🌠Capítulo 41: Aquel sin pasado se libra de ataduras🌠
Lisa dejó que apoyara su cabeza en su hombro; jugueteó con su cabello, revolviéndole los rulos, pero él se mantuvo callado por un largo rato. ¿Qué más podía hacer ella? Quería consolarlo, pero tenía la cabeza en otra parte, en otra persona...
Suspiró, porque sabía que no era mutuo.
—Sé que no es justo lo que ocurrió —lo intentó consolar—, pero tienes que quedarte con la idea que hicimos todo lo que pudimos.
—Pero no fue suficiente —se limpió un ojo con la manga de su camisa, sin quitar la cabeza de Lisa.
—No siempre dar todo de ti es suficiente. A veces hay cosas que van más allá de lo que podemos controlar, y ni siquiera nuestro mayor esfuerzo podrá cambiar lo que no puede ser cambiado.
Se apartó para poder mirarlo de frente.
—La vida es como una ruleta: eres tú quién la maneja, pero no puedes escoger qué número saldrá. Impuntualidad
—Al menos salimos vivos. —Sonrió—. Los cinco.
Lisa le devolvió la sonrisa.
—Ese es el John optimista que conozco.
—Me alegra que no me hayas olvidado.
Lisa estuvo de acuerdo. Pareció que el mundo recompensó todo ese viaje que por poco la mata y decidió no arrebatarle sus recuerdos. Nadie entendió el motivo, pero la Energía nunca actuaba lógicamente, más bien existía, era libre, y no dependía de ninguna regla.
Lauren y John tampoco olvidaron su Vida Terrestre. Grace la recuperó... y Patrick... Patrick.
Patrick perdió mucho más de lo que ganó. La sonrisa y las ganas de hablar con ella, por ejemplo.
—¿Qué tienes, Lisa? —le preguntó con ojos preocupados.
Ella le sonrió. Aun cuando la hermana menor de su mejor amiga había muerto, y él no había parado de llorar, era capaz de interesarse en lo que a Lisa le ocurría. No importaba que tan mal estuviera John, siempre echaba a un lado sus problemas y más grandes tristezas para preocuparse por los demás.
Se sentó echa un ovillo, y acomodó la cabeza entre las rodillas. Estaba agotada. Una mano le acarició el cabello tal y como lo había hecho ella; tampoco supo por qué podía percibirlo, pero el sentido del tacto se volvía más y más agudo. Desde que traspasó la puerta que jugó con su enfermedad mental, había comenzado a recuperar los sentidos.
—Creí que Patrick estaría alegre luego de poder saber quién es en realidad —confesó aún con la cabeza oculta—; se aisló de todos y no sé la razón.
—¿Te sorprende? —Sonaba dulce, y hasta divertido—. Patrick es así. Gusta de la soledad, se cansa de estar siempre rodeado de personas. Obviamente enterarse de su Vida Terrestre es algo grande, y necesita analizarlo solo.
—Pero no está solo.
Me tiene a mí.
—Y él lo sabe. Eh, mírame, Lisa. —Levantó la cabeza y se topó con un rostro bañado en esperanza—. Patrick no va a cambiar por sus recuerdos. Claro, tal vez ahora sepa más sobre él, pero seguirá siendo la misma persona. No se reirá cada cinco minutos, ni se convertirá en un tipo alegre y soñador, porque él no es así. No puedes esperar a que todo el mundo sea como tú.
—Debería estar feliz.
—No todos demuestran la felicidad mediante una sonrisa. Los sentimientos son únicos, y cada quien los experimentas de forma distinta.
—¿Cuándo te volviste tan sabio? —le preguntó con una sonrisa.
John se llevó una mano al pecho y soltó un suspiro de asombro.
—Me ofendes, Lisa. Soy todo un profesional con cuestiones de terapia.
—Pruébalo.
