I. Bienvenido a casa
—...libranos del mal. Amén.—los murmullos se detienen al unísono cuando el rosario concluye.
El pesado ambiente y el silencio absoluto que se ha instalado en la mesa del comedor, a la espera de la entrada de la abuela Matilde, parece un claro indicio de que está Noche Buena no sería como las demás. Nadie habla, pero todos parecen evitar levantar la vista del plato vacío frente a ellos.
Salvo por la mirada inquieta de Aeron que viaja entre los integrantes de su familia, con cierto miedo reflejado en sus ojos, la imagen que tendrías al entrar en la habitación podría parecer una fotografía que inmortalizó el momento de la noche en qué la familia Winter finalmente sabría lo que es el silencio. Lo único que el niño puede hacer es juguetear con Squee, el pequeño osito de peluche sin el cual nunca le verías. Ni la suave sonrisa en el rostro de su madre logra tranquilizar al infante en su inquietud por la que, hasta hace una hora, era el momento más esperado de la noche.
—Al fin están listas, —comenta con una enorme sonrisa la mujer anciana, entrando a la sala con una gran bandeja de galletas en sus manos enguantadas, —parece que hay que cambiar el horno este año.
En ese instante, la pesadez del ambiente se desvanece junto al silencio mientras los más pequeños de la familia se ponen de pie y corren a tomar una galleta. Todos excepto Aeron.
El delicioso aroma de chocolate caliente y mantequilla invade el comedor, el niño casi puede sentir la saliva formarse en su boca. Tragando con pesadez, niega con la cabeza antes de abrazar más cerca de si a Squee, cubriendo disimuladamente los grandes ojitos del muñeco. Gesto que no pasaría desapercibido para una persona.
—Cariño, toma una galleta. —la extraña sonrisa que adorna su rostro capta la atención de todos. Algo no está bien.
—Marleny—la llama su esposo, su tono de voz sobresalta al pequeño Aeron. —Por favor...
—Esta bien, hijo, —la abuela corta la incómoda conversación entre la pareja. —Corazón, Aeron, adelante toma una. Son tus favoritas.
El niño asiente, con la mirada clavada en la bandeja en las manos de su abuelita. El aspecto del postre es el sueño de cualquier niño, el olor a chocolate es fantástico y el color dorado de la masa hace que Aeron empiece a salivar. Extiende su mano para tomar una pequeña y redonda galleta con chispas.
Al acercarla a sus labios, puede sentir la mirada de todos sobre él. Levanta por un instante la vista, encontrando a sus primos, tíos y padres mirando con atención cada movimiento que el chico hace. Por primera vez, el dulce a estado demasiado tiempo bajo su nariz y un extraño aroma opaca el del chocolate.
Come. Es todo lo que puede pensar, ser alguien silencioso puede tener sus ventajas, pero para Aeron, quién siempre ha estado en silencio, no las hay. Esta noche, no fue la excepción.
La casa de los abuelos siempre tuvo algo que encantaba a Aeron, tal vez fuera la calidez del lugar, las decoraciones o la amplitud, pero, lo que el niño siempre recuerda del lugar, es el aroma que hay en el ambiente.
La abuela Matilde, anciana devota y esposa admirable, era una mujer hecha a la antigua en toda su extensión. La mujer a la cocina, el hombre a laborar, un decir popular en esa casa y, aún si ninguna de las generaciones posteriores comparte la ideología de la señora, la realidad es que aquella familia tiene por norma que ningún hombre ha de entrar en la cocina...
Las risas en el comedor interrumpen las divagaciones del niño sentado en el suelo; hace un par de horas que llegaron a casa de sus abuelos y, desde entonces, Aeron quedó fuera de la conversación. Cuando sus tíos comenzaron a hablar y las preguntas requerían más que un "Si" o "No" de respuesta, el niño salió del lugar hasta la sala junto a su pequeño oso de peluche.
Soltó un suspiro mientras se arroja dramáticamente a la alfombra, admirando por un momento el majestuoso retrato del abuelo en su traje de coronel. Sentándose, comienza a hacerle algunas señas a Squee, en lo que su mamá lo llamaba conversación silenciosa. Con el tiempo casi podía oír una voz débil provenir del osito, su compañero de aventuras y juegos tras la muerte de su abuelo.
—¿Estás bien, corazón? —pregunta con voz suave su mamá al verle recostado en el suelo. El pequeño sonríe levantando el pulgar, sin moverse de su sitio en el suelo.
Marleny sonríe a su hijo, lanzándole un beso desde su sitio en el marco de la puerta. Había sido una semana complicada, Aeron lo sabía, pues cuando su madre se queda con la mirada perdida y una suave sonrisa forzada en su rostro, es porque una pelea con su padre le ha robado toda la energía. Todavía recuerda con tristeza como la encontró llorando la noche anterior abrazando a Squee cuando creía que él ya estaba dormido.
