013 ┃ rojo.
Puedo asegurar que, a pesar de haberla visualizado en un millón de situaciones distintas, jamás imaginé que nuestra primera vez habría sido de tal forma.
Cómo la mayoría de los días, fui a recoger a Dylan a la salida aprovechando que me venia de camino y él siempre salía casi diez minutos más tarde, por lo que me daba tiempo de sobra para llegar. Al igual que otras veces, me entretuve con el móvil, apoyado en un muro, mientras esperaba a que saliera gritando mi nombre y viniera corriendo hacia mi, como solía hacer, pero ese día no lo hizo.
—Hola— murmuró cuando ya estuvo a centímetros de mi, sorprendiéndome por su inesperada llegada. A pesar de todo sonreí, guardando inmediatamente mi móvil para abrazarle, pero al levantar la vista vi que tenia la cabeza gacha y ni siquiera me miraba.
—Dyl— le llamé, ligeramente preocupado—. ¿Estás bien?
—Sí— respondía aún sin mirarme, dando a entender que obviamente algo ocurría, y por el tono no parecía nada bueno—. Vamos a casa.
A pesar de todo preferí no insistir en ese preciso momento, así que comenzamos a andar hacia el coche, yo rebuscando las llaves en el bolsillo y jugando con ellas para romper el incómodo silencio que se había formado.
—¿Ha pasado algo en clase?
—No es nada.
Y de nuevo silencio, que era lo que más me mataba. No me gustaba que no me contara las cosas, principalmente porque eso me impedía hallar una forma para ayudarle, porque me sentía excluido, pero de todas formas volví a callarme, alargando el silente trayecto varios minutos más, concretamente hasta que mientras conducía, me percaté de la ligera hinchazón que cubría parte de su labio inferior.
—¿Por qué paras?— preguntó desconcertado al ver que yo detenía el coche en el primer hueco que encontré. Podía haberme callado y esperado a llegar a nuestro piso, que se encontraba tan solo a unas calles de distancia, pero no lo hice, simplemente no pensé en ese momento. Le agarré la mandíbula para comprobar que efectivamente tenía el labio roto—. ¡A-ah, duele, Tommy!
—¿Cómo te has hecho eso?— pregunté serio, aflojando ligeramente el agarre pero sin soltarlo, para que me devolviera la mirada—. Y no me mientas.
—No iba a mentirte.
—¿Entonces? ¿Por qué tienes el labio roto?
—...
—Responde.
—Si no puedo mentirte, no te lo cuento y ya.
—Dylan...— rodé los ojos, frustrándome por tenerme que topar con esa inusual faceta del castaño precisamente en ese momento. Decidí calmarme, porque de esa forma, si le seguía atosigando, no llegaría a nada, así que le solté, y él inmediatamente desvió la mirada, apartando la vista y clavándola en el cristal de la ventana—. Solo me preocupo por ti...
—No hace falta, no es importante.
—Te han pegado.
—No pasa nada.
—Sí pasa, claro que pasa, idiota. Te han pegado, y lo peor de todo es que no sé porque mierdas ha pasado, o quien ha sido, o porque yo no he estado ahí para defenderte, y...— de nuevo comenzaba a atropellarme con las palabras, pero me era involuntario, tan solo imaginarle de nuevo sufriendo, me superaba—. Yo no quiero que te pase nada, ya lo sabes, porque te juro que soy capaz de...
—¿De qué?— preguntó, devolviéndome el aliento al ver sus ojos clavándose en mí nuevamente.
—De cualquier cosa, ya lo sabes.
—...
—Déjame ayudarte, por favor.
—To-Tommy...— formó un puchero y bajó de nuevo la vista, solo que ahora más avergonzado que indiferente. Era un gran paso, era el paso que necesitaba para hablar—. Promete que no vas a enfadarte.
—Te lo prometo.
—Ni a dejarme porque estoy loco.
