🌠Capítulo 42: De lo indecible🌠

Patrick bufó en cuanto la vio.

—Recuerdo haberte dicho que no me siguieras.

—¿Y cuándo he hecho yo lo que me dices?

Se sentó sobre la hierba junto a Patrick. El chico no tuvo más remedio que dejar que se quedara. Giró la cabeza lejos de ella, pero le fue inútil. Ya lo sabía.

—Mírame.

Patrick no le obedeció, por lo que Grace decidió tomarlo por la barbilla, obligándole a verla a los ojos.

—Estabas llorando —le dijo, sin la mayor delicadeza.

El chico sacudió la cabeza, liberándose de su amiga.

—¿Tan mal es? —le preguntó esta.

—¿Qué cosa?

—Tu Vida Terrestre.

—Todo lo contrario. Mi vida es realmente maravillosa. —Le sonrió, porque de verdad lo sentía—. Mi familia, mis amigos... todo es grandioso.

Ella le sonrió; suspiró con alivio. Pero al instante, su interés en él se fue transformando en una preocupación de la que Patrick no quería participar.

—¿Cuál es?

—¿Cuál es qué?

—La razón, Patrick —le esclareció Grace—. Tienes que tener una razón para que hayas estado llorando. Tú no eres de los que lloran por cualquier pequeñez. —Se acomodó, dándose cuenta de la conclusión preocupante a la que había llegado—. Tú nunca lloras. ¿Qué fue lo que viste, Patrick?

—Grace, déjame solo.

—No. Cuéntame.

—¿Por qué? ¿Acaso tú eres muy abierta con tu vida privada? —Grace echó la cabeza hacia atrás—. No tengo motivo para decírtelo. Quiero estar solo, ¿es mucho pedir?

Patrick, intentando alejarse de Grace, se levantó. Mas esta le tomó la muñeca y lo atrajo hacia sí hasta que lo tuvo delante de ella. Lo abrazó con profundo amor, como nunca creyó que ella haría. Patrick le devolvió el abrazo, y pudo volver a llorar. Porque no estaba solo; no tenía por qué estar solo. Y sonrió, agradecido. Grace lo soltó y se quedó en silencio unos segundos, en los que Patrick se secó el rostro con las manos.

—Ten. —Su amiga le tendió unos pañuelos que había guardado en el bolsillo de su pantalón.

—¿Cómo es posible que siempre estés preparada? —No pudo evitar reír.

Se encogió de hombros.

—¿Por qué no mejor me cuentas qué recuerdas?

Y lo hizo.

Le habló de su padre huyendo de la comunidad Amish para quedarse con la mujer que después los abandonaría; de cómo conoció a su mamá y formaron una preciosa familia. Le contó sobre Dominic; sobre Elizabeth... Habló de su vida en general: de sus abuelos, tíos y primos; la granja en la que vivían, la librería en la que trabajaba con su mamá y Nick...

Le habló de Daisy y solo entonces Grace pareció verdaderamente sorprendida.

—¿Me estás diciendo que tienes una novia? —dijo Grace incrédula—. ¿Cómo diablos llegó a ocurrir eso?

—¿Es en serio Grace? Te cuento que Elizabeth es la gemela de mi hermano, ¿y a ti te sorprende más que yo tenía una novia?

—No eres muy atractivo, ni carismático —le explicó ella—; te quejas bastante de la gente, y en general, odias entablar cualquier tipo de relación. Además, tu cabello parece un nido dorado para pájaros. Sin mencionar que eres muy paliducho. ¿Qué chica querría eso?

—¿Sabes? Mi autoestima no es tan alta como para que me andes llamando basura.

—¿Y cuál es su nombre? —preguntó, pasando de su comentario.

A Patrick le dolió como si una mano le atravesara el pecho para apretarle el corazón... todos los órganos en realidad. Le tomó varios segundos contestar aquella pregunta, que, en el fondo, era la razón por la que él había querido estar solo.

