🌠Capítulo 25: Cuando se formó el naranjo🌠

17 de febrero de 1997


La tormenta parecía no acabar nunca. El frio intentaba adentrarse en su abrigo y hacerla temblar hasta rendirse, pero ella no le iba a dejar ganar. Necesitaba un refugio, algún lugar donde pasar la noche, y quejarse no resolvería su problema. Decidió sumergirse en el misterioso callejón, para así al menos, protegerse un poco de la cruel temperatura que le hacía castañear los dientes.

El llanto de la niña le partió el corazón; ella nunca lloraba. La contrajo en su pecho con más fuerza, ella era un bebé, no tenía que sentir un gélido viento de invierno en su diminuto rostro.

El miedo robó sus palabras; la oscuridad, su aliento.

Se adentró aún más sin saber muy bien la razón. La profundidad del callejón le recordaba a una cueva silenciosa y tranquila... hasta que el monstruo aparecía. En aquel caso un potencial violador/ psicópata/asesino en serie/ traficante de órganos /alcohólico drogadicto.

Como si hubiese oído sus pensamientos, el niño empezó a llorar.

—Encontraremos un lugar —susurró Victoria—. Lo prometo...

A pocos metros de distancia, Tori se percató que la sombra de un hombre se aproximaba. Rápidamente se calló e intentó que sus hijos la imitaran.

No hagan ruido.

Se lanzó precipitadamente a la pared que recibía menos luz de las dos; se aplastó contra ella de espaldas, como si al hacerlo, se transformara automática en un camaleón, capaz de fundirse junto con el insulso gris de los ladrillos que formaban la pared. El escondite se encontraba tras el gran pórtico de una casa; era la mejor opción que tenía.

Su respiración era cada vez más silenciosa, pero no podría evitar la bocanada de aire que salía por su nariz al exhalar. Toda su musculatura se tensó; sus células estaban alerta ante cualquier movimiento externo sospechoso.

Vio a la sombra acercarse.

Su corazón latía como un caballo despotricado; la frecuencia de cada pálpito junto con el pánico que se comía todas las fuerzas que había almacenado, dejándola quieta cuál estatua griega.

Se llevó una mano la cartera mientras sostenía con la otra a los pequeños. Buscó con el tacto el pequeño cilindro de metal que necesitaba; las yemas de sus finos dedos de pianista reconocieron la textura lisa y helada, y se cerraron alrededor. Con cautela, sin bajar la guardia, sacó la pequeña gota de esperanza y salvación. La tenía oculta justo detrás de su espalda.

El sonido al pisar un charco de agua la preparó.

No supo que ocurrió primero: la mirada de confusión del joven al verla a la cara, o ella revelando el gas pimienta, que sin pensarlo, echó justo en sus ojos. El desconocido se cubrió la cara, gritando de agonía. Ella aprovechó de empujarlo y salir corriendo. Sus piernas se movían como si no cargara a dos niños de tres meses de edad. El viento le azotaba el rostro, y despeinaba su largo cabello; por fortuna, la nevada parecía haber acabado, o de lo contrario, no habría podido ver nada.

Luego de diez minutos (en los que creyó que iba a morir de un paro cardiorrespiratorio) vio una tienda de películas de alquiler barata. Decidió entrar y quedarse allí hasta que el dueño la echara por no comprar nada. Siempre era así.

La tenue luz de las farolas no alumbraban lo suficiente; habían dos que titilaban cada segundo, luchando por iluminar y no camuflarse con la espesa negrura de la noche. Al igual que Victoria, se esforzaban por ser alguien en el mundo, cumplir alguna función que ayude a alguien. Si nadie te ve, realmente no estás ahí.

Iba a cruzar la calle cuando una mano le tocó el hombro, sobresaltándola; gritó, pero él fue más ágil y la silenció cubriendo las suplicas de auxilio de Tori con su mano. Trató de zafarse, pero cualquier movimiento brusco podía hacerle perder el equilibrio y, llevando a dos bebés en brazos, estamparse contra el asfalto no era una opción demasiado tentadora.

Decidió morderlo.

—¡Ay! —chilló él molesto—. ¿Pero qué está mal contigo?

Retiró la mano de la boca de Tori para chuparse la pequeña herida que ya había comenzado a sangrar. Aquello le dio tiempo suficiente para plantarle un rodillazo justo donde a ellos les duele. Él volvió a gemir de angustia, y la soltó completamente.

—¡Aléjate de mí! —gritó ella a todo pulmón. De seguro había algún alma caritativa que pudiera apiadarse de su desesperación y fuera a socorrerla. Soñar es gratis, ¿de acuerdo?

—¿Quieres callarte? —le pidió el joven de mal humor.

