Capítulo 28.


Decisiones drásticas.




¿Qué pasa cuando una loca y un idiota se juntan?

Nada bueno, eso es seguro.

Caminaba por los pasillos la silueta protuberante de Rebeca Hoffman; hija de muggles. En su túnica relucía el león bravo que representaba a la casa de Gryffindor. Su cabello dorado ondeaba ante la brisa primaveral que invadía al castillo ese viernes, haciéndola resaltar de entre el resto del alumnado. Tenía una belleza excéntrica y sensual que atraía la mirada de todos, tanto grandes y chicos pero, lo que nadie sabía, es que tras su agraciado rostro se ocultaba una mente retorcida llena de pensamientos peculiares.

Esos pensamientos peculiares la habían llevado a hacer cosas extrañas. En cuarto curso, por ejemplo, había pateado a la gata de filch sólo porque pensó que era la esposa de él convertida en animal para que el profesor Dumbledore la aceptara, ya que ella era una muggle. Ahora en sexto su nueva locura tenía nombre y figura; Remus John Lupin.

Lo acosaba. Las últimas dos semanas (justo después cuando él había anunciado su renuncia al puesto de profesor) había sido su sombra sin que él se hubiera dado cuenta (cosa que admitía, estaba orgullosa) Pero de lo que no estaba orgullosa, era del hecho de que dos veces el profesor se había esfumado de la faz de la tierra, y no le hubiera importado a donde habría ido de no ser por ese sábado... Ese sábado anterior...

Había ido a pedir tutorías. No podía conjurar un patronus, y no podía con la legeremancia. No obstante, a dos pasos del despacho del profesor, unos gritos la obligaron a detenerse a escuchar tras la puerta. Pegó la oreja contra la madera de caoba; distinguió, con facilidad la voz alterada de él, y la voz de otra tipa... Sí, podría ser... ¡No, ahora lo recordaba! Era la tejona esa, la estúpida de Charlotte Studdert. La conocía, de lejos, de rumores, y por el vergonzoso espectáculo (Qué muy en el fondo envidiaba) que había hecho Zack Sharkey por ella. Sí, era la sufrida llorona que gustaba de llamar la atención. ¿Qué querría ahora?

— ¡Deje de jugar conmigo! —Gritó Charlotte. Con la curiosidad desbordándose, Rebeca pegó el ojo a la pequeña abertura que le ofrecía la puerta entreabierta; podía ver la espalda del profesor Lupin y a ella, llorosa, intentando salir —. ¡Déjeme salir! —Exigió ella.

¿Por qué el profesor querría detener a una idiota? ¡Qué la dejara ir!

—Lo siento —murmuró su profesor, y lo que siguió enseguida fue tan fuerte que Rebeca tuvo que pellizcarse para no gritar; el profesor Remus John Lupin, el hombre más genial, recto, y elegante... Ese hombre que inspiraba confianza, temor y valentía... ¡Se besaba con Charlotte Studdert! Una perfecta "O" se formó en su boca, viendo como él besaba con pasión, con locura y ardor a la tejona. Cuando se separaron, algo parecido a la envidia recorrió su cuerpo y Rebeca, enfadada, dio media vuelta para marcharse, más al hacer tal movimiento la puerta se cerró con brusquedad y ella salió corriendo a ocultarse tras la escalinata de madera. El profesor salió a investigar, pero estaba tan bien oculta que no pudo dar con ella. Rezó a todos los magos porque, al salir, Charlotte no la notara, y no lo hizo ya que estaba muy ocupada escuchando como el Profesor Lupin le gritaba "Te quiero" de forma sonora. Rabia. Enojo. Envidia, sí, eso la amargaba más.

Ahora caminaba con firmeza al campo de Quidditch. Había entrenamiento de tejones y Slopper se lo había dicho. Llegó justo cuando acababa y aguardó en las gradas a que saliera del vestidor el jugador más fornido y sensual de toda la casa Hufflepuff; Zack Sharkey, con la toalla echada al hombro y una enorme sonrisa en los labios.

