🌠Capítulo 6: No todo lo que brilla es oro🌠
Desconocido
Patrick pensó que la cabeza le iba a estallar en cualquier momento; la jaqueca se había vuelvo intolerable. Llevaba ya dos horas tumbado sobre su cama, por culpa del fuerte dolor en las sienes que le impedía realizar cualquier acción que no fuera quejarse. En momentos así envidiaba a Grace.
Alguien llamó a su puerta.
Con suma dificultada, Patrick se levantó y caminó hasta la entrada. Tenía una mano sobre la frente, pues sentía que dos muros se cerraban violentamente contra su cráneo, una sensación mucho peor al dolor que sintió al golpearse en el Túnel la primea vez que llegó hacía unos... ¿Cuántos meses llevaba en Coma? Otra vez su memoria le jugó una broma pesada.
Llegó a la puerta y con la mano vacía, la abrió. Michael, uno de los encargados, lo saludó.
—Estoy con una jaqueca espantosa —le comunicó cortante—. Sé breve.
—Hay un Neófito.
—Felicidades —respondió sarcástico—. ¿Puedo volver a recostarme? —Patrick intentó cerrar la puerta, pero Michael fue más rápido; metió su pie, evitando el portazo.
—Tienes que ir a la Oppidum comatis. Ahora.
—¿Por qué yo?
—¡Oh, no lo sé! —ironizó el hombre—. Tal vez porque es tu trabajo.
—Deberías actuar como un adulto —propuso Patrick.
—Y tú como parte del comité. Solo tienes que ir a la reunión; vemos la información del Neófito y te marchas. —Hizo una pausa, pero luego miró a Patrick con diversión. El sujeto no sabía comportarse como alguien de treintaicinco años. Quizá se debía a que había llegado a Coma cuando todavía era un niño—. Oí por ahí que es una chica.
—Estupendo —respondió Patrick con desgana.
—Y de tu edad.
—John debe estar saltando en un pie —dijo el adolescente con una sonrisa, pero fue tan forzada que sintió un dolor en las mejillas—. Solo terminemos con esto. Y más te vale que no sea una Perdida.
Cerró la puerta de un golpe, y se dirigió a la basílica Oppidum comatis con desgana. Solo quería tirarse en su cama y seguir sufriendo en solitario, mientras su memoria se extinguía juntos con sus esperanzas de vida. Se había vuelto su pasatiempo.
Patrick odiaba su cerebro, solo funcionaba cuando quería. Pero cuando necesitaba saber el nombre de su padre, o la dirección de su casa: ¡Bum!, las neuronas no se tocaban; y por supuesto, no respondían sus preguntas.
Una chica de su edad. Una adolescente. No conseguía sacarse los pensamientos de encima; mil preguntas se arremolinaron en su cabeza: ¿sería graciosa?, ¿risueña?, ¿agradable? ¿Qué le gustaría hacer en su tiempo libre?
Resultaba muy inusual que un adolescente llegara a Pueblito, ya que la mayoría de ellos acababan en Metrópoli o en Isla, por ejemplo. Patrick deseó ver alguno de esos Mundos, pero él no tenía Energía funcional, por lo que estaba estancado allí, esperando su Estrella para poder salir, esperando despertar.
Intentó recordar el día en que John llegó, pero no pudo; en lugar de una fresca imagen en su cerebro, solo consiguió imaginar una gran gama de grises con pequeñas motas destellantes, como una televisión sin cable. La aparición de Grace la recordaba mejor. Hasta antes de ella, él solo había tenido a John, que no estaba nada de mal. Ese chico era su mejor amigo, el único que tenía; y cuando John se encontró a Grace y la trajo a su Mundo, todo mejoró aún más.
Ambos cruzaron el umbral de la basílica, y entraron. La sala estaba igual que siempre: pantallas gigantes por ahí, otros aparatos electrónicos por allá y media docena de personas; analizando y discutiendo asuntos que a Patrick no le interesaban en ese momento. Solo quería ver la Cápsula de la chica. Contaba los minutos para decirles la noticia a John y Grace.
Caminó impetuosamente hasta la Mesa Central.
—¿Dónde está la Cápsula? —exigió con vehemencia.
