Capítulo 39.


Navidad I.


—Lunático debes de ir por el pan; se acabó.

Remus detuvo su amena charla con Harry para girarse a ver a Sirius, algo incrédulo. ¿De verdad esperaba que estuviese algo abierto a las ocho de la noche en nochebuena? Remus sonrió ampliamente, seguro era una broma.

—Bromeas, Sirius —el hombre lobo se puso en pie, viendo de reojo al azabache de ojos verdes.

—Jamás había hablado tan en serio como ahora, Remus John Lupin —Sirius lo miró con toda la seriedad que le fue posible, que a criterio del lobo, era mucha.

—Está nevando —Apuntó Remus—. Además, ¿Qué Molly no trajo un batallón de pelirrojos con sendas cestas llenas de comida?

—Matt necesita pan para su cena navideña —dijo Sirius, cruzando los brazos—. Y Molly se pondrá histérica sí alguien no trae eso.

—Yo podría ir...—intervino Harry, con el ceño fruncido. También a él le parecía extraña la petición de Sirius.

—Tú no vas a ningún lado, Potter —el ojigris tomó a su ahijado por el hombro y lo sentó en el sofá, junto a él—. Tú y yo somos unas personas demasiado importantes para salir. Además, a Remus no le molestará ir...

—...No, pero...

—Es demasiado caballeroso como para dejar que Molly, ya entrada en años camine hasta la tienda de la esquina entre el altero de metro y medio de nieve —Musitó Sirius. Remus frunció los labios—. ¿O Sí, Remmy?  Sí es así, para... Decirle a Molly, total...

—No seas dramático —el castaño tomó su abrigo ya raído del perchero y se lo echó encima—. ¿Sólo debo traer eso, cierto? 

—Y a menos de que se te haya terminado el chocolate, algunos paquetes, por favor.

—Apestas a vino —le recriminó Remus antes de salir por la puerta de ese pequeño salón.

Grimmauld Place estaba iluminada, pero no sólo por las velas, las bebidas y las viandas; las personas que pertenecían a la orden, manchaban de entusiasmo el letargo gris en el que había caído la casa de los Black Black, rejuveneciéndola durante una única  noche; en el radio de la cocina y la sala mayor, se escuchaban versos de un caldero de amor caliente e intenso, de celestina. Detestaba esa letra, pero por lo menos, Molly y Arthur parecían fascinados con ella. Caminó por el largo pasillo, donde la atmósfera era tibia y perfumada. La cena de Navidad se celebraría en algunos minutos, y por mientras, todos estaban en la sala, lejos de la furia de una Molly estresada.

En cuanto salió a la calle, el frío lo golpeó como un mazo en la cara. La nevada no era intensa, ya que le permitía ver más allá de dos metros, pero aún así, durar más de lo necesario en la calle era un calvario que no deseaba a nadie, y menos el día de Navidad. 

Caminó por la acera, con algo de dificultades, pues aunque la nieve no estaba a metro y medio del suelo, sí estaba algo honda, por lo que pronto comenzó a sentir húmedos los pies. Remus suspiró,  ¿Por qué no sólo aparecía y desaparecía? Quizás la respuesta, era que aunque estuviese haciendo un frío de los mil nargles, quería estar un poco consciente de su cuerpo y de su vida.  Cosa que no le había sucedido con mucha frecuencia en los últimos días. No quería pensar más nada, y el frío lo ayudaba a hacerlo.

Caminó, y pasó por un parque infantil. Ese donde los chiquillos en verano suelen ir a columpiarse, a llorar y reírse un rato. Remus fijó la mirada un momento, intentando recordar sí sus padres lo llevaron alguna vez a un lugar así. Supuso que sí, ya que cuando era un niño, sus cicatrices no eran profundas y no aterraban a los demás pequeños. Su padre lo llamaba "lobezno" en un intento de aminorar lo grave que era el transformarse. En ese tiempo no existía la poción matalobos, pero su padre después de cada transformación le decía que lo sacaba a pasear toda la noche, con una correa. A Remus pequeño le fascinaba oír como su padre lo llevaba a jugar al bosque, mientras su madre le curaba pequeñas heridas que se le hacían por escarbar donde no debía que era lo más que podía llegar a hacer.

Pero ya de grande...

