🌠Capítulo 7: Un plan nada amistoso🌠

3 días en coma


—Disculpa a Patrick —le dijo Grace—. No es muy amable con gente que no conoce, pero tampoco es usual que sea así de desagradable.

Eli resopló.

—Tengo un adjetivo en mente que lo describe mejor.

Grace se rio con alegría.

—Me caes bien, Elizabeth.

—Dime Eli, todos me llaman así. Bueno, todos excepto él. Creo que le gusta hostigarme a propósito.

Grace la analizó de pies a cabeza, ceñuda.

—Te llama por tu nombre porque nadie más lo hace.

—No entiendo.

—Lo hace ser especial. Y si Patrick ama algo más que la soledad, es ser importante.

—Qué asco, lo que menos quiero es que Patrick se haga el "único" con­migo.

Grace volvió a reír mientras le daba unas sosas palmaditas en el hombro; esa adolescente no sabía mostrar afecto. Le recordó a Kevin.

Entonces, Elizabeth/Eli, necesitas un apodo ahora, ¿Rojita?

—Eli.

—¿Qué tal Beth? —propuso Grace, ignorando a la pelirroja.

—Eli —insistió.

—No, no. Ese era tu apodo en tu Vida Terrestre. ¿No querrás seguir con ese o sí? Me parece que te causaría una maldita nostalgia todo el tiempo. ¡Ya sé! ¡Lisa! Eso, es perfecto —Se pasó la mano por el cabello, fingiendo arreglárselo—. Cada día me sorprendo.

—¿Lisa? —preguntó Eli no muy convencida.

—Lisa. —Grace asintió la cabeza—. ¡Muy bien, Lisa! Mueve tu trasero y sígueme. Tengo mucho que enseñarte.


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Desconocido

—No creo que sea una mala chica —repuso John—. Se ve muy amigable.

Patrick se cruzó se brazos.

—¡Oh vamos, John! —exclamó frustrado—. Según tú hasta un tiburón blanco que se come a un buzo es amigable. Tu opinión no es muy factible en este caso.

El chico se encogió de hombros.

—No es la culpa del tiburón. ¿Tú no te defenderías si un extraño viene a invadirte?

—Era un ejemplo hipotético. —Patrick sopló uno de sus mechones ru­bios con exasperación.

—Y yo te respondí, de forma hipotética.

John esbozó una de sus típicas sonrisitas. No muy amplias, pero llenas de alegría. Patrick siempre se pre­guntaba cómo podía ser tan feliz, sabiendo que en cualquier momento po­dría morir

—¿Deberíamos ir con ellas? —añadió, dispuesto a cambiar de tema.

—No lo creo. Es junta de mujeres.

—¿Y?

Patrick no respondió.

—Supéralo, amigo —dijo John—. Nunca podrás mentir bien. Tienes miedo, porque Grace se molestó contigo.

—Debo admitir que eso influyó mucho en mi decisión de quedarme aquí —respondió con una sonrisa traviesa, solo con él podía sonreír de esa forma: feliz de verdad—. Pero no me culpes por querer proteger este rostro angelical de su puño, o pie. Mi belleza natural es de las pocas cosas que me quedan de mi Vida Terrestre.

—Si te consuela, no creo que Grace te hubiera golpeado en la cara. Si sabes a lo que me refiero.

—Oh. ¿Esa chica sería capaz?

—No lo dudaría ni un segundo.

—Ni siquiera se arrepentiría —agregó Patrick con seriedad—. Como sea. —Hizo un gesto con la mano, como si tratara de espantar moscas—. Nece­sito hablar con ustedes dos.

—¿Y qué pasó con lo de proteger tu hermoso rostro? ¿Acaso ya no te importa? —fingió sorprenderse—. Sabía que viviría para presenciar este día —se dirigió al cielo—: a Patrick no le interesa perder su belleza.

Patrick soltó una carcajada.

—Ese es, sin lugar a dudas, el comentario más gay que he escuchado.

—¿Qué es gay? —inquirió John con escepticismo—. ¿Es algo malo?


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3 días en coma

Grace condujo a Eli, perdón, Lisa hasta una pequeña casita de madera azul oscura; el techo era de un blanco intachable, inmune a cualquier mínima suciedad.

Eliza... ¡Lisa!, acercó la mano al pomo de la puerta, pero Grace la atajó justo en el momento.

—Momentito, chica. Mi casa. Yo voy primero. Además tengo unas reglas que aclarar: no toques nada, y no insistas con preguntas que no quiero res­ponder. ¿Hecho?

Lisa tragó saliva con dificultad.

—¡Solo bromeo! —Grace estalló en risas—. Entra. Mi casa es tu casa, literalmente. Aunque es en serio lo de no tocar nada. Créeme que te arre­pentirás si lo haces.

Eli abrió la puerta. Ambas chicas ingresaron a la pequeña y acogedora vivienda.

