🌠Capítulo 28: "...déjalo ir"🌠.
Mucho más tiempo del que debería
La silenciosa decepción que se reflejó en el rostro de Lauren al entrar en la casita y no encontrarlos, consiguió que Grace decidiera no quedarse de parada, sino ayudarla.
—Ya que, obviamente, ninguno de los dos se dignará a volver dentro de pronto... —Se frotó las manos con entusiasmo—. ¿Sabe alguno de ustedes su dirección?
John hizo una mueca, como de haber olido algo mal. Perfecto, el enano no tenía ni la más remota idea. Extremadamente útil. Lauren por otro lado, sí lo sabía. Grace desconocía la razón, pero al parecer entre chicas se hablaba más sobre la vida personal.
—¿Y si no la hallamos? —preguntó el único chico del grupo.
—Todavía podríamos ir sin ella. —Grace miró a Lauren—. De todas formas ya aprendiste a Canalizar.
Lauren parecía radiante de alegría ante la propuesta de la británica, totalmente contraria a John, cuya confusa mirada se iba transformando rápidamente en una de desaprobación.
—¿Estás diciendo que los abandonemos? —inquirió ceñudo.
—Ellos nos abandonaron primero, John —puntualizó Lauren—. Grace tiene razón: puedo rescatar a Laury yo misma.
—Con nosotros, querrás decir —le corrigió vacilante.
—No realmente —sinceró Lauren con una sonrisa—. Pero si no queda de otra...
Grace le dio un codazo, riendo.
—No durarías ni dos segundos en un Mundo que no fuera Pueblito.
—¿Entonces ya está? ¿Dejamos a Lisa y Patrick? —cuestionó John molesto—. Ella se esforzó mucho para...
—Lisa es completamente inútil —opinó Grace de manera agresiva—. Se tardó casi medio año en Canalizar.
John no le respondió nada; le había dado la razón. Tal vez la quería mucho, mas el cariño hacia Lisa no justificaba lo inexperta que era. En un rescate se necesita valor, fuerza e inteligencia. Y aunque Grace sabía que Lisa era una chica valiente, rozaba la línea entre audacia e instituto suicida. Se trataba de un viaje muy arriesgado para alguien que no se lo piensa dos veces antes de abalanzarse sobre un automóvil con el fin de salvar a un ser querido.
Antes de marcharse, Lauren cambió de opinión.
—John tiene razón. Vamos a buscarlos. Se supone que somos amigos, eso nos hace también un equipo.
—Y a mí su niñera. —Grace suspiró—. Muy bien, vamos por el par de inservibles.
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28 de octubre de 2013
Se tardó mucho más tiempo del que la mayoría de adolescentes se tomaría en pensar qué decirle a una amiga que está triste. O con el corazón roto.
—Siento mucho que estés aquí conmigo y no con él. —Le salió como un discurso ensayado.
Elizabeth pareció no oírlo.
Muy bien, intenta no ser un insensible como de costumbre.
—Debe ser duro estar tan cerca de alguien que quieres mucho, pero que es inalcanzable. —Patrick pensó seriamente en golpearse contra la pared hasta morir, de todas formas, no le dolería.
—Yo no quiero mucho a Zack. —Elizabeth paró de llorar, pero su voz mantenía un matiz de angustia, de impotencia—. Yo lo amo.
—Eso no sirve de nada si no pueden estar juntos —replicó él ceñudo.
Sé que, como persona encargada en narrar la historia, debo ser imparcial. Pero a veces quisiera entrar en el libro y darle un buen palmazo en la frente, ¿ustedes no?
Elizabeth se puso de pie, quedando justo frente a él. No le importó tener los ojos y la nariz enrojecidos al momento de hablarle.
—De verdad lamento que hayas olvidado lo que es tener un corazón, Patrick. Pero te pido que no destruyas el mío. —Se limpió el rostro con la mano.
—No hables sobre lo que desconoces. ¿Crees que no sé lo que es sufrir por alguien más? Tal ves que no recuerde mi Vida Terrestre, pero sufro por mis amigos de aquí en peligro de muerte: Grace, John, Lauren...
