Capítulo 27.


El inicio de una historia.



— ¿Te gustaría otra cerveza de mantequilla?

—No, gracias.

Madame Rosmerta se alejó con una sonrisa de mi lado. Sólo una cerveza podía consumir, porque mi estómago estaba en plan de regurgitar todo lo que entrara en él. Sí, de nervios. ¿Por qué Remus Lupin me ponía así de nerviosa? Era como un maremoto que al oír su nombre todos mis sentidos se ponían en alerta, luego llegaba él y ocasionaba desastres, después se marchaba muy oriundo como sí nada. Eso me mataba.

Observé mi reloj de pulsera; eran ya las seis de la tarde, pero me daba miedo irme del local. No quería que nadie me siguiera, o sospechara algo, más que por mí, por mi profesor que tenía el medio de ganarse la vida a través de la enseñanza y no quería manchar su reputación. Aunque, me dio risa el hecho de que ya era algo tarde para retractarme. Me había demostrado, o por lo menos, dado señales de que le importaba. Y sí a él le importaba, lo demás podía esperar. ¿O no?

Salí por la puerta trasera del local. Habría logrado salir con sigilo y cuidado como me lo había planteado, de no ser por cuatro escobas que no vi y con las que terminé tropezando; el estrepito fue enorme, y tan grande que las conversaciones se apagaron sólo para verme a mí. Nerviosa, sonreí con rapidez de lado, levanté todo, pero como las manos me temblaban se volvieron a caer ¡Maldición! Intenté recogerlas por segunda vez, no obstante, Madame Rosmerta se acercó y me tomó del hombro.

—Déjalo así, niña —me sonrió—. No te ves nada bien, ¿No quieres otra cerveza de mantequilla?

—No —le devolví la sonrisa, forzada—. Gracias. 

Madame se alejó. Yo esperé a que todos volvieran a sus conversaciones para escabullirme por la puerta trasera; solté un suspiro cuando me vi ahí, ya que me sentía lejos del mundo, y cerca de su corazón. Comencé a caminar, pensando; en Zack, que había querido invitarme a pasear por Hogsmeade y el lago ese día, pero me había inventado que estaba enferma y para hacerlo más creíble que no me podía ni levantar de la cama, le pedí a Matt que diera el mensaje. Ahora Matty estaba en la sala común de polizonte. Esperaba y Zack no se diera cuenta porque no sabría como manejar el asunto. ¿Qué le diría? ¿Por qué le había mentido? No era como sí me importara demasiado lo que opinara él, más era extraño.

Me obligué a despertar cuando vi a mi profesor a dos metros de mí; sentado a la sombra del árbol, parecía leer ya que en sus manos llevaba un gran libro cuyo titulo no alcanzaba a distinguir. Su cabello se mecía con suavidad al viento primaveral; llevaba la corbata ajustada,  el viejo traje marrón que tanto me fascinaba y sus pantalones raídos. Algo anormal que detecté fue un enorme perro negro sentado a su lado; parecía dormido. 

—Eh, ah... ¿Hola? —Saludé, poniéndome frente a él.

— ¡Charlotte! —respondió efusivo, cerrando el libro—. ¡Siéntate! Pero espera —le tironeó con algo de fuerza la cola al perro negro, haciendo que se despertara—. Canuto, sé buen perro, y vete —el perro negro, se levantó y al verme movió la cola. Parecía feliz de verme, y me sentí enternecida. ¡Era una ternura! Me arrodillé junto a él y le rasqué tras las orejas.

— ¿Es suyo? ¿Por qué lo corre? ¡Es adorable! —exclamé, sin dejar de acariciar al perro.

—Sí...Se podría decir que es mío —hizo una mueca ligera con los labios—. Está pulguiento, no deberías tocarlo mucho —Como sí supiera, el enorme perro negro soltó un gruñido al oír aquel comentario. Solté una risita.

—Es adorable —le dejé de rascar, y "canuto" pasó su lengua por mi mejilla. Negué con la cabeza, risueña.

—Canuto —advirtió mi profesor al enorme perro negro. Éste, muy obediente, (tanto que me asustó un poco) Se alejó por el bosque meneando la cola de un lado a otro. Lo vi irse, y me pareció conocerlo de algún otro lado. No obstante, no pude cavilar mucho porque mi profesor habló, y como es siempre que habla, me perdí en su voz.

— ¿Cómo estás? —muy timidamente, tomó mi mano entre las suyas, un gesto que me hizo sonrojar de inmediato—. ¿Te has puesto al corriente en clases? 

—Sí —respondí, un poco incómoda—, ¿Y usted? 

Mi profesor no respondió, sino qué, se quedó viéndome fijamente a los ojos. Durante los primeros dos segundos le sostuve la mirada, y noté como el mar oculto que había en su iris se mecía con suavidad, con paz y tranquilidad.

