Capítulo 40.
Navidad II.
—Hace algo de frío aquí. Y está oscuro
—Shhh, no hagas mucho ruido, Remus.
— ¿Por qué?
—El silencio hace que estemos juntos.
Remus se calló al oír aquello. Se preguntaba donde lo habría llevado aquella mujer y porque. ¿Dónde estaban? ¿Ese lugar tan oscuro sería su hogar? No le importaba, sí a ella le gustaba, pero ¿A quién le gustaría estar en sitio tan ruin? Subió por las escaleras del edificio, se internó en un oscuro revoltijo de pasillos, y después de varios segundos, Charlie se había detenido frente a una puerta, no menos sucia que las anteriores.
"¿Aquí vivirá?". Se preguntó mentalmente, ya que ella le había pedido silencio. La puerta se abrió con un crujido, y al entrar el olor a frío y humedad penetró sus fosas nasales. Un escalofrío le invadió la espalda cuando la puerta se cerró, de golpe. Todo el mundo se había hundido en una fosa negra, y tenebrosa.
— ¿Tienes miedo? —Charlotte llegó a su lado; lo notó por su respiración, ya que no podía verla. Pero la imaginaba; igual de bella, igual de fría.
—No —la mano de Charlotte se entrelazó con la de él. Remus acogió la mano fría en medio de las tinieblas.
—Encendería la luz —susurró; el aliento de ella quemaba las mejillas de Remus—. Pero es mejor así. Este será nuestro secreto, Remus.
El castaño quiso responder, ya fuera un sí o un no, pero algo lo mantenía callado. Se sentía hechizado, y quizás lo estaba; hechizado por la sonrisa de Charlotte, las mejillas, la voz, y todo eso que creyó sólo volvería a ver en un sueño.
—Tienes frío —dijo ella.
—No —reincidió él. La verdad era que sí, y mucho.
—Estás temblando, Remus —las manos pequeñas de ella se posaron en su rostro—. Prenderé la chimenea, sólo eso. —el licantropo iba abrir la boca para replicar, pero un beso torpe de ella le selló los labios.
"¿Qué pasa conmigo?". Charlotte le soltó la mano y se alejó. Los ojos azules se habituaron a las penumbras de la habitación pero ni así logró reconocer como era ésta. Se quedó de pie, como una estatua de mármol, contemplando la nada. Creía pensar, pero la verdad es que sólo atinaba a quedarse de pie. ¿Por qué se dejaba guiar como un niño? ¿Por qué Charlotte vivía así?
Había muchas interrogantes que quizá, jamás le dejarían un momento tranquilo. ¿Tan difícil era que todo volviera a ser como antes? Suspiró para sus adentros, mientras sentía como la nieve comenzaba a derretirse; corría por su cuerpo traviesa y helada. Le provocaba mucho cosquilleo, y a la vez tiritaba de frío. No pudo evitar abrazarse a sí mismo. Todo él era un amasijo de carne congelada, y sentimientos en parecida sinfonía.
De pronto, la luz llenó la estancia. El ex profesor abrió los ojos, viendo la pequeña chimenea emitir una llama; tenue e insuficiente, pero al fin y al cabo, el calor en aquellas condiciones no se podía menospreciar.
—Sí quieres acercarte —musitó Charlotte, que estaba de pie junto a la chimenea.
Remus en silencio se acercó. Cuando estuvo cerca, la castaña le puso la mano sobre los hombros, y jaloneó su capa.
— ¿Qué haces? —susurró Remus, un tanto sorprendido.
— ¿Acaso es un delito pretender que tú ropa se seque? —al oírla, ya no opuso resistencia.
—No, pero... ¿Con que me cubriré del frío aquí adentro? La chimenea no es suficiente.
—Ya verás —dijo, tomando la capa y colgándola en el perchero.
Remus asintió, en silencio. Cuando se sintió despojado de su capa sintió kilos menos, y además, mucho más frío que con ella. Apretó los dientes, abrazándose a sí mismo.
—Siéntate —dijo Charlotte, señalando el piso de madera junto a la chimenea—. Te traeré algo para que te calientes.
—Gracias —murmuró Remus. Charlie le sonrió de lado. Una sonrisa torva, hermosa. Como las prefería últimamente el lobo.
—Ya vuelvo.
La estancia quedó solitaria. Remus aprovechó para echar una ojeada con libertad; el piso de madera estaba lleno de polvo; no había ningún mueble visible, y parecía que el sitio hacía años que no era habitado. El frío comenzó a entumirle las extremidades, y el dolor se hizo presente. Intentó ignorarlo, ya que el sueño también cobraba fuerza. Pero lo único que logró fue, perderse por algunos instantes en el tiempo y el espacio.
Tras lo que pareció una eternidad, escuchó pisadas acercarse a él. Haciendo un enorme esfuerzo, entreabrió los ojos. La silueta era oscura, pero conforme se fue acercando a la pequeña chimenea, comenzó a tomar forma; era Charlotte, e iba envuelta en lo que parecía una sábana. Remus frunció un poco el ceño, viendo como de a poco, la castaña se arrodillaba junto a él. La sábana cubría todo su cuerpo.
—Una sábana no es suficiente para un invierno —murmuró Remus, con labios gélidos.
—No es sólo la sábana —siseó con suavidad.
—No comprendo —admitió el castaño.