—¿Por mí también? —quiso averiguar Elizabeth con una sonrisa que desentonó con sus ojos tristes.
—Supongo que sí, eres como mi amiga también.
—Algún día dejarás de actuar como un alga marina.
—Si ya te sientes lo suficientemente bien como para insultarme, ¿te parece si vamos a ver qué tal están tus amigos? —No supo muy bien el porqué, pero le corrió un mechón rojo que le tapaba un ojo. Ella le alzó las cejas—. Eh, yo no... No quería... No sé qué fue eso... Lo siento. —Retrocedió un paso.
Elizabeth soltó una alegre carcajada, totalmente ajena a su cara roja y mirada melancólica.
—Eres muy tierno, Patrick. —La chica le revolvió el cabello—. Incluso si no quieres admitirlo.
Él se cruzó de brazos y le puso los ojos en blanco. Espero, de todo corazón, que su perplejidad no se notara: era la primera vez que le enseñaba una muestra física de cariño.
En medio de la Canalización, Patrick se acordó de algo y la interrumpió. Elizabeth, algo inquieta, le preguntó el porqué. El chico se llevó una mano al bolsillo; parecía nervioso. Rebuscó hasta hallar algo, que al sacar, se le cayó al suelo. Ella soltó una risita ante la clara torpedad de Patrick mientras este se agachó velozmente y lo recogió.
—Sé que no es un regalo realmente —comenzó diciendo Patrick—, porque lo tomé de tu habitación, pero espero que te sirvan.
Abrió su mano empuñada, revelando dos lazos para el cabello: uno amarillo y uno rojo. Se rascó la cabeza con la otra mano antes de continuar.
—Pensé que te ayudarían a distinguir la derecha e izquierda. —Apuntó hacia las manos de Elizabeth—. ¿Puedo? —Ella le asintió—. El rojo es para tu izquierda, porque como no te gusta ese color, recordarás que debes liberar recuerdos tristes —le explicó, mientras le amarraba a la muñeca el trozo color sangre—. El amarillo, en cambio, es tu color preferido, por lo que va en tu mano derecha. —Repitió el mismo proceso—. Así sabrás que debes absorber todas aquellas cosas que te llenen de alegría. —Se mordió el labio—. Feliz cumpleaños —añadió a los segundos.
Lisa acostumbra a recibir los más lujoso obsequios: ropa y accesorios de diseñador, autos y vehículos de agua, libros de primera edición autografiados, viajes fuera y dentro del país e incluso, conciertos privados. En fin, un montón de cosas exclusivas que no se comparaban con esas bellas y significativas pulseras que ahora llevaba puestas.
Por eso Patrick se había tardado tanto tiempo. Le dieron ganas de llorar.
—Tal vez sean algo insignificante, pero ojalá te faciliten un poco las cosas.
Como respuesta, Lisa se lanzó hacia el adolescente de cabello amarillo y lo abrazó con fuerza.
—Es el mejor regalo que he recibido. —Se separó del muchacho. De seguro él no acostumbraba a los abrazos y no quería incomodarlo—. ¿Cómo supiste que el amarillo es mi color favorito y que odio el rojo?
—Tú me lo dijiste, ¿no lo recuerdas?
—Pues no, no realmente.
—Y luego dicen que uno es el de la mala memoria —bromeó Patrick
Ambos rieron, pero Lisa se sintió extraña y algo culpable por olvidar esa conversación. Ella usualmente olvidaba las charlas triviales, y dejaba espacio para cosas de importancia. Para Patrick, sus gustos de colores eran algo relevante, mientras que para ella, no.
—¿Nos vamos ahora? —le preguntó Patrick.
—¡Marchando Capitán! —contestó ella, ansiosa por ver a sus amigos.
Nadie nunca la había alegrado tanto luego de una gran pérdida. Puede que Zack, pero no había sufrido demasiado junto a él ¿Quién diría que el ciervo de Patrick lo lograría? Cada día se separaba más de esa alga, revelando a una persona de verdad.