Sin darse cuenta, la nieve se había acumulado sobre sus hombros. Parpadeó varias veces, intentando volver al presente. Cuando fijó su mirada conscientemente en un punto, se dio cuenta de que había una figura negra sentada sobre lo que parecía un columpio. El castaño frunció el ceño, preguntándose porque alguien estaría afuera con aquel frío. Optó por dejarlo pasar y seguir caminando, pero apenas dio unos pasos, su curiosidad le ganó, y sin estar consciente, enfiló los pasos hacia la figura. 

Estando a algunos metros, de los columpios, notó que aquel ser estaba vestido de negro y le daba la espalda. Remus sacó la varita. Todo el séquito de Lord Voldemort iba de negro, hacía juego con sus almas y pensamientos. No dudaba de que en un día como aquel, planearan atacar el cuartel, vigilando la casa, esperando a que alguien saliera para poder sonsacar la ubicación de ésta.

"Antes muerto". Él no sería como Peter.

No obstante, cuando se acercó a aquella persona, no pudo ver sus rasgos debido a que una enorme capucha le caía por el rostro. Remus, sin titubear, mantuvo la varita firme.

— ¿Quién eres? —preguntó, exhalando un vaho gélido.

—Yo —respondió un hilo de voz ronca. Al alzar el rostro, la capucha resbaló y quedaron al descubierto las facciones de Charlotte Studdert. Remus sintió algo de alivio... Sólo algo—. Sé que me odias, pero espero que no tanto como para matarme —la chica dirigió una mirada de soslayo hacia la mano que sostenía la varita

—No te odio —dijo el, guardándola de nuevo. De pronto, supo lo que ocurría; Charlotte Studdert estaba sentada en un columpio de un parque infantil, en medio de una tormenta invernal, en Nochebuena. Remus frunció el ceño ante la rareza de esto.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó él.

—Iba a decir lo mismo —replicó ella.

—Iba a la tienda —le dijo—. Tú turno.

—Me divertía —Charlotte sonrió de forma torcida. Era una sonrisa cruel, y un tanto ruda. Remus no recordaba haberle visto esa sonrisa jamás, pero eso sólo fue el inicio. El cigarrillo que sostenía con la mano derecha era la cereza del pastel. Remus no sabía como sentirse.

— ¿Le llamas diversión estar sentada en un columpió de un parque infantil vacío a las casi nueve de la noche, con un cigarrillo en la mano? 

—Suena macabro dicho y pensado de esa forma —Charlotte dio una calada al cigarrillo. Después soltó una risa grotesca, apoyando la cabeza en la cadena que sostenía el columpio. Remus se acercó a ella con lentitud, más la castaña no hizo ningún ademán para alejarlo. Sólo se quedó ahí, observando la nieve, con la mirada perdida. Cuando estuvo casi a punto de tocarla, Remus notó el olor agrio de cerezas, alcohol y algo más que no pudo identificar.

—Te estamos esperando —musitó el castaño, inclinándose un poco para quedar cerca de su oído y pudiera oírle bien. Charlotte se quedó en la misma posición, que le daba un aire melancólico y de derrota.

—A mí nadie me espera —dijo con apenas voz.

«Yo sí. Te esperé un año entero en nuestra casa, y jamás llegaste» Quiso responder, pero en vez de eso, colocó ambas manos en las cadenas del columpio.

—No te puedes quedar aquí. Hace demasiado frío —Insistió al notar su cuello blanco como la misma nieve que caía del cielo. Ella apenas llevaba una chaqueta, no era suficiente. 

—En vez de decir tonterías, Remus —el castaño se estremeció de forma involuntaria al oír su nombre en boca de ella—. Hazme un favor.

La castaña dio una última calada al cigarrillo antes de arrojarlo contra la nieve. Remus observó como los copos se acumulaban en el hombro y en el cuello de ella. Ese cuello y ese hombro que lo volvieron loco con apenas unas horas en sus labios.

—Lo que digas.

—Esta cosa —señaló el columpio, aún recostada sobre la cadena de éste—. No se mueve muy fuerte sí lo empujo yo con mis piernas, por la nieve —Charlotte alzó la mirada, encontrándose con la de él—. ¿Podrías empujarlo? 

Remus intentó sonreír de lado ante la petición tan infantil, pero sólo logró asentir.

—Como digas.

El castaño comenzó a contonear el columpio; primero con suavidad para que Charlotte tuviera tiempo de afianzarse, y después con un poco más de fuerza.

— ¡Sí! —exclamó la castaña, apretando las cadenas—. ¡Más fuerte, Remus! 

