Capítulo 31.
Adiós, Hogwarts
— ¿Cómo me veo?
Matt se jalaba la túnica negra con el escudo de Hogwarts grabado en el centro del pecho. Fruncí los labios.
—Gordo —mentí, con una sonrisa—. Pero eres adorable, gordito —me acerqué a él y le pellizqué las mejillas. Él las infló, fingiendo molestia.
—Es nuestro último día —susurró, con tristeza. Solté sus mejillas, haciendo una mueca con los labios.
— ¿Por qué me lo tienes que recordar? —golpee su hombro, de forma suave.
—Porque no quiero sufrir solo.
—Sufre en silencio, como todos —le aconsejé. Él sonrió.
—Llevo meses haciéndolo —observó el piso. Iba a responder, pero del dormitorio salió con un grito tremendo Lizzie. Ambos la vimos; tenía el birrete casi caído de su cabeza, y su cabello rubio enmarcaba su joven y lindo rostro. Se acercó a nosotros, y nos tomó por el cuello, teniendo que soportar su peso.
— ¡Nos graduamos, chicos! —anunció, demasiado feliz para el gusto de Matt y mío.
— ¿Cómo es que estás tan feliz? —quiso saber Matt.
—Porque ayer en la noche —hizo un puchero con los labios, alternando la mirada en ambos. Parecía ser difícil lidiar con tanta felicidad—. ¡¡Terry me dijo que quería que viviera con él!! —sonreí de lado, estaba feliz por ella.
— ¡Felicidades, Lizzie! —la abracé por completo, y con fuerza—. Espero él te haga sentar cabeza.
— ¡Muchas, muchas gracias, Charlie! —me gritó emocionada al oído. Cuando se separó, Matt la abrazó de igual forma.
—Espero no se vuelva loco antes del matrimonio —Le dijo Matty. Ella se rió con fuerza. Estaba muy feliz como para detenerse a pelear con el rubio. Se separó de él y nos tomó de la mano a los dos.
— ¡Yo quiero que ustedes sean felices chicos! —dijo. Agradecía que la sala común estuviera vacía ya—. ¡Prometanme que lo serán!
—Prometido —Matt la vio con ojos grandes, asustado.
—Parece una despedida, chicos —murmuré, frunciendo el ceño—. Nos veremos después, ¿No? Nos mandaremos cartas, y programaremos salidas... ¿Verdad?
Matt y Lizzie me miraron. En su mirada se adivinó la consternación que el pensamiento mío les provocaba. Ellos más que mis amigos, eran mi familia. ¿Cómo se podría sobrevivir sin ver a la familia? Matt dio un paso en mi dirección, jalando a Lizzie de la mano.
—Podemos pasar diez años sin hablarnos, sin vernos, sin saber nada del otro —tomó mi mano vacía, y la apretó con fuerza—. Podemos incluso, olvidarnos. Pero sí un día, cuando estemos ancianos, yo las vuelvo a ver... Juro que las abrazaré como sí no hubiéramos pasado toda una vida sin vernos —Matt sonrió, viéndonos a ambas—. Son importantes para mí. Y aunque ustedes me olviden, yo jamás lo haré.
Una lágrima cayó. Resbaló por mi mejilla hasta mi barbilla. Matt con una sonrisa enorme, se lanzó a ambas y nos abrazó con fuerza. Merlín, santo, aquello todavía no empezaba y ya era difícil. El abrazo grupal duró varios segundos, donde compartí con Lizzie miradas de complicidad. Matt era lo que nos había unido, y Matt era lo que durante siete años, nos mantuvo así.
—Somos un par de llorones —siseó Lizzie, separándose—. Vamos tarde, la ceremonia empieza en cuatro minutos.
— ¡Vámonos o Snape vendrá a buscarnos! —urgí, sorbiendo las lágrimas.
—Señoritas, ¿Me harían el honor de escoltarme hasta nuestros asientos? —Matt nos tendió sus brazos. Con una sonrisa, Lizzie y yo nos colgamos a ellos—. Seré la envidia de todo el colegio —añadió con sorna. Yo le revolví el cabello, y Lizzie le dio una palmada en la cabeza. Era un niño, y lo sería siempre.
