Capítulo 26.


Instintos.


— ¡Tú eres mía!

El grito que el licántropo dio bien pudo haberse escuchado hasta el siguiente país. De forma incontrolable se abalanzó contra la chica castaña, y la arrempujó contra la pared que había detrás. Ese instinto animal sólo lo conocía en sus noches de luna llena, pero ahora lo llenaba como ser humano. Era una mezcla de ardor, pasión y otro sentimiento tierno que no podía identificar. Sólo tenía en mente una cosa; sentirla. Quería pasar sus manos por toda su piel y sentir la calidez que emanaba. Su boca chocaba con torpeza contra la de ella; mordía, rasguñaba, y amaba de forma torpe.

—Remus... —suspiró ella. El aludido dejó escapar un gemido ronco; su nombre en sus labios era como el paraíso—. Yo... te amo.

El hombre alzó la cara, quedando frente a frente con la de ella; estaba sudorosa, sus ojos cerrados y el rostro contraído.

—Yo también, Charlotte —besó sus labios de nuevo con frenesí. La pegó lo más que pudo contra la pared y apretó su cintura con ambas manos.

—Te amo, te amo —la voz de Charlotte poco a poco fue distorsionándose.

—Yo también te amo, bésame... Bésame más.

—No porque tú aliento huele peor que el hocico de un troll —Remus frunció el ceño ante la respuesta y abrió los ojos; estaba en la casa de los gritos. Sudaba con fuerza, y a su lado cerca de su oído estaba el mugriento de Sirius con una sonrisa divertida en sus labios.

Remus rodó los ojos. Soltó un suspiro viéndose la ropa desgarrada, y aliviado, ya que había sido el último día de luna llena.

— ¡Pero que interesantes nuevas pesadillas tenemos, Lunático! —Sirius se levantó del camastro, y señaló la entrepierna del licántropo con un dedo. Remus soltó un suspiro; no le pasaba desde que era un adolescente.

—Es normal —se excusó, poniéndose en pie con pesadez.

—Era normal cuando tenías diecisiete —replicó Sirius, rascándose el cabello—, yo por ejemplo. Me pasaba con McKinnon, y no se me quitó hasta que fue mi novia —sonrisa de lado, a lo merodeador.

—Bueno, en esas épocas, Lene estaba soltera y babeaba por ti.

—Fue tu culpa, Lunático, yo te lo dije...

— ¿Qué querías que hiciera, Sirius? —Remus elevó la voz, tomando agua de la jarra de hierro oxidado que tenía para lavarse el rostro—. Dime, joder ¡¿Qué putas hacía?! —gritó, lanzando el cacharro a un lado. No, a pesar de haber pasado más de tres semanas desde que Zack le había pedido noviazgo, y que, lo peor, ella había aceptado, Remus no se reponía del asunto.

— ¡Pero calmemos los ánimos! —Exclamó Sirius—. Te diré; te la podrías haber raptado, podrías habértela tirado, o mejor ¡Podrías haber dejado de ser un idiota y haber aceptado el hecho de que te gusta, le gustas y haberme hecho tío!

—Es...Demasiado pequeña...

Sirius se levantó y caminó hasta Remus sólo para meterle el sopapo más fuerte de su vida. El castaño cerró los ojos, sobándose.

—Ve y dile lo que sientes o sino aquí va a ocurrir un accidente —Sirius le palmeó los abultados bajos a Remus, haciendo que éste último se incomodara—. ¡Ve a por ella! No sé, cómprale, esas cosas que les gustan a las mujeres... Los hum... No sé, bromas de zonko, o una pluma con tinta invisible.

Remus tragó saliva. Él no quería hacer más grande el asunto; ella ya se había acomodado con Zack, y él estaba acostumbrado a sufrir. ¿Por qué arriesgarse a una causa, quizá ya perdida?

— ¿Y sí me dice que no? —un puchero se formó en su barbilla—. O... ¿Sí me dice que sí?

—Sí te dice que no... Fue tú culpa, Rem. Toda tu culpa, igual, te prometo invitarte el Whisky de fuego... Pero sí te dice que sí, no seas estúpido y la dejes ir con facilidad, sólo ponte a contar quedan... —cuenta con los dedos—. Menos de cuatro meses para salir. ¡Y serán libres para babearse y decirse cosas bonitas! No renuncies a ella, Lunático.

