🌠Capítulo 26: ¡Feliz cumpleaños, Zeli!🌠

28 de octubre de 2013

Patrick murió.

Lisa sabía que Patrick había muerto. Ella esperaba que él hubiese: a) muerto b) sido devorado por una horda de zombis c) abducido por los alienígenas —que de ser así, lo devolverían de inmediato—. Eran las únicas razones lógicas que se le ocurrían, explicaran por qué todavía no aparecía con la morfina que necesitaba.

Respiró hondo, tratando de normalizar su cuerpo adolorido. ¿Así se sentiría recibir una maldición cruciatus? Huesos destrozados; piel siendo desgarrada, heridas abiertas que ardían como si estuvieran cubiertas con jugo de limón y sal... De ser así, pobres padres de Neville. Ahora comprendía por qué habían enloquecido.

Quince se despertó por el nuevo peso sobre su cómodo lugar de descanso. Bostezó y lamió sus bigotes al tiempo que se desperezaba. Al acabar, su pequeña cabeza negra se alzó, percatándose por primera vez de la presencia de Lisa. Sus ojos brillaron al conectarse con los de ella; no dejaba de mirar a la chica que lo había rescatado del refugio de animales doce años atrás. ¿Acaso él podía verla? Ella siempre pensó que sería invisible para quienes estuvieran en la Vida Terrestre. Casi como si la hubiese oído —que tal vez había hecho. Los gatos eran unas místicas y fantásticas criaturas; nunca se estaba seguro de nada cuando se trataba de ellos—, Quince apoyó su pequeña cabeza en el regazo de su dueña. Sintió la vibración proveniente del ronroneo del felino en su cuerpo que, cinco minutos atrás, la habría llenado de alegría, pero el hecho de tener que morderse la mejilla para no gritar y espantarlo demostraba lo rápido que podían cambiar las cosas. Aun así, se mantuvo quieta, permitiéndole al gato dormitar en sus piernas. Y, con un suave gesto de cariño, alzó su brazo con la intención de acariciar el lomo negro de Quince.

Fue entonces que pasó.

El pelaje de su gato se erizó, adhiriéndose a sus finos dedos de pianista. Fue el mismo efecto que se produce al frotar un globo contra la cabeza, para luego, separarlo lentamente y observar cómo los cabellos se mantienen pegados al óvalo oxigenado (admítelo, alguna vez tuviste que haberlo visto/hecho). Lisa intentó no sucumbir al pánico, por temor a que Quince saltara y se alejara. Ella extrañaba muchísimo a su gato, su suave pelaje, pero al verlo, se percató de algo en sus ojos. Un dolor que intentaba trasmitirle con la mirada. Rápidamente, alejó la mano, o mejor dicho intentó, porque apenas lo pensó, esta pareció ser atraída por una fuerza magnética al lomo.

Quince maulló con histeria, hasta que el tono de sus súplicas se volvió un gemido de dolor.

—¡Quítate, Quince! —le pidió a su gato, pero este simplemente se hallaba demasiado ocupado agonizando.

Luego paró. Se calló y volvió a dormirse, devolviéndole el enorme y solitario silencio al tétrico lugar. Y Lisa se dio cuenta, con total asombro, que aquello no era lo único que se había detenido.

Ya no sentía esa tormentosa agonía. ­

,

Desconocido

Había tantas cosas volando dentro de su cabeza; problemas chocando con posibles soluciones, dudas mezclándose con respuestas, y, como siempre, misteriosos vacíos que se iban haciendo cada vez más grandes, engullendo todo a su paso.

Él odiaba eso. No soportaba ese desorden mental producido por excesiva información revuelta. Nadie quería dolores de cabeza, pero a Patrick parecían seguirle más que su propia sombra. Necesitaba ordenar con desesperación todo lo nuevo adquirido. Recibir, clasificar, almacenar. Imaginó por un momento que en su cerebro había una gran pizarra de corcho llena de montones de papeles clavados con chinchetas. Y junto a esta, una gran repisa repleta hasta el techo con cajas transparentes. Todas iguales por fuera, con contenido completamente distinto. Cada caja tenía su propia etiqueta. Y vio, con asombro cómo aparecían dos nuevas cajas que decían "Elizabeth" y "Victoria". Estaban al fondo y apenas se les veía con algo.