Llegamos a los jardines que estaban repletos de estudiantes, padres de familia, y profesores. El piso se me movió un poco; las multitudes solían ponerme nerviosa. Apreté el brazo de Matt mientras nos abríamos paso hacia las sillas blancas que estaban colocadas frente a un escenario de madera. Encima de él, el pódium de un fénix tan característico del profesor Dumbledore, aguardaba imponente a su dueño. El día era soleado, pero fresco así que el calor era soportable. Las sillas divididas en cuatro secciones contenían alumnos de séptimo de las cuatro casas. En primer lugar a la derecha los Gryffindor, después nosotros, Ravenclaw y por último, Slytherin.
—No se pongan nerviosas —nos dijo Matt de pronto, muy alto para hacerse oír por encima de la orquesta que dirigía el profesor Flitwick—. Actúen normal.
Las manos me sudaron. Con una sonrisa nerviosa caminamos hasta la sección de los tejones. Encontramos unos asientos justo en medio, en la orilla para no tener que tropezar con las piernas de todos. Enfilamos los pasos hacía allá, y justo cuando íbamos a sentarnos, Zack salió de la nada. Iba bien peinado, y olía bien. Pero ni eso lograba sacarme el odio que sentía hacía él.
— ¿Por qué me has estado evitando? —preguntó en voz alta. Noté como algunos nos miraban.
—Porque quiero —repliqué, contrayendo los hombros. Él no me echaría a perder mi graduación.
—Me vas dando una explicación, Charlotte —me tomó con fuerza del brazo, tanta que hice una mueca. Intenté deshacerme del agarre, pero era muy fuerte.
—Déjala, Sharkey —con fuerza sobrehumana, Matt le empujo, haciendo que me soltara. El incidente no pasó a mayores, ya que el profesor Dumbledore caminó casualmente por ahí.
— ¿Algún problema, señores? —Su voz educada resonó en nuestros oídos.
—No —se apresuró a responder Matt—. Sólo le deseábamos suerte a Zack, ¿Verdad? —Le dedicó una mirada de advertencia. Zack, entre asombrado y pasmado, asintió.
—Bien, me alegra que sean tan buenos compañeros —musitó el profesor, alejándose. Me giré a ver a Zack, con furia.
—Tú y yo terminamos —Susurré apurada; la ceremonia estaba a punto de comenzar y todos tomaban asiento—. No te quiero volver a ver en mi vida —tomé asiento, viéndole con odio.
— ¿Es por él, verdad? —Dijo entre dientes—. Por el profesorcito ese. ¿Verdad?
Sonreí de lado.
—Está mejor dotado que tú, idiota.
—Su atención por favor —se escuchó fuerte y distorsionada la voz del profesor Dumbledore. Sharkey se contuvo de seguirme replicando ya que un silencio muy incómodo llenó los jardines. Se giró a ver hacía enfrente. Yo sonreí, con suficiencia, viendo también hacia adelante donde el profesor emitía un leve discurso para nosotros. Olía a tanto perfume que me costó un poco concentrarme. Nunca entendí porque la gente se esmeraba en su atuendo para eventos así y no todos los días. El profesor Dumbledore seguía hablando, sobre el futuro, los tiempos que se avecinaban y un millar de cosas más que no comprendía. No comprendía porque con la mirada lo buscaba; no lo vi entre los profesores y eso me desanimó un poco.
—Ahora, les pido por favor que se pongan de pie —tras casi media hora de charla, todos le obedecimos. El sol casi se ocultaba tras las colinas, y en el gran comedor nos esperaba nuestro baile de graduación—. Sus papeles les serán otorgados en este momento —e igual como en el desayuno, el pergamino más ansiado por todos los que cursábamos el colegio, apareció frente a nosotros. Magia. Sonreí, y lo tomé, acunándolo entre mis brazos. Vi a mis amigos, Elizabeth sonreía igual que yo, sólo Matt lo hacía a medias.