Remus asintió.

—Pero Sharkey es atractivo, es tierno, tiene dinero...

—Y tú tienes chocolate —le dio una palmada en la mejilla—, largo de aquí, lobito, ve a por tu futuro.

Remus se paseó por hogsmeade. Pero no encontró nada para darle; todo era un poco superficial, y ella se merecía lo mejor del mundo. Así que, con el corazón hecho un nudo decidió volver al castillo. Entre hierbas y árboles pensaba en lo que debería decirle; "Charlotte yo... Me gustas, y lo siento" No, eso no "Charlotte... ¿Quieres ser mi novia?" Menos... "Charlotte...Charlotte..." Oh, deliraba el profesor Lupin. ¿Qué tenía esa pequeña castaña que lo volvía loco? Quizás su ardiente fervor por pertenecer a Remus, sí era lo más probable.

Antes de llegar al castillo, se topó con una mata de flores color blanco. Eran lirios. Remus sonrió y de forma instintiva se acercó y arrancó una pobre, escuálida flor. Se la llevó a la nariz; olía muy bien. Pensó en Charlotte, y pensó en que le agradaría, así que la tomó con fuerza entre sus manos y entró, siendo Filch el que lo recibió.

— ¿Cómo está, Profesor? —saludó Filch.

—Bien, gracias —sonrió amable, el profesor.

Caminó antes de que le dijera una vez más como era la tortura en la escuela antes, mucho antes del profesor Dippet inclusive. El aire fresco de Marzo le infundió coraje para hacer lo que tenía en mente. Sólo le diría sus sentimientos por ella, y le pediría una disculpa. Sólo eso. Sí, bien. ¡Muy bien!

Al llegar a los jardines entre la gran multitud que disfrutaba del clima primaveral vio a Matt Bones. Solo. Viendo a la nada. El profesor había notado su decaimiento ya que había dejado de participar en clases, y se la vivía solo. Sus amigas, ambas con novio, y él sin otra compañía... Aunque quizá, (Remus había supuesto) Él estaba enamorado de Charlotte, sino, ¿Qué otra explicación había para hacer todo lo que ella quisiera? ¿Qué clase de persona hace favores sin esperar nada a cambio? Los verdaderos amigos y los enamorados en silencio. Esperaba con fervor que Matt fuera un verdadero amigo.

—Matt —se sentó junto a él—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tú padre? —Remus no fingía interés. Él de verdad quería saber cómo estaba él, sobre todo Edgar a quien no había visto desde hacía diez años.

—Papá está cada vez más atareado siendo auror —confesó con voz cortada—. Y yo estoy bien, gracias, profesor, ¿Usted?

—Bien, gracias —despeinó su cabello con fraternidad—. No te veo muy bien, Matt, sí necesitas un amigo, puedes confiar en mí, ¿Sabes? Soy menos aburrido de lo que aparento.

Matt sonrió.

—Pubertad —dijo, encogiéndose de hombros—. Que sea listo no me salva de pasar por cambios. Pero estaré bien.

Remus volvió a revolver sus cabellos.

—Yo sé que sí, eres muy fuerte.

Matt asintió, meciendo los pies en la banca. Remus suspiró para sus adentros.

— ¿Y tus amigas?

—Victorie creo que está en detención... Y Charlotte —Matt titubeó—. En la biblioteca. Su enorme y baboso...Digo, Zack le está ayudando con las tareas pendientes que no ha terminado.

Una sonrisa nació en el licántropo. Estaba de acuerdo, muy de acuerdo en que era un enorme y baboso, sobretodo; un miserable, un hijo de...

—Ah, bueno... Yo tengo que preparar las clases para mañana —le sonrió—, te veo mañana en clase, Matt.

—Hasta luego, profesor —el chico volvió a perder la mirada en el césped. Se veía enserio deprimido, pero Remus no podía perder tiempo. Se lo recompensaría después.

Corrió por la entrada hasta las escaleras, abriéndose paso entre los alumnos que le sonreían. Remus era uno de los profesores más queridos por el alumnado por su buen trato y clases para nada tediosas. Pero Rem no tenía tiempo de corresponder; debía llegar a la biblioteca, debía culminar con todo antes de que, como decía Sirius, sufriera de un accidente.

