Capítulo 30.


Fuera máscara.



Apostada frente a la puerta de su salón de clases, meditaba concentrada lo que quería decirle.

No es que no me hubiera pasado toda la noche hablando conmigo misma como sí hablara con él. Claro que lo hice, e imagine lo que le diría, a la perfección. Era algo así como "Le amo, y lo amaré, pero no me mienta, yo sé que usted encubrió a Sirius Black y es un hombre lobo". Después nos besábamos con pasión, así como sólo él lo sabía hacer. Con esa furia animal, que ahora sabía de dónde provenía. Sonreí de forma inconsciente a la puerta del aula. Me sonrojé. Remus Lupin sólo me hacía reaccionar de esa forma tan tonta. Me crucé de brazos, viendo al piso para que nadie me viera así de tonta. Lo hice a tiempo, ya que Harry Potter salió del aula. Alcé la mirada, y me crucé con sus ojos verdes. Me sonrió. Yo le devolví el gesto, nerviosa.

— ¿Está el profesor? —Señalé la puerta. Sí que me sentí tonta. ¿Con quién pasó todo ese tiempo Harry, Charlotte? ¿Hablando con un boggart?

Él me devolvió la sonrisa.

—Claro, pasa.

Le sonreí aún más.

—Bien, gracias.

Se fue con paso apurado. Bien hecho, lo había asustado. Abrí la puerta. No podía preocuparme por tantas personas a la vez o terminaría deshecha. Mejor me centré en mi prioridad de aquel momento: Remus Lupin y su mundo encubierto de mentiras. Me topé con el aula vacía, lo que provocó una pequeña nostalgia en mí; podría ser quizás la última vez que entraba. La siguiente semana sólo teníamos dos EXTASIS, y después... Después sólo la graduación. El baile, los birretes, los papeles, la nostalgia... Negué con la cabeza, caminando hasta el escritorio. Me imaginé a mi profesor como cuando lo vi el primer día. Sentado. Sonriente. Apuesto. Rocé mis dedos contra el mueble de madera, y casi fue como tocarlo a él. Mordí mis labios separándome del escritorio. Subí las escaleras sin mucho apuro, porque tenía ante mi una situación difícil. Jamás las había manejado así, y eso que sentía que había pasado por mucho en mi vida.

Llegué a la puerta de su despacho con el corazón latiendo a toda prisa. Alcé mi mano para tocar, pero me detuve, y mejor abrí la puerta así. De todas formas, ya todo estaba por acabar. ¿Qué más daba unos días más o unos menos? Pasé al despacho, y me encontré con mi profesor doblando unos calcetines. Fruncí el ceño, cerrando la puerta tras de mí. Sobre el escritorio también estaba baúl viejo, desgastado cerrado. No obstante, lo que más me sorprendió fue su cara; tenía cicatrices muy recientes, y algunas profundas que atravesaban su barbilla, y labios, y...

Oh, mi pobre profesor.

— ¿Qué...? —Quise preguntar, pero en vez de señalar su cara, señalé los calcetines. Él alzó su mirada azul, sorprendido de mi presencia, y colisionó con la mía. El piso se me movió de pronto, sin exagerar. Sólo Remus Lupin me ponía a tal extremo de nerviosa.

—Me faltaron de empacarlos —explicó, como sí nada—. Los encontré cerca de la chimenea, y no me gustaría que el nuevo profesor se llevara tal impresión.

¿Empacar?

Esperen, esperen, esperen.

— ¿Por qué empacas? —Musité, dando un paso hacía él.

—Es lo que hacemos cuando nos vamos de una parte —mis ojos se crisparon.

— ¿A dónde vas? ¿De viaje? —Arquee una ceja, esperanzada.

Él sonrió de lado, sin entusiasmo.

—Renuncié —respondió entre dientes.

— ¿Por qué? 

—Nunca te había escuchado decir tantas preguntas —con un movimiento de varita, dejó los calcetines dentro del baúl. Éste se cerró con un golpe seco. El vacío se acentuó en mi estómago—. ¿Qué necesitas? —añadió, colocando una mano sobre su equipaje.

