🌠Capítulo 10: Y aun así...🌠

3 días en coma


De camino a la Civilización, Lisa tuvo tiempo para procesar todo lo que le fue revelado. Eran tantos conceptos, palabras y reglas que no sabía por dónde comenzar.

Existían ocho Mundos en aquel universo: Pueblito, Isla, Selva y Metrópoli eran los más normales. Lisa se imaginó a un grupo de personas en un mon­tículo de arena rodeado de agua, huyendo de animales en un ambiente sal­vaje, igual que en Survival. Había tenido suerte al caer en Pueblito, donde el máximo peligro que corría consistía en recibir un comentario ácido de Pa­trick.

Cětari Kosmos, era el término para referirse a los cuatro restantes: Polos Opuestos, Gravitacional, Subacuático y Cuatro Estaciones. Lugares que, se­gún John, tenían boleto solo de ida.

—Oye, Lisa —la chica pegó un brinco al salir de su ensimismamiento—. ¡Lo siento! No quería asustarte.

—Es que pensaba en lo que me habías dicho. ¿Qué ocurre?

—¿Habías visto alguna vez a Patrick en tu Vida Terrestre? ¿Lo conocías?

—No. De lo contrario ya me habría tirado de un puente. ¿Por qué?

—Nada —contestó John, demasiado rápido para sonar convincente—. Bueno, es que él creía... Es solo que... No debería...

—Muy tarde. —Se detuvo en seco—. Ya comenzaste.

—Promete que no te enojarás —pidió nervioso.

—Odio cuando dicen eso. ¿Cómo puedo prometer no enojarme si no sé de qué?

John inhaló una bocanada de aire antes de hablar.

—Patrick nos pidió a Grace y a mí que averiguáramos sobre tu Vida Te­rrestre para ver si lo conocías. Porque él cree que sí, y de ser cierto, podría recuperar su memoria con tu ayuda. Pero te juro que no es por eso que quería saber sobre ti. De verdad eres simpática. Por favor no te enfades. —Sus ojos suplicantes le recordaron a su gato, siempre observándola mientras comía

—Ya te dije que no puedo enojarme contigo —soltó brusca—, ni aunque quisiera. Eres demasiado bueno para regañarte —aclaró, ya más relajada—. Es a Patrick a quién quiero estrangular, por metiche.

—Si quieres, lo hacemos entre los dos. —Se rio.

Tenía una risa que Lisa admiraba y envidiaba, porque era tan real que la hacía olvidar por un momento su situación. Le recordaba a una brisa primaveral: fresca y cargada de vida.


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Desconocido

Patrick mantenía una relación muy cercana con Grace. Él no sabía si tenía una mejor amiga en su Vida Terrestre, pero ella lo era aquí, mientras estaba en coma. A pesar de lo diferentes que eran, ambos estaban siempre dispues­tos a escuchar y ayudar al otro.

—¿De veras crees que a John le guste Lisa? —inquirió su amiga. Estaba sentada en el suelo de su casita y no paraba de morderse la uñas. Qué des­agradable.

—Para nada —respondió él—. Solo lo estaba molestando. —Grace abrió la boca para hablar, pero Patrick la calló con un gesto; sabía qué iba a decir—. No, tampoco creo que a Elizabeth le guste John.

—¿Estás seguro? Los vi hace poco en las Afueras.

—¿Fuiste a interrumpirlos?

—No. Me oculté sobre un árbol en el bosque, ni siquiera me notaron. —Se encogió de hombros—. Estaban muy concentrados en el rostro del otro.

—¿Te das cuenta lo trastornado que eso sonó?

—No me importa, debía saber qué estaban haciendo —se defendió Grace—. Él es encantador con ella.

—John es encantador con todos. —Su paciencia se estaba agotando—. Lo sabes. Y Elizabeth no le haría algo así a Zack. —Grace inclinó la cabeza al oír el nombre—. Su novio. Lo que quiero decir, es que ella no se habría tomado tantas molestias en salvarle la vida, para llegar y lanzarse sobre un tipo que conoce hace un par de horas.