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28 de octubre de 2013
Mantuvo un largo rato la vista clavada en el diploma que le certificaba a la doctora Flores un magíster en psiquiatría infantil y adolescente en la Universidad de Cambride. ¿Para qué lo colgaría en su oficia, a la vista de todos? Cómo si eso la convirtiera en experta. Cómo si un simple papel evidenciara que ella lo entendía. Le dieron ganas de arrancar ese cuadro; quiso tomarlo y arrojarlo por la ventana. Tal vez incluso lanzárselo a la cara. Eso le podría garantizar varios días de licencia a la señora, y a él, la libertad que tanto ansiaba.
Solo debía pararse...
—Zack, ¿estás escuchando? —La doctora Flores se quitó sus gafas de lectura y las dejó sobre el escritorio de madera oscura que los separaba.
—Sí —respondió de manera instintiva.
—¿Y entonces...?
—¿Entonces qué?
La mujer se le quedó mirando un largo rato, acto que incomodó bastante a Zack.
—Te pregunté algo, esperaba tu respuesta.
—Ah.
—¿No oíste nada de lo que dije, verdad? —Zack negó con la cabeza—. Muy bien, te preguntaba si has sentido cambios desde la nueva dosis que te prescribí. Cambios positivos, obviamente. —Lamió sus labios antes de proseguir—. Es normal que los primeros días sean duros, y que te sientas peor que si no tomaras ningún fármaco. Pero luego de nuestra última consulta ya deberías haber notado mejorías.
—No lo sé —admitió él dudoso.
—¿No lo sabes? ¿Y quién más puede saberlo entonces, Zack? Debes ser más consciente de ti mismo, es trascendental para que avancemos.
—Mi psicóloga es más amable, ¿sabe? Se preocupa por cómo me siento y no solo sobre si las drogas me funcionan.
La doctora Flores ignoró su comentario. Volvió a colocarse sus anteojos y tomó un lápiz para anotar en su libreta las repuestas que le pediría a continuación.
—¿Has continuado con las autolesiones?
Sí.
—No.
—¿Has sentido fatiga, tanto física como mental sin ningún motivo aparente desde la última visita?
Sí.
—No.
—¿Has experimentado euforia de manera descontrolada, llevándote a realizar o pensar situaciones que pongan en peligro tu integridad física o la de los demás sin una razón lógica aparente desde la última visita?
Un segundo...
—¿Me está preguntado otra vez si me he lastimado? Porque ya le dije que no.
—Quiero saber si tu salud ha mejorado desde que aumentamos la dosis de litio. —Suspiró—. ¿Qué te ocurre hoy, Zack? Estás más distraído que de costumbre.
—No es nada importante...
Para usted.
—Es decir que algo sí te inquieta. ¿Qué es? ¿Tus amigos, familia, escuela...?
—Se trata de Eli —reconoció Zack empuñando ambas manos. La sola idea de mencionarla, le enrabiaba como ninguna otra cosa—. Hoy cumplimos dos años como novios.
—Quieres decir, cumplirían dos años, si ella estuviera aquí.
—Eli está en coma, no muerta. —Las uñas le lastimaban las palmas de sus manos de tanto apretar los puños, pero si se detenía, iba a explotar. Tenía estabilizarse, y causarse daño era la única solución—. No tengo por qué hablar sobre ella en... en... en un tiempo que no es el real.
—¿Pospretérito es la palabra que buscas?
Metiche y además sabionda. Con razón vive sola con un pez.
—¿Qué piensas sobre Eli en estos momentos? —le preguntó la psiquiatra dejando el block de notas a un lado. Su voz sonaba distinta, mucho más humana, no tan monocorde como de costumbre.
—Que la amo. Lo pienso en cualquier instante del día.
—¿Qué más?
—Que la amo tanto que me duele. —Sus manos le ardían por las heridas que se le estaban formando—. Me duele porque no está aquí. Ella debería estar soplando unas velas porque hoy también cumple diecisiete años. —Más fuerte, más fuerte, que salga sangre—. Pero no puede por mi culpa.
—Tienes que entender que no fue tu culpa. ¿Crees poder perdonarte algún día?
—Cuando despierte, espero. Necesito que ella me lo diga para creérmelo.
—Dime Zack, ¿qué vas a hacer si Eli no despierta en todo el año próximo? ¿Te irás a la universidad de tus sueños o a una local para seguir visitándola tanto como quieras? ¿Rechazarías una cita, diciendo que estás en una relación?