—Era —le dijo con un susurró.

Grace no tuvo que pedirle explicaciones, entendió perfectamente lo que él quiso decirle. Sus ojos se abrieron, preocupantes. Le puso una mano en el hombro y le sonrió. Patrick no se había dado cuenta lo linda que era cuando sonreía. Le recordaba a su hermana Savannah: salvaje y con un gran instinto maternal.

—El hecho de que haya muerto no le quita su nombre. Los difuntos siguen llamándose igual, sobre todo si hay alguien que los recuerda.

—Daisy.

Ella le asintió.

—Tarde o temprano, las flores marchitan.

—Pero es horrible, Grace. Nunca creí que recordaría a una chica de la que estuve enamorado para dos segundos después recordar que la perdí. Que se fue para siempre. No esperé durante meses para esto, no es justo.

—Según lo que me contaste, fue su decisión, deberías recordarla con orgullo, no con tristeza, ni mucho menos frustración.

Patrick se quedó mirando el suelo unos momentos.

—Sé lo que estás pensando —reveló su amiga—, y te lo prohíbo.

—No tienes idea.

—¿Ah, no? Entonces no estás meditando sobre tu miserable existencia y sobre como nunca podrás ser feliz junto a Lisa.

—De acuerdo, eso fue algo escalofriante.

Ella le sonrió a modo de respuesta.

—Te pareces a mí, Patrick. Pero por favor, no lo hagas. No te aísles con pena y amargura. Al principio crees que solo así se irán, pero nunca se van. Se quedan, mutan y se transforman en veneno. Te queman por dentro. Y, entonces, ya no eres tú quién actúa, sino ese veneno. Pero lo único que él quiere, es matarte de cualquier forma. —Mientras hablaba, una lágrima se le resbaló. Ver a Grace llorar, fue la cosa más dura que alguna vez presenció—. No dejes que te venza. Sé más fuerte que yo.

—Eres de las personas más valientes que conozco.

—No lo soy. Soy dura, quizá seria, pero no me hace nada más que alguien que vive en constante temor. Traté de matarme, Patrick. —Lo miró directo a los ojos, estaban rojos, y cargados de una tristeza capaz de descender como un río—. Y no me arrepiento, eso es lo peor. Estoy, sucia. Estoy contaminada. Y no dejaré que sufras lo mismo que yo. Puede que el veneno sea mortal, pero nunca podrá ser eterno si dejas que el amor lo quite. Es el mejor detoxificante.

—¿Y qué pasa si pierdes a ese amor? ¿Qué hago si es el mismo amor el que me transforma en esto?

—Si eres un caballito de mar, nada. Si eres una persona, le permites a alguien volver a entrar. No mucha gente tiene la suerte que tienes tú.

—¿A qué te refieres?

—Muy cerca de aquí, en otro Mundo, hay una chica hermosa que, aunque me parece increíble, gusta de ti.

—Eso no lo sabes.

—¿Pero te gustaría?

Él negó con la cabeza.

—No puedo hacerle eso a Daisy. Lo correcto sería que viva este duelo en soledad. Dudo mucho que un esposo ande creándose cuentas por citas online en medio del funeral de su esposa.

—No te estoy negando eso, Patrick. Por supuesto que la muerte de Daisy no es algo que debas ignorar. Llora, sufre, y así te quitarás un enorme peso de encima. Y no, no te estoy diciendo que Daisy sea un peso, pero sí lo es la pena que te provoca su muerte. Líbrate de esa innecesaria triste.

—Lo intentaré.

—Pero no lo hagas solo.

—¿Cómo?

—No puedes perder un solo segundo, Patrick. ¿Quieres vivir el duelo? Pues hazlo, pero no tienes por qué alejarte de quienes te quieren.

—¿Me estás diciendo...? —No pudo terminar la pregunta.

