🌠Capítulo 16: El café recogido es el nuevo rojo al viento🌠

1 día en coma


Lo primero que hizo Lauren al ver todo blanco, fue gritar. Gritar pidiendo ayuda, una explicación o a alguien. Pero nada pasó. Nada en lo absoluto. ¿Murió? ¿Todo era un sueño? ¿Y su familia? ¡Santa Patata Celestina, qué estaba ocurriendo!

Nada pasó.


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30 días en coma

No comenzaré narrando lo bello que estaba el día. Porque siempre era, fue y será así. Si te sentías feliz, el paisaje te llenaba de vida. En cambio, si estabas triste, parecía una bofetada de la naturaleza. Como si Gea y Urano se aliaran para incrementar tu miseria, haciendo del paisaje un cuento de hadas ideal. Afortunadamente, Lisa se encontraba de maravilla. Y no es que había olvidado que estaba en coma, pero como John, prefirió centrarse en lo bueno que aquel Mundo le brindaba. Por ejemplo, las charlas literarias con Patrick.

—No puedo creer que te guste esta cosa —soltó el chico, entregándole el ejemplar—. No recuerdo muchos finales, pero ese se lleva el premio a peor final. Ojalá lo olvide pronto.

Lisa rio y aceptó el libro. Ya tenía las esquinas algo gastadas por llevarlo de allá para acá, pero no le importaba.

—Es un final realista, eso es lo que me gusta —repuso ella—. La historia tiene personajes reales, con virtudes y defectos; y un final que no es color de rosa.

—No sé qué signifiquen los libros para ti —dijo él con el ceño fruncido—. Pero para mí, implican dejar la realidad de lado, y viajar un rato. Olvidar todo y perderme. ¿Qué tiene de genial leer algo real? Para eso está la vida cotidiana.

—Para mí también significan eso —admitió ella—. Pero aun así me gusta mucho. Además, la relación de los protagonistas no es para nada realista. Es perfecta.

—¿No existe el amor así dices? —preguntó él—. ¿Y qué con Zack?

—Eso es personal. —Y me duele como una herida de bala hablar sobre él.

Él se removió en el césped, un tanto incómodo. Al parecer había sonado muy directa y cortante.

—Creí que éramos amigos. ¿Los amigos no hablan de esas cosas?

—No —respondió Lisa, más afable—. Ese es el trabajo de las amigas. Los amigos se encargan de golpear al novio en caso de que meta la pata. Y bien fuerte para que aprenda y no lo vuelva a repetir.

—No le haría daño, lo mataría. A cualquiera que le hiciera daño a algún amigo.

—Gracias, supongo —respondió ella dudosa.

Patrick iba a decirle algo, pero justo en ese instante, un adulto cuyo nombre Lisa desconocía, llegó a la entrada de la casita que se encontraba abierta.

Lo más probable es que alguien nuevo había aparecido. Pobre alma en desgracia. No sabía lo que le esperaba. De acuerdo, Elizabeth no tenía de qué quejarse, existían Mundos mucho peores que ese, y ella había tenido suerte de quedar en él.

El hombre entró y le susurró algo al oído a Patrick. Este volteó y le frunció el ceño con disgusto. Negó con la cabeza varias veces, mientras que el adulto le asentía. Finalmente Patrick cedió; y algo molesto, le preguntó:

Kêkjou sahou tedi bagay la toumen? Lite tounen deyopou, Zŭkhet. Nou ta dwe... —Bla, bla, bla.

No pienso transcribir todo un diálogo en comărie. Ustedes no lo entienden, y yo tengo que buscar los símbolos especiales en mi teclado. Así que es inútil y molesto. Si quieren la traducción, vendría siendo algo como: "¿Estás seguro? Lo mismo dijiste la última vez. Deberíamos esperar".

Lisa compartió una mirada con Patrick, pero este le dijo con los labios "después te explico", así que no le quedó más remedio que aguantarse la duda. Nunca se la aclaró.

"—Lleva un día completo ahí" —continuó hablando en comărie—. "Si no vas a buscarla pronto, encontrará una puerta. Y quizás a dónde la lleve". —Hizo una pausa—. "No es más que una niña, sería suicida que quedara en otro lugar. ¿Quieres ser un asesino acaso?".

"—¿Por qué no vas tú, o Violeta?".

"—Ya no podemos abandonar Pueblito. Estamos Vegetalizados".

Patrick suspiró; se despidió de Lisa con la mano y se fue con el sujeto a la basílica. Ojalá la chica —si es que había entendido bien la conversación— fuera de su edad y tuviera sus recuerdos.

