Las nubes marchando,

El sol saludando

Y al ver tus perlas,

El azul del cielo se tiñe con un nuevo día

¿Y cómo no?

Si las gaviotas graznan:

Es que mírala. ¡Hermosa sin plumas! ¡Libre sin alas!

¡Y esa voz!

¡Perfección!

El viento no sopla,

La marea se calma.

¿Por qué habrían de irrumpir el Silencio

que tan tranquilo pidió quedarse?

Despertando, contemplo el mar.

¿Estarás tú en el más allá?

Te pedí que me oyeras.

Y lo hiciste

Te supliqué que bajaras.

Y obedeciste.

Y sin embargo ahora, que te tengo junto a mí,

Pareciera que quisieras huir.

¡Mi pequeño Ángel! Tal vez nunca perteneciste aquí,

Me digo.

Tal vez, mi Azucena, extrañas la pureza

Un corazón transparente,

Una tierra verde.

¿Quieres volver al Cielo?

¿Nadar entre las nubes?

¿Flotar cual libre criatura eres?

No quiero decirlo, Ángel mío.

Pero te dejo.

Rompo ese lazo que te ata a mí,

Ve y déjame.

Aventúrate.

¡Aléjate!

Reúnete con aquellos que tampoco pudieron.

Se feliz lejos de mí.

Sólo...

Sólo... vuelve a vivir.

Hazlo por mí.

¿Sí?

Y con un último rasgueo, dio por finalizada su visita. Dejó la guitarra a un lado, y tomó su mano con suavidad; un pequeño beso de despedida era lo último en su lista. Se limpió los ojos, y le acarició el cabello.

—Adiós, Eli —dijo, alejándose de la camilla—. Espero algún día me perdones.