siempre tenía las temperaturas más altas, y detestables en su opinión. Se obligó a llevarse una mano a la frente para poder buscar la silueta que necesitaba. La encontró a menos de diez metros. ¡Todavía había esperanza!
— ¡Espere! —Bramó Matthew. Sus piernas delgadas lo condujeron con presteza hasta donde se encontraba el exprofesor. Éste lo aguardó, y Matt le agradeció por ello. Al acercarse, notó sus ojos vidriosos y rojizos. Sintió bastante pena por él.
—Lamento que hayas presenciado eso —se excusó Remus, formando una media sonrisa algo convincente, como sí tuviera práctica elaborando sonrisas falsas—. Sirius es bastante impulsivo.
—No se preocupe... —Matt le sonrió amigable, y de forma inevitable volvió su mirada a su reloj de pulsera. ¡Las doce! Por los bombachos calzones de morgana, iban muy tarde.
— ¿Pasa algo? —Inquirió Remus, notando su preocupación.
—Quiero que me acompañe. ¡Sí nos damos prisa, llegaremos a tiempo! Venga.
—No, no iré. No podré —Parecía que había envejecido mil años desde... —, está mejor sin mí. ¡Entiéndalo! Quizás, quizás parezco un canalla en este momento, pero es que jamás debí llegar tan lejos con ella, yo... Yo estuve mal, y me arrepiento, lo hago en serio. Pero no podría, no podría...—negó con la cabeza, volviendo su mirada al cielo, desesperado—. Simplemente, todo esto es un infierno —apretó los ojos, y el sol en su cara no parecía afectarlo.
Las doce con dos minutos.
Había que hacer algo pronto.
—Bueno... —titubeó Matt, rascándose la nuca—. Todo es un infierno, pero usted ayudó a construirlo —Remus abrió los ojos—. Quizás sí me hiciera caso, vería como todo termina pronto —Entonces, sus ojos se posaron en él, y Matt pensó que no todo estaba perdido—. La única forma de salir de algo, es enfrentándolo, no huyendo.
—A veces, huir es lo mejor —musitó nostálgico.
—Sí, para algunos —concedió Matt, desesperado—. Pero usted es Remus Lupin, el hombre que venció a Antonin Dolohov en duelo real; el tipo que lidia con los peores sufrimientos que un humano común no podría imaginar jamás. Usted es Remus Lupin, y no corre; lo enfrenta, con valentía. Como cualquier mago, y caballero. Usted conoce el infierno tres días al mes, después de eso, ¿puede haber algo más terrible?
Al término de su comentario, Matt sintió impotencia. El exprofesor lo miraba con singularidad, pero no emitía palabra alguna. ¡Y ya eran las doce con cinco!
Bueno, siempre había un plan B...
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El consultorio tenía un olor particularmente extraño.
Remus entró, en compañía de Matt. Aquello no era un hospital como lo imaginaba, sino un pequeño consultorio de un doctor muggle independiente. En la sala de espera había tres mujeres de edad madura, las cuales hablaban entre sí muy entretenidas. Remus se preguntó que harían ahí, sí ninguna parecía embarazada.
—Está dentro ya, pero no hace ni medio minuto que entró—murmuró, tras haber preguntado a la secretaria del doctor por su prometida—. Sólo puede pasar uno. Usted.
Remus volvió su mirada con nerviosismo extremo al rubio. Tragó en seco. No estaba preparado para nada, no quería. ¿Por qué nadie podía entender el miedo tan atroz que recorría desde su médula hasta su sistema nervioso? ¿Era tan difícil?
—Creo que mejor tú...
—Ya lo hablamos —cortó Matt de forma bondadosa—. Entre. Antes de que se pierda de todo el proceso —El rubio señaló una puerta de madera clara. Remus la vio, y sintió su piso moverse. Se tocó el cuello de la camisa, en la cual había residuos de sangre seca, cortesía del hechizo de Sirius.
Sirius.
Tomando valor, hizo que sus piernas caminaran en automático hasta el consultorio. Tocó tres veces, y de manera instantánea, una voz masculina y suave le permitió el acceso. El licántropo quiso volver su mirada una vez más a Matt, pero su mano ya estaba abriendo el pomo de la puerta, e instantes después, ya estaba dentro en ese mundo desconocido.