Lisa estaba feliz de haber podido cambiar el tema; John recuperó la alegría, y si no fuera por sus ojos hinchados, nadie se creería que había llorado durante horas. De seguro Lauren seguía así. ¿Por qué la gente tenía esa obsesión de aislarse cuando pasaba por un momento difícil? ¿De qué sirven los amigos si no es para ayudarte a superarlos? No necesariamente para estar siempre, pero sí cuando los necesites.
¿Por qué Patrick no se alegró cuando ella le dijo que lo recordaba? Es más, pareció desconcertarlo a un nivel casi de horror puro. Como si se tratase de una mala noticia, una terrible decepción. Bueno, gracias, eh. El chico apenas fue capaz de mirarla. Cuando la sorpresa se lo comió vivo, le pidió espacio. A todos en realidad, y desapareció. Grace fue tras él, cumpliendo así con la petición de Lauren de dejarla pasar por el duelo sola.
Lisa no lo siguió.
Su impresión había sido tan fuerte, que fue incapaz de moverse de su lugar. Observó quieta, dentro de la burbuja, a Patrick desvanecerse. Vio la niebla que surgió en su lugar, y siguió sin entender qué es lo que había acabado de ocurrir. En pocos minutos después, John le había pedido un abrazo. Y Lisa decidió, que, no valía la pena romperse la cabeza por un chico que recién comenzaba a entenderse. En cambio, podía gastar su energía y buen humor con John, que a pesar de que le sonreía, sabía que estaba destrozado por dentro. ¿Y cómo no estarlo? Jazzy había muerto.
—¿Quieres ponerme a prueba? —le dijo su amiga devolviéndola a la realidad. Aunque, pensándolo bien, ¿estar en mundo lleno de comatosos podía considerarse como una realidad? Claramente no era una fantasía, ni mucho menos un sueño.
¿Tiene algún nombre esa fina línea entre lo real y lo imaginario?
—Vamos, psicólogo, dame tu mejor consejo —bromeó ella relamiéndose los labios.
—Deberías irte. Ahora.
Sintió la boca reseca a pesar de habérsela humedecido recién.
—¿Qué?
—Me oíste bien, Lisa. Sabes que te adoro, pero no deberías estar conmigo.
—Creí que los amigos se apoyaban —le respondió molesta.
—Y yo sé muy bien que me apoyas, ¿lo sabe Patrick?
Tragó saliva.
—¿Y eso qué importa? Él no quiere ayuda ni compañía.
Él le sonrió, como si ella fuese una niña pequeña que no entendía cosas de adultos.
—Tal vez tengas razón sobre eso. Pero si tú quieres ayudarlo y acompañarlo, me parece que de suma importancia que le demuestres tu apoyo.
Lisa se pasó las manos por la cara, igual que hacía cada mañana con agua fría frente al lavamanos. Solo que no era para limpiarse ni despertar, sino que intentaba, puede que en vano, quitarse una capa de... ¿de qué? ¿Preocupación?
Se encontró con John mirándola, esperando que le respondiera.
—¿Por qué querría yo hacer eso? —Se cruzó de brazos—: No lo merece; es la persona que peor me ha tratado y con quien más he discutido.
—No lo sé, Lisa. ¿Por qué te tiraste sobre un vehículo?
—Para salvar a Zack.
Que me dejó poco después de haberlo hecho. Muchas gracias, mejor amigo.
—Y no te importo que pudieses morir.
—No lo pensé. Solo quería que estuviese bien...
Se interrumpió, y abrió los ojos como cuando lograba resolver un ejercicio de matemáticas a la primera, porque fue entonces que comprendió todo. Dejó que John hablara, aunque ya sabía que diría.
—¿No lo ves? No se trata de dar para recibir, si no de dar porque te sale del corazón. ¿Quieres entender a Patrick? ¿Ayudarlo? ¿Escuchar lo que tiene para decir, o acompañarlo en su silencio? —Hizo una pausa—. ¿Quieres descubrir cómo es? Sus gustos, y disgustos, su familia y amigos.
Ella le sonrió, y lo dejó continuar.
—Hazlo entonces. Ve y abrázalo fuerte. Tienes que dejar de pensar en tu novio...
—Exnovio —le corrigió ella—. Vi cómo me terminaba.
