🌠Capítulo 33: Revelaciones🌠

La paciente insiste con mantener su información secreta

Se tranquilizó al ver a Lauren y John frente a ella, pero sus caras no reflejaban la misma paz.

—¿A qué no era tan difícil, eh chicos? —comentó con orgullo.

John y Lauren intercambiaron una mirada cargada de preocupación.

—Eh... Grace —le dijo Lauren agitando su cabello de un lado a otro.

La británica suspiró.

—No están detrás, ¿cierto?

John negó con la cabeza.

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¡Qué importa la fecha, los persigue una bestia!

Ninguno de los dos vio al animal en cuestión. El rugido simplemente los paralizó por unos segundos. O mejor dicho, los movilizó al instante. Lisa nunca había entendido cuando en las películas o series de televisión los personajes oían algo fuera de lo común y se quedaban de pie, rígidos, o aún peor, se acercaban para ver que se trataba. ¡Del peligro se huye Hollywood!

Se preocupó al notar que junto a ella, no había nadie. Quiso mirar hacia atrás y verificar que Patrick le seguía a su propio ritmo, pero tuvo medio de lo que encontraría. O lo que no encontraría.

—¡Sigue corriendo, Elizabeth! —le ordenó Patrick varios metros tras ella—. ¡No te detengas!

Ya solo quedaba una cosa por hacer.

Dios, ya sé que tú y yo no nos llevamos muy bien, rezó mirando el cielo. Quiero decir, ¿cómo es eso de que los humanos deben dominar a los animales? Vas a tener que sacar una nueva edición de biblia si quieres a algún vegetariano de tu lado. Cada vez somos más...

Otra vez el espantoso rugido.

Pero por favor, si nos sacas de esta, prometo... ir a misa alguna vez.

Otro rugido.

¡Dos veces!

—¡Elizabeeeeth!

Lisa no entendió la desesperación en el grito de Patrick hasta que su campo visual se vio oscurecido por una gran sombra justo sobre su cabeza; sintió calor, y a la vez un miedo capaz de congelarle hasta el corazón. Y, antes pensar como resguardarse de aquel monstruo o aceptar su inminente muerte, él fue más rápido y cayó sobre ella igual que una trampa, cubriéndola por completo, y corriéndola un par de centímetros. Los suficientes como para alejarla del camino de la criatura.

Patrick la contrajo contra su cuerpo, protegiendo cada pequeño átomo que la componía de cualquiera que quisiera lastimarla. Seguramente la estaba abrazando con fuerza, mas ella no podía sentirlo.

—Tranquilízate —le susurró con la voz agitada—. Estás segura ahora.

Ambos observaron a su cazador volver a aterrizar en el suelo. Decepcionado de no haber conseguido a su presa, volteó con dirección a los dos amigos que se resguardaban el uno con el otro. Se trataba de un corcel adulto, cuya piel, por completo negra, carecía de la más mínima luz. No era un pelaje brilloso, sino opaco como el carbón. Tanto sus crines como su cola, ardían débilmente. Pero eran sus ojos, lo que más la aterró: celestes, tan claros y fuertes que podían ser irreales. Parecía que sus pupilas intentaban imitar una tormenta eléctrica: despiadadas y capaces de arrasar con todo lo que se les cruzase en el camino.

Abrió el hocico, y el rugido, temible y fuera de contexto en un caballo, sonó como un trueno dentro de sus oídos.

—No temas —le susurró Patrick atrayéndola más hacia él.

El animal se dirigió hacia ellos como un toro hacia una gran sábana roja, dispuesto a atacar y despedazar. Y cuando Lisa supo que ya no podían hacer nada más, sintió a Patrick rebuscar algo. Luego, se puso de pie frente a ella, que seguía de rodillas, y en el instante que el corcel de fuego propinaba el golpe mortal, Patrick reveló un cuchillo alzando el brazo y se lo clavó justo en la frente.

