🌠Prefacio: "Si amas a alguien..."🌠

27 de agosto de 2013

Nos sentamos en círculo alrededor de la mesa de cristal para tomar una decisión de forma democrática. Ya llevábamos quince minutos discutiendo sobre la película que iríamos a ver al cine, pero cada uno de nosotros quería una distinta, por lo que se nos estaba haciendo imposible llegar a un acuerdo.

Solo quedaban unos pocos días para volver a clases y aspirábamos a realizar la mayor cantidad de actividades posibles; cine y amigos siempre resultaban una combinación excelente.

—Dejemos que el azar nos guíe —propuso Kevin; sacó una moneda de veinticinco centavos de su bolsillo y la colocó sobre la superficie de vidrio—. Si sale cara eligen ustedes y si da sello escogemos Zack y yo. ¿Trato?

—Ni creas que gastaré un solo minuto de mi tiempo, para ver a un grupo de vampiros luchar contra hombres lobos —contestó Amy observándome.

Me encogí de hombros.

—También puede ser Percy Jackson —respondí sonriendo.

—Pero yo quiero ver Austenland —terció Sasha en voz baja.

Kevin suspiró, y se recostó sobre los codos en la fina alfombra de oso polar. Un escalofrío me recorrió la espalda; asesinar a un animal para comerlo es horrible, pero quitarle la vida con el único propósito de usar su piel como decoración es un acto simplemente repulsivo.

—Arrojemos un dado. Cada persona representa un número —propuso Sasha—. Pido el seis.

—Cinco.

—Uno.

—Tres

—¡Yo quería el tres! —protesté—. Ah, de acuerdo, dos.

Zack sonrió y me tomó la mano; no pude evitar sonreírle (lo más probable que como una tonta enamorada) de vuelta. Por alguna razón, siempre pensábamos igual, compartíamos las mismas ideas. Tal vez por eso nunca discutíamos. Nadie nos creía cuando decíamos que llevábamos casi dos años y nunca habíamos peleado. Supongo que, una de las ventajas de salir con quien fue tu mejor amigo desde el preescolar, es conocerlo tan bien como a ti misma. Y así, evitar discusiones absurdas.

—¿No pueden estar cinco minutos sin demostrarse su amor? —se quejó Kevin.

—Por supuesto que sí —respondió Zack, acariciándome la mejilla.

—Pero no tenemos ninguna razón para hacerlo —agregué sonriente.

—Consíganse una habitación, cerdos —dijo Amy, fingiendo arcadas.

Sasha carraspeó.

Ninguno de nosotros se había dado cuenta que la chica había desaparecido por unos segundos, hasta que la vimos de pie frente a Kevin, sosteniendo un dado que sacó de algún Monopoly.

La casa de ella y Amy casi no cuenta con juegos para compartir en familia, mas no es de extrañarse; es raro que su padre esté en casa y su madre... Digamos que la señora Thompson prefiere divertirse de otras formas. Pero al encontrarnos en casa de Kevin, los juegos de mesa abundaban, por lo que hallar uno siempre ha sido tarea fácil.

—¿Listos? —preguntó ella.

—Espera, espera, ¿y si sale cuatro? —quiso saber Kev. Ninguno de nosotros lo había pensado.

—¿Por qué siempre tienes que ser negativo?

—Mil a que sale cuatro —apostó él, formando una cáustica sonrisa que habría hecho desertar a cualquiera.

—Trato hecho. —Mas Sasha estaba lejos de ser una desconocida.

Arrojó el dado.

—Me encanta tener la razón —articuló Kevin, apoyando los brazos sobre la mesa—. Más aún cuando eso significa que tú no la tienes.

Sasha le entregó los mil dólares a regañadientes.

La segunda vez el dado arrojó cinco. Amy se frotó las manos con satisfacción, mientras que Kev y Zack chocaron los cinco con la clásica sincronía que solo los mejores amigos poseen. Al parecer, solo Sasha y yo preferíamos cualquier otra película antes que El conjuro. Pero así es la vida: azarosa. Y aunque intentemos controlarla con porcentajes y posibilidades, seguirá siendo impredecible.

—Yo conduzco —se ofreció Zack, ya que solo él y Amy contaban con licencia.

Como nadie quería subirse en el Bugatti Veyron rosa de Amy, todos estuvimos de acuerdo a excepción de ella.

La vista desde la mansión de Kevin siempre me ha parecido asombrosa. Su ubicación, en la cima de una colina, permite apreciar cada centímetro cuadrado de Beverly Hills y, mucho más allá, se alcanza a divisar el Club de Campo de los Ángeles, siempre perfecto y limpio, como todo lo que nos rodea. Cualquier mínima falla se soluciona en instantes. Después de todo, ¿para eso es el dinero, no? Eso es lo que mis padres siempre me inculcaron.