—¡¿Qué?! —exclamó alzando los brazos, como si se hubiese ganado la lotería—. ¡Qué estás haciendo aquí, Lisa! ¿No entiendes que tienes a un sujeto que se muere por ti? Un tipo, por cierto, por el cual, tú también darías tu vida. Si quieres niégamelo a mí, pero no te lo niegues a ti. No vale pena engañarse así, Lisa.
Ella soltó una risilla, debido al entusiasmo de su amigo. Sintió las mejillas acaloradas a pesar del clima siempre templado y estable.
—¿Crees que le gusto?
—Bueno, lo descubrimos todos, y él no tuvo más opción que aceptarlo. —Ambos se sonrieron—. ¿No lo ves? Si los dos quieren estar juntos, no veo por qué no lo hacen. Se están complicando la vida por algo que tiene una solución muy fácil.
—No es tan sencillo, John. Acabo de salir de una relación de dos años. Ni siquiera ha pasado una semana desde que terminamos Zack y yo. ¿Y me estás aconsejando que entre en otra con un chico en coma?
—Te estoy diciendo que sigas tu corazón, como siempre has hecho.
Lisa lo pensó un momento.
—Pero no está bien. Quiero decir, uno no puede inmediatamente salir con alguien luego de haber estado con otro.
—¿Por qué no? ¿Por qué la sociedad te lo impone? Déjame decirte algo, Lisa. La sociedad no puede decirte qué hacer y qué no, si tú sabes qué está bien. Eres una buena chica, con un inmenso corazón, no dejes que te lo ensucien con estúpidos códigos de conducta. —Cerró los ojos—. ¿Sabes qué soy yo para la sociedad? Un bicho raro, que está enfermo, confundido. Que no sabe lo que quiere. Tal vez no como antes, pero hay gente que aún piensa así de mí. Y yo lo recuerdo muy bien. —Cuando abrió los ojos, estaban cargados de dolor—. No dejes que nadie te diga cómo amar y cómo no. O terminarás como yo, que me di cuenta de eso muy tarde. Nada es más puro que el amor, no importa de qué forma.
—John, espero que sepas que cualquiera que te haya ofendido, sin importar la razón, es un estúpido sin remedio. Lo sabes, ¿no? Jamás he conocido a alguien tan bondadoso como tú.
—Sé que se equivocan. Ahora lo sé.
Ella no le pidió más explicaciones y él no detalló más allá de lo que ya había dicho.
Suspiró, estiró los brazos y lo miró con una sonrisa.
—¿Me dices entonces que vaya con él? ¿Ahora?
—¿Quieres hacer eso?
—Más que nada en la vida —le confesó.
Se levantaron de la mano. Él le acaricio la mejilla.
—Ahí tienes tu respuesta. —Se abrazaron un largo rato—. Cuídate y sé feliz, Lisa. Prométemelo. No mereces nada que no sea lo mejor.
—Por supuesto, tú también, John.
Se quedaron separados, sonriéndose con secreta complicidad.
—Te veré en un rato —dijo Lisa estirando los brazos. Levantó una mano para despedirse. Él le sonrió de vuelta.
—Nunca olvides que no sabes el tiempo que vivirás, siempre aprovéchalo al máximo, porque no podrás recuperarlo. No puedes pausar la vida, tienes que vivir cada día como si fuera el último —fue la respuesta de su amigo.
Pensó en Patrick y dejó que su Energía lo llevara hasta él.
Y en el mejor de los casos, no junto a un condenado caballo-león.
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—Elizabeth, verás, antes de ti, existía una chica... No, no, no.
Se revolvió el cabello, frustrado. Podía hacer algo mejor que eso.
—Yo no recordaba mi vida, por eso no sabía que... ¡Ah, diablos no! —gritó interrumpiendo su intento de monólogo número nueve en voz alta.
¿Cómo decírselo a Elizabeth?
Y, a modo de respuesta, una dulce y fuerte voz lo llamó.
—¡Patrick! —gritó la pelirroja con una sonrisa.