Vio la caja de al medio —la más grande—, ser llenada. Decía "familia". Al interior de esta, las carpetas "padre" y "tía" comenzaron a agrandarse. Mientras que "hermanos" adquirió la subcategoría de "hermana mayor".

Dejó de lado las que llevaban el nombre de "amigos", "pasatiempos", "intereses musicales", "mascotas" (por si las moscas) y "escuela" hasta llegar a la caja junto a la de Lizzy. Llevaba el rótulo de "Dominic". Y, aunque tenía menos información que la de la pelirroja, estaba pegada a ella. Como si fueran uno...

Abrió los ojos. Todo ese proceso tal vez había parecido eterno, pero tardó solo unos segundos. Menos de un minuto para ordenar todo aquello nuevo que aprendió. Y, luego de ese extraño flashback que le había provocado casi un ataque de ansiedad, podía decir una cosa con seguridad: ahora sabía mucho más sobre lo que desconocía. Muy pocas respuestas, pero millones de preguntas formándose en su cerebro en ese momento, se clavaban en la pizarra a la espera de ser resueltas; se añadían a las cajas con el único propósito de no ser olvidadas.

Suspiró, ¡maldita sea su obsesión por tener bajo control todo! Dejar que todo se revolviera en su cerebro, y flotara libre cual pajarillo en primavera era algo simplemente impensable.

Se lanzó precipitadamente al tocador de Elizabeth (o como sea que se llamaran esos lugares donde las chicas gastaban tiempo y dinero en arreglarse. Patrick no tenía idea cuál era el nombre correcto, pero estaba seguro que en un libro había leído que le decían "tocador"), y comenzó a rebuscar entre los cajones. Nada. Solo accesorios para el cabello, perfumes, cepillos, y otras cosas femeninas cuya función desconocía.

Giró su cabeza, tratando de localizar otro objetivo. A varios metros de distancia vio una puerta de un color claro. De seguro era el baño. Y sin mal no recordaba Patrick, válgase la ironía, el botiquín de primeros auxilios se guardaba allí.

Se dirigió a la puerta y, sin haberlo notado antes, sus ojos viajaron rápidamente hacia la pared de la derecha. En ella, había un gran calendario que ocupaba casi la mistad del espacio. Patrick frunció el entrecejo, como si algo no encajara en su sitio.

¿Elizabeth era una persona organizada? Aun algo escéptico, se acercó y fue entonces cuando se dio cuenta que esa gigante agenda destellaba el nombre de la chica por todas partes, exactamente como todo el resto de su habitación. Se trataba de una cartulina blanca, con todos los días del mes escritos; cada día estaba pintado de un color y decorado con calcomanías, dibujos y cualquier otro adorno que él nunca habría puesto. Pero eso no fue lo que le llamó la atención cuando estuvo a solo unos centímetros de aquel mes ya planificado.

Octubre. Una simple palabra que lo confundió por completo, porque si Patrick mal no recordaba (pueden reírse), Elizabeth había caído en coma antes de que agosto terminara.

¿Eran acaso sus padres los responsables de que el calendario estuviera en el mes de la Vida Terrestre? No sé si eso es muy tierno o verdaderamente escalofriante.

Leyó el día en el que estaba, era el más colorido y decorado de todos. Al centro del rectángulo estaba el dibujo de lo que parecía un par de orejas de ratón y a su lado, un castillito blanco con detalles azules.

¡Feliz cumpleaños para mí!

Aparecía junto encima aquellos dos símbolos que Patrick desconocía. Y, justo entre los dibujos y brillos dorados, estaba escrito:

¡FELICES 2 AÑOS PARA NOSOTROS!

Se sintió como una fuerte e inesperada bofetada. ¿Por qué tenía que aparecer Zack a cada momento? Él no lo conocía, pero le aparecía en todas partes, como un fantasma sin nada mejor que hacer que fastidiarlo.

Elizabeth amaba Zack, y eso era algo con lo que Patrick tendría que aprender a vivir. Ella no era para él. Nunca lo sería.