—Lena, cariño, vamos a comenzar a preparar la cena. —llama la tía Louisa desde la entrada de la cocina.
—Voy.
Despidiéndose con la mano (y la patita del peluche), Aeron ve a su mamá entrar a la cocina. El sonido de las risas en el comedor le recuerda al pequeño lo que hacía en primer lugar. Volvió a ver con detenimiento el cuadro colgado en la sala, recordando las palabras que el abuelo había dicho antes de ser internado de urgencia por un daño en el estómago.
"Sin importar nada de lo que oigas ni lo que veas, come."
Un delicioso aroma llama la atención del niño; su estómago ruge mientras se pone de pie y camina hacia la fuente de aquel delicioso olor. El paso por la sala fue rápido, nadie presta atención suficiente al pequeño castaño que pasa dando saltos, evitando pisar las líneas de la loseta, hacia la cocina.
Sonríe al ver la puerta de madera frente a él. Por una vez el ser silencioso dió sus frutos; ya se ve a si mismo comiendo una galleta de chocolate antes que todos los demás. Claro, y una para Squee.
Abre la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido. Sus manos tiemblan y puede sentir el sudor en su frente ante tal acción, casi puede escuchar la voz de su abuela recordándole que "Ningún hombre tiene permitido entrar", incluso ahora, a sus siete años de edad, no es capaz de entender el porque de esta regla. Recuerda una Navidad en que su primo preguntó durante la semana el motivo por el que no podía entrar, obteniendo por respuesta que los hombres son más chismosos que las mujeres y seguro contarán cuál es el famoso ingrediente secreto de las galletas de chocolate y jengibre. Aún hoy, Aeron se ríe de pensar en aquella escena, sus primos lo creyeron aún cuando a él le parecía ridícula la idea, es decir, si fuera por ello él podría entrar sin problemas ¿No? Una gran sonrisa se dibuja en su rostro ante la idea de lo mucho que ama a su abuela, es la única que jamás le ha abandonado.
—...Tenemos que hacerlo, no hay otra manera. —la tía Louisa habla con apenas un hilo de voz; sobresaltando a Aeron, quien, rápidamente entrecierra la puerta.
Más murmullos en el interior confirman que ninguna le vio o escucho, por lo que, tomando una larga bocanada de aire, abre la puerta e ingresa a la habitación. Una vez dentro no hay marcha atrás, coloca un dedo sobre sus labios indicándole a Squee que sea silencioso.
Continúa su camino hacia donde la masa de galletas se está preparando y busca con la mirada algún escondite dónde podrá esperar a que la primera tanda de galletas salga del horno.
—Es hora, —indica la abuela Mati, con una amarga sonrisa en su rostro, toma un largo cuchillo de su cajón antes de acercarse a la mesa de preparación, —si no puedes hacerlo, Marleny, lo haré yo.
Aeron solo ve como su madre asiente despacio, aún con esa extraña mirada, y se aparta de la mesa, seguida por todas las demás mujeres. El niño se apresura a entrar en una pequeña alacena, dejando apenas abierta la puerta, lo suficiente para poder ver lo que sucede en el exterior.
—Entonces empezamos, traigan el último ingrediente.—con esas palabras, un par de mujeres jóvenes entran por la puerta trasera, cargado un extraño costal con un líquido rojizo goteando a cada paso.
Con cuidado, Louisa saca el contenido del saco, arrebatando un jadeo a Aeron, quien instintivamente cubre su boca y la de Squee con sus manos. Conteniendo el aliento mientras ve a como el cuerpo de un niño es colocado en el mostrador, mientras la abuela saca más instrumentos de cocina y se acerca al pequeño.
El ruido del objeto afilado cortando la carne con lentitud es disimulado con el murmullo a coro de un Ave María. Aeron siente su estómago revolverse al ver cómo trozos de la carne son agregados a la mezcla de galletas, mientras que dientes, ojos y otras partes son dejadas de lado. Cerrando los ojos, solo puede esperar a que terminen, mientras sus mejillas se mojan con las lágrimas. Cuando los rezos terminan y el olor tan querido por el niño llena el ambiente, sus ojos se abren para encontrar la cocina vacía, una charola de galletas en el horno y la aguda voz de su tía Louisa llamando a todos a comer.
Y aquí está ahora, obligándose a comer una galleta. Al meterla a su boca, la suave textura hace que por un segundo olvide lo que acaba de presenciar en la cocina, por lo menos hasta que ve a su mamá sujetando entre sus manos algo más, algo que no debía tener.
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