Sintió su corazón bombeando más deprecia, como si volara, e intentara salir de su pecho. Esa misma sensación que sientes cuando tocas tu bolsillo y no palmas tu celular. Porque él tenía uno, recordaba hasta el patrón de desbloqueo. Casi le entraron ganas de llorar.
Patrick la saludó agitando la mano, pero ella ya lo había visto y corrió hasta lanzarse a sus brazos. Literalmente. Él la atajó, y la abrazó fuerte de vuelta; tenía las piernas en el aire, cruzadas alrededor de su cintura para sostenerse.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, puede que un poco más molesto de lo que intentó sonar.
Ella se bajó y se llevó las manos a las caderas. Le alzó una ceja, como fingiendo estar enojada. O tal vez sí lo estaba. No quería que se separa de él. Quería tenerla cerca, sentirla junto a él...
Y quería a Daisy.
—¿Así es como me recibes? —Chasqueó la lengua—. Muy maleducado, pero te lo dejaré pasar, por ahora. ¿Y cómo osas preguntarme eso? ¡Desapareciste sin mayor explicación!
—Te dije que quería espacio.
—Bueno, llevas varias horas solo. Tu cupón de espacio personal acaba de expirar.
Dios, ¿por qué era tan preciosa?
—Dejamos varias cosas pendientes —continuó ella—, cosas que no deberían quedar así de inconclusas.
—Lo siento.
—¿Lo siento? ¿Eso es todo lo que puedes decirme?
—En realidad tengo mucho que decirte, pero no sé cómo.
—Comienza por lo fácil.
—Recuerdo mi Vida Terrestre.
—¿Y qué tal es?
—Tan increíble que no me creo que sea mía.
—No suena como algo difícil de explicar. —Elizabeth se le acercó y le tomó la mano, pero él se separó—. ¿Qué te ocurre?
—Tengo novia, Elizabeth.
Ella dio un paso hacia atrás, con los brazos cruzados y cubriéndose los codos con las manos. Lo veía como si fuera un fantasma o tal vez un asesino. Sus ojos estaban bien abiertos, y así parecía como Bambie luego de que su madre fuera cazada.
—Pero ya no más —agregó de inmediato. Ella le alzó una ceja—. Quiero decir, tuve una novia, una chica genial, se parecía mucho a Lauren de aspecto...
—¿Se parecía? —repitió con cautela.
—Murió.
—Lo lamento mucho, Patrick. De verdad que sí.
—No estuvimos mucho tiempo juntos en serio, fuimos muy buenos amigos, pero como novios ella enfermó pocos meses después. —Recordaba toda la escena, incluido el dolor—. Necesitaba un trasplante... pero el donante nunca apareció. Y decidió no seguir.
—Patrick, no es necesario que me cuentes esto.
Lo era.
—Quiero hacerlo, necesito que me entiendas. —Tomó aire y prosiguió—. Yo estaba furioso, le dije que no podía rendirse así, que era una cobarde. Y me fui, dejándola sola en su camilla. Ese mismo día, horas después, caí en coma. Nunca me despedí de ella, Elizabeth. No fui a su funeral, no le llevé flores a su tumba. No la apoyé en su heroica y abnegada decisión. Y mis últimas palabras hacia ella fueron que la odiaba, y que ojalá nunca la hubiese conocido. Pero estaba enojado, colérico. Apenas salí del hospital supe que tenía que disculparme... pero no todo sale como queremos.
—Si yo hubiese sabido... es mucha carga esa, Patrick. Por favor no te culpes, no te atormentes con eso.
—Lo intento, pero es difícil. ¿No lo ves? Lo último que hiciste por quien querías fue salvarlo, y yo, en cambio, le dije que la odiaba. —Se cubrió la cara con las manos—. Soy un monstruo.
—No, no, no —le quitó las manos del rostro, sus ojos azules casi parecían acariciarlo—. Estabas molesto, no sabías lo que decías. Sé que es horrible recordar eso, pero por favor, no te aísles. No tienes por qué pasar por esto solo. Nos tienes a nosotros, tus amigos. Me tienes a mí. Y, con el mayor de los respetos, no te dejaré jugar la carta de adolescente herido por el pasado.