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Ese mismo día

El dolor desaparecido igual de rápido que como había llegado. No se sentía avergonzada por haber llorado, significaba que había soportado un gran sufrimiento y se sentía orgullosa de eso.

Se levantó de forma cautelosa, temiendo que algo llegase a dolerle. Se apoyó en el sillón en el que Quince parecía dormir como nunca antes, pero ella no iba aquedarse allí sentada hasta que Patrick apareciera, pero qué tipo más inútil, hasta Shrek hizo un mejor trabajo ayudando a Fiona.

Lisa tenía una razón para creer que Aurora era la princesa más hueca de todas: esperó igual que una idiota a que el príncipe hiciera todo el trabajo sucio. ¡Despierta chica, así no es como se solucionan los problemas! Las mejores princesas se rescataban solas, sin perder su belleza y encanto.

Ya de pie, respiró hondo, intentado normalizar su cuerpo, todavía con algunas molestias menores.

Quince se despertó bostezando; se desperezó por un par de segundos. Lisa extrañaba ver su boquita abrirse, dejando ver su aún más adorable lengüita mientras estiraba todo su cuerpo de felino. Al acabar, se percató por primera vez desde que había abierto los ojos que Lisa estaba allí, a una corta distancia de él. ¿Había olvidado todo lo anterior? Como respuesta, el gato saltó a su hombro y se acomodó igual que si se trata de una bufanda; ronroneaba con alegría. Y de tanto en tanto, alzaba la cabeza para comprobar que ella seguía allí.

Su cola acarició la barbilla de la pelirroja.

—Yo también te extrañé, Quince —dijo Lisa con los ojos llenos de emoción—. Vayamos a buscar al inservible de mi amigo.

Patrick giró el pomo lo más deprisa que sus neurasténicos y huesudos dedos se lo permitieron. No estaba demasiado seguro si lo que llevaba en el bolsillo se tratase de algo que podría ayudar a Elizabeth, pero esperaba que sí.

Lo que no pensó, fue encontrarse justo con un par de ojos azul oscuro y ondulado cabello rojo justo frente a él. Menos aún, con una bola de pelos negro alrededor del cuello. Al parecer, habían abierto la puerta casi al mismo tiempo.

Se miraron el uno al otro por lo que pareció una eternidad.

¿Qué podía decirle? Hola, Elizabeth, te contaré una historia sobre cómo se conocieron tu madre y mi padre. Al parecer, ella era una vagabunda y él un posible delincuente que espera a sus víctima en los callejones oscuros. Y bueno, el destino lo unió una fría noche de invierno.

Por supuesto que no. Ni siquiera estaba seguro de que se tratase de su papá, o que esa señora fuese la mamá de Elizabeth, pues en los retratos de la casa aparecía una mujer castaña. También sabía que ella era hija única, y eso no calzaba con que tuviera un hermano de la misma edad. Además, de ser así, Patrick tendría una hermana mayor, y no parecía la clase de chico que tuviese una hermana, aunque el describirse siempre se le hacía difícil. Sin recuerdos, ¿cómo sabes quién eres?

Pero ahora tenía uno.

—Yo... —comenzó el chico. No pensó cómo iba a decirle cuando la viera.

—¿Creíste que seguiría en el suelo esperando tu auxilio? Por favor, Patrick, estamos en el siglo veintiuno. Las chicas se salvan solas,

El adolescente sintió un cúmulo de palabras amontonadas en su garganta; una gran bola de incoherencias que se formaba, y luchaba por salir y expresar algo estúpido y sin sentido alguno. Prefirió guardar silencio.

—Gracias igual, Patrick —continúo al darse cuenta que él no le iba a responder—. Por intentar ayudarme. O por querer intentarlo. —Suspiró—. A quién engaño, fuiste un maldito inútil. Pero me caes bien, así que lo dejaré pasar.

—Lo que quiero decir es...

—¿Qué no me ayudaste ni en lo más mínimo? —Sonrió divertida—. Lo sé. Pero eso no importa ahora. Y sé que tenemos que ir por Jazzy, pero es probable que los demás aún no hayan llegado. Y necesito ver cómo está...

