Capítulo 34.
La espera.
El mismo día que despidió a la castaña en el andén, Remus Lupin partió para su casa. Un viejo barrio en las inmediaciones de un condado todavía más antiguo. En segundos llegó al tranquilo vecindario; las casas era idénticas, y parecía que la tecnología y actualidad no afectaba esa parte de su vida. Al final de la hilera de casas color blanco, estaba la suya, junto al bosque en el que había pasado más de la mitad de su infancia. Caminó a paso lento, disfrutando del clima; el viento le removía el cabello de la cara, y el sol cubierto por nubes no le molestaba su sensible piel. Todo parecía perfecto, y con esa sensación de libertad, se detuvo frente a la casa. No estaba en ruinas, todavía, ya que había vivido ahí antes de entrar a Hogwarts. De todas formas, los vidrios de la parte delantera no estaban, la puerta se abría sola, y el techo estaba por derrumbarse. El jardín estaba muerto, y no quería que se viera así tan desolado y triste.
Entró en la casa, y se encontró con sus escasos muebles cubiertos con las sabanas. Suspiró, sintiendo el polvo cosquillearle la nariz. Todo estaba sucio y húmedo. En definitiva, no era lugar apto para una chica como Charlotte. Ella era alegre, vida pura en todo el sentido de la palabra. No la imaginaba en un sitio así. Arrugó la nariz, quitando una de las sabanas del sofá más grande. Al hacerlo el polvo lo hizo toser, pero no fue el único que tosió. A sus espaldas escuchó pasos. No obstante, no se giró a ver, sabía de ante mano quien era.
—No hay mucha diferencia de azkaban —Sirius apareció, con dos grandes bolsas de mercado en sus manos.
— ¿No deberías de estar aquí cuidando? —le espetó Remus, volviéndose a él.
—Sí, jefe, pero tenía que ir al mercado —le mostró las bolsas—. Tú puedes comer sabanas, ratas incluso, yo estoy harto, quería algo decente —puso las bolsas sobre la mesa que era la única que no estaba cubierta de polvo—. Sí quieres ve a cazar ratas... No creo que queden.
—Aún no entiendo, sí no te gusta aquí, ¿Por qué no fuiste a Grimmauld Place?
—La familia que más amé —comenzó Sirius, sentándose sobre la mesa de madera antigua. Se había cortado la barba, los cabellos se los había peinado, estaba duchado y con ropa nueva—. Estaba compuesta por ti y por Cornamenta. Druella y Cygnus junto con Reggy se pueden ir mucho al caño —escupió a un lado, con desprecio—. Perdona sí te molesto con mi amistad, Lunático —los ojos grises colisionaron con los de Remus, y éste rodó los ojos.
—No seas tan dramático, Black —elevó la vista al techo y vio algunas resquebrajaduras; goteras. Hizo una mueca, sería un milagro dejar aquel lugar presentable. Volvió a ver a Sirius—. Puedes quedarte cuanto desees —Al recordar a la joven castaña, se mordió la lengua, pero no lo había hecho a tiempo—. ¿Por qué no has limpiado?
—Claro que limpié.
Remus, sorprendido, alzó ambas cejas.
— ¿En serio?
—Sí, la alacena —Sirius rió. Y Remus notó que la voz le había cambiado mucho en aquellos doce años. Era más dura y profunda—. Y me comí las ratas. Hacía hambre.
—Te lavas la boca cada vez que vayas a besar a alguien —le advirtió Remus, sacándose el saco. Cuánto antes empezara, antes terminaría.
— ¿Practicando el desnudo? —Bromeó Sirius, abriendo una lata de lo que parecía atún.
—Come rápido. Me ayudarás.
— ¿A qué?
—A limpiar. Debemos dejar el sitio presentable.
—Pero a mi me gusta así como está —un puchero cruzó por la barbilla de Sirius.
—Pero a mí no —Remus sacó la varita—. Acomodaré los muebles.
—Déjame ver sí entendí...—algo de agua chorreaba por la barbilla de Sirius. Remus hizo nota mental de darle cubiertos la próxima vez—. Vas a acomodar unos muebles viejos, que se quebrarán al más mínimo faje... ¿Y quieres dejar presentable?
—Creí que esa cabezita tuya sólo servía para las bromas —gruñó Remus. El pelinegro tenía razón. Esos muebles por más acomodados y limpios que estuviesen, no podrían soportar mucho tiempo. Pero, ¿qué podía hacer?
—Y para las cuentas, mi querido Lunático —dejó la lata de atún vacía, y sacudiéndose las manos, empezó a contar con los dedos—. Sí no me equivoco, Druella y Cygnus sólo gastaron en Reggy y sus bailes estúpidos. Reggy se fue, y no tuvo familia, por lo qué no gastó en nada. Eso me deja a mí, Sirius, como heredero universal de una fortuna que jamás me gastaré —una sonrisa a lo merodeador se pintó en sus labios—. ¿Quieres un préstamo, Lunático?