—No quiero aburrirlos con más palabras que sé muchos de ustedes no tienen demasiado interés en ellas —dijo, con aquel pulcro semblante que le caracterizaba—. Sólo recuerden que éste es un final pequeño, pero un principio enorme en sus vidas. Sean felices, y vivan sólo para ustedes. El colegio, el profesorado, y todos estamos orgullosos de ustedes. Gracias por haberle entregado al colegio siete años de sus vidas.
Un aplauso unánime estalló en todo el jardín. La orquesta comenzó a entonar una música triste, y mi corazón se oprimió. Todo en el colegio había acabado. Aplaudí, guardándome el pergamino debajo del brazo. Una lágrima se me salió como lo tenía previsto, y al sentir los brazos de Matt y Lizzie estrujarme, varias más hicieron compañía a su consorte solitaria. No podía creer lo rápido que habían pasado mis siete años en el mejor lugar del mundo. ¿Qué haría ahora? ¿Qué seguía después de todo esto? No había respuesta todavía, y ese día, que aún estaba ahí respirando el olor a hierba fresca mezclada con perfume barato, no era el día para saberlo. Ese momento era único, y merecía ser vivido.
Salimos de las sillas de metal. Nos sacamos los birretes de encima. Matt, Lizzie y yo caminábamos abrazados por la cintura. Antes de ir a sacarnos las túnicas, mis amigos debían ir con sus respectivas familias a dejar el pergamino y no maltratarlo. Era único en su especie, después de todo.
Los primeros que nos encontramos fueron los padres de Matt; Su padre era un hombre alto, de complexión mediana y piel aceitunada. Una barba adornaba su rostro, y varios tatuajes su brazo. Tenía el nombre de todos sus hijos y esposa en su cuerpo. Los amaba de verdad. Antes de acercarnos, Lizzie vio a los suyos, y para agilizar el trámite familiar, fue con ellos mientras nosotros íbamos con los Bones.
— ¡Felicidades, Matty! —dijo en voz alta y ronca. Matt se le echó a los brazos, mientras que su mamá, una mujer esbelta, de cabello oscuro y corto, me obsequiaba un beso y un "felicidades" lleno de sinceridad. Después abrazó a su madre, y su padre que me quería un poco más, me abrazó con fuerza.
—Felicidades, Charlotte. ¿Y tus papás? —Bueno, señor Bones, en casa, ya que no quisieron mezclarse con ustedes.
—Mamá enfermó. Pero están felices —mentí, sonriente.
—Bueno, no me alegro de que tú madre se haya enfermado —murmuró, y detrás de su espalda sacó dos cajitas con moño de regalo, sonreí de lado—. Pero así puedo jactarme de que fui el único que te regaló algo —me tendió la caja, y la tomé.
—Mil gracias, señor Bones —susurré con un sonrojo ligero.
—No es nada —me pasó una mano por el cabello—. ¡Matthew! —Matt se separó de su madre, y caminó hasta nosotros—. Toma, feliz graduación, o lo que sea —Matt soltó una carcajada, tomando el regalo de su padre.
—Gracias, papá —me miró de reojo—. Bueno, debemos cambiarnos para bailar.
—Los dejaremos ir —interrumpió su madre—. Con la condición de que Charlotte prometa visitarnos. ¡Hace mucho que no la llevas a comer, Matt!
— ¡Mamá! —Matt se sonrojó hasta las orejas. Yo sonreí, tomando a mi amigo del brazo.
—Lo prometo, señora Bones. Me fascinan sus riñones de gato —dije, en tono armonioso. La señora pertenecía a una familia de alta cuna, sabía que cocinaban los duendes, no ella, pero en fin.
—De acuerdo, vayan. Nos vemos en casa, Matt —dijo su padre. Nosotros le dedicamos una sonrisa a ambos y salimos corriendo a la sala común.
—Disculpa a mis papás —siseó Matt—. Ellos tienen una obsesión contigo.
—Eso es lindo, además me gusta ir a tú casa. Tú padre es muy generoso —le mostré el regalo, y él rió.
—Interesada.
—Siempre.
-
De noche, apenas si podíamos vernos bien la cara. Pero el gran comedor tenía una buena iluminación, además de un estrellado cielo. Me incomodaba el vestido. Era de noche, largo, rojo, como me fascinaba. Más sentía que mostraba todo. Lizzie iba a mi lado, ambas nerviosas. Matt se me había perdido, ¿dónde estaría?