—¿Disculpa?
—Sé que es espantoso, Patrick. Pero ya he visto suficientes películas y leídos bastantes libros para saber lo que te ocurre. Y no te lo aguataré. Tienes amigos que te aman, y por lo que cuentas, una vida estupenda. No soportaré que te llenes de amargura por tu pasado trágico y que me hagas a un lado. No es para nada romántico, espero que lo sepas. Y para nada atractivo.
Patrick le sonrió.
—¿Quién crees que soy, Elizabeth, Hamlet? ¿Christian Grey? No te estoy apartando, ni mucho menos justificando mi conducta con los fantasmas de mi pasado. Y si lo hiciera, por favor, golpéame. Te estoy pidiendo algo.
—¿Y qué es?
—Aprecio tu amistad, Elizabeth, pero no quiero ser tu amigo. Se me hace insoportable mirarte, oír tu risa, tus alegrías y bromas, porque no quiero eso. No me conformo con eso. Así que, humildemente, te estoy pidiendo que compartas un lugar en mi corazón junto a la chica que más quise en mi Vida Terrestre. Siempre querré a Daisy, de quien te hablé, pero ella ya no está y no me atormentaré con ello. Murió como una heroína. —Le tomó las manos, con profunda ternura—. ¿Estás dispuesta a ser mi segundo, pero no menos importante, amor?
—¿Grace fue quien te aconsejó, no?
—Elizabeth, no arruines el momento.
Ella soltó sus manos y jugueteó con sus cabellos. Sonreía mientras le acariciaba la mejilla. Llevó ambas manos poco más debajo de su nuca y lo atrajo hacia sí.
—Solo si tú estás dispuesto a ser el mío.
Y se sonrieron, cerrando el pacto.
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Lauren, que había escuchado todo oculta tras los arbustos, no tuvo tiempo de alegrase por sus dos amigos. Solo podía pensar en una cosa: John estaba solo, y eso nunca terminaba bien. Cerró los ojos y Canalizó, dispuesta a encontrarlo.
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09 de agosto de 2013
Al notar que tenía fijos los ojos en él, no pudo evitar sonreír. Intentó ocultarlo; desvió la mirada y agachó la cabeza, pero sabía que él lo seguía observando. Sentía sus ojos. Sentía la cercanía de una simple unión entre dos chicos que se veían.
Odiaba esa sensación. Lo odiaba porque le hacía feliz, él no debería hacerlo feliz. No así. No podía.
—¿No vas a hablarme? —preguntó Dylan.
—¿Sobre qué?
—John, por favor, no finjas. No soporto cuando lo haces.
John suspiró. Por supuesto que sabía a lo que se refería, pero aún no sabía qué contestarle. Resultaba una idea loca, descabellada, poco racional y cargada de una preocupación infinita. Justo como Dylan.
—No lo sé, aún.
—¿Te lo has pensado siquiera?
—No paro de pensarlo, Dylan, pero no lo sé. Algo saldrá mal, no está bien planeado, no podemos simplemente irnos a mitad de la noche.
—¿Por qué no? Podemos ser felices, comenzar de nuevo. Si nos quedamos aquí nunca podremos.
—Tenemos diecisiete años, Dylan. Nos atraparán.
—¿Prefieres quedarte aquí, viviendo con un alcohólico padre que te golpea y una madre a quien le importa una mierda lo que te pase? —John no le respondió—. No dejaré que lo hagas, eso es prácticamente un suicidio.
—No me cuides como si fuera un niño.
Dylan le tendió una mano para levantarse, y John se la aceptó.
—No te cuido como un niño, John. Te cuido como la cosa más preciada que tengo. Eso eres tú para mí.
—Dylan...
—No tienes que responderme, no te estoy obligando a que sientas lo mismo. Pero sí, a que dejes esa casa. Huye conmigo, John. Huyamos hoy mismo.