—Nunca lo pensé...
—¿Y si van cinco años y sigue sin abrir los ojos? —Se recostó sobre su silla de cuero negro—. ¿Esperarías a que se despierte para pedirle matrimonio? Y si son diez años, o veinte, ¿seguirías llamándote su novio? ¿Renunciarías a tu vida por alguien que hace mucho dejó de vivir?
—¡¡Ella no está muerta!! —estalló Zack golpeando fuertemente el escritorio. La doctora Flores fijó la mirada en sus manos, llenas de medias lunas de piel rasgada, algunas hasta en carne viva manchadas de sangre.
—Puede que no, pero atarte a ella te está matando a ti.
—No quiero sus consejos amorosos.
—Esto no es un consejo amoroso, Zack. Es una recomendación para tratar tu enfermedad de manera más efectiva. La bipolaridad desequilibra tu estado anímico, ¿de acuerdo? Tú no estás capacitado para controlar cómo te sientes. Y por lo tanto, necesitas vivir en un entorno lo más tranquilo y estable posible. Visitar periódicamente a una novia, cuya vida pende de un hilo, no te proporciona un ambiente saludable, solo retrasa y dificulta tu tratamiento.
Zack no podía creer lo que acababa de escuchar.
—¿Quiere que termine con Eli?
—Eli es un gran peso para ti en este momento. Y no es sano que romantices tu sufrimiento por ella al mero estilo hollywoodense. Estás gravemente enfermo, y debes entender que tu salud va primero. Ser su novio ahora no es ningún beneficio para ti, y dejar de serlo no le causará ningún pesar a ella. Así que, si realmente quieres mejorarte y parar con tus constantes recaídas, debes terminar con ella.
Zack se puso de pie.
—Está sesión se acabó.
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Ese mismo día
—¿Te lo puedes creer, Kev? Esa vieja tiene serios problemas. Ya sé que nunca nadie la va a amar, pero no por eso tiene que desquitarse conmigo.
Kevin, recostado sobre los casilleros junto a la cafetería, no le respondió. No podía hablar, porque su atención estaba concentrada en las manos lastimadas de su mejor amigo. ¿Que acaso esa doctora no podía hacer nada para que dejara de herirse? ¿No era ese justo su trabajo?
Llevó el puño velozmente contra la puerta de metal del locker a su derecha, provocando un grandísimo estruendo que detuvo a la mayoría de chicos que se paseaban por el pasillo en ese momento.
—¿Se les perdió algo? —demandó Kevin acercándose al grupo de personas—. ¡Circulen hijos de puta, esto no es un espectáculo!
Todos los alumnos se alejaron rápidamente. Nadie era tan estúpido como para desobedecerle.
—Deberías aprender a controlarte —le aconsejó Zack señalando la gran abolladura con sus nudillos marcados.
—Mira quién habla —contestó Kev de mal humor. Zack se puso las manos en los bolsillos, pero ya era tarde—. De seguro a Eli le encantaría ver lo que te estás haciendo —refunfuñó.
El timbre dio comienzo a la siguiente clase. Kevin, no muy seguro de dejar a Zack, terminó por ceder y marcharse a su clase. Su expediente escolar no aceptaría más retrasos.
Se despidieron con la mano, y caminaron en direcciones contrarias.
—¿Ese es el novio de Lisa? —preguntó Grace con la boca abierta.
—Parece que sí —respondió Lauren.
—Vaya —dijo John.
—Ajá —asintieron todos.
Patrick entrecerró los ojos.
—Soy yo, ¿o esos chicos de pie en medio del pasillo son...?
—¡Lisa! —exclamaron los tres con alegría.
—Fingiré que eso no me dolió —murmuró Patrick.
—¡Chicos! —Lisa se precipitó sobre de John y lo abrazó. Lauren, dudosa, se unió a sus dos amigos sonriendo—. ¿Qué están haciendo aquí?
—Nunca nos iríamos sin ti, Lisa —dijo John.
—Dijo mi mejor amigo —comentó Patrick.
—Bueno —terció Grace—, supongo que ya estamos listos....