—Que tonterías dices, no voy a dej...— me miró haciendo un mohín y yo suspiré, limitándome a responder lo que él quería—. Lo prometo también.
—¿Y prometes no llamarme violento o contárselo a nana?
—¡Cuéntamelo ya, Dylan!
—...
—Que sí, te lo prometo, te prometo todo lo que tú quieras, pero dilo de una vez.
Frunció el ceño, volviéndose a girar hacia la ventana, como si fuera un niño pequeño enfurruñado. Yo ya pensé que la había cagado del todo y no soltaría para palabra, así que acerqué mis manos a las llaves para poner de nuevo el coche en marcha, pero antes de rozarlas, su voz me detuvo.
—He pegado a un chico.
—¿Qué has hecho qué?
—Eso. Le rompí la ceja, la nariz y tiene un ojo hinchado, o eso me dijeron. Yo solo vi sangre antes de que me apartaran.
—...
—...
—¿Fue él quien te hizo lo del labio?
—Ajá.
—¿Tú le destrozaste la cara y él solo te partió el labio?
—¡VALE, LLÁMAME VIOLENTO O ANIMAL O LO QUE QUIERAS, YA SABÍA QUE IBAS A REACCIONAR ASÍ, NO TENÍA QUE HABERTE DICHO NADA!
—...
—Puedes dejar al loco de tu novio si quieres.
—Dyl, no voy a dejarte— me incliné lo suficiente para llegar a besar su mejilla, y luego acaricié varias veces su cabeza hasta que se dignó a mirarme de nuevo. Tenía los ojos enrojecidos, casi tanto como su labio, el cual estaba mordiendo con fuerza y había vuelto a sangrar—. No hagas eso— besé superficialmente su labio para que dejara de morderlo, y cuando me aparté mostré una tranquilizadora sonrisa—. Cuéntame que pasó.
—Que el chico era idiota.
—Eso ya lo sé, Dyl, dime porqué comenzó la pelea.
—Pu-pues porque aprovechó que había faltado Tyler a clase, para meterse conmigo... —ya sentí como comenzaba a hervirme la sangre y tuve que reprenderme a mí mismo por agarrar su mano tan fuerte, la cual cogí de forma inconsciente—. Vino esta mañana a hablarme, pero no dijo nada malo, simplemente preguntó quién era el de la foto.
—¿Qué foto?
—La que te hice, esa que guardo en mi cartera.
—Dylan, por dios, salgo horrible en esa foto, tira eso y si quieres m-
—...
—Vale, perdón, sigue contando.
—Pues eso, yo estaba viéndola porque "sales muy bien y te callas porque nunca voy a tirarla" — realmente no llegó a tirarla nunca —. Y él me la quitó. Yo pensé que quería enseñársela a sus amigos, así que sonreí y no dije nada, pero entonces todo su grupito empezó a reírse mientras me señalaban y le pedí que por favor me la devolviera.
—¿Nadie dijo nada?
—Era en el recreo, solo estábamos nosotros. Normalmente salgo afuera con Tyler, pero como faltó, me quedé en clase.
—¿Ellos también suelen quedarse?
—Ajá, aprovechan que nuestra ventana da a la parte trasera, para ponerse a fumar— rodé los ojos, haciéndome a la idea de lo idiotas que debían ser para ponerse a fumar en un centro lectivo y privado. Ya me imaginaba que tipo de grupito serían, los que van de chulos y de rebeldes—. Bueno, pues cuando se la pedí, tan solo siguió riéndose y empezó a agitarla en el aire, cosa bastante idiota ya que soy de su misma altura... — reí disimuladamente con el gesto que puso—. El caso es que cuando me levanté para quitársela, empezó a burlarse...
—¿Y?— insistí al ver que comenzaba a detenerse.
—Y la arrugó.
—¿Y ahí le pegaste?— negó repetidas veces, clavando la vista en el suelo y jugueteando con sus manos.
—Ahí le tiré la mesa encima.
—...