John no le respondió de inmediato, no podía dejar de ver sus ojos, morados y verdes. El papá de Dylan nunca había sido un hombre violento. Decía que era su único hijo y su mayor regalo de Dios. Él era un hombre bueno y cariñoso, un obispo respetado. En el templo la gente creía en él, en sus palabras. John siempre lo había admirado. Por como trataba a su hijo, y por el amor que le entregaba a él a pesar de que no era su papá.
Y ahora, cuando veía a su mejor amigo con la cara destrozada solo podía pensar en encontrar a ese tipo y matarlo. Torturarlo.
Dylan no merecía eso. Él había demostrado valor y coraje. Como siempre había hecho.
—Ven a las ocho a mi casa, a esa hora estaré solo con Lily. Luego nos marcharemos —le respondió John.
—Para nunca volver.
Pasó el día normal, con su padre discutiendo en la botillería de la esquina y su madre inyectándose quizá qué mierda en el brazo. John estaba sentado frente a su escritorio de madera, batallando con un teléfono celular que un chico de la escuela le había dejado para que reparara. Desde pequeño había encontrado fascinación en la tecnología, y descubrió que la manejaba bastante bien. Su afición pronto se convirtió en un trabajo bastante rentable, lo suficiente como para un ticket de bus, lejos de su "familia". Aún no se creía lo que estaba a punto de hacer, pero Dylan tenía razón, si se quedaba ahí, seguro lo mataban.
Lily entró por el hueco de la habitación en el que se suponía, debía ir una puerta.
—¿Cómo vas con eso, enano? —le preguntó revolviéndole el cabello.
Se sentó en la cama que compartían.
—Nada mal, espero terminar en un par de minutos más.
—Ese es mi hacker —le dijo con una sonrisa—. Escucha, John, tengo que entregar un trabajo muy importante mañana. ¿Te importa que me quede en la biblioteca?
Él le negó con la cabeza
—¿Estás seguro? Será hasta muy tarde, dormiré en la casa de Allison. Te quedarás solo.
John sabía que Lily temía dejarlo solo, aun sabiendo que sus padres no estarían. Era una hermana mayor sumamente sobreprotectora. Pero también sabía que estaba luchando por ganar una beca en Yale, y no iba a arruinarle esa preciosa oportunidad. Su hermana tenía que ser exitosa y salir adelante. Además, ella no sabía que él huiría, así que, técnicamente, no estaría solo.
—Voy a estar bien, Lily. De verdad.
Pasó el día y llegó la noche, su padre no estuvo en casa nunca y John lo agradecía. Estaba lo bastante sano como para largarse allí. Había días en los que el dolor no le permitía siquiera salir de su propia cama.
Sonó el timbre y por poco se le acelera el corazón, pero al instante comprobó por la ventana que se trataba de Dylan. Le sonrió y le abrió la puerta.
—¿Listo para una nueva vida? —le dijo Dylan con una sonrisa. Tenía un bolso cruzado y una pequeña maleta de cuatro ruedas.
—¿Cuántas cosas llevas ahí?
—Ya sabes: lanas, velas aromáticas, mi colección de Adele, productos para mantener este cutis perfecto... Lo necesario para sobrevivir.
John se rio. ¿Y cómo no hacerlo? Ese chico era un chiste.
Se hizo a un lado para dejarlo pasar.
Subieron las escaleras en mal estado hasta llegar a la habitación. Dylan se quejó de su mal gusto y poca preocupación por la moda, como siempre hacia. Le eligió un par de conjuntos y se los echó en un bolso. Calzoncillos, toallas, el dinero que había ahorrado de toda su vida (arreglar computadores sí que daba plata), etc.
—¿Y esto?
Dylan había sacado las fotos que tenía guardadas en el cajón de su escritorio.
—Somos nosotros. Nosotros y Laury. Nosotros y Lily. Mi familia.
Dylan le sonrió y se las echó al bolso.
—Tendremos un lugar bonito en el que vivir, y colgaremos todos esos magníficos recuerdos en la pared. Ya verás.
Dejó que Dylan le acariciara la mejilla unos segundos.