Sus palabras se vieron irrumpidas por el estrépito de una puerta siendo azotada contra la muralla. Los cinco amigos vieron a Zack corriendo por el pasillo hasta la salida.
Él, literalmente había rozado a Lisa con su cuerpo al pasar. Y no la había visto.
—¡Zachagiah Andegson, no te he dado pegmiso paga salig! —bramó la profesora de francés desde la entada del salón de clases.
Lisa, desesperada por saber a qué se debía la extraña huida de Zack, salió a toda velocidad detrás de él. Algo no marchaba bien.
—¿Qué les pasa? ¡Vamos a buscarla! —gritó Lauren.
—Creo que debemos darle espacio —opinó Grace con voz grave—. Lo necesita.
—¿Y mientras tanto mi hermana se muere? —Con las manos en las caderas, pateó el suelo molesta—. Las hijas únicas son unas egoístas.
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Ese mismo día
—¡Mueve el culo, tenemos que evitar cualquier idiotez que ese tarado esté pensando! —Amy, incluso con tacos y una corta falda, le llevaba gran ventaja a Kevin.
—¡Maldita sea, Zack! ¡Contesta el teléfono! —rugió Kevin con el aparato en el oído.
—Si nos suspenden lo voy a matar de...
—¿Dónde diablos estás, Zack? —exigió aliviado. Su cara se fue transformando hasta convertirse en una verdadera máscara de pánico—. Quédate ahí y no hagas nada estúpido, vamos enseguida.
—¿Todo en orden?
—Ni de cerca. ¿Sasha no vendrá?
—Apenas le hablé me ignoró como de costumbre —comunicó Amy—. En fin, ¿qué haremos?
—Lo que acordamos. Andando, el plan sigue en marcha.
Amy y Kevin se subieron en la moto de este. Kevin condujo por la avenida central, y se dieron cuenta que mientras más avanzaban, más tráfico había. Kevin intuyó que su mejor amigo tenía algo que ver con todo eso. Y en efecto, se encontró con un automóvil en medio de la calle, en plena luz verde, estancando y encendido. Los bocinazos e insultos parecían no surtir efecto, pues el conductor estaba reacio en manejar.
Se bajaron en medio del embotellamiento y dejaron la moto tirada sobre la acera. Corrieron como nunca hasta llegar al auto, que estaba sin seguro. Abrieron las puertas y no les importó encontrarse con su amigo prácticamente destrozado, llorando con la cabeza sobre el manubrio. Primero debían salir de allí.
—¡Déjenme tranquilo! —exclamó Zack alzando la cabeza. Su frente estaba roja por la cantidad de golpes que seguro se dio con el volante.
Amy lo empujó hacia al asiento del copiloto, y tomó el control del automóvil. Kevin se sentó en la parte trasera. Ambos amigos se miraron por el espejo y asintieron con la cabeza.
Amy manejó hasta la gasolinera más cercana y estacionó el auto, mientras Zack no paraba de gritar.
—Zack, si no te callas tendré que callarte yo —le dijo Amy.
—¡Cállate tú! ¡No les pedí que vinieran!
—Zack...
—¡Los odio!
—No lo repetiré...
—¡¡Me odio!!
—¡Te lo advertí! —Amy sacó el ladrillo que siempre traía en su bolso, y lo azotó en la cabeza de Zack, dejándolo inconsciente al instante—. Mucho mejor.
—¡Amelia! Se suponía que íbamos a adormecerlo con una bebida —le regañó Kevin.
—Me tenía harta. Ayúdame a ocultarlo mientras lo llevamos a la oficina, no quiero explicarle a la policía por qué mi mejor amigo tiene un chichón del tamaño de un buque en la frente.
Viajaron hasta la consulta de su doctora, en donde le suplicaron a la secretaria una cita de carácter extraordinario. Ella le sonrió, avisó a la doctora por teléfono, y aceptó que pasaran.
—Hola, un gusto —saludó la doctora—. ¿Te puedo...?
—Mire, no estoy para presentaciones. ¿Es usted la doctora que atiende a Zachariah Anderson?
—Así es, mi trabajo es ayudar a Zack.
—Pues bien mal hace su trabajo, señora.