Entonces, el fuego se expandió como si le hubiesen echado gasolina, y Patrick quitó la mano gritando de dolor debido a la quemadura. Cayó de rodillas al suelo, maldiciendo al animal, que aun en su lecho de muerte, logró lastimarlo. Este, satisfecho con su última obra, se fue haciendo cada vez más transparente. Hasta que, en un determinado punto, el fuego se volvió azul, sus ojos negros, y se desvaneció entre ellos. En su lugar, dejó un montón de cenizas, que con el ritmo del viento, se perdieron en la inmensidad del cielo.

Patrick se dio vuelta con dificultad y agarró a Lisa por los hombros. Tenía el rostro duro, pero sus ojos cafés y brillantes revelaban un dejo de angustia.

—¿Te hizo algo? —le preguntó él.

—Nunca... más... volveré a rezar —pronunció aún conmocionada.

Patrick sonrió e intentó abrazarla, o al menos eso sintió la chica, pero la mano herida del muchacho se lo impidió. Lisa se apartó de su amigo y le tomó la muñeca con suavidad, revisando la quemadura. Tiempo de volverse serios.

—A mí no me hizo nada —dijo, mirando con detenimiento la mano—. Y de todas formas, soy lo que menos importa en este momento.

Rozó su meñique.

—¡Ay! —se quejó Patrick girando la cabeza.

—Necesitamos agua fría y aloe vera. O como mínimo, un tomate para aliviar el dolor. Dudo que hallemos vinagre por aquí. —Se detuvo un momento—. Pero no es una quemadura grave, a lo mucho de segundo grado.

—No sabía de sus habilidades curativas, enfermera Scott.

Lisa le sonrió.

—Ni yo de tus rasgos heroicos. —Eso pareció serenar a Patrick—. Fui una scout por casi siete años. —Patrick alzó las cejas—. Oh, claro, la memoria, no tienes ni idea de lo que hablo. Digamos que gané varias insignias por aliviar el dolor ajeno.

—Suena noble.

—Gracias.

—Demasiado para ti.

Lisa le apretó la mano con fuerza.

—¡No aguantas ni una broma! —chilló Patrick.

—Me caes mejor cuando me salvas la vida. —Con una mano, se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Gracias por cierto. No sabía que eras el tipo de persona que porta cuchillos consigo.

—Lo encontré en Isla. Y no exageres, solo...

—Evitaste que, lo que sea que esa genética mutación de caballo fuese, me aplastara o algo peor —le interrumpió Lisa sin un ápice de dulzura en su voz—. No seas terco y acepta mis agradecimientos.

Patrick apartó la mano

—No me des las gracias —le respondió serio—. Porque eso significa que aprecias o correspondes un favor que te hice. Salvarte la vida como tú dices no, es un favor para ti. Sino una necesidad personal.

Elizabeth se puso de pie y, sacudiendo los brazos sobre la cabeza, le espetó:

—¡No puedo creer que seas tan frío como para cuidarme con el único propósito de que te transporte fuera de aquí!

Patrick se paró, dejando la mano roja al aire.

—Dime una cosa Elizabeth: ¿tú eres tonta o simplemente muy sorda?

—¡Para con tus insultos!

—¡Lo siento! Es que yo nunca dije que mi necesidad era salir de aquí.

Ella resopló, no estaba para las jugarretas de Patrick. Y menos aún para sus ironías; ella creyó que se estaba separando de su extraña capacidad para alejar a cualquiera que se mostrara amistoso con él, pero al parecer, Patrick no era él mismo si dejaba de actuar hostil por más de diez minutos.

—¿Y cuál podría ser si no es esa? —le exigió Lisa.

—Mantenerte con vida por el mero capricho de no separarme de ti.

Ella no supo qué contestarle. Patrick abrió la boca, pero rápidamente se arrepintió. Cerró los ojos unos segundos, antes de decidirse qué decir.

—Tú eres mi necesidad, Elizabeth. No puedo darme el lujo de perderte.

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Contar los días que lleva en coma no va a salvar a su hermana

Lauren le pidió a John unos minutos a solas. Él, como siempre, estuvo bien con eso. O por lo menos, les sonrió y se alejó a recorrer el lugar.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Grace confundida. No entendía por qué Lauren dejaría a John fuera de una conversación.