Algo en su mirada le llamó la atención, no veía malas intenciones en esos grandes ojos verdes, solo rabia y seguramente dolor físico. Pero ella no podía arriesgarse y caer ante otra cara bonita. No repetiría el error dos veces.

—Me tocas un pelo y grito —le advirtió Victoria.

El chico bufó.

—Oh, claro, pero tú puedes rociarme los ojos, tirarme a la calle, morderme la mano y golpearme en las maldita bolas, ¿no? —Se cruzó de brazos—. Cómo joden las feministas.

Victoria no pudo aguantar una risa. Se escuchó rara, como si no se tratara de su voz. ¿Hacía cuánto que no sonreía genuinamente? Él también se veía feliz, como si el comentario no lo hubiese dicho en serio.

—Y además le parece divertido. ¿Qué clase de sociópata es usted, señorita? —Le sonrió—. Parece que salir a las dos de la madrugada atrae gente extraña.

—Ni me lo diga, señor potencialmente secuestrador.

Él rio.

—David —se presentó el joven, sin dejar de sonreírle.

—Victoria.

—¿Así que no eres un potencial secuestrador? —preguntó ella, meciendo en sus brazos a ambos gemelos que dormían plácidamente.

—Eso depende. ¿Eres una sociópata?

—Si me haces daño, no dudaré en sacarte el corazón y venderlo por internet —se encogió de hombros—. Juzga tú.

—No entiendo por qué eres tú quién me teme. Acabas de amenazarme. —Chasqueó la lengua—. Pero claro, si yo te golpeara ahora, luego de todo lo que me hiciste, sería un hijo de puta. Tú en cambio, actuaste solo por defensa personal, siendo que yo nunca quise lastimarte.

Victoria casi se sintió mal.

—No es mi culpa que la mayoría de violadores sean hombres, y estos se oculten cerca de los callejones solitarios en la noche.

—Las mujeres son unas manipuladoras —dijo él, como si ella estuviese atacando al sexo masculino, que inconscientemente, sí había hecho—. No importa si están mintiendo, tan solo deben llorar y todo el mundo les cree.

—Los hombres únicamente causan daño.

—Las mujeres se creen superiores en todos los sentidos.

—Eso es porque los hombres no saben pensar en otra cosa que no sea sexo. —Hizo una pausa—. Calientes de mierda. —Le salió del fondo del corazón.

Vaya, se quitó un grandísimo peso de encima con un completo desconocido que aun podía hacerle daño a sus hijos.

Felicitaciones, Tori. Eres la madre del año.

David, por primera vez, la contempló de pies a cabeza; sus ojos se detuvieron un segundo en los gemelos. Cuando volvió a ver a Victoria, tenía una mirada triste; le sonrió con pesar.

—¿Duro quiebre, no? —preguntó con amabilidad. Su rostro se veía como si realmente le importara lo que a ella le ocurría.

Victoria frunció el entrecejo.

—Si huir se considera quiebre para ustedes, entonces sí.

—Lo lamento, debe ser difícil.

Suficiente. Victoria no podía confiar en él, no estaba bien arriesgar a sus hijos, exponerlos al frío solo para hablar con un chico que era increíblemente simpático con ella. Porque vamos, Victoria por poco le lanza una piedra a la cabeza, él debería estar molesto con ella.

—Pues si no quieres robarme/ matarme/ violarme, seguiré con mi camino —dijo Victoria.

—Déjame acompañarte. —Sus ojos verdes estaban clavados en los de ella.

—No es necesario.

"No tengo a dónde ir", era la verdadera respuesta.

—Perdone que insista, señorita, pero dado que usted me atacó, no una, sino dos veces, creo que estoy en mi derecho que me conceda un favor. —Aun sonriendo, hizo una reverencia—. Acompañarla a casa me haría muy feliz.

—Estimado caballero, espero acepte mis disculpas por el pequeño malentendido; su mirada de deseo en el callejón oscuro me hizo dudar de sus buenas intenciones.

David estalló en carcajadas. Ella sonrió porque lo había hecho reír por segunda vez. Alegrar a la gente siempre era reconfortante. Al regalar alegría, cobras una pequeña cuota de felicidad que se queda contigo.

—Mi único deseo es ayudarla —dijo él.

Su respuesta le robó el aire; quitó todo lo que tenía en su interior, dejándola ligera como una pluma volando entre las nubes. Seguramente había sonreído como idiota al oír el comentario de David, porque él no le quitaba los ojos de encima. Y, sin apartar la mirada, se quitó la chaqueta que llevaba puesta y se la ofreció a Victoria.

—Lamento si esto le parece un cliché, porque lo es, pero no dejaré que se congele, ni mucho menos sus niños. Por favor sea tan amable de aceptar esta pequeña muestra de caballerosidad, señorita sociópata.