—Si tú lo dices —respondió no muy convencida; tomó una revista acerca del espacio que estaba en el suelo y comenzó a hojearla, dando por termi­nada la charla que ella misma había iniciado.

No tenía mucha ciencia. A Elizabeth no le gustaba John. Era lo único que Grace tenía que entender. Tampoco tenía mucho sentido que fuera al revés, Patrick no podía imaginar a su mejor amigo enamorado de ella. Si bien am­bos eran simpáticos y muy buenos para conversar, su cabeza le insis­tía que ella no era la pareja ideal para John.

¿Acababa de alabar la personalidad de Elizabeth? ¿Acaso ella le agradaba? Jamás se había sentado a pensarlo con detenimiento. Tan solo la odió desde que supo lo que hizo por Zack. Sí, sí, fue toda una heroína romántica. Pero se sacrificó, arruinó su vida. La arrojó por la borda sin arrepentirse. Desperdició lo que él más anhelaba en todo el mundo.

Y aun así...

Ella era muy agradable y de inmediato entraba en confianza. Cuando re­cién se conocieron, Patrick había sido tan desagradable que se sorprendió de que ella no lo golpeara, porque él se hubiera estrangulado sin titubear. Pero Elizabeth había intentado hacerse amiga de él, hasta que su paciencia se agotó y explotó.

Y aun así...

Ella era divertida, y su rostro se iluminó cuándo supo qué libro estaba leyendo. Tal vez Elizabeth no se dio cuenta, pero él sí. Su sonrisa era ra­diante. Su risa lo obligaba a sentirse mejor, era tan agradable que resultaba insultante no unirse a su jolgorio. Pero no era necesario que riera para saber que estaba feliz; sus ojos brillaban, no ocultaban ningún sentimiento. Con solo verlos podías leerla por completo, saber qué pasaba por su cabeza. O al menos, él podía. Y lo que leía, no era nada bueno sobre él, Elizabeth lo despreciaba, y con justa razón. ¿Pero que importaba eso? Se suponía que él la odiaba también.

Y aun así...

Cuándo recién la vio, se dio cuenta que Elizabeth no dejaba de enrollar su dedo en sus largos rizos. Era involuntario, quizá ni se daba cuenta. Pero él sí, y supo de inmediato que ella siempre hacía eso cuando estaba nerviosa.

Y aun así...

Oh, no. Ahora él era un maldito trastornado. ¿Se había fijado en cada estúpido detalle que ella hizo durante el viaje hasta Pueblito? Claro que lo había hecho. ¿Y por qué lo había hecho...?

Oh, no, al cuadrado. Él sabía la respuesta a eso.

Ella estaba en coma. Él también. Ella tenía novio. Él no conocía su vida. Ambos podían ser desconectados en cualquier momento y morir.

Y aun así...

Tenía que disculparse. Al diablo su orgullo...

—¡Aquí estás! —Su voz. Era Elizabeth. Alzó la mirada y la vio. Estaba en la puerta con John.

Se acercó resuelto. No sabía qué le diría. Cómo se disculparía. Solo que tenía que hacerlo.

—Elizabeth. —Llegó a la entrada y la miró a los ojos: grandes y azules—. Yo..., bueno, quería...

Nadie supo qué es lo que quería. Lo único que vio a continuación, fue una mano acercarse, y luego un sonoro ¡paf! Tardó una milésima de segundo en darse cuenta que ella lo había abofeteado. El dolor vino a continuación.

—¿Pero qué diablos? —bufó Grace, al tiempo que se levantaba y separaba a Patrick de Lisa y John—. ¿Y a ti que te pasa?

—¡No puedo creer que hayas hablado en secreto con Grace y John para que me interrogaran! —gritó furiosa.