Lisa se levantó y tomó su libro para ir a buscar a John, ya que Grace rara vez estaba allí. Prefería pasarla sola, explorando. Elizabeth no hallaba las horas de poder imitarla. ¿Cómo estarían sus amigos? ¿Sus padres? ¿La extrañarían? ¿Querrían desconectarla? Lo dudaba, pero no le vendría mal comprobarlo. Necesitaba asegurarse. No podía morir, no por salvar a Zack. No lo malinterpreten, ella no habría cambiado nada de saber lo que le ocurriría. Pero seguía siendo una gran tonelada de mierda. Y no únicamente por el constante pensamiento de: "Eh, ¿estás feliz? Bueno, solo pasaba para decirte que te puedes morir en cualquier momento. Besos y abrazos".

El mayor problema eran John, Grace, y bueno, había que decirlo: Patrick. Elizabeth no era capaz de imaginarse a ellos desconectados, muertos frente a su cara. Solo pensarlo hacía que algo se quebrara dentro de ella. No podían morir. Y si lo hacían, sería cerca de ella. Ni Stephen King era tan escalofriante como ese lugar.

Casi sin darse cuenta, estaba fuera de la casita de John. Suspiró, y tocó con delicadeza. Si no contestaba, practicaría cómo Canalizar. Grace le pidió que ensayara varias veces el paso uno antes de continuar con el siguiente.

—¿Quién es? —dijo una voz desde dentro. Una voz, que ya se había acostumbrado a escuchar. Una voz, que por algún extraño motivo, la reconfortada... ¡Los amigos se reconfortan! ¿De acuerdo? No estaba mal.

—Soy Lisa, ¿puedo pasar? —pidió ella.

—Por supuesto que sí —respondió John. Ella casi pudo oír la sonrisa en su rostro—. Adelante, está abierto.

Entró; sus ojos se movieron en todas las direcciones posibles, tratando de examinar y contemplar cada centímetro cuadrado de la habitación. Hasta ese entonces, Lisa jamás había visto el interior de la casita de John. Usualmente se reunían en las Afueras, o donde Patrick.

Elizabeth no sabía muy bien qué esperar del cuarto de John, porque no lo conocía realmente. Es decir, lo comprendía como persona, entendía su forma de pensar y actuar. Pero un cuarto no podía ser decorado con acciones y posturas, así que se sorprendió cuando vio millones de fotos pegadas a la pared. Seguramente eran su familia y amigos. ¿No le daría nostalgia tenerlas? ¿Recordaría esos rostros? Quizá no fueran más que caras vacías, sin significado para él en ese momento.

Tenía la cama hecha a la rápido, mas no se veía desordenado. Era un lugar limpio y relativamente organizado para un chico de diecisiete años.

Sobre la mesita de noche, había un aparato azul que llamó la atención de Lisa; era pequeño y tenía la forma de un rectángulo, como una laptop en miniatura. La chica se acercó para examinar el curioso objeto, que resultó ser una consola de Nintendo, una de las compañías asociadas a la del padre de Zack.

Qué raro, nunca pensó que John fuera un aficionado a los videojuegos. No porque estuviera mal, sino porque Lisa jamás se había relacionado con chicos de "esa estirpe", como decía Amy. Pero ahí estaba Lisa, sociabilizando con uno, entablando amistad e incluso encariñándose. Seguro que si sus amigos la vieran, estarían horrorizados. Ella tenía que admitir que eran los mejores amigos que una persona podía desear, pero como humanos, carecían de muchos valores, excepto Sasha. Zack tampoco se llevaba el premio por ser el mejor ciudadano. Ni la misma Lisa se consideraba como una modelo a seguir, muchas veces se salía con la suya pasando por encima de los demás.

—¿Te gusta? —preguntó John, que había permanecido callado, permitiéndole inspeccionar cada rincón del lugar—. Sé que está un poco vacía, pero a diferencia de Grace, yo no puedo ir a buscar cosas. Esto es todo lo que traía conmigo cuando, ya sabes... —Trató de sonreír, pero parecía una mueca ocultando el dolor. Ella nunca creyó ver tristeza en su rostro—. Caí en coma.

—Está genial —declaró ella señalando las fotos pegadas a la muralla—. Vaya mochila que tenías para traer tantas cosas contigo, ¿no? —dijo ella, tratando de animarlo. No soportaba ver a la gente sufriendo, y menos a alguien tan apacible como John.

—Era un bolso. Iba a viajar, por así decirlo. Pero no pude y llegué aquí. Tenía muchas cosas importantes para mí en él. —Le sonrió con tanta alegría, que ella tuvo que echar la cabeza para atrás, turbada por el cambio abrupto—. Qué suerte que las traía. Así no me siento tan alejado de mi vida.