Había un escritorio, y un poco más allá, una cama. Sobre ésta camilla, recostada, se encontraba ella. Charlotte Studdert lo miraba, pero él no podía saber que pasaba por su cabeza. No había sorpresa reflejada en sus ojos, en realidad, no había nada... Junto a ella estaba el médico, un hombre alto y de cabellos rubios. Era joven, a su comparación.
— ¿Quién es usted? —Preguntó con severidad. Pero Remus sólo atinaba a ver a la joven que yacía sobre la camilla. Quería hablarle, y decirle muchas cosas, más no sentía la lengua.
—Le he preguntado quien es. Salga de mi consultorio ahora —el doctor parecía a punto de perder los estribos.
—Soy... Su prometido —musitó con voz débil, volviendo la vista al doctor—. Se me hizo tarde, y hasta ahora pude llegar. Disculpas.
— ¿Es su prometido? —Preguntó el doctor, ahora a Charlotte. En su voz había un tono de desconfianza bastante sutil.
Charlotte no respondió, asintió con simpleza y volvió su mirada a una pantalla que había frente a ella. Aquello provocó un pinchazo de dolor en el corazón del castaño.
—Bueno, señor. Siéntese ahí —señaló el médico una silla de plástico con forro de tela—. Y ponga atención a ésta pantallita —con el dedo apuntó la visera con la mano.
— ¿Qué va a hacer? —Interrogó Remus, sin saber muy bien que hacía ahí.
—Vamos a ver a su hijo —el corazón de Remus dio un vuelco al oír la palabra hijo—. Es un ultrasonido. Ya sabe, checar como está el pequeño de seis meses.
—Ah, sí —Mintió Remus, con voz nerviosa. Charlotte continuaba con su indiferencia, y eso molía los sentimientos del castaño.
—Muy bien, aquí vamos...
El doctor muggle levantó la blusa de tirantes color blanco, y el vientre de Charlotte quedó expuesto. Remus lo observó hipnotizado algunos segundos que parecieron siglos, y de forma extraña, sintió como su cuerpo se llenaba de ternura; su prometida, su mujer lucía realmente bella con aquella prominencia, hecha con amor, porque Remus la había adorado en cada momento que estuvo junto a ella, lo había hecho en serio, y ese...Ese era el resultado. Le parecía precioso, ahora que lo veía de cerca.
El galeno colocó algo en su enorme vientre y una imagen apareció en la pantalla oscura. Todo se veía gris, y de momento, Remus no le tomaba forma. Volvió su vista a Charlotte, y notó como ella sonreía de oreja a oreja, llevándose una mano a la boca. ¿Alguna vez se había visto así de feliz junto a él?
Sonrió mentalmente; cada vez que despertaba, se encontraba con esa sonrisa, dedicada a él. Cada vez que el desayuno era servido, siempre que él la abrazaba o besaba, ella sonreía así. Un nudo se formó en su garganta, y optó por volver su mirada a la pantalla.
—Vaya, es un pequeño muy sano —dijo el doctor, sonriendo igual—. Miren —Remus se sorprendió al ver que hablaba para ambos—. Aquí están sus pequeñas manitas —el hombre con el dedo, dibujó el contorno, y Remus respingó al ver que sí hallaba la forma de una manita; tenía el puño cerrado—. Y aquí, aquí tenemos un pie muy diminuto —el doctor repitió el procedimiento, y Remus sonrió al ver que era cierto. Había un pequeño ahí, y ese aparato muggle lo estaba mostrando. ¡Era fascinante!
El doctor continuó moviendo el aparato, mientras que el castaño clavaba la mirada atento; no quería perderse ningún detalle. Vio su espalda, su cabeza, y se lamentó por no poder ver su rostro. ¿A quién se parecería?
—Y aquí... ¡Oh! Esto indica que tendrán un saludable varón.
Charlotte sorbió su nariz; estaba llorando de felicidad. Remus tuvo el impulso de ir y abrazarla, pero sabía que no podría. En cambio, se preguntó sí aquello deduciría sí su hijo sería un niño feliz y sano. Sin problemas peludos. Deseaba que lo hiciera, para poder ser igual de feliz que Charlotte.