—Y ya luego le pegué.
—...
— ...
—...
—¿Sigues queriéndome?— preguntó casi en un susurro. Sonreí y alcé su rostro para seguidamente besarle con cuidado de no dañarle—. ¿Eso es un sí?
—Claro bobo, ese imbécil se lo tenía merecido.
—Cuando vinieron los profesores a separarnos, dijo que yo estaba loco, pero que tú lo estabas más aún por salir conmigo.
—...
—¿Crees que estoy loco, Tommy?— sonreí y negué.
—Creo que eres la mejor persona del mundo entero, y loco o no, ese chico no merecía ni haber tenido contacto contigo aunque fuera mientras le rompías la cara.
—Me han expulsado una semana.
—Mejor, me quedaré contigo en casa.
—¿Podemos ir a visitar a nana?
—Claro, me inventaré que cancelaron las clases por alguna inundación o algo por el estilo.
Rió y se echó encima de mí, rodeando mi cuello con sus brazos y haciendo que me estampara contra la ventanilla, para seguidamente besarme con fervor, profundizando el beso a cada segundo que pasaba.
—¿Volvemos a casa?
—Vamos.
Fueron los cinco minutos más largos de mi vida. Solo podía conducir y pensar en Dylan y en sus palabras, que habían sonado a una proposición, al menos en mi mente. No fue hasta que estuve en el ascensor, que caí en la inocencia de Dylan, en que para mí todo era considerado una invitación a tener sexo y él la mayoría de cosas que hacía o decía no tenían ningún significado.
Mientras entramos en el piso, me hice a la idea de que toda mi emoción había sido en vano, que tendría que añadir otro día más a mi abstinencia. Pero por suerte, no fue así. Cuando fui a la cocina a beber un vaso de agua, sentí como alguien abrazaba mi espalda y comenzaba a besar mi nuca.
—Tommy, ayúdame...— y más besos, añadiendo pequeños mordisquitos por toda la zona, encendiéndome al instante. Me giré de inmediato, tragando el agua y dejando el vaso en una zona apartada sobre la encimera. Dylan, me miró y formó un puchero, mostrando fácilmente la herida de su labio—. Dicen que la saliva es el mejor remedio para las heridas...
—Eso es con los gatos— respondí inconscientemente riendo. Él hizo un mohín y se aferró más a mí, apretando su agarre.
—Conmigo también, idiota.
—Entonces no me dejas más opción— sonreí y le cogí en brazos, alzándole sin dificultad y sentándole en la encimera. Le atraje hacia mí y él enrolló sus piernas alrededor de mi cintura, pegándonos aún más—. Me tendré que encargar de ti.
Primero todo fue lento, deleitándonos cada uno con el otro, quitándonos la camiseta durante el beso, acariciándonos y lamiendo cada parte que teníamos a nuestro alcance, explorando la boca del contrario sin necesidad de dominar, pero a medida que fueron pasando los minutos, la situación empezó tornarse más caliente. Le agarré de la cintura y pegué cuanto pude a mí, recorriendo cada centímetro de su boca con mi lengua, jugando con la suya, extendiéndonos tanto que la saliva se escurrió por nuestras comisuras. Me alejé a tomar aire y él siguió besando mi torso, marcando, probablemente de forma inconsciente, cada centímetro que recorría.
—To-Tommy, tócame...
Y eso hice, casi jadeando con solo escucharle. Coloqué las manos en sus pantalones y rápidamente los desabroché, para quitárselos con dificultad y dejarle en ropa interior, prenda que permitía divisar más fácilmente su incipiente erección. Sonreí y comencé a acariciarle ligeramente mientras con la otra mano desabrochaba mi propio cinturón.
—Hoy vamos a hacer algo diferente, Dyl.
—¿No quieres que te la chupe?
—¡Obvio que s-digo no, no! —Cerré con fuerza los ojos, apartándole un segundo para poder pensar con claridad—. Si quiero, pero haremos algo mejor.