El decorado al interior de la casita le resultó tan cálido como un sillón de metal o una cama hecha de clavos. La habitación era en su mayoría gris, excepto por una pared negra en donde se encontraba la cama deshecha, que tenía un cobertor roñoso y opaco. La mesita de noche estaba copada de basura. Y, sobre el suelo, había un montón de ropa, revistas científicas, enci­clopedias, diarios y hasta un microscopio.

Aun así, Lisa intentó sentirse cómoda en ese espacio, pues ella nunca había sido demasiado ordenada u organizada. De hecho, la única vez que limpiaba su habitación era a la hora de hacer espacio en su vestidor para más ropa. Las empleadas se encargaban de que su cuarto no pareciera un com­pleto vertedero.

Sasha y Kevin se habrían horrorizado al ver ese dormitorio, ambos aseaban hasta las inocentes partículas que flotaban felizmente en el aire.

— Te quedarás aquí, hasta que Quae Vox te designe tu propia casita —dijo Grace, desde el otro extremo de la habitación, que no era muy lejos; el cuarto era pequeño.

—¿Quae Vox? —Lisa necesitaba con urgencias un diccionario—. ¿No tie­nen algo así como un folleto informativo para los recién llegados?

—Ah, claro. Por un segundo olvidé que eres una Neófita. Lamento mez­clar el idioma que usamos aquí con el inglés, ya se me hizo costumbre. —Se sentó en la cama y le señaló a Lisa para que hiciera lo mismo—. Actúas como si nada hubiera pasado. La mayoría de las personas están como unos lunáticos cuando llegan.

Lisa, sin muchas ganas, se sentó en la sucia cama.

Quae Vox... —comenzó explicando Grace.

—Significa una voz, en inglés —irrumpió alguien—. Es algo así como nuestra Diosa aquí. Es incorpórea y lo sabe todo.

Ambas chicas voltearon, encontrándose con Patrick y el otro muchacho justo en la entrada.

—¿Qué hacen aquí? —inquirió Grace—. ¿Acaso quieres perturbar más a la pobre de Lisa? —se dirigió a Patrick—. Porque déjame decirte que te odia.

Patrick sonrió con ironía.

—Ahora que ya hablamos de lo obvio, quería decirte que... —Entrecerró los ojos, confuso—. ¿Lisa? —Miró a la chica—. ¿No era Eli?

—Ya no —aclaró Grace—. Acabo de bautizarla.

—Lo que sea. —Hizo un gesto de desinterés—. Ambos son horribles. Quería hablar algo contigo, amiga.

—Yo no soy tu amiga —intervino Lisa.

—¿Y quién te está hablando a ti, Elizabeth? Me refería a Grace.

—¿Será posible que seas agradable con ella aunque sea un minuto? —le preguntó el chico desconocido. Él la estaba defendiendo por segunda vez, y ella ni siquiera se había molestado en preguntarle su nombre.

—Lo veo difícil —respondió circunspecto.

—Bueno, ¿qué es lo que quieres? —Grace no estaba de humor.

—Es una conversación privada —explicó con los ojos puestos en Lisa.

—De acuerdo, pero más te vale que sea importante, o te arrancaré los ojos con una cucharita. Adoro sacar ojos —se dirigió a Lisa—, para que lo sepas en el futuro. Nos vemos en una media hora, recuerda no tocar nada. Te explicaré cuando regrese.

Patrick sonrió con suficiencia, se dio la vuelta y salió, sin siquiera despe­dirse. Grace lo siguió por detrás. Cuando el adolescente desconocido estuvo por cruzar la entrada, Lisa lo llamó.

—¿Sí? —el chico se volvió; tenía una afable sonrisa en el rostro.

—Yo... quería preguntarte algo.

—Adelante, tienes toda mi atención. —Sus ojos resplandecían alegría. ¿Acaso ese chico no se enojaba nunca? ¿Cómo podía ser amigo de Patrick alguien tan amable como él? Aunque, siendo sinceros, lo conocía hacía quince minutos, tal vez no fuera tan bueno como parecía. O Patrick tan malo.

Creí haberte dicho que te callaras, se contestó.

—¿Cómo te llamas?

—John, ¿y tú Elizabeth, no?

—Dime El... Lisa, dime Lisa, por favor.

John le sonrió.

—¿Algo más que quieras preguntarme, Lisa? —Su sonrisa se hizo más amplia.

—¿John? —preguntó Patrick desde afuera—. ¿Vienes o qué?

El muchacho se acercó a Lisa, y musitó:

—El jefe ha hablado. —No pudo contener una sonrisa—. ¿Te veo des­pués? Porque si no me voy ahora, él sí que se va enojar. Puedo hacerte un recorrido para que conozcas el lugar, además supongo que ninguno de esos dos te ha explicado nada. —Lisa negó con la cabeza—. Oh, ese par de em­páticos —ironizó divertido—. Muy bien, yo seré tu guía, si tú quieres.

—Me encantaría. —Sonrió agradecida; la alegría de John era conta­giosa—. Gracias por ser tan amable conmigo.

—El placer es mío. Te ves cómo alguien que se merece una cálida bien­venida.

El chico salió, dejando a Lisa por completo sola.

Decidió ordenar el lu­gar como agradecimiento.