—Quiero que me prometas una cosa.

—Ya, Lauren. Escúpelo. Tú no eres la clase de chica que se oculta las cosas.

—Harás lo que sea por salvar a John, tanto antes de que recuerde como cuando logre recuperar su memoria.

—Por supuesto que sí, siempre pensando con la cabeza, claro. Somos un equipo, nos cuidamos el uno al otro.

—¿Incluso si él no quiere ser salvado?

Lauren no sabía cómo decirlo, no quería tampoco. Recordarlo le dolía, y ahora, después de casi haber recuperado a John, lo tendría de vuelta tal y cómo era. Eso era lo que más le preocupaba.

—¿Qué es lo que me intentas decir Lauren?

—Cuando John pueda recordar... no sé si valorará su vida como antes.

—¿A qué te refieres? ¿Quién es John en realidad?

—Un chico que ha atentado contra su vida tres veces —confesó Lauren—. Y sé que me ayudarás a que, cuando pase por la cuarta vez, no sea la triunfante.

—¿Por qué me dices esto a mí? Podrías esperar a Lisa o...

—Porque sé que sientes algo por John.

El rostro de Grace pareció haber visto a la mismísima muerte, lo cual, en opinión de Lauren, se vio muy adorable. Una lástima.

—No sé desde cuándo tienes sentimientos por él, pero está más que claro para mí que lo quieres.

A veces, parecía ridículo una diferencia de casi tres años entre ambas chicas. La edad no significa nada más que el tiempo que llevas viviendo. Todo eso de la madurez, la responsabilidad... Depende de cada uno, y de la vida que ha vivido.

—Lo haré —prometió Grace.

Lauren le arregló el pelo (y sí, tuvo que ponerse de puntitas y perder la dignidad para eso), sonriéndole con empatía.

—Eres una buena chica, Grace. ¿Pero sabes que solo estás perdiendo tu tiempo?

—Lo sé.

—Hay más chicos en el mundo.

—Lo sé.

—Deberías darles una oportunidad.

—Lo sé.

—Él ya ama a alguien más en su Vida Terrestre.

—Lo sé —repitió mecánicamente. Luego, la miró sorprendida—. Espera, ¿qué?

Lauren estuvo a punto de revelarle más detalles, pero John fue más rápido y llego al lugar en el que ambas chicas habían compartido más de un secreto sobre él. Sonriendo, les preguntó:

—¿Están listas?

—Claro que sí —afirmó Grace resuelta—. Patrick y Lisa saben cuál es nuestro destino, en el mejor de los casos los encontraremos pronto.

Lauren se impresionó por la capacidad de Grace de ocultar lo que sentía y pensaba. Era toda una profesional en el arte de usar máscaras.

—¿Y dónde estamos nosotros? —preguntó John.

—Subacuático —respondió Grace—. Como deberíamos.

—Bueno, esto es decepcionante —admitió el chico.

Lauren estuvo de acuerdo con su mejor amigo. Al escuchar que existía un Mundo llamado Subacuático, lo primero que se le vino a la cabeza fue la imagen de Sebastián cantando Bajo del Mar, con todos los peces a su alrededor coreando y a las sirenas bailando. También pensó en el Torneo de los Tres Magos y en las, mucho menos simpáticas, sirenas, que no dejaban a los competidores llevarse más de un tesoro. Ah, qué saga más buena.... ¿Qué estaba diciendo? ¡Sí! Definitivamente, donde estaba allí parada en ese momento, no se asemejaba ni en lo más mínimo a la descripción que ella misma se creó en su cabeza. Era un lugar árido, con un fuerte viento que no paraba de despeinarle el cabello. No había nada a su alrededor; árboles, montañas, civilización eran cosa de otro Mundo (literalmente). Se trataba de un pedazo de tierra seca, con algunos pobre arbustos sobrevivientes y algunas rocas por ahí y por acá.

—La magia nunca está a simple vista —les dijo Grace, señalando hacia adelante.