— ¿Tengo mucho labial? —Me preguntó Lizzie junto a las puertas del gran comedor.
—No...—murmuré, insegura. ¿Cómo iba a saber la ración requerida de labial para un baile de graduación?
—Yo estaré cerca de la bandeja de postres y del ponche —murmuró Matt, quien se había posicionado junto a mí. No obstante, me agarró de la mano y colocó en ella un papelito—. Sí me disculpan —se alejó de nosotras, justo a donde dijo que estaría. Sentí un poco de lástima por él. Hice un puchero, viéndolo irse. Sí supiera quien lo tenía así, iría a por ella y la obligaría a darle una oportunidad. Era el hombre que más valía la pena, claro, después de mi profesor.
— ¡Terry! —Lizzie salió corriendo, sin despedirse.
—Y sólo quedó una...—solté un suspiro, cruzándome de brazos. No me decidía a entrar; había muchas personas. Estaba decorado con un gusto muy delicado; lazos, papelitos voladores. Al fondo había una banda que tocaba canciones de todo tipo. Había mesas con viandas, licores y postres. Pero la mayoría de las personas bailaban. Escudriñé con fijeza todos los rincones del gran comedor, esperando verle...Nada. No estaba ahí. Igual no podía quedarme en la puerta toda la noche. De pronto recordé el papelito que tenía en la mano, y me apuré a leerlo.
"Querida Honey
Te veo en mi despacho. Te espero toda la noche, tomate tú tiempo.
Lunático".
¿En su despacho? Fruncí el ceño. Me encogí de hombros, y me alejé del gran comedor hacía los pasillos. Los tacones me dolían. Y de sólo imaginarme los miles de escalones que tenía a su despacho me dolían más. Negué con la cabeza, pero por él sería capaz de ir hasta el fin del mundo.
Me saqué los tacones antes de subir los cientos de escalones. Fue mucho más fácil y reconfortante ir descalza. En cinco minutos recorrí el último trayecto hasta la ya conocida puerta. Abrí sin tocar, y me encontré con mi profesor viendo a su espaldas, la chimenea que había tras el escritorio.
— ¿Hola? —No sabía cómo llamarlo todavía; Remus, profesor, señor, no sabía. Él se dio la vuelta. Vestía su traje marrón, y su corbata a juego.
—Ven aquí —me indicó con un dedo índice su pecho. Yo sonreí de oreja a oreja, y salí corriendo la distancia que nos separaba como una chiquilla loca. Me aventé a sus brazos, y con mis piernas rodee su cintura. Él me sostuvo sin dejarme caer, y eso, oh, eso me enloqueció.
— ¡Felicidades, Charlotte! —Me dijo al oído—. Estoy muy orgulloso de ti —Hundí mi cara en su cuello, aferrándome con fuerza a él.
—Gracias —susurré—. ¿Por qué no fuiste? —Interrogué, acercándome a su oído.
—No quería que me vieras así —me separé de él poco a poco—. Estoy algo... Poco presentable —sonrió de lado—. En cambio, mírate —me tomó de la mano y me obligó a dar una vuelta—. Estas hermosa, pequeña.
Un sonrojo violento atravesó mis mejillas.
—Tú eres mi príncipe, Remus. Te ves bien con todo, y apuesto que también sin nada —solté una risita nerviosa. Él se sonrojó con suavidad—. ¿Por eso no fuiste al baile? ¡Prometiste bailar conmigo!
—El gran comedor está lleno de ojos —explicó, contrayendo los hombros—. El lago también, incluso la casa de los gritos, Merlín —abrió los ojos un tanto, ¿sorprendido? —Así qué lo único privado que me queda es... Éste lugar. Claro, sólo hoy —echó un vistazo alrededor, y terminó sus ojos en mí—. De igual forma, bailaremos.
— ¿Ah, sí? —Alcé una ceja, Remus tomó mi mano.
