🌠Capítulo 8: Engaños y secretos solo envenenan al corazón🌠
30 de agosto de 2013
—Vamos Zack, no quiero estar ahí cuando mi familia de Europa llegue —suplicó Kevin—. Mis padres insisten que debo pasar tiempo con el estúpido de Bruno.
—De acuerdo. —Zack suspiró—. Puedes quedarte un par de días. Pero sabes que mi madre te detesta, ¿cierto?
—Puedo vivir con eso.
Ambos amigos estaban sentados en la habitación de Kevin jugando con la Play Station 4, que aún no había salido a la venta, pero Bernard —su papá—, se las había regalado para que fueran los primeros adolescentes en tenerla. Esa era una de las tantas ventajas de que tu padre fuera el dueño de una prestigiosa compañía de videojuegos.
A Zack siempre le había parecido un dormitorio fastuoso. No solo porque abarcaba casi todo el tercer piso de la gran mansión, sino porque además, los muebles eran exclusivos de diseñador; cada centímetro cuadrado de su cuarto estaba impecable: la cama hecha, el piso reluciente, los enseres impecables y la ropa meticulosamente organizada por colores y guardada en el vestidor.
—Recuerdo que jugábamos con él de niños, era muy simpático —dijo Zack, mientras presionaba un botón para que su personaje soltara una granada al equipo enemigo—. Si nuestras mamás son mejores amigas de la infancia, tal vez deberíamos darle una oportunidad. Quizá si se hubiera quedado aquí en vez de Italia, los tres seríamos tan inseparables como lo fueron ellas, como lo somos nosotros dos.
Kevin prescindió de sus palabras. Le apuntó a un soldado del equipo contrario, listo para disparar; pero otro jugador online le perforó la cabeza con una pistola. Maldijo en voz alta, arrojó el mando de la consola y se quitó los auriculares, furioso.
—¿Viste eso? ¡Estaba por matar al sujeto!
—Pero no lo hiciste. Y ahora que tu orgullo se desvaneció por morir en menos de cinco minutos, cuéntame acerca él —pidió Zack—. Casi no me acuerdo de cómo es, solo que tenía los ojos celestes.
—Es un puto ángel —escupió Kevin—. ¿Y tú por qué tan interesado en él? ¿Qué acaso quieres una cita? Porque oí que está soltero.
Zack le arrojó un puñado de palomitas de maíz del cueco que había en medio de los dos amigos.
—¿Por qué siempre tienes que ser un idiota?
—Así y todo me amas —aseguró Kevin con una sonrisa de galán.
—¿Es muy obvio? —respondió fingiendo sorpresa; ambos estallaron en carcajadas.
La alegría se evaporó en el aire. Otra vez, había reído sin la presencia de Eli. Quiso lastimarse por faltarle el respeto a la memoria de su novia, aun sabiendo que no estaba muerta.
Se levantó del suelo y tomó su patineta que había dejado junto a la cama de Kevin al llegar.
—¿Ya te vas? —preguntó su amigo, un poco decepcionado. Zack sabía que Kev odiaba tener que estar con su familia. Pero eso no tenía por qué ser problema suyo.
—No, fíjate que voy al baño.
—¿Con tu patineta? ¿Es tan urgente?
Zack suspiró. Contrólate. Cuenta: uno, dos, tres, cuatro, cinco...
—¿Conoces la palabra sarcasmo? —Zack no estaba de humor, hacía días que no.
—Sí —contestó Kev con sequedad—. Pero me parece que tú no sabes lo que el concepto broma significa. —Se levantó y avanzó hasta quedar frente a su mejor amigo—. Mira, sé que soy un asco para hablar con seriedad...
—Muy de acuerdo, continúa.
—No agotes mi paciencia, Anderson. —Resopló, exhausto—. ¿Estás así por Eli, no? —Zack guardó silencio— ¿La... extrañas? ¿Es por eso andas como alma en pena?
—Mira, si quisiera tener una conversión profunda y sentimental, habría ido con Sasha. ¿No podemos solo jugar videojuegos un rato?
—¿Y si solo quieres jugar con la condenada consola, por qué diablos te vas? —replicó ceñudo.
Zack se encogió de hombros. No podía decirle que la sola idea de divertirse sin Eli, le asqueaba. Él no lo entendería.
—Es tarde —se excusó.
—Bajando en skate por la colina te demoras menos de un minuto en llegar a tu casa. Y por si te habías olvidado, es sábado; sinónimo de que importa un bledo a qué hora te vayas.
—Supongo que una última partida no le hará daño a nadie. —Suspiró—. Pero trata de no llorar si pierdes durante los primeros cinco minutos.
Kevin se puso la mano en el corazón. Volvió a sentarse en el suelo frente a la televisión ultra delgada y seleccionó el modo multi-jugador.