—¿Mejor? —ladeó la cabeza con confusión, lamiendo de forma inconsciente la saliva que se le escurría por el labio, incitándome a morder el mío propio para no interrumpir mi explicación comiéndole ahí mismo.
—Hablo de sexo, Dyl.
—¿Eh?
—...
—...
—...
—¿Eres mujer Tommy?
—¡Claro que no, idiota! —exclamé abrumado, casi tanto por su estupidez, como por su inocencia—. Sexo entre hombres.
—¿Podemos?
—Claro —agarré sus muslos y volví a acercarme, para besarle de nuevo, lamiendo la herida hinchada—. Se hace de otra forma y ya está.
—¿D-de otra forma?
—Exacto —sonreí y le incliné lo suficiente para ir ascendiendo mi mano por su muslo y adentrarla en sus bóxers, acariciando su trasero mientras le besaba hasta encontrar un punto, el cual rocé con la yema de mis dedos—. Solo hay que meterla aquí.
Se estremeció a mi tacto, clavando sus uñas en mi espalda como respuesta. Ensanché la sonrisa y comencé a besar su cuello al tiempo que volví a alzarle, dirigiéndome en esta ocasión a nuestro cuarto, más concretamente al cajón de mi mesilla de noche. Dejé a Dyl en la cama y fui rápidamente a rebuscar en la caja de madera, sacando a los pocos segundos un bote rojo.
—¿Qué es eso? ¿Mermelada?
—Es lubricante —reí divertido, subiéndome a la cama, con una pierna a cada lado de su cuerpo, y le acerqué el bote para que pudiera observarlo de cerca él mismo—. Es para que no te duela.
—Aquí pone que sabe a fresa— y antes de que pudiera decirle nada, lo abrió, metió un dedo en su interior y luego lo llevó a su boca, lamiéndolo con curiosidad—. ¡Sabe a fresa!
—¿De veras?— pregunté contento por verle de esa forma.
—Sí, mira— volvió a meter el dedo y esta vez me lo acercó a mí para que hiciera lo mismo que él segundos antes. Lo lamí y sonreí, haciendo un sonido de aprobación, como si acabara de probar caviar—. ¿Verdad que sabe bien?
—Ajá, pero esto no es para comer, Dyl.
—¿No?
—Esto se pone en otros sitios.
—¡Yo quiero ponerlo!
Me relamí, disfrutando sádicamente de cruel forma en la que estaba pervirtiéndolo, manchando su inocencia con mi lujuria. Cogí su mano, haciendo que la extendiera, y luego vertí un poco del líquido en ella. Seguidamente me deshice de mis bóxers y señalé mi erección.
—Puedes ponerlo aquí.
—Espera— agarró el bote, echándose un poco más de cantidad, y luego asintió emocionado—. Ya está, ahora sí.
Se recolocó, poniéndose frente a mí de rodillas, agarrando mi miembro y acariciando toda la extensión, embadurnándolo del líquido. De vez en cuando lo lamía, seguro más por el sabor que otra razón, pero solo esos detalles conseguían hacerme perder la cordura. Cuando mis jadeos empezaron a inundarla habitación, tuve que obligarme a detenerle, pues no quería terminar ahí. Agarré su muñeca y volví a tumbarle sobre la cama, aún sosteniendo sus brazos en alto. Besé su cuello y empecé a descender hasta su abdomen, sintiéndole estremecerse a mi tacto, retorciéndose y gimiendo con cada roce que se acercaba más a sus bóxers. Se los quité con facilidad, lanzándolos a alguna parte del cuarto, y me centré de nuevo en su cuerpo.
—Ah, Tommy, n-no hagas eso...
—¿El qué?— pregunté lamiendo su miembro mientras acercaba un dedo lubricado a su entrada—. ¿Esto? —metí todo su miembro en mi boca, disfrutando de los gemidos que liberó como respuesta—. ¿O esto?