—Tú debes ser Kevin, he visto fotos tuyas. Zack habla mucho de ti ¿sabías? Te quiere un montón.
—Yo también... —Agitó la cabeza—. Zack es mi mejor amigo, y merece volver a ser feliz.
—¿Es por eso que estás aquí?
—Usted es la que le receta las pastillas para que deje de rajarse y enloquecer como un jabalí salvaje. Leí en internet que cuando un bipolar tiene una crisis, hay que llevarlo de inmediato con el médico.
—La enfermedad de Zack no es motivo de burla —le recriminó la psiquiatra muy seriamente.
—¿Le parece que bromeo? Mi mejor amigo está roto. Se desmorona frente a mis ojos cada vez más. Estoy desesperado. Por favor, ayúdeme. Ayude a Zack.
—Me alegra que tenga a alguien como tú en su vida. Él necesita mucho apoyo, sobre todo en este tiempo.
—¿Tendré que esperar a que mi amiga despierte para ver a Zack sonreír de verdad?
—No. Por supuesto que esa no es la solución —estuvo de acuerdo la mujer.
—¿Me ayudará? —Ella estuvo de acuerdo—. ¿Y promete que todo esto quedará en confidencialidad?
—Te doy mi palabra.
—¡Amy, tráelo! —gritó abriendo la puerta de la oficina.
En ese instante, la chica apareció; caminaba lentamente de espaldas, arrastrando el cuerpo inerte de Zack con ambas manos.
—¡Pero qué demonios! —gritó la psiquiatra poniéndose de pie.
—Tranquila. Le golpee la cabeza para que se callara. No está muerto, pero sí que pesa —explicó Amy serena.
—¿Noquearon a su mejor amigo enfermo?
—Fue por motivos terapéuticos —se defendió Kevin
—¿Cómo lo trajeron aquí?
—En su auto —respondió Amy.
—¿Secuestraron a su mejor amigo?
—El fin justifica los medios —dijeron al unísono.
—Si sirve de algo, yo iba a darle somníferos. —Kev se encogió de hombros.
La psiquiatra estaba a punto de desmayase. Pero, después de que se tranquilizara, les explicó lo que había hablado con él. Ellos estuvieron de acuerdo con dejar a Eli para que pudiera sanarse tranquilo.
Cuando Zack abrió los ojos, y se dio cuenta en el lugar que estaba, miró con profundo odio a sus amigos. Como si se tratara de dos traidores. Pero ellos le explicaron la situación, le suplicaron que pensara en él; Zack necesitaba volver a ser lo que era.
—Por favor, Zack —le pidió Amy—. Hazlo por ti, por nosotros. Estás fuera de control y lo sabes.
—Lo dice la que me golpeó con un ladrillo.
—Y aún lo tengo así que mide tus palabras.
—Zack, es tiempo de que la dejes ir —le dijo Kevin arrodillándose junto a él—. No sabemos si volverá, y no puedes seguir viviendo con la culpa de lo que le ocurrió.
—¿Es eso lo que te atormentaba? No es tu culpa, amor. No lo es.
Pero nadie la oía.
—Escucha a tus amigos, Zack —le dijo la psiquiatra—. No los hagas a un lado.
—No estoy listo...
—Yo tampoco, Zack —le dijo Lisa con los ojos empañados en lágrimas—. No quiero, no lo hagas, por favor.
—Lo sabemos, por eso estamos aquí para ti —Amy le tomó la mano con fuerza—. Estaremos ahí en cada recaída que tengas. Pero tienes que entender que necesitas avanzar.
—No...
Zack les sonrió con nostalgia. Asintió con sutileza, dispuesto a dejarla ir. Incluso si le dolía, sabía que solo así podría recuperarse.
—¡No! —gritó Lisa apretándose la cabeza
Cayó de rodillas sobre el suelo de la consulta. Cerró los ojos, y Canalizó para volver con los demás. Debía ayudar a Lauren. Pero muy en el fondo, no tenía ánimos. La última gota de alegría que le quedaba, desapareció.
Ya ni le importaba despertar o no.
Acababa de perder a la mejor persona que alguna vez conoció.
Acababa de perder a Zack.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
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