La curiosidad por averiguar sobre la adolescente había comenzado a ejercer control sobre él, mas ignoró su conducta desesperada e insistió por una respuesta. Se había acostumbrado a dar órdenes, y hasta le agradaba tener cierto cargo y liderazgo en el lugar. Para mantenerse como una figura de respeto, pensó que lo mejor sería calmarse y volver a tomar las riendas de sus emociones. Además, Patrick detestaba que las personas lo conocieran, porque podían llegar a entenderlo mejor que él mismo; y no necesitaba más confusiones sobre su personalidad.
—Por acá —contestó Michael, indicándole el escritorio con la pantalla número nueve. Su número de la suerte. Tenía que ser un buen augurio, ¿verdad?
El huevo metálico era más grande de lo usual, por lo que contenía mucha información; era duro y frío, y no había sido abierto aún, lo que significaba que solo habían oído el anuncio de Quae Vox, y que él sería el primero en averiguar sobre la Neófita.
Se sentó en la silla negra y tomó el huevo con sus largos dedos huesudos, aunque él prefiere adjetivarlos como "finos" (pero como narro yo, nos quedaremos con lo primero que dije).
Golpeó la Cápsula. Luego la abrió como si fuera a cocinar huevo en la sartén; el holograma no tardó en surgir, y se arrastró como una niebla hasta internarse en la pantalla. Patrick ya estaba acostumbrado, la primera vez le había parecido increíble, pero luego de semanas (¿o meses?) resultaba monótono. Como si el holograma se demorara en incrustarse en el aparato para molestar al chico.
Presionó un par de teclas, y apareció la imagen en la televisión.
Patrick ansiaba ver a la chica, pero la foto de los Khÿrapa siempre tardaba en cargar, y esa vez no fue una excepción. Así que se decidió a inspeccionar su vida sin censura; de vez en cuanto no estaba tan mal su trabajo. Hasta resultaba divertido. Dios, qué sociópata sonó eso. Olviden que lo escribí, espero Patrick no se enoje.
Leyó su ficha.
A pesar de que la causa era común, Patrick se conmovió. Por primera vez, se puso en su lugar y se imaginó la terrible angustia que debía estar padeciendo. Había sido tan egoísta al pensar en ella como una amiga, que olvidó por completo el hecho de que la chica estaba en coma, en un hospital. Con padres preocupados y amigos esperando que despertara. Pero como Patrick seguía siendo una persona individualista la mayoría del tiempo, volvió a centrar su atención en sus pasatiempos esperando hallar cosas en común con ella. Específicamente, que le gustase leer. ¡Bingo! Quizá si charlaban de libros, él podría acordarse de otros títulos y autores, los cuales conducían a recuerdos. Menos posibilidades de ser desconectado.
La foto de Elizabeth cargó. Cuando Patrick la vio, tuvo que afirmarse de la silla para no caer. Él conocía a esa chica. La había visto antes.
Cerró los ojos con fuerza, y dejó que el recuerdo saliera:
"Estaba sentado en el suelo leyendo su libro favorito. Era un frío día de invierno, y la chimenea apenas calentaba. Pero no le importaba, porque se encontraba con ella, que tocaba el viejo piano mientras la nieve caía. Él amaba oírla tocar. Ella le prometió que le enseñaría.
—Patrick, ven por favor —dijo con voz dulce.
Él se acercó y la contempló, sus ojos eran tan cálidos, ese color..."
El recuerdo terminó.
Patrick abrió los ojos, y se percató de que todos los miembros del comité lo observaban perplejos, asustados, e incluso preocupados.
—¿Todo en orden? —inquirió un anciano. ¡Paul! Su nombre era Paul.
—Yo... —No les digas, ellos no son tus amigos. Debes decirle a Grace y John—. Sentí un fuerte dolor en la cabeza, pero ya pasó.
Los hombres, no muy convencidos, aceptaron la pobre explicación improvisada y prosiguieron con sus labores.
Elizabeth Scott. Fuera quien fuera esa chica, Patrick la conocía, volviéndola una pieza fundamental en lo que respectaba a la recuperación de su memoria. Por primera vez, Patrick había visto su Vida Terrestre, su verdadera vida. ¿Pero quién era esa mujer que recordó? ¿Era una mujer? Podría haber sido perfectamente de la edad de Patrick teniendo en cuenta que él no le había visto el rostro. El recuerdo no fue demasiado nítido. Solo pudo distinguir cabello rojizo, igual que el de Elizabeth. Y unos ojos... ¿De qué color eran? Mishälto! Ya lo había olvidado. No podía permitir eso. Tenía que lograr recuperar su memoria, solo así despertaría. Y para eso, necesitaba a Elizabeth. Necesitaba vivir.