—Sé que Lisa lo entenderá. No tienes por qué ser miserable, cuando puedes despedirte de tu primer amor, junto uno nuevo. Inténtalo, ¿sí?

—Lo haré, Grace. Gracias.

Esta empezó a Canalizar.

—¿A dónde vas? —preguntó Patrick.

—Me siento bastante sincera hoy, creo que es momento de que resuelva algunas cosas.

—Suerte con John. —Patrick le guiñó el ojo.

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Los tres amigos, con sus recuerdos, se permitieron viajar hasta sus respectivos hogares por un poco de ropa. Lisa llevaba un vestido negro hasta las rodillas, Patrick lucía un terno que le quedaba un poco grande. Grace, al igual que la pelirroja, se había colocado un femenino vestido con un bolero igual de negro.

Los tres mostraban miradas demacradas sin la mayor vergüenza. Lisa intentó arreglarse, pero ni el maquillaje (orgánico) logró ocultar las ojeras y la falta de color en sus mejillas. Se sentía gris, flácida como un cereal que ha estado mucho tiempo en un tazón de leche.

No pudo más, y comenzó a sollozar frente a las tumbas que les habían hecho a ambos amigos.

Patrick, intentando calmar su dolor, le tomó la mano.

—Eh, estoy aquí —dijo dándole un beso en la nuca.

Lisa lo abrazó por la cintura y se permitió llorar, apoyando la cabeza en su pecho. Patrick la contrajo y gimió, con el dolor de un hermano que acaba de perder a dos, sobre el hombro de Elizabeth.

—Descansen, angelitos. Merecían un final mejor que este.

Dicho esas palabras, Grace se tiró al césped, lo golpeó con furia, como tratando de romperse las manos. Y no lloró, porque la rabia que sentía era mayor. Gritó, llena de una ira indescriptible.

—Grace, Grace —dijo Lisa con suavidad—, basta, no te hagas daño.

—¡No es justo! ¡Esto no es justo!

Patrick y Lisa intentaron calmarla, la sostuvieron por los brazos para que no siguiera haciéndose daño. Pero eso solo hizo que sus alaridos fueran más descontrolados, como los de un animal en medio de un matadero. No era una agonía como en las películas; esa desesperación que se muestra en gris con una melancólica música de fondo. Se trataba de dolor incontrolable, y para nada bello, expresado de la forma más monstruosa posible. Todo, bajo el radiante sol que siempre mostraba el Pueblito.

Una cruel ironía de que a la vida le importaba un carajo, que dos amados amigos hayan muerto. El sol seguía brillando, los pájaros seguían cantando y el césped seguía siendo de un verde casi artificial. ¿Qué importaban dos insignificantes humanos en comparación con la inmensidad de la naturaleza?

—¡Suéltenme! —chilló intentando zafarse—. ¡Suéltenme!

Pero ellos hicieron todo lo contrario.

La abrazaron como si se tratase de una niña pequeña.

—No, ¡no me toquen! ¡Váyanse! Yo... —Dejó de pelear, permitiéndole a la lágrimas apoderarse de aquellos bellos ojos claros—. Yo no quiero seguir. No puedo...

Se quedó echa un ovillo, bajo el manto de dos chicos, que aunque lloraban con desconsuelo, nunca llegarían a experimentar la tristeza en la que Grace se encontraba.

Lo único que podría salvarle de su miseria era olvidar.

Olvidarlo a él y a todo.

Era tiempo de despertar.

,


Las semanas terrestres transcurrieron, mientras que lo meses en Pueblito se acercaban al año, y aunque a Lisa le hubiese encantado decir que las cosas mejoraron para su amiga, no fue así.