Cuando llegó, se detuvo para respirar un poco. Tiempo suficiente para que la parejita saliera de la biblioteca. Remus se quedó serio al verlos salir; Zack la tomaba de la cintura, sonriente, y ella se limitaba a guardar sus cosas en la mochila. Él la miraba con lujuria, ¡Era un maldito pervertido que quería aprovecharse de su chica! Remus soltó un gruñido, pero se quedó callado; ellos todavía no lo habían visto.

— ¿Verdad que estaba muy fácil la tarea, mi amor? —Dijo Sharkey.

—Sí, Zack. Gracias —contestó Charlotte. Remus podía notar falsedad en su sonrisa, y se sintió superior, pero a la vez un imbécil. ¿En serio pelearás con un adolescente?

—Bien, cariño, ahora que estamos libres —Zack entrelazó sus dedos con los dedos de la mano de ella, y se acercó pegando su cuerpo al de ella—. ¿Qué tal sí... sí vamos por ahí? Me muero porque me des un premio, ya sabes —rozó sus labios con los de ella.

—Yo, ah... —Zack la calló con un beso, poniéndola contra la pared. La danza de aquellos labios no se veía para nada falsa.

Remus, no.

Cálmate. Es una farsa.

No hagas nada estúpido. Decía su consciencia.

—Remus sí —bufó él, sintiendo esa furia animal que lo abordaba en días de luna llena. A grandes zancadas acortó la distancia que había entre él y la parejita—. ¡Oigan ustedes!

La pareja se separó de inmediato. Notó la mirada de ella sobre él, pero Remus sólo tenía ojos para el desgraciado ese.

— ¡¿No saben que está prohibido besarse, y toquetearse en los corredores?! —estaba fuera de sí.

—Sí, señor, pero sólo era... —intentó explicar Zack.

— ¿Pero sólo era que...? —Entrecerró los ojos—. ¿Qué? ¡Dígamelo, Sharkey! Para ir y tramitar su inmediata expulsión. ¿Acaso no saben que está prohibido cosas todavía más fuertes?

Los alumnos que estaban en las aulas y en la biblioteca al oír el alboroto salieron para chismearse el nuevo asunto. Remus no lo notó. Remus estaba fuera de sí.

—Tranquilo, profesor —intervino la chica castaña, dando un paso adelante—. Fue sólo un beso. Además es mi novio, somos mayores de edad, y sí él me pide más, se lo daré sin dudarlo —Charlotte pasó un brazo por el de Zack, haciendo que éste sonriera con sorna.

— ¿Ya le has dado más? —Remus centró su atención en la castaña —. ¡Sí tal es el caso para expulsarlos a ambos!

—No —respondió Zack, su voz era temblorosa—. Tranquilo, profesor, sólo fue un beso... Es normal, ¿No? —dijo, viendo a Charlotte con una sonrisa ladeada.

Sí, Remus, es normal. Cálmate.

— ¿Qué pasa aquí? —Genial. Estupendo. El murciélago de las mazmorras con su ética intachable viene a mediar el asunto.

—Nada, lo tengo controlado, Severus —resopló Remus, tomando una bocanada de aire. Su rostro estaba rojo y tenso de ira.

—Yo también soy profesor, Lupin —replicó—, ¿Qué pasó? —interrogó a los muchachos.

—Me besé con Charlotte y creo que al profesor no le pareció.

— ¡Qué raro! —Exclamó Severus, llevándose una mano a la mejilla—. Pero sí la otra vez también los cachamos besándose, y no sólo eso, sino que también olían a alcohol —vio con fijeza a Remus que parecía agotado—. ¿Qué ocurrió, Lupin? ¿Ya no te parece que ellos dos se besen?

Remus apretó los dientes. Soltó un suspiro leve, y tras varios segundos, asintió.

—Sí, ya no me parece. Tienes razón, Severus —dijo entre dientes, y después vio a los chicos—. Están castigados —fijó su mirada en Zack, luego en Charlotte—. A mi oficina, señorita Studdert y usted —vio a Zack —. Usted vendrá a las ocho a mi despacho, ¿Está claro?

—Sí, señor —dijo Zack—. Te veo más tarde, Charlie. Te quiero —le susurró a su novia.

Sosténganme, que lo mato.

—De acuerdo, Zackie —respondió ella, y se cruzó de brazos entornando una fea mirada al profesor Lupin—. Lo sigo, profesor.