De pronto, un zumbido lo llenó. Remus frunció el ceño, preocupado de que algo anduviera mal.
— ¿Doctor? ¿Qué es eso que se escucha?
— ¿El zumbido? —Preguntó el galeno, volviendo su mirada a él.
—Sí.
—Ah, es el corazón de su hijo —respondió con una sonrisa—. Está muy bien, les digo que parece que nacerá sin complicaciones. Está desarrollándose perfectamente y...
Pero Remus se había desconectado de la charla. Eso que sonaba, ese zumbido era el corazón de su hijo. ¡El corazón! Y de pronto, sintió un repentino odia contra sí mismo. ¿Había detestado aquél bebé cuyo corazón latía tan rápido gracias a Charlotte y él? En ese momento deseó golpearse, herirse, arrodillarse y suplicarle perdón a él y a su prometida.
Pero sólo acertó a contener las lágrimas. Volvió su vista a Charlotte, y ella a él. La conexión duró apenas unos segundos, más fue suficiente para saber que ambos estaban al borde del llanto; había muchos sentimientos encontrados, y todo por un aparato muggle.
—Te amo —dijo Remus, sin hablar, moviendo sus labios.
Charlotte apretó los labios y llena de nervios, y emociones, y felicidad, volvió su mirada a la pantalla donde su hijo les mostraba como era.
Y Remus de forma inconsciente, comenzó a imaginarlo; sería un bebé precioso, el más precioso de toda la cuadra. Lloraría, y él mismo le daría de comer, o cambiaría su pañal. Quería disfrutar lo que quedaba del embarazo de su prometida; besar su estómago, hablar con su hijo como lo hicieron los padres normales, como alguna vez hizo James con Lily. Y la impaciencia lo abordaba; ¡quería cargarlo, ya mismo! Pedirle perdón, y enseñarlo a ser un buen hombre. Anhelaba llevarlo al andén en su primer día, y llevarlo a fiestas infantiles. ¿Cuántos días faltarían para tenerlo en brazos? ¿Cuánto faltaba para convertirse en el padre del niño más lindo del mundo? ¿Cuánto faltaba para saber cómo serían sus ojos, u oírlo decirle papá?
¿Cuánto?
¿Y sí él nacía con problemas? ¿El niño más lindo del mundo?
"Por eso seré su padre" Pensó, apretando la mandíbula "Para cuidarlo, y acompañarlo hasta el final".
—Y eso sería todo —musitó de pronto el médico, sacándolo de su ensoñación. Charlotte ya había cubierto su estómago con la blusa. El doctor tomó asiento detrás de su escritorio—. Deberá volver señorita Studdert, ¿le parece bien el mes que entra?
—Sí, doctor.
—Muy bien, mi secretaria le dará cita. Un placer —tendió su mano, y ella apenas la tocó, abandonó el consultorio. Remus se despidió de igual forma precipitada del doctor, y con el corazón en la boca, salió corriendo detrás de ella.
Charlotte iba a medio pasillo, y Matt junto a ella. Remus corrió para darle alcance. ¿Qué no veía que quería escoger un nombre para su mago junto a ella?
Y de pronto, ambos se detuvieron. Charlotte le discutió algo y Matt le sonrió.
Remus llegó, y volvió su mirada a ella. Sólo la veía a ella.
—Lo siento muchísimo —dijo, con acento dolido—. Yo sólo tenía miedo. Miedo de que ese bebé naciera con problemas... No podía entender que podría ayudarlo sí eso pasaba. No entendía nada —se pasó una manga por sus ojos—. Pero ahora, sólo quiero esperarlo junto a ti. Restar días, buscar nombres, e imaginar cómo será en un futuro. Quiero que se parezca a ti, en ojos, rostro y cabello... Sólo...Sólo quiero ser su padre —imploró Remus, rechinando los dientes, desesperado por cubrir su falta.
Charlotte lo vio son el rostro imperturbable. Vacío de expresiones, a comparación de hacía un momento.
Y sin verlo venir, murmuró:
—Él ya no necesita padre —murmuró con frialdad, y sin más, dio media vuelta. Remus no quiso alcanzarla.
Las fuerzas lo habían abandonado, y el corazón se le había despedazado en varios fragmentos, cada uno lleno de millares de emociones.
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