El columpio se movía de atrás hacia adelante, mientras las piernas de la chica barrían la nieve que le impedían mecerse con fuerza. Remus continuó empujándola.

— ¡Así, Remus! Empujame... —Charlotte cerró los ojos—. ¡Llévame lejos, Remus! ¡Más fuerte!

El castaño, ya entrado en calor le dio un último empujón para después apartarse. El columpio oscilaba con gran fuerza, de atrás hacía adelante, y Remus lo contemplaba, absorto, mientras la nieve caía con más ligereza. La nieve cubría a la pequeña del columpio, que sonreía al cielo, mientras apretaba los ojos.

— ¡Vayámonos lejos, Remus!

— ¿Qué tan lejos? —gritó él. De forma inconsciente, una sonrisa había asomado a su rostro.

— ¡Hasta el fin del mundo! —una carcajada brotó de la garganta de Charlotte.

—A donde vayas yo te seguiré —prometió Remus en voz baja, con las manos en los bolsillos. Las pequeñas carcajadas que soltaba la castaña le inundaban el cuerpo hasta sentirlo feliz. Sin duda, hacía mucho que ella no sonreía. Y era como ver el cielo abierto, sin atreverse a tocarlo.

Charlotte duró un buen rato, antes de dejarse caer en la nieve. Reía con fuerza, y su rostro estaba un tanto congestionado. Remus no habría sabido decir sí era por culpa del alcohol, porque estaba en serio feliz, o alguna otra cosa que desconocía.

—Ven aquí —el castaño le extendió la mano. Charlotte con la risa aún en los labios, la tomó. A pesar de que su piel se veía blanca como hielo, emitía calor, mucho más calor que Remus. Al ponerse de pie, Charlotte se tambaleó, por lo que tomó el brazo de Remus.

—Debes de estar muriéndote de frío —El merodeador tomó su capa, y la colocó encima de los hombros de Charlotte—. ¿Mucho mejor, verdad? —Sonrió, atándole la raída capa. Ella alzó la mirada, y Remus se sintió petrificado por ella. Por esos ojos llenos de fulgor, de tristeza, y de serenidad inquieta.

— ¿Por qué sigues aquí después de todo? —le preguntó.

—No lo sé —se limitó a responder, contrayendo los hombros.

—Gracias por ello —susurró Charlotte.

— ¿Vamos a Grimmauld Place? —Siseó Remus, con el vaho frío expidiendo su boca—. Estarás mucho más abrigada, y además, debes tener hambre...

—Prefiero quedarme aquí —dijo ella, testaruda.

—Te morirás —la preocupación en el tono de voz era evidente.

—Es inevitable, Remus. Todos nos vamos a morir algún día, tú, yo, mis amigos, los tuyos —replicó la castaña arrastrando las palabras—. Sólo estaría apurando lo inevitable.

— ¿Deseas morir? —la pregunta brotó con miedo de la garganta del hombre lobo.

—No. Tú sacaste esa excusa —Remus sintió la nariz congelada, al igual que sus pies—. Yo quiero quedarme aquí. Con mala suerte, lo más que pesco es un resfriado.

— ¿Y que quieres quedarte haciendo? —Preguntó Remus, tembloroso.

—Quiero bailar —la chica se soltó de su agarre, y comenzó a dar vueltas un tanto desastrosas alrededor del parque. La nieve debajo de los árboles no era honda, y apenas sí se formaban pequeños montones por lo que sus pies danzaban con libertad total. La luna menguante iluminaba el sitio de manera débil, pero lo suficiente para ver todo bajo luz color plata y azul. El paisaje era triste, y Remus lo sintió en su corazón.

— ¿Toda la noche? —gritó el castaño, abriéndose paso hasta el árbol donde ella se movía cada vez más rápido.

—Toda, no sé —se detuvo de forma abrupta; su cabello se apelmazó en su rostro sudoroso y rojizo. Su respiración era agitada, y una enorme sonrisa adornaba su rostro—. Hasta que me duerma, supongo.

A Remus se le estrujó el corazón; el alcohol y los vicios era lo único que hacía feliz a la pequeña Charlotte, al igual que hacían feliz en éste momento a Sirius. Se mordió el labio, mirándola con fijeza. Se preguntó cuando había sido la última vez que su sonrisa había sido sincera, que había pensado en él, la última vez que Charlotte fue feliz.

"Quizás también fue, la última vez que lo fui yo"

Quería aprovechar el momento. Ir, y llenarla de preguntas. Aprovechar que no le reclamaba ni le decía nada. Sí eso haría...