Salieron de la habitación y llegaron hasta la entrada de la escalera. Solo quedaba bajarla y salir por esa puerta. Iniciarían una nueva vida. Una vida feliz. Porque él era felicidad.
—John, si no nos apuramos...
Pero este, absorto en su felicidad, se dio cuenta que no importaba nada más. Lo agarró de la chaqueta de cuero y lo besó como si esa fuera la última vez en la que se verían. Dylan lo atrajo hacía sí y le devolvió el beso. Y se sintió bien. Se sintió correcto. Sus bocas se pertenecían, al igual que sus almas.
Estaban hechos para amarse.
Y habrían seguido besándose hasta el fin de los tiempos, de no ser porque un portazo en la puerta continua los asustó. Y con justa razón, porque una figura hedionda y horrorosa surgió de ese lugar, gritando como si fuera un maldito monstruo.
—¡Qué mierda estás haciendo Johnatan!
Y los chicos no pudieron hacer nada, no alcanzaron a huir. No hicieron una vida feliz, porque justo cuando estaban por escapar, el hombre le dio un combo el toda la cara, empujándolo por las escaleras, y dejándolo inconsciente.
—¡John, no! —gritó Dylan enloquecido—. ¡No! ¡Te amo! ¡Regresa!
Pero él ya no podía escucharlo. Estaba muy lejos, en un lugar completamente blanco, sin saber qué es lo que le había ocurrido y por qué cargaba un bolso repleto de fotografías.
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Llegó justo a tiempo. De pie en el Límite Estelar, su mejor amigo se veía aún más pequeño que lo usual. Él no iba a hacerlo, cosas así ya habían pasado antes.
—No puedes dejarme —le suplicó Lauren con los ojos llorosos—. No ahora que he perdido todo lo que me importa. No puedes irte tú también, quédate.
John se sorprendió al encontrarse a su amiga, pero no demasiado. Lauren pensó que, era más sorprendente que Grace estuviera ahí, junto a ella, evitando que hiciera lo que quería hacer. La británica estaba callada, pero se notaba tensa, angustiada.
—No sé cómo me encontraste, Laury. Pero no puedo seguir aquí. —Su voz era suplicante, como si le estuviese pidiendo permiso.
—Puedes despertar.
—Ese es el problema —John cerró los ojos un momento—. No quiero despertar; sabes que si lo hiciera, solo me esperaría dolor. Creo que es tiempo de que haga algo para mí, para mi propia felicidad.
—Lanzarte de ahí no te hará feliz.
John dio un paso más cerca del acantilado; bajó la cabeza para mirar el fondo. Volvió a levantar la vista, pero no se alejó de la orilla.
Lauren tragó saliva. Sabía que no podía correr a sacarlo de ahí, él podía Canalizar ahora y huir a otra parte, o bien saltar. Grace también sabía y no hacía nada que lo alterara. Estaban a varios metros de distancia, resultaba angustioso tenerlo tan cerca, pero a la vez a una distancia inexplicable.
—Puede que no me haga feliz —le respondió cansado—. Pero me ahorrará dolor y sufrimiento, que es lo más cercano que tengo.
—John, por favor quédate. —Grace tenía los ojos llorosos y su petición le sorprendió al chico.
—¿Y qué le diré a Dylan?
—Dile que, junto a ti y a Lily es lo mejor que me ha pasado y lo que menos quiero perder.
—John no...
—Y que lo amo.
Estiró los brazos, de espaldas al acantilado, al mismo tiempo que Lauren corrió a buscarlo.
—¡Lauren, no! —gritó Grace—. ¡NO!
Intentó atajarla, pero Lauren fue más ágil y se liberó. Estaba a punto de alcanzarlo, lo atraparía.
Entonces, el dulce y amado amigo, se tiró hacia el vacío, justo un segundo antes de que su amiga lo hiciera y le tomara la mano.
—¡Si tú caes, yo caigo contigo!
—¡Lauren, noooooooo! —le gritó este. Pero ya era muy tarde.
Los mejores amigos murieron de la mano, como uno solo.
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