🌠Capítulo 22: Mientras tanto en la Vida Terrestre🌠

10 de agosto de 2013


Cuando Andrew recibió la llamada del hospital, sintió una presión en el pecho, un yunque aplastándole los pulmones, evitando que el oxígeno necesario entrara y le permitiera respirar. Al principio, no fue capaz de levantar el auricular del teléfono; dejó que sonaran tres pitidos antes de encontrar la fuerza necesaria para levantarlo y contestar. Tenía miedo de lo que la voz al otro lado del aparato fuera a decirle.

Su respiración era rápida y descontrolada, pero aun así, espero a que la persona hablara.

—¿Se encuentra Andrew Ryan? —preguntó una mujer. Su tono de voz tranquilo y pasivo le provocó ganas de arrancarse el cuero cabelludo.

—Él al habla —respondió acelerado—. ¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema?

—Llamo del Hospital General de Massachusetts...

Andrew no necesitó oír más. Tomó las llaves que estaban junto al teléfono y corrió hasta la puerta, dejando que el teléfono descolgado emitiera un pitido agudo largo sin pausas. El mismo que se oía cuando el corazón de un paciente en coma dejaba de latir.

Bajó hasta el estacionamiento del edificio. Estaba tan acelerado que por poco tropieza y cae tres veces. Incluso ignoró por completo a Emma, que le había preguntado hacia dónde se dirigía, y por qué estaba tan apresurado.

Aunque llevaba casi tres meses viviendo en Boston nunca fue muy bueno ubicándose, por lo que había comprado un GPS que en ese momento le estaba diciendo que tenía que seguir un kilómetro en línea recta, y luego doblar a la derecha. Era difícil concentrarse con tantas cosas en la cabeza. La boda y la universidad tendrían que esperar. No podía seguir con su vida personal, no hasta que su hermana despertara. ¿Y si no lo hacía? ¿Qué haría si el médico Fitzpatrick le decía que no volvería a despertar? Se había hecho mil veces esa pregunta, pero no era capaz de contestarla. Simplemente porque no lo sabía, ni quería averiguarlo.

—Ha llegado a su destino —dijo la voz femenina del aparato.

Andrew ni siquiera se dio el tiempo de cerrar con llave el auto. Salió disparado a la recepción. La mujer que trabaja allí llevaba el cabello recogido en un moño y bastante más maquillaje del necesario. El joven tosió para llamar su atención (porque al parecer, hablar por teléfono con una amiga sobre lo guapísimo que estaba un tal Tony en la fiesta de una tal Ariana, era más importante que atender a la gente), provocando que la señora soplara una gran cantidad de aire. Apenas apartó el auricular de su oído, solo lo suficiente para escuchar a Andrew, pero dejándole en claro que tenía asuntos más importantes.

—¿Sí? —preguntó con desinterés. Hasta bostezo. ¡Hasta bostezó!

—Soy Andrew Ryan, el hermano mayor de la paciente...

La señora entornó los ojos. Andrew sonrió para sus adentros, decir su nombre completo siempre traía beneficios en ese hospital. La mujer le dio las instrucciones de visita y volvió a su charla.

Andrew corrió, no había tiempo para esperar el elevador, por lo que subió de a dos en dos las escaleras. Sus piernas iban lo más rápido que podían; no tenía respeto alguno por las enfermeras y doctores que le regañaban, gritándole que debía caminar por los pasillos. De seguro ellos tenían a su familia sana y salva. O no, y él no era nadie para juzgarlos, después de todo hacían lo correcto al seguir las reglas. Si las autoridades no controlan, sería una anarquía absoluta o, podía volverse una si controlaban demasiado.

Llegó a la entrada. Era de cristal, y podía ver lo que ocurría en su interior. Respiró hondo, y giró el pomo de la puerta. Dentro de la habitación, el doctor le esperaba con expresión cansada. Se acomodó las gafas, arregló su bata blanca, y le hizo una expresión con la mano para que le siguiera hasta la habitación donde su hermana se encontraba. Andrew lo siguió. El lugar seguía igual que la última vez.

