Capítulo 7

Recargué el rostro sobre la palma de mi mano mientras observaba hacia el reloj de mi mesa de noche, dubitativo. Eran las dos de la mañana y no podía dormir, porque cada que cerraba los ojos sentía que iba a comenzar una pesadilla. No entiendo por qué esto vino a ocurrirme en ese momento, pero supongo que debía enfrentarme a ello tarde o temprano. El fin de semana fue un martirio.

Me dejé caer sobre la cama mirando el techo. No recuerdo una sola vez en la que hubiera pensado siquiera que me sentía atraído por una chica —ni siquiera con mi mejor amiga, incluso cuando llegamos a tener muchos momentos de intimidad antes de que se fuera del país—, mas estoy seguro de haber llegado a sentir cosas por otros hombres incluso antes de lo ocurrido dos años atrás.

Estaba en sexto grado en la primaria. El chico que viene a mi memoria ni siquiera era un amigo, pero recuerdo que me gustaba mirarlo a la distancia. En ese momento, pensaba que él me hacía sentir un tipo especial de ternura, con sus grandes ojos negros siempre fijos en el juego de cartas que jugaba durante el recreo, y su linda cara con un gesto de seriedad inolvidable. Era amable y, lo admito, bastante lindo.

Durante el fin de semana mi cabeza se vio sumergida en la conversación que tuve con Hans el viernes, después de la incómoda pregunta que me hizo. Al principio no supe cómo responderle, después argumenté que, de alguna manera, todos nos sentíamos inseguros de nosotros mismos en algún punto de la vida y lo mejor era tener empatía por ello.

—Pues en mi opinión, eso sirve para arruinarse la vida —comentó Hans—. Doris dice que soy un maldito insensible por pensar así pero, ¿realmente está mal que yo les sugiera a las personas que ignoren el qué dirán los demás? Mi mejor amigo, por ejemplo —explicó—, siempre está ocultándose, fingiendo que es uno más del montón, como si ser lo que es lo convirtiera en una especie de monstruo. ¡Y no! Él es una persona maravillosa con un don muy especial, y si él es feliz siendo así, no veo por qué debe esconderse.

—Bueno... esas personas tal vez han sufrido demasiadas agresiones, incluso físicas —intenté objetar—, y de ahí nace su miedo. Esas cosas alimentan la inseguridad.

—Lo entiendo, ¿pero es mejor vivir ocultándose por miedo que defender el derecho de ser quién eres? A las personas se las lleva el tiempo y al final uno solo se tiene a sí mismo, por eso creo que es mejor estar bien a nivel personal —argumentó. Al no tener la certeza de cómo refutar sus palabras desvié la vista—. Puede que sea yo quien está equivocado —prosiguió ante mi silencio—, pero en mi caso, por poner un ejemplo, cuando la gente descubre que soy bisexual siempre me dice que es algo temporal, que estoy confundido y no sé lo que quiero, pero yo no dejo que me afecte ni finjo ser lo que no soy. Me gustan las mujeres tanto como me gustan los hombres y me siento cómodo con eso. Somos lo que somos y punto.

Desde esa conversación las palabras de Hans se quedaron en mi cabeza. Pienso que él tiene razón, pero también sé que no para todos es tan fácil afrontar ese tipo de situaciones como para él. Cerré los ojos sobre la cama y al pasarme una mano por el rostro, esa palabra que tanto había evitado pronunciar salió de mi mente en forma de una oración afirmativa. Es que es lo que soy, una porción de mi verdadera identidad. Es tan parte de mí como lo es la música que hace palpitar mi corazón. Tan parte de mí como mi propio nombre. Soy gay.

Abrí los ojos al escuchar el canto de los pajaritos afuera de mi ventana. Todo pareció ser un sueño lejano, como si me hubiese dormido siendo Stephen, y al despertar me encontrara atrapado dentro del cuerpo de alguien que es totalmente ajeno a mi propio yo. Me levanté de la cama con pesadez y percibí un nudo en la garganta. Por curiosidad me tallé los ojos solo para saber si tenía rastros de lágrimas en ellos; en efecto, estuve llorando mientras dormía. Le había fallado a papá.