Caminé hasta ponerme frente a su escritorio. Sólo medio metro de madera nos separaba. Él me miraba con una sonrisa forzada, y sus ojos tristes me desviaron de mi objetivo inicial; parecer enojada, para luego no estarlo y sorprenderlo. Fruncí el ceño, me crucé de brazos intentando también torcer los labios. Seguro se rió más que asustarse.

— ¿El profesor Lupin no iba a estar en el ministerio hasta el día de mi graduación? —dije, con voz seria.  Él hizo una mueca.

—Yo... Eh, ah...

—El profesor Lupin ha sido un mentiroso —Interrumpí—. ¿Me puede explicar por qué, por favor?

Él se sentó en la silla de cuero desgastado de forma lenta. Yo me quedé ahí, y por un momento me sentí como una maestra o madre de familia que regañaba a su hijo por ser tan travieso. Su mirada se perdió en la nada durante unos segundos. Su rostro quedó inexpresivo, y por un momento, pensé que había algo muy grave tras todo el asunto de la mentira. Suavicé mi semblante, y descrucé los brazos.

— ¿Profesor? —Susurré, inclinándome y colocando mi mano sobre las suyas que se entrelazaban por encima del escritorio. El profesor me vio de reojo, dubitativo. Parecía preocupado.

— ¿Cómo vas con Sharkey? —Preguntó  con suavidad. Fruncí el ceño, y después sonreí de lado.

—Somos novios de palabra, profesor —dije, casi riendo—. Entre él y yo no hay nada. Sí, bueno, quizás me invita a pasear, o a comer, pero... Pero no dejo que me haga nada. Usted es el único en mi corazón —apreté sus manos—, ¿Esa era su preocupación?

Se quedó quieto, sus ojos se cerraron. Pensó durante varios segundos, como sí se debatiera en una batalla mental. Alcé una ceja, inquieta. No creía que sufriera de celos. Igual, eso no era motivo por haberme mentido.

Al final, se levantó con pesadez, y dio vuelta a su escritorio. Quedamos frente a frente. 

—Charlotte... Zack, es, bueno... Joven... y —parpadeo varias veces, como un poco consternado—. No es como yo. Yo soy viejo, pobre, y peligroso. No... No mereces a alguien como yo. 

Rodé los ojos.

— ¿Por qué me mintió, profesor? —insistí. 

—Zack lo sabe todo —se encogió de hombros, tranquilo—. Amenazó con hablar  el consejo de padres de familia. Para despedirme y expulsarte, sí no te dejaba en paz —su sonrisa se hizo pequeña—. ¿Qué te digo? Conmigo pueden hacer lo que quieran, pero no soportaría que te regañasen siquiera por mí —mordió su labio inferior con levedad, examinándome—. Quiero que te des cuenta, de que sólo soy una carga para ti. Y quiero que lo hagas en este momento. Quiero que pienses en todas las posibilidades, no sólo en lo que sientes ahí —señaló mi pecho. Le sonreí, conteniendo mi furia. Ahora, ahora sí odiaba a Zack Sharkey en serio. Mi pobre profesor sólo intentaba mantenerme a salvo... Mordí mi labio, sorbiéndome una lágrima de  impotencia. Me sentía una tonta. Me sentía ahora yo un problema para él. Sin embargo, debía mostrarme fuerte. 

— ¿Es por eso que renuncia? —Pregunté, no ocultando mi temblorosa voz.

—No —sus facciones se tensaron, y su cara se nubló.

— ¿Entonces? —di varios pasos, exaltada—. ¡Usted es el mejor profesor de D.C.A.O. que ha tenido éste colegio! —exclamé—. Sí se va, los privará de conocimiento de verdad —él sonrió, bajando el rostro en un movimiento rápido, para luego alzarlo.

—Eres muy amable, Charlotte —contrajo de nuevo los hombros. Su apariencia calmada lo hacia verse tan apuesto—. Pero soy peligroso. Estoy seguro de que ningún padre de familia pensaría igual que tú. 

Pensé en su lincantropía. Y con una sonrisa enorme, tan enorme y sincera, que me sentí feliz, dije:

— ¿Y qué sí es un hombre lobo? ¡Es un ser humano excelente e inteligente!

Mi profesor perdió la tranquilidad. Lo supe sólo porque sus ojos se abrieron de forma desmesurada. Más, no tardó en formular una sonrisa de lado. Traviesa, juguetona, insegura.