— ¡Remus! —dijo ella con voz amable y dulce—. Sí no estás ocupado, te invito a bailar —dio una vuelta, elevando los brazos, con una sonrisa. El momento parecía mágico y hecho sólo para disfrutar. 

—Sí no te molesta...—al diablo las preguntas, al diablo el pan de Sirius. Al diablo todo—. Por mí, estaría encantado. 

—Entonces, ven. —Charlie se acercó con  la sonrisa tonta en los labios, y con manos ahora frías, sujetó con fuerza las de Remus y lo jaló hacía ella. Colocándolos debajo de aquel árbol de ramas caídas, entre las hojas otoñales color ocre y la nieve, únicas testigas de que aquello ocurría. Y que no era fruto de su imaginación.

—Así...—Charlotte colocó una mano de su ex profesor en su cintura, y tomó la otra con firmeza entre sus largos dedos. Remus le sonrió de lado.

—Creí que jamás volvería a bailar contigo —dijo en un murmuro. Charlotte le sonrió.

—Es el milagro de Navidad, profesor —contestó. Remus entre abrió la boca, algo sorprendido porque le dijera profesor. Sin embargo, no pudo replicar ya que ella comenzó a moverse con lentitud, al compás de la agitada respiración. Los pasos eran de una canción inexistente, y no existía nada más para Remus Lupin que los ojos cafés de ella. El frío calaba hasta los huesos, y se sentía empapado de pies a cabeza. No obstante, el ex profesor estaba seguro que aquel momento no lo cambiaría por nada en el mundo.

Siguieron bailando alrededor del viejo árbol, a la luz de la luna menguante. Remus disfrutaba de su compañía, y ella, con una enorme sonrisa, parecía igual de feliz. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué no estaba a su lado, como correspondía? 

A pesar de la promesa de no preguntas, fue inevitable no hacerlo.

—Charlotte, ¿Por qué jamás fuiste? —preguntó con voz ronca. La mano que sujetaba la de ella, estaba entumecida, pero no quería soltarla. No después de haber pensado que jamás la sostendría de nuevo.

Hubo silencio unos momentos. Y cuando Remus abrió la boca para replantear la pregunta, Charlotte se puso en puntillas y estampó sus labios contra los de él en un suave beso. Remus se quedó quieto, mientras dejaba que los labios resecos y fríos se movían contra los suyos. Estaba pasmado, estaba anonado pensando que era un sueño más. Pero al darse cuenta que no era así, correspondió con levedad, abrazándola por la cintura. Sin embargo, al sentir su agarre, Charlotte se separó de él. 

— ¿Qué pasa contigo? —Remus fue lo único capaz de decir. Ella suspiró.

—Lo siento, supongo.

—No lo sientas —esto me mata, sí, pero me gusta. Pensó el castaño—. Sólo quiero saber, ¿Por qué eres así conmigo? Pareciera que me odias, luego me besas... Cuando siempre creí que me quisiste —la respiración de Remus se agitaba, mientras el viento emitía una canción triste—. No eres la misma Charlotte de la que me enamoré. Siempre estás triste, y sí estás feliz hoy, es sólo por el cigarrillo y el alcohol... Y eso... Eso está mal.

Charlotte saltó como una loca a los brazos de su ex profesor. Remus la rodeó con cuidado entre sus brazos.

—Todavía hueles a chocolate...—murmuró ella en su oído. El castaño cerró los ojos.

—Charlotte, por favor...

—No estoy feliz por el alcohol o el cigarrillo —siguió susurrando en su oído.

— ¿Entonces? 

—Estoy feliz porque estás aquí —respondió, alejándose para ver mejor el rostro de su ex profesor—. Sólo eso... ¿Está mal? —preguntó haciendo un puchero con la barbilla.

—Después de que me dijiste que querías algo mejor que yo... 

—Bueno, hoy estoy borracha, Remus —Charlotte juntó su frente contra la de él—. Borracha, feliz, y libre. Así qué, sí yo fuera tú, no lo pensaba mucho y me aprovechaba de mi ex alumna —Charlie sonrió, torcido de nuevo. Una sonrisa rara, seductora, oscura que lejos de incomodarlo, le comenzaba a gustar—. Vayámonos lejos, Remus. Muy lejos, donde nada nos pueda encontrar —rió con ligereza, para después depositar un beso en la punta de la nariz de un confundido y dispuesto Remus Lupin.






Continuará... (?)

























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