"Veamos sí te dura esa sonrisa después de todo".

— ¡Zack! —Rebeca salió corriendo a su encuentro. Sharkey se detuvo, pasándose la toalla por el rubio cabello.

—Hoffman, ¿No? —respondió él con una sonrisa amplia.

—Sí, Zack, soy Rebeca Hoffman —asintió con las mejillas sonrojadas—. He venido a contarte algo importante... Yo creo que mereces saberlo.

Las facciones de Zack se tensaron.

— ¿De qué trata? —directo y frío, lo que le quitaba lo tejón.

—De tú novia —murmuró la rubia—, de Studdert, la castaña, por la que hiciste un hermoso regalo en pleno gran comedor.

—Siendo así —el rubio se cruzó de brazos. El campo estaba vacío ya. La hora de la cena se acercaba, y todos corrían por alcanzar un buen lugar—. ¿Qué ocurre con ella?

—Sé qué... Sonará desquiciado —Rebeca utilizó el tono de voz educado que usaba para demostrar su falsa madurez—. Pero, ¡No te vayas a enojar conmigo! Yo... Bueno, ella te está... Te está engañado, Zack.

Los ojos del rubio brillaron. Rebeca sonrió para sus adentros encontrando que algo se había quebrado dentro de él.

—Mientes —susurró, pero no del todo convencido.

— ¿Nos conocemos? —preguntó ella—. ¿Tengo yo motivos para echar a perder una hermosa relación? No, no la hay. Pero al darme cuenta yo, pensé en que varios más se darían también, y serías el hazmerreír de todo el colegio. Sólo estoy haciendo contigo lo que quisiera que hicieran conmigo.

El rubio tensó la mandíbula. Parecía enfurecerse, a pesar de su aparente calma.

—Y según tú, ¿Con quién me engaña? —bufó.

Ocultando una sonrisa, Rebeca susurró:

—Con el profesor de Defensa contra las artes oscuras.

Zack largó una carcajada. Ruidosa. Nerviosa. Horrorosa. Rebeca rodó los ojos, pero pacientemente esperó a que terminara de reírse. Sabía que los primeros pasos en todo era siempre la negación.

— ¡Qué gran broma, Hoffman!

— ¿Crees que es una broma, tarado?

—Naturalmente —Él se encogió de hombros—. Tiene al hombre más lindo del mundo a sus pies, ósea, yo. ¿Por qué me engañaría con un viejo canoso, apestoso y lleno de cicatrices? —Él volvió a reír—. No es ciega. Ella es hermosa y merece alguien lindo como yo. Es más probable que salga con un gigante o con un troll antes de que con él, eso es seguro.

Rebeca no se sintió mal cuando Zack habló mal del profesor. Se lo tenía merecido.

—Todo es posible en éste mundo —Contestó con tranquilidad y una enorme sonrisa—. Yo los vi, Sharkey. No es ningún invento. Los vi el sábado pasado besarse en el despacho del profesor Lupin, y él le pedía una oportunidad, y ella le decía que se lo pensaría porque tenía novio —Rebeca se encogió de hombros—. Sólo te quería decir eso. Tú sabrás sí el magnífico Zack tiene cuernos gracias a un vejestorio del que se mofa.

Sin decir más, Rebeca se alejó contoneándose, dejando a un Zack muy confundido, pero sobre todo; molesto.

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Matty Bones leía con avidez en los jardines a la luz del último rayo de sol de la tarde. Le gustaba leer las novelas muggles en secreto. Conan Doyle era su favorito, nadie lo sabía porque nadie se lo preguntaba. Ni siquiera Charlotte. Le gustaba leer porque lo distraía de sus pensamientos, de sus sentimientos incontenibles, esos que lo habían hecho explotar días atrás.

"Es algo temporal" se había animado a sí mismo "Ya pasará".