—¡John! —lo reprendieron Grace y Patrick al unísono. Este último, sin embargo, se interrumpió al sentir una punzada de dolor. Tuvo que llevarse la mano a la mejilla, necesitaría hielo.

—Lo lamento —contestó John—. Pero no debemos ocultarle nada a Lisa. Ahora somos cuatro, no tres.

—Si no fuera porque acabas de golpear a mi mejor amigo —le dijo Grace sonriendo—, te felicitaría, hasta a mí me dolió. Creo que te subestimé.

—Dímelo a mí —comentó Patrick, aún con la mano en la mejilla. ¿De que estaban hechas sus manos? ¿Rocas?—. Un golpe excepcional.

Elizabeth lo miró confusa. Como si hubiera escuchado mal. No podía culparla, ni siquiera él se entendía. Las emociones ofuscaban su mente, im­pidiéndole pensar con claridad. Luego de ocultarlas por varias semanas —o meses—, había olvidado hasta cómo sentirse.

—¿No estás enfadado? —Elizabeth seguía sin poder creer lo que estaba ocurriendo, y John, con el ceño fruncido, parecía que tampoco.

—Quise engañarte. Tienes derecho estar furiosa. No me encanta que me hayas golpeado, porque pienso que no es la mejor forma hacer justicia, pero lo acepto. —Observó sus uñas, un tanto aburrido—. Como sea, iré a las Afueras. —Pasó por entre Elizabeth y John, y caminó hasta que ninguno de sus amigos pudo verlo.


—¿Cómo rayos lo soportan? —preguntó Lisa a los dos adolescentes que seguían tan extrañados como ella.

—Patrick no es tan del asco. Es algo hiriente cuando quiere y tiene menos sentimientos que un alga marina. Pero no es una persona desagradable.

—Básicamente me estás diciendo que es un asco conmigo. Eso me hace sentir mucho mejor.

—Si quieres agradarle a Patrick, ¿por qué lo golpeaste? —inquirió Grace.

—No quiero. Es solo que nunca me había odiado alguien. Y menos sin razón, en serio el tipo apareció y ya quería asesinarme.

—Ah, ya entiendo. ¿Chica popular, eh?

—No. Quiero, decir, tal vez. Bueno, sí. Pero no es a lo que me refiero.

—Quién lo diría. La reina de la secundaria debe convivir con un friki, un geek medio friki y una nerd. ¿Qué se siente? —Con su mano, pretendió estar sosteniendo un micrófono, que colocó bajo la boca de la chica.

—¿Friki y geek no son lo mismo? —quiso saber John.

—Ni siquiera sé qué es cada uno —admitió Lisa, encogiéndose de hom­bros.

—Tengo una gran idea —continuó Grace, sin prestarles atención—. Ya que la señorita Yosoypopularyustedesno recuerda, podemos darnos el lujo de viajar. Ya me estaba cansando de tener que recorrer otras tierras con mi propia compañía. Tenemos suficiente Energía para los cuatro

—¿Viajar a dónde? ¿A los otros Mundos? —Grace asintió a la vez que John pegaba un grito de emoción.

—Grace es la única que puede —indicó John sin dejar de sonreír—. Yo tengo muy poca Energía activa y Patrick nada de nada. Siempre he querido conocer Subacuático.

—¿Qué es la Energía? No me hablaste sobre eso, John.

—Claro que no, porque él no la entiende —le dijo Grace—. Es difícil de explicar. Digamos que es una fuerza que se alimenta de todos los recuerdos para poder funcionar. Mientras más sepas de tu Vida Terrestre, más fuerte se hará. Funciona como una bombilla; necesita una fuente de energía, tus recuerdos, para poder "encenderse". Cada objeto que te pertenezca tiene su propia Energía; si tocas algo que no tenga tu Energía, te electrocutarás, por­que será como meter los dedos a un enchufe. Por eso te dije que no tocaras nada mío. —Fijó la vista en la ampolla que tenía la mano de Lisa—. Cuando la persona tiene su Energía inactiva, atraviesa el objeto. Pero tú tienes tanta Energía como yo, y eso provoca un cortocircuito. —Respiró una bocanada de aire—. ¿Se entiende?

