Capítulo 23.



Remus Lupin se despertó de golpe. Estaba sudoroso y sus ojos dilatados por el miedo que aquella pesadilla había infundado en todo su organismo. Con la respiración agitada, observó a todos lados mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad de la habitación. Él conocía a la perfección aquel cuarto. Había sido su compañero de infortunios cuando adolescente. Estaba en la casa de los gritos.

—Buenos días, Remus-me-bebo-todo-lo-que-rosmerta-me-de Lupin —Sirius Black salió de un rincón del pestilente lugar. Con los brazos cruzados y una sonrisa canina adornando su rostro.

— ¿Por qué estoy aquí? —preguntó Remus, poniéndose lentamente de pie.

— ¿Querías que te dejara en el bosque? ¿Con Sirius Black suelto? ¿En serio, así me agradeces que te haya salvado el pellejo?

—Tú sentido del humor vuelve a ser el mismo, supongo que eso es bueno—dijo Remus, frotándose el cuello con los ojos aún adormilados—. ¿También tienes mi maleta? Debo tomar un tren a...

— ¿A...? —Sirius alzó una ceja. Sabía que Remus no tenía a donde marchar.

—Casa —encogiéndose de hombros, Remus respondió.

—Lo siento, Rem. No puedes irte.

—Ya está decidido —contestó el hombre lobo, fijando la mirada en su amigo.

Sirius sonrió aún más amplio. En esa sonrisa, Remus atisbó la tristeza que azkaban había marcado en su amigo. Jamás volvería a sonreír de entera felicidad como años atrás.

—Te diré porque. Primero; tenemos un plan, ¿recuerdas? La asquerosa rata todavía anda aquí, y lo peor es que convive diariamente con mi ahijado —dio un paso a Remus, algo turbado—. Yo juré no fallarle ni a James ni a Lily, ¡y tú me ayudarás a vengarlos! Juro que estrangularé y cortaré dedo por dedo de ese miserable. Cada uno por un año en azkaban, por un año en el que Harry creció sin sus padres...

Remus soltó un suspiro quedo: Le dolía ver a su amigo así. Le dolía haber perdido a uno de sus mejores amigos, y por culpa de otro a quien consideraba también su mejor amigo. Con la tranquilidad que siempre parecía acompañarlo, Remus le tomó por el hombro y asintió con lentitud.

—Lo harás, Sirius. No desesperes.

—No fallaré —Sirius dejó de tensar las facciones, y de pronto, muy radicalmente, una sonrisa de picardía y ojos brillosos de diversión hicieron que su semblante se volviera jovial y merodeador.

—No sabías que tenías novia, Remusín.

Remus rodó los ojos y bufó pesadamente.

No, no, no...

—No es mi novia, Sirius. 

— ¿Y por qué la besaste entonces, eh? —Sirius acercó su rostro al de su amigo, con diversión pura ardiendo en sus pupilas—. ¿A las que no son tus novias también las besas, las abrazas y les dices cositas bonitas?

—No le dije...

— "Es usted demasiado valiosa como para correr el riesgo" —el moreno se llevó una mano dramáticamente a la frente y echó atrás el cuello—. "Oh, Señorita Studdert,  soy un mal profesor, un mal hombre, pero beseme mucho" —Sirius imitaba de forma terrible la voz de Remus, lo que no hacia más que incrementar su irritabilidad.

—Ya. Cállate.

— "Sigo siendo virgen, porque he esperado 20 años por usted" —continuó Sirius, divertidísimo—. "De hecho, dejé plantada a Mary McDonald en séptimo porque apareció en uno de mis sueños".

—¡Sirius! —reprendió Remus con el rostro sonrojado. Recordar aquel incidente, y de paso el que tuvo con Charlotte lo hacia sentirte terriblemente mal. 

Sirius lo notó. Soltó un suspiro negando con la cabeza.

—Lunático —tomó a Remus por los hombros, fijando sus ojos grises en los azules de su amigo—. Ella te quiere. ¡No, cállate, y déjame hablar! —le dijo al ver que le iba a interrumpir—. Dale una oportunidad. Sé que dirás: "es una alumna, bla bla bla" Pero es mayor de edad, y además, en un par de meses, ella no será una alumna, sino una chica que está completamente ciega por su horripilante profesor.

—Soy un hombre lobo —le recordó Remus, con una sonrisa triste—. Soy más grande, no tengo dinero y... Mírame.