Pero jamás pasó. Con cada día esa frescura, esa ternura anormal se acrecentaba en su pecho. Sí fuera más Gryffindor, lo habría sacado a pesar de las consecuencias. Sí fuera más Ravenclaw, lo habría pensado bien y habría encontrado una manera para hacerse notar; sí hubiera sido Slytherin le habría dado igual... Pero era Hufflepuff, y le importaba demasiado la amistad para arruinarla de tal forma y por algo tan estúpido como sus sentimientos. Sólo bastaría con un chocolate caliente de su madre para que todo pasara, y quizás un consejo de papá, sí. Eso sería suficiente.

Dio vuelta a la penúltima hoja. Iba a leer el primer renglón pero un fuerte golpe en lo cabeza lo hizo caerse de bruces del banco de madera contra el césped frío. Matty soltó un gemido ronco, y vio a Zack que se acercaba y lo tomaba con fuerza del cabello.

— ¿Charlotte ama al vejestorio de Remus Lupin? —Preguntó. Matt lo vio con miedo en los ojos, y no dijo nada. Zack le estiró el pelo con fuerza y él soltó otro gritito.

— ¡Te hice una pregunta estúpido! —De forma discreta, Zack extrajo su varita de la túnica y se la puso en la mejilla—. Valdrá la pena toda la sangre que te saque, aunque me expulsen; eso te lo puedo asegurar.

—Yo... no sé... Nada.

— ¡Mientes! —Zack estrelló su puño contra su mejilla, haciéndolo sangrar—. Habla, Bones. ¡No diré que fuiste tú sí eso te preocupa!

—Es que yo... —Matt escupió sangre al hablar—. En realidad no sé nada.

Zack tomó su rostro con ambas manos y lo acercó al de él. Sus ojos estaban a pocos centímetros de distancia. Los verdes colisionaban con los azules. Matt quiso llorar, pero soportó la presión un poco.

— ¿Ella sí me engaña, cierto? —Los labios le temblaron a Matt haciendo un puchero. No hacía falta que lo dijera. Los ojos brillantes y tristes lo delataban. Zack soltó a Matt y lo tiró contra el césped. Lazó un gruñido, pateó la nada, y caminó hacia el interior del castillo.

Matt lloraba en silencio. La sangre se mezclaba con las lágrimas, y con la yema de los dedos se tocaba el golpe, sin dejar de ver la dirección que había tomado Zack; la del despacho del profesor Lupin.

—Lo siento, Charlie —suspiró Matt, apretando los ojos.

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—Profesor, ¿Cree que pronto podré evocar un patronus de cuerpo entero? —Harry era impaciente, como, ¿Cómo James? Remus nunca supo a ciencia cierta sí Lily había llegado a ser impaciente, aunque con James Potter como esposo eso era demasiado posible. Sonrió de lado, con las manos en los bolsillos.

—No lo dudo; eres un excelente mago —respondió sereno—, siempre que encuentres la oportunidad practícalo, pero no frente a tus compañeros. Podrías asustarlos.

—Supongo —Harry sonrió. Lily es la que sonreía de esa manera.

—Ve a cenar —Puso una mano en su espalda—. Estás prácticas, aunque lo dudes, dejan un gran desgaste físico.

—De acuerdo, hasta mañana, profesor.

Harry salió. En realidad era James el que caminaba de esa forma. Remus se ponía nostálgico con facilidad aunque no lo demostrara. ¿Era fácil olvidar a las únicas personas que lejos de abandonarlo en su problema, se transformaron, rompieron reglas y lo cuidaron como hermanos? No. Porque no era un problema fácil de enfrentar.

El despacho del profesor quedó a la luz de la vela. No iría a cenar esa noche, porque tenía algo mejor (o peor) en que pensar; ¿Cómo decirle a la persona que le importaba casi o igual que Harry, del problema con el que cargaba? No sería fácil. Quizá sí lo hubiera hecho al principio se habría ahorrado el sufrimiento de un posible rechazo de esa persona importante. Remus había dejado que Charlotte adquiriera importancia. Ella era importante ya, pero, ¿Sería Remus lo suficientemente importante para que ella lo aceptara con todo y problema?