Cargar con la pérdida de John y Lauren se había hecho más soportable; con la ayuda de Patrick, la partida de ambos chicos se iba haciendo cada día menos dolorosa. Se consolaban con el hecho de que John lo hubiese querido. Es decir, no murió en un accidente o debido a que lo desconectaron, sino porque él así lo quiso. Y Lauren, a su vez, murió intentando salvar a su mejor amigo. Había perdido a su madre y a su hermana menor en unos pocos meses. Puede que, si sobrevivía, la infelicidad de cargar además con el fallecimiento de su mejor amigo la consumiría hasta una horrible depresión.

Pero Grace no pensaba igual.

La Grace inteligente, racional y calculadora que conocían se había esfumado, dejando a una chica llena de dolor en su lugar. Pasaba la mayor parte del día junto a la tumba de John, y cuando volvía con Lisa y Patrick, éstos siempre notaban la hinchazón en sus ojos. Las ojeras eran también visibles. Pero nada de lo que le dijeran podía animarla.

Hay pérdidas que se llevan parte de tu alma consigo, y en esos casos, volver a ser quien eras resulta imposible.

En ese momento, ambos se encontraban en Cuatro Estaciones. Era el Mundo más maravilloso de todos, tan fantástico que hasta podían reírse y divertirse. De a poco, pensaban en John como un bello recuerdo de un chico lleno de amor, y en Lauren, como una pequeña niña de enorme valor. Y entonces, sus muertes ya no eran el tema central, si no los recuerdos que tenían sobre ellos.

Habían descubierto como inmortalizarlos. Porque, ¿qué es más vivo que un recuerdo que te transmite hasta las emociones y sensaciones que experimentaste en ese momento?

—Podría quedarme aquí todo el día —le dijo Lisa observando a las hojas caer.

Estaba recostada bajo la sombra de un gran árbol, con la cabeza apoyada en el regazo de Patrick. Este jugaba con su cabello como si se tratase de una bella muñeca de porcelana. Él le sonrió.

—Realmente una belleza —comentó Patrick.

Las hojas que caían se iban transformando en pequeños copos de nieve, los cuales, al tocar el piso, adquirían fuertes colores para posteriormente derretirse y dejar una flor en su lugar.

—Es un espectáculo digno de admirar —estuvo de acuerdo Lisa tocando una flor con la yema de sus dedos.

Patrick le tomó la mano y se la llevó a los labios. Besó sus nudillos, consiguiendo que ella soltara una risita.

—No me refería a las hojas —le explicó con una sonrisa de medio lado.

Lisa se levantó y sentó frente a él, alzándole una ceja.

—¿Patrick, el alga marina sin sentimientos, acaba de coquetearme?

Ambos rieron.

—Creo que sí —confesó Patrick con timidez—. Te debo bastantes palabras bonitas.

—¿Para qué? ¿Para intentar opacar las horribles cosas que me decías los primeros días? Eso ya es pasado, Patrick. Pasado superado.

—Bueno, que conste que lo intenté.

—Dime algo porque lo sientes, no porque quieres ocultar lo que sentías antes.

—¿Está es la parte en la que te digo que me enamoré de ti en el instante en que te vi? Porque, con toda honestidad, Elizabeth, me caías bastante mal.

—Gracias por esclarecerlo.

—No, es que en serio, te odiaba.

—Ya, perfecto. Puedes saltarte esa parte. Lo entendí: no todo es como en las películas y libros de amor.

—Gracias al Cielo que no, o ya estaríamos todos muertos.

Lisa intentó tomar ventaja del cambio del tema.

—Hablando de eso... —comenzó con cautela, pero Patrick la cortó de inmediato.

—No. No ahora, disfrutemos.

—¿Y crees que yo no quiero disfrutar? Pero tenemos que hablarlo, Patrick. En algún momento pasará, y el que aplacemos la charla no evitara que llegue a ocurrir.

Él suspiró.

—Tienes razón, estoy actuando como un cobarde. Pero es que la sola idea de perderte... —Sacudió la cabeza con los ojos cerrados—. Simplemente no puedo perderte.