—Yo soy un animago —respondió Sirius—. Soy de tu edad, tengo millones de galeones en gringotts que jamás podré gastar, además de que soy un ex convicto, buscado como el hombre más peligroso de la tierra porque asesinó a sus mejores amigos, y a los padres de su ahijado —le dio una palmadita amistosa a Remus en la mejilla—. Sí te sientes mal por tus defectos Lunático, pregúntale  sí tiene una amiga, y nos vamos en una cita doble. ¡Incluso podemos apostar! Sí mi chica sale huyendo primero, me alabarás lo hermoso que soy todos los días.

Remus, pensativo, elevó su mirada al techo desvencijado de la casa que se caía a pedazos. Hizo una mueca, sin saber que hacer, como actuar o que sentir.

—Bueno —Sirius al ver que Remus pensaba, se acercó a una esquina de la habitación y tomó la maleta donde el castaño había empacado—. Profe, tiene que ir a hacerla de Minnie. Aquí tienes... y... —se encogió de hombros—. Sí no le das la oportunidad a la pobre cegatona, datela a ti Remus. Yo tuve chicas a montón, como James. ¿No crees que te mereces esto después de años de sufrimiento? piénsalo.

Remus tomó la maleta, y esbozó una sonrisa de lado saliendo de su ensimismiento. 

—Tienes alma de poeta. Cuando dejen de buscarte, podrías postularte como escritor. Harías un libro titulado "como tener diez chicas a tus pies sin que ninguna se de cuenta de que les pones los cachos con la otra". Y le harías la competencia a  Rita Skeeter.

—Haré mis propios chismes, y me conseguiré una sexy asistente —sonriendo, Sirius le arregló la corbata a Remus. Después dio unos cuantos pasos hacia atrás y se limpió una lágrima imaginaria viéndolo—. Mi pequeño está creciendo. Si Corni estuviera aquí, te diría que dejaras de ser estúpido...Bueno, vete ya.

Remus con una sonrisa afable, asintió. Una ligera nostalgia invadió su pecho al recordar a James Potter, a Sirius Black y él mismo huyendo del colegio lejos de los estudiantes para correr juntos por la pradera, cada uno convertido en su verdadera esencia.

Antes de irse, vio sobre la cama una capa negra con el escudo de Hufflepuff. Sonrió, y la tomó con cuidado entre sus dedos. La acarició inconsciente de que lo hacía, la dobló y se la llevó bajo el brazo ante la mirada fraternal de Sirius Black.


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— ¡Chaaarlie! —Matty me gritó con fuerza para escucharse por encima de los gritos y risas que abundaban en el pasillo. Acababa de levantarme. Había decidido perderme una hora de transformaciones, ya que anoche había llegado demasiado tarde a dormir.

Me acerqué a Matt con una sonrisa de oreja a oreja. En mi mente se repetía una y otra vez los sucesos que habían ocurrido la noche anterior. Pensaba en mi profesor de D.C.A.O... Pensaba en sus ojos turbios y tiernos, en su olor de licor y chocolate. Pero sobretodo, lo que me tenía enloquecida habían sido sus labios. Dulces, carnosos y deliciosos. Quisiera poder decir que sólo me interesaba en él de forma fisica solamente, porque, estar enamorada era algo duro. Sin embargo, lo quería de todo a todo. Me gustaban sus palabras, su forma de pensar, su mente. Él era perfecto por donde se le mirara, a pesar de las canas y las cicatrices, que por cierto, me enloquecían más que nada últimamente.

No obstante, quizá el beso que nos habíamos dado anoche había sido nuestra despedida. Él se habría ido ya a aquellas horas de la mañana. Quizás jamás lo volvería a ver, y anoche había sido nuestro único momento juntos posible en toda mi vida.

La sonrisa se borró un poco de mi boca ante ese pensamiento.

— ¡Hola, Matt! —dije, cuando lo alcancé.

— ¿Ya sabes lo que se dice? —caminó por el pasillo, directo a nuestra segunda clase; historia de la magia.

—No, ¿Qué dicen? 

—Dicen que durante toda la mañana un grupo de chicas de quinto, leonas, han estado en la oficina del profesor Dumbledore llorando por la partida  del profesor Lupin —Matt me contó el chisme, como mi nueva mejor amiga oficial debía mantenerme al tanto de cosas que me "interesaran" así como yo lo tenía que mantener informado, aunque él sólo se interesaba por las noticias del profeta.