—¿Bruno tiene nuestra edad? —preguntó Zack, acomodándose junto a él.
—Creo que cumplió los diecisiete, pero es un fracasado, no merece entrar en el grupo. Siempre anda sacando dieces, obedeciendo cada estúpida regla... Parece un santo. —Tomó un sorbo de refresco—. ¿Estás seguro que no quieres que te haga una cita con él?
Zack no pudo evitar sonreír. Había dado en el clavo.
—Se llevaría muy bien con Sasha —comentó con inocencia—. ¿Es por eso que no lo quieres cerca? Mira, llevas guardándote lo que sientes por ella desde que éramos niños. Tienes que jugártela por Sasha antes de que alguien se te adelante. Bruno, por ejemplo.
—¡Maldición, tienes razón! ¿Crees que Sasha sepa que me gusta?
—No, la tratas como una mierda. Pero Amy sí, te conoce muy bien. Llámala. Nadie conoce mejor a Sasha que ella.
Kevin le sonrió y le dio un amistoso golpe en el hombro; entretanto con su otra mano sacaba su iPhone del bolsillo y buscaba el número de su amiga en la lista de contactos.
Por un ligero momento, Zack experimentó una enorme y auténtica leticia. La sensación se le hizo anexa, casi desconocida. Aquello lo preocupó. ¿Cómo era posible que olvidara lo que era sentirse feliz?
Desde que Eli había caído en coma (¡por su culpa!), él no paraba de sentirse miserable todo el tiempo. Si tan solo no hubiese cruzado la calle, o si hubiera corrido al ver el camión... Pero no hizo ninguna de esas cosas. Y por ello, la chica que más quería estaba en coma.
El instante de alegría se esfumó tan rápido como apareció.
—Amy dice que viene en... —Kevin se interrumpió—. ¡Zack! ¿Qué te pasa, amigo?
—Nada —respondió automáticamente. La voz se le cortó, debido a un gran nudo que tenía en la garganta. Ni siquiera se había dado cuenta.
—Estás llorando —afirmó Kevin con suavidad—. Y comenzaste de la nada, lo cual, en mi humilde opinión, resulta escalofriante.
—Gracias por tu empatía —ironizó Zack con voz entrecortada; sintió un sabor salado al abrir la boca.
Kevin le dio unas palmaditas de ánimo en la espalda, pero Zack apartó su mano y se alejó de él. El velo de una inesperada cólera lo cegó hasta el punto de confundirse en su propia realidad.
—Yo... —Entonces, la ira terminó por tragárselo, consiguiendo que su boca hablara sin su consentimiento—. ¿Por qué no puedo estar un desgraciado minuto sin pensar en ella? —Sintió sus rodillas contra el suelo, pero no recordó haberse arrojado a él—. ¡La extraño, maldita sea! —Sus manos golpeaban la cerámica; veía sus nudillos ensangrentados, mas el dolor no se hacía presente—. No soporto estar aquí, divirtiéndome, fingiendo que todo está bien... ¡¡Le cagué la vida!!
Kevin mantuvo distancia con su mejor amigo, mientras que este poco y nada comprendía lo que estaba ocurriendo. Veía todo a través de un cristal empañado; su mundo era difuso, y no conseguía entender qué había hecho en los últimos segundos.
Cerró los ojos, deseando que todo acabara.
—No sacarás nada destrozándote la maldita cabeza —oyó que Kevin le decía de lejos—. No necesitas más mierda en tus pensamientos. Sé cómo te sientes.
Aquello causó la explosión. Zack abrió los ojos, se puso de pie y balbuceó una verborrea ininteligible.
—¿Sabes cómo me siento? —logró modular—. ¡¡No sabes nada!!
Kevin dio un paso atrás, pálido por la crisis de su amigo. Kevin, quien nunca mostraba a nadie lo que sentía, tenía todos los músculos tensos y una mirada de espanto. Su mejor amigo le temía.
—Zack —pronunció el nombre con un tono de voz que habría usado un domador al perder el control de su león—. Zack, por favor, tranquilízate.
—¿El valiente de Kevin está asustado? —Las palabras le salían sin pronunciarlas, alguien distinto a él había tomado el control de su cuerpo.
—Solo cálmate amigo, de verdad. ¿Qué diablos te pasa? ¿Saben tus padres que estás así?
—¡No! —bramó Zack, más consciente de su actuar—. Ellos no pueden saberlo. —Se puso de pie y se acercó a Kevin, pero este retrocedió.