—No.
— ¿Seguro? Es gratis.
—No podría...—Remus titubeó un instante—. Tendrías que dejar que te pagara.
—Me lo pagarás, pero no con dinero. Amueblar éste sitio no costará nada, así qué seguiré siendo un millonario —Sirius le abrazó por los hombros—. Mejor dame otra cosa a cambio.
— ¿Qué? —Remus arqueó una ceja, con desconfianza.
—En estos tiempos que se avecinan, todos necesitamos tener un duelista cerca. Tú lo eres, así que te quedarás junto a mí como mi mejor amigo duelista amante del chocolate. ¿Te parece?
—Aunque no me pagaras, lo haría, Black —Remus sonrió de lado.
—Bien, eso es todo lo que quería oír —Sirius se alejó y fue detrás del sofá, sacando una pequeña maleta. De ella extrajo una llave antigua, Remus la identificó como la llave de su cámara en Gringotts. Se la tendió. El castaño dudó unos instantes antes de tomarla. Sirius se rió.
—Iría yo por el dinero, me gusta salir, lo sabes, pero... ¿Te conté que sigo siendo el más buscado?
—No te preocupes, lo entiendo —Remus le sonrió—. Ya vuelvo, iré a por todo.
—Yo me desharé de el museo que tienes aquí. Así acabamos más rápido.
—Gracias, Sirius.
—Ya tendremos tiempo de ponernos sentimentales, Lunático, ahora debes de ir por tus nuevos muebles —Sirius le palmeó el hombro, y se alejó a la cocina. Remus con una sonrisa extraña en los labios desapareció al banco.
Fue un día bastante largo para ambos. Remus sufrió más en elegir los muebles, que Sirius en quemar los que había en casa de Remus. El castaño no se enojó cuando volvió a casa cargado de nuevas cosas, y vio a Sirius Black danzando alrededor de una hoguera. Notó la pata de un sofá ardiendo, pero lo que más notó fue la estruendosa risa del pelinegro al bailar, parecía una bruja de Salem. Remus negó con la cabeza.
— ¡Lunático! —Sirius se acercó con una botella en mano. El jardín brillaba con colores rojos y naranjas, agradecía que los muggles de sus vecinos no lo vieran o hacía rato la policía muggle se habría llevado a Sirius preso.
— ¿Qué es esto, Sirius? —Preguntó Remus. La noche tenía estrellas, pero ni rastro de luna.
— ¡Vamos a bailar, como en los viejos tiempos! —Notó su aliento alcoholico, y recordaba lo testarudo que se ponía. Sirius tiró de su brazo con fuerza, y sin remedio, Remus se unió un rato en la danza. De los labios del pelinegro salía una antigua canción, el castaño se la conocía. La tarareaban James y Sirius siempre que ganaban un partido de Quidditch, o cuando iban a una taberna. La nostalgia tocó el corazón de él, y no se fue hasta que la hoguera se acabó y los muebles quedaron reducidos a cenizas. Sirius había terminado sobre el piso borracho, y Remus tuvo que limpiar el jardín con un movimiento de varita y meter los muebles nuevos con otro.
Fue una noche de insomnio. Sabía que para sus amigos la vida no resultó sencilla jamás, ni siquiera la de Colagusano. Tenía que vivir como una rata, y eso era bastante amargo; Sirius había estado preso, James murió sin haber criado a su pequeño azabache; Lily con él. Y quizás él era el que menos había sufrido. Vivió con su madre, hasta que murió y después tuvo que apañarselas solo con sus transformaciones. Pero estaba vivo y era libre. Entonces... ¿Por qué se sentía tan roto? Sirius sonreía a la vida, Colagusano vivía feliz como rata, todos veían el cielo azul, pero él... Él seguía vacío.
Y sólo con la niña de cabello y ojos castaños era feliz. Oh, pero le daba tanto miedo ser feliz de aquella forma. Porque se conocía, y sabía que no era apto para una relación. Dorcas Meadowes se lo había dejado claro trece años atrás, así como Mary. Remus podía llegar a ser demasiado desastroso, y lo peor; sin saberlo. ¿Por qué Charlotte sería diferente? ¿Por qué alguien tendría que serlo? Había nacido para estar solo, como la Luna, que a pesar de tener millones de estrellas a su alrededor, ninguna permanecía cerca de ella. Pero Remus estaba cansado de estar solo, y Charlotte, como lo había enloquecido. ¡Y de que forma! Por ella estaba trabajando hasta tarde, por ella, había salido de su casa como fantasma y ahora volvía a ella con total felicidad.
—Ya la conocerás —le habló a la fachada que fue testigo de casi toda su vida—. Sonríe mucho, es divertida, y muy lista. Ella te dará más alegría, lo sé.