—Tengo un poco de espacio —decía mientras me guiaba a su dormitorio—. Un tocadiscos, con canciones que te gustan, ¿No es suficiente? —cerró la puerta tras de sí. El lugar estaba igual y como lo recordaba. Ese era el sitio de mis fantasías. Me giré a verle, con los brazos cruzados.
— ¿Algún día dejaremos de escondernos? —Murmuré, sin querer. Él suspiró.
—Algún día —susurró. Con la varita apuntó al tocadiscos, quien con un sutil movimiento comenzó a tocar. Era una canción vieja, suave, queda. Me remontaba a mis recuerdos, pero no sabía decir quién era. Remus se acercó a mí y me tomó de la cintura. Me sonreía de lado, con un pequeño y tierno puchero formado en su barbilla. Me paré de puntitas para besárselo.
—Sí sólo pudiéramos vernos escondidos el resto de nuestras vidas —dije, abrazándolo por el cuello con mis brazos—. Cavaría un túnel donde sólo viviéramos los dos. No necesitaría nada más que tú sonrisa para sobrevivir, lo aseguro.
Sus mejillas se tornaron sonrosadas. Comenzamos a movernos lentamente al ritmo de la canción. Me costaba un poco seguirle el ritmo porque a veces su altura me hacía elevarme del suelo. Pero no me importaba porque estaba hundida en su sonrisa de marfil, y ojos azules, tan brillantes que parecían infinitos. Durante unos segundos bailamos en silencio, pero mi boca hormigueaba.
—Zack ya no es mi novio —dije.
—No quiero hablar de Zack —cortó, amable—. Prefiero hablar de otras cosas.
Su aliento me quemaba, era cálido y olía a chocolate, como todo él. Sonreí muy cerca de sus labios, viéndolos.
— ¿De qué? —Subí mis pies descalzos a sus zapatos cafés desgastados. Él soportó mi peso, y me condujo por toda la habitación.
—De... No sé —se encogió de hombros—. De ti, de mí... De qué... Me gustaría... Saber que planes tienes.
—Mis planes son ir a casa, pasar vacaciones y después no sé —me limité a responder. Me gustaba como Remus bailaba y yo descansaba sobre sus pies.
— ¿No te gustaría venir conmigo en vez de decir no sé? —Noté como su voz se tensó al proponerlo. Fruncí los labios—. Es decir, es sólo una sugerencia... Yo, sólo quiero que veas que contigo quiero ser... Diferente.
—Sí, claro que sí —besé sus labios, disfrutando el ligero contacto—. Voy a trabajar como medimaga, en san mungo o en cualquier otro lado. Trabajaré —comencé a sentirme flotar en un sueño, debido a las vueltas que dábamos por el lugar sin parar, y por los planes que mi cabeza formulaba—. Viviremos juntos, y yo te curaré tus heridas —besé su mejilla, que tenía una cicatriz marcada—. Yo te esperaré tras cada luna llena. Ya verás, estarás orgulloso de tu decisión.
— ¿Ah, sí? —él parecía divertido con todo lo que decía—. ¿Y qué más?
—Tendremos muchos hijos —murmuré, cerrando los ojos—. Todos tendrán tus hermosos ojos azules. Serán iguales a ti —abrí mis parpados, topándome con un rostro serio y pensativo. Hice una mueca—. ¿No te gustaría tener niños?
—Sueñas demasiado, Charlotte —sus labios se encontraron con los míos. Ese beso sabía a tristeza y no hizo más que removerme las entrañas.
—No, no lo hago —murmuré sobre sus labios—. Yo sé lo que quiero hacer, por lo menos contigo, desde que te conocí.
— ¿Qué? —Se detuvo, y otra canción comenzó a sonar. Nos miramos a los ojos, él expectante y fascinado. Yo, nerviosa, tensa.
—Amarte hasta que tengamos cien años —Remus sonrió, bastante irónico.
—Cuándo tengas cien años, probablemente yo ya habré muerto —respondió. Su voz lenta y pausada no disminuyeron el golpe.
—Y sí eso pasa, me mudaré a tu tumba —me encogí de hombros—. Todo tiene solución, Remus.
—Eres muy pequeña, muy cursi, y muy irrealista —soltó una risita—. Quizá por eso me fascinas
Oh, Remus, tú me fascinas más todavía.
