Capítulo 45.



Infinitos.


—Oye, Remus.

— ¿Hm? 

— ¿Tienes libre ésta noche?  

— ¿Para qué? 

Como sí fuera una niña pequeña salí de la cocina corriendo hacía donde él estaba. Había llegado del ministerio algo cansado, y bastante tarde. Se pasaba las semanas buscando empleo. Solía decir que era inapropiado que yo lo mantuviera, o qué le pagara ciertas cosas como la comida. La verdad a mí no me molestaba en lo ABSOLUTO. Al contrario; era un placer ir a San Mungo y traer dinero para mi hombre. ¿Eso era amor, no? 

Puse sobre la mesa el periódico muggle que daban en su pequeña población.

Él lo vio, llevándose la taza de chocolate caliente a los labios.

— ¿Qué importa sí el ministro muggle implementó los salarios mínimos? 

—No, eso no —con mi dedo le apunté el anuncio de la feria del condado—. ¡Ya abrió la feria! —exclamé con una enorme sonrisa.

—Ah, ya veo —releyó el anuncio, para después fijar su mirada en mí—. ¿Eso no es costoso? —preguntó algo preocupado.

—Dinero muggle —dije, encogiéndome de hombros—. Me sobra demasiado de ese.

—No lo sé, Charlotte...

— ¡Sí qué lo sabes! —le repliqué, y me acerqué a él. Me gustaba acercarme para abrazarlo por él cuello—. Anda, es sólo una noche señor ocupado.  Además es domingo, ¿quién hace algo en domingo?  Y no estás casi nunca por acá. Vamos, Remus. ¿Sí? Vamos vamos vamos vamos.

Tardó varios segundos antes de contestar:

—De acuerdo, pero sólo un rato —consintió. Yo sonreí—. Pero, ¿qué es una feria del condado? 

Las desventajas de ser un mago.

—Ya verás, es un lugar muy divertido —le di un beso en sus labios; sabían a chocolate—. ¿Ya terminaste? ¿Quieres más? 

— ¿Ya cenaste tú? —su cara era de constante consternación cuando se trataba de hablar del desayuno, comida y cena. 

Suspiré.

—Claro que sí, Remus. Llegas demasiado tarde, pero sí quieres puedo esperarte para que cenemos juntos —Le aseguré, pasando una mano por su cabello. Largo y canoso, pero suave. Él vio un momento su plato, indeciso, para después negar.

—No, ya he terminado. Muchas gracias, Charlotte.

Hice un puchero con la barbilla.

— ¿Me vas a hacer tirar lo que quedó? Creí que te gustaba lo que cocinaba.

—Me encanta como cocinas, Charlotte —aseguró, tomando mi mano entre la suya. Sonreí.

— ¿Entonces te traigo lo que quedó?  —Remus contrajo el rostro—. ¿No qué cocinaba delicioso? ¡Mentiroso! 

—No, sí, tráelo —dijo al instante—, en verdad cocinas excelente.

—A la orden, señor Lupin —le dejé un beso en la mejilla, tomé la taza y plato, y salí corriendo a la cocina por lo que me había quedado de pay de limón.  Serví una gran rebanada en otro plato, y otra taza de humeante chocolate. A pesar de estar a mediados de verano, a él le fascinaba. Con mucha azúcar y hecho por mí.

Cuando terminamos de cenar, Remus tomó su saco y se lo colocó. Yo tomé mi bolso y lo tomé de la mano. Él me sonrió, y me obsequió un beso en los labios. Yo sabía que estaba tenso, nervioso y muy fastidiado, pues en todos lados lo rechazaban; argumentaban que era un excelente mago, pero un licantropo. Y eso era peligroso. Me seguía preguntando el porqué. Es un licántropo; sí, pero sólo tres noches al mes, el resto era un ser humano común, bueno no tan común. Remus era un hombre excepcional. Pero no, nadie puede ver más allá del hombre lobo.