Michael le tocó el hombro.
—Vaya, es linda. ¿Te gusta?
Patrick ni siquiera se había puesto a analizar los rasgos físicos de Elizabeth. ¡Ella era la clave de todo, qué importaba si tenía tres ojos o pesaba cien kilos!
—No —mintió al examinar la fotografía con detenimiento—, además la ficha dice que tiene novio.
—¡Claro, lo había olvidado! La Voz nos contó todo el suceso del atropello.
Patrick frunció el ceño.
—¿Suceso? Un auto la atropelló y cayó en coma. Fin.
Michael negó con la cabeza.
—Fue un gran y emotivo atropello. —Se sentó en la silla, preparado para relatar—. Resulta que un auto estaba por atropellar a su novio, así que la chica corrió a salvarlo; lo empujó, y fue ella quien recibió el impacto. ¡Eso llamo yo un sacrifico por amor! Ojalá yo hubiese tenido una novia así —agregó bromeando. Pero Patrick no estaba para bromas. Una cólera indescriptible le recorrió por toda la sangre.
—¡Yo lo llamo suicidio! ¿Quién puede ser tan idiota para quitarse la vida, por alguien más?
—Quizá lo amaba.
—¡Esa chica no sabía la suerte que tenía de estar sana! ¡Regaló su vida! Es una estúpida —concluyó.
Michael le dio golpecitos en la espalda.
—Tranquilízate, muchacho.
—¡No! Lo tenía todo y lo dejó sin siquiera pensar en las consecuencias. Me enerva pensar que existe gente así de impulsiva, con complejo de héroe. Lo que hizo fue una idiotez, no un sacrificio por amor.
—Bueno, creí que estarías contento con la chica. Mejor ni te pregunto si quieres ir por ella. Mandaré a Violeta. —Se dio media vuelta para buscar a la mujer de cuarenta años.
Patrick era una persona serena —hasta donde se conocía—, que rara vez se dejaba llevar por lo que sintiera a nivel emocional. Prefería lucir tranquilo, oculto entre las sombras.; y lejos de la tormenta de cambios de humor que desgraciadamente el ser humano porta consigo. Pero todo eso se desvaneció por unos segundos. Golpeó el escritorio con tanta fuerza que quedó una abolladura (según él dice. ¿Deberíamos creerle?). El dolor no tardó en salir a escena, mientras que sus niveles de cólera no hacían más que elevarse y poseerlo.
Tendría que hacerse amigo de esa estúpida chica o se pudriría esperando su desgraciada Estrella. Necesitaba su confianza. ¿Pero cómo podía fingir apreciar a alguien que despreciaba? Apenas sí sabía ser amable con quienes quería entablar una amistad. No porque fuera un adolescente antipático precisamente, sino más bien uno huraño. Disfrutaba de su propia compañía.
Le esperaba una tarea engorrosa. No sabía si podría soportarla, pero no le quedaba opción. Tenía que ocultar su fastidio de algún modo.
—Michael —lo llamó fuerte, pero no a gritos.
—¿Ah? —respondió este.
—Yo iré, por ella. Te lo suplico, seré amable. Pero yo iré por ella al Lugar Blanco.
Michael, no muy convencido, asintió.
No lo arruines, Patrick. Por favor no lo arruines.
,
Patrick comenzó a incorporarse, sin dejar de pensar en Elizabeth. En su cabello rojo, que le había dado un recuerdo. De pronto, le pareció bonito. Más de lo que ya había pensado cuando lo vio en la foto. Lástima que cubría una cabeza hueca.
—Eh, Patrick. ¿En qué piensas? —quiso averiguar John.
—En la Neófita. —No le gustaba mentir; y menos a su mejor amigo.
John le clavó una mirada furiosa.
—Fuiste muy cruel con ella. —Hizo una pausa; miró a todos lados, procurando que no hubiera nadie—. Es preciosa, ¿no te parece?
Patrick soltó una carcajada sin una pizca de diversión.
—Lo mismo pensé yo. Pero no te dejes engañar amigo mío.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —inquirió John, cruzándose de brazos—. ¿Una chica así de bonita debe tener alguna imperfección? —añadió, poniendo los ojos en blanco. No en sentido literal, por supuesto, eso habría sido escalofriante.
—No todo lo quebrilla es oro, John. A veces no es más que un metal falso, pintado de dorado.
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