Llevábamos casi cinco minutos viajando, cuando nos percatamos que una camioneta negra nos venía siguiendo desde el 1071 de la calle Beverly Bulevar; tuvimos que meternos en una calleja y acelerar para que nos perdiera de vista. De seguro eran unos mal pagados de E! News que necesitaban con desesperación un chisme para atraer a la audiencia.

Zack aparcó a unas calles de Beverly Center; ni soñando nos acercaríamos a un lugar público de manera tan evidente. Luego de años de experiencia, sabíamos que al menos dos canales de televisión habían mandado a un par de camarógrafos al estacionamiento subterráneo para sofocar a Kevin, Sasha y Amy con preguntas. Ellos son la prueba viviente de que tener padres famosos no es tan grandioso como se oye. Y si bien podíamos ahorrarnos a los paparazzi viendo alguna película en el cine privado de Kev o Zack, preferíamos fingir que éramos como cualquier otro grupo de adolescentes que no tenían esa clase de lujos (lo intentábamos, ¿está bien?).

—Rápido, bájense del auto —ordenó Zack.

Kevin se colocó unas gafas oscuras antes de salir y se aventuró a cruzar. Uno que otro auto le tocó la bocina, ya que el semáforo peatonal estaba en rojo, y la calle que llevaba al centro comercial era una de las más atestadas, sobre todo un día viernes por la tarde.

Amy lo imitó, seguida de Zack. Sasha prefirió caminar hasta el paso peatonal y esperar la luz verde. Ella, simplemente, no puede romper las reglas. O quizás, es la única que sí pensó con la cabeza, pues ahora que les cuento esto, me doy cuenta que enfurecer al tráfico en la hora punta no es la mejor manera de pasar inadvertidos. Pero en defensa del grupo, Sasha siempre ha sido la más madura de nosotros.

Me bajé de última, ya que la mochila que había traído conmigo se había quedado atorada bajo el asiento de cuero.

Cuando estuve en la orilla de la vereda, lista para correr junto a Zack, quien ya iba a mitad de camino, lo vi. No alcanzaría a frenar.

No había tiempo para avisar. Lo sabía ya.

—¡Cuidado, Zack! —chilló Sasha fuera de sí, pero era demasiado tarde.

Corrí hacia él tan rápido, que me sentí como la protagonista de una película apocalíptica huyendo de los zombis. Con todas mi fuerzas, lo empujé, arrojándolo al bordillo de la vereda de al frente. Y antes de que pudiera siquiera procesar lo que acababa de ocurrir, sentí el comienzo del Fin, el inicio de todo: un impacto de metal y acero justo contra mi costado derecho.

—¡¡Elizabeth!! —exclamaron todos.

Cielo azul, cableado eléctrico, árboles...

Gris, duro, frío; primero vino el ruido de algo quebrándose, de mí contra el asfalto. Luego, la agonía. Todo era borroso; mi mundo giraba, pero yo era incapaz de moverme. Sentí cómo una gota de sangre caía de mi frente, creando un charco en donde me encontraba tendida.

—¡Oh, Dios mío! ¡No, no, no, no!

—¡Llama a la ambulancia!

Los autos pasaron rozándome, pero intentaban frenar o cambiar de rumbo.

—Tranquila Eli, todo estará bien. —Sasha me sonrió con esa fortaleza que solo ella posee.

—¡Vengan rápido! En la calle... Hay una chica... Atropello...

Podía ver y oír cada vez con menor intensidad, como si me hallase bajo el agua, y los sentidos se independizaran de mí. Tan solo percibía dolor, y el roce de la sangre que se camuflaba con el color de mi cabello hasta llegar a mi piel y tenirña de un tétrico carmesí.

—Eli. —De pronto, apareció Zack. Pude ver que un largo tajo le recorría de la frente al labio, pero estaba a salvo, estaba vivo—. Eli, no. ¿Por qué... Por qué hiciste eso? —Una lágrima cayó lentamente de su mejilla—. Ya llegará emer-emergencias. —Levantó mi mano y la besó.

No tuve fuerza para responderle. Mas imaginé mis labios acariciando los suyos; mis manos rozando su mejilla, y de alguna manera, eso me tranquilizó.

Entonces, y en contra de mi voluntad, el mar que se esmeraba en hundirme, consiguió alejarme cada vez más de la realidad; y así, aproximarme a una especie de luz que me envolvió hasta cegarme. Todo a mi alrededor transmutó a un escenario blanco.

Estaba desapareciendo, estaba muriendo. Decidí cerrar los ojos, esperar que todo acabara.

—¡No cierres los ojos! ¡No, Eli! —berreó Zack, liberando todo su amor transformado en alarido desde lo más profundo de su alma. Con cada palabra que él decía, lo amaba más y me dolía el doble—. ¡Eli, no puedes irte! ¡Eli! —Su desesperación fue lo que me rompió el corazón, porque me di cuenta, sin que yo lo hubiese querido ni por un instante, que se lo acababa de destrozar también.

Pero antes de poder consolarlo, se había ido. Ya no quedaba nada de lo que aferrarme.

Luego, todo se hizo blanco.    

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top