Lisa arrugó la frente, pero John no dejó de sonreírle. Ella ya no estaba segura que tan real fuera esa alegría. Tal vez solo duró un segundo, o incluso menos, pero bastó para darse cuenta lo infeliz que se encontraba John. Había visto una pena abrumadora en su mirada, y ahora él le sonría como si la vida fuera arcoíris.

—¿Sabes quiénes son? —inquirió ella.

—Algunos. —Se encogió de hombros, y acercó se a la chica para enseñarle las fotos—. Ella, por ejemplo —dijo, tocando una fotografía de él con una chica parecida a él—, es mi hermana mayor. Te conté sobre ella.

—¿Y ellos, los recuerdas? —Se refería a una foto de él junto con una chica y un chico. La niña era bajita y tenía el cabello castaño claro y los ojos color café oscuro. El muchacho era un poco más alto, de pelo amarillo y ojos azul grisáceo (estaba muy bueno, por cierto. Puede que tuviera novio, pero también dos ojos funcionales)—. ¿Ese es el chico que ves seguido, no? Se nota que son muy amigos. Y ella también. —Había imágenes de ellos tres acampando, esquiando, en el jardín, y hasta en la escuela—. Sin duda son muy importantes en tu vida, o no habrías conservado tantas fotografías.

—Me pregunto si me extrañarán o si les dará igual. Porque creo yo sí los echaría de menos

Lisa se giró para quedar frente a él. Le sonrió con ternura, y recibió un rostro aún más feliz como respuesta. Era casi absurdo que pensara que podían no extrañarlo. John era una de las personas más bondadosas que ella había conocido.

—Escúchame muy atentamente —comenzó Lisa—: nadie, y repito, nadie podría no extrañar tu compañía y amistad. Si yo fuera ellos, estaría en este mismo instante buscando una cura o lo que sea para despertarte. Y si sus vidas siguen igual, pese a que la tuya no, son los peores amigos. No te merecen, y por tanto no tienes motivo alguno para malgastar pensamientos en gente que no te merezca.

Lisa esperaba un agradecimiento o una sonrisa de felicidad como respuesta.

Jamás creyó que vería a John llorar. Lo contrajo en un abrazo, permitiéndole sollozar libremente en su hombro. Lisa no le preguntó a qué se debían sus lágrimas, y él no se lo dijo. A veces, una muestra de afecto es todo lo que se necesita. Las palabras de ánimo son bonitas, pero las acciones desinteresadas portan la verdadera belleza del ser humano.

El abrazo, pese a que Lisa no lo sintió de manera corpórea, fue vigorizante; relucía el amor fraternal que se tenían. John se había ganado su corazón, era cierto. Pero como un amigo, como un hermano. No había nada confuso en lo que sentía por él, comprendió al fin. Lo amaba sin una gota de romance.

—No sé qué hacer —murmuró él, aún con los ojos llenos de lágrimas.

Lisa no entendió, pero no tenía que hacerlo, sino ser un hombro de consuelo, así que lo abrazó con más fuerza mientras él se desahogaba, como si hubiera acumulado toda esa pena durante años.


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Desconocido

Elizabeth se había comportado mucho mejor que la mayoría de personas que él había ido a buscar. No gritó fuera de sí (mucho), ni entró en pánico (demasiado). Tenía que darle créditos por eso.

Ojalá la chica nueva fuera igual de tranquila que ella; no alcanzó a ver siquiera su nombre antes de salir. Pero no había tiempo; se les avisó de su llegada luego de un día de que cayera en coma, y eso era peligroso. Necesitaba ir por ella cuanto antes, porque si no, ella podía buscar su propio camino, al igual que la mayoría hacía. ¿Qué tal si hallaba una puerta y la abría? O bajaba por una escaleras, incluso un ascensor podía aparecerle. Desviarse del camino destinado solo significaba una muerte cerebral segura, una vida como Vegetal: sin Estrella, sin Energía útil, sin posibilidad de regresar a la Vida Terrestre nunca.

Su trabajo era asegurarse que todos los Neófitos asignados a Pueblito llegasen a él en vez de a otro. Cada Mundo recibía a un grupo específico; a Isla por ejemplo, iban los chicos en coma etílico: idiotas de entre quince y veinticinco años, incapaces de mesurarse con el alcohol. Era un buen lugar para esperar la Estrella, si te gustaban las fiestas y beber como si no existiera un mañana.

Patrick entrecerró los ojos, tratando de encontrar a la chica. Solo había blanco; el terreno parecía infinito, y seguro lo era.

—¡¿Alguien me escucha?! —gritó una voz aguda.