—¿Todo está en orden, señor? —preguntó Andrew agitado. Cuatro pisos no era poca cosa—. ¿Sigue igual o ha visto alguna mejoría en su salud?

—Algo no va bien, debo ser franco —admitió el hombre, acercándose a la máquina que le permitía vivir a su hermana—. Pero no puedo saber qué es... —Vaciló unos segundos—. Es como si, como si ella...

—¿Cómo qué? ¡Por favor dígame! —demandó el joven.

—Es como si ella no quisiera despertar, Andy. —Cerró los ojos un momento—. Lo lamento mucho, pero a este punto creo que lo mejor sería dejarla ir...

—¡¡No!! —rugió el chico, golpeando el respaldo de la camilla del hospital—. Si usted cree que voy a desconectar a mi hermanita menor, está muy equivocado. Ella es todo lo que me queda.

—Te estoy diciendo esto como un amigo de la familia, no como el médico tratante: ¿prefieres dejarla así? ¿Respirando por una máquina, viviendo sin vivir? —Se acercó a Andrew y le puso una mano en el hombre—. ¿Es eso lo que habría querido tu padre?

—Con todo respeto, doctor: es mi decisión y usted no tiene ningún derecho para decirme qué hacer. Ella despertará, y volveremos a ser una familia. Eso es lo que mi padre querría.

El médico suspiró.


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27 de octubre de 2013

Dominic no podía dejar de juguetear con sus dedos. Desde pequeño había necesitado estar en constante movimiento: correr, saltar o gritar era parte de su rutina. Sobre todo, si estaba bajo estrés. Situación en la que encontraba en ese preciso momento. Savannah lo conocía lo suficiente como saber que se sentía nervioso, porque se sentó junto a él y le tomó la mano. Dominic la aferró y le sonrió, agradecido.

—¿Crees que...?

Savannah cerró los ojos y negó con la cabeza.

—No pasará, Nick. No te preocupes. Tan solo fue un pequeño desacuerdo, a veces ocurre. Pero eso no significa nada.

—Tal vez tienes razón —dijo Dominic más tranquilo (solo un poco).

Savannah siempre sabía qué decir, y cómo decirlo.

—Por supuesto que la tiene —dijo Alexia. Su dulce voz logró que el corazón de Dominic volviera a latir con normalidad—. Papá nunca haría algo como eso, él escuchará a mamá. Ella siempre tiene la razón.

—Pues sonaba bastante convencido —comentó Connor en voz baja—. ¿Y si ahora mismo está firmando un papel? Para, ya saben... —Trazó una línea recta con su dedo frente a su cuello.

Emmet abrió la boca con espanto. Soltó un gemido, y se echó a llorar al suelo. Savannah miró a su hermano con profundo odio y se acercó a Emmet para consolarlo. Se arrodilló junto a él, y le acaricio la mejilla con ternura.

—¿Papi cotale la cabeza? —preguntó el menos de los hermanos.

—No, no, no. No le hagas caso a Connor —lo consoló Savannah, tratando de que su enojo no se notara. Connor las iba a pagar caro por esa "broma". Savannah se lo estaba dejando muy en claro.

—Sí, es verdad, no me hagas caso —estuvo de acuerdo el chico—. Connor tonto, Savannah inteligente. —Se dio una bofetada, provocándole risas al infante—. ¿Ves?

—Muy, muy tonto —estuvo de acuerdo Emmet.

Esta vez, todos rieron.

—Eso es hermanito —dijo Alexia—. Ya seca esas lágrimas, que todo va a estar bien. Verás que muy pronto todo se arreglará y volverá a ser como antes.

—Maldición Alexia, no digas eso —gruñó Connor.

—¡Cuida esa lengua! —lo regañó Savannah con el ceño fruncido. Ya había vuelto a sentarse, pero se veía igual de amenazante parada, sentada, acostada o montada en un monociclo.

