Chaeyoung no podía ir a trabajar, se sentía muy mal. Estaba decaída y débil, por lo que prefirió quedarse en casa.

Casi la totalidad de su cuerpo había tomado la tonalidad amarillenta que tanto le disgustaba, pero no podía hacer nada para remediar eso.

El día estaba soleado y bonito, por lo que sus pasos se dirigieron por costumbre hacia el jardín. En el camino, notó que las plantitas que rodeaban la ventana de Mina se encontraban marchitas, muertas.

No supo como, pero terminó sentada junto a ellas, aunque por más que intentó, no logró revivir a ninguna flor.

La tarde se pasó rápidamente, y Mina al llegar a su hogar, se encontró con la chica de cabellos castaños dormida bajo la sombra de una enredadera llena de flores junto a su ventana.

Mina siempre había olvidado cuidar de aquel pequeño jardín, creía que ya no tenía salvación, pero ahora estaba mucho más hermoso de lo que recordaba.

Aunque su admiración pronto se vio interrumpida por la observación que hizo sobre la joven.

Estaba mucho peor que antes.

Su color se estaba desvaneciendo cada vez más, Mina nunca se había sentido tan culpable.

Se acercó, y acarició el cabello de la otra tiernamente. Aunque se asustó un poco cuando el propio cabello de Chaeyoung quedó con las puntas de un brillante color celeste.

Y terminó con las mejillas de ese color azul oscuro tan vergonzoso cuando Chaeyoung abrió los ojos y susurró.

— Bienvenida a casa, unnie.

Ahorita actualizo The Lake ♡.