Tomó asiento detrás de su escritorio y ordenó sus cosas regadas en éste. Ser ordenado siempre le ayudaba a pensar con un poco más de claridad. En ese momento no pensaba, pero sí que sentía. Sentía de nuevo sus pequeños brazos rodearlo. Cerró los ojos un momento y la vio de nuevo sobre sus piernas. Tan frágil, tan pequeña... Sí ella supiera que estaba en brazos de un monstruo, seguro habría corrido.

Y Remus experimentó un ligero temor. ¿Qué haría ella cuando se enterara de su condición? Además de ser viejo y pobre, un hombre lobo. Peligroso sin la costosa poción matalobos (de la cual, estaba seguro, sólo probaría en Hogwarts) Y... ¿Después? ¿Qué seguía para ambos? Peligroso sin la costosa poción matalobos (de la cual, estaba seguro, sólo probaría en Hogwarts) Y... ¿Después? ¿Qué seguía para ambos?

Más, Remus se cortó a sí mismo con dureza.

"No puede seguir esto" Se desanimó "Algún día deberá parar, ¿No?".

Pero, algo en su interior, quizá una llama de positivismo le susurró: Puede durar para siempre. Sólo hay que saber manejarlo.

¿Pero como podía Remus manejarlo? Estaba, quizá, enamorado de una niña menor que él por quince años, o más. Él mismo se había prometido no hundir a nadie con él. ¿Por qué rompía el juramento ahora?

"Sé feliz, Remus" La voz de Sirius resonó en lo más recondito de su ser, y sonrió de lado, abriendo los ojos... Sí podía ser feliz... Una mordedura de la que no estuvo consciente no podía impedirlo, claro que no...

La puerta del salón se abrió de golpe. Remus se exaltó pero no lo demostró; en vez de eso se dedicó a examinar al recién llegado. Zack Sharkey chorreaba sudor hasta por la última parte de su cuerpo. Su ceño estaba fruncido, y su boca apretada. Remus entrelazó sus manos por encima del escritorio, y calmado, como siempre, recibió a su alterado visitante.

—Hola, Zack —Saludó con cordialidad—. El castigo terminó ayer, ¿Se te ha olvidado? —una sonrisa pequeña nació en su rostro. Por el contrario de Zack que se tumbó en la silla de enfrente, con el rostro rojo, y las facciones contraídas.

—Es usted un miserable hipócrita —escupió Sharkey, con violencia—. Se hace pasar por el profesor lleno de valores y moral, cuando no es más que un desgraciado, un hijo de...—Zack se calló a tiempo, tensando la mandíbula. Remus, presintiendo por donde iba el asunto, apretó sus manos una contra la otra, en un intento de permanecer calmado.

—Utilizas palabras muy hirientes, Zack —apuntó Remus con aquella aterciopelada voz que solía usar para calmar a sus estudiantes tristes y enojados—. ¿Puedo saber que hice para merecer tú odio?

Zack se levantó y dio tremendo puñetazo contra la mesa, cerca de las manos de Remus. El profesor arqueó una ceja, sin inmutarse. Era mejor limitarse a escuchar.

— ¿Creyó que nadie se iba a dar cuenta? —Zack era un animal fuera de sí, que intentaba perforar al profesor con la sola mirada. Remus se preguntó porque estaba en Hufflepuff—. ¿De verdad? ¡Pues que idiota! —Bajó su tono a un susurro—. De verdad, que idiota.

—Ve al grano, Zack —pidió el profesor a punto de masajearse la sien.

—Se ha estado viendo con Charlotte Studdert —afirmo, con una sonrisa torcida naciente en su rostro—. Sé que la quiere —Negó con la cabeza, apoyándose en el escritorio—. Ella también cree lo mismo, pero aquí entre nos, profesor —se acercó más a Remus, que sólo acertaba a mantenerse inerte—. Ambos sabemos que, como todos, sólo se la quiere follar.