Tensé la mandíbula. Me estresaba, porque conocía a esas estú...Esas chicas. Él era mío. Él es mío. Él siempre será mío.

—No me interesa —mentí.

— ¿Entonces ya no quieres el resto del chisme?

—No.

— ¿Segura? —le miré con fijeza, enojada—. ¿Aunque ese chisme diga que el profesor Lupin volvió a clase?

—Ni aunque dij...—me detuve en seco al escuchar eso. Lo miré, asombrada, mientras él sonreía con suficiencia. Noté como una tenue barba rubia comenzaba aflorar debajo de su mentón. Pasé saliva sintiendo mis manos hormiguear. 

Había vuelto...

—Vamos a llegar tarde, Charlie —Matt me tomó del brazo y me jaló con fuerza por los pasillos, atravesándolos como saeta. Yo seguía perdida en mi ensoñación. Mi mente tenía la imagen de Remus Lupin fijada en mis pensamientos. Sólo su nombre estaba en él. Era como si el pasillo y Hogwarts entero hubieran desaparecido, y me hubiera sumergido en un mundo café chocolate, azul ojos de él, y gris matizado con castaño de su cabello.

Nos sentamos, y le pedí a Matt con apenas aliento que se sentara hasta atrás. Binns que parecía habitar su salón de clase, escribía algo en la pizarra.  Yo también escribía para deshacerme de los nervios; en la parte trasera de mi libreta, con mi nueva pluma trazaba mi nombre completo junto al de él. Remus John Lupin. ¡Merlín hasta parecía hecho para escribir poesía! Unía nuestros nombres con muchas &, entre corazones, e inclusive, casi al término de la clase, escribí el nombre que le pondría a nuestros hijos.

— ¿Quién es Sherezade Lupin? —dijo Matt, que se sentaba al lado mío. Al oírlo cerré la libreta de inmediato.

—Eres un acosador —respondí, sacándole la lengua.

—Sólo quería copiarte la tarea, pero veo que no la anotaste —sonriendo, se puso en pie—. Es hora de D.C.A.O... Pero, ¡Oh, sí! Odias al profesor, así que te dejaré aquí, que tengas mucha suerte y...

Matt se colgó la mochila al hombro. Me levanté con cierta pesadez y emoción, dispuesta a seguirlo, pero antes debía decirle.

—Matt...—Susurré cuando el salón se vació.

— ¿Mande?

Elevé mi vista al cielo, y apretando los ojos de euforia, murmuré:

—Anoche me besé con el profesor de D.C.A.O.

— ¡¿QUÉ?! —Abrí los ojos, y vi la mochila de Matt en el piso—. ¡No! ¡Cielos, no!

— ¡Sí! —repliqué, emocionada. 

—No, Charlotte, no. ¡Eso no formaba parte del plan! Se suponía que lo besabas hasta la fase "Preparando el cohete" ¡Te haz saltado toda una fase, y...! —lo tomé de los hombros.

—Lo besé, Matt. ¿Sabes lo que significa?

— ¿Qué la amortentia funcionó?

Lo solté y rodé los ojos. A veces llegaba a ser un poco desesperante, y en ese momento tuve que recordarme a mi misma que era un chico. Que por más femenino que llegase a ser, seguía teniendo genes de chico. Y sobre todo, paciencia para mí.

—Vamos a clase, Matt.

—Bien —emprendimos la marcha por los pasillos—. Oye, creo que deberías de darle algo.

— ¿Cómo que? —Pregunté, distraída. 

—Un CD de romance, que te parece... ¿Joe Cocker?

Fruncí el ceño.

—Matt, seriedad por favor.

— ¡Un chocolate! —se metió la mano en la túnica, y sacó una barra de Honeydukes—. Es el endulzante del amor. Con esto lo tendrás a tus pies, GA-RAN-TI-ZA-DO.

Solté una risita pequeña y tomé el dulce que me ofrecía. A decir verdad me agradaba la idea de no llegar con las manos vacías. Guardé el dulce en mi suéter, y caminamos los dos minutos restantes en silencio. Mucha emoción, pocas palabras.

Al llegar al salón quise devolverme. Me daba pena. Jamás había tenido novio, y por lo mismo no sé que seguía del primer beso. ¿El segundo? Esperaba y sí.