Victoria quiso reír, quiso sonreírle y decirle algo divertido de vuelta; quería seguir charlando y aceptar el abrigo; pero no pudo. Solo tiritó. ¿Y si había una bomba en el bolsillo? O tal vez su cuerpo solo se agitó por el frío, insistiéndole que no fuera una amargada y aceptara la maldita prenda de ropa.

Se tragó su orgullo y optó por lo primero.

—Como quieras —dijo David encogiéndose de hombros—. Si ustedes rechazan a un caballero, no vayan después quejándose por ahí de lo mal que las tratan.

—¿Duro quiebre? —le preguntó Victoria.

David se mordió el labio, pero no le contestó. Espero varios segundos entre el silencio antes de hablar.

—Por favor, Victoria, déjame ir contigo a casa. Podrías encontrarte con un verdadero delincuente a estas horas. ¿Rechazarás mi protección solo para mantener tu orgullo hembrista intacto? —Negó con la cabeza—. Lo lamento, pero no puedes cuidarte a ti y a tus hijos. Voy contigo.

—Tú no me das seguridad, no te conozco.

—Insistiré hasta morir, Victoria. Soy tan obstinado y terco como tú. Puedo quedarme discutiendo hasta que mi corazón se detenga.

—Morirás sin haber cumplido tu meta.

—La mayoría ni siquiera lo intenta. —Él sonrió.

Victoria suspiró.

—Deja de ser... así —Pronunció la última palabra entre dientes, molesta de no poder estarlo. Resultaba imposible con él.

—Me temo que tendrás que ser un poco más clara.

—Tan caballero, tan gentil —aclaró ella. Intentó que no sonara como un cumplido, sino como un simple hecho científico, una información objetiva.

—Si yo fuera chica, estaría encantada. La caballerosidad se encuentra en peligro de extinción.

—Pero qué humilde.

—Déjame acompañarte —repitió él—. Puedes conocerme camino a casa.

—Podrías matarme.

—O alguien podría hacerlo si te vas sola. —Sus argumentos eran mucho mejor que los de ella—. Y ahora que lo pienso, ¿no te parece un poco imprudente salir sin acompañante tan tarde con ellos? —Señaló a los gemelos.

Victoria jugueteó con un mechón de su cabello, sin saber qué responderle. Por supuesto que lo era, pero no tenía opción. Siguió sin responder, hasta que David le colocó el abrigo sobre sus hombros..

La contempló unos segundos; luego asintió, respondiéndose una duda interna.

—Te vienes conmigo —ordenó el joven—. Ahora.

La sangre que fluía por sus venas dejó de avanzar; se atascó y comenzó a congelarse lentamente dentro de su piel, tensándole los músculos y tendones.

—No voy a ningún lado...

—Por las buenas o por las malas. —David tenía los brazos cruzados, como si la estuviera poniendo a prueba.

Victoria dio un paso hacia atrás, lista para huir, sin embargo David era ágil; la agarró de la muñeca mucho antes de que ella avanzara.

—No voy a dejar que pases la noche en la calle —le susurró él con voz dulce—. Puedes quedarte en mi casa.

Sintió que volvía a respirar. La energía volvió a seguir su curso por debajo de su piel. La presión del pecho se evaporó, dejándola nuevamente vacía, libre, dichosa.

—Yo...

—Señorita sociópata, soy un experto leyendo ojos. Su intenso azul marino me acaba de comunicar que usted no tiene dónde dormir esta noche, y no me rendiré. Por lo que le suplico, haga el favor de acompañarme, sus hijos lo agradecerían.

—Podría hacerme daño, señor potencialmente secuestrador..

—Eso es correcto, Victoria. No lo negaré porque no me conoces y no puedes estar completamente segura hasta que te arriesgues. Y comprendo perfectamente que no quieras exponer a tus hijos ante un desconocido, pero soy necio y seguiré aquí de pie, ofreciéndote mi ayuda.

Victoria no necesito oír más.

—Voy contigo —declaró firme.

—¿Ah, sí? —Sus ojos verdes adquirieron vida propia al oír su respuesta. Victoria no sabía por qué, pero no podía dejar de sonreír cada vez que él lo hacía—. ¿A qué se debe el repentino cambio de opinión?

—Un secuestrador jamás habría dicho eso. Me habría ofrecido caramelos —explicó ella.

Victoria lo siguió hasta la siguiente calle. David había aparcado su auto color gris en el estacionamiento de una farmacia que atendía las veinticuatro horas al día; era un vehículo pequeño y para nada lujoso. Eso sí, estaba pulcro y en perfectas condiciones.

—Adelante, señorita.

Ella le obedeció. Al entrar y acomodarse, se dio cuenta que habían dos sillas pequeñas para bebés. Le alzó una ceja a David, que estaba por cerrar la puerta.