—Lo más lógico sería que me tutearas —dijo, de pronto—. Pero, ¿te cuento un secreto? —su voz se convirtió en un susurro. Asentí, hipnotizada por sus ojos; azules y brillantes—. Me gusta que me hables de usted... Me haces sentir un poco importante —su voz casi se había perdido tras esa confesión, y sus mejillas se habían encendido de un rojo fuerte. 

Oh, mi dulce profesor...

—Pero es una injusticia —repliqué con un puchero formado en mi barbilla—. A mi me fascina su nombre, profesor.

—Y a mí el tuyo —besó mi mano con suavidad. Me estremecí al mero contacto de sus labios; eran más finos que los de cualquier chica que conocía, y una cicatriz se posaba sobre ellos.

— ¿De qué hablaremos? —pregunté para deshacerme de la corriente eléctrica que me recorría. Él asintió, apretando mi mano.

—No lo sé. Yo te dije lo que pasaba por mi cabeza, y eso no ha cambiado —una sonrisa se pintó en sus labios—. Usted, madame, es la que me ha dejado en dudas, la que me dijo que me diría que decidió. 

Pasé saliva por mi garganta con nerviosismo. La respuesta era más que obvia, él era todo lo que quería para vivir, y con el hombre que quería pasar el resto de mi vida. Y ¿Cómo me desharía de Zack? Bueno, ya pensaría en eso. Apreté su mano cálida con fuerza, y lamenté que la mía sudara tanto.

—La verdad es que en este momento, siento que me gustaría pasar el resto de mis días a tú lado, Remus —murmuré, elevando mi vista a la suya—. Claro sí... sí...sí tú crees que eso es...posible...yo...

Remus puso su dedo índice en mis labios, temblorosos por la presión que sentía. Él asintió.

—De acuerdo —soltó un suspiro—. Entonces... Bien, sólo déjame... —Cerró los ojos con ligereza. Parecía aturdido, confundido y me sentí un poco mal. A lo mejor él no esperaba eso, o se habría dado cuenta de que no quería nada conmigo, y quería que  yo le apoyara en la idea. Mi estómago se encogió; aunque iba preparada para todo, no estaba dispuesta a que algo malo sucediera estando tan cerca de él.

—Entenderé... Sí..sí usted no...

—No es eso, Charlotte —abrió los ojos, y me sonrió—. No te preocupes, sí tú así lo quieres, me quedaré contigo el tiempo que quieras —acarició mi mejilla, sonreí de lado, y él acomodó un mechón de cabello tras mi oreja—. Pero sabes los riesgos que ello conlleva, ¿verdad? 

Lo vi de nuevo a los ojos. Vi su cabello mecerse al viento, y el olor de la naturaleza invadió mis fosas nasales. El momento parecía más mágico sin ser nada en especial lo que ocurría; sonreí estirando mis labios hasta que me dolieron. Yo por él estaba dispuesta a ir azkaban de ser necesario. No me arrepentiría. Jamás. Pero, ¿él?

— ¿Y usted, profesor? —repliqué con suavidad, acercándome a él, y poniendo mi mano sobre su pecho—.  ¿Usted lo sabe? —repetí. 

—Lo sé, y temo por ti —admitió, con una sonrisa triste.

—Yo intentaré amortiguar el temor; no se preocupe —sonreí y le planté un suave beso en sus labios. Me sentí una atrevida, pero él correspondió. Se sentía bien sentir sus labios contra los míos, era como sí ambos estuvieran hechos el uno para el otro. Tomé su cabello y lo apreté entre mis dedos; era suave como la seda, castaño y gris.

—Te adoro, Charlotte —murmuró contra mis labios—. Eres mi adoración, pequeña.

Me estremecí de amor ante esa confesión, y quise que el mundo me tragara y me lanzara contra sus brazos. Lo abracé, hundiendo mi cara en su cuello, sintiéndome protegida con sus fuertes brazos rodearme. Me sentí en casa cuando me encontraba en su presencia. Él era mi hogar, y yo el de él. 

—Te adoro más, Remus —suspiré contra su cuello. No supe cuanto tiempo permanecimos así; abrazados, en silencio, escuchando el sonido sibilante del viento y nuestras respiraciones acompasadas. No era necesario hablar; nuestros corazones se encargaban de hacerlo por sí mismos. Ellos charlaban, nosotros sentíamos.

Tras varios segundos (o quizás miles de horas) Remus me acomodó entre sus piernas, y me abrazó como si fuera una niña pequeña. Me encantaba su trato hacia mí; de respeto, de violencia y de amor todo en un solo movimiento. Parecía como un gran padre, pero en realidad era el amor de mi vida, maduro y cortés.

—Tengo algo para ti —susurró contra mi frente, dejando un cálido beso en ella—. Espero te guste.