—Ni yo a ti, ¿está bien? Nos salvamos el uno al otro, es lo que mejor sabemos hacer.

—Por supuesto, Pandita.

—Tenemos la memoria de nuestro lado, por lo que en cualquier momento podríamos recibir una Estrella. No perdamos la paciencia, no moriremos.

El rostro de Patrick se ensombreció.

—De cualquier forma, vamos a olvidar que alguna vez conocimos. Cada uno volverá a su vida, sin saber que el otro alguna vez existió.

—Necesitamos un plan para reencontrarnos.

—¡Brillante! —exclamó extendiendo los brazos para darle un fuerte abrazo.

—Hagamos un trato, el primero que reciba la Estrella, debe ser buscado por el otro.

—No, no. Tenemos que irnos de aquí juntos.

—Está bien. —Lisa le sonrió—. Ninguno se va hasta que el otro tenga su Estrella. ¿Hecho?

—Hecho. Pero tenemos que tener una especie de código. Así podremos buscarnos en la Vida Terrestre. Puede que no sepamos quién es al que estamos buscando, pero...

—La curiosidad mató al gato.

—Pero murió sabiendo —dijo Patrick con una sonrisa.

—Me encanta.

—A mí me encantas tú.

Lisa le lanzó un beso, a pesar de que estaban a pocos centímetros de distancia el uno del otro.

—Entonces, cuando nos encontremos, ¿recordaremos quiénes somos? —le preguntó Lisa.

—Es la idea. Se supone que la Energía da la memoria, y cuando yo no tenía recuerdos y te tocaba... recordaba.

—Al menos ya resolvimos ese misterio. ¿Crees que funcione?

—Es todo lo que tenemos. Solo necesitamos un mensaje que podamos entender.

—Podríamos escribir la dirección de cada uno. Cuando despertemos, nos intrigará el misterioso papel con una ubicación desconocida —propuso Lisa con ojos radiantes. Era un plan infalible.

—Y cuando nos veamos...

—Dios, te daré un beso tan grande cuando te vea...

Patrick se sorprendió de sus palabras. Y solo entonces Lisa se dio cuenta de lo que había dicho, y nunca hecho. Y sus ojos bajaron hasta un poco más bajo la nariz de Patrick. Se quedó con los ojos ahí, estancada.

Patrick se dio cuenta y se acercó, sonriendo. Resultaba hasta divertido.

Llevaron sus manos a la nuca del otro, atrayendo sus rostros hasta que sus narices se toparon, provocándole un leve cosquilleo a Lisa que la hizo reír. Cerraron los ojos, percibiendo todo lo que ocurría a su alrededor.

Cuando al fin, los labios de Lisa se rozaron con los de Patrick. Y ya no se sentía como un cosquilleo. Era fuerte, electrizante, la atraía con una fuerza que no la debajo separarse ni aunque lo hubiese querido.

Pero sus labios no pasaban de rozarse.

—Elizabeth, ¿puedo...?

Ella no se resistió más, y lo interrumpió con un beso.

Patrick no tardó en regresárselo, lleno de fuerza, con una energía que ella no le conocía. No tardaron en encontrar la forma adecuada, porque, después de todo, ambos habían nacido para juntarse.

Y nada en la tierra, calzaba mejor que la unión de sus los labios.

Creyendo inocentemente que siempre sería así, una descarga eléctrica le hizo abrir los ojos de golpe. Y no, no en sentido metafórico.

Se apartó de un brincó de su acompañante, e intentó, en vano, aliviarse el dolor en la boca pasándose los dedos y humedeciéndose los labios.

—¿Qué? ¿Qué te ocurre?

—¿No lo sentiste? —le preguntó Lisa confundida—. Como si tu lengua hubiese lamido un enchufe conectado.

—Elizabeth...

—Fue tan extraño...

—Elizabeth...

—Pero no fue nada grave, estoy segura.