Los pulmones del castaño ardieron, y hasta ese entonces se había dado cuenta de que había estado conteniendo el aliento.

— ¿Qué has dicho? —Masculló, con apenas aliento.

—Lo que oyó —Zack había pasado de la rabia más intensa, a una desfachatez increíble—. Antes todos creíamos que ella era muy recta, y una chica lista para alistarse a la orden de merlín —Los ojos de Sharkey brillaron con descaro y burla—. Ahora no me queda más que claro que es una cualquiera. ¿Qué descaro, no? ¡Jurarme amor eterno a mí y estar con el profesor de D.C.A.O! —Zack largó una carcajada seca—. Es usted un pervertido, sólo eso.

Remus que ya había tenido suficiente, se levantó con brusquedad.

«No te entregues a la luna» Se dijo a sí mismo.

—Sharkey —dijo con voz helada—. Todo lo que has venido a pregonar no sé de donde lo hayas sacado, pero es mentira. No me conoces, no te conozco y no tienes ningún derecho de venir a mi despacho e insultarme de tal forma. No me dejas más elección que llamar al profesor Dumbledore...

Zack le plantó cara con tal fiereza, que Remus apretó la varita que residía en su manga.

— ¡Adelante! ¡Llámelo! —gritó como desquiciado—. ¡Llámelo! ¡Oh! Y también llame a Lucius Malfoy. Estoy seguro que encontraran todo esto muy entretenido, sobre todo el consejo escolar... ¡A esa gente que adora la cotilla le vendría bien esta!

—Todo lo que has venido a decir es mentira —reincidió Remus.

—No —desafió Sharkey—. Y sí no traiga a la cualquiera esa para que me desmienta.

«No te entregues a la luna»

—Ella no es una cualquiera —replicó Remus, controlándose. Su rostro estaba rojo, y su mano apretaba con fuerzas la túnica desgastada—. Te pido la respetes, ya que no está presente.

—Tiene razón —Zack sonrió de lado—. Ella siempre fue demasiado buena. Quizás no sea una cualquiera, sino usted un pervertido. Un motivo más para ser despedido y echado a los dementores.

Remus apretó los dientes. Apretó todo. Escuchó la voz de Charlotte diciéndole que le adoraba, y la de Sirius repitiéndole que se arriesgara a ser feliz. Un frío sudor corrió por su espalda, y tuvo que poner todo de su parte para no caer en la silla, derrotado y marchito. En esos momentos necesitaba ser un hombre lobo sin sentimientos.

— ¿Qué diantre quieres, Sharkey? —Murmuró el profesor con una gélida mirada. Toda la bondad, la buena conducta y autocontrol había desaparecido durante un segundo.

—Qué la deje —susurró Zack—. Que se largue por donde vino. No me importa que quede un puñetero mes para irnos. ¡Quiero que se vaya o juro que se arrepentirá! Mi padre es amigo de los Malfoy —El enojo de Remus estuvo por evaporarse, e incluso, estuvo a punto de reír. Lucius Malfoy no se mezclaría con tejones aunque se le fuera la vida en ello—. Podríamos echarlo a Azkaban en menos de lo que dice el nombre de su estúpida materia. Y sí lo vuelvo a ver, cerca de ella... Sólo un instante... No se olvidarán de mí ninguno de los dos.

Zack se fue. Desapareció pateando los pupitres. El cuerpo de Remus se destensó y tomó asiento entre asombrado e incrédulo. Sacó una barra de chocolate del bolsillo de su saco y se sorprendió al encontrar que sus manos no temblaban. Soltó un suspiro largo. Y se quedó quieto viendo a la nada. Pensando o sin hacerlo en realidad.

—Se los advertí —murmuró a la nada—. Se los advertí, sí que lo hice —El profesor apretó los ojos.

Su mente trabajaba despacio, pero no fue en más que un par de horas que llegó a la conclusión que tanto había temido:

Habría que decirle adiós para siempre, por segunda vez consecutiva, a lo que tanto amaba.



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