—Lupin —dijo de pronto Snape—. Deberías regañar alumnos más seguido. Contener ira podría llevar a asesinar a alguien.

Remus ignoró el comentario de Snape, y viendo a Charlotte comenzó a caminar con rapidez a su despacho. ¡Todo estaba en su contra! La chica parecía perdida por el baboso idiota, y él, él parecía que ya no existía en su mente. ¿Acaso todo había sido un juego? ¿Se podía borrar en tres semanas amor por otra persona? Aunque quizá... Quizá no era amor.

El castaño deseaba con todas sus fuerzas que lo fuera.

Tras cinco minutos de incómodo silencio, llegaron al despacho de Remus. Una oficina cuadrada con tres sillas de madera. Él se sentó detrás de su escritorio, y le indicó a Charlotte que se sentará con la mano.

— ¿Estoy castigada? —Preguntó ella, con aparente inocencia. Remus todavía tenía el hígado ardiendo de rabia, pero intentando aparentar su calma de siempre. Soltó un suspiro.

—No lo sé —se encogió de hombros—. Charlotte... Eres tan... Merlín... Tan... —negó con la cabeza, cerrando los ojos. Más la castaña se puso de pie.

—Profesor, ¿Qué quiere de mí? —elevó su voz, con cierto enfado. Remus abrió los ojos, sorprendido—. ¿Qué más quiere? ¡Maldición! —su voz se tornó chillona—. ¡Le di todo lo que tenía! —Gritó con fuerza—. ¡Le di mi corazón virgen e intacto de amor! ¡Le di mi primer beso! ¡Le di todo, maldición, todo! ¡Incluso mis estúpidas lágrimas! —Sus ojos acuosos, rompieron una parte del corazón de Remus—. ¡Sé que eso no le importa, ya lo entendí a las malas! ¡Pues bien déjeme vivir a mí y el pedazo de vida que me queda! ¡Déjeme en paz! ¡¿Cómo más tengo que pagar el error de haberme enamorado de usted?! ¡¿Llorando más?!

La castaña se desplomó sobre la silla sollozando con fuerza. Remus estaba atónito. ¿Cómo reaccionar cuando una mujer lloraba por culpa de él? Odiaba que llorara, y todavía peor; odiaba no saber cómo hacerla sentir mejor. Los sollozos se ahogaban por sus manos. Parecía rota. Parecía desconsolada. Remus se miraba en un espejo. Él sabía lo que se sentía, más no quería que ella lo padeciera. Todos menos ella.

Se levantó y colocó a su lado. Se arrodilló, y con manos temblorosas intentó retirarle el cabello de su lindo rostro.

—Charlotte...

—Déjeme en paz —susurró ella a través de sus manos—. Déjeme morir en paz... —se levantó tambaleante, y Remus la imitó—. Quiero morirme en paz.

El profesor hizo una mueca ante el terrible dolor que desconocía haberle causado a su alumna.

—Ven aquí, Charlotte —dijo, y abrió los brazos para abrazarla, pero ella se hizo hacia atrás, evitándolo.

—No, por favor, por favor... —suplicó llorosa, pero Remus la ignoró y la abrazó con fuerza, con toda la fuerza que tenía acumulada, con todo el cariño que sentía por ella. La abrazó por tiempo indefinido.

—No llores, Charlie —Susurró en su oído—. No llores más. Nadie merece tus lágrimas, nadie. ¿Me entiendes?

Ella no respondió. No podía parar su dolor. Las lágrimas fluían como si fuera un manantial de dolor. Remus se mordía los labios temblorosos por la emoción. Un suspiro escapó de su boca, reprochándose el hecho de haber cometido tantas estupideces. Como responderle la carta a Honey, o haberse arriesgado a idioteces que, sin duda, terminarían con alguien roto.

Pasaron varios minutos para que Charlotte pudiese calmarse, al término de éstos, Remus la separó con cuidado de él y la tomó por los hombros con suavidad y cariño. La vio a los ojos; llorosos, destrozados, llenos de ojeras. Supo que él era el causante de todo eso. Y le dolía.

—Charlotte... He comprendido que te quiero —directo y simple, como siempre—. No sé cómo pasó, no... No tengo idea de cómo me llegaste a gustar tanto. Sólo sé que quiero asesinar a Zack por estar junto a ti. Y que me quiero asesinar a mí mismo, por no haberte dicho esto antes de todo lo que ocurrió. No pido perdón. Sólo quería que lo supieras, ¿Sí?