Se inclinó para recoger una bolsa de frituras, pero cuando la tocó, sintió su alma siendo rasgada. Aulló de agonía, y la soltó de inmediato. Una enorme ampolla le apareció en el dedo al instante.

No toques nada, la voz de Grace zumbó en su cabeza como un enjambre de abejas. Un dolor punzante se extendió por todo su cuerpo, obligándola a sentarse en la cama para recomponerse.

—Las cosas que tengo que hacer por ti, Zack —dijo Lisa con melancolía.

Extrañó su compañía, él no estaría nunca ahí. Y, por cómo iban las cosas, parecía que ella no volvería a casa en un buen tiempo.

O nunca, le susurró una vocecita interior.


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Desconocido

—Lisa no tiene nada de malo —le espetó Grace—. No sé por qué la odias tanto.

Patrick entrecerró los ojos, a veces, Grace podría resultar agotadora. ¿Por qué todo el mundo estaba del lado de Elizabeth? Ella no era más que una tonta adolescente. Sí, podía ser algo alegre y divertida, sobre todo cuando sonreía. Le gustaba que no se dejase pasar a llevar y se defendiera sin llegar a los insultos... ¡Con­céntrate, Patrick!

—Desperdició su vida —explicó de brazos cruzados.

—Eso se llama estar enamorado —dijeron John y Grace al unísono.

—Además es su vida —enfatizó John—. Tú no tienes derecho a opinar sobre lo que hace, ni siquiera es tu amiga.

—¿Me ayudarán o no? —repitió Patrick.

Grace y John compartieron una mirada incómoda. Permanecieron en si­lencio por lo que a Patrick le pareció una eternidad. Al final, Grace se enco­gió de hombros y asintió sin mucho interés.

—Si es la única forma para que recuperes tus recuerdos...

—De cualquier manera —comentó John—, no iba a ser amable con ella solo porque tú me lo pidieras. Si te dieras el tiempo de conocerla, verías que es muy simpática.

—¿Y acaso tú la conoces? —masculló Grace, incapaz de ocultar su dis­gusto.

—No, pero me gustaría poder hacerlo.

—Eres un depravado —se burló ella—. Siempre pensando en sexo.

Patrick se aguantó una risotada, o al menos, hizo el intento. John, preso del pánico, permaneció estático, mientras sus mejillas adquirían el característico color de la vergüenza.

—¡Mentes de alcantarilla! —clamó, con las manos empuñadas.

—Solo era una broma, John —dijo Patrick—. Qué rápido se te quita lo gay.

—¡Todavía no me explicas qué es eso! —se quejó enfadado.

—¿Les parece volver al tema? —terció Grace. Ambos asintieron con la cabeza—. ¿El plan cuál es? ¿Ser amables con ella para descubrir la conexión contigo? Listo. Pero ella te odia, Patrick. Deberás esforzarte más para tratar de sacarle in­formación.

—Por eso les pido que me ayuden. No sé cómo fingir que me agrade. No puedo verla a la cara sin querer azotarla contra la pared.

—¿Sabes? Esa expresión puede interpretarse de muchas formas —co­mentó Grace con diversión.

—¿Puedes, por un minuto, no pensar en sexo? —la reprendió John con sequedad.

Patrick y Grace se quedaron con la boca abierta de la sorpresa. Él nunca se enojaba, no de verdad. Y menos con ellos, sus amigos.

—Si no tenemos nada a más que discutir, ¿puedo irme? —agregó John—. Lisa está esperando que vuelva.

—Siempre has podido hacer lo que quieras —le respondió Grace con tanta furia que Patrick casi se apartó de ella—. ¿Qué estás esperando? Corre a besuquearte con Lisa. Es todo lo que deseas. Eres libre de hacer la mierda que quieras.

—¿Y a ti qué te pasa? ¿No te caía bien?

—Claro que sí. Ella es encantadora. Y muy hermosa. Anda, te está espe­rando. ¡A ninguno de nosotros nos interesa lo que hagas!

—¿Qué mosquito te picó?

—Estaré afuera una par de horas —dijo sin dirigirle la mirada—. Cuatro Estaciones —ordenó en voz alta; desapareció al instante.

—¿Qué rayos acaba de pasar? —John estaba perplejo.

—Ah, mi buen amigo —dijo Patrick con diversión—, acabas de presen­ciar lo que la gente llama "una escena de celos".

—¿Qué? —Entornó los ojos, no creyendo en sus palabras—. ¿Te refieres a que...?

—Sería muy fácil explicarte —lo cortó—. Por desgracia, deberás hablar con Grace sobre eso.

—Me matará —repuso John.

—En ese caso, buena suerte.

—Eres un pésimo amigo.

—Y tú un ciego.

—Pues este ciego es quien te ayudará a descifrar tu Vida Terrestre. Así que trata de ser un poco más simpático. Aunque insisto que engañar a Lisa no servirá de nada.

—Vaya, sí que te gusta. Anda, ve con ella antes de que vuelva Grace.

Porque si ella estuviera aquí, los mataría a ambos, agregó en silencio.

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