Nos sentamos en medio. No había que parecer tan evidentes, sin embargo, me arrepentí de haberlo hecho cuando frente a nosotros, Zack Sharkey se reía con su enorme y baboso amigo. Solté un resoplido, que me costó unas palabras de Zack.

— ¡Charlotte! —Exclamó girando el cuello—. Creí que ya no venías por estos lares.

—Para tu decepción, aquí estoy, Sharkey.

—No me trates así —una mueca apareció en sus finos labios—. Yo te extrañé más que todos. Tú presencia siempre hace falta.

—Sí, si, Zack. Sigue riéndote. 

Zack se volteó, sin decir más nada. Por alguna extraña razón sentí que tenía una influencia en él que no todos podían ejercer. Suspiré, tamborileando mis dedos  en espera. Matt me sonreía, yo le devolvía la sonrisa. Escuché risas y reconocí que una era de Lizzie. Mi corazón se acongojó un poco, pero seguí esperando, y...

— ¡Buenos días, chicos! —el profesor bajó las escaleras de su despacho al salón. Al instante todos posamos la mirada en él. Se veía sonriente, feliz, relajado. Me alegré internamente de que estuviera mejor que anoche donde se acusaba de ser lo peor del mundo.

—Buenos días profesor —dijimos al unísono.

— ¡Hoy continuaremos con nuestros temas finales! Veamos la Legeremancia. La hemos intentado practicar, sin embargo, creo que nos faltan algunos conceptos por agudizar así qué —tomó un viejo libro que había sobre su escritorio, y suspiró—. Necesito que me hagan un ensayo pequeño, un pergamino si quieren, de lo que se trata, para que sirve, y en que situaciones debe utilizarse. ¿Alguna duda?

Una chica, Gryffindor, que compartían esa clase con nosotros, alzó la mano y dijo:

—Pensamos que se iría de vacaciones profesor.

—Decidí volver. No puedo dejarlos botados a pocos meses de sus EXTASIS. 

—Lo extrañaríamos mucho —añadió la chica, risueña y sonrojada. 

La sangre hirvió por mis venas. Era una resbalosa, una hija de...

—Y yo a ustedes, chicos —generalizó el profesor—. Bien, ¡Manos a la obra! 

Al instante todos sacaron sus útiles y su libro para comenzar a redactar. Yo por más que intentaba no verle, no demasiado, me era imposible. En cambio él mantenía su vista en un libro que traía en sus manos. Durante toda la clase no elevó la mirada, y me sentí un poco mal. Quizá ahora estaba arrepentido y me mandaría a la mierda. Mordí mis labios, y mientras mis compañeros terminaban sus trabajos, mi pergamino quedaba en blanco.

La clase acabó y él siguió en su libro. Mi corazón se rompió un poquito más cuando la tipa esa, de Gryffindor, se acercaba al escritorio de él aprovechando que el aula se quedaba sola y se empinaba sobre éste. Me puse de pie, echándome la mochila al hombro, sin poder disimular en mis facciones la rabia. Matty lo notó, como siempre, y me tomó por los hombros, masajéandolos.

—Relájate, Charlie —me murmuró al oído—. Tú eres la gran señora. La dama de damas, la creme de la creme. Ella es una gata, una arrastrada. Sólo quiere atención, ¡Tan sólo mírala!  No se compara a ti, tú eres más lista, y más desarrollada, también madura. Además de que ya lo trabajamos, mientras que apenas él se ha de saber el nombre de ella.

Sonreí inevitable por el comentario de Matt. Asentí, pero no me sentí mejor para nada. ¿Y sí en realidad ella lo había trabajado desde que habíamos entrado? Suspiré y me di la vuelta dispuesta a irme, ya que la tipa esa no tenía para cuando terminar su bravata. No obstante, apenas me acerqué a la puerta cuando la voz de terciopelo de Lupin me detuvo.

—Charlotte, no te vayas —me di la vuelta, lo encontré de pie junto a su escritorio, viendo todavía a la tipeja esa. Suspiré y miré a Matt.

—Nos vemos en el gran comedor —me dijo. Asentí y le di un beso en la mejilla como despedida. Estaba muy nerviosa, no tenía ni idea de lo que hacía. Con otra tanda de suspiros caminé hasta él. Hasta el hombre de mis sueños y me sentí de nuevo como la noche anterior. Nerviosa, angustiada y enamorada.