—¡Elizabeth!

—¿Qué?

—¿Desde cuándo puedes sentir? —quiso saber Patrick.

—Desde que fuimos a Subacuático, ¿por qué?

Lisa vio el mundo de Patrick venirse al suelo.

—Es el primer paso —anunció aterrado.

—¿De qué?

—Sentir es el primer paso para perder tus recuerdos. ¡Maldita sea! —gritó Patrick jalándose el cabello.

—¡No, no, no! No puedo perder los recuerdos, no puedo morir.

—No lo permitiré, Pandita. Nos salvamos el uno al otro —la consoló dándole un profundo, pero rápido beso—. Estamos juntos, en esto, ¿lo recuerdas?

Patrick le dio la mano, pero una pequeña chispa saltó del contacto.

—¡Ay! —se quejó Lisa quitando la mano casi al instante—. ¡Volvamos a Subacuático, necesito recuperar mi insensibilidad!

Se miraron asustados. Aterrados de que su bello plan se arruinase.

—La Energía... Ya lo entiendo —dijo Patrick, aún más desolado—. Cuando te protegí al interior del Tubo hace semanas, mi Energía sirvió como un escudo. Ahora que nos besamos...

—Lo rompimos —terminó ella.

—Siempre muestran los besos como solucionadores de problemas mortales, no como causantes de éstos.

—La vida no es una película Disney, Patrick. El amor no siempre arregla las cosas.

—Si lo hubiese sabido, yo nunca...

Ella intentó acariciarle la mejilla, pero la chispa nuevamente los separó.

—No fue tu culpa, Patrick.

—Pero no puedo perderte, no permitiré que la vida vuelva a quitarme lo que más amo.

—¿Me amas?

—Daría igual si te dijera que te quiero, o mejor aún, que te amo. Incluso te diría lo mucho que necesito tu compañía, Elizabeth, porque me haces más feliz que nadie en el mundo. Te diría lo mucho que me dolía alejarme de ti. ¡Cuánto sufría por eso! Te diría que me devolviste las ganas de vivir, de reír, de llorar y de sonreír. Llegaste, cambiaste mi vida, y no sabes lo agradecido que estoy de que lo hayas hecho. Te diría lo hermoso que se ven tus ojos cuando te emocionas, o lo brillante que luce tu mirada cuando sonríes. Te diría que no cambiaría nunca mi decisión de protegerte, porque tu vida, me da vida a mí. Oh, Pandita, te diría que estoy enamorado de ti, sin una razón en particular; solo me encantas, cada pequeña cosa que haces o dices. Tú, eso es lo que me enamora, tú al completo. Te diría eso y más, pero nunca bastaría para explicar lo que siento por ti.

Lisa, habiendo ocupado su última fuerza en oír aquella hermosa declaración, cayó al piso. Sus párpados comenzaron a cerrarse hasta que no vio nada más que negro.

—¡Elizabeth! —oyó que la llamaba entre llanos y lamentos—. ¡No me dejes!

Abrió los ojos, asustada y desorientada. Tardó varios segundos en darse cuenta que estaba en su Casita. Suspiró, aliviada. Recordaba su nombre, recordaba a sus amigos, y recordaba lo que había pasado el día anterior.

—¡Patrick! —gritó quitándose las mantas y sentándose sobre el colchón.

—¡Lisa! —Grace entró por la puerta, se le veía agotada—. ¿Me recuerdas, verdad?

—Claro que sí, ¿dónde está Patrick?

—No quiere hablarme.

—¿Qué? ¿Por qué?

Ella no le dijo nada. Metió su mano al bolsillo para extraer algo. La luz blanquecina se escapaba por entre los dedos, por lo que no fue una total sorpresa cuando Grace abrió su mano, revelándola.

—Es hermosa —fue todo lo que pudo decir Lisa—. ¿Por qué le enojaría que tengas tu Estrella? Podrás irte a casa.