—Más o menos —dijo Lisa. La explicación calzaba con el hecho de tocar algo de Grace y recibir una ampolla a cambio—. ¿Y cómo puedes viajar con eso?

—No es fácil. Tienes que aprender a Canalizar. Cuando lo haces, visuali­zas el Mundo al que quieres ir, incluso si no lo has visto antes. Hasta puedes viajar a tu Vida Terrestre. Pero, por mucho que consigas concentrarte, es la Energía quien tiene la última palabra y puede transportarte a dónde se le dé la gana.

—¡Tienes que enseñarme! —Visitar a sus padres, a Zack y a sus amigos era un sueño tan inconcebible que la noticia la llenó de felicidad—. Necesito saber cómo están todos.

—Ojalá yo tuviera suficiente Energía para saber la dirección de mi casa —comentó John con pesar.

—Claro que te enseñaré —respondió Grace, pasando de su amigo—, por algo me di el trabajo de explicarte qué era. Pero vamos a las Afueras, porque si la gente averigua que tienes Energía de sobra, se volverán aves carroñeras.


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El bosque siempre lo hacía sentir mejor. El aire puro del lugar le despejaba la mente de los constantes pensamientos negativos. Pero ahora, no era eso lo que quería sacarse de la cabeza, sino una simple imagen que lo carcomía por dentro: un rostro, de piel rosada; una sonrisa; unos ojos, grandes y azules; y un cabello, que le traía recuerdos.

Elizabeth. ¿Por qué no salía de sus pensamientos? Ella ocupó todo el espacio en su cerebro sin siquiera pedirle permiso. Que egocéntrica.

Sin embargo, Elizabeth no lo sabía, nadie estaba enterado. Hasta él se tardó en darse cuenta lo que estaba ocurriendo. Había sido egoísta enfadarse con ella por salvar al tal Zack. Fue su decisión, y no era la culpa de Elizabeth que Patrick estuviera estancado esperando su estúpida Estrella para poder despertar. Lástima que se dio cuenta muy tarde.

—Recuerda lo que te dije, no es fácil. No te desesperes si a la primera vez no te resulta, requiere mucha práctica —explicó una voz demasiado familiar como para no reconocerla.

Patrick volteó y se encontró con John, Grace y Elizabeth. Estaban introduciéndose en el bosque en dirección a él, no obstante, no se habían percatado de su presencia. Patrick soltó una maldición en silencio. ¿Qué estaban haciendo allí? Parecía que la privacidad era un lujo que no podía costearse.

—¿Se puede saber qué lo trajo hasta mis dominios? —Se acercó con cautela—. ¿Es tan horrible estar sin mí? —preguntó cuando los tres adolescentes lo vieron.

—No —respondió Elizabeth sonriente—. Es una de las sensaciones más hermosas de hecho. ¿Cómo lo haces para lidiar contigo día tras día? Ha de ser agotador.

—Mucha paciencia y años de práctica —dijo con frialdad—. ¿Cómo lo haces tú?

Patrick no iba a permitir que ninguno de ellos se enterase de la verdad. De hecho, se esforzaría al máximo para quitarse el sentimiento, como si fuera una mota de polvo en su camisa blanca.

—¿Te das cuenta lo mucho que te desprecio? —Elizabeth dio un paso adelante, estaba frente a Patrick, intentando atravesarlo con sus pupilas.

Él también caminó, aproximándose más a la chica. Solo los separaban unos centímetros; el cabello de Elizabeth le hacía cosquillas. Estaban demasiado cerca. Podía sentir su aliento, y oler su perfume de frutas.

—¿Te das cuenta lo poco que me importa? —Sonrió con malicia.