Fruncí el ceño al ver que ponía en mi regazo el libro que leía cuando llegué. No obstante, al tomarlo entre las manos, me di cuenta de qué era el libro que yo le había dado por Navidad; el extraño libro que el anciano de la tienda no nos había cobrado. Miré a Remus, y él me insistió con la mirada en que lo abriera. Lo hice; en la primera página me encontré con la descripción del libro que ya había leído al adquirirlo, más al darle vuelta a la primera hoja, me encontré con casi una página entera escrita a mano. Era letra pulcra, fina y para nada torcida. Sonreí de lado, imaginando quien lo había escrito.


«Había una vez una princesa; hermosa y bella que respondía al nombre de Charlotte. 

Contaba con escasos dieciocho años,  pero tenía una belleza y hermosura sin igual; en todo el reino no se podía encontrar persona alguna capaz de hacerle frente en cuánto encantos y modales se trataba; poseía unos enormes ojos castaños que hacían juego con su melena de seda. Tenía facciones finas, y un corazón tan grande que sobresalía más aún que su físico; bardos hacían sonatas sobre su nobleza, belleza y corazón.

Todos los nobles cortesanos estaban enamorados de ella. ¿Quién no?

Pero más allá de los muros del castillo, un viejo profesor deliraba por ella como ningún otro joven cortesano. La tenía presente en su vida y en sus sueños. Trabajaba con ardua labor por ella, sólo vivía para ella a pesar de que nunca tendría una oportunidad en su corazón joven y tierno, porque no semejaba a un príncipe o algún noble. ¿Qué oportunidades tenía el desgarbado profesor contra todos ellos?»

Cuando terminé de leer, sentí los ojos conmocionados. Así qué... Así que eso era lo qué él veía en mí, ¿Una princesa? Sonreí enternecida, cerrando el libro y viéndolo.

— ¿Continuará? —pregunté.

—Sólo sí tu quieres continuarlo —me murmuró—, ese libro lo vi una vez, pero jamás tuve con quien escribirlo.

Lo abracé contra mí, y sentí entre mis brazos el objeto más preciado. Era como un bebé de ambos, sólo que no tenía los hermosos ojos de él, o mis cabellos. La puesta de sol había comenzado hacía rato, y la oscuridad no tardaba en cernirse sobre nosotros. Su rostro se veía sombrío sin luz, se veía triste. Acaricié su mejilla con mis manos, y noté todos los relieves de esas cicatrices tan viejas como mi vida.

— ¿Por qué tienes tantas cicatrices? —Pregunté, sin dejar de acariciarlo. Él tomó mi mano, y la besó con suavidad.

—Es hora de volver al castillo —me susurró, plantando sus tiernos labios en mi mano—. Mañana es día de clases. Tienes que cenar para ir a dormir.

Quise discutir. Pero sabía que era un tema del cual no quería hablar, y  tampoco quería echar a perder mi progreso con él. Sonreí, asintiendo. Hice ademán de levantarme de sus piernas, pero él me abrazó con efusividad contra su pecho.

—Sé mi novia —pidió, besando mi frente. Yo aferré su brazo con mis dedos, con tanta fuerza que temí hacerle daño.

—Ya lo soy, Remus —susurré, y levanté mi rostro para besar sus labios. Fue un beso corto, porque él me separó con delicadeza. Quizás aún no estaba listo para besarme y hacerme suya, como dicta todo. ¿Yo lo estaba acaso? 

Canuto ladró. Ambos nos levantamos con una sonrisa viendo al perro negro que nos movía la cola feliz. Remus entrelazó mi mano con la suya, y dejó una caricia sobre la cabeza del perro.

—Canuto parece feliz por nosotros —murmuré, inconsciente de haberlo hecho.

—Sí, tal parece —suspiró.

— ¿Cómo lo sabrá? —quise saber, dirigiendo mis ojos a los de él.

—Pues —Remus me devolvió la mirada; serena y holgazana, con una sonrisa de lado floja—. ¿No has oído decir que el perro es el mejor amigo del hombre? —Asentí, y Remus pasó su brazo por mi hombro—. Canuto es mi mejor amigo.

El perro ladró y yo sonreí. Ese día había sido el primero (y esperaba no el último) que pasabamos en total tranquilidad. Mi profesor me llevó de nuevo a Hogwarts, seguidos siempre por canuto, que nos cuidaba como una sombra.



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Hola chicas, disculpen sí el capítulo no es lo que esperaban, ya saben *cof cof co* Pero tuve una semana difícil y no quería dejarlas sin capítulo sdfghjk la cosa se pone calientita lo prometo.


Les dejo un gif de Remus. Asdfghjkl quiero tenerlos todos :3 Sobre todo para admirarle el bigotito francés que se carga 7u7r











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