—Podría haberme ido desde el día en que caí en coma.

—¿Qué?

—La he ocultado desde entonces. No quería volver, porque odio mi vida, Lisa. La odio de verdad. Y estar aquí en coma, con mis amigos... era bonito.

—Quieres olvidar a John.

—Prefiero vivir una vida de mierda en la que él nunca existió a quedarme en un bello lugar con la imagen de él matándose. Lo entiendes, ¿no?

—Por supuesto que sí. Te extrañaré.

—Hazlo razonar, sé que me comprenderá si tú se lo explicas.

Se abrazaron fuertemente. Luego, pensó en Patrick y Canalizó hacia donde se encontraba. Lo logró en el primer intento, pero su orgullo se vio destruido en cuanto vio el manto de tristeza que lo cubría.

—¿Grace te lo dijo? —le preguntó sereno.

—Sí, y no me parece que te molestes. Es tu decisión.

—No estoy molesto.

—¿Entonces por qué...?

—Lo planeamos —le respondió él.

Ella intentó tomarle la mano, pero él la apartó y la miró con dureza.

—¿Es que acaso eres masoquista? ¡No podemos tocarnos! ¡Nunca más! —bramó colérico.

—No me importa si me duele.

—A mí sí, y no permitiré que te hagas daño. —Suspiró—. Hay algo que no te he contado, y se trata de nuestros padres.

—Ya me lo dijiste, tu papá y mi mamá se vieron una vez nosotros éramos unos bebes, por eso estamos conectados.

—Eso no es todo... ellos se casaron.

—¿Qué?

—Tienes tres medios hermanos. Y... un gemelo llamado Dominic.

—Eso no es posible. ¿Por qué entonces yo...? ¿Por qué me echaron a un centro de adopción? —preguntó molesta.

—¡No, no, no! No fue así. Tu madre estaba sola, tenía diecinueve años, no podía cuidarlos a los dos. Los entregó, pero era temporal. Siempre fue temporal. Y cuando se enteró que una familia rica había comprado a su pequeña de manera clandestina, movió Cielo y Tierra para recuperarte.

—¡Pues no me recuperó!

—El dinero mueve montañas. —Tomó aire—. La amenazaron, le dijeron que...

—¡No! ¡Mis padres jamarías harían eso!

—¡Tus padres te mintieron, Elizabeth! Dijeron que eras huérfana, cuando fueron ellos quienes te apartaron de tu mamá.

Lisa no podía asimilar toda esa información. Se sintió débil, muy débil, como si cayera... ¿En qué momento su historial familiar se volvió una telenovela barata?

—¿Por qué me lo dices ahora?

—Porque tienes que encontrar a Dominic, Lisa. Él te necesita en su vida. Ustedes son gemelos, ¡por Dios! Merecen conocerse, merecen tener una relación de hermanos. Él está solo, se siente incomprendido, vacío... Sé que tú podrás ayudarlo a ser quien realmente es.

—Patrick, no puedo hacerlo, mi Energía falla. Nunca podré salir de aquí.

Los ojos de Patrick, llenos de dolor, brillaron por unos segundos. Unos bellos segundos que le bastaron para entender cuánto amaba a ese chico.

—Siempre tuve miedo, ¿sabes? De perderte, quiero decir. Incluso cuando yo no sabía mi propio apellido, y tú conocías hasta tu talla de zapatos, tenía miedo de perderte. Quizá por eso fui brusco incluso después de darme cuenta que me gustabas: porque no me quería encariñar. ¿Cómo es posible, que lo que más amo y aprecio no esté a salvo?

—Patrick, yo...

—Pero puedo cambiarlo —le interrumpió, extendiendo su mano—. Nos salvamos el uno al otro, Pandita, ese es el trato.

—No es posible...

—Te regalo mi Estrella, Lizzy Collins.

FIN DEL PRIMER LIBRO

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