Salimos a la noche fresca y veraniega de finales de Julio. Remus me cogía con firmeza de la mano mientras se abría paso rápido entre el vecindario. Los vecinos estaban afuera, sentados en sillas de plástico observando a sus niños jugar en el fresco asfalto o en los jardines delanteros de la casa. Todo estaba tan calmado y había tanta paz que parecía imposible que en Londres estuviera por estallar una guerra. Oí la risa de varios niños. Miré a Remus cuyo cabello se movía con gracilidad por su frente debido al aire.

— ¿Crees que algún día estaremos así? —le pregunté, señalando a una pareja que veía a sus dos chicos jugar al golf con pequeños juguetes.

— ¿Sentados en un jardín? —Preguntó girando la cabeza. Lo fulminé con la mirada—. Ya, es broma, Charlie. No lo sé, ¿a ti te gustaría? 

Continuamos caminando en silencio un rato más. 

—Es lo que más anhelo en el mundo.

Nos quedamos en silencio, y con las manos entrelazadas nos unimos a la masa de gente que caminaba eufórica a la feria. Desde lejos, se oía la música mágica que invitaba a las personas a disfrutar de las atracciones. Pude ver la rueda de la fortuna, y una sensación  parecida a la nostalgia inundó mi pecho, pero también de alegría. Apreté la mano de Remus con fuerza, mientras salía corriendo a ella.

— ¡Charlotte! Espera, uff.

Corrió a mi paso, mientras soltaba risas enérgicas. Yo también reía llena de adrenalina, y llegué a la puerta con rapidez. Jadeando, pagué la entrada de ambos, para después internarnos en el mágico mundo de la niñez.

Remus caminaba a mi lado viendo a todos lados; asombrado.

— ¿No es linda? —le pregunté. Él asintió, viendo los puestos, escuchando los gritos. Parecía un niño pues estaba asombrado y fascinado con todo lo que había en todos lados. Pronto fue él el que corría como loco a los puestos, y yo lo seguía, encantada por supuesto.

— ¿Qué es eso? —Preguntó señalando los patitos en fila.

—Es un juego —expliqué—. Tomas un rifle —ya que el puesto todavía no estaba muy concurrido, tomé uno—. Apuntas a los patitos —hice eso, colocando la mira—. Y les disparas —intenté dispararles, pero tenía tan mala puntería que fallé mis cuatros tiros—. Hoy no es mi mejor día. ¿Quieres probarlo? 

—No, gracias —se sobó un brazo, apenado. Fruncí los labios y asentí. Lo tomé del brazo y continué guiándolo por el resto de los puestos coloridos de luz. Remus observaba cada uno con mucha atención mientras le explicaba de que servía todo lo que había ahí. Finalmente, tras pasar varios, llegamos al último donde se trataba de encestar como en el baloncesto. En ese había premios. Lo iba a pasar de largo para dirigirnos a los juegos mecánicos, pero la encargada se acercó a nosotros.

— ¡Señor! ¿Por qué no  participa para ganar el premio mayor y dárselo a su hija? —dijo con voz no exenta de amabilidad.

Sin saberlo, había dicho una soberana idiotez. Remus abrió los labios entre apenado, y mortificado. No obstante, me le adelanté.

—Él no es mi padre —respondí con una enorme sonrisa—. Es mi esposo —la cara que puso la empleada fue digna para grabarse para la posteridad, sin embargo, mejor vi a Remus que parecía aún en shock—. ¡Ay, sí, cariño! Juega, y regalame el premio mayor, ¿sí? —le di un beso en los labios. En medio de todo el griterío, la música y el olor a comida, Remus pareció volver a la normalidad con él.

—De acuerdo, lo intentaré.

Aplaudí energicamente, mientras Remus se acercaba al puesto. Lo seguí.

—Bien, todo lo que debes de hacer es tomar una pelota —le tendí la pelota—. Y debes hacerla pasar por el aro —lo señalé—. Es como el Quidditch. Sólo que más cercano, y sin escobas.

—Ya veo.

—Para ganar debes encestarlas todas, Rem.

—Lo entiendo.

—Adelante, suerte —le di un beso en la mejilla, para después abrazarlo por la cintura. Podía notar las miradas de la empleada. Seguro pensaba que mi Remus era un pedófilo o algo así. Lo abracé con fuerza, y vi que sí no era mi día, sí era el de él. Anotó los siete encestes sin equivocarse. La mujer se quedó todavía más estupefacta, y yo sonreí de lado cuando se fue a tomar el enorme oso de peluche que residía en lo más alto de los estantes de los premios.