—Mira, Rebeca —decía mi profesor a la tipa—. El tema no es tan complicado como para tutorias, pero... Sí lo necesitas lo pensaré. Veré sí tengo tiempo, y sí no es así no te preocupes, te asignaré a alguien para las tutorías hay alumnos demasiado buenos.

La chica, con pestañeos inquietos asintió. Su cabello negro era tan tonto.

Bueno, no, la tonta era yo, pero en fin.

—De acuerdo, profesor. Espero su respuesta mañana, con permiso.

Contoneando las caderas, se alejó del escritorio. Salió con su fanfarrona presencia del salón, y tuve que contar hasta diez para no tomarla del cabello y golpearla. Me quedé mirándola unos instantes, hasta que cerró la puerta tras de sí. Rodé los ojos.

—Charlotte, no estuvo bien lo que hiciste.

Realidad, ¿Por qué me golpeas así?

— ¿Me puede decir lo que hice, profesor? —me giré a verlo. Sin miedo y con vergüenza a sus ojos azules. Me sentía mirada desde un lugar triste.

—Besarme. ¿Qué más?

—Ah, eso. Creí que me regañaría por enamorarme.

—Tú no estás enamorada de mí —me tomó por los hombros con suavidad—. Sí pensarás un poco en mí, quizá te darías cuenta de que sí no llegaras a estar enamorada, y sólo sintieras otra cosa igual de fuerte, me dañarías.

Parpadee intentando sopesar sus palabras. 

—Pero sí lo estoy —repliqué, absolutamente segura—. Jamás me arriesgaría, a decirlo como lo hice anoche sí no lo estuviera —suspiré—. Entiendo su punto. Tiene miedo —sonreí, dando un paso hacia él quedando despegada a pocos centímetros de su rostro—. Pero no se preocupe, yo también lo tengo.

El profesor no se inmutó. Continuó viéndome. Sentía que me examinaba el alma con aquella penetrante mirada de ojos azules. Después de unos segundos soltó mis hombros, y sin apartarse un instante de mí, soltó un leve suspiro.

—Jamás podremos tener algo serio —dijo al fin.

—No en Hogwarts —le corregí, con el pulso acelerado—. Sé que es profesor. Sé que esto es prohibido y nos expulsarían a ambos.  

—Entonces, ¿Por qué hiciste lo de anoche? Rompiste mil reglas.

—Porque...—dudé un instante—, porque sí esto es amor, y sí el amor es lo más grande que hay, ¿Qué sí los demás se enteran? ¿Qué sí me sucede algo o me expulsan? El colegio, las amistades y las palabras son algo pasajero. Pero me han dicho de que el amor es para siempre, ¿No?

—No es amor —sentenció con voz dura.

—El suyo por mí, no.

—Ni el tuyo por mí.

—Profesor, veo inútil todo sí se niega a ver lo que hay —Era claro. Él no me quería y hacía todo lo posible por no herirme poniendo mil obstáculos—, de mi parte, claro... —di un paso hacia atrás—. No quiero comprometerlo, y usted no quiere riesgos, así que lo dejaré en paz. Se lo prometo —sonreí de lado, aunque sintiéndome estallar—. Mañana traeré mi ensayo, profesor. Con permiso.

Me di la vuelta y caminé hasta la puerta. Con cada paso mi corazón se resquebrajaba más. Una lágrima iba a salir, lo sabía así que apuré el paso aún más, pero al tocar el picaporte de mi puerta, él dijo a mis espaldas:

— ¿Cuál es tu banda favorita? —fruncí el ceño ante la pregunta tan inesperada. Me di la vuelta y vi como se acercaba.

— ¿Perdón?

—Tú banda musical favorita.

—Pues... —parpadee varias veces, confundida—. Son bandas muggles. Ya sabe, los beatles, algo de clásica, Beethoven, los nuevos que se hacen llamar Guns N' Roses, y una banda que se ha hecho muy viral y es grunge, Nirvana —los había escuchado en el verano y eran buenísimos.

—Sí no tienes nada que hacer el sábado podrías acompañarme —dijo—. Me gusta oír música, y quizá podamos hablar con más calma. ¿Qué me dices?

No sonreí. Aunque quería hacerlo con todas mis fuerzas. Solté un suspiro, saqué la barra de chocolate que Matt me había dado, me acerqué y la dejé en el bolsillo de su chaqueta.

—Veré sí tengo tiempo libre, y sí no le mando a Rebeca —bromee, y antes de que me respondiera, salí del salón, con una dolorosa sonrisa en mis labios.





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