Durante todo ese día, Remus y Sirius estuvieron buscando cualquier defecto por más pequeño que fuera para repararlo. Remus estaba de buen humor, ansioso y feliz. Trabajaba con gusto, y Sirius al notarlo, lo acompañaba sin replicar. Al final del día, la casa de Lyall y Hope Lupin cobró vida, color y belleza, tanto por dentro como por fuera, gracias al par de mejores amigos que trabajaron sin cansancio.
Al tercer día, Remus estaba casi enloquecido. Revisaba la casa por cuarta vez en busca de algo en lo que no habían reparado para mejorarlo, y limpiaba los muebles nuevos constantemente. Sirius lo notaba, y como conocía de sobra al castaño, se acercó a él cuando revisaba las esquinas de las paredes de la cocina.
—Dime la verdad, Lupin, ¿Por qué hicimos todo esto? —Remus le vio, con ojos enormes de loco—. Y sólo la verdad o te quito los muebles —bromeó.
—Quería limpiar y...—sus mejillas se sonrosaron con ligereza—. Bueno, Charlotte, ¿la recuerdas? —Sirius asintió—. La invité a vivir conmigo, accedió y se supone que hoy mismo me dirá donde la recoja para traerla.
— ¡No puedo creerlo! Mi niño ha crecido —con amor fraternal, Sirius le despeinó el cabello castaño—. ¡Lo sabía! Te dije que el chocolate las mataba. Es el enervante del amor —Sirius caminó hasta la mesa de la cocina, y tomo su maletín. Remus frunció el ceño.
— ¿A dónde vas?
—A Grimmauld place.
— ¿Por qué? —Una parte de él, no quería que se fuera.
—Lunático, tú eres muy amable y no lo dirías —Sirius lo abrazó por los hombros y lo encaminó hasta la puerta de la entrada—. Pero sí yo fuera tú y el amor de mi vida viniera a vivir a mi casa, te dejaba que me ayudaras y después te corría —bromeó, largando una risa—. En realidad primero correría a la chica antes que a ti, pero... Yo sé que una pareja necesita, intimidad —le codeó el costado a Remus—. Además de que no sabes que comida para perro comprarme. Lo mejor será volver a mis raíces, recordar quien soy... Además, necesito vigilar a mi ahijado, y mi prima adorada me ha dicho que Moody quiere hablar conmigo... No quiero traerlos aquí para una junta, y que te vean besándote a cada rato, menos Moody con ese ojo loco. Ni siquiera podrías compartir saliva en paz —le susurró. Remus sonrió de lado—. Te espero de visita en mi casa lunático, y salúdame a Charlotte.
—De acuerdo, sí así lo quieres...—Sirius atravesó el umbral de la puerta.
— ¡Tiratela a cada rato, Lunático! —gritó Sirius, caminando hasta la acera—. Los lunes, martes, miercoles, de día y de noche, no pares hasta que me hagas tío —se detuvo, volviéndose a un colorado Remus—. El primero deberá llamarse Sirius, sí o sí. ¡Adiós, Remus!
— ¡Adiós, canuto!
Sirius con una sonrisa ladeada, desapareció frente a los ojos de Remus. Se quedó de pie en el umbral, pensando... A él le gustaba más el nombre de Edward, sin razón alguna. Se recargó en la puerta, viendo como la noche caía sobre él. Estaba nervioso, y feliz, pero muy nervioso. ¿Llegaría hambrienta? ¿No debería preparar una cena o algo así? Caminó a la cocina, pero sólo acertó a sentarse en una de las sillas, viendo el profeta, y los dibujos moverse, sobre todo la foto de Sirius. Sin embargo, la idea de que estaba por hacerse con algo formal lo tenía con demasiadas complicaciones. ¿Cómo mantendría a la chica? ¿Cómo comerían? De amor no se come, y, sobre todo, ¿Cómo le ayudaría en las noches de luna llena? El sudor perló su frente, ¿era cierto que el amor lo podía todo? Esperaba, esperaba y sí.
Llegó la media noche en punto, y salió disparado a una ventana, esperando ver una lechuza.
Pero no la vio, quizás se habría dormido, así que se mantuvo la noche entera esperando, y se quedó dormido en el intento. Al despertar tampoco vio nada. A lo mejor sus padres la retuvieron unos días, debía ser paciente y esperar, él no era el único ser humano que la adoraba. Así que esperó el resto de la semana con paciencia infinita.
Espero, y esperó. Se cansó de hacerlo a la semana y envió una carta. No fue respondida; mandó más, pero ninguna fue devuelta.
Siguió esperando, pero todo fue inútil
Charlotte jamás le dijo donde recogerla.
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Ayer cumplió David, hoy Gary, y yo así de sdfghjk :3
Gary tiene 58, y está todavía dable. David tiene 53, está más joven, pero casado ;-;
No lloren chicas, no mucho, pues.
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