¿Todos los homosexuales se sentirán así al descubrir que lo son? Me abracé a mí mismo y agaché la cabeza. No tenía ganas de cantar o de ir a la escuela, de hecho falté a la secundaria. Agradecí que mi padre se hubiera ido al trabajo temprano, así no tuve que darle explicaciones. Arrastrando los pies me dirigí hasta el baño y me quedé ahí más de una hora.

Cuando llegó el momento de irme a la escuela de música, tomé mi mochila y salí a paso tranquilo, cabizbajo. Al llegar me tomó por sorpresa ver que estabas afuera del edificio, sentado sobre las escaleras. Apenas me viste bajar del autobús y caminar hacia la entrada, te levantaste y acercaste a mí con una sonrisa extraña. Tuve un mal presentimiento que me provocó escalofríos en la columna.

—Hola —Tu voz estaba apagada, enronquecida como si hubieses estado gritando toda la noche—. Me alegra verte.

—También me alegra verte —respondí mientras jugueteaba con mis manos. Mirarte a los ojos me puso nervioso—. ¿Qué haces aquí afuera?

—Bueno... digamos que hoy tengo una propuesta que hacerte.

Me estremecí al oírlo. Remojé mis labios antes de desviar la mirada un segundo, el corazón latía a mil dentro de mi pecho. La brisa del viento mecía las hojas con tranquilidad, y al pasar por mi cabello me ayudó a mantenerme relajado. Me volví hacia ti y me aclaré la garganta.

—Adelante. —Fue lo único que pude decir, incluso temí que el sonido de los vehículos y las aves cantando ocultaran mi voz.

—¿Quieres ir a comer conmigo? —preguntaste.

Tragué saliva bastante nervioso al escucharte. Quise responder que sí de inmediato, mas fue imposible. Discretamente me llevé las manos a la espalda y pellizqué mi muñeca para asegurarme de que estaba despierto. El dolor lo confirmó y no supe si la ansiedad que despertó en mi pecho era de alegría o inseguridad.

—Bueno, pues... s-sí, claro —comenté volviendo a lamerme los labios—. ¿Iremos saliendo de clases?

Nop, iremos justo ahora. El viernes antes de terminar la lección le dije al grupo que no tendríamos clase hoy pero tú ya te habías ido. Pensé en pedirle a la directora que te llamara a tu casa para avisarte, pero ocurrió algo que me hizo cambiar de idea y... decidí mejor esperarte.

—Oh, entiendo. —Asentí con la cabeza, estaba demasiado nervioso para hablar—. Vayamos, entonces.

Agradeciste que aceptara tu invitación, luego hiciste una señal con la mano para que te acompañara al auto y lo hice sin rechistar. Ambos nos subimos a tu carro, nos miramos por algunos segundos en silencio y, de pronto, nos sonreímos. Tenía muy poco tiempo de conocerte y ya me estaba subiendo —de nuevo— a tu auto para acompañarte a quien sabe dónde sin decirle a nadie, sin que nadie se diera cuenta. Estoy seguro de que no soy el mejor ejemplo a seguir...

Aunque me sentía cómodo en tu compañía, admito que una parte de mí rogaba porque no fueses un asesino, violador, secuestrador, vendedor de órganos en el mercado negro. Porque si no, yavalí.jpg. Chiste futurista, lo siento. Es solo que no te imaginas la mezcla de sentimientos que me invadía y que, conforme avanzamos, se vio opacada por solo la felicidad que todavía me hace sentir el recuerdo de ese tiempo en el auto, tú y yo, charlando y riendo como los mejores amigos, envueltos en una química maravillosa que de pronto podía evolucionar en algo más.

El restaurante al que fuimos no era de lujo ni nada por el estilo, sino más bien algo juvenil y sencillo. Al fondo había un área con mesas redondas y altas decoradas con luces de colores, mientras que en la parte de adelante se encontraba una barra llena de diferentes vasos y bebidas de muestra. Hasta la fecha es mi restaurante favorito por su elegancia simple y comodidad.