Solo con un dedo encorvó la espalda, gimoteando débilmente mientras apretaba su interior con fuerza, dándome a imaginar cómo se debía sentar estar dentro de él. Comencé a sacarlo y meterlo hasta que se acostumbró, añadiendo un segundo y tercero en cuestión de minutos. No tardó en terminar moviendo sus caderas con los tres dedos dentro, buscando más contacto, así que los saqué con intención de avanzar al siguiente paso.
—N-no, Tommy, sigue haciendo eso...
—Ahora será mejor, ya lo verás, bebé— coloqué el empiece en su entrada y empujé ligeramente, adentrando la punta y deteniéndome al escuchar sus sollozos de dolor. Le miré y aparté varios mechones de su frente mientras le acariciaba—. ¿Estás bien?
—N-no —negó e hizo un puchero, cerrando sus ojos con fuerza sin dejar de mover la cabeza—. Duele, duele mucho. La mermelada esa no funciona.
—¿Quieres que eche más?— pregunté con el bote en la mano, vertiendo el líquido sobre mi miembro restante y su entrada cuando asintió. Seguidamente volví a intentarlo, adentrándola otros centímetros más, tocando a Dylan para aliviar su dolor. Con el paso de los minutos, terminé de meterla por completo, consiguiendo al mismo tiempo que me clavara las uñas con tanta fuerza en los brazos, hasta dejarme marca—. Avísame cuando estés listo— le pedí, pero fue tan inútil como hablarle a una pared, pues no parecía oírme.
Decidí seguir tocándole hasta que comenzó a gemir de nuevo, hasta que él empezó a moverse voluntariamente, entonces vinieron las primeras estocadas. Me apretaba tanto que casi llegaba a doler, acercándome a besarle para tranquilizarle, comenzando con un ritmo lento y acelerándolo al paso de los minutos de forma inconsciente. Adoraba como gemía mi nombre, como se revolvía e impulsaba hacia mí cada vez que yo lo arremetía, como me agarraba con fuerza de los brazos y arqueaba su espalda cada vez que tocaba ese punto.
—Fuerte Tommy...
—¿Más aún?
—M-más...
Seguí sus órdenes, colocando mis manos a ambos lados de su cabeza, cuidando que no se golpeara con la pared, y comencé a moverme de forma más brusca, aumentando sus gemidos, tocando repetidamente aquella zona que le ponía gritar como loco. Intentó avisarme de que se iba a venir, pero fue interrumpido por sus propios jadeos, así que lo noté yo mismo cuando me apretó deliciosamente, empujándome a terminar poco tiempo después. Aún en su interior, me incliné a besarle, disfrutando de aquel sabor metalizado por la sangre y dulce por los rastros de lubricante.
— ¿Te ha gustado? —susurré contra su oreja, saliendo lentamente con el pervertido sonido que hizo el que me hubiera corrido en su interior. Cuando eché un vistazo vi que se le estaba escurriendo por los muslos, y su abdomen también estaba manchado del él mismo. Volví a levantar la vista, encontrándome su rostro completamente relajado, con los ojos cerrados y medio dormido—. Eh, Dyl...
—¿Mmmmh? —me agarró del brazo, colocándome junto a él y acercándose a mí. Ni siquiera me preocupé en limpiarnos adecuadamente, lo hice con la primera prenda que encontré antes de acomodarme a su lado.
—¿Te ha gustado?— volví a repetir, aunque sus gemidos de hacía unos minutos dejaban obvia la respuesta, pero quería escucharla concreta de sus labios.
—Mucho— murmuró junto a mi cuello, aún sin abrir los ojos, buscando la postura perfecta para dormir, la cual, como siempre, me incluía. Adoraba ser su peluche personal.
—¿Lo repetimos?
—Mmmmh...
—¿Dyl?— eché un vistazo, destapando sus ojos mieles ocultos tras varios mechones, y sonreí al comprobar que, aún sin soltarme, había quedado completamente dormido.
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