—Zack. —Corto y preciso. El nombre había fluido hacia su boca con gracia y eficacia. Hasta Patrick se sorprendía por el desprecio que ese tipo le generaba. Por supuesto, no se había oído así, pero tampoco se pensaría Elizabeth lo emocionado que él se estaba por conocerlo.

Es increíble lo que los celos eran capaz de hacer. O deshacer, porque simplemente lo iban carcomiendo, pudriéndole toda bondad y gentileza; le abrían el camino al odio.

—Bueno, sí. De verdad me aliviaría mucho saber que todos mis cercanos están bien.

—Elizabeth...

—Tengo que saber que ellos...

—¡Elizabeth! —demandó Patrick. Tenía que decírselo.

La chica sacudió la cabeza por la conmoción.

—¿Qué te ocurre?

—Cállate. —Cubrió su nariz y boca con ambas manos, pensando cómo y qué decirle. Cuando estuvo listo, la miró a los ojos—. Feliz cumpleaños.

De todas las cosas importantes que debía decirle, tenía que salir eso primero, ¿no? Al diablo sus prioridades.

—¿Ah? —La muchacha parecía tan perpleja como el gato.

—Feliz cumpleaños —repitió Patrick—. Hoy es veintiocho de octubre, cumples diecisiete.

Pareció que el mundo de Lisa acababa de desaparecer. Se quedó quieta, con los ojos perdidos en el suelo. Patrick se sentía incómodo de pie frente a ella, como si estuviera invadiendo su espacio. Tímidamente, rozó la barbilla de Elizabeth con las yemas de sus dedos, pero el gato no dudó en sacar sus garras y arañarlo hasta que quitara la mano. ¿Tampoco caía bien a los felinos? El sentimiento era mutuo.

—¿Estás bien? —preguntó con voz baja.

Ella negó con la cabeza. Sus ojos se veían cargados de dolor; el labio superior le tiritó y su nariz hizo un sonido extraño cuando inhaló, como aire que entraba entrecortado.

Sin poder aguantar más, tapó su rostro con ambas manos y fue bajando hasta queda hincada.

—Feliz cumpleaños, amor —se escuchó por entre los huecos de los dedos mientras sollozaba—. Feliz cumpleaños para nosotros —repitió de forma apenas audible.

Luego se echó al piso a llorar.

,

Estaba conduciendo por la ciudad, sin ningún destino en específico. Lo único que quería en ese momento era alejarse de la escuela, de su familia, sus amigos, de cualquier cosa que le recordara a Eli.

Pisó el acelerador y prendió la radio.

—"...What's mine is yours to leave or take. What's mine is yours to make your own...".

No esa canción, no por favor.

La furia le empañó el vidrio, la rabia le cegó los ojos. Y el amor que sentía, le arrebató la última pizca de cordura a la que se había aferrado hasta ese entonces.

De un instante a otro, su pie había presionado el freno sin ninguna delicadeza. Su cabeza le dolió al rebotar contra el asiento por la fuerza, pero le dio igual. No le preocupaba haberse detenido justo en medio de la calle. Las bocinas de los conductores enfurecidos no le importaban ni lo más mínimo, tampoco sus insultos. Y mucho menos, su celular sonando.

Zack estaba roto, destrozado. No sabía cómo arreglarse y parecía que nunca iba a poder hacerlo.

Finalmente atendió.

—¿Dónde diablos estás, Zack?

—¡Qué importa eso si Eli no puede estar ni en su propio cumpleaños por mi culpa! —gritó con la voz cargada de sufrimiento, se oyó como un dolor más allá de una simple pena. Era más oscuro, más complejo y mucho más trastornado.

—Quédate ahí y no hagas nada estúpido, vamos enseguida.

Golpeóel manubrio con brutalidad, como intentando que este le devolviera la vida quetenía. Chocó su cabeza una y otra vez contra el aparato, dejando escapar más deuna vez el sonido de la bocina. Poca cosa era eso. Nada era importante para él,porque hoy cumplía diecisiete años su mejor amiga. Quien hace dos años se habíaconvertido en su novia.     

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