—Uh, ya sabemos quién se quedará sin postre hoy —bromeó Nick.

Connor se cruzó de brazos.

—Lo siento ¿de acuerdo? —respondió de mal genio—. Es que no me gusta que digas que todo volverá a ser como antes, que se solucionará. Siempre dicen eso en las películas y al final no es cierto.

— Tienes que ver a la vida como una amiga, no enemiga —dijo Alexia.

—Una amiga no me quitaría a mi hermano —bufó Connor.

—Connor, por favor. Va a despertar, solo debemos ser pacientes

Aquello logró que Connor sonriera. Alexia siempre podía alegrar a todos.

—¡Alex tiene razón! Connor, no. Connor tonto —gritó Emmet agitando los brazos.

Todos volvieron a reír. El ambiente se tornó agradable, como usualmente lo era cuando estaban los seis cinco hermanos juntos. Siempre se tenían el uno al otro. Dominic estaba agradecido de eso.

—Bueno, bueno. Esto ya puso muy cursi —dijo Savannah—. ¿No te parece, Dominic?

Este le asintió. Se puso de pie, y se acercó a Connor; le toco el hombre, y sin esperar que dijera algo, salió corriendo.

—¡Tú cuentas! —gritó Dominic. Amaba jugar a las escondidas.

Había que entretener lo más posible al pequeñito de dos años, él no debía entristecerse por cosas como que su hermano mayor estuviera en coma.

¡Si tan solo Dominic volviera a ser un niño que no sabía nada salvo jugar y reír! La adolescencia estaba arrebatándole hasta la última gota de dulzor que su vida tenía.

Mientras Sam se escondía con Emmet, el chico de cabello rojo suspiró y corrió para ayudar a Alexia a ocultarse. Le entregó el bastón, y le ofreció su brazo.

Su hermano siempre lo había hecho. Pero él ya no estaba allí.


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Ese mismo día

—Hola hermanito, ¿me extrañaste? —Se sentó en la silla que había junto a la camilla, dejó la mochila de la universidad sobre el suelo y se apoyó sobre los codos. Las lágrimas no tardaron en surgir.

¿Por qué tuvo que ir a la biblioteca pública y no se lo llevó con ella? Fue una estúpida. Él estaba en el hospital, porque ella no había pensado, salvo en ella misma. Había sido una egoísta. Una pésima hermana.

—¿Me perdonas? —le preguntó al cuerpo que no respondería por su culpa.

Justo en ese momento, la puerta se abrió. Una mujer entró como si se tratara de su propia casa, y no de una habitación de hospital. Era baja, y muy delgada. Su piel estaba estirada de forma antinatural, y sus labios, inflados. El pelo rubio mal teñido, dejaba mucho que desear, además de que mostraba unas cuantas canas que reflejaban varios años más de lo que esa señora quisiera admitir. Le provocó asco, más que cualquier otra vez. Quiso vomitar sobre ella.

—¿Quién te dejó entrar? —le espetó a la mujer.

Al instante (cosa de instinto, ya se había hecho una costumbre) se paró y se puso entre la camilla y la señora; con ambas manos cubrió de principio a fin los pies de la cama. Protegería con su vida a su hermano. Esa mujer no lo tocaría, y ella se encargaría de que no volviese a meter un solo pie en ese lugar. No pertenecía allí, no tenía nada que hacer cerca de su él.

—Te doy tres segundos para salir de aquí, y cerrar la puerta —le advirtió con la mirada dura—, o juro que llamaré a las enfermeras, y gritaré tan fuerte, que parecerá que alguien me está asesinando. Créeme que sonará bastante real, con los años ya soy toda una experta en gritar para salvar mi pellejo.

La mujer se acercó, pero ella fue más rápida y avanzó.

—¡Das un paso más y grito!

—¿Es que una madre no puede ver a su hijo? —preguntó la señora. Pese a que no estaba tan cerca, el olor a alcohol y quizá que otra basura más salió disparado de su boca, provocándole verdaderas ganas de vomitar.