—Tú no eres la única que se preocupa por la seguridad de sus hijos —le dijo él—. Tenemos bastantes cosas en común, Victoria.

Eso quería decir que él tenía novia, posiblemente esposa. Aquello la relajó, pero no como una pluma que flota con gracia y delicadeza en el cielo, sino como un globo que se desinfla, dando giros en el aire sin destino alguno, para luego llegar a la seguridad del suelo. El alivió se había transformado en una confusa decepción. Intentó que no se le notara la tristeza en el rostro mientras David le ayudaba a ajustar los cinturones para los niños; ambos pequeños despertaron al momento de ser despojados de los brazos de su madre, sin embargo solo el gemelo lloró; ella era muy callada.

—No me has dicho quiénes son estos pequeños —le preguntó David acariciando el rostro de Nick con dulzura; la cercanía preocupó a Victoria, pero sorpresivamente, el bebé sonrió.

—Nick y Lizzy —dijo ella.

David asintió. Cerró la puerta y se sentó adelante; encendió el motor, se ajustó el cinturón y pisó el acelerador. Su casa resultó estar a menos de diez minutos (en los cuales apenas hablaron). Cuando estacionó el auto, descendió con gracia, para abrirle la puerta a Victoria. Tenía una gran sonrisa en su rostro.

Entraron a un gran edificio por un modesto pórtico de ladrillos. El conserje saludó a David y miró a Victoria con gran interés; le guiñó el ojo izquierdo. Ella desvió la mirada asqueada. Viejo pervertido. David pareció no notarlo, porque ya estaba dentro del ascensor de cristal, sujetando las compuertas para que ella entrara.

¿Conoces ese silencio que se produce con algún desconocido? Era el peor de todos según Victoria. El viaje al séptimo piso duró trece segundos. Los trece segundos más incómodos que había experimentado. ¿De verdad había aceptado pasar la noche en la casa de ese tipo? Dios, sí que estaba desesperada. Las puertas se abrieron. Tori le pisaba los talones a David. Ella quería llegar a su casa lo más pronto posible, sus brazos cansados, le pedían un receso. Y, aunque él se había ofrecido cargarlos, ella se negó rotundamente.

El joven dobló a la izquierda y se detuvo en la última puerta de al fondo. Sacó el manojo de llaves de su bolsillo y tardó un minuto en encontrar la indicada.

—Ya llegué —anunció David dejando las llaves en la mesita de café que había al centro del pequeño salón familiar.

—¿A tu novia no le importará que me quede? Realmente no quiero causar problemas.

—¿Novia? —repitió David con los ojos entrecerrados.

Victoria no alcanzó a abrir la boca, porque una chica salió de la única habitación por la que entraba una tenue luz y se oía la televisión. Tenía el cabello rubio y los ojos verdes, exactamente igual que David.

—¿Con que soy tu novia, eh? —preguntó la chica riendo—. No sabía que aprobabas el incesto, David. Qué interesante novedad.

—Victoria, te presento a mi hermana menor, Caitlin.

Esta le sonrió. Tori pensó en estrecharle la mano, pero no podría cargar a ambos niños con un solo brazo. Luego de debatir sobre cómo comportarse socialmente, decidió sonreírle de vuelta. Caitlin observó a ambos bebés con adoración antes de voltear y hablarle a su hermano.

—Parece que tu salida nocturna no fue por completo inútil. —Le guiñó el ojo—. Y si ya no me necesitas, cosa que estoy segura, me iré a casa. Juro que intenté hacerlos dormir, pero me fue imposible. Están viendo televisión en tu habitación.

—No hay problema, gracias por venir, Cat.

—Cuando quieras. —Miró a Victoria divertida—. Un gusto conocerte, Rojita. —Acarició a los pequeños hermanos y abrió la puerta que daba al exterior—. Diviértanse —agregó, levantándole el pulgar a David. Él le volteó los ojos—. Ah, y te queda increíble el abrigo de mi hermano —agregó con picardía, provocando que las mejillas de Tori ardieran.

La puerta se cerró. Qué momento más incómodo.

—Solo para aclarar: no tengo novia.

—Lo lamento, es que creí...

—No eres la única que tuvo un duro quiebre —le interrumpió David con suavidad—. Ven sígueme, Patrick y Savannah pueden hacerle espacio a dos más.

Entraron al cuarto por el que había aparecido Caitlin. Dos bebés veían El rey león con profundo interés. El niño más que la niña.

Tori dejó a los gemelos sobre la cama con sumo cuidado. Los hijos de David, al ver a los inesperados visitantes, miraron a su padre con expresión confusa.

—Son amigos —dijo él, sentándose junto al niño—. Espero que se lleven muy bien.

—Patrick y Savannah —comenzó diciendo Victoria a los dos pequeños de cabello amarillo—, les presento a Dominic y Elizabeth.     

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