Por toda respuesta, Charlotte colocó una mano pequeña sobre el pecho de él, y lo obligó a recostarse sobre los tablones sucios de madera. Remus accedió. Lo hizo porque sabía, que quizá, esa sería una de las últimas veces que ella lo tocaría, y lo vería, si bien no con asco, con algún sentimiento parecido al aprecio.
—Eres muy obediente —dijo Charlotte. Lo observaba desde arriba con su sonrisa torcida—. Apuesto a que eres mejor alumno que profesor.
—Charlotte... No entiendo a dónde va todo esto —Remus pensó en voz demasiado alta.
—Tienes frío, Remus —replicó, como sí no hubiera escuchado—. Déjame ayudarte a entrar en calor.
Iba a hablar. Pero las palabras se le congelaron en los labios, cuando ella comenzó a desabotonar los botones de su camisa. Uno por uno. Con serenidad y quietud, delicadeza, cuidado, y hasta cariño. Una parte de Remus le decía que no era lo correcto, pero otra... Otra lo hacía pensar muy diferente.
—Has adelgazado —murmuró Charlotte, con una sonrisa triste, al ver al desnudo el abdomen de su ex profesor.
— ¿Cómo vivir sin saber de ti? —le interrogó el profesor. Ella se mordió un labio.
—Entiendo.
A continuación, la castaña abrió la sábana que la cubría; su cuerpo desnudo quedó expuesto a las pequeñas flamas de la chimenea, y a los ojos azules de Remus, que la miraban con cariño y nostalgia. El licantropo apretó los labios. Charlotte se sentó a horcajadas sobre él, y Remus no hizo ademan de alejarla.
— ¿Q-qué haces? —logró articular.
—Calor, sólo es calor... —con mucho cuidado, el cuerpo blanco e intacto de ella cubrió el de él lleno de cicatrices y relieves irregulares. Al sentir los fríos pechos y abdomen, Remus se estremeció. Charlie, en cambio, sonrió de forma amplia.
—Tranquilo, Remus —susurró en su oído—, es calor cuerpo a cuerpo, ¿no sabías que se podía? —los labios de la chica se posaron en la mejilla de él, después en la sien, y al último, besaron la frente cubierta de cabello castaño canoso empapado. Remus creía estar soñando, pues en su vida pensó que la tendría de nuevo así; en sus brazos, cariñosa, y sin ropa.
—Esto no está bien —murmuró, cerrando los ojos—. Se supone que tú ya tienes una vida mejor. Se supone que encontraste algo mejor; no un hombre viejo, peligroso y sin dinero... Se supone que eres feliz.
—Supones demasiado —Charlotte besó la punta de la nariz de su ex profesor.
— ¿Por qué juegas así conmigo? —Remus rodeó a la chica por la cintura.
—Tú le llamas jugar —las voces crepitaban como el fuego de la chimenea. Los ojos de ambos colisionaron un instante—. Yo le llamo; intentar ser feliz con el lobo protestante.
Los ojos azules de Remus, se posaron sobre la pequeña ventana que había encima de la chimenea. El cielo era gris, y nevaba mucho. La voz de Charlotte surtía el efecto de la droga sobre él, por lo que se sentía en un mundo extraño. Entre el dolor y la felicidad a la vez, sin saber de que lado estaba cada cosa. Giró el rostro, y el cuello de Charlotte lo esperaba para darle calor.
—Mañana también desaparecerás, como lo hiciste la otra vez —Remus se sentía un chiquillo.
—Sí, así es la vida, Remus —eso partió un poco más el corazón del viejo profesor.
—Entonces...No quiero esto.
Remus hizo ademan de levantarse, pero ella colocó ambas manos en el pecho del licantropo, obligándolo a quedarse debajo de su cuerpo.
— ¡Entiende, Remus! —la chica, lo miró. Desesperada y un tanto lacónica—. Esto es lo único que nos queda, a ambos...
Los labios de ella eran calientes, así como su cuerpo. Lo besaba en la mejilla, en el cuello, en todos lados. Remus flotaba, y no sabía sí ese calor lo brindaba el paraíso o el infierno.
—No sé...
—Sólo cállate —susurró ella en su oído—. Cállate y besame. No tenemos mucho tiempo para hablar —besó su pecho, con ardiente fervor. Remus tensó las cicatrices, y ella pasó un dedo por una—. Está es nueva, no la recuerdo... —pasó sus labios con lentitud por ahí, y al ver que Remus se mantenía estático, soltó un suspiro brusco—. Sólo quiero que seamos felices el poco tiempo que se pueda, ¿tú no lo quieres así? —posó su mano en la mejilla arrugada de él.
"Sí quiero" Pensó... Pero no de manera clandestina. Él quería hacer todo lo bueno que se pudiera con ella. Porque ella era bondad infinita.
Charlotte besó sus labios, y después sonrió encima de ellos.
—Adentro de mí, o fuera... Sólo quiero pasar ésta pequeña noche contigo.
—Y yo contigo, Charlotte.
—Entonces besame toda la noche. Sólo eso necesito. Besame hasta que nos asfixiemos y nos muramos ambos —el fuego comenzaba a flaquear, y los ojos de ella brillaban bajo las llamas. Remus sonrió de lado—. Besame, besame mucho que he pasado más de dos años sin que lo hicieras.
Remus la tomó de las mejillas, y la acercó a su rostro. En medio del calor que ofrecía el cuerpo de ella, de la tormenta de nieve, de las dudas e inseguridades, la acercó a sus labios.
Y la besó toda la noche.
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