—Tú no eres nuestra madre —le respondió—. No lo mereces.

—¡Oh, mi pobre hijo! —exclamó la mujer—. ¡Qué te han hecho!

—¡Vete de aquí! ¡Tú fuiste la causante de esto!

—Tú, señorita. —La señaló con el dedo índice—. No sabes nada. ¡Nada! —agregó riendo, soltó un eructo y estalló en carcajadas—. ¡No sabes nada! ¡Nada, da, da, da!

Mierda, está drogada.

—¡¡Ayuda!! —pidió la chica. Apretó el botón que se hallaba en el respaldo de la camilla—. ¡Alguien venga por favor!

En menos de un minuto, tres enfermeras seguidas de un guardia de seguridad irrumpieron en la habitación. Este último tomó a la señora del brazo con brusquedad.

—No, no, no, no, no hay necesidad —dijo la mujer riendo—. Solo nos divertíamos ¿verdad? ¡Dile que sí, mi hijita hermosa! —Las risas se convirtieron en quejidos lastimeros—. Solo quiero ver a mi hijo, ¿no lo merece una madre? —dijo apenada—. ¡No significa nada un "perdón"!

La chica comenzó a llorar, pero se secó de inmediato las lágrimas.

—No cuando lo he escuchado tantas veces salir de tu boca.


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04 de octubre de 2013

Su cuerpo se veía tan frágil allí, sobre esa incómoda cama, conectado a cables para poder vivir.

Stephen sabía que su hija era fuerte. Ella resistiría. Oh, por supuesto que lo haría. Ella era una guerrera, una sobreviviente. Y cuando despertara, él estaría con los brazos abiertos, listo para abrazarla y mantenerla siempre a su lado. Comenzarían una nueva vida juntos. Solo tenía que despertar.

—Vamos, tesoro. Papá está contigo y te ama —le dijo, acariciando su mejilla—. Pero el resto depende de ti —agregó, dándole un beso en la frente.


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27 de octubre de 2013

—Eli, sé que te digo esto cada día que vengo —comenzó Zack—. De seguro debes estar harta o ni siquiera me escuchas, por lo que no importa en realidad. Lo diré de todas formas: lo lamento. Todo lo que te está ocurriendo es por mi estupidez. Si tan solo hubiera aguardado por la luz verde peatonal, o al menos, hubiese visto el camión...

Pero no lo había hecho. Cada día, de cada semana, durante los dos últimos meses, se repetía constantemente que él era el causante de su desgracia. Que él, y solo él, le había arruinado la vida. A Eli, la persona que más quería en todo el mundo. A su futura esposa, a su eterna compañera.

—Te quiero tanto, Eli. Espero que si... cuando despiertes puedas perdonarme. Sé que no tiene perdón lo que te hice, pero te amo demasiado como para alejarme de ti.

Peet, peet, peet, peet...

—Por favor —le suplicó, la voz se le cortó—. Despierta. Tus amigos te necesitan, tus padres también. Y no hay que olvidarse de Quince, siempre menea la cola cuando voy a visitarlo, manda saludos. —Trató de sonreír, pero la tristeza no se le permitió—. Y sobre todo, yo te necesito. No tienes idea lo que tu ausencia me está causando. Me desmorono lentamente, y no creo que sea capaz de soportar más. Soy débil, y te necesito para no caer. —Se agarró la cabeza con desesperación, arrancándose varios mechones negros—. ¡Maldita sea! ¿¡Por qué soy tan egoísta!? ¡No sirvo para nada! ¡Nada! ¡No soy nadie sin ti, Eli! ¡Nadie!

Peet, peet, peet, peet...

—Por favor —repitió con los ojos llorosos—, vuelve.

El dolor de soltar la verdad, era espantoso; las lágrimas por la soledad y pérdida, aún peor.

Los cortes bajo su ropa, la única solución.

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