—¿Esas son bebidas con alcohol? —pregunté dejando que mi vista se viera dominada por ellas. Los colores vivos y el ambiente tranquilo enamoraban—. Se ven deliciosas.

—Dudo que te gusten, suelen ser algo amargas —me dijiste. Eso me hizo reír—. Pero si quieres podemos venir en tu cumpleaños número dieciocho a festejar aquí. Por ahora tendrás que conformarte con la soda italiana.

Cosita. De seguro pensaste que nunca antes había ingerido alcohol. Tan inocente tú que me viste cara de adolescente responsable. Agaché la cabeza conteniendo la risa y siguiendo de cerca tus pasos mientras nos adentrábamos más en el restaurante.

Las mesas del fondo estaban casi vacías debido a la temprana hora, por lo que fue sencillo que sobresaliera un grupo de preparatoria que reía a carcajadas; alcancé a apreciar que tenían un juego de mesa, mas no descubrí de cual se trataba hasta que uno de ellos gritó: «uno», señalando que estaba a punto de ganar. El juego de cartas Uno... esa cosa destruye amistades, separa familias enteras. Sentí pena por las pobres almas en desgracia que estaban jugando a eso.

—¿Todo en orden? —preguntaste colocándome una mano el hombro. Tu tacto estremeció mi piel de inmediato—. Te noto algo distraído.

—Estoy bien —respondí con una enorme sonrisa aunque sonrojado—, solo ruego porque nadie en esa mesa resulte herido.

Te oí reír con ganas antes de hacerme otra señal con la mano para invitarme a una mesa para dos. Separaste una de las sillas para que yo me sentara y, poco después, te acomodaste frente a mí. Me sentí extasiado. En ningún momento pensé que esa primera cita, que yo creí sería en mi graduación, se adelantaría tanto. ¡Y menos imaginé que tú me invitarías!

Sin pronunciar palabra contemplé tu rostro iluminado por las luces multicolor, había una sonrisa ligera en tus labios que te otorgaba una expresión angelical. Te estabas convirtiendo en un sueño para mí que podía hacerse realidad. La llegada del mesero con los menús detuvo mis cavilaciones.

—Puedes pedir lo que desees, sin pena —dijiste con amabilidad encantadora—. Yo invito.

Al principio sentí una terrible vergüenza porque tú me invitaras y pensé en pedir una ensalada sencilla, pero ver el menú me ayudó a decir tomarte la palabra. Pedí una hamburguesa de pollo grande con una orden familiar de papas fritas porque amo esas dos cosas más que a la vida misma. Tú pediste ensalada césar y vino, súper refinado. Además de la decoración, la comida es por lo que amo ese restaurante, venden comida de todas partes del mundo, bien internacionales. La ONU debe estar orgullosa.

—Wow, ¿no crees que sea demasiada comida? —señalaste apenas el mesero retiró los menús—. Digo, no me molesta, pero no me gustaría que después te doliera el estómago.

—¿Bromeas? Una vez me comí cinco hamburguesas normales y casi un kilo de papas fritas y aun así pedí postre. Esto es un paseo en el parque para este gordo —dije formando un corazón con mis dedos.

Emitiste una carcajada muy corta y de inmediato bajaste la cabeza. Tu cara se volvió sombría, tus ojos parecieron apagarse mientras guardabas silencio el tiempo suficiente como para preocuparme en demasía.

—¿Podemos repetir esto otro día? —susurraste sin fuerza—. Quiero llevarme buenos recuerdos.

—No entiendo... —dije con un escalofrío. Mi voz tembló—. ¿A qué te refieres con «llevarte»?

Pese al ruido constante de la música de fondo, las risas y charlas del resto de los comensales y de los meseros sirviendo y recogiendo platos, el silencio que antecedió a tu explicación pareció volverse eterno, envolvente. El tiempo pareció haberse congelado.

—Voy a irme del país a principios de agosto —dijiste con un hilo de voz.

Estoy seguro de que mi corazón se detuvo al escucharte.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top