Me le quedé viendo con fijeza. Él hacía ademanes, para llamar mi atención. Pero yo sólo podía pensar en una cosa.
— ¿Tierra llamando a Charlotte? —susurró, divertido.
—No miento cuando digo que tú eres mi amor, Remus—solté, lanzándome directo a sus labios. Sólo podía pensar en sus besos, sólo podía pensar en sentirlo. Quería pasar cada uno de mis dedos por sus cicatrices. Y que él pasara sus enorme manos por cada centímetro de piel. Me aferré a su cabello, lo atraje hacía a mi con fuerza. Él correspondió con la misma fiereza.
Comenzó a caminar, llevándome hacía atrás. Caminó hasta que chocamos contra la ventana. Me puso contra ella y enredé mis piernas alrededor de su cintura. El beso se intensificó y jalé su cabello hacía atrás, desesperada. Él pasó sus manos de mi espalda descubierta por el vestido hasta mi cintura. Sus dedos fríos me provocaban ligeros escalofríos. Cuando sentí que me ahogaría con el beso, él quitó sus labios de los míos y los pasó a mis mejillas. Estaban húmedos, y me estremecía al sentirlos, y más cuando bajaron a mi cuello, donde me besó con pasión. Cerré los ojos, dejándome llevar por el momento. Lo amaba, sí, lo amaba, porque quería que hiciera eso y más.
—Remus...—Suspiré, con la respiración entrecortada. Jamás me habían besado el cuello, y ahora que él lo hacía me encantaba. Despeiné su castaño cabello, mientras echaba el cuello hacía atrás para darle más acceso. Con las piernas lo acerqué a mí, pero no era suficiente. Bajó sus labios hasta mi clavícula y solté un pequeño gemido que me dio pena. Sus manos mágicas bajaron de mi cintura hasta mis muslos, donde acarició con suavidad, haciéndome respirar cada vez con más dificultad. Oh, explotaría ahí mismo.
Pero él se separó apenas pasó sus labios al inicio de mi pecho. Me vio al rostro. Me admiraba con la respiración agitada, y una sonrisa de lado dibujada en su rostro. Le sonreí de igual manera, esperando a que dijera algo. Más no dijo nada.
—Quiero ser tuya —pedí, al fin, con las mejillas rojas de vergüenza.
—Lo sé —respondió con voz ronca, acercándose a mis labios, y besándolos. Los sentía hinchados y palpitantes—. Lo sé —susurró de nuevo sobre ellos—. Pero yo... No estoy preparado para corromperte.
Demonios, era un mal momento para que dijera eso, ya que entre mis piernas sentía algo duro como cemento. Suspiré, cerrando los ojos.
—No me corromperás. Merlín, es normal —dije, colocando una mano en su pecho—. Quiero sentirte, y que me sientas —intenté desaflojarle la camisa, desabotonarla, pero con la desesperación no hice más que estropearsela. Él me tomó de las manos.
—Sí vienes a vivir conmigo, lo haremos —prometió—. Día, noche, todas las veces que me lo pidas. Sólo necesito tiempo, ¿Bien?
Observé sus labios.
—De acuerdo —él sonrió.
—Vamos a dormir, ¿No te gustaría? —me tomó en brazos, y con mucha ternura me acunó en brazos, llevándome hasta su cama. Suspiré, cuando me depositó con cuidado sobre la cama. The Beatles resonaba en la alcoba.
—Eres mío —dije, colocandome sobre su pecho, y acariciándolo con cariño. Él me abrazó con fuerza, y dejó un beso en mi frente. En la oscuridad, no podía notarse mucho lo abultado que estaba su... Am, amiguito, por así decirlo, pero aún así, se notaba.
—Y tú mía —sonreí de lado, cerrando los ojos, escuchando la música—. Lo prometo.
—Eres un testarudo —murmuré adormilada—. Porque no puedes admitir simplemente el hecho de que te amo, y eres mi amor.
La música sonó largo rato antes de que, con voz muy lejana, Remus dijera:
—Porque jamás lo fui de nadie.
N/A: Sólo necesito tiempo, ¿Bien?
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