—Felicidades, señor —dijo muy extrañada.

— ¡Gracias! —Remus tomó el oso, y se giró a mí—. Aquí tienes, Charlotte. 

Qué apropiado... Un oso. 

— ¿Ves? ¡Eres el amo de la feria! —exclamé, y hubo abrazo grupal entre el oso, Remus y yo.

Seguimos caminando, mientras le explicaba como se utilizaban los juegos mecánicos. No se quiso subir a muchos. Hasta que vio el carrusel, claro. Pagué. Él montó en un enorme caballo negro, y yo en el de a lado, color café. El carrusel iluminado por luces doradas y amenizado con música infantil comenzó su largo recorrido. Remus se sujetó al suyo, viendo a todos lados. Soltó una risa cuando vio que todo daba vueltas. Y no me sentí jamás más enamorada de él que en ese momento. Rejuveneció unos instante, y estaba feliz por haberlo hecho sentir así por un momento.  Me tomó la mano en algún instante, y yo se la apreté con fuerza, mientras nos sonreíamos. En definitiva, él era el hombre de mi vida y no aceptaría a ninguno más.

—Te quiero, Remus —grité para que me escuchara.

—Yo más, Charlotte. Yo mucho más.

Nos volvimos a sonreír. Bajamos del carrusel, y el oso siguiéndonos nos acompañó hasta la gigantesca y magnífica rueda de la fortuna. Remus la observó bastante tiempo.

— ¿Segura que no caéremos? 

—Cien por ciento —le afirmé, tomando su mano, al oso, y caminando con él hasta el asiento. El encargado casi nos confiscó al oso, pero me aferré a él con fuerza. Nos abrochó el cinturón, para poco después echar a andar la atracción.

Remus se apretó del barandal conforme subíamos. Yo sonreí, ibamos dejando el suelo cada vez más atrás. Yo sentía como la magia abordaba mi estómago, mientras la feria se abría ante mis ojos; enorme, llena de personas. Recordaba cuando niña, mamá se enojaba porque me subía a ella. Papá me aplaudía por ser tan valiente. Giré mi cabeza para ver a Remus que observaba todo con enormes ojos. Brillaban a la luz multicolorida que expedía la feria. Sonreí y puse mi mano sobre la suya. Me vio con ojos enormes.

— ¿Qué ocurre? —pregunté con voz alta, sintiendo el aire revolverme el cabello.

—Esto es muy...—hizo una pausa para volver su vista a la feria, y una sonrisa llena de ternura se dibujó en sus labios—. Muy lindo.

—No tanto como tú —le espeté.

La rueda bajó, y volvió a subir una vez más, ésta vez deteniéndose y dejándonos en lo más alto de ella. Alcé la mirada y todo el pequeño pueblo se extendía ante mí. Junto a Remus y mi oso (al cual decidí llamar Lunático) Éramos los reyes del mundo entero, y de la feria. 

—Remus.

— ¿Hm? —se gira a verme.

— ¿Eres feliz? —pregunté, sin saber porqué. El viento volvió a revolverle el cabello, vio una vez más el paisaje, y giró su mirada a mí.

—Mucho —afirmó con una enorme sonrisa bordeada de cicatrices—, y todo gracias a ti.

—Tú también me haces muy feliz, lobito —susurré, y sin verlo, nuestras cabezas se juntaron y nos besamos. Ahí, en la cúspide del mundo, custodiados por Lunático, y estando a medio mundo de Londres, nos sentíamos locos, completos, felices. Infinitos.






| Hola, chicas, he decidido hacer algo.

Ustedes me dan una palabra 

ejemplo: "Infinitos".

Y yo haré un capítulo que contenga esa palabra (o trate o lleve algo de esa palabra) Ya que son como pequeños One-shots.

Aprovechen, sólo tomaré algunas.

Besos

Duck.

PD: Proximamente la playlist que inspira toda la historia. uwu


















Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top