La castaña se quedó seria, viéndolo. Parecía incrédula, o más bien, en su interior luchaba una batalla interna. ¿Creerle o no? ¿Diría la verdad? Más al final, se hizo hacia atrás, deshaciéndose del agarre del profesor.

—No le creo —dijo al fin—. Es un presumido y un arrogante sí cree que caeré de nuevo sólo porque me dice eso —su ceño se arrugó. La depresión daba paso al coraje y Charlotte se veía molesta.

—Charlotte, por favor...

— ¡Por favor usted! Deje de jugar conmigo —le gritó e hizo ademán de caminar a la puerta, más Remus se interpuso—. ¡Déjeme salir! —Charlotte estaba histérica. Remus lo notó y por un momento estuvo a punto de hacerse un lado, pero en vez de eso siguió su instinto animal. Ese que odiaba.

—Lo siento —murmuró antes de abalanzarse contra la castaña, poniéndola contra el escritorio. La tomó del rostro con ambas manos y besó sus labios con desesperación. ¡Como los había extrañado! Adoraba a esa niña. Su niña de ahora en adelante aunque ella no quiera saber nada más de él. ¡Qué bien se sentía amar y ser amado! Movió su boca con desesperación, y bajó sus manos a su cintura donde acarició su espalda con suavidad. Él pudo sentir como ella hundía sus manos en su cabello y tiraba con fuerza de él. Le gustaba. Le encontraba amor a la violencia, a la brusquedad de sus movimientos, no quería parar, pero sus pulmones exigían oxígeno.

Remus se separó de a poco de sus labios. Rozaba ambos pares de bocas con cuidado, porque no quería estar lejos de ella. Le dio un corto beso, y se separó de inmediato porque sabría que no podría controlarse. La voz de Sirius resonó en su mente por un instante.

—Dame una oportunidad —pidió Remus—. Sé que...Es cuestión de tiempo para que todo se nos derrumbe, así que aprovechemos.

— ¿Por qué dices eso? —Preguntó una exaltada Charlotte. Sus mejillas coloradas la hacían tierna, adorable.

—Sólo lo sé —respondió Remus—. Mírame. Esto no es normal. No suelo perder el piso. Estas cosas sólo las hacen los adolescentes, y me siento mal...

—Tengo que pensármelo —suspiró Charlotte, intentando deshacerse del agarre del profesor con cuidado—. Tengo novio ahora.

—Lo sé, pero...

Un golpe resonó afuera del despacho y después varios pasos apurados. De inmediato, Remus se abalanzó contra la puerta y abrió; no había nadie. Frunció el ceño, consternado; alguien había estado escuchando. Alguien había presenciado todo. Su rostro se tornó pálido y apretó la puerta con fuerza lleno de impotencia de no saber quién había sido.

— ¿Qué ocurre? —Charlotte se acercó a él.

—Alguien... Estuvo aquí —Remus apenas tenía voz.

—Oh, eso no es nada bueno, ¿Cierto? —Preguntó ella, poniendo una mano en el pecho de él. Remus sonrió, tomando su mano.

—No te preocupes —Claro que no, él preocupado debía ser él—. Mejor dime, ¿Qué piensas?

—Qué... Qué todo es muy confuso —admitió Charlotte, tallándose los ojos—. Debemos hablarlo con tranquilidad en otro lado...

— ¿En dónde?

—En nuestro escondite de las tres escobas, ¿te parece? —sus ojos brillaron. Remus sonrió al verla un poco más repuesta.

—De acuerdo... Y... puedes volver a clases —siseó él, besando la mano de Charlotte. La castaña asintió con una sonrisa a medias. Se podía ver que libraba una lucha interna. Él se hizo a un lado para que saliera, y ella comenzó a bajar los escalones.

Inevitablemente, Remus gritó:

— ¡Te quiero!

Charlotte soltó una risita desde abajo en el aula, y se giró para gritar:

— ¡Ya lo sé!

— ¡Dime que me quieres! —Exigió Remus. Aunque parecía divertido, en realidad estaba angustiado.

Charlotte caminó hasta la puerta del salón de D.C.A.O. Y se giró para decir:

— ¡Me lo pensaré!

Remus apretó los ojos, y el barandal de la escalera.

¿Qué demonios acababa de hacer?

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