Lauren intentó ver qué apuntaba Grace, mas no había nada. Solo un cielo rojizo, como un permanente atardecer. Pero entonces, si solo podía ver el cielo, significaba que estaba alejada de la tierra, y por lo tanto, en altura.

—¿Estamos en la cima de alguna montaña? —inquirió la castaña.

John caminó hacia adelante, aunque fue retenido por ambas chicas al instante. Cada una, lo había agarrado de un brazo. Lauren lo soltó y caminó unos pasos sin desviarse hacia ningún lado hasta lo que parecía ser el final del suelo. Tragó saliva. Menos mal que ella no le temía a las alturas.

—Estamos en un precipicio —dijo, volteándose.

—¡¿Qué?! —exclamó John incrédulo.

—No en cualquiera. Estamos en el Acantilado —explicó Grace—, la entrada a Subacuático, donde el menor problema es carecer de branquias.

—Suena como un escalofriante eslogan —comentó John.

—¿Si este es el Precipicio por qué no hay Estrellas? —preguntó Lauren.

—En Cětari Kosmos no hay Estrellas. La mayoría de los que son asignados llegan sin memoria, y sin Energía activa. Sin Energía no puedes conectarte con tu Estrella. Así que no hay ninguna. Los que sí recuerdan, pierden la capacidad al entrar. Esto ya lo expliqué, ¿podemos continuar?

—Pero qué macabro —dijo John.

—¿Quién saltará primero? —preguntó Lauren.

—¿De quién es la hermana?

—Cobardes. —Lauren inhaló y exhaló de forma exagerada. Volvió la vista hacia abajo.

Se trataba de un horizonte oceánico, prácticamente sin olas. Era un mar tranquilo, aunque de un escalofriante color rojo debido al reflejo del cielo. Como si se tratara de un océano de sangre. Adorable. No obstante, lo que le llamó la atención fue un largo tubo unos pocos metros más abajo del Límite-no-estelar que terminaba por debajo del mar. Se veía igual que esos toboganes cerrados de los parques acuáticos. Obviamente, su motivo no era hacer la caída más divertida, pero Lauren se conformó con mentirse y creer que así era.

—¿Para qué es esa especie de cañería? —preguntó.

Grace y John se acercaron.

—Para evitar que te conviertas en uno de ellos —dijo señalando con su dedo índice unos puntos que flotaban en el agua.

—¿Esas son personas? —inquirió John arrugando la nariz.

—Eran. Ahora están muertas. Su cerebro no sirve, y por lo tanto nunca más podrán despertar. Eso ocurre cuando saltas y no entras al tubo, que además de quitarte los recuerdos o devolvértelos, si los rumores son ciertos, te proporcionará las herramientas necesarias para sobrevivir.

—O sea que murieron ahogados —esclareció Lauren—. Magnífico.

—Pero tú tienes mejor puntería —la animó John. Lauren se sintió un poquito mejor al ver la sonrisa de su amigo. ¿Qué haría ella sin él?

Lauren se echó sobre los brazos de John, y por alguna razón el roce no desató ningún dolor en él. Lo abrazó con fuerza porque según lo que Grace le dijo, olvidaría quién era ella, y por tanto quién era él. Esperaba que hubiese un modo de escapar esa regla pero no estaba segura que su descabellada idea resultara.

—Apenas nos encontremos, te daré la mano para que por lo menos puedas recordar quién soy yo —le prometió John acariciándole la cabeza—. Ahora es mi turno de ayudarte.

Ambos se separaron. Miró con incomodidad a Grace, que le dio una palmadita en la espalda y una sonrisa. Eso le bastaba. De todas formas, las dos no tendrían ni idea quién era la otra en un par de minutos más.

—Nos vemos bajo del mar chicos —dijo Lauren acercándose a la orilla.

Bajó la cabeza hacia las víctimas que lo habían intentado y luego fijó su blanco en la entrada de la delgada pero larga circunferencia.

—¡Si muero los penaré por siempre! —gritó con efusión mientras veía la oscuridad del tubo tragándosela de a poco.

Después, sintió toda su vida mezclada frente a sus ojos, intentado salir de su cabeza.     

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