Patrick escrutó con los ojos el lugar, topándose con una pequeña figura a varios metros de él. Parecía histérica, pese a que la distancia entre ambos le obstaculizaba la visión. Por alguna razón, ver el diminuto cuerpo le produjo una punzada en el corazón.

Decidió apresurar el paso, al menos, ya la tenía a la vista. Estaba a salvo.

Entonces apareció una puerta frente a la chica.

—¡Quítate de ahí, niña! —le ordenó Patrick, corriendo lo más que sus pulmones se lo permitían.

La chica lo oyó, y volteó, identificando al dueño de la voz. Pero no le obedeció y acercó su mano al pomo de la puerta.

Patrick apresuró el paso, ignorando la petición de todos sus órganos, huesos y músculos de tomar un descanso. A veces olvidaba que su organismo sí funcionaba a la perfección.

No lo pensó dos veces, y se lanzó con brutalidad hacía la adolescente, arrojándola al suelo y evitando que hiciera la mayor estupidez de su vida.

—¡Quítate de encima! —exigió ella, batallando con sus bracitos—. ¿Quién eres? ¡¿Dónde estoy?! ¡Explícame, ahora!

Patrick se puso de pie rápidamente; le ofreció la mano para levantarse, pero ella lo miró con profundo despreció y rechazó su ayuda. Se puso de pie sola y alzó la barbilla para poder verlo frente a frente. Él le ganaba por más de veinte centímetros; se veía tan frágil y delicada, que Patrick sintió lástima por haber aterrizado sobre ella, aun cuando le había salvado la vida.

—¡Te pregunté algo! —exclamó ella. Sus mejillas ya estaban rojas por la rabia, se veía divertido ver a alguien así de bajito con el rostro enfurecido—. ¡Respóndeme!

—Primero que todo, de nada —dijo él con calma. Quería que se sintiera a salvo, pero no sabía muy bien la razón—. Soy Patrick, y no puedo responder todas tus dudas en este momento, pero necesito que me sigas y te contestaré todo. ¿Cómo te llamas tú? —Sintió pánico por un minuto, ¿Y si...?—. Lo recuerdas, ¿verdad? —añadió, tratando de sonar sereno.

Ella lo observó como si fuera un estúpido.

—¿Por qué no lo recordaría? Me llamo Lauren Oak. ¡Y quiero saber dónde narices estoy! —Se calló un momento, pero cuando estuvo dispuesta a hablar de nuevo, su rostro había perdido todo color—. ¿Dónde está mi familia? —preguntó con una voz apenas perceptible.

Patrick sintió que el corazón se le estaba cayendo a pedazos. Su familia. No habían dado aviso sobre su familia...

—¡Lo sabes! ¡Saben dónde están mis padres y mi hermana!—gritó Lauren.

—No —respondió él—. Solo tengo suposiciones. —Se mordió el labio—. Pero para responder todo lo que quieras saber, debes venir conmigo, Lauren. Por favor. No puedes quedarte aquí. Estarás en un lugar mejor.

—¡No! ¡Siempre dicen eso en las películas cuando la gente está a punto de morir! ¿Qué está pasado? ¡Ayúdame! ¡Dime si es un sueño o qué!

—¡Lo lamento! —se disculpó él. Era un asco cuando se trataba de consolar a la gente, o simplemente de relacionarse con alguien—. No me refería a eso. Quiero decir, si me sigues prometo que estarás a salvo. No estás muerta, ¿de acuerdo? Y puede que estés soñando, pero esto es real.

—¡No puede ser real y un sueño! ¡No tiene ningún sentido!

—Por supuesto que sí. Los sueños pueden muy ser reales, y la realidad solo un sueño. Depende que cómo quieras tomarlo.


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Indeterminado

John dejó de llorar poco antes de que Grace apareciera.

Se sentía indefenso; él jamás mostraba su lado apesadumbrado a la gente. No necesitaba la compasión ajena, ni la quería tampoco. Así que se alegró profundamente cuando Lisa no quiso saber nada acerca de su tristeza. Solo le dio apoyo moral, y un abrazo que agradeció.

Existían muchas cosas que él no sabía —personas, lugares, frases, música, libros, etc.—, pero la razón de que él estuviera en coma no entraba en esa lista. Recordar esa escena era una maldición.

—Lisa, ¿lista para el paso dos? —preguntó Grace, sacando a John de su ensimismamiento.

—¡Claro! Quiero aprender lo antes posible —respondió Lisa, levantándose del suelo.

—Estoy seguro que así será —la animó John sonriendo.

Si existiera un premio al hipócrita del año, de seguro él ganaría.    

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