—¡Eh, eh! —Grace se interpuso entre ellos, obligándolos a retroceder—. Ustedes están un pelo de atacarse. Tranquilícense, antes de que comiencen a sacarse los ojos, o algo peor.

—Creí que te encantaba que la gente perdiera ojos —comentó Lisa.

—Solo cuándo soy yo la responsable de que los pierdan —esclareció Grace sonriendo de forma tan malévola, que habría hecho retroceder a cualquiera. Lisa la comparó con una cuchilla recién afilada: mordaz y sanguinaria.

—Ya que está claro que no se van a ir —dijo Patrick—, daré por terminado mi descanso. Así que... ¿Qué estamos haciendo? Póngame al día. —Se frotó las manos, con fingido entusiasmo.

—Lisa quiere aprender a Canalizar para ir a su Vida Terrestre —dilucidó John.

—¿Y por qué aquí? ¿Acaso no tienen una mínima compasión conmigo? Estaba disfrutando de mi soledad.

—Sabes que los Suvhâe se vuelven locos al oír "Energía extra" —repuso Grace. Al ver el ceño fruncido de Lisa, aclaró—: Pacientes. Llamamos así a las personas que ya llevan un tiempo aquí.

—No los culpo —opinó Patrick—. Entiendo a la perfección su interés desesperado por poder viajar, y ver la noche. O alguna otra estación que no sea primavera. No todos tienen sus privilegios. —Apuntó a ambas chicas—. Ni saben la suerte que tienen. —Cerró los ojos y suspiró con tristeza.

—Me agradas más cuando no te comportas como un perrito herido.

—Todos aman a los perritos heridos. —Se encogió de hombros.

—Claro que no —dijeron Lisa, John y Grace al unísono.

Patrick resopló.


¿Por qué ese chico siempre debía ser ridículamente desagradable? Justo cuando Lisa empezaba a sentirse cómoda con John y Grace, el rubio tenía que interponerse. Ella no podía creer lo estúpida que había sido al querer hacerse amiga de Patrick.

Lisa trataba una y otra vez de meterse en la retorcida cabeza del adolescente, intentando encontrarle una razón a su constante hostigamiento contra ella.

¡Maldita sea, ella hizo de todo para agradarle! De acuerdo, puede que haberle gritado no fuera la mejor de las tácticas para volverse su mejor-amiga-por-siempre, pero él la había sacado de quicio. La paciencia tiene un límite, y Patrick había cruzado la línea.

Grace sacudió el hombro de Lisa, captando su atención.

—Cuando vuestra Majestad quiera, podemos comenzar —le dijo, haciendo una reverencia—. No es como si tuviera algo mejor que hacer, pero...

—No tienes nada mejor que hacer. —El tono de Patrick era sereno y aburrido, igual que de costumbre. Grace estaba en lo correcto: ese chico tenía menos sentimientos que un alga marina.

Touché —indicó ella. Le tocó el pecho a Patrick con su dedo índice, imitando a un esgrimista.

—¿Tú, qué? —inquirieron Patrick y John al unísono; este último miró a su amigo en busca de una respuesta, aunque sabía que solo hallaría duda. Lisa sintió pena por él (por John, no Patrick, que quede claro). No solo olvidaba su vida fuera del coma, él olvidaba la vida.

Es como hablar con ermitaños, pensó la chica.

—Deja de mirarme Elizabeth, es perturbador —la regañó Patrick con el ceño fruncido.

Grace y John alzaron una ceja, sorprendidos.

Lisa se sintió un tanto sonrojada. ¿Había mantenido la vista fija en él? Ni siquiera se había dado cuenta. Volvió a mirarlo, esta vez por el rabillo del ojo; lo encontró sonriendo de oreja a oreja, satisfecho de algo. Pero, al clavar la vista en él, solo estaba puliéndose las uñas, sin ningún interés.

¿Existía alguien más extraño que Patrick en el mundo?

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