Los padres de Zack no podían enterarse de lo que acababa de ocurrir, sobre todo porque él recién estaba asimilando su brote. Kevin desconocía la mitad de lo que estaba ocurriendo. Zack se había asegurado de mantenerlo en secreto por años. Solo sus padres y profesores estaban al tanto de su situación. Zack si siquiera se lo había dicho a Eli, era demasiado vergonzoso. Sus padres le insistían que podía confiar en sus amigos, que no lo juzgarían, ni lo tratarían diferente. Y, tal vez, hasta tenían razón, mas Zack no quería arriesgarse.
—Por favor —suplicó luego de una larga pausa, en la consiguió poner los pies en la Tierra—. No les digas a mis padres.
—¿Por qué no? —Kevin seguía estando lejos de él; se le notaba el miedo por la forma que lo miraba, como un completo desconocido—. Zack, en serio, este último tiempo has estado demasiado extraño. No es normal lo que te ocurre. Tal vez debas hablar con una terapeuta.
¡Por supuesto que no era algo común lo que le ocurría! ¡Era una maldición!
No, no podía decirle. No le importaba lo que su padre, madre o incluso su estúpida doctora dijeran. Él no... Un momento, ¿y si lo hacía? ¿Sería tan terrible como él creía? Por un lado, sus amigos podrían no volver a tratarlo como antes, pero por el otro, se quitaría un gran peso de encima.
—Tengo un secreto que contarte. —Muy bien, la granada había sido lanzada; no había marcha atrás—. Pero prométeme que lo mantendrás entre los dos.
—¿Qué cosa? —dijo una voz. Amy.
Maldita sea la rubia, que vivía a menos de veinte metros de Kevin. Maldita sea su madre, que la dejó entrar. Maldita sea su amigo, que dejó la puerta de la habitación abierta. Y maldita sea él, que había abierto la boca.
—¿Y a ti que te pasó en los ojos? —Miró a Zack—. ¿Te fumaste un porro o estabas llorando?
—Y después dicen que yo carezco de empatía —comentó Kevin.
—Bueno, bueno. —Ignoró al chico—. Adoro llegar en el momento indicado. ¿Qué es lo que no contaremos a nadie, Zack?
—Sí, Zack. —Kevin lo observó con interés—. ¿Qué es?
Bum.
,
La paciente se reserva la información
Grace Ryan no había vuelto a llorar desde la muerte de su padre, hacía ya tres años. Si soltaba una sola lágrima, significaría que la poseía una pena tan abismante como la muerte de su papá, y nunca nada, sería más triste que aquel tormento. Había quedado huérfana a sus cortos catorce años; le habían arrebatado sin previo aviso a la persona que más amaba en el mundo. Y por eso, tenía que aguantarse el nudo en la garganta, ese que te avisaba que las lágrimas no tardarían en surgir. Luego venía el picor en los ojos. Por último, la vista nublada, cuando llegas a ese paso, sabes que no puedes hacer nada al respecto.
—No te merezco, John —admitió al aire—. Pero me gustas —musitó en un suspiro.
Se puso de pie, y sacudió las hojas otoñales que el árbol botaba sobre ella. Eso significaba que llevaba casi tres horas en Cuatro Estaciones. El invierno no tardaría en llegar, lo mejor era irse. Grace odiaba la nieve: le recordaba demasiado a casa.
Decidió visitar a quien consideraba como un hermano mayor, pese a que ella le ganaba por un par de meses. Si bien Patrick desconocía tanto su vida como la vida misma, siempre le daba buenos y sinceros consejos. Grace trataba de imaginarse cómo se sentiría no tener acceso a ningún recuerdo de su Vida Terrestre... ¡Un paraíso de ensueño! Olvidar su vida por completo. De acuerdo, era muy egoísta; muchas personas en Pueblito, Cuatro Estaciones e Isla (eran los únicos lugares que había visitado) anhelaban poder saber aunque fuera una mínima cosa de su vida. Y ahí estaba ella, pidiendo no saber nada de nada, queriendo deshacerse de algo que su mejor amigo deseaba con locura.
Tal vez, si la vida de Grace no fuera un desastre, ella habría estado encantada de saber sobre su familia, amigos, casa, etc. Pero lo único bueno de su vida había quedado sepultado en el baúl de los recuerdos. Olvidó su antigua vida para sobrevivir al calvario de su nueva realidad.
Sufrió, gritó y terminó en el reformatorio, donde arrojó al tacho de basura toda su personalidad de "niña buena". Era eso, o dejar que lo matones de dos metros la golpearán y se burlaran de ella. Hizo lo necesario para sobrevivir...
Qué irónico sonaba eso.
Comenzó a Canalizar su Energía, y contempló cómo un copo de nieve descendía lentamente del cielo hasta posarse en su mano. Era tan frágil, tierno y delicado que, por un instante, Grace se recordó a sí misma a los trece años. Cuando su padre seguía vivo.
Aplastó el copo.
Seguir ocultando lo de John solo le partiría el corazón, pero no le importó.
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