— ¿Quién te lo dijo?  —Preguntó con voz firme.

—Nadie —confesé, moviéndome de un lado a otro—. Ayer por la noche lo vi —sonreí, ladeando la cabeza—. Y también lo vi con Sirius Black, y un hombre gordito al que le apuntaba —intentaba mostrarme tierna, aunque la curiosidad me asesinaba. Él alzó ambas cejas, fingiendo (o sintiendo) sorpresa. Se cruzó de brazos.

—Vaya... —murmuró con su aterciopelada voz—. Siempre supe que eras una acosadora, pero no a tal nivel... 

—No soy tan buena —confesé—. Porque no sé que relación pueda tener usted con Sirius Black, y tampoco sé quien era el hombre gordito.

—Te lo diré algún día —prometió, sonriente—. Pero ahora, sólo quiero que pienses, reflexiones, recapacites —dio varios pasos, acortando la distancia entre nosotros—. Piensa en lo que soy. Yo te lo diré con crudeza para que no te ciegues conmigo; Soy un licántropo. Asesino de forma inconsciente sin una poción costosa que ya no podré consumir. ¿Entiendes eso? —remarcó—. ¿Entiendes que seré un desempleado, y que no tengo más que la vieja casa de mis padres? Y no es algo que pueda arreglar de un día para otro. A los hombres de mi condición se les niegan los empleos. Jamás seré alguien que llegue a un nivel deseable... Entiéndelo —lejos de entristecerse, se mantuvo impasible y tranquilo. Viéndome siempre a los ojos. Intimidandome, como siempre. 

— ¿A qué viene todo eso, profesor? —Murmuré sin saber que decía.

—Sólo quiero que sepas que podrías perder todo... Por mi culpa —murmuró, un poco dolido quizá.

En cambio, yo sonreí. Lo vi a los ojos. Vi su bigote, sus cabellos platinados. Vi sus cicatrices viejas y las nuevas. Sus labios resecos. Su aroma chocolate me llenó más que nunca. Lo vi a él; con un viejo y raído café marrón, desgarbado, pero elegante. Sentí su aura, e inteligencia. Lo sentí, e impulsada por todo lo que mis emociones experimentaban, me lancé a sus brazos, uniéndonos en un fuerte abrazo. Él descruzó los suyos para recibirme, y me correspondió. En medio de sus fuertes brazos me acerqué a su oído, con los sentimientos a flor de piel.

—Usted es mi todo, profesor —susurré. Vi como su cabello se erizaba, y me separé de su oído para ver su rostro. Sonreía afable. Y lo inevitable sucedió; me prendí a su boca. Fue un beso lento, pero ansiado por ambos pares de labios. Nos extrañamos habíamos extrañado demasiado. Lo abracé por el cuello, y él me apretó de la cintura. Esa fusión que sólo existía en sueños, y que ahora podía sentir de nuevo provocaba un hormigueo en toda mi piel, y un hueco se formaba en mi estómago. Eso era amor. Era como una droga. Él era esa droga que le prometí a mamá jamás consumir. Esperaba no me odiase por haber faltado a mi promesa.

Me separé un poco de sus labios, sólo un poco para susurrar sobre ellos.

— ¿Bailará conmigo en el baile de graduación? —volví a besarlo, pero un poco más corto para que respondiese.

—Sí tú novio me lo permite —replicó. Yo dejé una mordida en su boca, lo que fue raro. Jamás en mi vida había tenido ganas de morder a alguien.

—Él no es mi novio —musité—. Usted sí. 

—Bueno, entonces eso es un sí —besó la punta de mi nariz, y mi corazón se deshizo de ternura—. También te daría un regalo, pero...—lo callé con un beso. Merlín, y pensar que antes creía que eso sólo pasaría en un sueño.

—No se preocupe profesor —sonreí de lado, viendo sus labios—. No necesitaré más regalo que usted. 

Él frunció un poco el ceño, desconcertado. Y yo me soporté las ganas de guiñarle un ojo.



-----


Hola chicas.

¿Cómo están? I hope that very gud.

En otras noticias, ya no sé a quien dedicarles capítulos, vvv, así que sí una quiere, dígame porfavor:3


PD: no sé como son las graduaciones en Hogwarts, ¿Ideas?  ¿O me baso en las pelis americanas? :v



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top